SALMO 118 (SERMONES 11-20)

Traductor: Balbino Martín Pérez, OSA

SERMÓN 11

1 [v.33]. Prosigue en este gran salmo lo que, ayudándonos Dios, hemos de considerar y de tratar. Ponme por ley, ¡oh Señor!, el camino de tus justificaciones, y siempre lo buscaré. El Apóstol dice: La ley no se estableció para el justo, sino para los inicuos e insubordinados y para los demás de los que allí habla, y concluye diciendo: Y para cualquier otra persona que se oponga a la sana doctrina, y que es según el Evangelio de la gloria del bienaventurado Dios, que a mí me fue confiado1. ¿Por ventura este que dice: Ponme la ley, ¡oh Señor!, era como aquellos para quienes dice el apóstol San Pablo que fue establecida la ley? No hay tal cosa. Si así fuese, anteriormente no hubiera dicho: Corrí el camino de tus mandamientos cuando ensanchaste mi corazón. ¿Qué es lo que pide cuando pide al Señor que le ponga ley, si no se pone al justo, como dice San Pablo? ¿O es que no se pone al justo del modo que se pone al pueblo contumaz, en tablas de piedra2, sino en tablas de corazón de carne?3 Es decir, no conforme al Viejo Testamento del monte Sinaí, que engendra para servidumbre4, sino conforme al Nuevo, del cual se escribió por Jeremías profeta : He aquí que vendrán días, dice el Señor, y haré nueva alianza con la casa de Israel y con la casa de Judá, no según el Testamento que establecí con sus padres en el día que les tomé de la mano para sacarlos de la tierra de Egipto; porque ellos no permanecieron en mi Testamento, yo no me preocupé de ellos, dice el Señor. Este es, pues, el Testamento que estableceré con la casa de Israel: después de aquellos días pondré, dice el Señor, mis leyes en sus mentes y las escribiré en sus corazones5. He aquí cómo quiere éste que el Señor le ponga la ley; no en tablas de piedra como se puso a los inicuos y rebeldes, que pertenecen al Viejo Testamento, sino como se escribe en los corazones 'y se graba por el Espíritu Santo, dedo del Altísimo, en la mente de los hijos santos de la libre, esto es, de la Jerusalén excelsa, de los hijos de la promesa, de los hijos de la heredad eterna. Mas no para que la tengan en la memoria y la descuiden en la vida, sino para que la conozcan entendiendo y la practiquen amando en la anchura del amor, no en la angostura del temor. Puesto que quien obra por temor y no por amor a la justicia, sin duda obra por la fuerza; y el que obra por la fuerza, si pudiera suceder, preferiría no ser mandado; y, por lo mismo, al no querer la ley, no es amigo de la ley, sino más bien enemigo de ella; y por tanto, no se purifica por la obra, porque es impuro en el querer. El que es así no puede decir lo que dijo éste en los versillos anteriores: Corrí el camino de tus mandamientos cuando ensanchaste mi corazón, porque aquel ensanchamiento designa la caridad, la cual, según el Apóstol, es la plenitud de la ley6.

2. Luego ¿por qué pide aún éste que le sea establecida la ley, siendo así que, si no se le hubiere establecido, no hubiera corrido el camino de Dios con la amplitud del corazón? Como habla aprovechando y conoce que debe a la gracia de Dios el que aproveche, por lo mismo, cuando pide que se le imponga la ley, pide únicamente aprovechar más y más en ella. Esto sucede a la manera que si, teniendo un vaso lleno de agua, se lo alargas al sediento, y, al comenzar a dársela, va bebiendo y, al mismo tiempo, deseando, pide. Pero la ley que se pone en tablas de piedra a los inicuos y rebeldes constituye reos de prevaricación, no hijos de promisión. También es reo aquel que se acuerda de ella y no la ama, porque su memoria le viene a ser piedra escrita que le oprime y no le realza, carga pesada y no título de honor. Pero el justo llamó a la ley camino de las justificaciones de Dios, y no es distinto este camino del camino de los mandamientos del Señor, el cual ya dijo que corrió cuando se dilató su corazón. Luego corrió y corre hasta tanto que llegue a la palma de la suprema vocación de Dios. Enfin, habiendo dicho: Ponme por ley ¡oh Señor!, el camino de tus justificaciones, añade: y le buscaré siempre. ¿Porqué busca lo que tiene? Porque lo tiene practicando y lo busca adelantando.

3. ¿Qué significa siempre? ¿Acaso no tendrá fin este buscar; y, por tanto, se consignó, como se dijo, siempre estará en mi boca su alabanza7, ya que no tendrá fin el alabar, puesto que no dejaremos de alabar a Dios cuando lleguemos a su reino eterno, pues leemos: Bienaventurados los que habitan en tu casa; por los siglos de los siglos te alabarán?8 ¿O se dijo siempre refiriendo esta palabra al tiempo en que vivimos en el mundo, porque en él sólo se progresa, y, después de esta vida, el que aquí progresaba en el bien, allí concluye de progresar? Así como se dice de ciertas mujeres: Siempre aprendiendo; pero mal, porque a continuación añade el Apóstol: y jamás llegando al conocimiento de la verdad9. Pero el que en este mundo siempre aprovecha mejorando, viene a parar, aprovechando, al sitio en el que ya no aprovecha, porque, perfecto, descansa sin fin. Tampoco se dijo de aquellas mujeres siempre aprendiendo de suerte que prosigan después de la muerte aprendiendo cosas vanas e inútiles, puesto que a tales doctrinas no suceden estudios, sino eternos suplicios. Luego aquí se busca la ley de Dios mientras se adelanta en ella, ya sea conociendo o amando, y allí sólo permanece su plenitud para ser gozada, no para ser buscada. En el mismo sentido se dijo: Buscad siempre mi rostro10. ¿En dónde siempre? Aquí. Allí no buscaremos el rostro de Dios, ya que le veremos cara a cara11. Pero, si rectamente se dice que se busca lo que se ama sin repugnancia, y esto hace que no se pierda, siempre y sin fin buscaremos el rostro de Dios, es decir, su verdad, porque en este mismo salmo se dice: Y tu ley es la verdad. Ahora se busca para tenerla; entonces se tendrá para no perderla, al modo que del Espíritu de Dios se dice que todo lo escudriña, aun las profundidades de Dios12; mas no ciertamente para saber lo que ignora, sino porque nada hay que no sepa.

