SERMÓN 21
1 [v.89]. El hombre, que habla en este salmo como si estuviese disgustado por la mutabilidad de los hombres, por la cual esta vida está llena de tentaciones, hallándose en medio de las tribulaciones, debido a las cuales anteriormente dijo: Inicuamente me persiguieron, y: Por poco no acabaron conmigo en la tierra, inflamado con el deseo de la celestial Jerusalén, miró hacia lo alto y dijo: Señor, tu palabra permanece eternamente en el cielo; esto es, en tus ángeles, que sirven sin desertar en la eterna milicia.
2 [v.90]. Después de hablar sobre el cielo, el versillo siguiente toca, por tanto, a la tierra, ya que es el segundo de los ocho que pertenecen a esta letra hebrea lamed, pues a cada una de las letras del abecedario hebreo, que consta de veintidós, se asignan ocho versillos hasta terminar este dilatado salmo. Tu verdad perdura de generación en generación; fundaste la tierra, y permanece. Mirando después del cielo la tierra con una mirada de mente sincera, encuentra en ella generaciones que no hay en el cielo, y dice: Tu verdad perdura de generación en generación, ya sea significando con esta repetición todas las generaciones, de las cuales nunca faltó la verdad de Dios en sus santos, cuándo en pocos, cuándo en muchos, según los tuvo la sucesión de los tiempos; o ya queriendo dar a entender dos determinadas generaciones, a saber, una que pertenece a la ley y los profetas, y otra al Evangelio. Y como declarando el motivo por qué no faltó jamás la verdad en estas generaciones, dice: "Fundaste" la tierra, y permanece, llamando "tierra" a los que habitan la tierra. Ninguno puede poner otro "fundamento" fuera del puesto, el cual es Cristo Jesús1, pues también el fundamento de aquella generación a la que pertenecían la ley y los profetas era Cristo, pues de Él dan testimonio la ley y los profetas2. ¿O es que Moisés y los profetas han de ser contados por hijos de la esclava, que engendra para servidumbre, y no más bien por hijos de la libre, que es nuestra madre3, a la cual llama el hombre madre Sión; y añade: El hombre fue hecho en ella y el mismo Altísimo la fundó?4 Él es, pues, también el Altísimo con el Padre, pero por nosotros se humilló en esta madre; porque el que era Dios sobre ella, se hizo hombre en ella. Así, pues, en este fundamento cimentaste la tierra, y permanece, porque, afianzada en tal fundamento, no será derruida por los siglos de los siglos5 y permanecerá en aquellos a quienes has de dar la vida eterna. Pero los que parió la esclava, los cuales pertenecen al Viejo Testamento, en cuyas figuras se hallaba encubierto el Nuevo, como no gustan más que de promesas terrenas, no permanecen, pues el siervo no permanece eternamente en la casa; por el contrario, el hijo permanece eternamente6.
3 [v.91. Por tu ordenanza permanece el día. Ciertamente, todas estas cosas son día. Y éste es el día que hizo el Señor; nos alegremos y regocijemos en él7; y, como en día, caminemos cabalmente8. Porque todas las cosas te sirven. A saber, todas las cosas de las que hablaba. Todas las cosas que pertenecen a este día te sirven, pues los impíos, de los que se dice: Asemejé vuestra madre a la noche9, no te sirven.
4 [v.92]. A continuación contempla el motivo del afianzamiento de esta tierra para que establecida permanezca, y añade: Si tu ley no hubiera sido mi meditación, entonces quizá hubiera perecido en mi abatimiento. Esta ley es la ley de la fe; no de la fe vana, sino de la que obra por el amor10. Por ésta se consigue la gracia, la cual constituye hombres valientes en la tribulación temporal para que no perezcan en la debilidad mortal.
5 [v.93]. No me olvidaré —dice— eternamente de tus justificaciones, porque con ellas me diste la vida. He aquí el motivo de no perecer en su abatimiento. Porque, si Dios no vivifica, ¿qué es el hombre, que pudo matarse, pero que no puede vivificarse?
6 [v.94]. A continuación añade y dice: Yo soy tuyo; sálvame, porque indagué tus justificaciones. Lo que se dijo: Yo soy tuyo, no ha de pasarse a la ligera. ¿Qué cosa no es de Él? ¿Acaso porque se dice que Dios está en los cielos ha de juzgarse que no hay cosa suya en la tierra, siendo así que el salmo clama: Del Señor es la tierra y cuanto ella contiene, el orbe de la tierra y todos los habitantes de él?11 ¿Qué quiso dar a entender éste cuando creyó necesario encomendarse a Dios de un modo tan familiar, diciendo: Yo soy tuyo; sálvame, sino que para su mal había querido ser suyo, puesto que la desobediencia es el principal y más pernicioso mal? Ahora, como si dijera: "Quise ser mío, y me perdí", exclama: Soy tuyo; sálvame, porque indagué tus justificaciones. No mis quereres, con los que fui mío, sino tus justificaciones, para que en adelante sea tuyo.
7 [v.95]. Los pecadores —dice— me acecharon para perderme, pero yo entendí tus testimonios. ¿Qué significa me acecharon para perderme? ¿Por ventura que se colocaron acechando en el camino, esperando que pasase para matarle? ¿Acaso temía perecer en cuanto al cuerpo? No por cierto. Entonces, ¿qué querrá decir me acecharon? Que consintiese con ellos en el mal, pues así le perderían. Mas explica el motivo de no haber perecido, diciendo: Entendí tus testimonios. Aquí suena más familiarmente a los oídos de la Iglesia la palabra griega entendí tus martirios, porque, aunque le matasen por no consentir en sus propósitos, confesando tus martirios, no perecería; pero aquéllos, que esperaban su consentimiento para perderle, también le atormentaban mientras confesaba; sin embargo, viendo y contemplando él el fin sin fin, no abandonó lo que entendía.
8 [v.96]. Por último, añadió a continuación: Vi el fin de toda consumación; tu mandamiento es ancho en extremo. Había entrado ciertamente en el santuario de Dios, y allí había entendido el fin de las cosas12. A mí me parece que por toda consumación debe entenderse en este lugar el combatir hasta la muerte por la verdad13 y el tolerar todos los males por el verdadero y Sumo Bien. Siendo el fin de esta consumación sobresalir en el reino de Cristo, que no tiene fin, y poseer allí, sin muerte, sin dolor y con gran honra, la vida adquirida con la muerte y con los sufrimientos y oprobios de esta vida. Lo que añadió: tu mandamiento es ancho en extremo, únicamente lo entiendo de la caridad. ¿Qué hubiera aprovechado confesar aquellos martirios ante la amenaza de cualquier clase de muerte y entre los más acerbos tormentos si en el confesor no hubiera habido caridad? Oigamos al Apóstol: Si entregare —dice— mi cuerpo para ter quemado y no tengo caridad, de nada me aprovecha14. Pero la caridad de Dios se difundió en nuestros corazones por el Espíritu Santo, que nos ha sido dado15. En esta difusión se halla la anchura, en la cual se camina sin angustias aun por senda angosta, concediéndolo Aquel a quien se dijo: Ensanchaste mis pasos debajo de mí, y no flaquearon mis plantas16. Ancho es, pues, el mandamiento de la caridad; mandamiento doble, con el que se manda amar a Dios y al prójimo. ¿Qué cosa hay más dilatada como aquella de la que pende toda la ley y los profetas?17
SERMÓN 22
1 [v.97]. Frecuentemente advertí que la espaciosidad laudable, en la que no padecemos angustias cuando cumplimos los mandamientos, es la caridad. Por lo cual, habiendo dicho anteriormente en este gran salmo: Tu mandamiento es ancho o espacioso en extremo, declara en este siguiente versillo por qué es ancho, diciendo: ¡Cómo amé, oh Señor, tu ley! El amor es, pues, la anchura del mandamiento. Porque ¿cómo puede suceder que se ame lo que Dios ordena amar y no se ame el mandamiento, que es la misma ley? Todo el día —dice— es ella mi meditación. He aquí cómo la amé: siendo todo el día mi meditación, o mejor, como consigna el texto griego, "durante" todo el día, expresando en ello el acto continuado de su meditación, pues durante todo el tiempo es igual que "siempre". Con este amor se vence la concupiscencia, que con frecuencia se opone al cumplimiento de los preceptos de la ley, codiciando la carne contra el espíritu. Por tanto el espíritu, que codicia contra ella18, debe amar de tal modo la ley de Dios, que durante todo el día ha de meditar en ella. También dice el Apóstol: ¿En dónde está, pues, tu jactancia? Ha sido excluida. ¿Por qué ley? ¿Por la de las obras? No, sino por la ley de la fe19. Y ésta, es la fe que obra por el amor20; porque buscando, pidiendo y llamando, consigue el espíritu bueno21, por el cual se difunde la caridad en nuestros corazones22. Todos los que obran con este espíritu de Dios son hijos de Dios23, los cuales serán recibidos para descansar con Abrahán, Isaac y Jacob en el reino de los cielos24; siendo expulsado el esclavo, que no permanece eternamente en la casa25; a saber, el Israel según la carne, al cual se dijo: Cuando viereis a Abrahán, a Isaac y a Jacob y a todos los profetas en el reino de Dios, vosotros seréis arrojados fuera, pues vendrán del oriente y del occidente, del aquilón y del mediodía, y se recostarán en el reino de Dios. Y he aquí que los últimos serán los primeros, y los primeros los últimos26. Pues las gentes, como dice el vaso de elección, que no iban en busca de la justicia, alcanzaron justicia; justicia que se origina de la fe. Sin embargo, persiguiendo la ley de la justicia, no llegó a conseguir la ley de justicia. ¿Por qué? Porque, al no pretender alcanzarla por la fe, sino como por las obras, tropezaron en la piedra del tropiezo27, y así se hicieron enemigos del que habla en esta profecía.
2 [v.98]. A continuación añade: Me hiciste percibir tu mandamiento más que a mis enemigos, porque está eternamente conmigo. Ellos ciertamente tienen celo de Dios mas no según la ciencia, pues, desconociendo la justicia de Dios y queriendo establecer la suya, no se sometieron a la justicia de Dios28. Por el contrario, este que conoce el mandamiento de Dios mejor que sus enemigos, quiere, con el Apóstol, no tener propia justicia, que se origina de la ley, sino la justicia que se da por la fe de Cristo, que procede de Dios29. Pero no porque la ley que sus enemigos leen no proceda de Dios, sino porque no la perciben como éste, que la conoce mejor que ellos, uniéndose a la piedra en que ellos tropezaron. El fin de la ley es Cristo en orden a justicia para todo creyente30, a fin de que se justifiquen gratuitamente por su gracia31. No como aquellos que piensan que con sus propias fuerzan cumplen la ley, y, por tanto, aun con la ley de Dios buscan establecer su propia justicia; sino como el hijo de la promesa, el cual, estando hambriento y sediento32, pidiendo, buscando y llamando, la mendiga, en cierto modo, del Padre33, para que, adoptado, la reciba mediante el Unigénito. Así, pues, ¿cuándo hubiera percibido el mandamiento de Dios si no se le hubiera dado a conocer Aquel a quien dice: Me hiciste percibir tu mandamiento más que a mis enemigos? Sus enemigos, engendrados, como de Agar, para servidumbre34, buscaron, por el cumplimiento del precepto, premios temporales, y, por lo mismo, no les sirvió para la eternidad como a éste. Mejor entendieron los que tradujeron in aeternum, eternamente, que quienes tradujeron in saeculum, en el siglo, como si, acabado este mundo, ya no podrá haber mandamiento de ley. Sin duda que no habrá ningún escrito en tablas o libros visibles, pero en las tablas del corazón permanecerá eternamente el amor de Dios y del prójimo, en cuyo doble mandamiento se funda toda la ley y los profetas35. Y, cuando Dios sea todas las cosas en todos, será también el mismo mandante premio de este mandamiento guardado, y el mismo amado, premio del amor36.
3 [v.99]. ¿Qué es lo que sigue: Entendí más que todos los que me enseñaban? ¿Quién es éste que entendió más que lodos los que le enseñaron? ¿Quién es éste, diré, que se atreve a anteponerse a todos los profetas, que no sólo enseñaron hablando a los que vivieron con ellos, sino que también escribiendo enseñaron con gran autoridad a los que vinieron después? A Salomón se le dio ciertamente tanta sabiduría, que parece haber excedido a todos los que le antecedieron37. Pero no es de creer que su padre David pudiese profetizarle en este pasaje, sobre todo teniendo en cuenta que no puede decirse de Salomón lo que aquí se consigna: De todo mal camino prohibí a mis pies. En fin, como es más aceptable, este profeta anuncia a Cristo, hablando proféticamente unas veces en persona de la Cabeza, la cual es el mismo Salvador, y otras en representación de su Cuerpo, que es la Iglesia, viniendo a ser como uno el que habla debido a aquel gran sacramento del cual se dijo: Sarán dos en una carne38, entonces reconozco claramente al que supo más que todos los que le enseñaron, puesto que, siendo niño de doce años, se quedó en Jerusalén, y después de tres días fue hallado por sus padres en el templo sentado entre los doctores oyéndoles y preguntándoles, por lo que todos los que le oían se admiraban de sus respuestas y sabiduría39. Por tanto, no sin razón Él es el que tanto tiempo antes había dicho por esta profecía: Entendí más que todos los que me enseñaron. Pero por esto quiere que se entiendan todos los hombres, no el Dios Padre, del cual dice el mismo Hijo: Hablo estas cosas como me enseñó mi Padre40. Esto difícilmente puede entenderse de la persona del Verbo, a no ser que cada uno entienda como pueda que el Hijo es enseñado por el Padre, en cuanto que es engendrado por Él. Pues para Aquel que no es una cosa el ser y otra el ser enseñado, sino que para Él lo mismo es el ser que el ser enseñado; sin duda, de Aquel que tiene el ser, del mismo tiene el ser enseñado. Pero en cuanto a que esta persona es hombre, porque recibió la forma de siervo41, fácilmente se entiende que aprendió del Padre lo que dijo; y, por tanto, teniendo esta forma de siervo, y, sobre todo, siendo niño, pudieron pensar los de mayor edad que debía ser enseñado; pero Aquel a quien enseñó el Padre supo más que todos los que le enseñaban. Porque tus testimonios —dice— son mi meditación. Luego sabía más que todos los que le enseñaban, porque meditaba los testimonios de Dios. Estos testimonios los conocía mejor por sí mismo que ellos el eme decía: Vosotros enviasteis legados a Juan, y dio testimonio de la Verdad; pero yo no recibo testimonio de hombre, sino que digo esto para que os salvéis. Juan era lámpara ardiente y luciente, y vosotros quisisteis regocijaros de momento con esta luz. Pero yo tengo un testimonio mayor que el de Juan42. Estos testimonios meditaba cuando entendió más que todos los que le enseñaban.
