SALMO 129

[Imploración de la divina misericordia]

SERMÓN AL PUEBLO

1 [v.1-3]. Porque presumimos que vosotros vigiláis no sólo con los ojos del cuerpo, sino también con los ojos del corazón, conviene que cantemos inteligentemente: Desde lo profundo clame a ti, ¡oh Señor!; Señor, oye mi voz. Efectivamente, esta voz es del que sube, y, por tanto, pertenece al cántico de grado. Cada uno de nosotros debe ver en qué profundidad esté, desde la cual clama al Señor. Jonás clamó desde lo profundo, desde el vientre del cetáceo1. No sólo se hallaba sumergido en las aguas, sino también escondido en las entrañas de la bestia, y, con todo, ni el cuerpo ni las aguas pudieron impedir que su oración llegase a Dios, ni el vientre del cetáceo pudo retener la voz del que pedía. Penetró por todo, atravesó por todo, y llegó a los oídos de Dios, si es que ha de decirse que, atravesando todas estas cosas, llegó a los oídos de Dios, siendo así que los oídos de Dios se hallaban en el corazón del que pedía. ¿Pues a la voz de qué fiel no se halla presente el Señor? Sin embargo, también nosotros debemos entender desde qué profundidad clamamos a Dios. Nuestra profundidad es la vida mortal. Todo el que comprende que se halla en el profundo, clama, gime, suspira hasta que sea sacado del profundo y se presente ante Aquel que está sentado sobre todos los abismos, sobre el querubín, sobre todas las cosas que creó, tanto corporales como espirituales; hasta que se acerque a Él el alma, hasta que por Él sea su imagen, que es el hombre, libertada, la cual se lastimó en el profundo, como atormentada por continuas olas; y, si no fuese renovada y reparada por Dios, que la grabó cuando creó al hombre, pues el hombre puede caer, pero no levantarse, siempre permanecería en el profundo. A no ser que fuese liberada, permanecería, como dije, siempre en el abismo. Pero, cuando clama desde el abismo, se eleva del abismo, y el mismo clamor no le permite permanecer por mucho tiempo en él. En un abismo profundísimo se hallan los que no claman del profundo, pues dice la Escritura: El pecador, cuando ha, llegado al profundo de los males, desprecia, no hace caso2. Ved, hermanos, qué abismo sea aquel en el que se desprecia a Dios. Cuando alguno se ve sepultado por pecados cotidianos, oprimido por ciertos males y cúmulos de iniquidades, si se le dijere que pida a Dios, se ríe. ¿De qué modo? Primero dice: "Si a Dios le desagradasen los delitos, ¿viviría yo? Si se preocupase Dios de los asuntos humanos, ante tantos crímenes como cometí, pregunto no sólo cómo viviría, sino cómo me habría de ir bien." Suele acontecer a los que se hallan en un profundísimo abismo que prosperan en sus iniquidades, y entonces tanto más se sumergen en el abismo cuanto más felices creen que son. La felicidad engañosa es la más grande desdicha. También suelen decir los hombres: "Puesto que ya perpetré muchos delitos y me amenaza la condenación, esto es lo que pierdo si no hago cuanto puedo; y sobre estar perdido, ¿por qué no hago cuanto puedo?" Así suele decir el ladrón desesperado: "Como el juez me ha de matar lo mismo por diez crímenes, que por cinco, que por uno, ¿por qué no hago ya todo lo que se me venga en gana?" Esto ciertamente es el pecador cuando ha llegado al profundo de los males: desprecia, no hace caso. Pero nuestro Señor Jesucristo, que no despreció nuestros profundos, que se dignó venir hasta esta vida de la tierra, prometiendo la remisión de todos los pecados, también excitó al hombre desde el profundo para que clamase desde allí bajo la mole de pecados y llegare la voz del pecador a Dios. ¿De dónde había de salir la voz del que clamaba sino del profundo de los males?