4 [v.34]. El que ya conocía la ley en cuanto a la letra, nos recomienda de modo especial la gracia de Dios cuando pide al Señor que le ponga la ley. Pero como la letra mata y el espíritu vivifica13, ruega para hacer, mediante el espíritu, lo que sabía debido a la letra, no sucediese que por el conocimiento del mandato no observado incurriese en el crimen de prevaricación. Pero como nadie, a no ser que Dios lo dé a entender, comprende el sentido de la ley como debe ser entendido, es decir, que se entienda lo que quiere decir, a saber, por qué fue impuesta a los que no la habían de observar, y la utilidad que lleva consigo el haber entrado la ley para que abundase el delito14, por eso añade éste y dice: Dame entendimiento y escudriñaré tu ley y la guardaré con lodo mi corazón, porque, cuando alguno hubiese escudriñado la ley y hubiere llegado a lo más elevado de ella, en lo que radica toda ley, sin duda debe amar a Dios con todo el corazón, con toda el alma y con toda la mente, y al prójimo como a sí mismo. Pues en estos dos preceptos se compendia toda ley y los profetas15. Esto parece haber prometido cuando dijo: Y la guardaré con todo mi corazón.

5 [v.35]. Pero como el hombre es incapaz por sus propias fuerzas de ejecutar lo que se manda a no ser que el mismo que manda le ayude, dice: Guíame por la senda de tus mandamientos, porque la quise. De nada sirve mi voluntad si tú no me guías en lo que quiero. Ciertamente, esta senda es el camino de los mandamientos de Dios, que ya dijo haber recorrido cuando Dios le dilató su corazón. Y la llama senda porque es estrecho el camino que conduce a la vida16; y, siendo angosto, no se corre por él si no es teniendo el corazón dilatado.

6 [v.36]. Pero como aún aprovecha, aún corre, y, por lo mismo, busca el auxilio divino, por el que sea guiado, porque esto no depende del que quiere ni del que corre, sino de Dios, que se apiada17; y, en fin, como Dios obra en nosotros el mismo querer18, ya que el Señor prepara en nosotros la voluntad, prosigue y dice: Inclina mi corazón a tus testimonios y no a la avaricia. ¿Qué significa tener el corazón inclinado hacia algo? Quererlo. Luego lo quiso y ruega para quererlo. Lo quiso al decir: Guíame por la senda de tus mandamientos, porque la quise. Ruega para quererlo cuando dice: Inclina mi corazón a tus testimonios y no a la avaricia. Pide, pues, aprovechar en el querer. ¿Cuáles son los testimonios de Dios sino aquellos con los que Dios a sí mismo se testifica? Los testimonios prueban; por eso las testificaciones de Dios y los mandamientos de Dios se prueban por sus testimonios. Todo lo que Dios quiere hacernos creer, nos lo confirma por sus testimonios. Hacia éstos pide ser inclinado, y no a la avaricia. Dios procura con sus testimonios que le sirvamos gratuitamente; a esto se opone la avaricia, raíz de todos los males. La palabra griega empleada aquí, pleonesia, puede significar la avaricia general, por la que cualquiera apetece más de lo justo, pues pleon se traduce al latín por plus, más, y esis por habitus, tenido, derivado del verbo habere, tener. Luego la palabra pleonesia, avaricia, se deriva del concepto plus habendo, de tener más, que algunos traductores latinos la vertieron por emolumentum, emolumento, y otros por utilitatem, utilidad; pero se traduce mejor por avaritiam, avaricia. El Apóstol dice: La raíz de todos los males es la avaricia19. Pero en el texto griego, del que se trasladaron al latín estas palabras, no se lee en el Apóstol pleonesia, avaricia, como en este salmo, sino filargiria, que significa amor al dinero. Con todo, ha de entenderse que el Apóstol por esta palabra designó el género por la especie; es decir, por el amor del dinero entendió la universal y general avaricia, la cual ciertamente es la raíz de todos los males, porque los primeros hombres no hubieran sido engañados y vencidos por la serpiente si no hubieran querido tener más de lo que recibieron y ser más de lo que eran, ya que la serpiente les prometió: Seréis como dioses20. Luego por esta pleonesia, avaricia, cayeron. Quisieron, pues, tener más de lo que recibieron, y perdieron lo que recibieron. Huellas de esta verdad se hallan por todas las partes en el derecho forense, pues en él se establece que, pidiéndose más de la cuenta, se pierde el pleito; es decir, que aquel que pidiese más de lo que se le debe, pierda también lo que se le debía. Deje de cercarnos toda avaricia si queremos servir a Dios sin interés. A esto incitaba el demonio al santo Job en la lucha de la tentación cuando decía de él: ¿Por ventura sirve Job gratuitamente a Dios?21 El diablo pensaba que el justo varón tenía en el servicio de Dios inclinado su corazón a la avaricia y que por motivo de la remuneración y de la utilidad de los bienes temporales, con los que Dios le había enriquecido, le servía como mercenario por este estipendio; pero se vio con qué desinterés servía a Dios al ser tentado. Si no tenemos inclinado el corazón a la avaricia, serviremos a Dios por Dios, y la paga de este servicio es Él. Amemos a Dios en sí mismo, le amemos en nosotros, amémosle en nuestros prójimos, a los que amamos como a nosotros o porque ya le posean o para que le posean. Pero porque Él nos lo da le decimos: Inclina mi corazón a tus testimonios y no a la avaricia. Lo que sigue se tratará en otro sermón.