4 [v.100]. También se entiende rectamente que aquellos doctores eran los mismos ancianos, de los que a continuación dice: Entendí más que los ancianos. Esto me parece que se repitió de esta forma para que, al leer estas cosas, nos acordemos de aquella edad suya que nos dio a conocer en el Evangelio; en cuya edad pueril se sentó entre los mayores de edad, es decir, joven entre los ancianos, sabiendo más que todos los que enseñaban. A los mayores y menores en edad suele denominárseles, a unos, más ancianos, a otros, más jóvenes, aunque ninguno de ellos haya llegado o esté cerca de la vejez. Con todo, si queremos hallar en el Evangelio expresado el nombre de los ancianos a los que aventajó en sabiduría, le encontraremos cuando los escribas y fariseos le dijeron: ¿Por qué quebrantan tus discípulos la tradición de los ancianos, pues no se lavan las manos cuando comen pan? Ved que se le echa en cara la trasgresión de la tradición de los ancianos. Pero oigamos lo que les responde el que sabía más que los ancianos: ¿Por qué traspasáis vosotros el mandamiento de Dios por vuestra tradición? Poco después, para que no sólo Él, que es Cabeza del Cuerpo, sino también el mismo Cuerpo y sus miembros, supieran más que los ancianos, cuya tradición sobre el lavamiento de las manos se echaba por tierra, habiendo llamado hacia sí a las turbas, les dijo: oíd y entended. Como si dijera: "Entended también vosotras más que aquellos ancianos, para que así se manifieste que aquella profecía: Entendí más que los ancianos, se dijo también de vosotras"; y, por tanto, acomodada no sólo a la Cabeza, sino también al Cuerpo, conviene al Cristo total. No contamina al hombre lo que entra por la boca, sino lo que sale por la boca es lo que le contamina. Esto no lo entendían los ancianos, que habían decretado como cosa grandiosa sus mandamientos referentes al lavamiento de las manos. Los miembros de esta Cabeza, que sabía más que los ancianos, aún no habían entendido lo que se dijo por ella; de aquí que poco después, tomando la palabra San Pedro, le dijo: Decláranos esta parábola. Pensaba que era una parábola lo que el Señor había dicho sin tropos. Entonces dijo: ¿Todavía no entendéis vosotros? ¿No sabéis que todo lo que entra por la boca pasa al vientre y se expele a la letrina; pero lo que sale de la boca, procede del corazón, y es lo que contamina al hombre?43 ¿Todavía carecéis vosotros de entendimiento y no entendéis más que los ancianos? Ahora, habiendo oído ya a tal Maestro, a nuestra Cabeza, puede cada uno de nosotros decir: Entendí más que los ancianos, porque conviene también al Cuerpo lo que añadió a continuación: Porque busqué tus mandamientos. Tus mandamientos, no los de los hombres. Tus mandamientos, no los de los ancianos, que, queriendo ser doctores de la ley, no entienden lo que dicen ni lo que afirman44. Con razón, acerca de los mandamientos de Dios, que deben ser buscados para que se entiendan mejor que los de los ancianos, se respondió a los que anteponían la autoridad de los ancianos a la verdad y se les dijo: ¿Por qué también vosotros traspasáis los mandamientos de Dios estableciendo vuestras tradiciones?
5 [v.101]. Lo que se añade a continuación: Aparté a mis pies de todo mal camino para guardar tus palabras, parece que no conviene a la Cabeza, sino al Cuerpo. Porque no fue arrastrada nuestra Cabeza y Salvador del Cuerpo a ningún mal camino por el apetito carnal, de suerte que fuese necesario apartar de allí sus pies como si se dirigieran hacia allí con sus movimientos, lo cual hacemos nosotros cuando reprimimos nuestros malos deseos, de los que El careció, para que no anden por malos caminos. Podemos, pues, guardar las palabras de Dios si no vamos en pos de nuestras malas codicias45, que arrastran a los perversos deseos. Por tanto, más bien las refrenamos con el espíritu46, que codicia contra la carne, para que así no nos lleven por los malos caminos raptados y vencidos.
6 [v.102]. No me desvié de tus juicios, porque tú me pusiste ley. Expresó lo que le sirve de temor para prohibir a sus pies de todo mal camino. Pues ¿qué es no me desvié de tus juicios sino lo que dice en otro lugar: Temí vuestros juicios? Constantemente los creí, porque tú me pusiste ley. Tú que me eres más interior que mis cosas más íntimas; tú dentro, en mi corazón, grabaste con tu espíritu, como con tu dedo, la ley, para que no la temiese como siervo, sin amor, sino que la amase como hijo, con el casto temor, y temiera con el casto amor.
7 [v.103]. Por esto oye lo que sigue: ¡Cuán dulces son tus palabras a mi paladar!, o lo que dice el griego con más precisión: Tus dichos son más dulces que la miel y el panal a mi boca. Esta es la dulzura que da el Señor para que nuestra tierra produzca su fruto47, a fin de que obremos bien lo bueno; es decir, no por temor del mal carnal, sino por el deleite del bien espiritual. Ciertamente que algunos códices no escriben panal, pero sí otros muchos. La límpida doctrina de la sabiduría es semejante a la miel y al panal, la cual se exprime de los ocultísimos misterios, como de celdillas de cera, por la boca del que diserta, a semejanza del que mastica; pero ella únicamente es dulce a la boca del corazón, no a la de la carne.
8 [v.104]. ¿Qué quiere decir: Entendí por tus mandamientos? Pues una cosa es "entendí tus mandamientos" y otra "entendí por tus mandamientos". Me parece que da entender que entendió alguna otra cosa aparte de los mandamientos de Dios; es decir, que, cumpliendo los mandamientos de Dios, consiguió el conocimiento de aquellas cosas que había deseado saber. Por lo cual se escribió: Apetece la sabiduría y guarda los mandamientos, y el Señor te la dará48. Para que nadie, antes de tener la humildad de la obediencia, pretenda, invirtiendo los términos, llegar a la sublimidad de la sabiduría, que no puede conseguir si no llega por orden, oiga: No busques las cosas más altas que tú y no escudriñes los más fuertes que tú, sino piensa siempre lo que el Señor te mandó49. Así llega el hombre al conocimiento de las cosas secretas por el cumplimiento de los mandamientos. Después de haber dicho: Piensa lo que el Señor te mandó, añadió siempre, porque se debe observar la obediencia para alcanzar la sabiduría, y, una vez alcanzada, no debe ser relegada la obediencia. Así, pues, entendí por tus mandamientos es voz de los miembros espirituales de Cristo. Con razón dice el Cuerpo de Cristo en aquellos que guardan los mandamientos, y a quienes se les concede, por la misma guarda de ellos, con más abundancia la doctrina de la sabiduría: Odié todo camino de iniquidad. lis necesario que al amor de la justicia aborrezca toda iniquidad, el cual es tanto mayor cuanto más le inflama la dulzura de mayor sabiduría, la cual se concede a aquel que obedece a Dios y entiende por sus mandamientos.
SERMÓN 23
1 [v.105]. Ahora emprendo la investigación y exposición, según me lo concede el Señor, de los versillos que siguen de este salmo; el primero de ellos es: Tu palabra es antorcha para mis pies, y luz para mis sendas. Lo mismo es "antorcha" que "luz", así como mis pies y mis sendas. ¿Qué significa tu palabra? ¿Acaso que en el principio estaba Dios junto a Dios, es decir, el Verbo o Palabra, por quien fueron hechas todas las cosas? No por cierto. Porque aquel Verbo o Palabra es luz, y la antorcha no lo es. La antorcha no es Creador, sino criatura, la cual se enciende con la participación de la luz inmutable. Esto era Juan, de quien dice el Verbo de Dios: Él era lámpara que ardía y lucía50. Sin duda, era luz y lámpara; pero, con todo, en comparación del Verbo, de quien se dijo: El Verbo era Dios, Juan no era luz, sino que fue enviado para dar testimonio de la luz. Pues hay una luz verdadera que no es iluminada como el hombre, sino que ilumina a todo hombre51. Pero, si la lámpara no fuese también luz, no se hubiera dicho a los apóstoles: Vosotros sois la luz del mundo. Mas, habiendo oído esto, para que no creyesen que eran lo que Aquel que lo dijo, pues también había dicho de sí en otro lugar: Yo soy la lux del mundo52, les dijo a ellos de ellos para que supiesen que eran como lámparas que fueron encendidas por aquella luz que brilla inmutablemente: No puede la ciudad establecida sobre el monte estar escondida, pues los hombres no encienden un candil y le colocan debajo del celemín, sino sobre el candelero, para que alumbre a todos los que están en la casa; de este modo resplandezca vuestra luz delante de los hombres53. Ninguna criatura, por intelectual y racional que sea, se ilumina por sí misma, sino que se enciende por la participación de la eterna verdad; pues, aun cuando alguna vez se llama día, no es el día del Señor, sino el que hizo el Señor; y por eso oyó: Acercaos a Él, y seréis iluminados54. Por esta participación, el mismo Mediador, en cuanto hombre, se llama lámpara en el Apocalipsis55; pero esta denominación es singular, porque de ningún santo pudo decirse, entendiéndose de Dios, y no es lícito que se diga de otro: El Verbo se hizo carne56, si no es del Mediador de Dios y los hombres57. Llamándose luz el Verbo unigénito, igual al que engendra, y asimismo, llamándose luz el hombre, iluminado por aquel Verbo, y que también se llama lámpara, como San Juan y los apóstoles; y no siendo ninguno de estos hombres aquel Verbo, ni siendo tampoco lámpara aquel Verbo por quien fueron iluminados, ¿qué será esta palabra, que de tal modo se llama luz, que también es lámpara, pues dice: tu palabra es lámpara para mis pies, y luz para mis sendas, si no entendemos qué es la palabra inspirada a los profetas o predicada por los apóstoles? No la Palabra Cristo, sino la palabra de Cristo, del mal se escribió: La fe, por el oído, y el oído, por la palabra de Cristo58. El apóstol San Pedro, comparando la palabra profética a la lámpara, dice: Tenemos la segurísima palabra de los profetas, a la que hacéis bien en atender, como a lámpara que ilumina un lugar tenebroso59. Así, pues, lo que aquí se dice: Tu palabra es lámpara para mis pies, y luz para mis sendas, es la palabra que se contiene en todas las santas Escrituras.
2 [v.106—107]. Juré —dice— y determiné guardar los juicios de tu justicia, como aquel que camina bien con aquella lámpara y que sigue los caminos rectos. Por la palabra siguiente explica I n anterior. Pues como si preguntásemos qué significa juré, añadió y determiné. Llamó juramento a lo que estableció como sacramento, porque la mente debe estar tan fija en la custodia de los dictámenes de la justicia de Dios, que debe tener por juramento lo que se propuso.
3. Con la fe se guardan estos decretos de la justicia de Dios mando se cree que bajo el Dios justo juez no queda acto bueno sin recompensa, ni pecado sin castigo. Pero, en atención a que por esta fe soportó el Cuerpo de Cristo muchos y gravísimos males, dice: Fui humillado hasta el extremo. No dice: "Me humillé", para que necesariamente se entienda en esto la humillación que lleva consigo el precepto, sino que dice: Fui humillado hasta el extremo, a saber, soportó la mayor persecución, porque juró y determinó guardar los juicios de la justicia de Dios. Y, para que no desfalleciera la fe en tan gran humillación, añadió: Señor, vivifícame, según tu palabra, es decir, según tu promesa. Porque también la palabra de las promesas de Dios es lámpara para los pies y luz para el camino. De este modo oró también anteriormente, hallándose en la humillación de la persecución para que Dios le vivificase, cuando dijo: Por poco no acabaron conmigo en la tierra; pero yo no abandoné tus mandamientos; vivifícame, según tu misericordia, y guardaré tus testimonios, esto es, los martirios de tu boca. Por esto se entiende que, si no vivifica dando la paciencia, por la cual se dijo: Con vuestra paciencia poseeréis vuestras almas60, y de lo que se dijo: De El procede mi paciencia61, entonces no es el cuerpo sólo el que padece en la persecución, sino el alma, al no guardar los martirios y los juicios de la justicia de Dios.
4 [v.108]. Haz, Señor, agradables las cosas voluntarias de mi boca. Es decir, te agraden: no las repruebes, sino apruébalas. Muy bien se entienden por las cosas voluntarias de su boca los sacrificios de alabanza ofrecidos por la confesión de la caridad, no por la necesidad del temor. Por eso se dijo: Te ofreceré sacrificios voluntariamente62. Pero ¿por qué añadió: y enséñame tus inicios? ¿Por ventura no había dicho en los versillos anteriores: No me aparté de tus juicios? ¿Cómo ejecutaba esto sin saberlo? Y, si lo sabía, ¿cómo dice aquí: Enséñame tus juicios? ¿Acaso es como aquello: De dulzura usaste con tu siervo; y después añade: Enséñame la dulzura? Lo cual expuse, diciendo que son palabras del que aprovecha; pero, sin embargo, pide que le sea aumentado lo que recibió.
5 [v.109]. Mi alma, siempre en tus manos. Algunos códices escriben en mis manos, pero la mayoría de ellos en tus manos. Y esto es evidente, puesto que dice la Sabiduría: Las almas de los justos están en las manos de Dios63; y también: En sus manos estamos nosotros y nuestras palabras64. Y no me olvidé —dice— de tu ley. Esto es como si dijera que es ayudada su memoria, en donde reside su alma, por las manos o el poder de Dios para no olvidarse de su ley. Pero ignoro cómo pueda entenderse: Mi alma siempre se halla en "mis" manos, ya que estas palabras son del justo, no del injusto; del que vuelve al padre, no del que se aparta de él. Pues no puede aparecer que aquel hijo menor quiso tener en sus manos su alma cuando dijo al padre: Dame la parte de la herencia que me pertenece, ya que por esto estaba muerto y había perecido65. ¿O es que se dijo: Mi alma se halla en "mis" manos, como si se la ofreciese a Dios pata que se la vivificara? Por lo cual se dijo en otro lugar: Elevé mi alma hacia ti66, pues éste también anteriormente había dicho "vivifícame".
6 [v.110]. Los pecadores —dice— me pusieron un lazo, y no me aparté de tus mandamientos. ¿Por qué esto? Porque su alma estaba en las manos de Dios o en las suyas, ofreciéndosela a Dios para que se la vivificase.
