LA GRACIA DE JESUCRISTO Y EL PECADO ORIGINAL

Traducción: P. Andrés Centeno, OSA

Tema: Controversia semipelagiana

A Albina, Piniano y Melania

Cartago. Año 418

Libro Primero

La gracia de Jesucristo

Capítulo I

1. Cuánto nos alegramos de vuestra salud corporal, y más especialmente de la espiritual, estimadísimos hermanos amados de Dios Albina, Piniano y Melania, no pudiéndolo expresar con palabras, os lo encomendamos a vuestro pensamiento y consideración, pasando a tratar ya más bien acerca de las cuestiones sobre las que me habéis consultado. Pues por la prisa del mensajero, en medio de nuestras ocupaciones, más numerosas en Cartago que en ninguna otra parte, en cuanto Dios se ha servido comunicarnos, como hemos podido, hemos dictado estas cosas.

Capítulo II

2. Me escribisteis comunicándome que habíais presionado sobre Pelagio para que condenase por escrito cuanto contra él se dice; y que en vuestra presencia había dicho: "Anatematizo a quien opina o dice que la gracia de Dios, por la cual vino Cristo al mundo a salvar a los pecadores1, no es necesaria no sólo para cada hora o para cada momento, sino también para cada uno de nuestros actos; y todos aquellos que se esfuerzan en hacerla desaparecer reciban eterno castigo". Cualquiera que oiga estas palabras e ignore su modo de sentir, que ha manifestado con suficiente claridad en sus libros, no en aquellos que, según dice, le fueron substraídos antes de haberles dado la última mano o niega en absoluto que sean suyos, sino en aquellos que en la carta que envió a Roma menciona, creerá sin duda que Pelagio piensa en conformidad con la verdad; mas quien conozca lo que en ellos afirma más claramente, tendrá también por sospechosas aun estas palabras.

Pues si hace consistir la gracia de Dios, por la cual Jesucristo vino al mundo a salvar a los pecadores, en la remisión de los pecados, puede acomodar aquellas palabras a este sentido diciendo que por eso es necesaria la gracia para cada hora, para cada momento y para cada uno de los actos, para que, reteniendo siempre en la memoria y teniendo continuamente presente este perdón de los pecados, no pequemos en adelante, fortalecidos no por la comunicación de alguna virtud extraña, sino por las fuerzas de la voluntad propia, que recuerda en cada uno de los actos lo que se le concedió por el perdón de los pecados.

Asimismo, acostumbrando ellos a decir que en eso nos ha proporcionado Cristo la ayuda para no pecar, en que con su santa vida y doctrina nos dio ejemplo, pueden acomodar a esta afirmación aquellas palabras y decir que para cada momento y para cada acto nos es necesaria una gracia de esta clase, esto es, para que en toda nuestra vida contemplemos el ejemplo de la conducta del Señor. Vuestra fe ve con claridad cuánto importa distinguir esta confesión de aquella de que se trata; y, sin embargo, esta diferencia puede ser disimulada por la ambigüedad de sus palabras.

Capitulo III

3. Mas ¿qué tiene de extraño? Pues habiendo condenado Pelagio mismo en las actas episcopales sin ninguna protesta a aquellos que afirman que la gracia y la ayuda de Dios no se nos da para cada acto, sino que consiste en el libre albedrío o en la ley y en la doctrina; y creyendo nosotros que allí habían sido destruidas todas sus tergiversaciones sobre este asunto, ya que condonó aun a aquellos que enseñan que la gracia de Dios se nos otorga según los méritos; a pesar de eso, en los libros que ha publicado en defensa del libre albedrío, de los cuales hace mención en la carta que envió a Roma, se ve que él no piensa cosa distinta de lo que se creía que había condenado. Pues hace consistir la gracia y auxilio de Dios, con que somos ayudados para no pecar, o en la naturaleza y en el libre albedrío o en la ley y en la doctrina; a saber, quiere que se crea que, cuando ayuda Dios al hombre a evitar el mal y obrar el bien, lo hace revelándole y mostrándole lo que debe ejecutarse, pero de ningún modo cooperando con el hombre e inspirándole la caridad para que ejecute lo que ha conocido debe ejecutarse.

4. Porque Pelagio, estableciendo y distinguiendo tres cosas, por las cuales dice que cumplimos los divinos preceptos: la posibilidad, la voluntad y la acción; la posibilidad, por la que el hombre puede ser justo; la voluntad, por la que quiere serlo, y la acción, por la que lo es; confiesa que la primera, a saber, la posibilidad, nos es concedida por el Creador de la naturaleza y que no está en nuestro poder, sino que la poseemos aun contra nuestra voluntad; mas las otras dos, esto es, la voluntad y la acción, afirma que nos pertenecen y de tal modo nos las atribuye, que asegura rotundamente que no dependen sino de nosotros mismos. Por último, dice que la divina gracia no auxilia a estas dos, a la voluntad y a la acción, las cuales quiere que sean exclusivamente nuestras, sino a aquella que tenemos de Dios, a saber, a la posibilidad; como si aquellas que nos pertenecen, esto es, la voluntad y la acción, fueran tan vigorosas para evitar el mal y obrar el bien, que no necesitan del auxilio divino; pero esta que tenemos de Dios, es decir, la posibilidad, fuera tan débil, que de continuo debe ser socorrida con la ayuda de la gracia.

Capitulo IV

5. Mas no sea que alguno diga que no entendemos bien lo que dice, o que con perversa intención alteramos su sentido en otro muy diverso, escuchad ya sus propias palabras: "Nosotros, dice, distinguimos estas tres cosas y las dividimos clasificadas como en un orden determinado. En el primer lugar ponemos el poder; en el segundo, el querer, y en el tercero, el ser. Colocamos el poder en la naturaleza; el querer, en el albedrío, y el ser, en la ejecución. El primero, es decir, el poder, pertenece a Dios, que lo concedió a su criatura; pero los dos restantes, esto es, el querer y el ser, se han de atribuir al hombre, porque proceden de la fuente del albedrío. Por tanto, la gloria del hombre está en su voluntad y en su buena acción; aún más, la del hombre y la de Dios, que le dio la posibilidad de la voluntad y de la acción y la auxilia con la ayuda de su gracia. El que el hombre pueda querer el bien y ejecutarlo, a Dios sólo pertenece. En efecto, puede existir aquél aunque no existieran estos otros dos; mas éstos no pueden existir sin aquél. Y así, soy libre de no tener ni la buena voluntad ni la acción, pero de ningún modo de no tener la posibilidad del bien: se halla en mí aunque no quiera; la naturaleza no admite nunca en esto la ausencia de sí misma.

Algunos ejemplos harán más claro nuestro modo de pensar. El que podamos ver con los ojos no depende de nosotros, mas el que veamos bien o mal, esto sí es nuestro. Y para abarcar en general todas las cosas, el que nosotros podamos hacer, decir, pensar todo el bien, es de aquel que nos concedió este poder y lo ayuda; pero el que obremos o hablemos o pensemos bien, nos pertenece a nosotros, porque todo esto podemos convertirlo también al mal. De ahí que, pues a causa de vuestra calumnia nos vemos forzados a repetirlo muchas veces, cuando decimos que el hombre puede vivir sin pecado, con el reconocimiento de la posibilidad recibida alabamos a Dios, el cual nos ha otorgado este poder, y no hay lugar de alabanza para el hombre allí donde exclusivamente se trata de la causa de Dios, pues no se habla del querer ni del ser, sino solamente de aquello que puede ser".

Capítulo V

6. He aquí todo el dogma de Pelagio, con toda claridad expuesto en el tercer libro en defensa del libre albedrío, donde estas tres cosas: una, que es el poder; otra, que es el querer, y la tercera, que es el ser, esto es, la posibilidad, la voluntad y la acción, con tanta sutileza se preocupó de distinguir, que, cuando leemos u oímos que él confiesa la ayuda de la gracia para evitar el mal y obrar el bien, ya la haga consistir en la ley y en la doctrina, ya en cualquiera otra parte, entendemos lo que dice y no erramos entendiéndole de distinto modo del que piensa. Pues hemos de saber que no cree que nuestra voluntad y acción son ayudadas por el auxilio divino, sino solamente la posibilidad de la voluntad y de la acción, que es la única entre estas tres cosas, según dice, que tenemos de Dios, como si lo que Dios ha colocado en nuestra naturaleza fuera débil; pero las otras dos que Pelagio ha querido atribuirnos fueran de tal suerte fuertes y robustas y de tal modo se bastaran a sí mismas, que no necesitan ningún auxilio de Dios; por eso no nos ayuda para que queramos, ni tampoco para que obremos, sino que tan sólo nos ayuda para que podamos querer y obrar.

Lo contrario asegura el Apóstol: Con temor y temblor obrad vuestra propia salud. Y para que comprendiesen que son ayudados por Dios no sólo en cuanto al poder obrar (pues esto ya lo habían recibido en la naturaleza y en la doctrina), sino también en cuanto al obrar, no dice: Dios es quien obra en nosotros el poder, como si ellos por sí mismos tuvieran en su potestad el querer y el obrar y ninguna necesidad tuvieran, en cuanto a estas dos cosas, del auxilio divino; sino que dice: Pues es Dios quien obra en vosotros el querer y el acabar2, o como se lee en otros códices, y sobre todo en los griegos: el querer y el obrar.

Ved cómo el Apóstol, esclarecido por el Espíritu Santo, previó mucho antes a los futuros adversarios de la gracia de Dios y afirmó que Dios obra en nosotros estas dos cosas, a saber, el querer y el obrar, las cuales éste de tal modo quiso que dependiesen de nosotros como si no fueran ayudadas por el auxilio de la divina gracia.

Capítulo VI

7. Y no sea causa de engaño para los incautos y sencillos ni para el mismo Pelagio el que, después de haber dicho: "Así, pues, la gloria del hombre está en su voluntad y en su buena acción", como corrigiéndose, añadió: "Más aún, la del hombre y la de Dios". Pues no dijo esto porque quisiese que se entendiera, según la verdadera doctrina, que Dios obra en nosotros el querer y el obrar; la razón por qué lo dijo, él mismo la expone con suficiente claridad, añadiendo a continuación: "Pues Dios nos otorgó la posibilidad de la voluntad y de la acción". Y que coloca esta posibilidad en la naturaleza, se ve claramente por sus mismas palabras citadas más arriba.