SERMÓN 12

1 [v.37]. Prosigue el salmo del que emprendimos su exposición y dice: Aparta mis ojos para que no vean la vanidad; vivifícame en tu camino. La verdad y la vanidad difieren entre sí por oposición. La codicia de este mundo es vanidad; pero Cristo, que nos libra de este mundo, es verdad. Él es también camino, en el que pretende éste ser vivificado, porque también es vida, pues El mismo dice: Yo soy el camino, la verdad y la vida22. Pero ¿qué quiere decir: Aparta mis ojos para que no vean la vanidad? ¿Por ventura, mientras estamos en este mundo, podemos dejar de ver la vanidad? Toda criatura, la cual se entiende hallarse comprendida en el hombre, está sujeta a la vanidad y todas las cosas son vanidad. ¿Qué otra riqueza es la del hombre que trabaja con todo su esfuerzo debajo del sol?23 ¿Quizás pide éste que no esté su vida debajo del sol, en donde todo es vanidad, sino en Aquel en quien desea ser vivificado? Pues Él subió no sólo más alto que el sol, sino sobre todos los cielos, para llenar todas las cosas24. Y en El viven, más bien que debajo del sol, los que no oyen en vano lo que dice el Apóstol: Buscad las cosas de arriba, en donde se halla Cristo sentado a la diestra de Dios; gustad las cosas de arriba, no las que están sobre la tierra. Pues estáis muertos y vuestra vida está escondida con Cristo en Dios25. Por tanto, si nuestra vida se halla en donde está la verdad, no se encuentra debajo del sol, en donde está la vanidad. Pero este bien tan inmenso más bien lo tenemos en esperanza que en la realidad; y según nuestra esperanza habló el Apóstol sobre esto, porque cuando dijo: ha criatura está sometida a vanidad, añadió: no por su voluntad, sino por Aquél que la sometió en esperanza. Luego, mientras estamos sujetos a la vanidad, aguardamos en esperanza que nos hemos de unir a la contemplación de la verdad. La criatura espiritual, animal y corporal, que se halla toda en el hombre, mejor dicho, todo esto es el hombre, pecó libremente y se hizo enemiga de la verdad; mas, para que fuese castigada proporcionalmente, fue sometida por fuerza a la vanidad. En fin, después de pocas palabras añade el Apóstol: No sólo (la creación gime y está sometida), sino también nosotros mismos, que tenemos las primicias del espíritu; es decir, que no estamos sometidos a la vanidad por todo lo que somos, puesto que, por la parte la cual somos mejores que las bestias, lo estamos a Dios, no a la vanidad; es decir, por las primicias del espíritu. Con todo, también nosotros mismos gemimos dentro de nosotros mismos esperando la adopción de hijos y la redención de nuestro cuerpo. Porque con la esperanza hemos sido salvados, y la esperanza que se ve no es esperanza, puesto que lo que uno ve, ¿a qué lo espera? Si lo que no vemos esperamos, con paciencia aguardamos. Así, pues, mientras estamos aquí, según la carne, esperamos la adopción de la misma por la paciencia de la esperanza; por tanto, nos hallamos también sometidos a la vanidad por lo que se refiere a estar debajo del sol. Así, pues, mientras vivimos aquí de este modo, ¿cómo no hemos de ver la vanidad, a la cual estamos sujetos en esperanza? Luego ¿qué expresa éste cuando dice: Aparte mis ojos para que no vean la vanidad? ¿Acaso pide que no se cumpla en esta vida lo que soporta en esperanza, sino que sea de tal suerte o condición, que pueda cumplirse en él en algún tiempo, en cuanto al espíritu, al alma y al cuerpo, que no vea la vanidad, siendo libertado de la servidumbre de la corrupción y llevado (en cuanto al espíritu, al alma y al cuerpo) a la libertad de la gloria de los hijos de Dios?26

2. Estas palabras pueden entenderse ciertamente así sin salirse de la norma de la fe. Pero tienen otro sentido, que a mí me agrada más. El Señor dice en el Evangelio: Si tu ojo fuese puro, todo tu cuerpo será resplandeciente; pero, si tu ojo fuese malo, todo tu cuerpo será tenebroso. De suerte que, si la luz que hay en ti son tinieblas, las mismas tinieblas, ¡cuán grandes no serán! Por tanto, interesa sobremanera que, al hacer alguna cosa buena, veamos con qué intención la hacemos, ya que la acción no se pesa por la obra, sino por el fin con que se hace. Por tanto, no debemos pensar únicamente si es buena la obra, sino principalmente si es bueno el fin por el cual la ejecutamos. Estos ojos con los que contemplamos por qué hacemos lo que hacemos, son los que pide se aparten para que no vean la vanidad y obre arrastrado por ella al ejecutar el bien. El deseo de la alabanza humana ocupa el primer puesto en esta vanidad; por lo cual hicieron muchas cosas grandes los que se llamaron grandes en el mundo, los cuales, buscando la gloria ante los hombres, no ante Dios, grandemente alabados en las ciudades de los gentiles y viviendo por ella como justos, prudentes, fuertes y morigerados, recibieron su galardón vano estos vanos. Queriendo el Señor apartar los ojos de los suyos de esta vanidad, dice: Mirad no hagáis vuestras obras buenas delante de los hombres, para que os vean, pues de este modo no tendréis recompensa de vuestro Padre, que está en los cielos. A continuación, tratando de algunas divisiones del bien obrar y preceptuando sobre la limosna, el ayuno y la oración, encarga en todo instante que no se haga ninguna de estas obras por la gloria humana, y continuamente dice que quienes obran por ella recibieron ya su galardón27; es decir, no el eterno, que para los santos se guarda junto al Padre, sino el temporal, que buscan los que obran poniendo la mirada en la vanidad de su obrar; no porque sea mala la alabanza humana, pues ¿qué cosa ha de desearse con más ahínco por los hombres como el que les agraden las cosas que deben imitar, sino porque el obrar bien únicamente por ser alabados de los hombres es atender sólo a la vanidad de sus obras? Así, pues, por grande que sea la alabanza que se le derive al justo de sus obras, no debe poner en ellas el fin de sus buenas acciones, sino referirlas a la gloria de Dios, por el cual obran bien los buenos, puesto que no obran por ellos mismos, sino por El. En fin, en el mismo sermón del Monte había dicho ya el Señor: Brille vuestra luz delante de los hombres de modo que vean vuestras obras buenas, y glorifiquen a vuestro Padre, que está en los cielos28. Por tanto, si queremos que nuestros ojos se aparten de la vanidad, debemos mirar, cuando hacemos alguna obra buena, a aquello en que puso el fin, es decir, a la gloria de Dios. No sea, pues, el fin de las obras las alabanzas de los hombres, sino enderecemos estas alabanzas y ordenemos todas las cosas a la alabanza de Dios, por quien, sin error del que alaba, se nos da todo lo que se alaba en nosotros. Si es vano obrar bien por las alabanzas de los hombres, ¡cuánto más vano no será obrar bien por conseguir dinero, o aumentarlo, o retenerlo; o por cualquiera otra comodidad temporal que nos viene de fuera, puesto que ¡son vanidad todas las cosas! ¿Y qué otra riqueza es la del hombre que trabaja con todo su esfuerzo debajo del sol? En fin, no debemos hacer buenas obras por esta salud temporal, sino más bien por la eterna que esperamos, en la que gozaremos del bien inmutable que nos ha de venir de parte de Dios. ¿Qué digo? Que ha de ser Dios. Si los santos de Dios hubieran ejecutado sus buenas obras por esta salud temporal, jamás los mártires de Cristo hubieran llevado a cabo la buena obra de la confesión con la pérdida de esta salud temporal. Pero, no atendiendo a la vanidad, porque vana es la salud de los hombres29, recibieron el auxilio en la tribulación; y tampoco codiciaron el día (la vida) de los hombres30, porque el hombre se asemejó a la vanidad y sus días pasan como sombra31.