2. Oíd cómo clama del profundo la voz del pecador: Desde el profundo clamé a ti, ¡oh Señor!; Señor, oye mi voz. Atiendan tus oídos a la voz de mi plegaria. ¿Desde dónde clama? Del profundo. ¿Quién clama? El pecador, ¿Con qué esperanza clama? Con esperanza firme, porque el que vino a perdonar los pecados, dio esperanza al pecador colocado en el abismo. Luego ¿qué sigue después de estas palabras? Si atiendes a las iniquidades, ¡oh Señor!, Señor, ¿quién se sostendrá? Observad que declaró desde qué abismo clamaba. Clama, pues, de debajo de la mole y de las olas de sus iniquidades. Se mira, examina su vida; ve que ella está cubierta por todas partes de delitos y de crímenes; adondequiera que miró, ningún bien encontró en sí, ningún acto intachable de justicia le salió al encuentro; al ver tantos y tan grandes crímenes por todas partes y la multitud de sus pecados, atormentado, exclamó: Si atiendes a las iniquidades, ¡oh Señor!, Señor, ¿quién se sostendrá? No dijo: "No me sostendré", sino: ¿Quién se sostendrá? Ve que toda la vida humana está casi por completo atronada por el ruido ensordecedor de sus pecados, que todas las conciencias son culpables por sus malos pensamientos, que no hay corazón puro que presuma de su justicia; y, por tanto, si no puede encontrarse corazón casto que presuma de su justicia, presuma el corazón de todos de la misericordia de Dios y diga: Si atiendes, ¡oh Señor!, a las iniquidades, Señor, ¿quién se sostendrá?

3 [v.4-6]. ¿Por qué hay esperanza? Porque en ti hay propiciación. ¿Y qué es esta propiciación sino el sacrificio? ¿Y qué es el sacrificio sino lo que se ofreció para nuestro provecho? La sangre inocente derramada borró todos los pecados de los criminales. El precio que se dio tan inmenso redimió a todos los cautivos del poder del enemigo que los cautivó. Luego en ti hay propiciación. Si no hubiese propiciación en ti, si únicamente quisieres ser juez y no misericordioso, si atendieses a todas nuestras iniquidades y las examinases, ¿quién se sostendría? ¿Quién permanecería de pie ante ti y diría: "Soy inocente"? ¿Quién podría presentarse a tu juicio? Pero hay una esperanza, porque en ti hay propiciación. Por tu ley, Señor, te conservé. ¿Por qué ley? ¿Por la que hizo reos? Se dio a los judíos una ley santa, justa, buena3, pero que pudo hacerlos reos. Pues no se dio una ley que pudiera vivificar4, sino que mostrase al pecador los pecados. El pecador se había olvidado de sí y no se veía; se le dio la ley para verse. La ley le hizo reo, pero el Autor de la ley le libró. El Autor de la ley es Emperador. Fue dada una ley que aterra y liga al pecado; mas no libra de los pecados, sino que da a conocer los pecados. Quizás el sometido a esta ley advierte, hallándose en el profundo, cuántas cosas perpetró contra la ley, y por esto exclamó diciendo: Si atendieses a mis iniquidades, ¡oh Señor!, Señor, ¿quién se sostendrá? Luego hay otra ley de misericordia de Dios, ley de aplacamiento de Dios. Aquélla fue de temor, ésta ley de amor. La ley del amor perdona los pecados, borra los pecados y amonesta para los futuros; no abandona al compañero en el camino y acompaña al que conduce en el camino. Pero ha de estar de acuerdo con el adversario mientras estás en el camino5. La palabra de Dios es tu adversario cuando no estás acorde con ella. Te conformas a ella cuando comienza a deleitarte hacer lo que dice la palabra de Dios. Así el que era enemigo, se hizo amigo; así, al terminar el camino, no habrá quien te entregue al juez. Luego por tu ley, Señor, te conservé, puesto que te dignaste ofrecerme una ley de misericordia, perdonarme todos mis pecados y darme consejos para que no te ofendiese en adelante. En estos mismos consejos, si quizás titubease en algo, me diste un remedio por el cual orase, diciendo: Perdónanos nuestras deudas, así como nosotros perdonamos a nuestros deudores6. Me diste esta ley para que, como yo perdono, se me perdone. Por esta ley te conservé, ¡oh Señor! Esperé a que vinieses y me librases de toda necesidad, porque en la misma necesidad no abandonaste la ley de misericordia.

