SALMO 122

Traductor: Balbino Martín Pérez, OSA

[Ferviente petición del auxilio divino]

SERMÓN AL PUEBLO

1. Emprendí exponer a vuestra caridad por orden los cánticos del que sube; del que sube y del que ama; del que sube, por lo mismo que es amante. Todo amor o sube o baja. Por el buen deseo nos elevamos a Dios y por el malo nos precipitamos al abismo. Pero como ya caímos arruinados por el mal deseo, si conocemos quién no cayó, sino que bajó a nosotros, no nos queda más que subir uniéndonos a Él, porque por nuestras fuerzas no podemos. El mismo Señor nuestro Jesucristo dijo: Nadie sube al cielo sino el que descendió del cielo, el Hijo del hombre, que está en el cielo1. Esto parece como si sólo lo hubiera dicho de sí mismo. Luego ¿los demás han de quedar abajo, ya que sólo sube el que únicamente descendió? ¿Qué deben hacer los demás? Unirse a su Cuerpo para que haya un solo Cristo que baja y sube. Bajo la Cabeza y sube con el Cuerpo, pues se vistió de la Iglesia, que se presentó a sí mismo sin mancha ni arruga2. Luego sólo Él sube. Pero también nosotros, cuando de tal modo estamos en Él, que somos sus miembros en Él, pues entonces es uno con nosotros; y de tal manera uno, que siempre es uno. La unidad nos entrelaza al uno, y así únicamente no suben con Él los que no quieren ser uno con Él. Empero, Él, que se halla en el cielo, inmortal, con la carne resucitada, por la que fue temporalmente mortal, sin soportar en el cielo persecuciones, ultrajes y oprobios, como se dignó soportar estas cosas por nosotros cuando estuvo en la tierra, compadeciéndose de su Cuerpo, que padecía en la tierra, dijo: Saulo, Saulo, ¿por qué me persigues?3 A Él no le tocaba ya nadie, y, no obstante, clamaba desde el cielo diciendo que padecía persecución. Por tanto, no debemos perder la esperanza; es más, debemos presumir con gran confianza que, si está con nosotros en la tierra por la caridad, por esta misma caridad estamos nosotros con El en el cielo. Dijimos de qué modo está con nosotros en la tierra al hablar de la voz que se oyó desde el cielo: Saulo, Saulo, ¿por qué me persigues?, siendo así que Saulo no le tocaba, es más, ni le veía. Pero ¿cómo se demuestra que nosotros estamos con Él en el cielo? Por el mismo apóstol San Pablo, que dice: Si resucitasteis con Cristo, buscad las cosas de lo alto, en donde Cristo está sentado a la derecha de Dios; pensad en las cosas que están en lo alto, no en las que están sobre la tierra. Porque moristeis y vuestra vida se halla escondida con Cristo en Dios4. Luego Él está aún abajo, y nosotros estamos arriba; Él está abajo con la ternura de la caridad, y nosotros arriba con la esperanza de la caridad. Pues con la esperanza hemos sido salvados5. Pero como nuestra esperanza es segura, aun cuando lo que nos sobrevenga es futuro, se habla de nosotros como ya acontecido.

