Tema: la encarnación.
Agustín a nebridio
Tagaste: Después de la anterior.
1. Cuando me preocupaba vivamente el asunto que tú me proponías poco ha con un cierto reproche amistoso, acerca del modo como podríamos vivir juntos, había decidido escribirte sobre ese solo tema, reclamarte una respuesta y no tocar otro punto alguno de los que atañen a nuestros estudios hasta que ese asunto quedase resuelto. Pero de pronto me ha tranquilizado la razón tan breve y veraz de tu reciente carta, a saber, que no debemos pensar en eso, ya que, o bien yo iré a ti cuando pudiere, o tú cuando pudieres vendrás sin falta a nosotros. Tranquilizado con eso, como te digo, examiné todas tus cartas para ver a cuáles tenía aún que responder. En ellas encontré tantas consultas, que aunque pudiesen resolverse con facilidad, sobrepasarían por su número el ingenio y el tiempo de cualquiera. Pero son tan difíciles que, si una sola de ellas me hubiese sido impuesta, no dudaría en sentirme sobrecargado. Valga este preámbulo para pedirte que dejes de momento de buscar nuevos temas hasta que me vea libre de toda mi deuda y me escribas tan sólo para indicar tus opiniones. Aunque bien sé que va contra mí, que me privo de participar, aunque sea por tan breve tiempo, de tus divinos pensamientos.
2. Escucha, pues, mi opinión acerca de la asunción mística del hombre, realizada por causa de nuestra salvación, que esta religión en que nos hemos iniciado propone a nuestra fe y a nuestra inteligencia. He escogido esa cuestión, que no es la más fácil de todas, para responder sobre ella, porque me ha parecido más digna que las otras para emplear el esfuerzo del pensamiento. Porque los problemas referentes a este mundo me parece que no ayudan bastante a lograr la vida bienaventurada, y si proporcionan algún deleite al investigarlos, es de temer que ocupen un tiempo que debe emplearse en asuntos mejores. Por eso, en cuanto al problema que ahora nos planteamos, me admiro de que te sorprenda el que no se diga que asumieron al hombre, no solo el Padre y el Hijo, sino también el Espíritu Santo. Esta trinidad católica se propone y se cree, pues, tan inseparable y son tan pocos los santos y bienaventurados que la entienden, que todo lo que es realizado por ella hay que pensar que se debe al Padre, al Hijo y al Espíritu Santo, y que nada hace el Padre que no hagan el Hijo y el Espíritu Santo; y nada hace el Hijo que no hagan el Padre y el Espíritu Santo; y nada hace el Espíritu Santo que no hagan el Padre y el Hijo. De donde parece concluirse que toda la Trinidad asumió al hombre. Porque, si el Hijo lo asumió y no lo asumieron el Padre y el Espíritu Santo, algo realizan separadamente. ¿Por qué, entonces, en nuestros misterios y ritos sagrados se celebra la asunción del hombre atribuida al Hijo? Este es todo el problema, tan difícil y sobre un asunto tan grande, que no puede darse una sentencia suficientemente clara ni una demostración bastante segura. Mas ya que me dirijo a ti, me atrevo a indicarte lo que yo pienso, más bien que a explicarlo, para que por ti mismo tú conjetures lo demás, confiando en tu ingenio y en nuestra amistad, por la que me conoces perfectamente.
3. No hay naturaleza alguna, y en absoluto sustancia alguna, que no contenga en sí y no presente estos tres elementos: primero, el ser; después, el ser esto o lo otro, y tercero, el mantenerse en cuanto pueda en ese su ser. El primero revela la causa misma de la naturaleza, de la que todo procede; el segundo revela la especie, por la que son fabricadas y en cierto modo... y son formadas todas las cosas; el tercero revela una cierta permanencia, por así decirlo, en que están todas las cosas; si puede darse que algo sea, pero no sea esto o lo otro, o que sea y sea esto, pero no tanto tiempo cuanto permanezca en su género, o que sea realmente esto o lo otro, pero sin ser, y sin permanecer en su género en cuanto pueda, o que permanezca realmente según la potencia de su género, pero sin ser y sin ser esto o lo otro, entonces puede darse que en aquella Trinidad una persona haga algo separada de las otras. Pero si ves que necesariamente lo que es tiene que ser esto o lo otro y mantenerse en su género todo lo posible, nada hacen las tres personas separadamente. Veo que he tratado sólo de la parte de esta cuestión por la que la solución se hace difícil. Pero quise mostrarte con brevedad (si he conseguido mi propósito) cuan sutilmente y con cuánta verdad se entiende en la Católica la inseparabilidad de esta Trinidad.
4. Escucha ahora cómo deja de causar sorpresa lo que te sorprende. La especie, que propiamente se atribuye al Hijo, atañe también a la disciplina y a un cierto arte, si utilizamos bien ese término en estos problemas, y a la inteligencia que forma al alma en el pensamiento de las cosas. Y así, ya que con la asunción del hombre se logró que se nos insinuara una cierta disciplina de vida y un ejemplo de obediencia bajo la majestad y claridad de algunas sentencias, se atribuye todo eso con razón al Hijo. Porque en muchos asuntos, que dejo a tu consideración y prudencia, aunque haya muchos aspectos, hay algo que descuella y reclama razonablemente una cierta propiedad. Por ejemplo, en aquellas tres clases de cuestiones, aunque se pregunte por su existencia, se incluye también el qué es, pues no podría existir si no fuese algo; y también hay que ver si se ha de aprobar o reprobar, pues todo lo que existe es digno de alguna estimación. Por ende, cuando se pregunta qué es, es necesario que exista y merezca alguna estimación: del mismo modo, cuando se pregunta por la calidad, es ya algo, sin duda. Y pues los tres elementos son inseparables, la cuestión no toma nombre de todos ellos, sino de la intención del que pregunta. Era, pues, necesaria para los hombres la disciplina en que fueran iniciados y por la que fueran ordenadamente formados. ¿Acaso diremos que lo que se realiza en los hombres por la disciplina no existe o no es apetecible? Mas, ante todo, buscamos conocer un medio por el que alcanzar algo y en el que nos mantengamos. Era, pues, necesario mostrar primero una cierta norma y regla de disciplina. Y eso se verificó por ese plan de la asunción del hombre, que hemos de atribuir propiamente al Hijo: así sería consiguiente, por medio del Hijo, el conocimiento del mismo Padre, esto es, del único principio de quien proceden todas las cosas, y también una cierta interior e inefable suavidad y dulzura para permanecer en este conocimiento y desdeñar todo lo mortal, don y función que se atribuye propiamente al Espíritu Santo. Por ende, aunque todo se haga en completa unión e inseparabilidad, sin embargo, había que señalar una distinción, por nuestra debilidad, pues hemos caído de la unidad en la diversidad. Porque nadie levanta a otro adonde él está si no desciende un tanto al lugar en que el otro está. Ahí tienes la carta, que no terminará tu preocupación sobre este problema, sino que quizá asentará tus pensamientos en un fundamento seguro, para que investigues lo demás con ese ingenio que conozco muy bien, y con esa piedad, en la que sobre todo hay que mantenerse, y lo consigas.