3 [v.38]. Cuando se pide a Dios que se nos conceda lo que parece que está en nuestro poder, es decir, el apartar los ojos para no ver la vanidad, ¿qué otra cosa se hace sino avalorar su gracia? Algunos, siendo hombres que se lisonjearon demasiado y presumieron de las fuerzas de su propio albedrío, no apartaron sus ojos de aquella vanidad, porque pensaron que se harían justos y buenos por sí mismos, y así amaron la gloria de los hombres más que la de Dios32. Pero ésta es vanidad y presunción de espíritu33. Por eso, después de haber dicho: Aparta mis ojos para que no vean la vanidad; vivifícame en tu camino, y este camino es la verdad, no la vanidad, añadió a continuación: Establece en tu siervo tu palabra mediante tu temor. ¿Y qué otra cosa es sino darme hacer lo que dices? La palabra de Dios no se halla establecida en aquellos que, obrando oponiéndose a ella, la remueven en sí mismos, sino en aquellos en quienes permanece inmóvil. Así, pues, Dios estableció su palabra mediante su temor en aquellos a quienes da el espíritu de su temor; pero no de aquel temor del cual dice el Apóstol: No recibisteis el espíritu de servidumbre por segunda vez en temor34, pues a este temor lo arroja fuera la caridad perfecta35, sino de aquel temor a quien llama el profeta espíritu de temor de Dios36; del temor ciertamente casto, que permanece por los siglos de los siglos37; del temor por el cual se teme ofender al amado. Pues de un modo teme la mujer adúltera a su marido, y de otro la casta; la adúltera teme que se le presente en casa, la casta que la abandone.

4 [v.39]. Amputa el oprobio mío que sospeché, porque tus juicios son agradables. ¿Quién hay que tenga meras sospechas de su oprobio, y no más bien conozca cada uno el suyo antes que el de cualquier otro extraño? El hombre puede más bien tener sospechas del ajeno, pero no del suyo, porque lo que se sospecha se ignora. En donde habla la conciencia no hay conjeturas de su propio oprobio, sino ciencia. ¿Qué quiere decir, pues, el oprobio mío que sospeché? Sin duda ha de deducirse el sentido de esta frase del sentido anterior, porque mientras el hombre no aparte sus ojos para no ver la vanidad, sospecha de otros lo que él ejecuta en su interior, y cree que los demás sirven y obran por el mismo motivo por el cual él sirve a Dios o hace el bien. Los hombres pueden ver lo que hacemos, pero les es oculto el fin de nuestro obrar; por esto se da lugar a la sospecha, y así se atreve el hombre a juzgar las cosas ocultas de los hombres, y muchas veces falsamente; y si lo hace algunas con verdad, con todo, lo hace sin suficiente motivo. Por esto, el Señor, al hablar del fin por el cual debemos obrar el bien para apartar nuestros ojos de la contemplación de la vanidad, nos amonestó que no debemos hacer las buenas obras por las alabanzas de los hombres, diciéndonos: Mirad no hagáis vuestras buenas obras delante de los hombres, para ser vistos por ellos. También nos encargó que no se hagan por el dinero, diciéndonos: No atesoréis en la tierra; y asimismo: No podéis servir a Dios y a las riquezas. Nos aconsejó que no las hagamos por el vestido y la comida que necesitamos, diciendo: No os preocupéis por vuestra vida, pensando en lo que habéis de comer; ni por vuestro cuerpo, cavilando qué habéis de vestir38. Después de habernos aconsejado todas estas cosas, como podemos sospechar que aquellos a quienes vemos vivir bien, y de quienes no vemos el motivo de su obrar, obraban por algunas de ellas, añadió a continuación: No juzguéis para que no seáis juzgados39. De aquí que, cuando dijo aquí: Aparta el oprobio mío que sospeché, añadió: porque tus juicios son agradables, esto es, son verdaderos. El amador de la verdad llama agradable a lo verdadero. Pero los juicios de los hombres sobre lo oculto de otros hombres, por ser temerarios, no son agradables. Por esto llamó oprobio suyo a lo que había sospechado de los otros. También dice el Apóstol que no entienden los que se comparan a sí mismos consigo mismos40. Y el hombre es muy inclinado a sospechar de otro lo que experimenta en sí. Este oprobio suyo, el haber sospechado de otros lo que percibía en sí, pedía que le fuese quitado para no ser semejante al diablo, que sospechó del interior del santo Job que no servía a Dios gratuitamente, por lo cual pidió tentarle para descubrir en él el crimen que le echaba en cara41.

