Tema: Respuesta a la carta 25. Recomendación de Romaniano y Licencio.
Agustín saluda en el señor al hermano Paulino, señor verdaderamente santo y digno de ser celebrado en Cristo con eximia alabanza.
Hipona: Año 394
1. ¡Oh buen varón y buen hermano! Oculto estabas para mi alma. Dígole yo a esta mi alma que tolere el que no pueda verte con mis ojos, y apenas me obedece. Mejor dicho, no me obedece en absoluto. ¿Lo tolera acaso? ¿Por qué este deseo de verte me atormenta en el fondo del alma? Si padeciese molestias corporales, y éstas no perturbasen la tranquilidad del alma mía, diría yo que ella las toleraba. Pero, como no puedo sufrir con serenidad el no verte, sería intolerable llamar a eso tolerancia. Siendo tú cual eres, sería más intolerable la tolerancia de carecer de ti. Está bien, pues, que yo no pueda tolerar esto con el alma tranquila; si tranquilamente lo tolerase, no sería tolerable yo. Es maravilloso, pero auténtico, lo que me acaece: me duele el no verte, y ese dolor me consuela. A mí me desagrada la fortaleza, que permite tolerar la ausencia de los buenos, como lo eres tú. De hecho, deseamos la Jerusalén futura, y cuanto con mayor impaciencia la deseamos, tanto más pacientemente lo toleramos todo por ella. ¿Quién podrá, pues, no alegrarse de haberte visto, de modo que pueda no dolerse mientras no te vea? Yo ninguna de las dos cosas puedo tolerar. Si pudiera, mi poder sería cruel; me alegro, pues, de mi impotencia, y en esta alegría encuentro algún consuelo. El dolor no calmado, pero sí contemplado, me consuela en mi pena. No me reprendas, por favor, por esa santidad en que te aventajas. No digas que me duelo desordenadamente porque no te conozco, pues me abriste tu alma y me diste a ver tu interioridad. Si en tu terrena ciudad te hubiese conocido yo, como hermano y amador mío, siendo tú tal y tan gran varón en el Señor como eres, ¿te imaginas que no había de sentir dolor por no dejarme conocer tu casa? ¿Cómo, pues, no me ha de pesar ahora no poder contemplar tu semblante, es decir, la casa de esa tu alma, que yo conozco como la mía?
2. He leído tu carta, que mana leche y miel1, que muestra la sencillez de corazón2 con que buscas al Señor, y manifiesta los buenos sentimientos con que le das gloria y honor3; la leyeron los hermanos, y se felicitaron incansable e inefablemente por esos dones tuyos, dones de Dios, tan extraordinarios y tan fértiles. Todos los que la leen la arrebatan, porque son arrebatados ellos por su lectura. ¡Imposible es pintar cuan suave es el olor de Cristo4 y cuánto trasciende de ella! Esa carta nos permite verte, ¡y cuánto nos incita a que te busquemos, pues nos deja verte asequible y deseable! Cuanto mejor nos deja entrever tu presencia, tanto más nos prohíbe tolerar tu ausencia. Por ella todos te aman y desean ser amados por ti, y juntamente es bendecido y alabado Dios, por cuya gracia eres tú lo que eres. En ella se despierta Cristo, dignándose calmar los vientos y los mares5, mientras llegas a su estabilidad. En ella aparece a los lectores tu esposa, no llevando al esposo a la molicie, sino incorporándose a la fortaleza del esposo. Por tu medio le transmito a ella mis saludos, cumpliendo la obligación debida a vuestra santidad, pues se halla contenida y comprendida en tu personal unidad. Unida está a ti con lazos espirituales, tanto más fuertes cuanto más castos. He ahí, abatidos, los cedros del Líbano6, que se han entrelazado por la fuerza de la caridad para la fábrica del Arca, y rompen sin corrupción el oleaje del mundo. Ahí se conquista la gloria despreciándola, y se gana el mundo abandonándolo. Ahí se estrellan contra el escollo los pequeños o creciditos hijos de Babilonia7, a saber, los vicios de la corrupción y del orgullo secular.
3. Estos y otros parecidos espectáculos, dulces y sagrados, presenta tu carta a los lectores, esa carta llena de fe no fingida, de esperanza buena y de caridad pura. ¡Cómo nos deja adivinar tu sed, el deseo y la nostalgia de tu espíritu en los atrios del Señor!8 ¡Cómo trasciende de ella el amor santo!¡Cómo patentiza la opulencia de tu sincero corazón! ¡Qué gracias da y qué gracias pide a Dios! ¿Es más dulce o más ardiente, más luminosa o más fecunda? ¿Qué es lo que tiene para acariciarnos, inflamarnos e inundarnos así, siendo tan serena? ¿Qué tiene, por favor, o qué te pagaré por ella? Me entrego entero a ti en aquel que enteramente te posee. Si eso es poco, yo no tengo ya más. Tú has hecho que no me parezca que soy poco, pues te has dignado favorecerme en tu carta con tales alabanzas, que demostraré que no te he creído, si me parece poco el entregarme a ti. Me ruborizo de admitir tantos bienes en mí, pero más aún me resisto a no creerte. Pero ya sé lo que he de hacer: no me creeré tal cual tú me pintas, pues no me reconozco tal; pero creeré que me amas, porque lo siento y veo; de este modo, no seré temerario para conmigo ni ingrato para contigo. Mi entera entrega a ti no es poca cosa, pues te ofrezco a quien tanto amas; si él no es tal cual tú lo imaginas, es aquel mismo para quien pides a Dios que merezca ser lo que tú deseas. Esto es lo que te ruego mayormente que hagas, no sea que te descuides en pedir que se mejore lo que soy, por creer que soy lo que no soy.