7 [v.111]. Adquirí en herencia tus testimonios para siempre. Algunos latinos, queriendo expresar con una sola palabra lo que en griego se consigna con una, tradujeron haereditavi por haereditate acquisivi, aunque ciertamente esta palabra latina más bien debía significar o señalar al que da la herencia que al que la recibe. De suerte que haereditavi tendría el sentido de ditavi, enriquecí (a alguno). Luego mejor se declara íntegramente el sentido diciendo con dos palabras, ya se diga haereditate possedi, poseí en herencia, o haereditate acquisivi; non haereditatem, sed haereditate, adquirí en herencia; no la herencia, sino en herencia. Si se pregunta qué adquirió en herencia, responde: Tus testimonios. ¿Y qué quiso dar a entender? Que se hizo testigo de Dios, que confesó sus testimonios; es decir, que se hizo mártir y que confesó como confiesan los mártires, que le fue concedido esto por el Padre, del cual es heredero. Muchos ciertamente quisieron y no pudieron; sin embargo, ninguno pudo sin haber querido; porque no hubieran podido si hubieran querido negar los testimonios de Dios. Pero también es cierto que su voluntad fue ayudada por Dios. Por eso afirma éste que adquirió estos testimonios en herencia y para siempre, porque en ellos no se halla la gloria temporal de los hombres que buscan cosas vanas, sino la gloria eterna de los que padecen por breve tiempo y reinan sin fin. De aquí que prosigue: porque son la alegría de mi corazón. Aun cuando sean aflicción del cuerpo, sin embargo, son alegría del corazón.
8 [v.112]. A continuación añade: Incliné mi corazón a ejecutar eternamente tus justificaciones por la retribución. El que dice: Incliné mi corazón, ya había dicho: Inclina mi corazón hacia tus testimonios, para que entendamos que esto es obra conjunta del don divino y del propio querer. Pero ¿acaso hemos de hacer eternamente las justificaciones de Dios? Las obras que hacemos en relación a las necesidades del prójimo no pueden ser eternas, como no lo son las mismas necesidades. Si las hacemos sin amarle, no hay justificaciones; si, por el contrario, las hacemos amándole, este amor es eterno y para él está preparada eterna retribución. Por esta retribución dice que inclinó su corazón a ejecutar las justificaciones de Dios: para que, amando eternamente, eternamente merezca poseer lo que ama.
SERMÓN 24
1 [v.113]. El pasaje de este salmo, del que, Dios mediante, hemos de tratar, comienza así: Odié a los inicuos y amé tu ley. No dice: "Aborrecí a los inicuos y amé a los justos"; u "Odié la iniquidad y amé tu ley", sino que, habiendo dicho: Odié a los inicuos, declaró el porqué, añadiendo: y amé tu ley, para demostrar que no odió en los hombres inicuos la naturaleza, por la que existen los hombres, sino la iniquidad, por la cual son enemigos de la ley, que él ama.
2 [v.114]. A continuación prosigue: Tú eres mi ayudador y mi amparador. Ayudador, para que obre el bien; amparador, para que evite el mal. Lo que añadió: sobreesperé en tu palabra, lo dice como hijo de la promesa.
3 [v.115]. Pero ¿qué quiere decir el versillo siguiente: Apartaos de mí, malignos, y escudriñaré los mandamientos de mi Dios, pues no dice "cumpliré", sino escudriñaré? Luego, para conocerlos con discernimiento y a perfección, desea y obliga a que se aparten de él los malignos, porque los malos nos atormentan en el cumplimiento de los mandamientos y nos apartan de su investigación; no sólo cuando nos persiguen o quieren litigar con nosotros, sino también cuando nos complacen y honran y al mismo tiempo reclaman que nos ocupemos en favorecer sus viciosos y codiciosos apetitos y que les consagremos nuestro tiempo; o también persiguen a los débiles y les obligan a presentar sus causas ante nosotros, a los cuales no nos atrevemos a decirles: Hombre, dime: ¿quién me ha constituido juez o arbitro entre vosotros?67 Pues el Apóstol constituyó personas eclesiásticas para que conocieran tales causas, prohibiendo a los cristianos litigar en el foro secular68. Ciertamente, no decimos a los que, aun cuando no quiten lo ajeno, sin embargo, exigen lo suyo con codicia: "Apartaos de toda codicia", poniéndoles ante sus ojos el hombre a quien se dijo: ¡Oh necio!, esta noche te arrancarán el alma, ¿de quién será lo que acumulaste?69 Porque, aun cuando se lo digamos, no se apartan ni se alejan de nosotros, sino que instan, exigen, ruegan, se alborotan, nos piden con instancia que nos ocupemos más bien de las cosas que ellos aman que de escudriñar los mandamientos de Dios, que nosotros amamos. ¡Oh con cuánto hastío de la turbulenta muchedumbre y con cuánto deseo de la palabra divina se dijo: Apartaos de mí, malignos, y escudriñaré los mandamientos de mi Dios! Perdonen los fieles obedientes, que rara vez nos molestan para que dictaminemos sobre sus negocios seculares y que se someten sin dificultad a nuestras decisiones; y, por tanto, que no nos molestan litigando, sino que más bien nos consuelan obedeciendo. Pero, sin duda, digo esto por los que pleitean entre sí con pertinacia; y, cuando oprimen a los buenos, menosprecian nuestros juicios, pues entonces nos hacen perder el tiempo que debíamos dedicar a los asuntos divinos. Por éstos, diré, se nos permita exclamar, aunando nuestra voz a la del Cuerpo de Cristo: Apartaos de mí, malignos, y escudriñaré los mandamientos de mi Dios.
4 [v.116]. A continuación, después que espantó, por decirlo así, las moscas importunas de su corazón, se vuelve a Aquel a quien decía: Tú eres mi ayudador y mi amparador; esperé en tu palabra; y, continuando la súplica, dice: Ampárame según tu dicho, y viviré, y no me confundas en mi esperanza. El que ya había dicho: Tú eres mi amparador, pide ser amparado más y más todavía y ser conducido a aquello por lo que tolera tantas incomodidades, confiando que allí había de vivir con más realidad que en estos sueños de las cosas humanas. Así, pues, dijo en futuro, viviré, como si no se viviera en este cuerpo mortal, pues el cuerpo está muerto por el pecado; esperando, pues, la redención de nuestro cuerpo, nos salvamos por la fe, y, esperando lo que no vemos, con paciencia lo esperamos70. Pero la esperanza no confunde si la caridad de Dios se difundió en nuestros corazones por el Espíritu Santo, que nos ha sido dado71. Por tanto, para recibirlo con más abundancia, se clama al Padre: No me confundas en mi esperanza.
5 [v.117]. Y como si tácitamente se le hubiese respondido: "¿No quieres ser confundido en tu esperanza? Pues entonces no interrumpas la meditación de mis justificaciones." Experimentando que esta meditación se impide con frecuencia por las enfermedades del alma, dice: Ayúdame, y seré salvo, y meditaré siempre en tus justificaciones.
6 [v.118]. Despreciaste a todos..., o lo que parece expresado con más cuidado en griego: Redujiste a la nada a todos los que se apartan de tus justificaciones, porque su pensamiento es injusto. Luego por eso clamó: Ayúdame, y seré salvo y meditaré siempre en tus justificaciones, puesto que Dios aniquiló a los que se apartan de sus justificaciones. ¿Y por qué se apartan? Porque su pensamiento, dice, es injusto. Por él se acerca y por él se aparta, porque todas las obras, tanto malas como buenas, proceden del pensamiento, y por el pensamiento es todo hombre inocente o reo. De aquí que se escribió: El pensamiento santo te salvará72; y también se lee en otro lugar: Se interrogará al impío sobre sus pensamientos73. El Apóstol dice asimismo: Los pensamientos acusan y también defienden74. ¿En qué es feliz el que es desgraciado en su pensamiento? ¿O cómo dejará de ser desgraciado allí el que fue aniquilado? La iniquidad es ciertamente una gran esterilidad. Con razón, pues, se dijo: Sean confundidos los inicuos, que obran vanamente75, es decir, que no hacen nada, como si hubieran sido aniquilados.
7 [v.119]. Prosigue el salmo: Reputé, juzgué o tuve por prevaricadores a todos los pecadores de la tierra, pues los latinos tradujeron de muchas maneras la palabra griega eloguisamen. La sentencia es profunda, y con la ayuda de Dios la hemos de sondear, esforzándonos más en otra disertación. Y lo que se añade: por eso amé siempre tus testimonios, aún la hace más profunda, pues el Apóstol dice: La ley obra ira; y, dando la razón de este dicho, añade: porque en donde no hay ley, tampoco hay prevaricación76, dando a entender por esto que no todos son prevaricadores, pues no todos tienen ley. Que no todos tienen ley, lo dice más claramente en otro lugar: Los que pecaron sin ley, sin la ley perecerán77. Luego ¿qué quiere decir: Reputé prevaricadores a todos los pecadores de la tierra? Baste aquí con haber propuesto la cuestión. La trataré, si Dios me lo concede, en otro sermón, no sea que la extensión de éste me obligue a exponerla más concisamente de lo que conviene para que pueda entenderse bien.
SERMÓN 25
En él se concilia el salmo con el Apóstol sobre la última cuestión del sermón anterior.
1 [v.119]. Con la ayuda de Dios, tratamos de averiguar, si podemos, de qué modo ha de entenderse lo que se dijo en este gran salmo: Reputé prevaricadores; o, mejor dicho, prevaricantes, que el Apóstol dice: En donde no hay ley, no hay prevaricación. Pero dice esto para distinguir la ley de las promesas. Para que mejor se entienda el sentido, consignemos lo que dice más arriba: La promesa hecha a Abrahán y a su linaje de que él sería el heredero del mundo, no fue por la ley, sino por la justicia de la fe. Porque, si son herederos por la ley, la fe resulta vana, y la promesa sin valor, porque la ley obra la ira; y en donde no hay ley, no hay prevaricación. Luego por la fe, para que, según gracia, sea firme la promesa para todo el linaje; no sólo para el de la ley, sino también para el de la fe de Abrahán, el cual es padre de todos nosotros78. ¿Por qué dice esto el Apóstol sino para demostrar que la ley, sin la gracia de la promesa, no sólo no quita el pecado, sino que lo aumenta? De aquí que también se escribió: Se introdujo la ley para que abundase el delito. Pero como todos los delitos se perdonan por la gracia, no sólo los cometidos sin ley, sino también los cometidos con ella, añade a continuación: En donde abundó el delito, sobreabundó la gracia79. Por tanto, el Apóstol no considera prevaricantes a todos los pecadores, sino únicamente a los que traspasan la ley, pues dice: En donde no hay ley, no hay prevaricación. Por esto, según el Apóstol, todo prevaricador es pecador, porque peca teniendo la ley; pero no todo pecador es prevaricante, porque algunos pecan no teniendo la ley, y en donde no hay ley, no hay prevaricación. Pero, si nadie pecase a no ser que tuviese la ley, no hubiera dicho el mismo Apóstol: Todos los que pecaron sin ley, perecerán sin la ley. Pero si, según este salmo, todos los pecadores de la tierra son prevaricantes, no hay pecado alguno sin prevaricación; y como no hay prevaricación sin ley, no habrá pecado sin ley. Luego el que dice: Reputé prevaricantes a todos los pecadores de la tierra, quiere que se entienda que no hay en absoluto pecadores fuera de los que traspasan la ley; y por esto parece oponerse el salmo a Aquel que dijo: Todos los que pecaron sin ley, perecerán sin la ley. Según el Apóstol, existen algunos pecadores que no son prevaricantes, porque pecan sin ley, y en donde no hay ley, no hay prevaricación. Conforme el salmista, no hay pecador sin prevaricación, porque reputa prevaricantes a todos los pecadores de la tierra. Luego, según éste, nadie peca sin ley: porque en donde no hay ley, no hay prevaricación. ¿Acaso hemos de decir que es cierto que en donde no hay ley no hay prevaricación, pero que no es cierto que algunos pecaron sin ley; o que es verdad que algunos pecaron sin ley, pero que no es verdad que en donde no hay ley no puede haber prevaricación? Ambas sentencias las consignó el Apóstol; por tanto, ambas son ciertas, porque ambas las refirió la Verdad por boca del Apóstol. Pero ¿de qué modo será verdadero lo que, sin duda, dijo la Verdad en este salmo: Reputé prevaricadores a todos los pecadores de la tierra? Se nos pregunta: ¿Quiénes son aquellos que, según el Apóstol, pecaron sin ley, ya que ninguno de ellos debe ser reputado prevaricante, siendo así que, según el mismo Apóstol, no hay prevaricación en donde no hay ley?
2. Sin duda, cuando dijo el Apóstol: Todos los que pecaron sin ley, perecerán sin la ley, se refería a la ley que Dios dio, por medio de su siervo Moisés, a su pueblo Israel. Esto lo demuestran las mismas palabras que acompañan a esta sentencia. Hablaba de los judíos y de los griegos, es decir, de los gentiles, que no pertenecían a la circuncisión, sino al prepucio; y por eso dijo de éstos que estaban sin ley, porque no habían recibido la ley, de la cual se gloriaban los judíos haber recibido. De aquí que les dice: Si tú te llamas judío y descansas en la ley y te glorías en Dios..., etc. Pero ha de verse de qué dimanó esta sentencia: Todos los que pecaron sin ley, perecerán sin la ley. Ira —dice—, indignación, tribulación y angustia (habrá) para toda alma de hombre que obra mal del prepucio y del griego; pero (habrá) gloria, y honra, y paz para todo el que obra el bien; para el judío primeramente y para el griego, pues no hay aceptación de personas en Dios. A esto añade las palabras que dan motivo a esta cuestión, y dice así: Todos los que pecaron sin ley, perecerán sin la ley, y todos los que pecaron en la ley, serán juzgados por la ley80, queriendo dar a entender por éstos a los judíos y por aquéllos a los griegos, porque trataba de ellos y demostraba que ambos estaban sometidos al pecado, para que unos y otros confesasen que necesitaban de la gracia. De aquí que dice: Pues no hay distinción, ya que todos pecaron, y necesitan de la gloria de Dios, pues fueron justificados gratuitamente por su gracia mediante la redención, que se halla en Cristo Jesús. ¿De quiénes dijo que todos pecaron sino de los judíos y de los griegos, de los cuales había dicho: No hay distinción? De ellos había dicho también poco antes: Acusamos a judíos y a griegos de estar todos bajo pecado81. Por esto, todos los que pecaron sin ley, a saber, sin aquélla de la que se gloriaban los judíos, perecerán sin ley, y todos los que pecaron en la ley, es decir, los mismos judíos, serán juzgados por le ley. Y no dejarán de perecer, a no ser que crean en Aquel que vino a buscar lo que había perecido82.