2 [v.1]. Suba, pues, este cantor; pero de cada uno de vuestros corazones cante aquí el hombre, y cada uno sea este hombre. Cuando cada uno en particular canta esto, como todos sois uno en Cristo, un hombre es el que canta y no dice: "A ti, Señor, elevamos nuestros ojos", sino: A ti, Señor, elevé mis ojos. Debéis, pues, pensar que habla cada uno de vosotros, pero principalmente habla aquel uno que también se halla difundido por todo el orbe terráqueo. Uno es el que habla, y éste dice en otro sitio: Desde los confines de la tierra clamé a ti estando angustiado mi corazón6. ¿Quién es este que clama desde los confines de la tierra? ¿Qué hombre solo se difundió hasta los términos de la tierra? Todo hombre puede clamar en su propia región; pero ¿acaso hasta los confines de la tierra? Mas la heredad de Cristo, de la que se dijo: Te daré las gentes en heredad, y en posesión tuya los términos de la tierra7, clama y dice: Clamé a ti desde los confines de la tierra estando mi corazón angustiado. Se angustie nuestro corazón y clamemos. ¿Por qué se angustiará nuestro corazón? No por las cosas que también padecen aquí los malos, es decir, porque padecen daños, puesto que, si nace de aquí la angustia del corazón, es nada. Pues ¿qué extraordinario es que se angustie el corazón por haber perdido, queriéndolo Dios, a alguno de tus seres queridos? Por esto se angustian también los corazones de los infieles. Esto lo padecen también quienes aún no creyeron en Cristo. ¿Por qué se angustia el corazón cristiano? Porque aún no vive con Cristo. ¿Por qué se angustia el corazón cristiano? Porque peregrina y anhela la patria. Si por esto se angustia tu corazón, aun cuando seas feliz en cuanto al siglo, gimes. Y si afluyen a ti todas las cosas prósperas y por todas partes te sonríe el mundo, con todo, gimes, porque te ves colocado en la peregrinación; y si percibes que tienes la que es felicidad a los ojos de los necios, mas no la que lo es según la promesa de Cristo, buscándola, gimes; y buscándola la deseas, y deseándola subes, y ascendiendo cantas el cántico de grado; y, cantando el cántico gradual, dices: Elevé mis ojos a ti, que habitas en el cielo.

3. Subiendo, ¿adónde debía elevar los ojos si no es a donde se dirigía y deseaba subir? De la tierra se sube al cielo. Ved la tierra, que hollamos con los pies, abajo; ved el cielo, que contemplamos con los ojos, arriba; subiendo, cantamos: A ti que habitas en el cielo, elevé mis ojos. ¿En dónde está la escalera? La distancia que separa al cielo de la tierra es inmensa, grande la separación, infinito el espacio. Queremos subir allí y no vemos escaleras. ¿Por ventura nos engañamos al cantar el cántico gradual, es decir, el cántico de ascensión o subida? Subimos al cielo si pensamos en Dios, que hizo la subida en el corazón. ¿Qué significa "subir en el corazón"? Aprovechar en lo que se refiere a Dios. Así como todo el que decae no baja, sino que cae, así también todo el que progresa sube; pero si progresa de tal modo que no se ensoberbece; si sube de tal suerte que no cae; pues si progresando se ensoberbece, subiendo cae de nuevo. Para no ensoberbecerse, ¿qué debe hacer? Eleve los ojos a Aquel que habita en el cielo, no se mire a sí mismo. Todo soberbio se mira a sí mismo, y el que se agrada se tiene por grande. Pero el que a sí mismo se agrada, agrada a un hombre necio, porque él es necio cuando se agrada a sí mismo. Sólo agrada lleno de confianza el que agrada a Dios. ¿Y quién agrada a Dios? Aquel a quien agradare Dios. Dios no puede desagradarse a sí mismo; te agrade también a ti para que tú le agrades a Él. Pero no puede agradarte a ti El si tú no te desagradas a ti; si te desagradas a ti, aparta de ti tu mirada. ¿Por qué te miras a ti? Si en verdad te mirases, encontrarías en ti lo que te desagradase y dirías a Dios: Mi pecado siempre está delante de mí8. Pon tu pecado delante de ti, para que no esté ante Dios, y tú no estés delante de ti, para que estés delante de Dios. Como queremos que Dios no aparte de nosotros su rostro, así deseamos que aparte su mirada de nuestros pecados, pues ambas cosas se cantan a Dios en los salmos: No apartes tu "rostro de mí"9 es la voz del salmo, es nuestra voz; mas el que dice: No apartes tu rostro de mí, ve lo que dice en otro lugar: Aparta tu rostro "de mis pecados"10. Si quieres que Dios aparte su faz de tus pecados, aparta tú la mirada de ti y no la apartes de tus pecados. Pues, si tú no la apartas de ellos, tú mismo te aíras contra ellos. Si tú no apartas tu mirada de tus pecados, los reconoces y Dios los perdona.

