Tema: Respuesta a la anterior. Diferencia entre imaginación e inteligencia.
Agustín a Nebridio
Tagaste: Año 388/391.
1 1. Paso por alto el proemio y empezaré al momento lo que tanto deseas que te diga, sobre todo porque no acabaré tan presto. Tú opinas que no puede darse memoria alguna sin imágenes o percepciones imaginarias, que has querido designar con el nombre de fantasías. Mi opinión es diferente. Hay que ver, pues, en primer lugar, que no siempre recordamos cosas pasadas, sino con frecuencia permanentes. Así, mientras la memoria se arroga la tenacidad para conservar el tiempo pasado, consta que contiene tanto cosas que nos abandonaron como cosas que abandonamos nosotros. Cuando recuerdo a mi padre, recuerdo algo que me abandonó y ya no existe. Pero cuando recuerdo a Cartago, recuerdo algo que existe y que yo abandoné: en ambas clases la memoria retiene el tiempo pasado, ya que recuerdo a aquel hombre y a esa ciudad porque los vi, no porque los veo.
2. Quizá tú preguntes ahora:¿A qué viene eso? Sobre todo si adviertes que ambos casos no acuden a la memoria sino con el acompañamiento de una percepción imaginaria. Pero a mí me basta haber mostrado entretanto que la memoria puede referirse a cosas que aún no pasaron. Escucha, pues, con mayor atención lo que esto significa a mi favor. Algunos critican aquella nobilísima teoría socrática en la que se afirma que no se nos infunden como novedades las cosas que aprendemos, sino que mediante el recuerdo son traídas a la memoria. Alegan que la memoria se refiere a cosas pasadas, mientras que las cosas que vemos con la inteligencia, como lo afirma el mismo Platón, permanecen siempre y no pueden perecer, y, por lo tanto, no son pasadas. Pero no se fijan en que esa visión es pasada, pues ya vimos tales cosas con la mente. Al separarnos de ellas y comenzar a ver otras cosas, volvemos a verlas por la reminiscencia, esto es, por la memoria. Por eso, omitiendo otras cosas, la eternidad permanece siempre y no tiene necesidad de ficciones imaginarias que sirvan como vehículos para traerla a las mientes, si bien no podría venir si no la recordásemos. Puede, pues, darse memoria de algunas realidades sin imaginación alguna.
2 3. En cuanto a tu opinión de que el alma, aun antes de usar de los sentidos corporales, puede imaginar lo corporal, se demuestra que es falsa de este modo: si el alma, antes de usar del cuerpo para sentir los cuerpos, puede imaginarlos, estaba en mejor situación (ninguna persona equilibrada dudará de eso) antes de verse enredada en estos sentidos falaces; están en mejor situación las almas de los dormidos que las de los despiertos, y las de los frenéticos que las de los que no tienen esa enfermedad. En efecto, están ya impresionadas por esas imágenes, por las que habrían de ser impresionadas por estos sentidos, mensajeros inútiles. Y entonces, o bien el sol que ellos ven es más verdadero que éste que ven los sanos y despiertos, o bien lo falso será mejor que lo verdadero. Y si eso es absurdo, como lo es, esas imágenes no son otra cosa, Nebridio mío, que impresiones grabadas por los sentidos. Por ellos no se produce una amonestación, como tú escribes, para que las imágenes se formen en el alma, sino que introducen o, por decirlo más claramente, imprimen esta falsedad. En cuanto a eso que te sorprende: cómo es que imaginamos rostros y formas que nunca vimos, tu sorpresa es aguda. Voy, pues, a hacer algo que prolongará esta carta más allá del tamaño acostumbrado, aunque no para ti, pues para ti la página más grata es la que me presenta a ti con mayor locuacidad.
4. Veo que todas estas imágenes, que tú llamas fantasías como otros muchos, se distribuyen con la mayor comodidad y verdad en tres géneros: el primero es impresión de cosas sentidas; el segundo, de cosas opinadas; y el tercero, de cosas racionales. Ejemplos del primer género son cuando mi alma forma en sí misma tu rostro o Cartago, o nuestro difunto amigo Verecundo, o cualquiera otra de las cosas que permanecen o pasaron, pero que yo vi y sentí. En el segundo género entran aquellas cosas que creemos que eran o que son de ese modo; por ejemplo, al exponer algo fingimos ciertas cosas que no impiden la verdad; o bien las figuramos cuando leemos la historia, o cuando oímos, inventamos o sospechamos temas fabulosos: yo me imagino a mi talante, según me viene a las mientes, el rostro de Eneas o el de Medea con sus serpientes aladas y uncidas al yugo, o el de un Cremetes o de un Pármeno. A esta categoría pertenecen también las cosas que cuentan los sabios, encubriendo alguna verdad con tales figuras, o los necios que inventan supersticiones variadas, dándolas por verdaderas; por ejemplo, el Flegetón del Tártaro, las cinco cavernas de la raza de las tinieblas, el cuadrante septentrional que contiene el cielo y mil otras ocurrencias de poetas y herejes. Así decimos también en nuestras discusiones: «imagínate tres mundos iguales a este, uno sobre otro; e imagínate una figura cuadrada que contiene la tierra», y cosas semejantes. Fingimos e imaginamos todas estas cosas según la marcha de nuestra imaginación. En cuanto a las cosas que se refieren a la tercera categoría de imágenes, se trata principalmente de números y dimensiones que, a veces, se dan en la naturaleza de las cosas, como cuando pensamos la figura del mundo entero, y de ese pensamiento surge una imagen en el alma del que piensa; otras veces se producen en las disciplinas, como en las figuras geométricas, en los ritmos musicales y en la infinita variedad de los números; aunque sean reputadas verdaderas como yo creo, engendran, sin embargo, falsas imaginaciones, a las que apenas puede resistir la razón, aunque tampoco es fácil que se libre de ese mal la misma disciplina dialéctica cuando imaginamos como un orden de cuentas en nuestras divisiones y conclusiones.