5 [v.40]. Pero como la emulación o codicia es la que sospecha con placer el oprobio ajeno, al no poder censurar la buena obra, porque lo que está a la vista ello mismo se defiende o justifica, reprocha el fin con que se hace, porque lo que está oculto no se manifiesta; y así, no viendo lo que está oculto y envidiando lo que está a la vista, sospecha mal a su gusto cuando le viene en gana. Contra esta perversidad, por la que de buen grado sospecha el hombre del hombre un mal que no vio, ha de ejercitarse la caridad, que no es envidiosa42, y que el Señor recomienda de modo especial, diciendo: Os doy un mandamiento nuevo: que os améis mutuamente; en esto conocerán todos que sois mis discípulos: en que os amáis unos a otros43. Y, hablando del amor de Dios y del prójimo, dice: En estos dos preceptos se basa toda la ley y los profetas44. De aquí que también dice éste contra el oprobio de su sospecha, que anhela le sea cercenada: Ve que codicié tus mandamientos; vivifícame con tu justicia. Deseé amarte con todo el corazón, con toda el alma y con toda la mente, y al prójimo como a mí mismo; vivifícame con tu justicia, no con la mía; esto es, lléname de aquella caridad que deseé. Ayúdame para hacer lo que ordenas y dame lo que mandas. Vivifícame con tu justicia. En mí estuvo el morir, pero el vivir no lo encuentro sino en ti. Tu justicia es Cristo, que fue hecho por Dios Sabiduría para nosotros, y justicia, y santificación, y redención; para que, según está escrito, "el que se gloría, se gloríe en el Señor"45. En Él encuentro los mandamientos que anhelé, para que en tu justicia, es decir, en Él, me vivifiques. Él es el Verbo de Dios, y el Verbo que se hizo carne para ser también mi prójimo.

SERMÓN 13

1 [v.41]. El sermón de hoy ha de unirse al que tuvimos ayer sobre el salmo más largo de todos los demás. El versillo del que hemos de hablar comienza así: Y venga sobre mí tu misericordia, ¡oh Señor! Este versillo parece que se une con el antecedente, pues no dijo; "Venga sobre mí", sino: Y venga sobre mí. El anterior es: Ve que codicié tus mandamientos; vivifícame con tu justicia; y a continuación prosigue: Y venga sobre mí, ¡oh Señor! tu misericordia. Luego ¿qué es lo que pide sino cumplir los mandamientos que anheló mediante la misericordia de Aquel que ordenó? Cuando añade: Y venga sobre mí, Señor, tu misericordia; tu salud, según tu palabras, es decir, según tu promesa, declara en cierto modo lo que había dicho. Vivifícame con tu justicia. De aquí que el Apóstol quiere que entendamos que somos hijos de la promesa46, para que no creamos que es nuestro lo que somos, sino que se lo atribuyamos todo a la gracia de Dios, pues Cristo fue hecho sabiduría por Dios para nosotros, y justicia y santificación, y redención, para que, según está escrito,?el que se gloría, se gloríe en el Señor?47. Al decir vivifícame con tu justicia, desea ciertamente ser vivificado por Cristo, y ésta es la misericordia que pide venga sobre él. El mismo Cristo es la salud de Dios. Con esta palabra declaró de qué misericordia hablaba cuando dijo: Y venga sobre mí tu misericordia. Si deseamos conocer qué misericordia es ésta, oigamos lo que sigue: Tu salud, según tu palabra. Esta promesa se hizo por Aquel que denomina las cosas que no son como si fuesen48. Pues todavía no existían aquellos a quienes se prometía, para que nadie se gloriase de sus méritos. Es más, aquellos a quienes se prometió, también fueron prometidos, para que todo el Cuerpo de Cristo diga: Por la gracia de Dios soy lo que soy49.

2 [v.42]. Y responderé —dice— a los que me ultrajan la palabra. Es ambiguo si ha de entenderse a los que me ultrajan la palabra o responderé la palabra. Pero cualquiera de estos dos sentidos declara o señala a Cristo, porque aquellos para quienes Cristo crucificado es escándalo o necedad50, nos echan en cara a Cristo, es decir, ultrajan la Palabra, ignorando que el Verbo o la Palabra se hizo carne y habitó entre nosotros y que esta Palabra o Verbo ya existía en el principio y estaba en Dios y era Dios51. Pero, dado caso que aquellos que desprecian su flaqueza en la cruz no ultrajen la Palabra, que les está oculta, porque no conocen su divinidad, sin embargo, nosotros respondamos la Palabra, es decir les arguyamos con la Palabra o Verbo para que no nos acobarden o confundan con sus ultrajes, ya que, si hubiesen conocido al Verbo, jamás hubieran crucificado al Señor de la gloria52. Por tanto, aquel sobre quien vino la misericordia de Dios, es decir, su Salud, para protegerle, no para destruirle, responde con la Palabra a los que ultrajan. Porque ha de venir para pulverizar a los que ahora, despreciando su humildad, se quiebran, tropezando en Él, pues así dice en el Evangelio: Quien cayere sobre esta piedra se quebrará, pero aquel sobre quien ella cayere será pulverizado53. Los que nos ultrajan tropiezan y caen sobre la piedra. Nosotros, para que no tropecemos y caigamos, no temamos sus ultrajes, sino que les respondamos la palabra, esto es, la palabra de la fe que predicamos. Porque dice el mismo Apóstol: Si creyeses en tu corazón que Jesús es el Señor y confesases con tu boca que Dios le resucitó de entre los muertos, te salvarás, porque con el corazón se cree para justicia y con la boca se confiesa para salud54. Poco es tener en el corazón a Cristo si al mismo tiempo no quieres confesar por temer el oprobio. Por tanto, ha de responderse la palabra a los ultrajadores. Para que los mártires pudieran hacer esto, se les prometió y se les dijo: No sois vosotros los que habláis, sino el Espíritu de vuestro Padre es el que habla en vosotros55. Por eso, habiendo dicho éste: Responderé a los que me ultrajan la palabra, a continuación añade: porque esperé en tus palabras, es decir, esperé en tus promesas.