Mas para que no pareciese que nada decía de la gracia, añadió: "Ayuda además de continuo a esta misma posibilidad con el auxilio de su gracia"; no dijo: La voluntad o la acción; pues si hubiera dicho esto, no parecería disentir de la doctrina apostólica; sino que dijo que "ayuda de continuo, con el auxilio de su gracia, la posibilidad misma", es decir, aquella de las tres cosas que él colocó en la naturaleza; de suerte que la gloria de Dios y la del hombre, que consiste en la voluntad y en la acción, no proviene de que el hombre quiere de tal modo, que, sin embargo, Dios inspira a su voluntad el fuego de la caridad, y de que de tal modo obra, que, sin embargo, Dios coopera, sin cuya ayuda, ¿qué es el hombre?; sino que atribuyó esta alabanza también a Dios, porque de no existir la naturaleza, en que nos creó para que por ella pudiéramos querer y obrar, ni querríamos ni obraríamos.

8. En cuanto a lo que confiesa que esta posibilidad natural es ayudada por la gracia de Dios, no está aquí claro lo que él llama gracia o hasta qué punto cree que es ayudada por ella la naturaleza; pero según puede inferirse de otros pasajes, donde se expresa con más claridad, no quiere que se entienda otra cosa que la ley y la doctrina, por las cuales es ayudada la posibilidad natural.

Capítulo VII

Pues en cierto lugar dice: "Hay hombres ignorantísimos que piensan que hacemos injuria a la divina gracia porque decimos que ella, sin el concurso de nuestra voluntad, de ningún modo puede santificarnos; como si Dios hubiera dado algún precepto a su gracia, y no fuera que Dios a aquellos a quienes impuso el precepto les proporciona también el auxilio de su gracia, para que lo que se les ordena hacer por el libre albedrío, lo puedan cumplir más fácilmente por la gracia". Y como para explicar lo que él llama gracia, a continuación añadió, diciendo: "La cual no decimos, como tú crees, que consiste sólo en la ley, sino también en el auxilio de Dios". ¿Quién aquí no desearía que expusiese lo que él quiere que se entienda por gracia? Por esta razón debemos principalmente esperar de él que pruebe esto que dice, que confiesa que la gracia no consiste exclusivamente en la ley.

Mas ved cómo continuó al vernos suspensos por esta esperanza: "Nos ayuda Dios, dice, por medio de su doctrina y revelación, cuando abre los ojos de nuestro corazón; cuando, para que no seamos absorbidos por lo presente, nos descubre los bienes futuros; cuando nos pone de manifiesto las asechanzas del diablo; cuando nos ilumina con el multiforme e inefable don de su gracia celeste". Después, concluyendo su pensamiento, como a modo de descargo, añadió: "Quien esto sostiene, ¿te parece que niega la gracia? ¿No confiesa igualmente el libre albedrío del hombre y la gracia de Dios?" En todo esto no se aparta de la glorificación de la ley y de la doctrina, inculcando con empeño que ésta es la gracia que nos ayuda, y exponiendo lo que había propuesto al decir que "sino que confesamos que consiste en el auxilio de Dios". Finalmente, juzgó que era preciso insinuar de varias maneras el auxilio de Dios, haciendo mención de la doctrina y de la revelación, de la apertura de los ojos del corazón, del descubrimiento de lo futuro, de la manifestación de las asechanzas diabólicas y de la iluminación con el multiforme e inefable don de la gracia celeste; y todo ello con el fin de que conozcamos los preceptos de Dios y sus promesas. Esto es hacer consistir la gracia de Dios en la ley y en la doctrina.

Capitulo VIII

9. Por aquí se ve que la gracia que Pelagio confiesa es aquella por la que Dios nos indica y revela lo que debemos hacer, no aquella con que nos obsequia y ayuda para que lo obremos, siendo así que el conocimiento de la ley vale más bien cuando falta el auxilio de la gracia, para que se siga la prevaricación del precepto. Pues donde no hay ley, dice el Apóstol, hay tampoco prevaricación3; y en otro lugar: Yo ignoraba la concupiscencia, si la ley no dijera: "No codiciarás"4. Por esta razón, hasta tal punto son distintas la ley y la gracia, que la ley no sólo no nos es útil, sino que, al contrario, nos daña muchísimo, a no ser que socorra la gracia; y se manifiesta esta utilidad de la ley en que, a quienes hace reos de prevaricación, obliga a recurrir a la gracia para ser libertados y para ser ayudados a vencer las malas concupiscencias. Manda más bien que ayuda; señala la enfermedad, pero no la remedia; al contrario, agrava más bien la enfermedad, para que con más cuidado y solicitud se busque la medicina de la gracia. Porque la letra mata, mas el espíritu vivifica5. Pues si hubiese sido dada una ley que pudiese vivificar, entonces la justicia provendría exclusivamente de la ley.

Hasta qué punto, sin embargo, ayuda también la ley, nos lo dice a continuación: Mas la Escritura lo encerró todo bajo el pecado a fin de que la promesa se cumpliese a los creyentes por la fe en Jesucristo. Así, pues, la ley, dice, ha sido nuestro guía que nos ha llevado a Cristo6. Pues esto mismo es útil a los soberbios, el estar encerrados más estrecha y manifiestamente bajo el pecado, para que en el cumplimiento de la justicia no se presuma de las fuerzas del libre albedrío como de fuerzas propias, sino que enmudezca toda boca y todo el mundo resulte reo delante de Dios, porque ningún hombre será justificado por la ley en su presencia. Pues por la ley se nos ha dado el conocimiento del pecado; mientras que ahora, sin la ley, ha sido manifestada la justicia de Dios, testificada por la Ley y los Profetas7. ¿De qué modo es manifestada sin la ley, si por la ley es atestiguada? No quiere decir que sea manifestada sin la ley, sino que es una justicia sin la ley, porque es justicia de Dios, esto es, que no nos proviene de la ley, sino de Dios; no la que es temida al conocer aquel que manda, sino la que es poseída amando aquel que nos la da, para que el que se gloría, gloríese en el Señor8.

Capítulo IX

10. ¿Cómo es que Pelagio tiene por gracia, con la que somos ayudados para la consecución de la justicia, a la ley y a la doctrina, las cuales, cuando mucho, ayudan sólo a buscar la gracia? Pues ninguno puede cumplir la ley por medio de la ley. Porque la plenitud de la ley es la caridad9, y la caridad de Dios es difundida en nuestros corazones no por la ley, sino por el Espíritu Santo que nos ha sido dado10. Por tanto, la gracia es manifestada por la ley, para que la ley sea completada por la gracia. ¿De qué le sirve a Pelagio expresar la misma cosa con diversas palabras, con el fin de que no se entienda que hace consistir en la ley y en la doctrina la gracia, por la que asegura que es ayudada la posibilidad natural? Mas, según creo, teme ser entendido por haber condenado a aquellos que afirman que la gracia y auxilio de Dios no nos es dada para cada acto, sino que consiste en el libre albedrío o en la ley y en la doctrina; y, sin embargo, cree escabullirse dando vueltas, ya bajo unas, ya bajo otras expresiones, a la idea de la ley y de la doctrina.

Capítulo X

11. En otro pasaje, después de haber sostenido por mucho tiempo que la buena voluntad se realiza en nosotros no por el auxilio de Dios, sino por nosotros mismos, Pelagio se objetó a sí mismo el texto de una epístola del Apóstol y dice: "¿Y cómo permanecerá firme aquella sentencia del Apóstol: Dios es quien obra en nosotros el querer y el obrar?" Después, como queriendo resolver esta dificultad que veía estar en absoluta contradicción con su doctrina, añadió a continuación: "Dios obra en nosotros el querer lo que es bueno, el querer lo que es santo, cuando, viéndonos entregados a los deseos terrenos y, como mudos animales, amando únicamente lo presente, nos enardece con la grandeza de la gloria futura y con la promesa de los premios; cuando por la revelación de la sabiduría excita al deseo de Dios a nuestra voluntad absorta; cuando nos aconseja (lo que en otra parte no temes negar) todo lo que es bueno". ¿Qué cosa más manifiesta que él no llama gracia, por la que Dios obra en nosotros el querer lo que es bueno, sino a la ley y a la doctrina? En efecto, en la ley y en la doctrina de las santas Escrituras se nos promete la grandeza de la gloria futura y de los premios. A la doctrina se refiere también elque sea revelada la sabiduría, y del mismo modo, el que nos persuada todo lo que es bueno. Y si entre el enseñar y el aconsejar, o mejor, exhortar, parece que hay alguna diferencia, no obstante, aun esto queda incluido en el significado general de la doctrina, la cual se halla contenida en cualquier clase de discursos y de escritos; porque las santas Escrituras enseñan y exhortan, y el hombre puede también enseñar y exhortar.

Mas nosotros queremos que éste confiese por fin aquella gracia, por la cual no sólo se nos promete la grandeza de la gloria futura, sino también se cree y espera; por la que no solo nos es revelada la sabiduría, sino también es amada; por la que no sólo se nos aconseja todo lo que es bueno, sino también se nos persuade. Pues no creen todos los que oyen por medio de las Escrituras al Señor prometer el reino de los cielos11, ni se logra persuadir a todos aquellos a quienes se aconseja que acudan a aquel que dice: Venid a mí todos los que trabajáis12. Quiénes tienen la fe y a quiénes se logra persuadir a que vengan a Él, el mismo Jesucristo lo declaró con suficiente claridad cuando dijo: Ninguno viene a mí si el Padre, que me envió, no le trajere: y poco después, hablando de los que no creían, añadió: Ya os he dicho que nadie puede venir a mí si no le fuere concedido por mi Padre13. Esta gracia debe confesar Pelagio si quiere no sólo ser llamado cristiano, sino también serlo.