4. Partiendo de ti, eleva los ojos a Dios y di: Elevé mis ojos a ti, que estás en el cielo. Si entendemos, hermanos, realmente por cielo esto que vemos con los ojos del cuerpo, de tal modo erramos, que hemos de llegar a pensar que no podremos subir a él si no es mediante escaleras o algún parecido instrumento. Si, por el contrario, creemos que hemos de ascender espiritualmente a él, debemos entender que el cielo es espiritual; si la subida se lleva a cabo con el afecto, el cielo es de justicia. Luego ¿cuál es el cielo de Dios? Todas las almas santas, todas las almas justas. Así, los apóstoles, aun cuando se hallaban en carne en la tierra, eran cielo, puesto que, hallándose Dios sentado en ellos, caminaba por todo el mundo. Luego habita en el cielo. ¿Cómo? Del modo que dice otro salmo: Mas tú habitas en el santuario, gloria de Israel11. El que habita en el cielo, habita en el santuario. ¿Y qué es el santuario? Su templo: El templo de Dios, el cual sois vosotros, es santo12. Mas todos los que ahora son débiles y que caminan con arreglo a la fe13, según la fe son templo de Dios; pero en otro tiempo serán templo de Dios por visión. ¿Durante qué tiempo son templo de Dios conforme a la fe? Mientras que Cristo habita en ellos por la fe, según lo dice el Apóstol: Para que habite Cristo por la fe en vuestros corazones14. Hay cielos en los cuales habita ya Dios por la visión, viéndole cara a cara. Estos son todos los santos ángeles, todos los santos tronos, las virtudes, las potestades, las dominaciones, la Jerusalén celeste, hacia la cual peregrinando gemimos y deseándola oramos; en ésta habita Dios. A ésta elevó éste la fe, a ésta subió deseándola con el afecto; y este mismo deseo hace destilar al alma las inmundicias de los pecados y purificarla de toda mancha para hacerse también ella misma cielo, porque elevó los ojos a Aquel que habita en el cielo. Si entendiésemos que este cielo corpóreo que vemos con los ojos carnales es la habitación de Dios, su morada sería pasajera, porque pasará el cielo y la tierra15. Además, antes de hacer Dios el cielo y la tierra, ¿en dónde habitaba? Pero también dirá alguno: "Y antes de hacer Dios los santos, ¿en dónde habitaba?" En sí mismo habitaba Dios, junto a sí habitaba, pues es Dios en sí mismo. Cuando se digna habitar en los santos, no son los santos de tal modo casa de Dios que, caída la casa, caiga también Dios con ella. De un modo habitamos nosotros en la casa y de otro distinto habita Dios en los santos. Tú habitas en la casa de tal suerte, que, si se derrumba, caes con ella. Dios habita en los santos de tal manera, que, si Él se apartase, caen los santos. Luego cualquiera que lleva a Dios siendo templo de Dios, no piense que de tal modo lleva a Dios, que le atemorice (por quedarse en el aire) si él se retira. ¡Ay de aquel de quien se hubiere apartado Dios! Caerá; Dios permanecerá siempre en sí. Las casas en donde habitamos nos contienen; las casas en las que Dios habita son contenidas por Él. Ved ya la diferencia que existe entre nuestra morada y la de Dios, y, por tanto, diga el alma: Elevé mis ojos a ti, que habitas en el cielo, y entienda que Dios no necesita de cielo en el que habite, sino que el cielo necesita de Él; necesita que sea habitado por Dios.