3 [v.43]. Pero como muchos, aunque pertenecían a su Cuerpo, del cual son estas palabras, al apremiar el ingente peso de la persecución, no tuvieron fuerzas para soportar los ultrajes, y, desfalleciendo, negaron a Cristo, por eso prosigue: Y no apartes de mi boca la palabra de la verdad hasta el extremo. Dice de su boca porque habla un solo Cuerpo, en cuyos miembros también se encuentran aquellos que negando desfallecieron a la hora de la hora, pero que después revivieron por la penitencia o porque por una nueva confesión alcanzaron la palma del martirio que habían perdido. Por eso no hasta el extremo, o, como escriben otros códices, no del todo, es decir, no fue quitada en absoluto la palabra de la verdad de la boca de Pedro, que representaba a la Iglesia; porque si, turbado por el temor, negó de momento, sin embargo, se restableció llorando56; y, confesando, fue después coronado. Habla, pues, todo el Cuerpo de Cristo, es decir, la Iglesia universal; y de la boca de todo este Cuerpo no fue quitada la palabra de la verdad hasta el extremo, ya sea porque, aun negando muchos, permanecieron los firmes, que lucharon por la verdad hasta la muerte, ya sea porque de aquellos que negaron, muchos se restablecieron. Lo que dice no apartes ha de entenderse "no permitas que se aparte", pues así decimos al orar: No nos introduzcas en la tentación57. En el mismo sentido dijo el Señor a Pedro: Rogué por ti para que tu fe no desfallezca58, esto es, para que no se aparte de tu boca la palabra de la verdad hasta el extremo. Prosigue y dice: porque esperé en tus juicios, o como algunos, con más diligencia, lo expresaron, según el texto griego, diciendo supersperavi, sobreesperé. Este verbo, aunque compuesto y menos usado, cumple, sin embargo, a las mil maravillas la necesidad que exige la precisa interpretación de la verdad. Debemos investigar con el mayor cuidado el sentido de este pasaje para que entendamos, en cuanto nos ayude el Señor, lo que significa esperé en tus palabras, sobreesperé en tus juicios. Dice, pues, "Responderé a los que me ultrajan la palabra, porque esperé en tus palabras", es decir, porque tú mismo me prometiste esto. Y no apartes de mi boca la verdad hasta el extremo, porque sobreesperé en tus juicios, es decir, porque tus juicios, con los que me corriges y castigas, no sólo no me quitan la esperanza, sino que me la aumentan, ya que el Señor ama a quien corrige y castiga a todo aquel que recibe por hijo59. Ve que los santos y humildes de corazón, presumiendo de ti, no desfallecieron en las persecuciones. Ve también que quienes presumieron de sí mismos desfallecieron; pero, con todo, por pertenecer al mismo Cuerpo y llorar al conocerse, consiguieron con más firmeza tu gracia, porque perdieron su soberbia. Luego no apartes de mi boca la palabra de la verdad hasta el extremo, porque sobreesperé en tus juicios.

4 [v.44]. Y guardaré siempre tu ley; es decir, si no apartas de mi boca la palabra de la verdad, guardaré siempre tu ley por el siglo y por los siglos. Al añadir esto, declaró que quiso decir siempre. Algunas veces se entiende por siempre mientras se vive en este mundo. Pero no significa esto por el siglo y por los siglos. Con todo, mejor se expresó el siempre diciendo por el siglo y por los siglos que como lo consignaron algunos códices: Por la eternidad y por los siglos de los siglos, ya que no pudieron decir en latín et aeternum aeterni y "por eternidad de eternidad". La ley que se menciona aquí es aquella de la cual dice el Apóstol: La plenitud de la ley es la caridad60. Esta la guardarán los santos, es decir, la Iglesia de Cristo, de cuya boca no se aparta la palabra de la verdad, no sólo en este siglo, es decir, mientras se termina este mundo, sino también en el otro, que se llama "siglo del siglo". Tampoco hemos de recibir allí preceptos de ley que tengamos que guardar como aquí, sino que, como dije, observaremos la misma plenitud de la ley, o sea, la caridad, sin temor alguno de pecar. Porque, cuando veamos a Dios, le amaremos de lleno, y también al prójimo, porque Dios será todas las cosas en todos61 y nadie habrá que sospeche falsamente del prójimo, porque todo será allí patente.

SERMÓN 14

1 [v.45]. Los anteriores versillos de este salmo tan largo contienen una oración; los siguientes, de los que ahora he de hablar, una narración o exposición. Anteriormente pedía el hombre de Dios el auxilio de la divina gracia cuando decía: Vivifícame con tu justicia y venga sobre mí tu miseria, ¡oh Señor!, y las demás cosas semejantes que anteceden o que siguen a ésta. Pues bien, ahora dice: Y caminaba en anchura, porque investigué tus mandamientos. Y hablaba de tus testimonios delante de los reyes, y no me avergonzaba. Y meditaba en tus preceptos, que amé. Y alcé mis manos a tus mandamientos, que amé; y me ejercitaba en tus justificaciones. Estas son palabras del que narra, no del que pide; es decir, son palabras como de aquel que, habiendo alcanzado lo que pidió, confiesa, en alabanza de Dios, cuál fue la misericordia que, pidiendo viniese sobre él, le había hecho el Señor. Pues no unió estas cosas a las anteriores de tal modo, que dijese: "Y no apartes de mi boca la palabra de verdad hasta el extremo, porque sobreesperé en tus juicios. Y guardaré siempre tu ley por el siglo y por los siglos; y caminé en la anchura, porque investigué tus mandamientos. Y hablaré de tus testimonios en presencia de los reyes, y no me avergonzaré", y las demás cosas semejantes. De este modo, parece que debía haber unido lo antecedente a lo siguiente. Pero dice: "Y caminaba" en la anchura. Aquí la conjunción copulativa y se consignó sin relación alguna a lo anterior, porque no dice y caminaré, en el mismo tiempo verbal que había dicho anteriormente y guardaré siempre tu ley. O si quizás se dijo en modo optativo, guarde tu ley, tampoco dice, uniendo, " y camine en anchura", como si desease y pidiese ambas cosas, sino que dice: y caminaba en anchura. Si faltase aquí la conjunción y y, como deduciéndose de los antecedentes, se consignase libre y absolutamente caminaba en anchura, en nada debía inquietarse el lector por el modo inusitado de hablar, pensando que debía buscarse aquí un oculto sentido. Luego, sin duda, aquí quiso que se entendiese lo que no se dijo, a saber, que fue oído. Y a continuación relata cuál fue hecho por la misericordia de Dios, esto es, como si dijera: "habiendo pedido estas cosas, me oíste, y caminaba en anchura", y las demás cosas que consignó y entretejió de la misma manera.