Capitulo XI

12. Mas ¿qué diré acerca de la revelación de la sabiduría? No es fácil que alguno espere poder llegar en esta vida a la sublimidad de las revelaciones del apóstol San Pablo; y ¿qué otra cosa hemos de creer que solía revelársele sino cosas relativas a la sabiduría? Y, no obstante, dice: Para que no me desvanezca con la grandeza de mis revelaciones me ha sido dado el aguijón de mi carne, ángel de Satanás, que me abofetee. Por lo cual, por tres veces he pedido al Señor que le apartase de mí, y me respondió: "Bástate mi gracia, porque la virtud se perfecciona en la debilidad"14. Sin duda alguna, si ya entonces el Apóstol hubiese poseído la caridad suma que no pudiese ser aumentada ni pudiera tampoco engreírse, ¿sería necesario el ángel de Satanás, para que abofeteándole reprimiese la soberbia que pudiera haber en la grandeza de las revelaciones? Pues ¿qué otra cosa es el orgullo que hinchazón? Y acerca de la caridad, con absoluta exactitud se ha dicho: La caridad no es envidiosa, no se infla15. Esta caridad progresaba aun entonces de día en día en tan excelso Apóstol, mientras su hombre interior se renovaba de día en día16, y que, sin duda, alcanzaría su perfección donde ya no podría engreírse. Mas entonces su espíritu se encontraba aún donde podía exaltarse con la grandeza de las revelaciones, hasta que estuviese lleno del sólido edificio de la caridad, pues aun no había tomado posesión con su llegada, a donde se encaminaba progresando.

Capítulo XII

13. Y así, a aquel que no quería soportar la molestia, por la cual se impedía su orgullo, antes de tener la última y suma perfección de la caridad, con todo derecho se le dice: Bástate mi gracia, pues la virtud se perfecciona en la debilidad; en la debilidad, no sólo como cree Pelagio, de la carne, sino en la de la carne y en la del espíritu; porque también el espíritu, al cual, para que no se enorgulleciese, le había sido dado el estímulo de la carne, ángel de Satanás, en comparación de aquella suma perfección, era débil; por más que fuera vigorosísimo en parangón con los carnales o con los que, a modo de animales, no perciben las cosas que son del Espíritu de Dios17. Por lo cual, si la virtud se perfecciona en la flaqueza, quien no se confesare débil, no se perfeccionará. Pues esta gracia, por la cual la virtud se perfecciona en la flaqueza, conduce a los predestinados y llamados según el designio de Dios a la suma perfección y glorificación18. Y ella hace que nosotros no sólo conozcamos lo que se ha de ejecutar, sino también que, una vez conocido, lo ejecutemos; y que no sólo creamos lo que se ha de amar, sino también que, una vez creído, lo amemos.

Capitulo XIII

14. Si esta gracia debe llamarse doctrina, llámese así en buena hora, con tal que se crea que Dios con inefable suavidad la infunde más profunda e íntimamente no sólo por medio de aquellos que plantan y riegan exteriormente, sino también por sí mismo, que calladamente suministra el incremento19, de tal modo que no sólo manifiesta la verdad, sino también comunica la caridad. Pues de este modo enseña Dios a los que según su designio han sido llamados, concediéndoles juntamente conocer lo que deben obrar y obrar lo que conocen. Por lo cual así escribe el Apóstol a los Tesalonicenses: Mas acerca de la caridad fraterna no tenéis necesidad de que se os escriba, pues vosotros mismos habéis aprendido de Dios a amaros unos a otros. Y para probar que lo habían aprendido de Dios, añadió: Así, en efecto, lo hacéis con todos los hermanos que moran en toda la Macedonia20. Asentando como señal ciertísima de haberlo aprendido de Dios el que se ejecute lo que se hubiere aprendido. De este modo son todos los llamados según el designio de Dios, como está escrito en los profetas: Enseñados por Dios21.

Mas quien conoce lo que se debe hacer y no lo hace, ese tal aún no ha aprendido de Dios según la gracia, sino según 1a ley; no según el espíritu, sino según la letra. Pero muchos parece que ejecutan lo que ordena la ley por temor de la pena, no por amor de la justicia; y a esta justicia que proviene de la ley llama el Apóstol suya, pues es como imperada, no dada. Mas si es dada, no se llama justicia nuestra, sino de Dios, porque de tal modo llega a ser nuestra, que, sin embargo, nos viene de Dios. Pues dice: Para que me encuentre en Él, no teniendo una justicia mía propia, que proviene de la ley, sino aquella que proviene de la fe en Jesucristo: la justicia que proviene de Dios22.

Tanta es, pues, la distancia entre la ley y la gracia, que, aun no dudando que la ley viene de Dios, no obstante, la justicia que procede de la ley no viene de Dios, sino la justicia que se consuma por la caridad ésta sí viene de Dios. Porque se llama justicia legal la que resulta a causa de la maldición de la ley, mas se llama justicia de Dios la que se da por beneficio de la gracia, para que el precepto no sea terrible, sino suave, como se pide en el Salmo: Suave eres, Señor, y en tu suavidad enséñame tu justicia23; esto es, de tal modo que no me vea forzado a estar servilmente bajo la ley por temor del castigo, sino que me deleite de estar abrazado a la ley por la libre caridad. Pues libremente cumple el precepto quien de grado lo cumple; y todo aquel que aprende de este modo, ejecuta absolutamente todo lo que ha aprendido que debe obrar.

Capítulo XIV

15. De este modo de enseñar dice también el Señor: Todo el que ha oído a mi Padre y ha aprendido viene a mí24. Luego de aquel que no viniere, no se podrá decir con verdad: Oyó ciertamente y aprendió que debía venir, mas no quiere ejecutar lo que aprendió. Hablar así acerca del modo con que enseña Dios por su gracia sería absolutamente erróneo. Pues si, como dice la Verdad, todo el que ha aprendido viene a mí, quien no viene es, sin duda, que no ha aprendido. Pero ¿quién no ve que el venir o no venir es asunto del albedrío de la voluntad? Mas este albedrío puede estar solo, si no viene; pero si viene, no puede menos de estar ayudado; y de tal suerte ayudado, que no sólo conoce lo que debe hacer, sino que hace lo que ha aprendido. Y por esta razón, cuando Dios enseña no por la letra de la ley, sino por la gracia de su Espíritu, enseña de tal modo, que lo que se ha aprendido no sólo se ve con la inteligencia, sino también se apetece con la voluntad y se ejecuta con la acción. Por este divino modo de enseñar no sólo es ayudada la posibilidad natural de querer y de obrar, sino también la voluntad misma y la acción.

En efecto, si solamente fuese ayudado nuestro poder por esta gracia, así habría dicho el Señor: Todo el que ha oído a mi Padre y ha aprendido puede venir a mí. Mas no dijo esto, sino: Todo el que ha oído a mi Padre y ha aprendido viene a mí. El poder venir, Pelagio lo coloca en la naturaleza, o también, como hace poco empezó a decir, en la gracia, tal como él la entiende, "con la cual —según dice— es ayudada la posibilidad"; por el contrario, el venir depende de la voluntad y de la acción. Pero de que uno pueda venir no se sigue que también venga, a no ser que quisiere y lo ejecutare. Mas todo aquel que ha aprendido del Padre, no sólo puede venir, sino que viene; donde se halla ya la eficacia de la posibilidad, el afecto de la voluntad y el resultado de la acción.

Capitulo XV

16. ¿Qué quieren decir los ejemplos que propone Pelagio, sino hacernos, como prometió, el sentido más claro; no que debamos aprobarlos, sino que conozcamos más clara y manifiestamente lo que él piensa? "El que nosotros, dice, podamos ver con los ojos, no es nuestro; mas el que veamos bien o mal, esto sí nos pertenece". Respóndale el Salmo, donde se dice a Dios: Aparta mis ojos para que no vean la vanidad25. Y si esto se ha dicho de los ojos del espíritu, de ahí proviene en verdad a los ojos de la carne tanto el ver bien como mal, pues no se habla aquí en el mismo sentido que cuando se dice que ven bien los que miran con ojos sanos, y mal, los que con ellos enfermos; sino que aquí decimos que ven bien para socorrer y mal para codiciar. Pues aunque por medio de los ojos exteriores se ve al pobre que se socorre y a la mujer que se desea, sin embargo, la misericordia y la concupiscencia, para ver bien o mal, proceden de los interiores. ¿Por qué, pues, se dice a Dios: Aparta mis ojos para que no vean la vanidad? ¿Por qué se pide lo que está en nuestro poder, si Dios no ayuda a nuestra voluntad?

Capitulo XVI

17. "El que podamos hablar, dice, proviene de Dios; mas el que nosotros hablemos bien o mal, procede de nosotros mismos". No enseña esto aquel que habla bien. Porque no sois vosotros, dice, los que habláis; sino el Espíritu de vuestro Padre, él habla en vosotros26. "Y para abarcar en general todas las cosas, el que podamos obrar, decir y pensar todo el bien procede de aquel que este poder nos concedió y lo ayuda". Vuelve a repetir aquí el mismo sentido que expuso anteriormente: que de las tres cosas, esto es, la posibilidad, la voluntad y la acción, sólo la posibilidad es ayudada.

Finalmente, para completar lo que intenta, dijo a continuación: "Mas el que obremos, hablemos y pensemos bien es propio nuestro". Se le pasó aquí lo que más arriba había como corregido, donde, después de haber dicho: "Por tanto, la gloria del hombre consiste en su buena voluntad y en su buena acción", añadió diciendo: "Aún más, la del hombre y la de Dios, que le dio la posibilidad de la voluntad y de la acción". ¿Por qué en estos ejemplos no volvió a recordar esto mismo, de tal suerte que, al menos al fin de ellos, dijera: El que podamos obrar, decir y pensar todo el bien pertenece a aquel que nos otorgó este poder y lo ayuda, mas el que obremos o digamos o pensemos bien es propio nuestro y de Dios? No dijo así, y, si no me engaño, me parece ver lo que temió.

Capítulo XVII

18. Pues queriendo declarar por qué nos pertenece a nosotros, dijo: "Porque todas estas cosas podernos también convertirlas al mal". Luego la razón para no decir que es nuestro y de Dios fue que temió que se le pudiese replicar: Si el que obremos, hablemos y pensemos bien nos pertenece a nosotros y a Dios, por habernos concedido El este poder, por el mismo motivo, es nuestro y de Dios el que obremos, hablemos y pensemos el mal, porque nos concedió ese poder para lo uno y para lo otro; y así, lejos de nosotros tal pensamiento, del mismo modo que somos alabados juntamente con Dios en las buenas obras, así también juntamente con El debemos ser censurados en las malas. En efecto, esa posibilidad que nos concedió hace que nosotros podamos igualmente lo bueno que lo malo.