3. Algunos expositores católicos, fijándose poco en estas palabras del Apóstol, entendieron de modo distinto a como rezan, y así dijeron que perecieron los pecadores sin ley; y los que pecaron en la ley, únicamente serán juzgados, pero no perecerán, creyendo que han de ser purificados mediante castigos temporales, como lo fue aquel de quien se dijo: El, no obstante, se salvará a través del fuego. Pero esto se entiende muy bien que se debe al fundamento, del que trataba el Apóstol cuando pronunció estas palabras, puesto que antes había dicho: Como sabio arquitecto, puse yo el fundamento, y otro edifica sobre él. Mire cada uno cómo sobreedifica, porque nadie puede poner otro fundamento fuera del puesto, el cual es Cristo Jesús, y lo demás que dijo hasta el lugar en el que se consigna que se salvará por el fuego el que edifica sobre este fundamento83 no oro, plata o piedras preciosas, sino madera, heno y paja, si no rehúsa recibir el fundamento ni lo abandona una vez recibido, es decir, si lo prefiere a todos sus deleites carnales, que le aprisionan y le hacen sucumbir cuando ha llegado a la alternativa o de abandonarlos o de abandonar a Cristo; pues en estas circunstancias, si Cristo no es antepuesto, deja de ser fundamento para él, ya que a todo lo restante de la construcción se antepone siempre el fundamento. Pienso que los que creyeron que no perecerían aquellos de quienes se dijo: Serán juzgados por la ley, lo creyeron únicamente porque juzgaron que tenían por fundamento a Cristo. Pero, atendieron poco a estas palabras del Apóstol, según he demostrado, pues la misma Escritura dice que el Apóstol consignó esto de los judíos, que no tenían por fundamento a Cristo. ¿Qué cristiano dirá que no perecerá el judío, aunque no crea en Cristo, sino que solamente será juzgado, siendo así que el mismo Cristo atestigua que fue enviado a la nación judía por las ovejas que de ella habían perecido84, y añade que en el día del juicio han de ser más tolerados los sodomitas, que ciertamente perecieron sin ley, que la ciudad de Judea, que no creyó en Aquel que obraba milagros con tan extraordinario poder?85
4. Luego si el Apóstol, atendiendo a la ley, que dio el Señor, mediante Moisés, al pueblo de Israel y no a las demás naciones, dijo que éstas no tenían esta ley, ¿qué hemos de entender que se dijo en este salmo al consignar: Reputé por prevaricantes a todos los pecadores de la tierra, si no entendemos que hay otra ley, no dada por Moisés, según la cual son prevaricantes todos los pecadores de las restantes naciones? En donde no hay ley, no hay prevaricación. ¿Qué ley es esta sino aquella de la cual dice el mismo Apóstol: Los gentiles, que no tienen ley, naturalmente cumplen los preceptos de la ley; estos que no tienen ley son para sí mismos ley?86 Luego en el sentido que dice que no tienen ley, así también pecaron sin la ley y perecieron sin ella. Y según lo que dice: Ellos son para sí mismos ley, así también son tenidos, con razón, por prevaricantes todos los pecadores de la tierra. Aquel que no quiere que le injurien a él, no debe injuriar a ninguno, pues en esto traspasa la ley natural, la cual no se le permite ignorar cuando no quiere padecer lo que hace. ¿Acaso no tenía esta ley natural el pueblo de Israel? Ciertamente que la tenía, porque también eran hombres. No la hubieran tenido si hubieran podido, en contra del orden de la naturaleza, dejar de ser hombres. Luego se hicieron mucho más prevaricadores con la ley divina, con la que fue restablecida, o aumentada, o confirmada la natural.
5. Pues bien, si, entre todos los prevaricadores de la tierra, se encuentran, con razón, los niños, por causa del pecado original, ya que se demuestra que ellos, por la imitación de la prevaricación de Adán87, pertenecen a aquella prevaricación que se cometió la primera una vez dada la ley en el paraíso88, y por esto con motivo se tienen por prevaricadores a todos los pecadores de la tierra sin exceptuar a ninguno, entonces todos pecaron y necesitan de la gloria de Dios. Luego la gracia del Salvador halló a todos prevaricantes; a unos más y a otros menos. Pues cuanto mayor es el conocimiento de la ley en cada uno, tanto menor es la excusa del pecado, y cuanto menor es la excusa del pecado, tanto más patente es la prevaricación. Sólo queda, pues, que a todos socorriese la justicia, no la propia de cada uno, sino la de Dios, es decir, la dada por Dios. Por esto dice el Apóstol: El conocimiento del pecado por la ley. El pecado no se borra por la ley, sino que se conoce por la ley. Pero ahora —dice—, sin la ley, se manifestó la justicia de Dios, testificada por la ley y los profetas89. Por lo cual también añadió el salmista: por esto amé tus testimonios. Lo cual es como si dijera: "Puesto que la ley, ya la dada en el paraíso, o la impresa en la naturaleza, o la promulgada por escrito, hace prevaricadores a todos los pecadores de la tierra, por esto amé tus testimonios, que por tu gracia se hallan en tu ley, para que no se halle en mí mi propia justicia, sino la tuya". La ley ciertamente sirve para encaminar a la gracia. No sólo en cuanto que atestigua de la justicia de Dios, que se halla sin la ley, sino también en cuanto que constituye prevaricantes; en tal grado, que la letra mata, y obliga a recurrir por el temor al espíritu vivificante90, por el cual se borran todos los pecados y se inspira el amor de las buenas obras. Por eso dice: Amé tus testimonios. Algunos códices añaden siempre, otros no. Si se encuentra en ellos, ha de tomarse el siempre de modo que se entienda "mientras vivimos en el mundo", pues aquí son necesarios los testimonios de la ley y los profetas para que atestigüen la justicia de Dios, por la cual nos justificamos gratuitamente. Aquí son asimismo necesarios nuestros testimonios, por los cuales entregaron los mártires la misma vida que aquí se pasa.
6 [v.120]. Conocida, pues, la gracia de Dios, que es la única que libra de la prevaricación, que se comete por el conocimiento de la ley, orando, dice: Confige clavis...: Traspasa con los clavos de tu temor mis carnes. Así tradujeron, con más precisión, los latinos lo que pudo decirse en griego con una sola palabra; de este modo: cazeloson. Algunos prefirieron traducir esta palabra por confige, traspasa, sin añadir clavis, con clavos; y así, al querer expresar con una palabra latina la única griega, no dieron el perfecto sentido a la palabra, porque, diciendo únicamente confige, traspasa, no se oyen los clavos; y cazeloson no puede percibirse sin el rumor de los clavos, ni puede expresarse en latín si no es con dos palabras, conforme se dijo: Confige clavis. ¿Y qué quiere que se entienda aquí por esto sino lo que dice el Apóstol: A mí sólo me acaezca gloriarme en la cruz de nuestro Señor Jesucristo, por la cual el mundo está crucificado para mí, y yo para el mundo91; y también: Estoy crucificado con Cristo; y ya no vivo yo, sino que Cristo es el que vive en mí92. ¿Y qué otra cosa es sino que ya no está en mí mi justicia, que procede de la ley, por la cual me hice prevaricador, sino la justicia de Dios, es decir, la que para mí procede de Dios93, no de mí? De este modo vive en mí no yo, sino Cristo, que fue hecho por Dios sabiduría para nosotros, y justicia, y santificación, y redención, para que, conforme está escrito, el que se gloría, se gloríe en el Señor94. También dice: Los que son de Jesucristo crucificaron la carne con las pasiones y las concupiscencias95. Habiéndose dicho aquí que ellos crucificaron su carne, en este salmo se pide a Dios que lo haga al decirle: Traspasa con los clavos de tu temor mis carnes; y se le dice para que entendamos que el bien que hacemos debe atribuirse a la gracia de Dios, que obra en nosotros el querer y el obrar debido a benevolencia96.
7. Pero ¿por qué, después de haber dicho: Traspasa con los clavos de tu temor mis carnes, añadió: porque temí tus juicios? ¿Qué quiere decir: Traspasa con tu temor, porque temí? Si ya había temido o temía, ¿por qué aún pedía que Dios crucificase sus carnes con su temor? ¿Acaso quería que le fuese aumentado el temor, a fin de temer tanto cuanto fuese suficiente para crucificar sus carnes, es decir, las concupiscencias y los afectos carnales como diciendo: "Perfecciona en mí tu temor, porque temí tus juicios"? Aquí hay otro sentido más profundo, el cual, ayudándome el Señor, he de sacar a luz examinando el abismo de este texto de la Escritura: Traspasa —dice— con los clavos de tu temor mis carnes, porque temí tus juicios, es decir, sean contenidos mis deseos carnales con tu temor, que permanece por los siglos de los siglos97, porque temí tus juicios cuando me amenazaban con la pena de la ley que no me podía dar justicia. Pero la caridad perfecta98, que constituye libres no por el temor de la pena, sino por el amor a la justicia, arroja fuera este temor con el que se teme el castigo (el cual no es casto). Porque este temor con el cual no se ama la justicia, sino que se teme el castigo, es servil, porque es carnal, y, por lo mismo, no crucifica la carne, pues vive la voluntad de pecar, la cual se manifiesta en las obras cuando se espera la impunidad. Y, por tanto, cuando se cree que ha de seguir la pena, vive latentemente, pero vive. Preferiría que estuviese permitido lo que prohíbe la ley, y siente que no lo esté; porque no se deleita espiritualmente con el bien, sino que carnalmente teme el mal con que amenaza. Por el contrario, con el temor casto, la misma caridad, que arroja fuera el temor no casto, teme pecar aunque no sobrevenga castigo alguno, puesto que cree que no falta (este castigo), ya que por el amor a la justicia reputa por castigo el mismo pecado. Con tal temor se crucifica la carne, porque los deleites carnales, que más bien se vedan por la letra de la ley que se evitan, se vencen por el amor de los bienes espirituales y por el mismo se van destruyendo hasta conseguir una perfecta y completa victoria. Traspasa —dice— con los clavos de tu temor mis carnes, porque temí tus juicios, es decir, dame el casto temor, ya que, como pedagogo, me conduce a pedirle el temor de la ley, con el cual temí tus juicios.
SERMÓN 26
1 [v.121]. Ahora emprendo el examen y la exposición de los versillos siguientes de este gran salmo: Obré juicio y justicia; no me entregues a los que me maltratan. No es de admirar que obrase juicio y justicia el que antes había pedido que fuesen por temor de Dios, pero casto, traspasadas con clavos sus carnes, es decir, sus carnales concupiscencias, las cuales suelen impedir que nuestro juicio sea recto. Aun cuando en nuestra conversación usual se llame juicio tanto al recto como al perverso, por lo cual se dice a los hombres en el Evangelio: No juzguéis por apariencias, sino juzgad recto juicio99, con todo, en este lugar de tal suerte se consignó el juicio, que no debe ser denominado así si no es recto, pues de otro modo no bastaría haber dicho: Obré juicio, sino que se diría: "Obré recto juicio." En este sentido habló también Jesucristo cuando dijo: Abandonasteis lo más principal de la ley: el juicio, la misericordia y la fe100. Aquí, pues, se consigna el juicio de tal suerte, que no sería juicio si fuese perverso. También en otros muchos lugares de la Escritura se consigna en este mismo sentido; v.gr.: Te cantaré, ¡oh Señor!, la misericordia y el juicio101; y lo que dice Isaías: Esperé que obrase juicio, y obró iniquidad102. No dijo: "Esperé que obrase juicio justo, pero obró lo perverso", sino que habló dando a entender que sólo es juicio en cuanto que es justo, y no lo es el que es injusto. Sin embargo, la justicia no suele denominarse buena o mala, como de vez en cuando se dice "juicio bueno o malo", pues por lo mismo que es justicia, es buena. Se acostumbra a decir juicio bueno y malo, al parigual que se dice "juez bueno" y "juez malo"; pero no se dice "buena justicia" o "mala justicia", como no se dice "buen justo" y "mal justo", porque el justo, por el hecho de ser justo, es bueno. Luego la justicia es una gran virtud del alma digna de ser sobremanera alabada, de la cual no necesitamos hablar aquí mucho. Pero el juicio, cuando el motivo de hablar exige que sea el bueno, es el acto de esta virtud. El que tiene justicia, juzga rectamente, o mejor dicho, conforme a este modo de hablar aquí, el que tiene justicia, juzga, porque no juzga si no juzga con rectitud. En este lugar no se señala con el nombre de justicia la misma virtud, sino su obra. Pues ¿quién obra la justicia en el hombre sino el que justifica al impío, es decir, el que, por su gracia, de impío le hace justo? De aquí que dice el Apóstol: Fuisteis justificados gratuitamente por su gracia103. Luego hace justicia, es decir, obra justicia, el que tiene en sí justicia, es decir, obra de gracia.
2. Obré —dice— justicia y juicio; no me entregues a los que me maltratan, es decir: Obré juicio justo; no me entregues a los que por esto me persiguen, pues también algunos códices escriben: No me entregues a los que me persiguen, puesto que lo que en griego se escribió tois antidikusi, unos lo tradujeron por nocentibus, a los que me maltratan; otros, por persequentibus, a los que me persiguen, y otros, por calumniantibus, a los que me calumnian. Pero me admiro de que en todos los códices latinos que pude tener a la vista jamás leí adversantibus, a los adversarios, siendo así que, sin disputa alguna, lo que se denomina en griego antidikos, se dice en latín adversarius. Al pedir que no sea entregado por el Señor a sus adversarios, ¿qué impetra sino lo mismo que pedimos cuando decimos: No nos dejes caer en la tentación?104 Porque adversario es aquel del cual dice el Apóstol: No sea que os tiente el que tienta105. A éste entrega Dios al que abandona, ya que él no puede engañar a quien Dios no abandona, ofreciendo, por benevolencia, vigor a la conveniencia del hombre. Pero Dios aparta su mirada de aquel que había dicho en su abundancia: No seré conmovido eternamente, y así queda conturbado y en descubierto al enemigo106. Luego todo el que, teniendo crucificadas su carnes con el temor casto de Dios y no estando depravado por ningún atractivo de la carne, hace juicio y obras de justicia, debe obrar para no ser entregado a los contrarios, es decir, para que no sea que, temiendo soportar los males, ceda a los perseguidores obrando mal. Pues de Aquel que recibió la victoria contra la concupiscencia para que no fuese arrastrado por el deleite de la carne, recibe también de Él la fortaleza en la paciencia para que no se quiebre en el dolor, porque del mismo de quien se dijo: El Señor dará la dulzura107, igualmente se dice: De Él procede la paciencia108.
3 [v.122—123]. A continuación prosigue: Ampara a tu siervo para el bien; no me calumnien los soberbios. Ellos me empujan para que caiga en el mal; tú ampárame para el bien. Los latinos, que tradujeron non calumnientur mihi, siguieron la locución griega, poco usada en latín. ¿O es que quizás, cuando se dice: Non calumnientur me, tiene tanta fuerza como si se dijera: "No me cojan calumniando"?