2. ¿Qué significa y caminaba en la anchura? Que caminaba en la caridad, que se difundió en nuestros corazones por el Espíritu Santo, que nos ha sido dado62. En esta anchura caminaba el que decía: Nuestra boca se abrió a vosotros, ¡oh corintios!, nuestro corazón se ensanchó63. Esta caridad se contiene íntegra y totalmente en los dos mandamientos de la ley; del amor de Dios y del prójimo, en los cuales se encierra la ley y los profetas64. De aquí que, habiendo dicho: Y caminaba en la anchura, añadió a continuación la causa, diciendo: porque investigué tus mandamientos. Algunos códices no dicen "mandamientos", sino testimonios. Pero en la mayoría de ellos, y principalmente en los griegos, se consigna mandamientos. ¿Y quién se halla indeciso en dar más fe a esta lengua, siendo ella la primera, de la cual se tradujeron a la nuestra estas cosas? Si queremos conocer de qué modo buscó estos mandamientos o cómo han de ser buscados, atendamos a lo que nos dice el buen Maestro, que enseña y da: Pedid, y recibiréis; buscad, y encontraréis; llamad, y se os abrirá. También poco después dice: Si vosotros, siendo malos, sabéis dar cosas buenas a vuestros hijos, ¿cuánto más vuestro Padre, que está en los cielos, dará bienes a los que se los piden?65 Con esto declara abiertamente que lo que había dicho: pedid, llamad y buscad, pertenecía a la insistencia en el pedir, es decir, en el orar. Otro evangelista no dice "dará cosas buenas a los que se las piden", las cuales pueden entenderse de muchas maneras, o corporales o espirituales, sino que suprimió de allí lo nombrado en general y expresó con sumo cuidado y determinadamente lo que el Señor quiso que le pidiésemos con insistencia y con ardor, diciendo: ¡Cuánto más dará vuestro Padre celestial el Espíritu bueno a los que se lo piden!66 Este es aquel Espíritu por el que se difunde la caridad en nuestros corazones para que, amando a Dios y al prójimo, cumplamos los mandamientos divinos. Este es aquel Espíritu en el que clamamos: ¡Abba, Pater!67, y, por lo mismo, Él nos hace pedir a quien deseamos recibir, Él nos hace buscar al que deseamos encontrar, Él nos hace llamar al que nos proponemos llegar. Esto es lo que nos enseña el Apóstol, el cual, después de habernos dicho que clamamos por el Espíritu Santo ¡Abba, Padre!, de nuevo nos dice en otro lugar: Dios dio a vuestros corazones el Espíritu de su Hijo, que clama: ¡Abba, Padre!68 ¿Cómo es que clamamos nosotros, si Él es el que clama en nosotros, si no es porque nos hizo clamar al comenzar a habitar en nosotros? También hace, tan pronto como le recibimos, que, pidiendo, llamando y buscando, se exija su recepción con mayor abundancia, pues ya se pida una buena vida o se pida el bien vivir, cuantos obran movidos por el espíritu de Dios son hijos de Dios69. Luego caminaba en la anchura —dice—, porque busqué tus mandamientos. Buscó y encontró, porque había pedido y recibido el Espíritu bueno, por el que, hecho bueno, hiciera bien lo bueno por la fe, que obra por el amor70.

3 [v.46], Y hablaba —dice— de tus testimonios delante de los reyes, y no me avergonzaba. Este se nos presenta como aquel que había pedido y recibido responder a los que le ultrajaban la palabra y no le había sido apartada de su boca la palabra de la verdad. Así, pues, luchando por ella hasta la muerte, ni aun delante de los reyes se avergonzaba de expresarla. Los testimonios de los que dice que hablaba se denominan martirios en griego. Esta palabra se usa como si fuese ya latina. De aquí que Jesús usó de esta palabra mártires o testigos para designar a los que predijo que le habían de confesar delante de los reyes71.

4 [v.47—48]. Y meditaba —dice— en tus preceptos, que amé; y alcé mis manos a tus mandamientos, que amé, o como dicen algunos códices en ambos verbos: que amé mucho, o demasiado, o vehementemente, según les agradó traducir la palabra griega esfodra. Amó los mandamientos de Dios por lo mismo por lo que caminaba en la anchura, a saber, por el Espíritu Santo, por el cual se difunde la misma caridad y se dilata el corazón de los fieles. Y los amó pensando y obrando, pues al pensamiento pertenece lo que dijo: Y meditaba en tus preceptos; y a la obra: Y alcé las manos a tus mandamientos. A una y a otra sentencia añadió que amé, porque el fin del precepto es la caridad, que procede de un corazón puro72. Cuando por este fin, es decir, por la contemplación de este deber, se cumple el mandamiento de Dios, entonces se hace verdaderamente una buena obra y entonces se alzan las manos, porque está elevado aquello hacia donde se levantan. Por esto, habiendo de hablar el Apóstol de la caridad, dice: Os manifestaré un camino excelentísimo73; y en otro lugar dice: Conocer la excelentísima caridad de la ciencia de Cristo74 (sobrepuja a todo conocimiento), puesto que si por el cumplimiento de los preceptos de Dios se pide el premio de la felicidad terrena, entonces más bien se bajan las manos que se alzan, ya que por aquella obra se reclaman las conveniencias terrenas, que no están arriba, sino abajo. A entrambos, al pensamiento y a la obra, pertenece lo que sigue: Y me ejercitaba en tus justificaciones. Así prefirieron traducir muchos intérpretes, antes que y me alegraba o parlaba, como lo hicieron otros al verter la palabra griega edolesjoun. Con todo, alegre y en cierto modo parlero, se ejercita en las justificaciones de Dios el que guarda, con delectación en el obrar y en el pensar, los mandamientos que ama.