Capítulo XVIII

19. Acerca de esta posibilidad, Pelagio, en el libro primero en defensa del libre albedrío, habla en estos términos: "Tenemos la posibilidad de ambas cosas concedida por Dios, como una cierta raíz, por decirlo así, fructífera y fecunda, la cual de la voluntad misma del hombre engendra y produce diversos frutos y puede, a voluntad del propio cultivador, o brillar con la flor de las virtudes o estar erizada con las espinas de los vicios". Donde, no reflexionando en lo que dice, establece como una sola y misma raíz la del bien y la del mal, contra la verdad evangélica y la doctrina apostólica. El Señor dice que ni el árbol bueno puede producir malos frutos, ni el malo, buenos27; y el apóstol San Pablo, cuando dice que la raíz de todos los males es la avaricia28, nos advierte que la caridad debe entenderse como raíz de todos los bienes. Si los dos árboles, el bueno y el malo, son dos hombres, el uno bueno y el otro malo, ¿qué es el hombre bueno sino el de voluntad buena, esto es, el árbol de raíz buena? Y ¿qué es el hombre malo sino el de voluntad mala, esto es, el árbol de mala raíz? Mas los frutos de estas raíces y de estos árboles son las obras, los dichos, los pensamientos; y son buenos los que proceden de voluntad buena, y malos, los que de mala.

Capitulo XIX

20. El hombre hace bueno el árbol cuando recibe la gracia de Dios. Pues por sí mismo no se hace de malo bueno, sino de aquel, por aquel y en aquel que es siempre bueno; y no sólo para ser árbol bueno, sino también para producir frutos buenos, es necesario que sea ayudado de la misma gracia, sin la cual no puede realizar ningún bien. Pues coopera al fruto en los buenos árboles aquel que exteriormente riega y cultiva por medio de algún ministro e interiormente por sí mismo da el incremento29. Por el contrario, el hombre hace malo el árbol cuando a sí mismo se hace malo, cuando se aparta del bien inconmutable, ya que la separación de ese bien es el origen de la mala voluntad. Mas esta separación no da comienzo a otra naturaleza mala, sino que vicia a aquella que fue creada buena; pero, una vez corregido el vicio, ningún mal subsiste, porque el vicio estaba adherido a la naturaleza, mas era vicio, no naturaleza.

Capitulo XX

21. Por tanto, aquella posibilidad no es, contra lo que cree Pelagio, una sola y misma raíz del bien y del mal. Pues una cosa es la caridad, raíz del bien, y otra la avaricia, raíz del mal; y difieren entre sí tanto como la virtud y el vicio. Pero la posibilidad es ciertamente capaz de ambas raíces; porque no sólo puede tener la caridad, por la cual será árbol bueno, sino también la avaricia, por la cual será árbol malo. Y la avaricia, que es un vicio, tiene por autor al hombre o al seductor del hombre, no al Creador del hombre. Pues ella misma es la concupiscencia de la carne, la concupiscencia de los ojos y la ambición del siglo, la cual no procede del Padre, sino del mundo30. Y ¿quién ignora que la Escritura suele llamar con el nombre de mundo a aquellos por quienes este mundo es habitado?

Capítulo XXI

22. En cuanto a la caridad, que es una virtud, de Dios nos proviene, no de nosotros, como lo atestigua la Escritura, que dice: La caridad procede de Dios; y todo aquel que ama ha nacido de Dios y conoce a Dios, porque Dios es caridad31. Según esta caridad, se comprende mejor la sentencia de la Escritura: El que ha nacido de Dios no peca y no puede pecar32. Porque la caridad, según la cual ha nacido de Dios, no obra con mala intención, no piensa mal33. Así, pues, cuando peca el hombre, no peca según la caridad, sino según la concupiscencia, según la cual no ha nacido de Dios, puesto que la posibilidad, como ya se ha dicho, es capaz de ambas raíces. Por tanto, diciendo la Escritura: La caridad procede de Dios, o, lo que es aún más: Dios es caridad, y proclamando clarísimamente el apóstol San Juan: Ved qué caridad nos ha dado el Padre, haciendo que nos llamemos hijos de Dios y lo seamos34; ¿cómo oyendo Pelagio Dios es caridad sigue todavía defendiendo que de aquellas tres cosas, únicamente la posibilidad la tenemos de Dios, y que la buena voluntad y la buena acción las tenemos de nosotros mismos? Como si la buena voluntad fuera cosa distinta de la caridad, la cual la Escritura proclama categóricamente que nos proviene de Dios y que nos ha sido dada por el Padre para que fuésemos hijos suyos.

Capitulo XXII

23. Mas tal vez nuestros méritos precedentes hicieron que se nos diese, como piensa Pelagio acerca de la gracia de Dios en el libro que escribió a una santa virgen, y del cual hace también mención en la carta que envió a Roma. Pues en él, después de haber alegado el texto del apóstol Santiago en que dice: Estad sujetos a Dios, mas resistid al diablo y huirá de vosotros35, dice a continuación: "Manifiesta de qué modo debemos resistir al diablo, si realmente estamos sujetos a Dios y si, cumpliendo su voluntad, merecemos la divina gracia, para resistir más fácilmente, con el auxilio del Espíritu Santo, al espíritu maligno".

¡Ved con qué sincero corazón condenó en el tribunal eclesiástico palestinense a aquellos que sostienen que se nos concede la gracia de Dios según nuestros méritos! ¿Es que podemos dudar de que él sigue pensando y proclamando manifiestamente esto? Y siendo así, ¿cómo puede ser sincera su confesión en aquella reunión de los obispos? ¿No tendría ya escrito este libro, en el que clarísimamente afirma que la gracia se nos concede según los méritos, doctrina que condenó sin ninguna dificultad en el sínodo oriental? En este caso habría confesado que así había pensado él en otro tiempo, pero que ya no lo pensaba, para que pudiéramos regocijarnos sin rebozo de su corrección. Pues como se le hubiese objetado entre las demás cosas también esto, respondió: "Si estas cosas son o no de Celestio, véanlo aquellos que dicen que lo son; en cuanto a mí, nunca lo he sostenido, y anatematizo a los que eso sostienen". ¿Cómo nunca lo ha sostenido, si ya antes había escrito este libro? O ¿cómo anatematiza a los que esto defienden, si lo escribió después?

24. Pero no sea que quizá responda que él dijo entonces que "cumpliendo la voluntad de Dios merecemos la divina gracia", del mismo modo que se dice que a los fieles y a los que viven piadosamente se les concede nueva gracia, con la cual puedan resistir valerosamente al tentador, a pesar de haber recibido también anteriormente la gracia de cumplir la voluntad de Dios; para que no responda, digo, de este modo, escuchad a este mismo propósito otras palabras suyas: "El que corre, dice, al Señor y desea ser dirigido por Él, esto es, subordinar su voluntad a la voluntad de Dios; el que, estando adherido a Él constantemente, se hace, como dice el Apóstol, un solo espíritu con Él36, esto sólo lo consigue por la libertad del albedrío". Ved qué cosa tan excelsa dice que sólo se consigue por la libertad del albedrío; y por esto juzga que sin la ayuda de Dios podemos estar unidos con Él, pues esto significa "sólo por la libertad del albedrío"; de suerte que una vez unidos con Dios, sin necesidad de su ayuda, ya merecemos ser ayudados por habernos unido con Él.

Capítulo XXIII

Y prosigue diciendo: "Quien usa bien de ella —esto es, de la libertad del albedrío—, de tal modo, dice, se entrega totalmente a Dios y mortifica su voluntad, que puede decir con el Apóstol: Y ya no vivo yo, sino que es Cristo quien vive en mi37; y pone su corazón en las manos de Dios, para que, a donde quisiere, Dios lo incline38". Gran ayuda por cierto de la divina gracia es el que Dios incline nuestro corazón hacia donde El quisiere. Mas esta tan grande ayuda la merecemos, como éste delira, cuando sin ninguna ayuda, sino exclusivamente por la libertad del albedrío, corremos hacia el Señor, cuando deseamos ser dirigidos por Él, cuando subordinamos nuestra voluntad a la voluntad divina y, finalmente, cuando, estando constantemente unidos con Dios, nos hacemos juntamente con El un solo espíritu. Y estos tan extraordinarios bienes los obtenemos, según Pelagio, exclusivamente por la libertad del albedrío, de tal suerte que por estos méritos precedentes alcanzamos la gracia de que Dios incline nuestro corazón hacia donde El mismo quisiere.

Mas ¿cómo será gracia, si no se concede gratuitamente? ¿Cómo será gracia, si se paga por deuda? ¿Cómo será verdadero lo que dice el Apóstol: Esto no procede de vosotros, sino que es un don de Dios; tampoco de las obras, para que nadie se engría39; y en otro lugar: Mas si por gracia, ya no es por las obras; de lo contrario, ya no sería gracia?40 ¿Cómo, digo, sería esto verdad, si preceden obras tan excelsas, las cuales nos dan el mérito de conseguir la gracia, con lo cual no se nos concede gratuitamente, sino que se paga por deuda? ¿Luego para llegar al auxilio de Dios se corre hacia El sin su auxilio; y para ser ayudados por Dios, por estar unidos con Él, llegaremos a unirnos con El sin su ayuda? ¿Qué don mayor o qué cosa semejante podrá obtenernos la gracia misma, si ya sin ella hemos podido llegar a ser un solo espíritu con el Señor tan sólo por la libertad del albedrío?