4. Muchas son las calumnias de los soberbios, con las cuales puede entenderse que es despreciada la humildad cristiana. Pero si en este lugar se entienden por soberbios los hombres que nos calumnian, porque adoramos a un muerto, ésta es la mayor, ya que la humildad cristiana se patentiza en la muerte de Cristo y se recomienda por Dios. Esta calumnia es común a ambas clases de infieles, es decir, a los judíos y a los gentiles. También cuentan los herejes con propias calumnias adecuadas a cada herejía; las tienen los cismáticos; a todos los cuales separó de la trabazón de los miembros de Cristo la soberbia. ¡Y cuál y cuán grande no es la calumnia del mismo diablo, por la que calumnió al justo, diciendo: ¿Por ventura Job alaba gratuitamente a Dios?109 Las calumnias de todos los soberbios, como veneno de serpientes, se vencen mirando a Cristo crucificado con vigilantísima y diligentísima piedad. Prefigurando esto Moisés, por mandato y misericordia de Dios levantó en el desierto, en un leño110, la imagen de la serpiente, a fin de simbolizar que la semejanza de la carne de pecado había de ser crucificada en Cristo. Mirando a esta saludable cruz, se expele todo el veneno de los soberbios calumniadores. Mirando, en cierto modo, éste con suma atención a esta cruz, dice: Mis ojos desfallecieron por tu salud y por el dicho de tu justicia. Dios constituyó al mismo Cristo en semejanza de carne del pecado111, haciéndole pecado por nosotros para que nosotros seamos justicia de Dios en Él112. Dice que desfallecieron sus ojos considerando anhelante y ardientemente el dicho de la justicia de Dios, cuando, acordándose de la flaqueza humana, desea conseguir la gracia divina en Cristo.
5 [v.124]. Por esto prosigue: Obra con tu siervo según tu misericordia, no según mi justicia. Y enséñame tus justificaciones: aquellas, sin duda alguna, con las cuales Dios hace justos a los hombres, no ellos a sí mismos.
6 [v.125]. Yo soy tu siervo, pues no me resultó bien cuando quise ser libre por completo y no tu siervo. Dame entendimiento, y conoceré tus testimonios. Jamás ha de ser interrumpida esta petición. No basta haber recibido entendimiento ni haber aprendido los testimonios de Dios si continuamente no se sigue recibiendo y bebiendo, en cierto modo, siempre de la fuente de la luz eterna, pues los testimonios de Dios, cuanto más inteligente se hace uno, tanto más y más se conocen.
7 [v.126]. Tempus faciendi Domino: tiempo de obra —dice— es para el Señor. Así escriben muchos códices, y no como algunos: domine. ¡Oh Señor! ¿Qué tiempo quiso se entendiese o qué quiere decir de obrar para el Señor? Aquello que poco antes dijo: Obra con tu siervo según tu misericordia. A esto se refiere tiempo es de obrar para el Señor. ¿Y qué es esto sino la gracia, que a su debido tiempo se revela en Cristo? De este tiempo dice el Apóstol: Cuando llegó la plenitud del tiempo, envió Dios a su Hijo113. Por esto, también dice en otro sitio, aduciendo el testimonio del profeta: En el tiempo aceptable te oí y en el día de la salud te ayudé114. He aquí ahora —dice— el tiempo aceptable; ved aquí ahora el tiempo de la salud. Pero ¿qué es lo que, como queriendo probar que es tiempo de que obre el Señor, añadió a continuación: disiparon tu ley? Que es tiempo de que obre el Señor, porque los soberbios desquiciaron su ley, los cuales, desconociendo la justicia de Dios y queriendo establecer la suya, no se sometieron a la justicia de Dios115. ¿Qué quiere decir disiparon tu ley? Que por la iniquidad de la prevaricación no guardaron su integridad. Por tanto, convenía se diese a los soberbios y a los presuntuosos de la libertad de su libre albedrío la ley, de la que, habiendo prevaricado, todos los que compungidos se humillasen corriesen no ya por la ley, sino por la fe, al auxilio de la gracia. Echada por tierra la ley, fue tiempo de que enviase, por medio del Hijo unigénito, la misericordia de Dios, pues se introdujo la ley para que abundase el delito, conel cual se derribó la ley; y entonces, en tiempo oportuno, vino Cristo, para que en donde abundó el delito sobreabundase la gracia116.
8 [v.127]. Por eso amé—dice—tus mandamientos más que el oro y el topacio. La gracia lleva a cabo que se cumplan por el amor los mandamientos, que no podían cumplirse por el temor, ya que por la gracia de Dios se difunda la caridad en nuestros corazones mediante el Espíritu Santo, que nos ha sido dado117. Por eso dijo el Señor: No vine a abrogar la ley, sino a cumplirla118; y el Apóstol: La caridad es la plenitud de la ley119. Por lo mismo, éste la ama más que el oro y el topacio. Esto también se lee en otro salmo: Más que el oro y la piedra preciosísima120, pues aseguran que el topacio es una piedra preciosísima. En el Viejo Testamento, en el cual se hallaba oculta lagracia como por la interposición de un velo, lo que se prefiguró en el hecho de no poder ver la cara de Moisés121, al no divisar esta gracia los judíos, se esforzaban, poniendo la mirada en la recompensa terrena y carnal, en cumplir los mandamientos de Dios, sin llegar a conseguirlo, porque no amaban los mandamientos, sino la recompensa. De aquí que sus obras no eran voluntarias, sino más bien forzadas. Pero, cuando se aman los mismos mandamientos más que el oro y la piedra preciosísima, toda recompensa terrena, en comparación de ellos, es cosa vil, pues no puede compararse cualquier clase de bienes humanos a los bienes con los cuales el mismo hombre se hace bueno.
9 [v.128]. Por esto me encaminaba —dice— a todos tus mandamientos. Ciertamente me enderezaba (hacia ellos), porque amaba, y por el amor me unía a los mandamientos rectos para hacerme recto. Lo que a continuación añade es una consecuencia natural, pues dice: Odié todo camino inicuo. ¿Cómo no acontecería que no odiase el camino inicuo amando el recto? Así como, amando el oro y las piedras preciosísimas, se odiará, sin duda, todo lo que puede ocasionar daño a estas cosas, igualmente, amando los mandamientos de Dios, odiará el camino de la iniquidad como un inmenso escollo en la ruta del mar, en donde necesariamente han de naufragar las preciosas riquezas. Para que no suceda esto, navega lejos de él aquel que surca las aguas de este mundo sobre el madero de la cruz con la marcancía de los divinos mandamientos.
SERMÓN 27
1 [v.129]. Las palabras que del salmo he de exponer con la ayuda de Dios son las siguientes: Maravillosos son tus testimonios; por esto los escudriñó mi alma. ¿Quién es capaz de enumerar, aunque sea de un modo general, los testimonios de Dios. El cielo y la tierra, sus obras visibles e invisibles, dan, en cierto modo, testimonio de su bondad y grandeza. El mismo curso ordinario y usual de la naturaleza, en el que, según el tiempo, se desenvuelve la fugacidad de todas las cosas pasajeras y mortales, que pierden su valor por la costumbre, también da testimonio de su Creador si lo considera el piadoso observador. ¿Qué cosa de éstas hay que no sea admirable si se estima cada una de ellas no por la costumbre de verlas, sino por la razón? Por tanto, si nos atrevemos a contemplar todas las cosas como bajo un solo golpe de vista, ¿por ventura no acontecerá en nosotros lo que dijo el profeta: Consideré todas las obras, y me espanté?122 Sin embargo, éste no se aterra ante la contemplación de las cosas, antes bien dice que el motivo por el cual debe examinarlas se funda en ser ellas admirables. Pues, habiendo dicho: Maravillosos son tus testimonios, a continuación añade: por esto los escudriñó mi alma, como si se hubiera excitado más su curiosidad por la dificultad de investigarlas; pues tanto es más admirable una cosa cuanto más ocultas son sus causas.
2. Si, estando lleno como está el universo de la maravillas de Dios, tanto visibles como invisibles, se nos presentase un hombre tal que dijese: "Investigo los testimonios de Dios, porque son admirables", ¿no le refrenaríamos, diciéndole con el Eclesiástico: No indagues las cosas más excelsas que tú y no escudriñes las más fuertes que tú; pero las que Dios te mandó, piénsalas siempre?123 Pero, si nos responde y dice: "Esas mismas cosas que mandó el Señor y que ordenáis que piense, son sus testimonios admirables, ya que ellas atestiguan que es Señor, porque manda, y que es bueno y grande, porque manda tales cosas." ¿Por ventura (entonces) nos atreveríamos a desviar al hombre de su investigación, y no más bien le exhortaríamos a entregarse con solicitud a esto y a consagrarse de lleno a ejercicio de tanta monta? ¿O es que hemos de confesar que los preceptos de Dios son testimonios de su bondad, pero hemos de negar que son maravillosos? ¿Por qué hemos de admirarnos que un Dios bueno mande cosas buenas? ¿Qué digo? Es por completo digno de ser admirado e investigado, por qué siendo Dios bueno, haya mandado cosas buenas a los que, dándoles una ley buena, no puede vivificarles ni proporcionarles esta ley ninguna justicia emanada de la misma ley buena. Porque, si hubiera dado una ley que pudiese vivificar, procedería en absoluto la justicia de la ley. Luego ¿por qué se dio una ley que no puede vivificar ni proporcionar la justicia? Esto es admirable, esto es estupendo. Luego éstos son los testimonios de Dios admirables; y los escudriña su alma, porque no se le puede decir acerca de ellos: No escudriñes las cosas más excelsas que tú, sino piensa siempre lo que Dios te mandó, pues ellossonlas cosas que Dios ha mandado, y, por lo mismo, deben ser siempre pensadas. Por lo tanto, veamos más bien las cosas que escudriñó y que halló esta alma.
3 [v.130]. La manifestación de tus palabras ilumina y hace entender a tus párvulos ¿Quién es el párvulo? El humilde y débil. No te ensoberbezcas, no presumas de tu propio poder, porque es nulo, y así entenderás por qué fue dada por el Dios bueno una ley buena, que, sin embargo, no puede vivificar. Se dio para hacerte, de grande, pequeño; se dio para declararte que de tu propia cosecha no contabas con fuerzas para cumplirla, y así, viéndote pobre y necesitado, te acogieses a la gracia y clamases: Señor, compadécete de mí, que soy débil124. Escudriñando, entendió este pequeño lo que declara el más pequeño de los apóstoles, Paulo, pues dice: Que no se dio una ley que puede vivificar, porque la Escritura lo encerró todo bajo pecado para que la promesa se diese a los creyentes en virtud de la fe de Jesucristo125. Así es, Señor; hazlo así, misericordioso Señor; manda lo que no se pueda cumplir. ¿Qué digo? Lo que sólo pueda cumplirse con tu gracia, para que, al no haberlo podido cumplir los hombres con sus propias fuerzas, calle toda boca y nadie se crea grande. Sean todos pequeños y todo el mundo se tenga por reo ante ti, porque ningún hombre se justificará por la ley delante de ti, pues por la ley sólo se conoce el pecado. Pero ahora se ha manifestado la justicia de Dios sin la ley, testificándola la ley y los profetas126. Estos son tus testimonios maravillosos que escudriña el alma de este pequeño; y los encontró, porque fue humillado y hecho pequeño. Pues ¿quién cumple tus mandamientos como deben ser cumplidos, es decir, por la fe, que obra por el amor127, si por el Espíritu Santo no se le difunde en su corazón el mismo amor?128
4 [v.131]. Este párvulo declara también lo siguiente: Abrí mi boca, y aspiré, porque deseaba tus mandamientos. ¿Qué deseaba? Cumplir los mandamientos divinos. Pero, no pudiendo hacer cosas fuertes el débil, ni grandes el pequeño, abrió su boca, confesando que él por sí mismo no las haría, y aspiró para hacerlas. Abrió su boca pidiendo, buscando, llamando, y, sediento, bebió el Espíritu bueno para cumplir el mandamiento santo, justo y bueno129, que no podía cumplir por sí mismo. Si nosotros, siendo malos, damos cosas buenas a nuestros hijos, ¿cuánto más nuestro Padre, que está en los cielos, dará el espíritu bueno a los que se le piden?130 Pues no son hijos de Dios131 los que obran por su propio espíritu, sino todos aquellos que obran por el Espíritu de Dios. Y esto no porque ellos no obren, sino porque, no haciendo nada bueno de suyo, son movidos por el buen Espíritu para que lo hagan, pues tanto más se hace cada uno hijo bueno cuanto con más abundancia se le da por el Padre el Espíritu bueno.
5 [v.132]. Este aún pide. Abrió ciertamente su boca y aspiró, es decir, atrajo el espíritu; pero aún llama al Padre; y busca, y bebe; y cuanto más percibe la dulzura, tanto más ardientemente siente la sed. Oye las palabras del sediento: Mírame —dice— y apiádate de mí según el juicio de los que aman tu nombre, es decir, según el juicio que hiciste con aquellos que aman tu nombre; porque para que te amasen, primeramente los amaste tú. Pues así dice el apóstol San Juan: Nosotros amamos a Dios; y, como si se le preguntase el motivo de amarle nosotros, añadió: "porque primeramente nos amó Él132."
6 [v.133]. Observa también lo que éste dice clarísimamente: Dirige mis pasos según tu dicho y no me domine iniquidad, alguna. ¿Qué expresa por esto sino: "Hazme recto y libre, según tu promesa"? Cuanto más reina la caridad en cada uno, tanto menos le domina la iniquidad. Luego ¿qué cosa pide sino que, concediéndoselo Dios, ame a Dios? Pues, amando a Dios, se ama a sí mismo, y así puede amar con provecho al prójimo como a sí mismo, en cuyos dos preceptos se halla encerrada la ley y los profetas133. Luego ¿qué pide sino que los preceptos que Dios impone mandando los haga cumplir ayudando?
7 [v.134]. Pero ¿qué quiere decir lo que sigue: Líbrame de las calumnias de los hombres, y guardaré tus mandamientos? Si los hombres le echan en cara crímenes verdaderos, no le calumnian; si falsos, ¿cómo es que desea ser libertado de las calumnias, esto es, de crímenes falsos, que no pueden en modo alguno dañarle? El crimen falso, como es la calumnia, no constituye reo al hombre; a lo más, únicamente ante el juez hombre; pero, cuando Dios es el juez, ningún crimen falso daña, porque no se imputa al acusado, sino más bien al acusador. ¿O es que aquí se prefigura la oración de la Iglesia y de todo el pueblo cristiano, que fue redimido de las calumnias de los hombres, con las que eran perseguidos en todas las partes los cristianos? Pero ¿acaso guarda por esto los mandamientos de Dios? ¿Acaso no guardaba el pueblo santo más gloriosamente los mandamientos de Dios en medio de las calumnias y tribulaciones cuando éstas bullían por todas partes, sin ceder a las insinuantes impiedades de los perseguidores? Sin duda, líbrame de las calumnias de los hombres, y guardaré tus mandamientos, es: "Haz tú, habiendo infundido tu Espíritu, que no me venzan con el terror las calumnias de los hombres y que no me lleven de tus mandamientos a sus malos hechos, ya que, si haces esto conmigo, es decir, si, dándome paciencia, me libras de las calumnias de los enemigos, de suerte que no tema las falsas acusaciones que me echan en cara, guardaré tus mandamientos entre las mismas calumnias."