5 [v.2-4]. ¿Qué sigue, puesto que dijo: Elevé mis ojos a ti, que habitas en el cielo? ¿Cómo elevaste los ojos? He aquí que como los ojos de los siervos se hallan atentos a las manos de sus señores, y los ojos de la esclava a las manos de su señora, así están atentos nuestros ojos al Señor, Dios nuestro, hasta que se compadezca de nosotros. Somos siervos y esclava. Dios es el Señor y Señora. ¿O qué quieren expresar estas palabras? ¿O qué significan estas semejanzas de cosas? Atienda vuestra caridad un poquito. No es de extrañar que seamos siervos y Él sea Señor, pero sí que nosotros seamos esclava y Él sea Señora. Mas no es de admirar que seamos esclava, pues somos Iglesia; ni tampoco que Él sea Señora, pues es sabiduría y fortaleza de Dios. Oye al Apóstol, que dice: Nosotros predicamos a Cristo crucificado, escándalo para los judíos y locura para los gentiles; pero para los llamados judíos y griegos, Cristo es virtud o fortaleza de Dios y sabiduría de Dios16. Luego para que el pueblo sea siervo y la Iglesia esclava, Cristo es fortaleza de Dios y sabiduría de Dios. Ambas cosas las oísteis al escuchar: Cristo es la fortaleza de Dios y la sabiduría de Dios. Cuando oyes la palabra Cristo, eleva tus ojos a las manos de tu Señor; cuando oyes las palabras fortaleza y sabiduría de Dios, eleva tus ojos a las manos de tu Señora. Eres siervo y esclava; siervo, porque eres pueblo, y esclava, porque eres Iglesia. Con todo, esta esclava halló gran dignidad junto a Dios, pues fue hecha esposa. Pero hasta que llegue al abrazo espiritual, en donde con seguridad goce de Aquel a quien amó y por quien suspiró en esta larga peregrinación, es esposa que recibió preciosísimas arras: la sangre del Esposo, por quien suspira segura. Y no se le dice: "No ames", conforme se dice en algún tiempo a la virgen ya desposada, pero aún no casada. Y con razón se le dice "no ames"; cuando estuvieres casada ama. Y con razón se le dice, porque es deseo precipitado e intempestivo y no casto amar a aquel que no sabe si con ella ha de casarse. Porque puede acontecer que se despose con uno y se case con otro. Pero como no hay nadie que se anteponga a Cristo, ésta ame segura y antes de unirse a Él, ame, y desde lejos, desde una prolongada peregrinación, suspire. Con Él se casará únicamente, porque El solo le dio arras. Pues ¿quién puede dar tales arras para casarse que muera por aquella con quien quiere casarse? Pero, si muere por aquella con quien quiere casarse, no habrá marido. ¿Qué digo? El murió seguro por la esposa con la que se casaría al resucitar. Con todo, hermanos, mientras tanto, permanecemos como siervos y esclavas. Se dijo: No os llamaré siervos, sino amigos17. Pero ¿quizás dijo esto el Señor únicamente a los discípulos? Oíd al apóstol San Pablo, que dice: De manera que ya no eres siervo, sino hijo; y, si hijo, heredero por Dios18. Hablaba al pueblo, hablaba a los fieles. Luego redimidos en el nombre del Señor por su sangre y purificados por el bautismo, somos hijos e hijo, porque de tal modo somos muchos, que en El somos uno. Y ¿qué indica que aún hablemos como siervos? ¿Acaso podemos tener en la Iglesia, aunque de siervos seamos ya hechos hijos, tanto merecimiento cuanto tuvo el mismo apóstol San Pablo? Y, con todo, ¿qué dice en la epístola? Pablo, "siervo" de Jesucristo19. Si él, por quien se nos predicó el Evangelio, se denomina a sí mismo siervo, ¿cuánto más debemos reconocer nosotros nuestra condición, para que así aumente en nosotros su gracia? Primeramente hizo siervos a los que redimió. La sangre fue el precio por los siervos y prenda por la esposa. Reconociendo, pues, nuestra condición, ya que, aunque seamos hijos por la gracia, sin embargo, somos siervos por la naturaleza o creación, puesto que toda criatura está sometida a Dios, digamos, pues: Así como los ojos de los siervos (se hallan atentos) a las manos de sus señores, y como los ojos de la esclava (lo están) a las manos de su señora, así (están atentos) nuestros ojos al Señor, Dios nuestro, hasta que se compadezca de nosotros,

