Tema: Petición de respuesta a una carta anterior.
Paulino y Terasia, pecadores, a Agustín, señor y hermano venerable y de una sola alma con nosotros.
Nola: Año 394/395.
1. Hace ya tiempo, hermano, te conocí en tus santos y piadosos escritos, mientras tú lo ignorabas; te vi mientras vivías ausente, te abracé con todo mi espíritu y con una carta amistosa y fraterna me apresuré a hacerme presente a ti. Creo que por la providencia y gracia del Señor te habrá llegado la misiva. Mas el mensajero que antes del invierno enviamos para saludarte a ti y a otros, igualmente amados en el Señor, se ha retrasado; por eso no hemos podido disimular nuestra obligación de saludarte ni de calmar el ardiente deseo de recibir tu respuesta. Así, te escribimos ahora de nuevo, ya haya merecido llegar a tus manos mi carta anterior, o ya no haya logrado todavía esa felicidad.
2. Mas tú, hermano espiritual, que lo juzgas todo1, no midas nuestro amor hacia ti por esta obligación de saludarte, o por las fechas de las cartas. El Dios único, que en todas partes produce en sus siervos la misma caridad2, es testigo de que en el mismo momento en que por la merced de los venerables obispos Aurelio y Alipio te conocimos, por esas obras que has escrito contra los maniqueos, nació en nosotros un tal amor hacia ti, que no nos parecía trabar una nueva amistad, sino restablecer un viejo amor. Y ahora de nuevo, aunque con rudeza de palabra, y no de sentimiento, te volvemos a ver en espíritu gracias al hombre interior. No es extraño: nuestra ausencia no impide que nos conozcamos, puesto que somos miembros de un mismo Cuerpo3, tenemos la misma Cabeza, circula en nosotros la misma gracia, vivimos del mismo pan, andamos por la misma senda, habitamos la misma casa. En fin, en todo lo que somos, en la plena esperanza y fe con que vivimos en el presente y tendemos al futuro, tanto en el espíritu como en el Cuerpo del Señor, somos uno. Y nada seríamos si nos desprendiésemos del Uno.
3. ¿De qué nos priva la ausencia corporal? Tan sólo del placer de los ojos, atentos a lo temporal. Aunque quizá esa presencia corporal no debería llamarse temporal, cuando se trata de la esfera espiritual, puesto que la resurrección nos ha de dar la eternidad del cuerpo; así nos atrevemos a esperarlo, aunque indignos, por la virtud de Cristo y la bondad de Dios Padre. ¡Ojalá, pues, nos otorgase también la gracia de Dios, por nuestro Señor Jesucristo, esa merced de contemplar tu rostro corporal! No serían solos nuestros deseos los que obtendrían un gran placer, sino que también nuestro espíritu recibiría nueva luz y de tu abundancia enriquecería nuestra pobreza. Pero aun estando ausentes, vamos a lograrlo, aprovechando esta ocasión del retorno en el nombre del Señor de nuestros hijos unánimes y amadísimos en el mismo Señor, Romano y Ágil, a quienes te recomendamos como si se tratase de nuestras personas, una vez que hayan cumplido su obligación de caridad, y así te rogamos que los ayudes con un particular afecto de caridad. Sabes muy bien qué gloria promete el Altísimo al hermano que ayuda a otro hermano4. Si te dignas brindarme algún don de esa gracia que se te ha dado a ti, puedes hacerlo con toda seguridad por medio de ellos. Porque son, créeme, un solo corazón y una sola alma con nosotros en el Señor5. Esa gracia de Dios, tal como está en ti, permanezca para siempre, hermano unánime, venerable, dilectísimo y deseado en Cristo Señor. Saluda de nuestra parte a todos los santos en Cristo, pues sin duda viven muy unidos a ti. Encomiéndanos a todos esos santos, para que se dignen orar contigo por nosotros.