Tema: Pide tiempo para prepararse al sacerdocio.
Destinatario: Valerio, obispo de Hipona.
Al obispo Valerio, señor beatísimo y venerable, amadísimo padre, con sincera caridad en la presencia de dios, Agustín, presbítero, salud en el señor.
¿Hipona?: Comienzo del año 391
1. Pido ante todo que tu religiosa prudencia piense que en esta vida, máxime en estos tiempos, nada hay más fácil, más placentero y de mayor aceptación entre los hombres que el ministerio- de obispo, presbítero o diácono, si se desempeña por mero cumplimiento y adulación. Pero, al mismo tiempo, nada hay más torpe, triste y abominable ante Dios que esa conducta. Del mismo modo, nada hay en esta vida, máxime en estos tiempos, más gravoso, pesado y arriesgado que la obligación del obispo, presbítero o diácono; tampoco hay nada más santo ante Dios si se milita en la forma que exige nuestro Emperador1. Cuál sea esa forma, yo no lo aprendí ni en la niñez ni en la adolescencia. Al tiempo en que comenzaba a enterarme, se me hizo violencia, por mérito de mis pecados, pues no hallo otra explicación. Se me forzó a ser el segundo de a bordo, cuando ni de empuñar el remo era capaz.
2. Creo que mi Señor, mediante una tal providencia, quiso corregirme por haber osado reprender los pecados de muchos nautas, sin haber experimentado aún lo que pasa en el oficio, como si yo fuera más docto o mejor. Cuando me he hallado en medio del mar, comencé a comprender la temeridad de mis reprensiones, aunque ya antes juzgaba peligrosísimo este ministerio. De ahí procedían aquellas lágrimas que algunos hermanos me vieron derramar en el comienzo de mi ordenación; ignorando las causas de mi dolor, me consolaron con buena intención, con las palabras que pudieron, que no servían para atajar mi mal. He experimentado ahora, sin embargo, mayores y más extensas dificultades que las que entonces presumiera. No porque haya descubierto nuevas corrientes y tempestades ignoradas, nunca oídas, leídas o pensadas por mí, sino porque desconocía mis fuerzas y sagacidad para soslayar o afrontar la tormenta, y por eso presumía de mi valor. El Señor se burló de mí haciendo que me descubriese a mis propios ojos mediante esta experiencia.
3. Y si Dios no lo hizo para condenarme, sino para compadecerme -confío en eso con certeza, por lo menos ahora que conozco mi debilidad-, debo examinar todas las medicinas contenidas en sus Escrituras y dedicarme a la oración y a la lectura, para que mi alma logre una salud idónea para tan peligrosas ocupaciones. Antes no lo hice, porque no tuve tiempo; precisamente fui ordenado cuando planeaba un tiempo de retiro para estudiar las divinas Escrituras, y quería arreglarme para lograr tiempo libre para esa ocupación. Aún no conocía bastante mis deficiencias para ese empeño, que ahora me atormenta y aterra. Los hechos me han dado experiencia de lo que necesita un hombre para administrar al pueblo el sacramento y la palabra de Dios. Pero ahora no puedo adquirir lo que comprendo que me hace falta. ¿Es que quieres que yo perezca, padre Valerio? ¿Dónde está tu caridad? ¿Es cierto que me amas? ¿Es cierto que amas a la misma Iglesia, a la que quisiste que yo atienda? Sin duda que nos amas a mí y a ella, pero ya me crees idóneo; yo, en cambio, me conozco mejor, y aún no me conocería yo mismo si no me hubiese aleccionado la experiencia.
4. Pero quizá diga tu santidad: quisiera saber lo que falta a tu preparación. Son tantas cosas, que más fácilmente podría enumerar las que tengo que las que deseo adquirir. Me atrevería a decir que conozco y retengo con plena fe lo que atañe a mi salvación. Pero esto mismo, ¿cómo lo serviré para la salvación de los demás, no buscando lo que es útil para mí, sino lo que es útil para muchos, a fin de que se salven?2 Y hay quizá cosas, o mejor, es indudable que hay en los santos libros consignados consejos con cuyo conocimiento y comprensión pueda el hombre de Dios manejar con mayor orden los asuntos eclesiásticos, o en todo caso vivir o morir con una conciencia más tranquila entre las manos de los inicuos. Así no perderá aquella vida por la que suspiran exclusivamente los corazones cristianos, humildes y mansos. Y ¿cómo puede eso lograrse, sino pidiendo, llamando y buscando, es decir, orando, estudiando y llorando, como el mismo Señor preceptuó?3 Para esa tarea he querido obtener un corto tiempo, por ejemplo, hasta la Pascua, de tu sincerísima y venerable caridad, primero por medio de los hermanos y ahora por estas preces.
5. ¿Qué podré realmente responder al Señor, mi juez? ¿Que no podía ya alcanzar esa instrucción, pues me lo impedían los negocios eclesiásticos? Y si El me dice: «siervo inútil4, supón que le hubiese salido un pretendiente a la hacienda eclesiástica, en la que tanto trabajo se emplea para recoger los frutos, mientras se abandona el campo que yo regué con mi sangre; seguramente que si podías tramitar algo en su favor ante los jueces de la tierra, ¿acaso no te moverías, no sólo con el consentimiento de todos, sino aun con el mandato y la presión de muchos, y si la sentencia era desfavorable, navegarías al otro lado del mar? En tal caso ninguna protesta se levantaría contra tu ausencia por un año o por más, para que otro no usurpase una tierra necesaria, no para el alma, sino para el cuerpo de los pobres, cuya necesidad se cubriría mucho más fácil y gratamente para mí si mis árboles vivos fueran cuidados con diligencia. ¿Por qué, pues, alegas que te faltó un tiempo de retiro para aprender mi agricultura?» Dime qué he de responder, por favor. ¿Quizá quieres que diga: «El anciano Valerio, creyendo que yo estaba instruido en todo, cuanto más me amó tanto menos me permitió aprender»?
6. Atiende a todo esto, anciano Valerio. Te pido por la bondad y por la severidad de Cristo, por su misericordia y justicia, por El que te inspiró tanta caridad para conmigo, ya que no me atrevería a ofenderte ni aun para beneficiar a mi alma. Tú pones a Dios y a Cristo por testigos de la inocencia, caridad y sincero afecto que tienes por mí, como si yo mismo no pudiese jurar sobre eso ante cualquiera. Por eso recurro a la misma caridad y afecto para que me compadezcas y me concedas para la tarea que pido el tiempo que pido; y que incluso me ayudes con tus oraciones, de manera que mi deseo no sea inútil ni mi ausencia sea infructuosa para la Iglesia de Cristo y utilidad de mis hermanos y consiervos. Sé que el Señor no desdeña esa caridad que reza por mí, especialmente en un tal asunto, y la recibe como un sacrificio de suavidad. Y con eso quizá me ayudará a instruirme en los salubérrimos consejos de sus Escrituras en un plazo de tiempo más corto que el que solicité.