4. Oye a qué ley se refiere si aún no entendiste, puesto que habla ahora de la ley del amor. Oye al Apóstol: Sobrellevaos mutuamente vuestras cargas, y así cumpliréis la ley de Cristo. ¿Quiénes sobrellevan mutuamente sus cargas sino quienes poseen la caridad? Los que no tienen caridad son a sí mismos gravosos. Los que tienen caridad se sobrellevan. Te hirió alguno, y te pide perdón; si no le perdonas, no sobrellevas la carga de tu hermano; si le perdonas, sobrellevas al flaco. Si quizás tú también, como hombre que eres, has caído en alguna flaqueza, entonces es conveniente que de igual modo te sobrelleve él también, como tú le sobrellevaste. Oye asimismo lo que a esto antecedió y qué dijo el Apóstol: Hermanos, si algún hombre cayó de antemano en algún delito, vosotros los espirituales corregid al tal con espíritu de mansedumbre. Y para que, como aconsejaba a los espirituales, no se tuviesen quizás por seguros, a continuación añadió: Considerándote a ti mismo, no sea que tú también seas tentado. Después consignó lo que conmemoré. Sobrellevaos unos a otros las cargas, y así cumpliréis la ley de Cristo7. Por eso dice: Por tu ley, Señor, te sostuve o conservé. Se dice que los ciervos, cuando atraviesan un brazo de mar dirigiéndose a cercanas islas en busca de pastos, colocan sus cabezas unos sobre otros, de suerte que el primero, que va delante, sólo soporta la cabeza del de atrás, y él no la pone sobre ninguno; pero, cuando se cansa, se quita de la parte anterior y se pone el último, de suerte que él la descansa ahora en el penúltimo, y así todos, sobrellevando sus cargas, llegan a donde desean y no padecen naufragio, porque el amor les sirve como de nave. Por tanto, el amor sobrelleva las cargas, pero no tema ser oprimido por ellas. Cada uno atienda a que no le opriman sus propios pecados, ya que, cuando sobrellevas la debilidad de tu hermano, no te agravan sus pecados. Si consientes, entonces te oprimen los tuyos, no los de otro. Pues quien consienta al pecador, no se agobia con los ajenos, sino con los suyos. El consentimiento en el pecado de otro le hace tuyo, y no tienes por qué quejarte de que te abrumen los pecados ajenos. Se te dice: "Te agobian", pero los tuyos. Viste al ladrón y corriste con él8. ¿Qué es esto? Corriste con los pies hacia el hurto; es más, ¿consentiste con el ladrón? Pues bien, lo que era sólo de él, se hizo tuyo, porque te agradó. Si te hubiera desagradado, y hubieras rogado por él, y hubieras concedido el perdón al que te lo pidió para que pudieras decir con la frente enhiesta en las plegarias que te enseñó el celeste Jurisconsulto: Perdónanos nuestras deudas, así como nosotros perdonamos a nuestros deudores, entonces diré que aprendiste a llevar las cargas de tu hermano, para que también otro, si acaso tú las tienes, lleve las tuyas, y de esta manera se ejecute en vosotros lo que dice el Apóstol: Unos a otros sobrellevaos las cargas, y así cumpliréis la ley de Cristo. De este modo cantas seguro lo que ahora se dijo: Por tu ley, Señor, te sostuve o conservé.

5. El que no observa esta ley, no sostiene o conserva al Señor; es más, si quisiera conservarle, se encuentra sin fundamento para ello y vanamente le conserva, pues el Señor ha de venir y ha de encontrar tus pecados, los que no encontraría si hubieras vivido en perfecta justicia. Quizás no encontrará homicidios, que son pecados más graves y mucho más grandes; no encontrará adulterios, no encontrará hurtos, no encontrará rapiñas, no encontrará hechicerías; no encontrará estos pecados. Luego ¿nada ha de encontrar? Oye la palabra evangélica: El que dijere a su hermano: "Fatuo"... ¿Y quién se abstiene de estos pecados levísimos de la lengua? Quizás dices son levísimos. Pero el Señor dice: Es reo del juego del infierno9. Si te parecía cosa pequeña y digna de no ser tenida en cuenta decir a tu hermano: Fatuo, a lo menos te parezca grande el fuego del infierno. Si despreciabas por cosa pequeña el pecado, a lo menos te aparte de él la magnitud de la pena. Pero si dices: " Son leves, son despreciables, sin ellos no puede pasarse la vida", amontona los pequeñísimos y harán un acervo ingente. Pues también los granos son pequeños, y, sin embargo, hacen un gran montón. Las gotas de agua son cosa pequeña, y llenan los ríos y arrastran moles. Por eso, considerando el salmista los muchos y leves pecados que comete el hombre todos los días, ya que, si atiende únicamente a los que se cometen con el pensamiento y la lengua, ¡cuántos no son!, y si atiende a los diminutos que son, ve que muchas cosas pequeñas forman un gran montón; pensando no en sus antiguos pecados, sino en la misma fragilidad humana, subiendo ya, clama: Del profundo clamé a ti, ¡oh Señor!; Señor, oye mi voz. Atiendan tus oídos a la voz de mi plegaria. Si observases mis iniquidades, Señor; Señor, ¿quién se sostendrá? Puedo evitar el homicidio, el adulterio, la rapiña, el perjurio, el hechizo, la idolatría; pero ¿acaso puedo evitar los pecados de la lengua? ¿Acaso los pecados de pensamiento? Se escribió: El pecado es iniquidad10. Luego ¿quién se sostendrá si tú observas las iniquidades? Si quieres ser con motivo juez severo, no padre misericordioso, ¿quién permanecerá en pie delante de ti? Pero en ti hay aplacamiento; por tu ley te conservé. Señor. ¿Qué ley es ésta? Sobrellevaos unos a otros vuestras cargas, y así cumpliréis la ley de Cristo. ¿Quiénes se llevan mutuamente las cargas? Quienes fielmente dicen: Perdónanos nuestras deudas, así como nosotros perdonamos a nuestros deudores.