Capítulo XXIV

25. Quisiera que Pelagio dijese si aquel rey asirio, cuyo lecho execraba la santa mujer Ester, cuando se hallaba sentado en el trono de su reino y vestido con todo el aparato de su esplendor, adornado todo él de oro y piedras preciosas, y su presencia era terribilísima; cuando elevando su rostro, encendido por el brillo, la miró, como el toro en el ímpetu de su indignación, por lo que la reina temió y se le mudó el color a causa del desfallecimiento y se dejó caer sobre la cabeza de su sirvienta, que la precedía; quisiera, digo, que nos dijese si aquel rey ya había corrido al Señor, si había deseado ser regido por Él, si había subordinado su voluntad a la del Señor y si, unido constantemente con Él, había llegado a ser con El un solo espíritu solamente por la libertad del albedrío; si se había, además, entregado totalmente a Dios, si había mortificado toda su voluntad y, por fin, si había puesto su corazón en manos de Dios. Creo, no que deliraría, sino que estaría loco el hombre que así pensase acerca de aquel rey tal cual era entonces; y, sin embargo, convirtió el Señor y mudó su indignación en mansedumbre41. ¿Quién no ve que es más difícil convertir y cambiar la indignación en mansedumbre que inclinar a un lado o a otro un corazón en un estado indiferente situado a igual distancia de una y otra? Lean, pues, y entiendan, consideren y confiesen que Dios, no por la ley y la doctrina que resuena exteriormente, sino por el interno y oculto, admirable e inefable poder, obra en los corazones de los hombres no sólo verdaderas revelaciones, sino también buenas voluntades.

Capítulo XXV

26. Cese Pelagio ya de engañarse a sí mismo y de engañar a los demás, altercando contra la gracia de Dios. Pues ésta ha de ser predicada no sólo en favor de una de aquellas tres cosas, esto es, en favor de la posibilidad de nuestra buena voluntad y acción, sino también en favor de la buena voluntad misma y de la acción. Pues si bien establece que la posibilidad es capaz de ambas cosas, sin embargo, no por eso se han de atribuir también a Dios nuestros pecados, como por razón de esta misma posibilidad quiere atribuirle nuestras buenas obras. No ensalce el auxilio de la divina gracia tan sólo porque ayuda la posibilidad natural. Cese ya de afirmar: "El que podamos obrar, decir y pensar todo el bien pertenece a aquel que nos concedió y ayuda este poder, mas el que obremos o hablemos o pensemos bien es exclusive nuestro". Cese, digo, de hablar así. Pues Dios no sólo nos otorgó nuestro poder y le presta su ayuda, sino también obra en nosotros el querer y el obrar42. No porque nosotros no queramos o no obremos, sino porque sin su auxilio ni queremos nada bueno ni lo obramos tampoco.

¿Cómo se podrá decir: "El que podamos obrar bien pertenece a Dios, mas el que obremos es propio nuestro", siendo así que dice el Apóstol que ruega a Dios por aquellos a quienes escribía para que no hiciesen nada malo e hiciesen lo que es bueno? En efecto, el Apóstol no dice: "Pedimos" que no podáis obrar nada malo, sino que no obréis nada malo; ni tampoco dice: Que podáis obrar el bien, sino que obréis el bien43. Pues aquellos de quienes está escrito: Todos los que son impulsados por el Espíritu de Dios son hijos de Dios44, evidentemente, para que obren lo que es bueno, son impulsados por aquel que es bueno. ¿Cómo dice Pelagio: "El que podamos hablar bien lo tenemos de Dios, pero el que hablemos bien es exclusivo nuestro", cuando dice el Señor: Es el Espíritu de vuestro Padre quien habla en vosotros? No dice: No sois vosotros quienes os habéis dado el poder de hablar bien, sino que dice: No sois vosotros los que habláis45. Ni dice tampoco: "Es el Espíritu de vuestro Padre" el que os da o ha dado el poder de hablar bien, sino el que habla en vosotros; Jesucristo no indica la ayuda de la posibilidad, sino que expresa el efecto de la cooperación. ¿Cómo dice el engreído defensor del libre albedrío: "El que podamos pensar bien nos viene de Dios, mas el que pensemos bien es propio nuestro"? Y le responde el humilde predicador de la gracia: No porque por nosotros seamos capaces de pensar algo, como de nosotros mismos, sino que nuestra suficiencia viene de Dios46. No dice "poder pensar", sino "pensar".

Capítulo XXVI

27. Confiese Pelagio que esta gracia de Dios está patente en las divinas letras y no oculte por impudentísimo pudor que ya ha tiempo ha pensado de modo contrario, sino que lo descubra con saludabilísimo dolor, para que la santa Iglesia no se vea turbada por su terca obstinación, sino que se regocije por su sincera corrección. Distinga como se debe distinguir el conocimiento y el amor. Porque la ciencia infla, la caridad edifica47. Mas la ciencia no infla cuando la caridad edifica. Y aunque la una y la otra son don de Dios, pero una menor y otra mayor, no exalte de tal modo nuestra justicia sobre la alabanza del justificador, que de estos dos dones atribuya el menor al auxilio divino y el mayor se lo asigne al albedrío humano.

Y si conviniere en que nosotros recibimos por la gracia de Dios la caridad, no piense que se nos concede porque hayan precedido buenos méritos por nuestra parte. Porque ¿qué buenos méritos podíamos tener cuando no amábamos a Dios? Pues para que recibiéramos la caridad, con que le amásemos, fuimos amados cuando aun no la teníamos. Así lo dice clarísimamente el apóstol San Juan: No porque nosotros hayamos amado a Dios, sino porque El mismo nos amó. Y en otra parte: Amémosle nosotros, porque El nos amó el primero48. Saludabilísima y muy verdadera sentencia. Pues no tendríamos de dónde amarle si no lo hubiéramos recibido de El amándonos el primero. ¿Qué bien podríamos hacer si no amásennos? O ¿cómo no haremos el bien si amamos?

Pues aun cuando parece que a veces se cumple el mandato de Dios no por amor, sino por temor, sin embargo, donde no hay amor, ninguna obra buena es tomada en cuenta, ni, hablando en rigor, puede llamarse obra buena; porque todo lo que no es según la fe, es pecado49, y la fe obra por la caridad50. Y por esto, la gracia de Dios, por la cual es derramada la caridad de Dios en nuestros corazones por el Espíritu Santo que nos ha sido dado51, de tal modo debe confesarla el que en verdad quiera confesarla, que no dude que sin ella no puede en absoluto ejecutarse ningún bien que se relacione con la piedad y con la verdadera justicia. No como la confiesa Pelagio, el cual, cuando dice que "para esto es concedida la gracia, para que lo que es mandado por Dios se cumpla más fácilmente", con suficiente claridad manifiesta su pensamiento acerca de ella, a saber, que aun sin la gracia, si bien con menos facilidad, puede cumplirse lo que por disposición divina se manda.

Capitulo XXVII

28. Da a conocer, a la verdad, sus resabios en el libro dedicado a una santa virgen, del cual ya hice mención anteriormente, cuando dice: "Merecemos la divina gracia para resistir más fácilmente, con el auxilio del Espíritu Santo, al espíritu maligno". ¿Con qué fin añadió esta palabra "más fácilmente"? ¿Es que no estaba completo el sentido de la frase "para que, con el auxilio del Espíritu Santo, resistamos al espíritu maligno"? Mas ¿quién no comprende cuánto le perjudicó con este aditamento? Queriendo que se crea que es tal el vigor de la naturaleza, en cuyo encomio se extravía, que aun sin el auxilio del Espíritu Santo, si bien no tan fácilmente, se resiste, sin embargo, de algún modo al espíritu maligno.

Capitulo XXVIII

29. También en el libro primero en defensa del libre albedrío dice: "Mas aunque tenemos en nosotros el libre albedrío tan fuerte y vigoroso para no pecar, don que a la naturaleza humana en general concedió el Creador por su inestimable bondad, somos además fortificados con su cuotidiano auxilio". ¿Qué necesidad tenemos de este auxilio, si tan fuerte y vigoroso para no pecar es el libre albedrío? Aquí también quiere que se entienda que para esto sirve el socorro divino, para que más fácilmente se cumpla por medio de la gracia lo que, aunque menos fácilmente, cree, sin embargo, que se puede cumplir sin ella.

Capitulo XXIX

30. Asimismo, en el mismo libro, en otro lugar, dice: "Para que lo que se manda a los hombres hacer por el libre albedrío puedan más fácilmente cumplirlo por la gracia". Suprime esta palabra "más fácilmente", y no sólo será completo el sentido, sino también verdadero, si se dijere así: "Para que lo que se manda a los hombres hacer por el libre albedrío puedan cumplirlo por la gracia". Mas al añadir "más fácilmente" se sugiere, aunque solapadamente, que también puede realizarse el cumplimiento de la buena obra sin la gracia de Dios. Pero este modo de pensar lo desmintió aquel que dice: Sin mí nada podéis hacer52.

Capítulo XXX

31. Corrija Pelagio todo esto para que, si la debilidad humana erró en la profundidad de estos grandes misterios, no se añada también a este error el engaño o despecho diabólico, ya negando lo que piensa, ya defendiendo eso mismo que erróneamente piensa, aun después de haber conocido, al darse cuenta de la evidencia do la verdad, que él no debió pensarlo. Pues aún no he hallado en los escritos de Pelagio y de Celestio, en cuantos libros he podido leer, que ellos confiesen, de la manera que se debe confesar, esta gracia por la cual somos justificados, esto es, por la que la caridad de Dios es derramada en nuestros corazones por el Espíritu Santo que nos ha sido dado. Jamás advertí que ellos reconozcan a los hijos de la promesa como deben ser reconocidos, acerca de los cuales dice el Apóstol: No los que son hijos de la carne, ésos son hijos de Dios; sino los que son hijos de la promesa, ésos se cuentan como descendientes53. Pues lo que Dios promete no lo ejecutamos nosotros por el albedrío o por la naturaleza, sino que El mismo lo ejecuta mediante la gracia.

32. Pues prescindiendo por ahora de los opúsculos o libelos de Celestio, que él alegó en los tribunales eclesiásticos, todos los cuales, juntamente con otras cartas que juzgué necesarias, mandé que os fuesen enviados, si todos ellos los examináis diligentemente, podréis advertir que él no hace consistir la gracia de Dios, por la que somos ayudados o a evitar el mal o a obrar el bien, fuera del natural albedrío de la voluntad, más que en la ley y en la doctrina; de tal suerte que afirma que las mismas oraciones sólo son necesarias para mostrar al hombre lo que desea y lo que ama; así, pues, omitiendo por ahora estas cosas, digo que Pelagio mismo envió a Roma una carta y una profesión de su fe, escribiendo al papa Inocencio, de feliz memoria, de quien ignoraba que hubiera muerto. En esa carta dice: "Que hay cosas acerca de las cuales ciertos hombres tratan de infamarle; una es que niega a los niños el sacramento del bautismo y que promete a algunos el reino de los cielos sin la redención de Jesucristo; otra, que afirma que el hombre puede hasta tal punto evitar el pecado, que llega a excluir el auxilio de Dios, y confía de tal modo en el libre albedrío, que niega la ayuda de la gracia". Mas acerca del bautismo de los niños, aunque concede que debe administrárseles, cuan perversamente piensa contra la fe cristiana y contra la verdad católica, no es éste el lugar de tratarlo con alguna detención, pues ahora debemos concluir acerca de la ayuda de la gracia lo que nos hemos propuesto. Veamos su respuesta a estas acusaciones. Omitiendo sus quejas llenas de odio contra sus enemigos, cuando llega al asunto, se expresó en los siguientes términos.

