CARTA 10

Traducción: Lope Cilleruelo, OSA

Tema: Invitación a seguir la vocación religiosa.

Agustín a Nebridio

Tagaste: Después de la anterior.

1. Nunca, de verdad, alguno de tus problemas me dejó tan perplejo al pensar, como ese que recientemente leí en tu carta: nos acusas de negligencia en procurar el poder vivir juntos. ¡Gran crimen y, si no fuese falso, peligrosísimo! Mas como una razón muy probable parece demostrar que, según nuestro propósito, podemos habitar aquí mejor que en Cartago o en la finca, estoy realmente incierto, ¡oh mi Nebridio!, sobre lo que he de hacer contigo. ¿Te enviaríamos un vehículo cómodo? Porque nuestro Luciniano afirma que puedes ser transportado cómodamente en una litera cubierta. Pero pienso en tu madre, pues si no toleraba tu ausencia estando sano, mucho menos la tolerará estando enfermo. ¿O iré yo a vosotros? Pero aquí hay algunos que no pueden venir conmigo, y pienso que sería infame abandonarlos. Porque tú puedes habitar tranquilamente dentro de ti mismo, mientras que estamos procurando que ellos adquieran esa facultad. ¿O iré y volveré con frecuencia, y estaré ya contigo ya con ellos? Eso no sería vivir juntos ni, según nuestro propósito, sería vivir. En efecto, el trayecto no es corto, sino tan largo que el tomarse el cargo de realizarlo con frecuencia significaría no haber llegado al retiro deseado. Añádase a esto la debilidad corporal, por la que, como sabes, tampoco yo puedo lo que quiero y tengo que renunciar en absoluto a querer más de lo que puedo.

2. Por consiguiente, pensar durante toda la vida en viajes que no puedes realizar con quietud y facilidad no es propio de un hombre que piensa en ese viaje último que se llama muerte, el único en el que hay que pensar en serio, como sabes. Dios concedió a algunos pocos, que quiso que fueran gobernadores de las Iglesias, el que no sólo esperaran la muerte con fortaleza, sino que la desearan vivamente, aceptando sin angustia alguna las fatigas de los otros viajes. Mas yo pienso que ni a esos que se encargan de la administración por deseo del honor temporal, ni a los que, siendo ciudadanos particulares, apetecen la vida pública, se les concede ese tan gran bien de trabar con la muerte la familiaridad que buscamos en medio del estrépito, de las reuniones y correrías tumultuosas. En cambio, unos y otros podrían deificarse en el retiro. Si eso es falso, yo soy, sin duda, por no decir el más necio, el más cobarde, pues si no disfruto de un retiro seguro, no puedo gustar ni amar ese bien. Es preciso, créeme, un gran aislamiento del tumulto de las cosas pasajeras para que un hombre logre no tener miedo a nada, no por dureza, o por audacia, o por codicia de la gloria vana, o por una credulidad supersticiosa. De aquí brota también aquel gozo sólido que no admite comparación por parte alguna con cualesquiera otras alegrías.

3. Si tal género de vida no corresponde a la naturaleza humana, ¿por qué a veces se produce esta seguridad? ¿Por qué se produce con mayor frecuencia cuando alguien adora a Dios en el santuario de su mente? ¿Por qué, incluso en la actividad humana, se conserva con regularidad esa tranquilidad cuando alguien sale de ese santuario para trabajar? ¿Por qué, a veces, cuando hablo, no temo la muerte, y cuando no hablo aun la deseo? Te lo digo a ti, ya que a ningún otro se lo diría. Te lo digo a ti, cuyas ascensiones a lo alto me son bien conocidas. ¿Acaso tú, que tantas veces has experimentado cuan dulcemente vive el alma cuando muere para el amor corporal, osarás negar que toda la vida del hombre puede ser tan intrépida, que pueda llamarse sabia? ¿O bien te atreverás a afirmar que ese estado de ánimo que la razón intenta, no te ha sobrevenido jamás sino cuando te remontas en tu intimidad? Siendo esto así, ves que sólo resta una cosa: que también tú te preocupes por vivir en común para que vivamos juntos. Lo que ha de hacerse con tu madre, a quien no abandona tu hermano Víctor, tú lo comprendes mejor que yo. No he querido tocar otros puntos para no distraerte de este pensamiento.