6. Declaró también por qué están nuestros ojos atentos al Señor, Dios nuestro, al estilo de como los siervos los tienen atentos a las manos de su señor, y las esclavas a las manos de su señora; pues como si preguntases: "¿Por qué?", dice: Hasta que se apiade de nosotros. Luego ¿qué siervos quiso dar a entender, hermanos, que tienen puestos los ojos en las manos de sus señores y qué esclavas las que los tienen en las manos de sus señoras hasta que se compadezca de ellas la señora? ¿Quiénes son estos siervos y esclavas que tienen puestos así los ojos en las manos de sus señores sino aquellos a quienes se manda que sean castigados? Nuestros ojos están atentos al Señor, Dios nuestro, hasta que se compadezca de nosotros. ¿Cómo? Como los ojos de los siervos lo están a las manos de sus señores, y como los de las esclavas a las de su señora. Luego unos y otras hasta que se compadezca el señor o la señora. Imagínate a un señor que manda se castigue a un siervo; el siervo, al ser azotado, siente los dolores de las heridas y atiende a las manos de su señor hasta que diga: " Basta." Aquí llamó mano al poder. Luego ¿qué diremos, hermanos? Que nuestro Señor y que nuestra señora la sabiduría de Dios mandó castigarnos, pues en esta vida somos castigados, y toda esta vida mortal es nuestro azote. Oye la voz del salmo: Por causa de la iniquidad castigaste al hombre, e hiciste que mi alma se consumiese como araña20. Ved, hermanos, cuan deleznable es la araña, pues al simple contacto se revienta y muere. Para que no pensásemos que tenemos únicamente deleznable la carne debido a la debilidad de la mortalidad, no dijo: "Hiciste me consumiese", sino: Hiciste que mi alma se consumiese como araña, a fin de que no lo entendiésemos sólo según la carne. Nada hay más débil que nuestra alma, colocada en medio de las tentaciones del siglo, en medio de los gemidos y los brotes de las aflicciones; ninguna cosa hay más débil que ella hasta que se una a la firmeza celeste y se halle en el templo de Dios, de donde ya no caiga; porque primeramente, para venir a parar a esta debilidad y deleznabilidad, se debilitó como la araña y fue arrojada del paraíso. Entonces se mandó castigar al siervo. Hermanos míos, ved desde cuándo somos azotados: Adán es azotado en todos los que nacieron desde el comienzo del género humano, en todos los que ahora existen, en todos los que existirán después. Adán es azotado, es decir, el género humano; pero muchos se endurecieron de tal modo, que no sienten sus heridas. Los que de este género humano se hicieron hijos, recibieron la percepción del dolor, sienten que son azotados, y conocieron quién ordenó que lo fuesen, y elevaron sus ojos a Aquel que habita en el cielo, y, por tanto, tienen puestos los ojos en las manos de su Señor hasta que se compadezca, como lo están los ojos de los siervos en las manos de sus señores, y los de la esclava en los de su señora. Ves a algunos que son felices, que están alegres en este mundo, que se jactan de sí mismos, que no son azotados. Pero ¿qué digo? Lo son de manera más atroz, pues tanto más gravemente son castigados cuanto menos lo sienten. Despierten y sean azotados; se duelan, sientan, conozcan que son azotados. Porque quien añade ciencia, añade trabajo; esto lo dijo la Escritura21. Por eso dice el Señor en el Evangelio: Bienaventurados los que lloran, porque ellos serán consolados22.

7. Oigamos la voz del hombre que es azotado, y sean también estas voces nuestras cuando nos va bien. Porque ¿quién no entiende que es azotado cuando está enfermo, cuando se halla en la cárcel, cuando quizás está encadenado, cuando tal vez padece por los ladrones? Cuando los perversos le causan algunos sufrimientos, siente que es azotado. Pero es excelente percepción conocer que es azotado cuando a uno le va bien. No dijo la Escritura en el libro de Job: "La vida humana abunda en tentaciones", sino: ¿Acaso la vida humana sobre la tierra no es una tentación?23 Llamó tentación a toda la vida. Luego toda tu vida sobre la tierra es un continuo azote. Llora mientras vives en la tierra; y ya vivas felizmente o te halles en alguna tribulación, clama: Elevé mis ojos a ti, que habitas en el cielo. A las manos del Señor, que mandó que fueses azotado y a quien dices en otro salmo: Por causa de la iniquidad hiciste que mi alma se consumiese como araña, clama; clama a las manos del que azota y di: Apiádate de nosotros, Señor; apiádate de nosotros. ¿Por ventura no son estos clamores: Apiádate de nosotros, Señor; apiádate de nosotros, del que es azotado?