Capítulo XXXI

33. "Justifíqueme, dice, ante vuestra beatitud esta carta, en la cual afirmo lisa y llanamente que nosotros para pecar y para no pecar poseemos, sin lesión alguna, el libre albedrío, el cual en todas las buenas obras es incesantemente ayudado por el auxilio divino". Veis, según la inteligencia que Dios os ha dado, que estas palabras suyas no bastan para resolver la cuestión. Pues preguntamos aún con qué auxilio dice que es ayudado el libre albedrío, no sea que, como suele, quiera que se entienda la ley y la doctrina. Y si se le preguntare por qué dijo "siempre", podrá responder: Porque está escrito: Y en su ley meditará día y noche54. Después, habiendo intercalado algunas palabras acerca del estado del hombre y de su natural posibilidad para pecar y para no pecar, añadió diciendo: "Y este poder del libre albedrío lo tienen universalmente todos, los cristianos, los judíos y hasta los gentiles. Por naturaleza, el libre albedrío es igual en todos, pero sólo en los cristianos es ayudado por la gracia". De nuevo preguntamos: ¿Por qué gracia? Y todavía podrá respondernos: Por la ley y por la doctrina cristiana.

34. Además, cualquier cosa que sea lo que entiendo por gracia, afirma que se da a los cristianos mismos según los méritos, a pesar de que en Palestina, ya lo he recordado anteriormente, condenó en su famosa justificación a los que esto sostienen. He aquí sus palabras: "En aquéllos, dice, la excelencia de su condición está desnuda e indefensa"; se refiere a los que no son cristianos. Después, continuando lo demás, dice: "Pero en los que pertenecen a Cristo, se halla fortalecida con su ayuda divina". Veis que aún no está indicado con qué auxilio es ayudada. Mas continúa aún acerca de los que no son cristianos, y dice: "Aquéllos han de ser juzgados y condenados, porque, poseyendo el libra albedrío, por medio del cual podían venir a la fe y merecer la gracia de Dios, usan mal de la libertad concedida. Pero éstos, que, usando bien del libre albedrío, merecen la gracia de Dios y observan sus preceptos, deben ser galardonados". De suerte que es manifiesto que Pelagio afirma que la gracia, cualquiera que sea su naturaleza, ya que no lo declara expresamente, nos es concedida según los méritos. Pues al decir que deben ser remunerados aquellos que usan bien del libre albedrío, y que por esto merecen la gracia, confiesa que se les paga una deuda.

Y ¿qué queda de aquella sentencia del Apóstol: Hemos sido justificados gratuitamente por su gracia?55 ¿Y de aquella otra: Por gracia habéis sido hechos salvos? Y para que no pensasen que por las obras, añadió que por la fe. Además, para que no pensasen tampoco que la fe misma debía atribuírseles a ellos mismos sin la gracia de Dios, dijo: Y esto no proviene de vosotros, sino que es un don de Dios56. Así, pues, aquello de donde empieza todo lo que se dice que recibimos por mérito, sin mérito lo recibimos, esto es, la fe misma. O si alguno niega que nos es dada, ¿qué significa lo que está escrito: Según la medida de fe que a cada cual ha repartido Dios?57 Mas si de tal modo se dice que nos es dada que es una retribución de los méritos, no un don, ¿qué significa lo que de nuevo se dice: Se os ha dado por Cristo no sólo creer en Él, sino también padecer por Él?58 Lo uno y lo otro, pues, declaro que nos ha sido concedido, tanto el que se crea en Cristo como el que se padezca por Él. Por el contrario, éstos de tal modo atribuyen al libre albedrío la fe, que parece que se retribuye a la fe no por gracia gratuita, sino debida; y así ya no sería gracia, porque, de no ser gratuita, no es gracia.

Capítulo XXXII

35. Pelagio quiere que el lector pase de esta carta a la confesión de su fe, de la cual os hizo mención; en ella trató extensamente de aquellas cosas sobre las que no se le preguntaba. Mas nosotros veamos aquellas cuestiones sobre las cuales disputamos con ellos. Después de haber disertado cuanto había querido desde la unidad de la Trinidad hasta la resurrección de la carne, acerca de las cuales cosas nadie le preguntaba, añadió: "Confesamos un solo bautismo, el cual afirmamos que se debe administrar a los niños con las mismas palabras del sacramento con que se administra a los adultos". Esto mismo, según decís, le habéis oído a él personalmente; pero ¿de qué sirve que diga que el sacramento del bautismo es administrado a los niños con las mismas palabras con que lo es a los adultos, si lo que buscamos son cosas, no palabras? Más explícito fue, según escribís, en lo que al interrogarle os respondió de palabra: "que los niños reciben el bautismo en la remisión de los pecados". Pues él aquí ya no dijo: En las palabras de la remisión de los pecados, sino que confesó que son bautizados para la remisión misma; y, sin embargo, si le preguntarais qué pecado cree que les es perdonado, aseguraría que no tienen ninguno.

Capítulo XXXIII

36. ¿Quién hubiera creído que bajo esta casi evidente confesión se ocultaba un sentido contrario, si Celestio no la hubiese manifestado? Pues éste, en su tratadito que alegó en Roma en las actas eclesiásticas, admitió que "también los niños son bautizados en la remisión de los pecados", pero negó "que tuvieran algún pecado original". Mas ahora veamos no lo que ha opinado Pelagio sobre el bautismo de los niños, sino más bien lo que ha opinado sobre la ayuda de la gracia en el libro de la profesión de su fe que envió a Roma. "De tal suerte, dice, confesamos el libre albedrío, que, no obstante, sostenemos que necesitamos continuamente del auxilio de Dios". Y de nuevo preguntamos de qué auxilio confiesa que estamos necesitados; y de nuevo encontramos ambiguas sus palabras, porque nos puede responder que él habla de la ley o de la doctrina cristiana, por la cual es ayudada la posibilidad natural. Pero nosotros en la confesión de los partidarios de Pelagio buscamos aquella gracia de la cual dice el Apóstol: No nos ha dado Dios el espíritu de temor, sino el de fortaleza, el de caridad y el de continencia59. Pues no se sigue que quien tiene el don de ciencia, por medio del cual conozca lo que debe hacer, tenga también el de la caridad para ejecutarlo.

Capitulo XXXIV

37. He leído también aquellos sus libros o escritos que menciona en la misma carta que dirigió al papa Inocencio, de santa memoria, fuera de una breve carta que escribió al santo obispo Constancio; y en ninguna parte he podido encontrar que él admita esta gracia, por la cual es ayudada, mediante la infusión del Espíritu Santo, no sólo la posibilidad natural de la voluntad y de la acción, la cual afirma que nosotros poseemos aunque no queramos ni obremos el bien, sino también la voluntad misma y la acción.

Capítulo XXXV

38. "Lean, dice, aquella epístola que escribí ha ya unos doce años al santo obispo Paulino, la cual en los casi trescientos versos no hace otra cosa que confesar la gracia y auxilio de Dios y nuestra absoluta incapacidad de obrar algún bien sin Dios". He leído esta epístola, y encontré que en casi toda ella no se detiene en otra cosa más que en la facultad y en la posibilidad de la naturaleza y que ahí casi exclusivamente hace consistir la gracia de Dios; mas aludió a la gracia cristiana, y sólo de nombre, con tanta brevedad, que no parece que temió otra cosa sino pasarla en silencio. Pero en modo alguno aparece claro si quiere que se entienda que la hace consistir en la remisión de los pecados o, como lo hace en algunos pasajes de sus escritos, en la doctrina de Cristo, donde encontramos también el ejemplo de su vida, o si, por fin, cree en algún auxilio para bien obrar añadido a la naturaleza y a la doctrina por medio de la comunicación de la ardentísima y luminosísima caridad.

Capitulo XXXVI

39. "Lean también, dice, la carta al santo obispo Constancio, donde con brevedad, pero claramente, enlacé la gracia y auxilio de Dios juntamente con el libre albedrío del hombre". Ya he dicho más arriba que no he leído esta epístola; pero si no difiere de las otras, que, siéndome conocidas, recuerda, no encontramos tampoco en ella lo que buscamos.

Capitulo XXXVII

40. Lean también, dice, la carta que en el Oriente escribimos a Demetríades, virgen consagrada a Cristo, y hallarán que de tal suerte alabamos la naturaleza humana, que le añadimos siempre el auxilio de la divina gracia". Esta carta sí la he leído, y casi había llegado a persuadirme de que en ella admitía esta gracia de que tratamos, por más que en muchos pasajes de su tratado me parecía que se contradecía a sí mismo. Pero después que hubieron llegado a mis manos otros escritos que con posterioridad y más extensamente había él escrito, vi cómo pudo también en aquella obra mencionar la gracia, ocultando su pensamiento bajo ambiguas generalidades, consiguiendo anular, sin embargo, con el nombre de la gracia la inculpación y evitando excitar susceptibilidades. Pues al principio mismo del tratado, donde dice: "Entreguémonos con ahínco a la obra emprendida y no desconfiemos por la mediocridad de nuestro ingenio, porque confiamos que seremos ayudados por la fe de una madre y por los merecimientos de una virgen", me había parecido que confesaba la gracia con que somos ayudados a obrar y no había reparado en que él había podido hacerla consistir únicamente en la revelación de la doctrina.