6. Mi alma confió en tu palabra. Únicamente espera el que aún no recibió la promesa, puesto que quien ya la recibió, ¿qué espera? Hemos recibido el perdón de los pecados, pero se nos prometió el reino de los cielos. Fueron condonadas nuestras deudas, pero aún hemos de recibir nuestro galardón. Hemos recibido la remisión del castigo, pero todavía no poseemos la vida eterna. Si fuese nuestra la palabra empeñada, deberíamos temer; pero como la palabra es de Dios, no engaña. Luego esperamos seguros en la palabra de Aquel que no puede engañar. Mi alma esperó en el Señor desde la vigilia matutina hasta la noche. ¿Qué es lo que dice? ¿Qué esperó un solo día en el Señor y que se acabó toda su esperanza? Desde la vigilia matutina hasta la noche esperó en el Señor. Esta vigilia matutina es el fin de la noche; de aquí que hasta la noche esperó mi alma en el Señor. Luego para que no pensásemos que ha de esperarse un solo día en el Señor, ha de entenderse qué significa desde la vigilia matutina hasta la noche. ¿Qué pensáis, hermanos, que significa desde la vigilia matutina hasta la noche esperó mi alma en el Señor? Que el Señor, por quien se nos perdonaron los pecados, resucitó de entre los muertos en la vigilia matutina para que esperemos que ha de acontecer en nosotros lo que antecedió en el Señor. Ya se nos perdonaron nuestros pecados, pero aún no hemos resucitado; si todavía no hemos resucitado, aún no tuvo lugar en nosotros lo que antecedió en nuestra Cabeza. ¿Qué aconteció a nuestra Cabeza? Que resucitó la carne de ella. Pero ¿por ventura está muerto su espíritu? Resucitó lo que murió en él. Resucitó al tercer día, y, en cierto modo, el Señor nos dijo esto: "Lo que visteis en mí, esperadlo en vosotros"; es decir, como yo resucité, igualmente resucitaréis vosotros.

7. Pero hay quien dice: "Sin duda resucitó el Señor; pero ¿acaso por esto ha de esperarse que yo pueda resucitar?" Precisamente por esto, pues el Señor resucitó en aquello que tomó de ti. No hubiera resucitado si no hubiera muerto, y no hubiera muerto si no hubiera llevado la carne. ¿Qué recibió de ti el Señor? La carne. ¿Qué trajo Él? El Verbo de Dios, que existía antes que todo y por el cual fueron hechas todas las cosas. Para recibir algo de ti, el Verbo se hizo carne y habitó entre nosotros11. Recibió de ti lo que ofrecería por ti, así como el sacerdocio recibe de ti lo que ofrece por ti cuando quieres aplacar al Señor por tus pecados. Ya sucedió, así ocurrió. Nuestro Sacerdote recibió de nosotros lo que había de ofrecer por nosotros. Recibió de nosotros la carne; en esta carne se hizo víctima, se hizo holocausto, se hizo sacrificio. En la pasión se sacrificó, en la resurrección innovó lo que fue matado y dio a Dios como tus primicias, y a ti te dijo: "Consagradas han quedado ya todas tus cosas, puesto que se dieron a Dios tales primicias de ti." Luego espera que en ti ha de acontecer lo que antecedió en tus primicias.