8 [v.135]. Ilumina tu rostro sobre tu siervo, es decir, manifiesta tu presencia ayudando y favoreciendo. Y enséñame tus justificaciones: Enséñame a ejecutarlas. Esto se lee más claramente en otro lugar, en donde se dice: Enséñame a hacer tu voluntad134. Los que oyen, aun cuando retengan en la memoria lo que oyen, de ningún modo ha de juzgarse que aprendieron si no lo practican, pues la palabra de la Verdad dice: todo el que oyó del Padre y aprendió, viene a mí135. Luego el que no obra, es decir, el que no viene, no aprendió.
9 [v.136]. Recordando éste el dolor del arrepentimiento de su prevaricación, dice: Arroyos de aguas corrieron de mis ojos, porque no guardaron tu ley los mismos ojos. Advierto esto, porque en algunos códices se lee: Porque no guardé tu ley. Luego corrieron arroyos de aguas, es decir, torrentes de lágrimas. Y se dice en latín: Descenderunt exitus aquarum, por el modo de hablar con que puede decirse: Montes descenderunt pedes mei, por los montes bajaron mis pies. Por este modo, se dice también: Scalas descendit, aunque no se diga per scalas; y también: Piscinam descendit, aunque no se diga in piscinam, bajé a la piscina. Por tanto, muy bien dice descenderunt, corrieron o bajaron, atendiendo a la humildad de la penitencia, pues subieron cuando se engrieron y encumbraron con la soberbia pertinaz. Les parecía hallarse en alto cuando, desconociendo la justicia de Dios, querían establecer la suya136; y, fatigados y confundidos en ella por la prevaricación de la ley, bajaron de aquella altura llorando, a fin de que, arrepintiéndose, consiguiesen más bien la justicia de Dios. Hay algunos códices que no escriben descenderunt, sino transierunt, pasaron más allá, como si hubiera dicho, exagerando, que llorando traspasó las fuentes de las aguas, para que así entendamos exitus aquarum; es decir, que lloró más que aguas manan los manantiales. ¿Y por qué llora de esta manera por no haber guardado la ley? Con el fin de conseguir la gracia, que borra la iniquidad del penitente y ayuda la voluntad del creyente.
SERMÓN 28
1 [v.137—138]. Anteriormente había dicho el que canta este salmo: Arroyos de aguas corrieron o descendieron de mis ojos, porque no custodiaron tu ley. En lo cual atestiguó que lloró mucho su prevaricación. Por tanto, ahora, dando la razón por lo que debió de llorar mucho y dolerse sobremanera de su pecado, dice: Justo eres, Señor, y recto tu juicio. Mandaste (guardar) tu justicia, y tus testimonios, y tu verdad sobremanera. Sin duda, todo pecador debe temer esta justicia de Dios, el recto juicio y la verdad, porque por ella condena Dios a todos los que condena, y no pueden en modo alguno quejarse justamente de su condenación contra un Dios justo. Por esto es justo o razonable el lloro del penitente, puesto que, si se condena un corazón impenitente, se condena con justicia. Llama justicia a los testimonios de Dios, porque demuestra que es justo ordenando justicia; y también ésta es verdad, porque Dios se da a conocer por tales testimonios.
2 [v.139]. Pero ¿qué quiere decir lo que sigue: Me repudrió mi celo, o como escriben algunos códices: tu celo?; también añaden alguno: de tu casa, y no escriben "me repudrió", sino me devoró. A mí me parece que esto se enmendó atendiendo a otro salmo en el cual se escribe: Zelus domus tuae comedit me, me devoró el celo de tu casa, lo cual sabemos que también se conmemoró en el Evangelio137. Con todo, algo se asemeja tabefecit, me repudrió, a lo que allí se dice, comedit. Respecto a zelus meus, mi celo, que consignaron muchos códices, no implica cuestión alguna, pues no es de admirar que alguno se repudra con su celo. Lo que dicen algunos códices: zelus tuus, tu celo, señala al hombre que tiene celo para Dios, no para sí; pero no se opone a que este celo se llame igualmente mío. ¿Pues qué otra cosa dice el Apóstol cuando escribe: Porque os celo para Dios con celo de Dios? Diciendo os celo, demuestra que es suyo el celo. Pero como dijo para Dios, es decir, no para sí, sino para Dios, añadió: con celo de Dios; y ciertamente Dios, por medio de su Espíritu, es el que inspira este celo en sus fieles; celo de amor, no de odio. Y, si no, veamos cuál fue el cuidado que tuvo el Apóstol sobre este celo para forzarle a decir: Os ajusté a un varón para presentaros, cual virgen casta, a Cristo; sin embargo, temo no sea que como la serpiente engañó con su astucia a Eva, así también se corrompan vuestras mentes, decayendo de la sencillez y castidad para con Cristo138. Le devoraba el celo de la casa de Dios, la cual celaba para Cristo, no para sí. El esposo cela a su esposa, pero el amigo del esposo no la debe celar para sí, sino para el esposo. El celo de éste debe tomarse en buen sentido, puesto que da la razón de él, diciendo: Porque se olvidaron mis enemigos de tus palabras. Luego, según esto, le pagaban mal por bien, porque los celaba para Dios con tanto afecto y amor, que decía que estaba repudrido por este celo; pero ellos le atormentaban como a enemigo, porque quería que amasen a Dios aquellos a los que amando celaba. Mas él, no siendo ingrato a la gracia de Dios, por la que se reconcilió con Dios siendo enemigo de Él, amaba a sus enemigos y los celaba para Dios, doliéndose y repudriéndose porque se olvidaron de sus palabras.
3 [v.140}. Después, considerando éste la llama del amor de Dios con que él se abrasaba en las palabras de Dios, dice: Tu palabra es ardiente sobremanera, y tu siervo la amó. Con razón celaba el corazón impenitente de sus enemigos, los cuales se habían olvidado de las palabras de Dios, y por esto se inflamaba en deseos de llevarlos a lo que él amaba ardentísimamente.
4 [v.141]. Yo soy jovencito —dice— y despreciable; no me olvidé de tus justificaciones. No me porté como mis enemigos, que se olvidaron de tus palabras. Parece que el menor en edad, que no se olvidó de las justificaciones de Dios, se duele de sus enemigos mayores en edad, porque las olvidaron. Pues ¿qué significa: Yo, jovencito, no olvidé? Que los mayores se olvidaron. En el texto griego se escribe neoteros, el jovencito o el más joven. Esta palabra también se consigna en el pasaje en donde se dijo. ¿De qué modo corrige el jovencito su camino? Esta palabra está en grado comparativo, y, por tanto, compara a este joven con el mayor. Reconozcamos aquí a los dos pueblos que luchaban en el vientre de Rebeca, cuando, en virtud del que llama, no de las obras, se le dijo a ella: "El mayor servirá al menor139." Pero el menor se llama a sí mismo aquí despreciable, y por esto fue hecho mayor, porque Dios eligió las rosas innobles y despreciables del mundo, y las que no son como si fueran para que las que son desaparezcan140. Ved que los últimos son los primeros, y los primeros los últimos141.
5 [v.142]. No sin motivo se olvidaron de las palabras de Dios los que pretendieron establecer su justicia ignorando la justicia de Dios142. Sin embargo, este jovencito no se olvidó de ella, porque no quiso tener la suya, sino la de Dios, de la cual dice ahora también: Tu justicia es eterna y tu ley es verdad. ¿Cómo no ha de ser verdad la ley, por la cual se conoce el pecado y da al mismo tiempo testimonio de la justicia de Dios? Pues así dice el Apóstol. Se manifestó la justicia de Dios, testificándola la ley y los profetas143.
6 [v.143]. Por ella padeció tal persecución el menor de parte del mayor, que dijo lo que sigue: La tribulación y la necesidad dieron conmigo; tus mandamientos son mi meditación. Ensáñense, persigan, con tal que no se abandonen los mandamientos de Dios, y por estos mandamientos sean amados también los que persiguen.
7 [v.144]. Justicia son eternamente tus testimonios; dame entendimiento, y viviré. Este jovencito pide entendimiento, ya que, si no le tuviera, no entendería más que los viejos. Pero le pide en la tribulación y en la necesidad para entender hasta qué punto debe ser despreciado todo lo que le pueden quitar los enemigos que le persiguen, por quienes dice que es despreciado. Dijo viviré porque, si la tribulación y la indigencia llegó a tal extremo que le sea arrebatada esta vida por las manos de los perseguidores enemigos, con todo, vivirá eternamente, porque antepuso a las cosas temporales la justicia, que permanece eternamente. Esta justicia son los martirios de Dios en la tribulación y en la indigencia; es decir, son los testimonios por los que los mártires fueron coronados.
SERMÓN 29
1 [v.145]. Nadie dudará que es vano el clamor que se eleva a Dios por los que oran si se ejecuta por el sonido de la voz corporal sin estar elevado el corazón a Dios. Si tiene lugar en el corazón, aunque permanezca en silencio la voz corporal, puede estar oculto a los hombres, no a Dios. Cuando oramos a Dios, ya con la boca, cuando sea necesario, ya en silencio, siempre ha de clamarse con el corazón. El clamor del corazón es un pensamiento vehemente que, cuando se da en la oración, expresa el gran afecto del que ora y pide, de suerte que no desconfía de conseguir lo que pide. Se clama con todo el corazón cuando no se distrae en alguna otra cosa. Estas oraciones son raras a muchos y frecuentes a pocos, pero no sé que alguno las pueda tener siempre. Tal nos dice que era su oración el que canta este salmo, diciendo: Clamé con todo mi corazón; óyeme, Señor. Y, declarando para qué aprovechaba su clamor, añade: buscaré tus justificaciones. Clamó a Dios con todo su corazón y deseó que le oyese en la búsqueda de sus justificaciones. Por tanto, se ora para buscar o indagar lo que se nos manda hacer. ¡Cuán distante está todavía de hacerlo el que busca! N o es forzoso que el que busca encuentre, o el que encuentra que obre, aunque no se puede obrar sin hallar, ni hallar sin buscar. Pero el Señor dio gran esperanza, diciendo: Buscad, y encontraréis. También dice la Sabiduría, la cual no es otra cosa fuera de El: Me buscarán los malos, y no me encontrarán. Luego no se dijo a los malos, sino a los buenos: Buscad, y hallaréis. ¿Qué digo? Se dijo a los que poco después en el mismo lugar se les anunció: Si vosotros, siendo malos, sabéis dar cosas buenas a vuestros hijos144..., etc. Luego ¿cómo es que se dice a los malos: Buscad, y hallaréis, si, por otra parte, se dice: Me buscarán los malos, y no me hallarán? ¿O es que el Señor quería que se buscase otra cosa fuera de la sabiduría cuando prometía que habían de encontrar si buscasen? Ciertamente en ella se hallan todas las cosas que deben ser buscadas por aquellos que desean ser felices. Luego en ella se hallan las justificaciones de Dios. Por tanto, resta entender que no todos los malos dejan de hallar la sabiduría si quieren, sino sólo aquellos que en tanto son malos en cuanto la aborrecen, pues así lo dijo también: Me buscarán los malos, y no me encontrarán, porque odiaron la sabiduría145. Luego no la encontraron, porque odiaron. Pero si la odian, ¿por qué la buscan? Porque no la buscaron por sí misma, sino por algún mal que aman, y piensan que por ella han de conseguirlo más fácilmente. Ciertamente hay muchos que buscan con gran empeño las sentencias de la sabiduría y quieren que ésta forme el arsenal de su ciencia, pero no el de su vida, para llegar, no por las costumbres que ordena la sabiduría, sino por las voces que ella contiene, a la alabanza de los hombres, que es gloria vana. Luego cuando buscan la sabiduría, en realidad no la buscan, porque, si la buscasen, verían según ella. Por tanto, buscan hincharse con sus palabras; y cuanto más se hinchan, tanto más se alejan de ella. Este que pide al Señor lo mismo que le manda hacer el Señor, para que así Dios obre en él lo que le manda ejecutar, pues Dios es el que obra en nosotros el querer y el obrar debido a su buena voluntad146, dice: Clamé con todo mi corazón; óyeme, Señor, y buscaré tus justificaciones, para hacerlas, no únicamente para saberlas, no sea que se haga como aquel siervo indócil, que, aun cuando hubiere entendido, no obedece147.
2 [v.146]. Clamé; sálvame, o como algunos códices consignan, tanto griegos como latinos: Clamé a ti; sálvame. ¿Qué significa clamé a ti sino "te invoqué con clamor". Pero después de haber dicho sálvame, ¿qué añade? Y guardaré tus testimonios para que no te niegue debido a la flaqueza. La salud del alma hace ciertamente que se practique lo que se conoce que debe hacerse y que se luche por la verdad de los divinos testimonios hasta la muerte del cuerpo, si lo demanda hasta este punto la tentación; pero en donde no hay salud sucumbe la flaqueza y se abandona la verdad.
3 [v.147]. Lo que sigue es oscuro y requiere se declare un tanto más despacio. Me adelanté en la media noche y clamé. Muchos códices no dicen en la medianoche (intempesta nocte), sino en la madrugada (immaturitate); apenas encontré uno que tuviese duplicada la prepocisión: in immaturitate. La inmadurez o madrugada en este sitio significa el tiempo prematuro de la noche, es decir, que no es oportuno para que en vela se haga algo; lo cual también se dice vulgarmente "hora inoportuna". La medianoche en la cual se debe descansar se llamó intempesta, intempestiva. Sin duda, se llamó así porque es inoportuna para las acciones de los que están despiertos. Los antiguos llamaron tempestivo a lo oportuno, e intempestivo a la inoportuno, derivando la palabra de tempus, tiempo, no de tempestas, tempestad, que por el uso de la lengua latina se llama así la perturbación del cielo. Aunque los historiadores usan de esta palabra sin preocupación alguna, diciendo ea tempestate cuando quieren decir "en aquel tiempo". Pues así la emplea el egregio latinista Virgilio cuando dice: Vnde haec tam clara repente tempestas, pues no dio a entender por este nombre que se trataba de un cielo perturbado con vientos y nubes, sino más bien de un cielo que aparecía brillante por una súbita y radiante serenidad. Lo que se dijo en griego en aoria, no con una sola palabra, sino con dos, es decir, con la preposición y el nombre, lo consignaron algunos traductores latinos diciendo intempesta nocte; otros, immaturitate, no con dos palabras, sino con una, de la cual el nominativo es immaturitas; no pocos con dos, como los consigna el griego, diciendo in immaturitate; aoria se traduce por immaturitas y en aoria, por in immaturitate. Como si aquel que dijo in tempesta nocte, en la medianoche, hubiera querido decir, duplicando la proposición, in intempesta; de modo que una de las preposiciones signifique en qué hora (tuvo lugar), y la otra de la palabra pertenezca a la formación o composición de la misma palabra. Nada empece al sentido el que uno diga que hizo algo al galli cantu, al canto del gallo, o in galli cantu, cuando canta el gallo; igualmente nada se opone a que se diga que clamó intempesta o in intempesta nocte, es decir, in nocte intempesta. Pero el griego dijo in nocte intempesta, lo cual vale lo mismo que si dijera in immaturitate, esto es, "en el tiempo inoportuno de la noche". Baste lo que he dicho sobre la oscuridad de la palabra; ahora veamos cuál es su sentido.
