Tema: Contestación a una carta de Alipio.
Paulino y Terasia, pecadores, a Alipio, señor justamente honorable y beatísimo padre.
Nola. Antes del invierno del año 394.
1. Es auténtica caridad y dilección perfecta la que has mostrado profesar a nuestra humildad, señor genuinamente santo, merecidamente bienaventurado y amable. Hemos recibido tu carta por nuestro hombre Juliano, al volver de Cartago. Nos trae tan grande resplandor de tu caridad, que nos ha parecido, no ya conocer, sino reconocer tu caridad. Porque esta caridad proviene de aquel que nos predestinó para sí desde el origen del mundo1. En El fuimos hechos antes de nacer, ya que nos hizo El y no nos hicimos nosotros, pues El hace las cosas que serán2. Por su presciencia y actividad fuimos formados en semejanza de voluntades y unidad de fe o fe de unidad. Estamos unidos por una caridad que se adelanta a la noticia, de manera que ya nos conocemos en espíritu, por el espíritu que recíprocamente nos revela, aun antes de que corporalmente nos veamos. Por lo cual nos congratulamos y gloriamos en el Señor, que, siendo siempre uno y el mismo, produce en todas partes en los suyos su caridad por medio del Espíritu Santo, al que derramó sobre toda carne3, alegrando su ciudad con el ímpetu de ese torrente4; entre cuyos ciudadanos te ha colocado a ti merecidamente, príncipe entre los príncipes de su pueblo5, en una sede apostólica. Y quiso asimismo contarnos en vuestra suerte a nosotros, caídos, a los que levantó; míseros a quienes sacó del polvo6. Pero más nos congratulamos en esa merced del Señor, por la que nos ha alojado en el santuario de tu corazón. Se ha dignado así estamparnos en tus entrañas, para que reclamemos una peculiar confianza de tu caridad, provocados con tales obligaciones y compromisos para no permitirnos amarte con desconfianza o ligereza.
2. En efecto, hemos recibido la obra insigne y principal de tu amor y solicitud, la obra del santo y perfecto varón en Cristo Señor, nuestro hermano Agustín, compuesta de cinco libros: la admiramos y recibimos de manera que sus palabras nos parecen dictadas por el cielo. Animados por esa confianza que nos brinda la coincidencia de sentimientos, nos hemos aventurado a escribirle a él; tú nos excusarás ante él por nuestra impericia y nos recomendarás a su caridad. Recomiéndanos asimismo a todos esos santos, cuya benevolencia, aun estando lejanos, nos has transmitido. Tómate el mismo interés en brindarles nuestros saludos por intermedio tuyo, considerándonos como compañeros en el clero de tu santidad y como emuladores de tu fe y virtud en los monasterios. Porque, aunque vivas en medio del pueblo y elevado sobre el pueblo, cuidas las ovejas del pasto del Señor rigiendo como vigilante pastor con solícita vigilancia7, todavía, al renunciar al siglo y rechazar la preocupación de la carne y sangre, te has constituido un yermo, separado de los muchos, llamado entre los pocos.
3. Para corresponderte de algún modo, aunque inferior a ti en todo, me procuré, como me ordenabas, la Historia universal, de Eusebio, venerable obispo de Constantinopla. No pude de momento cumplir tu encargo, pues no tenía el códice, y hube de pedirlo a Roma, a nuestro santísimo pariente Domnión, quien me prestó ese servicio sin dudar y con la mayor presteza, al indicarle que yo debía enviártelo a ti. Como nos has indicado tu residencia, según tus indicaciones hemos escrito a nuestro padre Aurelio, socio venerable de tu corona, de modo que, si ahora te encuentras en Hipona, te remita allá nuestra carta, amén de la copia del códice, hecha en Cartago. Hemos rogado también a los santos varones Conde y Evodio, cuyo conocimiento y testimonio de caridad nos has ofrecido, que procuren copiar pronto el códice, para que el pariente Domnión no se vea privado largo tiempo de él, y el tuyo te sea entregado sin necesidad de devolverlo.
4. Te pido con vivo interés, ya que sin merecerlo ni soñarlo me has honrado con tu amor, que en pago por la Historia temporal me cuentes toda la historia de tu santidad, tu linaje, la casa de que procedes; llamado por tan alto Señor, cómo comenzaste a separarte del regazo de tu madre, para pasar a la madre de los hijos de Dios, que se regocija con esta prole, desdeñando la estirpe de la carne y de la sangre, para incorporarte al linaje real y sacerdotal8. Me indicas que ya en Milán oíste el nombre de mi humilde persona, cuando te iniciabas allí. Confieso que siento curiosidad de informarme también yo, para conocerte del todo, y congratularme más contigo, si es que fuiste llamado a la fe o consagrado al sacerdocio por nuestro padre Ambrosio, para mí apreciadísimo, pues ambos pudiéramos tener el mismo padre. Porque aunque yo fui bautizado por Delfín de Burdeos y ordenado por Lampadio de Barcelona, forzado por la plebe inesperadamente arrebatada, sin embargo, siempre fui estimulado por el amor de Ambrosio para llegar a la fe y aún me protege en el orden sacerdotal. En fin, ha querido contarme en su clero, de modo que dondequiera que habite sea yo su presbítero.
5. Para que nada ignores en cuanto a mi persona, te diré que soy un viejo pecador que poco ha fue sacado de las tinieblas y sombras de la muerte para respirar las auras del soplo vivificante; acabo de poner la mano en la mancera y aceptar la cruz del Señor9. Ayúdame con tus oraciones para que pueda llevarla hasta el final. Con ello acrecentarás el galardón debido a tus méritos si con tu ayuda alivias mi carga. El santo que socorre al que trabaja (no me atrevo a llamarte hermano) será encumbrado como ciudad famosa10. Y tú eres sin duda una ciudad edificada sobre el monte11, una luz colocada sobre el candelero para que resplandezcas con la caridad septiforme, mientras que yo debo ocultarme bajo el celemín de los pecados. Visítame con tus cartas, y ya que estás colocado en el candelero de oro, proyéctanos la luz en que habitas12. Tuspalabras serán resplandor en nuestro camino y nuestra cabeza se ungirá con el óleo de tu lámpara13. Nuestra fe se encenderá cuando, mediante el aliento de tus labios, se alimente nuestra inteligencia y se ilumine nuestra alma.
6. Que la paz y la gracia de Dios sean contigo, y que la corona de justicia se te retribuya en aquel día, padre y señor amado, venerado y deseado. Te rogamos que saludes con encendido afecto y obsequio a los benditos compañeros de tu santidad, hermanos nuestros en el Señor (si se dignan aceptarnos), tanto en las iglesias como en los monasterios, en Cartago, Tagaste e Hipona, en todas tus parroquias y en todos los lugares que conoces en África, entre los hermanos que sirven católicamente al Señor. Si recibes el manuscrito del santo Domnión, dígnate devolvérmelo una vez transcrito. Ruégote que me indiques qué himno mío has conocido. Enviamos a tu santidad, como don de unidad, un pan, símbolo de la unidad de la Trinidad. Al dignarte tomarlo, convertirás ese pan en una eulogia.