41. Asimismo, en otro lugar de la misma obra dice: "Porque si los hombres sin la ayuda de Dios muestran la condición en que han sido creados por Él, considera lo que podrán hacer los cristianos, cuya naturaleza ha sido restaurada por Cristo y son además ayudados por el auxilio de la divina gracia". Por naturaleza renovada quiere que se entienda la remisión de los pecados; así lo declaró con suficiente claridad en otro lugar de la misma obra, donde dice: "Aun aquellos que, por la larga costumbre de pecar, en cierto modo se han endurecido, pueden renovarse por la penitencia". Y el auxilio de la divina gracia puede hacerlo consistir también aquí en la revelación de la doctrina.

Capitulo XXXVIII

42. En otro pasaje de la misma carta dice también: "Porque si aun antes de la ley, como ya hemos dicho, y mucho antes de la venida de nuestro Señor y Salvador, se refiere que algunos vivieron justa y santamente, ¿cuánto más después del esplendor de su venida se debe creer que lo podremos nosotros, que hemos sido renovados por la gracia de Cristo y hemos renacido a una nueva y mejor clase de hombres, que hemos sido completamente purificados por su sangre y estimulados por su ejemplo a la consumación de la justicia, y cuánto mejores que aquéllos, que vivieron antes de la ley, debemos ser nosotros?" Ved cómo también aquí, aunque con distintas palabras, hizo consistir la ayuda de la gracia en la remisión de los pecados y en el ejemplo de Cristo.

Después, a continuación añade: "Debemos también ser mejores que los que vivieron bajo la ley, puesto que dice el Apóstol: El pecado no os dominará, pues no estáis bajo la ley, sino bajo la gracia60. Y como acerca de esto hemos hablado, según creo, suficientemente, ahora formemos una virgen perfecta, la cual, inflamada siempre por ambas cosas, con la santidad de sus costumbres acreditará juntamente la excelencia de la naturaleza y la de la gracia". En estas palabras debéis advertir que por eso quiso cerrar esta frase de este modo, para que entendamos por el bien de la naturaleza el que recibimos al ser creados; y por el de la gracia, cuando contemplamos el ejemplo de Cristo; como si no se les hubiera perdonado el pecado a los que vivieron o viven bajo la ley porque no tuvieron el ejemplo de Cristo o porque no creen.

Capitulo XXXIX

43. Que así lo entiende Pelagio, lo declaran también otras palabras suyas, no en este libro, sino en el tercero de su defensa del libre albedrío, donde, dirigiéndose a aquel contra quien disputa, al oponerle las palabras del Apóstol: Yo no hago lo que quiero, y veo en mis miembros otra ley que resiste la ley de mi espíritu, y lo demás que allí se dice, responde Pelagio, diciendo: "Esto que tú entiendes dicho del Apóstol, todos los varones eclesiásticos sostienen que lo dijo en persona del pecador y del que vive aún bajo la ley; el cual, por la grande costumbre de los vicios, está, por decirlo así, dominado por cierta necesidad de pecar, y aunque apetece el bien con su voluntad, sin embargo, so ve arrastrado al mal por la costumbre. El Apóstol, pues, continúa, en la persona de un solo hombre designa al pueblo que peca aún bajo la ley antigua; y afirma que este pueblo ha de ser libertado de esta mala costumbre por Cristo, el cual, en primer lugar por el bautismo, perdona todos los pecados de los que creen en Él, los estimula después a la santidad perfecta por su imitación y vence la costumbre de los vicios con el ejemplo de sus virtudes". Ved de qué modo quiero quo se entienda que son ayudados aquellos que pecan bajo la ley, para que, una vez justificados, sean libertados por la gracia de Cristo; como no les es suficiente la ley sola, a causa de la demasiada costumbre de pecar, es preciso que se añada no la inspiración de la caridad de Cristo, por medio del Espíritu Santo, sino la contemplación e imitación del ejemplo de su virtud, tal como se halla en la doctrina evangélica.

Y en verdad que aquí había una buena ocasión de declarar lo que él llama gracia, donde este mismo lugar, acerca del cual responde Pelagio, el Apóstol lo concluyó con estas palabras: ¡Infeliz de mí! ¿Quién me librará de este cuerpo de muerte? La gracia de Dios, por Jesucristo Señor nuestro61. Haciéndola éste consistir no en el auxilio de la virtud de Cristo, sino en el ejemplo de su imitación, ¿qué más hemos de esperar de él siempre que menciona el nombra de gracia bajo ambiguas generalidades?

Capítulo XL

44. Asimismo, en el mismo opúsculo a la sagrada virgen, acerca del cual ya también hemos tratado, dice: "Estemos sujetos a Dios, y, cumpliendo su voluntad, mereceremos la divina gracia y más fácilmente resistiremos, por el auxilio del Espíritu Santo, al espíritu maligno". En estas palabras suyas está bien manifiesto que él quiere que seamos ayudados de este modo por la gracia del Espíritu Santo, no porque sin ella no podamos resistir también al tentador por la sola posibilidad natural, sino para que le resistamos más fácilmente. La cual ayuda, sin embargo, de cualquiera clase y por pequeña que sea, es creíble que él la establezca en que, por revelación del Espíritu Santo, nos es comunicada por medio de la doctrina una ciencia que o no podemos o muy difícilmente podemos conseguirla por la naturaleza. Estos son los lugares que en el libro que escribió a la virgen de Cristo he podido advertir, en que hace alusión a la gracia; vosotros, sin duda, veis cuál es su importancia.

Capitulo XLI

45. "Lean también, dice, la reciente obrita que en defensa del libre albedrío poco ha nos hemos visto forzados a publicar; y conocerán cuan injustamente se gozan en infamarnos de que negamos la gracia nosotros, que en casi todo el transcurso de la obra confesamos cumplida y sinceramente tanto el libre albedrío como la gracia". Cuatro son los libros de esta obra; los he leído también, y de ellos entresaqué lo que he tratado y discutido y, según mis fuerzas, he examinado minuciosamente antes de llegar a esta carta que envió a Roma. Y también en estos cuatro libros todo lo que parece decir en favor de la gracia, por la cual somos ayudados para apartarnos del mal y seguir el bien, lo dice sin apartarse en modo alguno de la ambigüedad de las palabras, para poder después exponerlo a sus discípulos de tal suerte que crean que no hay ningún auxilio de la gracia, por la cual sea ayudada la posibilidad natural, a no ser en la ley y en la doctrina; de modo que las oraciones mismas, según afirma clarísimamente en sus escritos, piensa que para ninguna otra cosa deben ser empleadas más que con el fin de que nos sea manifestada también la doctrina divina por revelación, no para que sea ayudado el espíritu del hombre con el fin de que ejecute por la voluntad y por la acción lo que hubiere aprendido que debe obrar. No se aparta en modo alguno de aquel su conocidísimo principio en que establece aquellas tres cosas: la posibilidad, la voluntad y la acción; en el cual afirma que únicamente la posibilidad es ayudada incesantemente por el auxilio divino, mas juzga que la voluntad y la acción no necesitan de ninguna ayuda de Dios.

El auxilio mismo, por el cual afirma es ayudada la posibilidad natural, lo hace consistir en la ley y en la doctrina, las cuales confiesa que también nos son reveladas por el Espíritu Santo, y por esta razón concede que se debe orar. Juzga que este auxilio de la ley y de la doctrina lo tuvieron también los tiempos de los profetas; mas que el auxilio de la gracia, tomada en sentido estricto, consiste en el ejemplo del Salvador, el cual, como veis, está incluido en la doctrina evangélica que se nos predica; como si se tratara de un camino que debemos andar, ya que, una vez indicado, nos bastamos a nosotros mismos con las fuerzas del libre albedrío, sin necesidad de ningún otro socorro, para no apartarnos de él; aunque asegura que el camino mismo se puede también hallar por la naturaleza sola, pero más fácilmente con la ayuda de la gracia.

Capitulo XLII

46. Esto es lo que, según mis alcances, he podido entender en los escritos de Pelagio cuando menciona la gracia. Y veis que los que así piensan, ignorando la justicia de Dios, quieren establecer la suya62; y están lejos de aquella que nos viene no de nosotros, sino de Dios63, la cual debieran advertir y conocer principalmente en las santas Escrituras canónicas. Mas como las leen según su propio sentir, en realidad no ven ni aun lo manifiesto. ¡Ojalá que, al menos en las de los escritores católicos, por quienes no dudan que han sido rectamente interpretadas, diligentemente estudiasen lo que se debe pensar acerca del auxilio de la divina gracia y no lo despreciasen por el inmoderado amor de su propia opinión! En ese mismo tratado reciente con cuya mención se defiende, esto es, en el libro tercero del libre albedrío, ved de qué modo alaba Pelagio a San Ambrosio.

Capitulo XLIII

47. "El bienaventurado obispo Ambrosio, dice, en cuyos libros resplandece principalmente la fe romana, brilla como hermosa flor entre los escritores latinos, y cuya fe y clarísima inteligencia de las Escrituras ni aun el enemigo se ha atrevido a censurar". Ved cómo y con cuan grandes alabanzas celebra a este varón, el cual, aunque muy santo y docto, en manera alguna ha de comparársele con la autoridad de las Escrituras canónicas. Al cual alaba de este modo porque cree que en algún pasaje de sus obras puede servirse de él como de testigo para probar que el hombre puede vivir sin pecado; mas no es ésta ahora la cuestión, sino que tratamos sobre el auxilio de la gracia, por el cual somos ayudados para no pecar y para vivir rectamente.

Capítulo XLIV

48. Escuche, pues, a aquel venerable prelado cuando dice y enseña en el libro segundo de su Exposición del Evangelio según San Lucas que el Señor coopera también con nuestras voluntades. "Así, pues, veis, dice, que en todas partes la virtud del Señor coopera con los esfuerzos humanos; de suerte que nadie puede edificar sin el Señor, nadie guardar sin el Señor ni nadie empezar alguna cosa sin el Señor. Y por esto, según el Apóstol: Ya comáis, ya bebáis, hacedlo todo a gloria de Dios"64. Veis cómo San Ambrosio, aun aquello que suelen los hombres decir: "Nosotros empezamos y Dios acaba", lo excluyó con estas palabras: "Nadie ni aun empezar puede alguna cosa sin Dios". Asimismo, en el libro sexto de la misma obra, al tratar de los dos deudores a un solo acreedor, dice: "Según los hombres, quizá ofendió más aquel que más debía; mas por la misericordia de Dios se cambia la causa, de suerte que ama más el que más debió, con tal que, sin embargo, alcance la gracia". Ved cómo el católico Doctor proclama clarísimamente que la caridad misma, por la cual se ama más, se atribuye también a beneficio de la gracia.