8. Porque estamos demasiado llenos de desprecio; nuestra alma está muy harta; (es) oprobio para los ricos y desprecio para los soberbios. El que es despreciado es perseguido. Todos los que quieren vivir piadosamente según Cristo, necesariamente soportarán oprobios, necesariamente serán perseguidos24 por aquellos que no quieren vivir piadosamente, y de quienes toda su felicidad es terrena. (Estos) se mofarán de aquellos que tienen por felicidad la que no puede verse con los ojos y les dirán: ¿Qué crees, insensato? ¿Ves lo que crees? ¿Ha vuelto alguno del sepulcro refiriéndote lo que allí acontece? Ve que yo amo lo que veo y me gozo. Serás, pues, despreciado, porque esperas lo que no ves y te desprecia aquel que parece que tiene lo que ve. Pero tú ve si es cierto que lo tiene. No te turbes. Ve si él lo tiene, y que no te insulte, no sea que, pensando que aquél es feliz ahora, pierdas la verdadera felicidad futura. No te turbes; ve si lo tiene. Lo que tiene huye de él, o él de lo que tiene; necesariamente, o él abandona su hacienda o ella le abandona a él. ¿A quién abandonan sus bienes? A aquel que viviendo cayó en la miseria. ¿Quién los abandonó? El que muere siendo rico, puesto que al morir no los llevó consigo al sepulcro. "Tengo, dice, propia casa"; se jactó de ello. Le preguntas: "¿Qué casa propia tienes tú?" "La que me dejó mi padre" (te responde). "Y él, ¿cómo la adquirió?" "Se la dejó mi abuelo"; llega hasta el bisabuelo, hasta el tatarabuelo, y ya no tiene modo de expresarse. ¿No te aterras más bien porque viste a muchos que abandonaron esta casa y ninguno de ellos la llevó consigo a la morada eterna? Tu padre la dejó aquí; pasó por ella; así pasarás tú también. Luego si pasas por tu casa, es posada de transeúntes, no morada de habitantes. Y, sin embargo, como nosotros esperamos las cosas futuras y suspiramos por la futura felicidad y aún no se ha manifestado lo que seremos, aunque ya seamos hijos de Dios25, porque nuestra vida está escondida con Cristo en Dios, estamos demasiado llenos de desprecio, es decir, de desdén, por aquellos que buscan o tienen la felicidad de este mundo.

9. Nuestra alma está muy harta; es oprobio para los ricos y desprecio para los soberbios. Preguntábamos quiénes eran los ricos, y lo declaró cuando dijo: Los soberbios. Lo mismo significa oprobio que desprecio, y ricos que soberbios. Por tanto, desprecio de los soberbios es repetición de la sentencia oprobio de los ricos. ¿Por qué son ricos los soberbios? Porque quieren ser felices aquí. ¿Cómo? Cuando son desgraciados, ¿por ventura son ricos también? Quizás, cuando son desgraciados, no nos insultan. Atienda vuestra caridad. Quizás nos insultan cuando son felices, cuando se jactan en la abundancia de sus riquezas, cuando se engríen con la vanidad de los falsos honores; entonces ciertamente nos insultan, y como nos dicen: "Me va muy bien, me gozo con las cosas presentes; se aparten de mí los que prometen lo que no muestran; yo tengo lo que veo, me gozo de lo que tengo, me va muy bien en esta vida." Tú permanece más firmemente, porque Cristo resucitó y te enseñó lo que te ha de dar en la otra vida. Estate seguro que lo dará. Pero te insulta el que tiene. Soporta al que insulta y te reirás del que gemirá: Más tarde llegará el tiempo en que ellos han de decirse a sí mismos: Estos son aquellos a quienes en otro tiempo tuvimos por escarnio. Estas son palabras del libro de la Sabiduría. La Escritura nos da a conocer lo que han de decir aquellos mismos que ahora nos insultan y desprecian y nos llenan de oprobios y desdenes. Ellos pronunciarán estas palabras cuando sean desdeñados por la Verdad. Verán brillar a la derecha a los que, estando mezclados con ellos, despreciaron, cuando les acontezca lo que dijo el Apóstol: Cuando apareciere Cristo, nuestra vida, entonces también vosotros apareceréis con El en la gloria26, y dirán: Estos son aquellos que en otro tiempo tuvimos por escarnio y por ejemplo de oprobio, Nosotros, insensatos, teníamos su vida por locura, y su fin por deshonra. ¡Como han sido contados entre los hijos de Dios, y su suerte se halla entre los santos!; y, prosiguiendo en su discurso, añadirán: Luego erramos el camino de la verdad, y la luz de la justicia no nos iluminó, y el sol no nació para nosotros. ¿De qué nos sirvió la soberbia?, y la jactancia de las riquezas, ¿qué nos consiguió?27 Tú no los insultarás allí, porque ellos se insultarán a sí mismos. Hermanos, hasta tanto que esto suceda, elevemos los ojos a Aquel que habita en el cielo y no apartemos nuestros ojos de Él hasta que se compadezca de nosotros y nos libre de toda tentación, oprobio y desprecio.