4. Me adelanté —dice— en la medianoche y clamé; esperé en tus palabras. Si aplicamos esto a cada uno de los fieles y a lo que en realidad acontece, con frecuencia sucede que el amor de Dios vigila en este tiempo de la noche y, urgiendo el gran afecto de la oración, no se espera, sino que se anticipa el tiempo de orar, que suele ser después del canto del gallo. Pero, si entendemos por "noche" todo este siglo, ciertamente que clamamos a Dios a media noche y nos adelantamos al tiempo oportuno, en el cual nos dará lo prometido, conforme se lee en otro lugar: Nos adelantamos a tu presencia con la confesión148. Si queremos entender por tiempo inoportuno de esta noche aquel que existió antes de la plenitud del tiempo, es decir, la misma oportunidad en la que Cristo se manifestaría en la carne149, tampoco calló entonces la Iglesia, sino que, anticipándose a esta oportunidad o sazón, clamó profetizando y esperó en las palabras de Dios, poderoso para cumplir lo que prometió: que en el linaje de Abrahán serían bendecidas todas las gentes150.
5 [v.148]. La misma Iglesia dice también lo que sigue: Mis ojos se adelantaron a la mañana para meditar tus dichos. Supongamos que comenzó la mañana cuando nació la luz para aquellos que se hallaban sentados en la sombra de muerte151. ¿Acaso no se adelantaron a esta mañana los ojos de la Iglesia en los santos que existieron antes en la tierra, siendo así que con tiempo previeron que habían de meditarse los dichos de Dios que entonces ya tenían, y que se anunciaban como futuros en la ley y los profetas?
6 [v.149]. Señor —dice—, oye mi voz según tu misericordia y vivifícame según tu juicio. Dios quita primeramente, según su misericordia, la pena a los pecadores y después los vivifica según su juicio, porque no en vano se le dice en este orden: Te cantaré, ¡oh Señor! la misericordia y el juicio152. Aun cuando al mismo tiempo de la misericordia no falte el juicio, del cual dice el apóstol San Pablo: Si a nosotros mismos nos juzgásemos, no seriamos juzgados por el Señor. Pero, cuando nos juzga el Señor, nos corrige para que no seamos condenados con el mundo153; y su coapóstol San Pedro dice también: Tiempo es de que comience el juicio por la casa del Señor; y si primero por nosotros, ¿cuál será el fin de aquellos que no creen al Evangelio del Señor?154 Tampoco carecerá de misericordia el último tiempo del juicio, porque te coronará —dice el salmo— con compasión y misericordia155. Sin embargo, hay un juicio sin misericordia, pero para los colocados a la izquierda, porque no hicieron misericordia156.
7 [v.150]. Se acercaron—dice—los que me persiguieron con la iniquidad, o como escriben otros códices: inicuamente. Se acercan los perseguidores cuando llegan hasta atormentar la carne y destruirla. De aquí que el salmo 21, en el que se profetizó la pasión del Señor, dice: No te apartes de mí, porque la tribulación está cerca157, pues se dicen estas cosas no amenazando, sino soportando ya la pasión. Llama, por tanto, cercana a la tribulación, que tenía lugar en la carne, ya que nada hay más cercano al alma que la carne que lleva. Luego se acercaron los perseguidores al atormentar la carne de aquellos a quienes perseguían. Pero atiende a lo que sigue: Se apartaron lejos de tu ley. Cuanto más se acercaron persiguiendo a los justos, tanto más se alejaron de la justicia. Pero ¿en qué dañaron a los que se acercaron persiguiéndolos, siéndoles a éstos más íntima la proximidad del Señor, ya que jamás se apartará de ellos?
8 [v.151]. A continuación prosigue: Cerca estás tú, ¡oh Señor!, y todos tus caminos son verdad. Es costumbre de los santos atribuir a Dios verdad aun en medio de las tribulaciones, confesando que las padecen con razón. Así lo hizo Ester158, así el santo Daniel159, así los tres jóvenes en el horno160, así lo confesaron otros compañeros de éstos en la santidad. Pero puede preguntarse. "¿Cómo se dijo aquí: Todos tus caminos son verdad, siendo así que en otro salmo se consigna: Todos los caminos del Señor son misericordia y verdad?161" Para con los santos, todos los caminos del Señor son misericordia y todos ellos son verdad, puesto que al juzgar ayuda, y así no falta la misericordia; y al compadecerse da lo que promete, para que no falte la verdad. Luego para con todos los que salva y condena, todos los caminos del Señor son misericordia y verdad, porque, cuando no, se compadece da la verdad en el castigo. Sin duda, salva a muchos sin merecerlo, pero a nadie condena sin que lo merezca.
9 [V.152J. Desde el principio conocí, sobre tus testimonios, que los estableciste para siempre. Lo que el texto griego dice ca—tarjas, algunos latinos lo tradujeron por ab initio; otros, por initio, y otros, por in initiis. Los que prefirieron traducirlo en plural siguieron el modo de hablar de los griegos. Pero en latín es más corriente decir ab initio o initio (desde el principio) lo que se consigna en griego, en plural, catarjas, pero en sentido adverbial, como acontece cuando los latinos decimos alias hoc jacio, que parece consignarse en plural femenino, pero es un adverbio que significa en otro tiempo. Luego ¿qué quiere decir ab initio cognovi, o mejor, si lo decimos por un adverbio: "Initio" cognovi de testimoniis tuis, quia in aeternum fundasti ea: Primeramente, o desde el principio, conocí de tus testimonios que los estableciste eternamente? Dice que los testimonios del Señor fueron establecidos eternamente por El, y asegura que esto lo conoció él desde el principio; y que no lo conoció por ninguna otra cosa sino por los mismos testimonios ¿Qué testimonios son éstos sino aquellos con los que Dios atestiguó que daría un reino eterno a sus hijos? Pero como afirmó que lo daría en su unigénito Hijo, del cual dijo: Y su reino no tendrá fin162, consignó que los mismos testimonios los estableció eternamente, porque es eterno lo que prometió Dios por ellos. Cuando se vea la misma realidad, ya no serán necesarios por sí mismos los testimonios que para creerla se necesitan ahora. Y como tienen lugar en Cristo, por eso se entiende muy bien haber dicho los estableciste, pues nadie puede establecer otro fundamento fuera del establecido, el cual es Cristo Jesús163. ¿Por dónde llegó a conocer éste estas cosas desde el principio si no es porque habla la Iglesia, que no faltó en la tierra desde el principio del género humano, cuyas primicias son el santo Abel, inmolado también él164 en testimonio de la sangre del futuro Mediador, que había de ser derramada por el impío hermano? Porque desde el principio se dijo: Serán dos en una carne165. Al exponer esto el Apóstol, dice que es un gran sacramento, pero yo digo —añade— en orden a Cristo y a su Iglesia166.
SERMÓN 30
1 [v.153]. Ninguno de los establecidos en el cuerpo de Cristo piense que no es suya esta voz con la que comienza el texto del versillo de este salmo, del que ahora emprendo su exposición; porque, en realidad de verdad, todo el Cuerpo de Cristo, colocado en este abatimiento, dice. Mira mi abatimiento y líbrame, poique no me olvidé de tu ley. Ninguna otra ley se entiende más aptamente en este lugar fuera de aquella por la cual se estableció inconmoviblemente que todo el que se exalta será humillado y todo el que se humilla será ensalzado167. Así el soberbio es acorralado por males para ser humillado y el humilde es librado de ellos para ser ensalzado.
2 [v.154]. Juzga —dice— mi juicio y redímeme. En cierto modo repitió la sentencia anterior, pues lo que dice: Mira mi abatimiento, es lo mismo que juzga mi juicio; y líbrame es igual que y redímeme. Lo que dijo anteriormente: Porque no me olvidé de tu ley, conviene con lo que ahora dice: Vivifícame por tu dicho, pues el dicho de Dios es su ley, de la cual no se olvidó, humillándose para ser exaltado. Y a la misma exaltación pertenece lo que dice: Vivifícame, porque la exaltación de los santos es la vida eterna.
3 [v.155]. Lejos de los pecadores —dice— está la salud, porque no buscaron tus justificaciones. Pero ¿quién te separa, ¡oh tú!, que dijiste: Lejos está de los pecadores la salud? ¿Quién te separa de los pecadores para que no esté lejos de ti, sino contigo, la salud? Lo que te separa ciertamente es que tú hiciste lo que ellos no hicieron, esto es, que buscaste las justificaciones de Dios. Pero ¿qué tienes que no hayas recibido?168 ¿Por ventura no eres tú el que poco antes decías: Clamé con todo mi corazón, ¡oh Señor!, buscaré tus justificaciones? Luego recibiste de Aquel a quien clamaste para buscarlas. El, pues, te separa de aquellos de quienes está lejos la salud, porque no buscaron las justificaciones de Dios.
4 [v.156]. Esto ya lo vio él mismo. Pero yo no lo vería si no lo viese en él y si no estuviese en él, porque estas palabras son del Cuerpo de Cristo, del cual nosotros somos miembros. Vio esto, diré, y a continuación añade: Muchas son, Señor, tus misericordias. Luego también el buscar tus justificaciones pertenece a tus misericordias. Vivifícame según tu juicio. Conocí también que tu juicio no se haría sobre mí sin tu misericordia.
5 [v.157]. Muchos me persiguen y atribulan, pero yo no me separé de tus testimonios. (Esto) aconteció, lo sabemos, lo recordamos, lo vemos. Toda la tierra se enrojeció con la sangre de los mártires; el cielo está lleno de flores con las coronas de ellos; las iglesias se adornaron con sus monumentos; los tiempos se jalonan con sus fiestas; la salud se restablece por sus merecimientos. ¿Y de dónde proviene todo esto si no es de que se cumplió lo que se predijo de este hombre extendido por todo el orbe de la tierra: Muchos me persiguen y atribulan, pero yo no me separé de tus testimonios? Lo vemos y damos gracias al Señor, Dios nuestro. Tú efectivamente, hombre; tú en otro salmo, tú mismo dijiste. A no ser porque el Señor estaba en nosotros, quizás nos hubieran tragado vivos169. He aquí por qué no te apartaste de sus testimonios y llegaste a la palma de la suprema vocación entre las manos de muchos que te perseguían y atribulaban.
6 [v.158]. Vi —dice— a los insensatos, y me repudría, o según otros códices escriben, y que por cierto son muchos: Vi a los que no guardaban el pacto, Pero ¿quiénes son los que no guardaron el pacto? Los que se apartaron de los testimonios del Señor al no soportar las tribulaciones de muchos perseguidores. El pacto es éste: quien venza sea coronado. Este pacto no lo guardaron los que, no tolerando las persecuciones, negando se apartaron de los testimonios de Dios. Este vio a éstos y se consumía, porque amaba, Pues el celo que no dimana de la envidia, sino del amor, es bueno. A continuación expone en qué consistió no guardar el pacto: Porque no guardaron tus dichos, ya que los negaron en las tribulaciones.
7 [v.159]. Este, distinguiéndose de aquéllos, se recomienda y dice: Ve que amé tus mandamientos. No dice: " No negué tus dichos o testimonios", lo que se forzaba a los mártires a ejecutar, y no haciéndolo soportaban tormentos insufribles; pero dijo aquello, en lo que se halla el fruto de todos los sufrimientos: Porque, si entrego mi cuerpo a las llamas y no tengo caridad, de nada me sirve170. Por eso éste, recomendándola, dice: Ve que amé tus mandamientos. A continuación pide el premio, diciendo: Señor, vivifícame con tu misericordia. Estos matan; vivifica tú. Si se pide, en virtud de la misericordia, el premio que debe pagar la justicia, ¿cuánto más gratuitamente se había de otorgar la misericordia para conseguir la victoria, a la cual se debe el premio?
8 [v.160]. El principio de tus palabras —dice— es la verdad, y todos los juicios de tu justicia son para siempre. Tus palabras, dice, proceden de la verdad, y, por tanto, son veraces y a nadie engañan. Con ellas se decreta vida para el justo y castigo para el impío. Estos, sin duda, son eternamente los juicios de la justicia de Dios.
SERMÓN 31
1 [v.161]. Sabemos las persecuciones que soportó el Cuerpo de Cristo, es decir, la santa Iglesia, de parte de los reyes de la tierra. Luego reconozcamos también aquí sus palabras, las cuales suenan así: Los príncipes me persiguieron sin causa, y mi corazón temió tus palabras. ¿En qué perjudicaron los cristianos los reinos de la tierra, cuando a ellos les había prometido su Rey el reino del cielo? ¿En qué, repetiré, habían perjudicado los reinos de la tierra? ¿Por ventura el Rey de los cristianos prohibió a sus soldados pagar y entregar lo que se debe a los reyes terrenos? ¿Acaso, cuando los judíos se presentaron a calumniarle sobre esto, no dijo: Dad al César lo que es del César, y a Dios lo que es de Dios?171 ¿No pagó también Él el tributo, sacándolo de la boca del pez?172 ¿Por ventura su precursor, a los soldados que preguntaban qué debían hacer para conseguir la salud eterna, les dijo: "Desligaos del compromiso, arrojad las armas, abandonad a vuestro rey, para que podáis poneros a las órdenes de Dios"? No, antes bien les dijo: A nadie maltratéis, a ninguno calumniéis; os baste con vuestra paga173. ¿Acaso no dijo uno de sus soldados, y en verdad amigo fidelísimo de Él, a sus conmilitones, y en cierto modo a sus correligionarios: Toda alma (todo hombre) se someta a las potestades supremas? ¿Y no dice también poco después: Pagad a todos las deudas: a quien tributo, tributo; a quien alcabala, alcabala; a quien temor, temor; a quien honor, honor; no debáis nada a nadie, sino el amaros unos a otros?174 ¿Acaso no mandó también que la Iglesia rogase por los mismos reyes?175 ¿En qué, pues, les ofendieron los cristianos? ¿Qué deuda no pagaron? ¿En qué no obedecieron los cristianos a los reyes de la tierra? Luego los reyes terrenos persiguieron sin motivo a los cristianos. Pero atiende a lo que sigue: Y mi corazón temió tus palabras. Ellos usaron también de palabras conminatorias, tales como "destierro, confisco, mato, atormento con garfios, quemo al fuego, entrego a las bestias, despedazo los miembros"; pero más que estas palabras me atormentaron las suyas: No temáis a los que matan el cuerpo, sin que puedan hacer otra cosa; sino temed a Aquel que tiene poder para arrojar a la perdición del juego del infierno el alma y el cuerpo176. "Estas palabras tuyas fueron las que temió mi corazón, y por eso desprecié al hombre, mi perseguidor, y vencí al diablo, mi seductor.