5. Creo que en toda esta selva de imágenes no opinarás que la primera categoría se dé en un alma antes de unirse a los sentidos: sobre eso no hay que discutir. Sobre las otras dos, con razón deberíamos investigar, si no fuese manifiesto que un alma está menos pendiente de esas falsedades cuando aún no ha sufrido la vanidad de lo sensible y del sentido. ¿Y quién duda de que dichas imágenes son aún más falsas que los objetos sensibles? En efecto, las cosas que pensamos, y creemos o fingimos son del todo falsas en todas sus partes, mientras que las que vemos y sentimos son, sin duda, mucho más verdaderas, como ves. En cuanto a la tercera categoría, cualquier espacio corporal que yo imagine mentalmente, aunque parezca que la imaginación lo ha deducido de los principios de unas disciplinas que no engañan, demuestro que es falso por esos mismos principios que utilicé. De ahí se deduce que no puedo creer que el alma que aún no ha sentido mediante el cuerpo, que aún no ha sido agitada por la sustancia mortal y fugaz mediante estos vanísimos sentidos, fuese víctima de tan ignominiosa falsedad.
3 6. Pues ¿de qué proviene el que imaginemos lo que no vemos? ¿Qué piensas, sino que hay infundida en el alma una potencia singular de disminuir y aumentar, y que la lleva consigo necesariamente a donde fuere? Tal potencia puede descubrirse principalmente en los números. Por ella acontece que, por ejemplo, al presentarse a nuestra mirada la imagen de un cuervo, que ya era conocido de vista, añadiendo y sustrayendo detalles se llega a una cierta imagen nunca vista. Así ocurre que en los espíritus acostumbrados a moverse entre tales ficciones, estas figuras se deslizan en el pensamiento como espontáneamente. Y así, cuando un alma imagina, puede por esos detalles que el sentido introdujo, sustrayendo y sumando, como he dicho, engendrar imágenes que no percibió enteras por ningún sentido, aunque había percibido todos esos detalles en unas y otras cosas. Nosotros, muchachos nacidos y criados junto al Mediterráneo, con sólo ver el agua en una pequeña copa, ya podíamos imaginar el mar, mientras no nos venía a las mientes el sabor de las fresas y durillos antes de gustarlos en Italia. De ahí proviene que los ciegos de nacimiento no saben qué responder cuando se les pregunta sobre la luz y los colores: no han recibido imágenes coloradas, pues no han sentido ninguna.
7. No te extrañe cómo pueden ser imaginadas las cosas que en la naturaleza tienen su propia figura y no las tenga consigo el alma, que está en todas las cosas, antes de haberlas experimentado exteriormente por los sentidos. También nosotros, cuando por la indignación, la alegría y demás movimientos semejantes del alma, cambiamos en nuestro cuerpo muchos rostros y colores, la imaginación no puede concebir tales imágenes que podemos producir. Se producen de esos modos maravillosos que dejo a tu consideración, cuando los números ocultos se activan en el alma sin figura alguna de falsedades corpóreas. Ya que ves tantos movimientos del alma, exentos de todas esas imágenes, sobre las que me consultas ahora, quiero que entiendas que el alma se une al cuerpo por un impulso diferente de esas formas sensibles de la imaginación; pienso, pues, que de ningún modo pudo ser impresionada antes de usar del cuerpo y de los sentidos. Por lo cual, movido por nuestra familiaridad y por la fidelidad al mismo derecho divino, amigo carísimo y amabilísimo, te aconsejaría que no trabes amistad alguna con estas sombras infernales ni vaciles en cortar la que tengas trabada. No es posible en modo alguno resistir a los sentidos corporales, en que consiste nuestra sacratísima disciplina, si por ellos nos dejamos reblandecer con golpes y heridas.