4. Ahí tienes a mi carísimo Romaniano, unido íntimamente a mí desde el principio de la adolescencia: él lleva esta carta a tu eminencia y excelsa caridad. Le cito en el libro La religión, que ya tu santidad leyó con agrado, según testimonia tu misma carta. Yo, que te lo envié, he llegado a ser más grato por la recomendación de tan noble persona. No creas, sin embargo, a ese amigo mío las alabanzas que quizá me tributa. He comprobado que con frecuencia engaña al que le escucha, no por un propósito de mentir, sino por su inclinación a amar: piensa él que ya poseo ciertas dotes que deseo recibir del Señor, a quien abrí mi corazón anhelante. Si esto hace en mi presencia, puedo conjeturar que en mi ausencia dirá en su entusiasmo cosas más lisonjeras que verdaderas. El procurará ofrecer a tu venerable solicitud mis libros, pues no sé que haya escrito algo, ya para aquellos que están fuera de la Iglesia de Dios, ya para los hermanos, que él no tenga. Cuando los leas, ¡oh mi santo Paulino!, no te arrebate la Verdad que habla por medio de mi pequeñez hasta el punto de que no adviertas con suficiente diligencia lo que yo mismo digo; no sea que, mientras devoras ávidamente los bienes y virtudes que se otorgan al ministro, dejes de orar por los pecados y errores que el ministro comete. En aquello que te desagrade razonablemente, cuando reflexiones, aparezco yo; en aquello que en mis libros, por el don del Espíritu Santo que recibiste, te agrade, has de amar y alabar a Aquel en quien está la fuente de la vida y en cuya luz veremos la luz9 no en enigma, sino cara a cara, porque ahora le vemos en enigma10. Yo mismo me juzgo con dolor cuando me leo y advierto los resabios que aún me quedan de mi vieja levadura, como exulto con temor cuando advierto lo que por un don de Dios digo en el ácimo de la sinceridad y de la verdad11. ¿Qué tenemos, que no hayamos recibido?12 Nadie negará que el que está enriquecido con mayores y más valiosos dones de Dios es mejor que el que los posee menores y más escasos. Pero también es mejor dar gracias a Dios por un don pequeño que apropiarse las gracias por un don grande. Reza por mí, hermano, para que yo confiese todo eso sinceramente y mi corazón vaya de acuerdo con mi lengua. Reza, por favor, para que yo no desee ser alabado, sino para que invoque al Señor con mi alabanza, y de este modo seré liberado de mis enemigos13.
5. Hay otra cosa por la que has de amar más a este hermano: es pariente del venerable y en verdad bienaventurado obispo Alipio, a quien abrazas, y con razón, con todo tu entusiasmo: porque quien piensa benignamente en este hombre, piensa en la gran misericordia de Dios y en sus dones maravillosos. Cuando Alipio leyó la petición en que le sugerías tu deseo de que te escribiese su autobiografía, aceptaba el encargo en atención a tu benevolencia, pero lo rehusaba por no ruborizarse; viéndole yo vacilante entre el pudor y el amor, eché sobre mis hombros su carga, pues me lo encargó también en una carta. Si Dios me ayuda, pronto meteré a Alipio entero en tu corazón. Lo que yo más temía era que él se ruborizase de narrar todos los dones con que le ha favorecido el Señor. La lectura de su vida no había de quedar reservada a ti solo, y pudiera temer que alguien menos inteligente creyese que no pregonaba los dones concedidos a los hombres por Dios, sino a sí mismo; en ese caso, tú, que sabes cómo has de leer, dejarías de conocer debidamente al hermano, por tratar él de evitar la debilidad de los otros. Ya lo tendría yo actualmente ejecutado y podrías leer su vida, si no hubiésemos decidido de pronto la partida de Romaniano. A éste le recomiendo a tu corazón y a tus consejos, para que te ofrezcas a él tan de corazón como si ya le hubieses conocido anteriormente conmigo y no le vieses ahora por primera vez. Si él se determina a abrirse del todo a tu caridad, será curado por medio de tu lengua, o enteramente, o en gran parte. Quiero que sea más y más beneficiado por la voz de aquellos que no aman secularmente a sus amigos.
6. Había decidido asimismo poner en tu mano con mi carta a su hijo Licencio, hijo también mío, a quien hallarás citado en algunos de mis libros. Quizá él no se presente a tu caridad, pero puedes consolarlo, exhortarlo e instruirlo no tanto con el sonido de tu voz como con el ejemplo de tu fortaleza. Ahora que su edad está en pleno verdor, deseo que la cizaña se convierta en trigo y conozca, por los que lo han experimentado, eso que él desea tan peligrosamente experimentar. Por sus composiciones y por la carta que a él remití, entenderá tu bondadosa y modesta prudencia mis preocupaciones, temores y deseos acerca de él. Espero que el Señor no niegue su asistencia, para que yo me libre de tantas aprensiones y cuidados por medio de tu ministerio. Y puesto que has de leer muchos de mis escritos, me será mucho más grato tu cariño si te muestras justo en la misericordia14 para corregirme y llamarme la atención en aquellos puntos que te desagradaren. Porque tú no eres tal que yo haya de temer que tu aceite embalsame mi cabeza. Los hermanos, no sólo los que habitan conmigo, y los que sirven de igual modo a Dios en cualquiera parte, sino también casi todos los que amigablemente me conocen en Cristo, saludan, veneran y desean ver a tu fraternidad, beatitud y humanidad. No me atrevo a pedírtelo, pero, si estás libre de las preocupaciones del gobierno eclesiástico, ya puedes comprender lo que desea conmigo toda el África.