2 [v.162]. A continuación prosigue: Yo me regocijaré en tus dichos como el que encontró muchos despojos. Venció por las misma palabras que temió. A los vencidos se les arrebata el botín, así como, una vez vencido, fue despojado aquel de quien se dice en el Evangelio: Nadie entra en la casa del fuerte para arrebatarle sus enseres a no ser que primero hubiere sujetado al fuerte177. Se recogió inmenso botín cuando, admirados de la paciencia de los mártires, creyeron también los que les persiguieron, siendo conquistados de este modo por Cristo aquellos que pretendieron dañar a nuestro Rey con el detrimento de sus soldados. Luego todo el que, para no ser vencido en el combate, teme las palabras del Señor, se regocija en ellas victorioso.
3 [v.163]. Para que no pensásemos que podía originarse por aquel temor odio a las palabras de Dios, aun cuando ya había dicho me regocijé, en lo cual no hubiera prorrumpido si las aborreciese, con todo, añade aún: Odié la injusticia y la abominé, pero amé tu ley. Es decir, que aquel temor de las palabras de Dios no engendró aborrecimiento de ellas, sino que conservó íntegra la caridad, pues, siendo la ley de Dios sus palabras y sus dichos, no hay peligro que perezca el amor por el temor cuando el temor es casto. Así, los hijos buenos temen y aman a sus padres; así, la mujer casta teme que su varón la abandone y ama por gozarle. Luego si el padre, hombre, y el marido, hombre, deben ser temidos y amados, muchos más lo debe ser nuestro Padre, que está en los cielos178; y aquel Esposo, que es más bello, no por la hermosura de la carne, sino de la virtud179, que todos los hijos de los hombres. Pero ¿quiénes aman la ley de Dios? Los que aman a Dios. Y ¿qué tiene de triste la ley del padre para los buenos hijos? ¿Acaso el corregir al que ama y el azotar a todo aquel a quien recibe por hijo?180 Ten en cuenta que quien rehúsa estos juicios, no consigue las promesas. Luego alábense los juicios paternos en cuanto al castigo si se aman las promesas en cuanto al premio.
4 [v.164]. Así, pues, obra este que dice: Te alabé al día siete veces por los juicios de tu justicia. Siete veces al día quiere decir siempre, ya que este número suele simbolizar la universalidad. Por esto, a los seis días de las obras de Dios se añadió el séptimo día de descanso181 y así el tiempo total se desenvuelve pasando y volviendo a pasar estos siete días. En el mismo sentido de universalidad se dijo también: Siete veces caerá el justo, y se levantará. Es decir, el justo que no prevarica, pues de lo contrario ya no sería justo; de cualquier modo que sea humillado, no perece. Se dijo caerá siete veces atendiendo a toda clase de tribulaciones con las que a la vista de los hombres es abatido; y se añadió se levantará teniendo en cuenta que por las mismas tribulaciones aprovecha. Esta sentencia la aclara suficientemente la que sigue a continuación en el mismo libro: Pero los impíos perecerán en los males182. Así, pues, el caer y levantarse siete veces el justo es no precipitarse en el mal. Con razón la Iglesia alabó a Dios siete veces al día por los juicios de su justicia, porque, habiendo llegado el tiempo de comenzar el juicio por la casa de Dios183, no pereció en todas sus tribulaciones, sino que fue glorificada con los triunfos de los mártires.
5 [v.165]. Mucha paz —dice— para los que aman tu ley, y no hay para ellos tropiezo. ¿Esto quiere decir que no es tropiezo la ley para ellos o que quienes, en manera alguna tropiezan, la aman? Ambas cosas pueden entenderse rectamente, pues el que ama la ley de Dios enaltece también lo que en ella no entiende; y, cuando le parece que le suena mal algo, más bien juzga que no lo entiende y que allí se oculta algún gran misterio. Por esto la ley de Dios no le sirve de tropiezo. Mas para que de ninguna manera tropiece, no mire a los hombres de cualquier profesión, por santa que sea, de suerte que penda su fe de las costumbres de ellos, no acontezca que, cayendo algunos de aquellos a quienes tenía en gran concepto, perezca él por el tropiezo; sino ame la misma ley de Dios, y tendrá mucha paz y para él no habrá tropiezo. Ame la ley con seguridad, que no sabe inducir al pecado aunque muchos pequen con ella.
6 [v.166]. Esperaba —dice— tu salud, ¡oh Señor!, y amé tus mandamientos. ¿Qué les hubiera aprovechado a los justos antiguos el haber amado los preceptos de Dios si Cristo, con cuyo espíritu dado a ellos pudieron amar los mandamientos de Dios, y que es la salud de Dios, no les hubiera librado? Luego si esperaban la salud de Dios los que amaron sus mandamientos, ¿cuánto más necesario era Jesús, es decir, la salud de Dios, para salvar a los que no los amaron? Puede también convenientemente aplicarse esta profecía a los santos de estos tiempos, contados desde que, revelada la gracia, se predica el Evangelio, pues esperan a Cristo quienes aman los mandamientos de Dios, a fin de que, cuando aparezca Cristo, nuestra vida, entonces también aparezcamos nosotros con Él en gloria184.
7 [v.167—168]. Guardó mi alma —dice— tus testimonios y los amó ardientemente, o como algunos códices escriben a secas: y los amó, sobrentendiéndose mi alma. Se guardan tus mandamientos cuando no se niegan. Este es el ejercicio de los mártires, ya que los testimonios en griego se denominan martirios. Pero como de nada aprovecha ser quemado en las llamas en pro de los testimonios de Dios faltando la caridad185, por eso añade: Y los amé en gran manera. En el versillo anterior (166) había dicho: Amé tus testimonios; en éste (167) dice: Guardé y amé tus testimonios; y en el siguiente (168): Guardé tus mandamientos y tus testimonios, pues dice así: Guardé tus mandamientos y tus testimonios. Y dice esto porque el que verdaderamente los ama, los guarda de buena gana. Pero como muchas veces acontece que, al guardar los mandamientos de Dios, nos hacemos enemigos de aquellos contra cuya voluntad los guardamos, por eso han de guardarse con toda fortaleza también los testimonios, no sea que se nieguen por la persecución de los enemigos.
8. Luego, habiendo dicho éste que hizo ambas cosas, atribuye a Dios el haberlo llevado a cabo, añadiendo y diciendo: Porque todos mis caminos están delante de ti, ¡oh Señor! Dice: Guardé tus mandamientos y tus testimonios, porque todos mis caminos están delante de ti, como si dijera: "Si hubieses apartado tu rostro de mí, me hubiera conturbado y no hubiese guardado tus mandamientos y testimonios. Los guardé porque todos mis caminos están delante de ti". Ciertamente quiso dar a entender que Dios veía a sus caminos con ojos propicios y favorecedores, conforme lo pidió el que dijo: No apartes tu rostro de mí186. También, el rostro de Dios se halla sobre los que obran males, pero para borrar su memoria de la faz de la tierra187. Pero éste no dijo, por cierto, que Dios veía sus caminos así, sino como Dios conoce el camino de los justos188 y del modo que dijo a Moisés: Te conozco con preferencia a todos189. Porque, si el tener delante de Dios sus caminos no le ayudase a caminar, no diría que guardó sus mandamientos y testimonios, porque todos sus caminos estaban en la presencia del Señor. Supo, pues, oír: Servid al Señor con temor y alegraos en Él con temblor; percibid la enseñanza, no sea que se aire el Señor y os apartéis del camino justo190, porque, si no hubiera permanecido en la presencia del Señor, no se hubiera mantenido en el camino de la justicia. También el apóstol San Pablo ordena este temor a los que dice: Obrad vuestra salvación con temor y temblor; y, declarando por qué dice esto, añade: Dios: es el que obra en vosotros el querer y el obrar según su benevolencia191. Luego Dios tiene ante su presencia los caminos de los; justos para dirigir sus pasos, porque éstos son los caminos de los que se escribió en los Proverbios: Dios conoce los caminos, que se hallan a la derecha. Y son perversos —añade— los que están a la izquierda, en lo cual nos da a entender que el Señor no conocerá estos últimos caminos; y, por lo mismo, dirá a los perversos: No os conozco192. Para demostrar el fruto que se sigue de conocer Dios los caminos que están a la derecha, es decir, los de los justos, añade a continuación: Él hará rectos tus pasos, extenderá tus caminos en paz193. He aquí por qué dice éste también: Guardé tus mandamientos y tus testimonios; pues, como si le preguntásemos: "¿A qué se debió el haber podido guardarlos?", prosigue y dice: Porque todos mis caminos están delante del Señor.
SERMÓN 32
1 [v.169]. Oigamos ahora la voz del que ora, ya que sabemos quién ora y que, si no somos réprobos, también nos reconocemos miembros de este que ora. Acérquese mi oración a tu presencia, ¡oh Señor! Es decir, llegue a ti la oración que hago delante de ti pues el Señor está cerca de los que se atribularon su corazón194. Dame entendimiento, según tu palabra. Pide lo que prometió, porque dice: según tu palabra, como si dejara: "según tu promesa". Esto lo prometió el Señor cuando dijo: Te daré entendimiento195.
2 [v.170]. Penetre mi ruego a tu presencia, Señor; líbrame, según tu palabra. Repite, en cierto modo, la petición. Porque lo que primeramente había dicho: Acérquese mi oración a tu presencia, Señor, es semejante a esto que dice después: Penetre mi ruego a tu presencia, Señor; y lo que antes añadió al versillo anterior: Dame entendimiento, según tu palabra, conviene también con lo añadido al presente versillo: Líbrame, según tu palabra; ya que, recibiendo el entendimiento, se libra el que por sí mismo, no entendiendo, se engaña.
3 [v.171]. Proferirán —dice— mis labios un himno cuando me hubieses enseñado tus justificaciones. Sabemos de qué modo enseña Dios a los sumisos a Dios. Todo el que oyó del Padre y aprendió, se llega a Aquel que justifica al impío196 para guardar las justificaciones de Dios, no sólo reteniéndolas en la memoria, sino también obrando. Así, pues, el que se gloría, no se gloría en sí mismo, sino en el Señor197, y profiere un himno de alabanza.
4 [v.172]. Pero como ya aprendió y alabó a Dios, su Maestro, a continuación quiere enseñar. Mi lengua—dice—publicará tus palabras, porque todos tus mandamientos son justicia. Como dice que ha de anunciar estas cosas, sin duda se constituye en predicador de la palabra. Aun cuando Dios enseñe interiormente, la fe, sin embargo, proviene del oír. ¿Y cómo oirán, si no hay quien predique?198 Pues no porque Dios da el incremento199 no ha de plantarse y regarse.
5 [v.173—174]. Como ya prevé los peligros que habían de seguirse por parte de los contradictores y perseguidores cuando se predicase la palabra de Dios, añade: Hágase tu mano para salvarme, porque elegí tus mandamientos. Para no temer ni encerrar por completo en mi corazón tus palabras, sino que también las predicase la lengua, elegí tus mandamientos y con el amor reprimí el temor. Esté pronta tu mano para salvarme de la mano ajena, pues de este modo Dios salvó a los mártires al no permitir que los matasen en cuanto al alma, puesto que es vana la salud del hombre en cuanto al cuerpo200. También puede tomarse hágase, o sea, o esté pronta tu mano, de modo que se entienda que Cristo es la mano de Dios, según aquello de Isaías: Y el brazo del Señor, ¿a quién se reveló?201, pues ciertamente no era hecho el Unigénito, siendo así que por El fueron hechas todas las cosas202; pero el que era Creador fue hecho de la estirpe de David203 para ser Jesús, esto es, Salvador. Pero, siendo familiar a la Escritura la expresión hágase tu mano: y se hizo la mano del Señor204, ignoro que pueda acomodarse o darse este sentido en todos los pasajes. Mas en dondequiera que oigamos lo que sigue: Codicié tu salud, ¡oh Señor!, aun cuando se opongan todos nuestros enemigos, creemos que se trata de Cristo, salud de Dios. Los antiguos justos en verdad confiesan que le desearon; la Iglesia, que anheló viniese de las entrañas de su madre, desea que venga de la diestra del Padre. A esta sentencia se añade también: Y tu ley es mi meditación, porque la ley testimonia a Cristo.
6 [v.175]. En esta fe, ya que con el corazón se cree para justicia y con la boca se confiesa para salud205, bramen las gentes, mediten los pueblos cosas vanas206 y se dé muerte a la carne al predicarte; con todo, en ella vivirá mi alma, y te alabará, y tus juicios me ayudarán. Estos juicios son aquellos de los cuales llegó el tiempo de que comenzasen por la casa del Señor207. Pero me ayudarán, dice. Y ¿quién no ve cuánto ayudó a la Iglesia la sangre de la Iglesia? ¿Quién no ve la gran mies que brotó en todo el orbe de aquella sementera?
7 [v.176]. Por fin se da a conocer por completo y declara la persona que habla en todo este salmo: Anduve errante —dice— como oveja perdida. Busca a tu siervo, porque no me olvidé de tus mandamientos. Algunos códices no dicen busca, sino vivifica. En griego se diferencian estos dos verbos por una sola sílaba colocada en medio: zeson y zeteson; de aquí que los mismos códices griegos varían. Pero cualquiera de estas dos palabras que sea la auténtica; se busque la oveja perdida y se vivifique, pues por ella dejó el Pastor las noventa y nueve en el monte, y, buscándola208, fue maltratado por las espinas judaicas. Pero aún se busca, y debe buscarse, ya que, hallada en parte, aún debe buscarse. Por lo que toca a lo que éste dice: No me olvidé de tus mandamientos, ya fue encontrada; pero por lo que se refiere a los que eligen los mandamientos de Dios, los comprenden y los aman, aún se busca, y por la sangre derramada y esparcida de su Pastor se va hallando en todas las gentes.
8. Según pude, en cuanto Dios me ayudó, traté y expuse este gran salmo; lo que, sin duda, hicieron y harán mejor que yo otros más sabios y doctos. Con todo, no debió faltar mi exposición sobre él teniendo sobre todo en cuenta la demanda de mis hermanos, a quienes soy deudor de este oficio. No debe extrañar no haber hablado nada sobre el alfabeto hebreo, del cual a cada ocho versillos del salmo se aplica una letra, y así se entreteje todo el salmo hasta su conclusión, porque nada encontré que mereciese la pena de ser expuesto; y además no es este salmo el único que lleva estas letras. Pero sepan los que no encuentran esto en las versiones griegas y latinas, porque se omitió, que en los códices hebreos todos los versos de ocho en ocho empiezan por una de aquellas letras que se les anteponen, según me informaron los que conocen aquella lengua. Esto no se hizo con más diligencia que la que acostumbran a poner los nuestros en los salmos que llaman abecedarios o acrósticos al componerlos en lengua latina o púnica, pues no todos los versos comienzan con la misma letra que anteponen hasta que termina el período, sino únicamente los primeros.