Tema: Gratitud por las alabanzas y deseos para una familia.
Agustín a Antonino
Tagaste: Año 390/391.
1. Los dos, Alipio y yo, te debemos contestación. Pero vas a recibir una de las dos partes recargada, puesto que ahí ves presente a Alipio, por cuyas palabras me acogerás a mí. Podía no haberte contestado yo, pero lo hice porque él me lo pidió, ya que al ir él a ti, podría parecer inútil mi carta. Pero quizás hablo contigo con mayor fruto que si estuviese ahí, ya que lees mi carta y escuchas a Alipio, en cuyo pecho sabes muy bien que habito. Con vivo alborozo leí la carta de tu santidad y la rumié, porque venía publicando tu benevolencia para conmigo y la cristiandad de tu espíritu, exenta de toda contaminación del siglo inicuo.
2. Me congratulo contigo y doy gracias a nuestro Dios y Señor por tu fe, esperanza y caridad; y también te doy gracias a ti ante el Señor, porque tan excelente opinión tienes de nosotros, creyendo que somos siervos fieles de Dios, y amas en nosotros ese bien con sincero corazón. Más bien que dar gracias, debemos felicitar a tu benevolencia por ello. A ti te beneficia el amar la misma bondad. Ama la bondad todo aquel que ama a quien cree bueno, ya lo sea de veras, ya sea diferente de lo que parece. En este punto sólo ha de evitarse un posible error: nadie debe sentir, no respecto del hombre, sino respecto del bien del hombre, otra cosa que la que pide la verdad. Mas tú, hermano amadísimo, no yerras ni en tu creencia ni en tu ciencia cuando estimas que es un gran bien el servir a Dios espontánea y castamente, cuando amas a cualquier hombre porque lo crees participante de tal bien; tú ganas tu fruto, aunque el otro no sea tal. Por eso tengo que felicitarte por ello; en cambio, al otro hay que felicitarle no cuando es amado por tal motivo, sino cuando es tal como lo pinta quien le ama. Cuáles seamos nosotros y cuánto nos hayamos acercado a Dios, El lo sabe, pues su juicio no puede equivocarse ni acerca del bien del hombre ni acerca del hombre mismo. Por lo que toca al galardón de bienaventuranza que por esa razón te corresponde, es suficiente que, al creernos tales cuales deben ser los siervos de Dios, nos aceptes con todo el afecto de tu corazón. Y todavía insistimos en darte las gracias, ya que, al alabarnos por ser buenos, nos exhortas delicadamente a desear serlo; y más aún si no sólo te encomiendas a nuestras oraciones, sino que no te olvidas de rezar por nosotros. Es más grata a Dios la plegaria por el hermano, pues en ella se ofrece un sacrificio de caridad.
3. Dale muchos saludos a tu pequeño. Deseo que crezca en los preceptos saludables del Señor. Deseo asimismo que toda tu casa acepte la fe y la devoción verdadera, que es exclusivamente la católica. Si en este punto estimas necesario recurrir a alguno de mis escritos, no vaciles en pedirlo, seguro de nuestra comunidad en el Señor y apoyado en los derechos de la caridad. Amonesto a tu religiosísima prudencia que infundas un razonable temor de Dios a tu esposa, vaso más frágil1, y la ilustres con lecturas bíblicas y respetuoso diálogo. Nadie vive solícito del estado de su espíritu y dirige en consecuencia su atención a conocer la voluntad del Señor si no se ayuda con un buen maestro para comprobar la diferencia que media entre cualquier cisma y la única Católica.