Capitulo XLV

49. Afirma también el bienaventurado Ambrosio en el libro nono de la misma obra que la penitencia misma, que sin duda es obra de la voluntad, por la misericordia y ayuda del Señor llega a realizarse; dice así: "Las buenas lágrimas son las que lavan la culpa. Por tanto, a quienes Jesús mira, lloran. Negó por primera vez Pedro, y no lloró, porque no le había mirado el Señor; negó por segunda vez, y tampoco lloró, porque aún no le había mirado el Señor; negó aún por tercera vez, le miró Jesús, y él lloró amarguísimamente".

Lean éstos el Evangelio, y verán que el Señor estaba entonces dentro mientras era juzgado por los príncipes de los sacerdotes, y que el apóstol San Pedro estaba fuera y abajo en el atrio junto al fuego con los siervos, ora sentado, ora de pie, como se declara en la veracísima y concordísima narración de los evangelistas. He ahí por qué no puede decirse que el Señor le hubiera mirado, amonestándole visiblemente con los ojos corporales. Y, por tanto, lo que allí está escrito: Le miró el Señor65, se realizó en el interior, se realizó en su espíritu, se realizó en su voluntad. Por su misericordia, el Señor le socorrió invisiblemente, le tocó el corazón, hizo volver su recuerdo, visitó a Pedro con su gracia interior y conmovió hasta hacer derramar lágrimas exteriores al hombre interior e hizo brotar el amor. He aquí cómo asiste con su ayuda a nuestras voluntades y acciones; he aquí de qué modo obra en nosotros el querer y el obrar.

50. Dice también en el mismo libro el mismo San Ambrosio: "Pues si cayó Pedro, que había dicho: Aunque los demás se escandalizaren, yo no me escandalizaré66, ¿quién con justicia podrá presumir de sí? Finalmente, David, que había dicho: Yo dije en mi abundancia: no seré jamás conmovido, declara que le perjudicó su propia presunción, diciendo: Apartaste tu rostro y fui conturbado"67. Oiga éste la enseñanza de tan gran varón, imite la fe de aquel cuya doctrina y fe ensalzó. Humildemente le oiga, fielmente le imite y no presuma tercamente de sí para que no perezca. ¿Por qué desea Pelagio hundirse en aquel piélago de donde Pedro fue libertado por la piedra?

Capitulo XLVI

51. Escuche al mismo sacerdote de Dios en el mismo libro sexto de la misma obra cuando dice: "El evangelista mismo expresó por qué no le recibieron, diciendo: Porque daba a entender que iba a Jerusalén. Pues los discípulos anhelaban ser recibidos en Samaría. Pero Dios a aquellos de quienes se complace, llama, y al que quiere, hace religioso". ¡Qué expresión la de este hombre de Dios, sacada de la fuente misma de la divina gracia! "Dios, dice, a aquellos de quienes se agrada, llama, y al que quiere, hace religioso". Ved si no es profética esta sentencia: Me compadeceré de quien me compadeciere y concederé misericordia a aquel para quien yo fuere misericordioso; y apostólico este otro: Así, pues, no es del que quiere ni del que corre, sino de Dios, que se compadece68. Porque como dice también su hombre de nuestro tiempo: "Aquel de quien se digna, llama, y al que quiere, hace religioso".

¿Se atreverá alguno a decir que no es aún religioso "el que corre al Señor y desea ser dirigido por Él y subordina su voluntad a la voluntad de Dios, y el que, estando unido constantemente con Él, llega a ser, según el Apóstol, un solo espíritu con Él"? Pero toda esta tan excelente obra de un hombre religioso "no llega a realizarse, según Pelagio, más que por la libertad del libre albedrío". Por el contrario, el bienaventurado Ambrosio, tan excelsamente alabado por él, dice: "El Señor Dios, a aquel de quien se digna, llama, y al que quiere, hace religioso". Luego para que corra al Señor y desee ser dirigido por Él, y subordine su voluntad a la voluntad de Dios, y, estando unido constantemente con Él, llegue a ser, según el Apóstol, un solo espíritu con Él, Dios, al que quiere, hace religioso69; y todo esto no lo hace sino el hombre religioso; por lo cual, si no es obra de Dios el que se haga todo eso, ¿de quién es?

Capitulo XLVII

52. Mas como en esta cuestión, en que se trata acerca del albedrío de la voluntad y acerca de la gracia de Dios, es tan difícil marcar los límites, que, cuando se defiende el libre albedrío, parece que se niega la gracia de Dios, y que, cuando se afirma la gracia de Dios, se juzga que se suprime el libre albedrío, puede Pelagio de tal modo envolverse en las tinieblas de esta obscuridad, que llegue a decir que está conforme con estas frases que, escritas por San Ambrosio, hemos citado, y proclame que ésta es su opinión y lo ha sido siempre, y se esfuerce en exponer cada una de estas sentencias de tal modo, que se crea que están conformes con su doctrina. Por tanto, por lo que atañe a esta cuestión de la gracia y auxilio de Dios, dirigid la atención a aquellas tres cosas que clarísimamente distinguió: el poder, el querer y el ser, es decir, la posibilidad, la voluntad y la acción. Si, pues, conviniere con nosotros en que no sólo la posibilidad que subsiste en el hombre, aunque ni quiera ni obre el bien, sino también la voluntad y la acción mismas, esto es, el que queramos y obremos bien, cosas que no están en el hombre más que cuando quiere y obra bien; si, como digo, Pelagio conviniere en que también la voluntad misma y la acción son divinamente ayudadas, y son ayudadas do tal modo que sin ese auxilio ningún bien queremos ni obramos, y conviniere en que ésta es la gracia de Dios por Jesucristo nuestro Señor, en la cual nos hace justos por su justicia y no por la nuestra, de suerte que esta justicia que nos viene de El es verdadera justicia nuestra, no quedará ya, a lo que creo, entre nosotros litigio alguno acerca de la ayuda de la gracia.

Capítulo XLVIII

53. La razón por la que alabó Pelagio a San Ambrosio es, sin duda, porque en sus escritos encontró entre las alabanzas de Zacarías e Isabel que podía el hombre morar en esta vida sin pecado; aunque no se puede negar, si así lo quiere Dios, a quien son posibles todas las cosas, no obstante reflexione con más detención de qué modo fue esto dicho. Porque, a mi parecer, él lo dijo según un cierto género de vida entre los hombres plausible y laudable, sobre el cual nadie con justicia podía hacer recaer alguna reprensión o acusación. Y esta vida se dice que había tenido en presencia de Dios Zacarías y su esposa70, porque en ella con ninguna disimulación engañaban a los hombres, sino que como aparecían ante los hombres, así eran conocidos por los ojos de Dios. Mas no se dijo esto según aquella perfección de la justicia, en la cual viviremos verdadera y absolutamente inmaculados e irreprensibles. Porque también el apóstol San Pablo dijo de sí que, según la justicia que procede de la ley, había vivido irreprensiblemente; e irreprensible era la vida de Zacarías en esa misma ley; mas esta justicia la tuvo por estiércol y pérdida en comparación de la justicia que esperamos71, y de la cual debemos estar ahora hambrientos y sedientos72 para que algún día en presencia nos saciemos de aquella que ahora, en tanto que el justo vive de la fe73, consiste en la promesa.

Capítulo XLIX

54. Oiga finalmente al mismo venerable prelado, el cual, al exponer al profeta Isaías, dice que "nadie en este mundo puede vivir sin pecado". Y en este pasaje no se puede sostener que dice "en este mundo" con este sentido: en el amor de este mundo. En efecto, él hablaba del Apóstol, que dijo: Nuestra vida está en el cielo74. Así, pues, explicando este sentido el ilustre obispo, dijo: "Asegura el Apóstol que hay muchos que, viviendo aun en esta vida, son perfectos juntamente con él, los cuales, si se pone la mira en la verdadera perfección, no podían serlo. Porque él mismo dijo también: Ahora vemos por un espejo y obscuramente, mas entonces veremos cara a cara; ahora conozco sólo en parte, pero entonces conoceré como soy conocido75. Y así, son inmaculados en este mundo y lo serán en el reino de Dios; aunque, si se examina más en particular, nadie puede hallarse inmaculado, porque nadie hay sin pecado". Por tanto, aquel testimonio de San Ambrosio del que se vale Pelagio en favor de su sentencia, o es un cierto modo de decir ciertamente aceptable, pero no examinado con todo rigor; o al menos, si aquel santo y humilde varón juzgó que Zacarías e Isabel habían poseído la suma y perfecta justicia, a la cual nada pudiera ya añadirse, ante un examen más detallado, corrigió su sentencia.

Capítulo L

55. Advierta Pelagio que en el mismo lugar de donde tomó este testimonio de San Ambrosio que a él le convenía dijo también "que es imposible a la naturaleza humana ser inmaculada desde el principio"; donde en contra de Pelagio, que no quiere fielmente admitir que la posibilidad natural esté viciada por el pecado, y por eso jactanciosamente se engríe, el venerable Ambrosio afirma su absoluta flaqueza y debilidad; sin duda que lo dijo contra la voluntad de aquél, pero no contra la verdad apostólica, donde se lee: También nosotros por naturaleza fuimos en algún tiempo hijos de ira, como los demás76. Pues por el pecado del primer hombre, el cual procedió de su libre albedrío, fue viciada y condenada la naturaleza misma, a la cual sólo rehabilita la gracia divina por el Mediador de Dios y de los hombres y Médico omnipotente. Mas puesto que ya hemos disertado largamente de este auxilio en orden a la santificación, con el cual Dios coopera en todo al bien de los que le aman77, a quienes El amó el primero78 otorgándoles el ser amado por ellos, pasemos ya a tratar, con la ayuda del Señor, contra estos que se precipitaron más abiertamente en el error opuesto a esta verdad, lo que pareciere oportuno declarar acerca del pecado, el cual por un hombre solo entró en el mundo79 juntamente con la muerte, y así pasó a todos los hombres.