8. Luego porque resucitó El en la vigilia matutina, por lo mismo comenzó a esperar nuestra alma. ¿Y hasta cuándo? Hasta la noche, hasta que muramos. Nuestra muerte carnal es como un sueño. Comenzaste a esperar desde que resucitó el Señor; no desfallezcas en la esperanza hasta que mueras. Porque, si no esperas hasta la noche, no se contará todo lo que hayas esperado. Hay hombres que comienzan a esperar, pero no continúan esperando hasta la noche. Comienzan a padecer algunas tribulaciones, comienzan a soportar tentaciones, pero ven a hombres malos y perversos gozar de la felicidad temporal, y como esperaban estas cosas del Señor para ser aquí felices, al poner la mirada en los que cometieron crímenes y ver que tienen lo que ellos anhelaban, tambalea su firmeza y dejan de esperar. ¿Por qué? Porque no comenzaron a esperar desde la vigilia matutina. ¿Qué quiere decir esto? Que no comenzaron a esperar del Señor lo que antecedió en el Señor a partir de la vigilia matutina; sino que esperaban del Señor que, siendo buenos cristianos, habían de tener la casa llena de trigo, de vino, de aceite, de plata y de oro; que ninguno de ellos moriría prematuramente; y que, si alguno no tuviese hijos, los recibiría; si no tuviese mujer, se casaría; que no sólo no había de abortar mujer alguna en su familia, sino ningún ganado suyo; que no había de agriársele algún tonel, ni su viña apedrearse. El que esperaba de este modo en el Señor, advierte que en esto abundan los que no adoran al Señor, y, por lo mismo, flaquean sus pies12 y no espera hasta la noche, porque no comenzó a esperar a partir de la vigilia matutina.

9. Luego ¿quién comienza a esperar desde la vigilia matutina? El que espera del Señor lo que comenzó a manifestar desde la madrugada, en la cual resucitó. Anteriormente nadie resucitó para vivir eternamente. Atienda vuestra caridad. Antes de la venida del Señor resucitaron muertos, pues Elías resucitó a un muerto,13 y lo mismo hizo Eliseo14; pero los resucitaron para morir de nuevo. El mismo Señor a los que resucitó les resucitó para morir, ya fuese aquel joven hijo de la viuda15, o aquella niña de doce años hija del jefe de la sinagoga16, o Lázaro17; de un modo distinto fueron resucitados todos los que han de morir; nacieron una vez, pero murieron dos. Nadie fue resucitado para no morir jamás, fuera del Señor. ¿Cuándo resucitó el Señor para nunca más morir? Al rayar el alba. Espera tú también del Señor que has de resucitar; no como resucitó Lázaro, no como resucitaron el hijo de la viuda y la hija del jefe de la sinagoga, no como los que resucitaron los antiguos profetas, sino espera que has de resucitar como el Señor; de suerte que, después de la resurrección por la que resucitarás, ya no temerás que has de morir, y así comenzaste a esperar desde la vigilia matutina.

10. Espera hasta la noche, hasta que termine esta vida, hasta que sobrevenga la noche a todo el género humano al fin del mundo. ¿Por qué hasta entonces? Porque después de esta noche ya no habrá esperanza, sino la posesión de la realidad, pues dice el Apóstol: La esperanza que se ve, no es esperanza. Porque lo que uno ve, ¿a qué lo espera? Si lo que no vemos esperamos, con paciencia aguardamos18. Luego, si debemos esperar pacientemente lo que no vemos, esperemos hasta la noche, es decir, hasta el fin de nuestra vida o del mundo. Después de haber pasado esta noche, vendrá lo que esperábamos, y ya no lo esperaremos; con todo, no estaremos desesperanzados. Existe un reproche de desesperados; si alguna vez abominamos a un hombre, le decimos: "No tiene esperanza." Sin embargo, no siempre es malo carecer de esperanza. Mientras vivimos es un mal carecer de esperanza, porque quien ahora no tiene esperanza, no poseerá después la realidad. Luego ahora debemos tener esperanza. Pero cuando se presente la realidad, ¿por ventura habrá esperanza? Lo que uno ve, ¿a qué lo espera? Vendrá nuestro Señor Jesucristo, primeramente en la misma forma en la que fue crucificado y resucitó, patentizándose al género humano para que le vean los píos y los impíos; los primeros le verán y se congratularán de haber hallado lo que creyeron antes de verlo, y los segundos se avergonzarán por no haber creído lo que ahora ven. Los avergonzados serán condenados, y los congratulados coronados. A los conturbados se les dirá: Id al fuego eterno que se preparó para el diablo y sus ángeles. Y a los regocijados: Venid, benditos de mi Padre; recibid el reino que se os preparó desde el origen del mundo19. Al recibirle desaparecerá la fe, porque poseerán la realidad. Desaparecida la esperanza, desaparecerá la noche; pero hasta que acontezca, desde la vigilia matutina espere nuestra alma en el Señor.