10. Añade a esto que algunas veces también los mismos que se hallan azotados por el infortunio temporal nos insultan. Pues encuentras de vez en cuando a alguno que en castigo de sus iniquidades, ya sea por oculto juicio de Dios o por patente condenación, es encarcelado y soporta cadenas, y, sin embargo, éste te insulta. Y cuando se le dice: "¿Por qué no viviste bien? ¿Ve adonde llegaste viviendo mal?", él te responde: "¿Por qué padecen también estas cosas los que viven bien?" "Estos padecen para ser probados, para ser ejercitados en la tentación, para que con los tormentos aprovechen, puesto que Dios azota a todo aquel que recibe por hijo28. Y si castigó al único que no tuvo pecado y le entregó por todos nosotros29, ¿cómo debemos ser castigados nosotros que dimos pie para ser castigados?" Al decirles esto, ellos se engríen aún en su desdicha, y, acongojados, pero aún no humillados, responden y dicen: "Estas son paparruchas de cristianos necios, que creen lo que no ven." Si también éstos insultan, ¿por qué pensamos, hermanos, que no conmemora el salmo a éstos cuando dice: Oprobio para los ricos y desprecio para los soberbios, siendo así que de cuando en cuando insultan a los cristianos los pobres; es más, que, aun cuando se hallan en la necesidad y en las calamidades, no cesan de insultar? Es cierto que es oprobio de los ricos. Pero ¿acaso no se encuentra a alguno que, hallándose en medio de calamidades, insulte? ¿No insultó el ladrón que estaba crucificado con Cristo?30 Luego si insultan también los pobres, ¿por qué dice el salmo: Es oprobio para los ricos? Si diligentemente lo examinamos, también éstos son ricos. ¿Cómo son ricos? Si no lo fuesen, no serían soberbios. Uno es rico en dinero, y por esto es soberbio; otro en honores, y de aquí es soberbio; otro se cree rico en justicia, y, por lo mismo, lo que es peor, es soberbio. Los que comprenden que son pobres en cuanto a dinero, les parece que son ricos en justicia sobre Dios, ya que, hallándose en medio de calamidades, se justifican y acusan a Dios y dicen: " ¿Qué crimen cometí o qué hice?" Tú le dices: "Recuerda tus pecados; ve si nada has hecho." Se conmueve un tanto su conciencia, recapacita y piensa en sus malas acciones, y después de pensar en sus perversos hechos, ni así quiere confesar que padece en justicia, sino que dice: "Sin duda, cometí muchos pecados, pero veo a muchos que perpetraron cosas peores que yo, y no padecen mal alguno." Por tanto, él es justo en oposición a Dios. Luego él es rico, tiene el corazón rebosante de justicia, y le parece que Dios le perjudica y que él padece injustamente. Si le entregares la nave para gobernarla, naufragaría con ella; sin embargo, él quiere excluir a Dios del gobierno de este mundo y adueñarse él del timón para gobernar a la criatura y distribuir a todos los sufrimientos y los goces, los castigos y los premios. ¡Alma de cántaro, alma infeliz!, pero ¿de qué os admiráis?; es rica, pero rica en perversidad, rica en malicia; y tanto es más rica en perversidad cuanto más le parece que es rica en justicia.

