Tema: Defensa del politeísmo pagano y crítica del misterio cristiano.
Máximo de Madaura a Agustín
Madaura: Quizá el 390.
1. Anhelo sentirme regocijado con frecuencia por tu verbo y animado por el ímpetu de tu palabra. Poco ha me excitaste gratamente sin herir la caridad. He propuesto corresponderte en igual forma, para que mi silencio no se interprete como desdén. Mas te ruego que, si tomas mi carta como fruto de un organismo ya decrépito, la prosigas leyendo con indulgencia y oídos benignos. Grecia nos atestigua, aunque no es obligatorio creerlo, que el Olimpo es la morada de los dioses.
Pero vemos y podemos probar que el foro de nuestra ciudad está dominado por la presencia de nuestros númenes salvadores. ¿Quién es tan demente o insensato que niegue la certidumbre de la existencia de un Dios único y supremo, sin padre y sin hijo natural, y al mismo tiempo grande y magnífico Padre? Con muchos vocablos invocamos sus virtudes extendidas por todo el orbe. En realidad, todos ignoramos su nombre propio, ya que el término Dios es nombre común a todas las religiones. Así acontece que, honrando esos como miembros parciales de Dios con súplicas variadas, parece que en cierto modo adoramos al Todo.
2. Mas no puedo disimular que me inquieta vuestro gran error. ¿Quién puede sufrir que Miggin sea antepuesto a Júpiter, que lanza los rayos; sáname a Juno, Minerva, Venus y a Vesta, y a todos (¡qué vergüenza!) los dioses inmortales el archimártir Nanfamón? Entre esos mártires se acepta con no menor veneración a Lucita y a otros mil (nombres odiosos a los hombres y a los dioses), que acumularon crímenes sobre crímenes en una conciencia llena de nefandos delitos. Bajo la apariencia de una muerte gloriosa, hallaron los muy viciosos una muerte digna de sus hazañas y costumbres. La necia muchedumbre visita sus sepulcros, si es que vale la pena recordarlo, olvidando los templos y los manes de sus antepasados. Así resalta más el presagio de aquel vate que tan mal lo sabía tolerar: «Y en los templos de los dioses juró Roma por las sombras»1. Paréceme como si, en nuestro tiempo, hubiese estallado la guerra de Accio, en la que los monstruos egipcios osan lanzar contra los dioses de los romanos dardos que no pueden durar.
3. ¡Oh varón sapientísimo! Te ruego que dejes a un lado y abandones tu vigorosa facundia, por la que todos te honran; que omitas esos argumentos de Crisipo, que sueles manejar; que pospongas un tanto la dialéctica que, con la presión de sus nervudos brazos, intenta no dejar a nadie certidumbre alguna, y me muestres quién es realmente ese Dios a quien vosotros los cristianos reclamáis como cosa propia, simulando que lo veis presente en lugares ocultos. Porque nosotros adoramos a nuestros dioses en público, ante los ojos y los oídos de todos los mortales con nuestras piadosas plegarias, con agradables sacrificios los volvemos propicios, y procuramos que todos lo vean y lo aprueben.
4. Pero yo, como anciano inválido, meretiro de este certamen y me atengo gustoso a la sentencia del retórico mantuano: «a cada cual le lleva su afición»2. Tras esto, no dudo, varón eximio renegado de mi religión, que habrá de perecer, en las llamas o en algún otro desastre, sustraída por alguien, esta epístola mía. Si eso acaece, perecerá el papel, mas no mi palabra, cuyo ejemplar conservaré perpetuamente en todos los hombres religiosos. ¡Guárdente los dioses! En ellos todos los hombres, a quienes la tierra sustenta, veneramos y reverenciamos en una discordia concorde y de mil modos al común Padre de los dioses y de los hombres.