11. Vuelve a repetir lo mismo, pues ahora dice: Desde la vigilia matutina espere Israel en el Señor; y antes dijo: Desde la vigilia matutina hasta la noche esperó mi alma en el Señor. Pero ¿qué quiere decir esperó? Que desde la vigilia matutina espere Israel en el Señor. Luego no sólo espere Israel en el Señor, sino desde la vigilia matutina espere Israel en el Señor. ¿Por ventura repruebo la esperanza del mundo cuando espera algo de Dios? No. Pero Israel tiene una esperanza propia. No espere Israel como bien supremo suyo las riquezas, ni la salud del cuerpo, ni la abundancia de los bienes temporales; todo lo contrario, aquí ha de habituarse a las tribulaciones, si quizás le aconteciere soportar algunas incomodidades en pro de la verdad. Los mártires esperaban en Dios, y, sin embargo, padecieron los mismos tormentos que padecieron los inicuos y ladrones: fueron arrojados a las bestias, quemados por el fuego, heridos por la espada, despedazados con los garfios, atados con cadenas, matados en las cárceles. Todas estas cosas padecieron. ¿Por ventura no esperaban en el Señor? ¿O esperaban para que, careciendo de estos males, gozasen de esta vida? No por cierto, puesto que esperaban desde la vigilia matutina. ¿Qué quiere decir esto? Que consideraron la vigilia matutina, en la cual resucitó el Señor, y vieron que antes de resucitar padeció las cosas que ellos padecían, y, por lo mismo, no desconfiaban que ellos también habían de resucitar, después de estos tormentos, a la vida eterna. Esperó Israel en el Señor desde la vigilia matutina hasta la noche.

12 [v.7-8]. Porque en el Señor hay misericordia y en Él abundante redención, ¡Magnífico! No podría decirse cosa mejor en su lugar atendiendo a lo que dijo: Desde la vigilia matutina espere Israel en el Señor. ¿Por qué? Porque a partir de la vigilia matutina resucitó el Señor, y el Cuerpo debe esperar lo que aconteció en la Cabeza. Mas para que no brote este pensamiento: "A la Cabeza le fue lícito resucitar, porque no se veía cargada de pecados, ya que ninguno había en ella; pero nosotros, ¿qué hemos de esperar? ¿Por ventura esperaremos la resurrección que precedió en el Señor, siendo así que estamos cargados de pecados?", oye lo que sigue: Porque en el Señor hay misericordia y en Él abundante redención. Y Él mismo redimirá a Israel de todas sus iniquidades. Luego, si te hundían tus pecados, la misericordia de Dios vela por ti. Precedió Él, sin pecado, para borrar los pecados de los que le habían de seguir. No confiéis en vosotros, sino confiad desde la vigilia matutina. Ved que resucitó vuestra Cabeza y subió al cielo. En ella no hubo culpa, mas por ella se borrarán las vuestras: Él mismo redimirá a Israel de todas sus iniquidades. Israel pudo venderse, y, vendido, estar sometido al pecado, mas no puede redimirse de sus iniquidades. Pero pudo redimir el que no pudo venderse. El que no cometió pecado es redentor del pecado: Él mismo redimirá a Israel. ¿De qué redimirá? ¿De esta o la otra iniquidad? De todas sus iniquidades. Luego no tema acercarse a Dios con algunas iniquidades propias; acérquese lleno de confianza y deje de hacer lo que antes ejecutaba, y no diga: "No me perdonará aquella iniquidad." Si dijere esto debido a aquella por la cual piensa que no se le ha de perdonar, no se convierte, y, cometiendo otras, no se le perdona tampoco lo que no temía. "Porque cometí —dice— un crimen enorme, y no puede perdonárseme, cometeré otros también, pues esto pierdo si no lo hago." No temes, te hallas en el profundo; no desdeñes clamar al Señor desde el profundo y decir: Si atendieses a las iniquidades, Señor; Señor, ¿quién se sostendrá? Contémplale, y espérale, y confía por su ley. ¿Qué ley te dio? Perdónanos nuestras deudas, así como nosotros perdonamos a nuestros deudores. Espera que has de resucitar, y entonces has de estar en absoluto sin pecado, porque resucitó el que primero estuvo sin pecado. Espera desde la vigilia matutina. No digas: "No soy digno por causa del pecado." No eres ciertamente digno, pero en Él hay abundante redención y Él mismo redimirá a Israel de todas sus iniquidades.