11. Por el contrario, el hombre cristiano no debe ser rico, sino que debe reconocerse pobre; y, si tiene riquezas, debe saber que no son ellas verdaderas riquezas, a fin de que desee otras mejores. El que desea falsas riquezas, no busca las verdaderas; el que busca las verdaderas, aún es pobre y dice en su corazón: Soy pobre y doliente31. Por otra parte, el que es pobre y se halla repleto de maldad, ¿cómo puede decirse que es rico? Porque le desagrada ser pobre y le parece tener su corazón repleto de justicia en oposición a la justicia de Dios. Pero ¿cuál es la riqueza de justicia que tenemos nosotros? Por mucha que sea la justicia que tengamos, es como un pequeño rocío en comparación de la fuente; en comparación de aquella inmensa abundancia, es una diminuta gotita que suaviza nuestra vida y desvanece nuestra dura iniquidad. Ahora deseamos ser alimentados con la repleta fuente de justicia, deseamos saciarnos con la abundancia de la que se dice en el salmo: Se embriagarán con la abundancia de tu casa y les darás a beber del torrente de tus delicias32. Sin embargo, mientras permanecemos en este mundo, entendamos que somos pobres y necesitados, no sólo de estas riquezas, que no son verdaderas riquezas, sino también de salud. Cuando estamos sanos, comprendamos que estamos enfermos. Pues mientras este cuerpo siente hambre y sed, mientras este cuerpo se fatiga vigilando, estando de pie, andando, sentado y comiendo; y mientras encuentra nueva fatiga al dirigirse a cualquier otra parte buscando alivio para su cansancio, no posee la perfecta salud en su cuerpo. Luego no son riquezas aquéllas, sino mendicidad; porque cuanto más abundan, tanto más crece la indigencia y la avaricia. Luego la salud del cuerpo es enfermedad. Todos los días nos aliviamos con los medicamentos de Dios, porque comemos y bebemos; éstos son los medicamentos que se nos ofrecen. Hermanos, si queréis saber qué enfermedad nos aqueja, ved que quien no come durante siete días se consume de hambre. Luego dentro está el hambre, pero no la sientes, porque todos los días la reparas; por tanto, no tenemos la salud completa.

12. Vea vuestra caridad cómo nosotros nos debemos reconocer pobres para que nos alegremos dirigiéndonos a Él y elevemos los ojos a Aquel que habita en el cielo. Las riquezas de la tierra no son verdaderas, pues aumentan más la codicia de quienes las poseen. La salud del cuerpo no es la verdadera, porque lleva consigo la debilidad y en todas partes es defectuosa; a cualquier lado que se vuelva desfallece. En la misma ayuda no encontrarás estabilidad; se cansa estando de pie; quiere sentarse; pero ¿por ventura permanecerás sentado mucho tiempo? Todo lo que elige para no cansarse encierra en sí mismo el decaimiento. Se cansó estando despierto; dormirá; pero ¿acaso porque durmió no desfallece? Se cansó ayunando; ha de comer; pero, si come demasiado, decae. Esta debilidad no puede permanecer en ningún estado. ¿Qué diremos de la justicia? ¡Cuánta justicia hay entre tantas tentaciones! Podemos abstenernos del homicidio, del adulterio, del robo, del perjuicio, del fraude; pero ¿acaso podemos abstenernos de los inicuos pensamientos, de las sugestiones de los malos deseos? ¿Cuál, es, pues, nuestra justicia? Tengamos hambre de todo, sintamos sed de todo: de las verdaderas riquezas, de la verdadera salud y de la verdadera justicia. ¿Cuáles son las riquezas verdaderas? La mansión celeste de Jerusalén. ¿Quién se denomina "rico en la tierra"? Cuando se alaba al rico, ¿qué se dice? "Es muy rico; nada le falta". Esta es una alabanza del que alaba, porque en sí misma, cuando se dice: "Nada le falta", no lo es. Ve si nada le falta. Si nada desea, nada le falta; pero, si aún desea más de lo que tiene, entonces se le acumularon las riquezas para que creciese la indigencia. En aquella ciudad habrá verdaderas riquezas, porque allí nada nos faltará, puesto que no necesitamos nada y habrá salud perfecta o verdadera. ¿Cuál es la salud verdadera? ¿Y cuándo tendrá lugar ésta? Cuando fuere asumida la muerte por la victoria, y cuando esto corruptible se vista de incorrupción, y esto mortal de inmortalidad33, entonces habrá verdadera salud, entonces habrá verdadera y perfecta justicia; de suerte que no sólo no podremos hacer nada malo, sino ni pensarlo. Pero ahora, pobres, necesitados, indigentes y dolientes, suspiramos, gemimos, oramos y elevamos los ojos a Dios, porque los que son dichosos en este mundo nos desprecian. Son, pues, ricos; pero también nos desprecian los que son desgraciados en este siglo, porque asimismo son ricos y tienen en su corazón justicia, pero falsa. Mas tú, para que consigas la verdadera, sé pobre y mendigo de la misma justicia y oye el Evangelio: Bienaventurados los que tienen hambre y sed de justicia, porque ellos serán saciados34.