SERMÓN 15

1 [v.49]. Consideremos y expongamos, cuanto nos conceda el Señor, los versillos siguientes de este gran salmo. Acuérdate de tu palabra (dada) a tu siervo, con la que me infundiste esperanza. Esta me consoló en mi abatimiento, porque tu palabra me vivificó. ¿Por ventura se da el olvido en Dios, como en los hombres? ¿Por qué se le dice acuérdate? Aunque en otros lugares de la Sagrada Escritura se emplee la misma palabra, por ejemplo: ¿Por qué te olvidaste de mí?75, y hasta el mismo Dios diga por el profeta: Me olvidaré de todas sus iniquidades76, y se lea en otros muchos pasajes frecuentemente la palabra olvidar77, ha de tenerse en cuenta que esto no se entiende de Dios del mismo modo que tiene lugar en los hombres. Porque a la manera que se dice de Dios que se arrepiente cuando, sin haberlo esperado los hombres, muda las cosas sin mudar de consejo, porque el consejo de Dios permanece eternamente78, del mismo modo se dice que se olvida cuando parece que retarda el auxilio o la promesa o no da el merecido a los pecadores, o cualquiera otra cosa semejante, creyéndose entonces que se le olvidó lo que se esperaba o se temía y no aconteció. Todas estas cosas se dicen atendiendo a una locución usual por la que obra o se mueve el afecto humano, aunque Dios las haga por una invariable disposición, sin que falte la memoria, ni se oscurezca la inteligencia, ni se cambie la voluntad. Cuando se le dice acuérdate, se declara y se acrecienta el deseo del que ora, porque pide lo que se le ha prometido, mas no se le recuerda a Dios como si se le hubiese olvidado. Acuérdate —dice— de tu palabra (dada) a tu siervo, es decir, cumple la promesa a tu siervo. Con la que me infundiste esperanza, es decir, con cuya palabra me esperanzaste, porque me prometiste.

2 [v.50]. Esta me consoló en mi abatimiento. A saber, esta esperanza es la que se dio a los humildes, diciendo la Escritura: Dios resiste a los soberbios y da gracia a los humildes79. De aquí que el mismo Señor dice por su propia boca: El que se exalta será humillado y el que se humilla será exaltado80. Aquí entendemos, con razón, que trata no de aquella humildad con la que cada uno se humilla confesando sus pecados y no atribuyéndose a sí mismo la justicia, sino de aquella con la que es humillado con alguna tribulación o abatimiento que mereció su soberbia; o con la que se ejercita o se prueba su paciencia; por lo que poco después dice este salmo: Antes de ser humillado delinquí; y también el libro de la Sabiduría: Sostente en el dolor y ten paciencia en la humillación, porque el oro y la plata se purifican con el fuego, y los hombres aceptables, en el horno de la tribulación81. Al decir aceptables, dio la esperanza que consolase en la humildad. También nuestro Señor Jesucristo, al predecir a los discípulos que habían de ser humillados por sus perseguidores, no les dejó sin esperanza, sino que se la dio para su consuelo, diciéndoles: Con vuestra paciencia ganaréis vuestras almas. Y sobre el cuerpo, que podían matar sus enemigos, y que podría ser casi destruido por completo, dice: No perecerá ni un cabello de vuestras cabezas82. Esta esperanza se dio al Cuerpo de Cristo, que es la Iglesia, para que se consolase en su humildad. Por esta esperanza dice el apóstol San Pablo: Si lo que no vemos lo esperamos, con paciencia aguardamos83. Pero esta esperanza se refiere a los premios eternos. Hay otra esperanza que consuela grandemente en la humildad de la tribulación, la cual se dio a los santos por la palabra de Dios, que promete el auxilio de la gracia para que nadie desfallezca. De ella también dice el Apóstol: Fiel es Dios, y no permite que seáis tentados sobre vuestras fuerzas, sino que con la tentación da la salida para que podáis sobrellevarla84. También dio el Salvador esta esperanza por su boca cuando dijo: Satanás pidió esta noche zarandearos como trigo, mas yo rogué por ti, ¡oh Pedro!, para que no desfallezca tu fe85. Asimismo, dio también esta esperanza en la oración que enseñó cuando amonestó que dijésemos. No nos dejes caer en la tentación86, pues en cierto modo prometió que daría a los suyos que se hallaban en peligro lo que quiso le pidiesen al orar. Por tanto, ha de entenderse que este salmo habla más bien de esta esperanza cuando dice: Esta me consoló en mi abatimiento, porque tu palabra me vivificó. Esto lo consignaron con más precisión quienes tradujeron no palabra, sino dicho, pues el griego escribe loguion, que significa dicho, y no logos, que se traduce por palabra.

3 [v.51j. Prosigue el salmo: Los soberbios obraban inicuamente hasta el extremo, pero no me aparté de tu ley. Por soberbios quiso se entendiesen los perseguidores de los buenos, y por esto añadió: pero no me aparté de tu ley, aunque a ello me impelía su persecución. Dice que obraron inicuamente hasta el extremo porque no sólo ellos eran perversos, sino que impelían a los buenos a ser malos. En esta humildad, es decir, en esta tribulación, consoló la esperanza, que se dio por la palabra de Dios, que promete ayuda para que no desfallezca la fe de los mártires; y la presencia de su Espíritu, que da fuerzas a los que trabajan, para que, soslayando los lazos de los cazadores, digan: Si no hubiera sido porque Dios estaba con nosotros, quizás nos hubieran tragado vivos87.

4. ¿O es que tal vez al decir: Esta me consoló en mi humildad, señala la humildad que proviene de aquel pecado que desgraciadamente se cometió en la felicidad del paraíso, por la que el hombre fue abatido y condenado a la muerte? En esta humildad ciertamente, por la que el hombre se hizo semejante a la vanidad y sus días pasaron como sombra88, todos son hijos de la ira, a no ser que los predestinados para la vida eterna antes de la constitución del mundo89 sean reconciliados con Dios por el Mediador. En este Mediador tenían también puesta la esperanza los padres antiguos al conocer por espíritu profético que había de venir en carne. Luego la palabra que a ellos se inspiró sobre este Mediador puede entenderse muy bien por la que aquí se consigna, si tomamos como voz de ellos lo que se dijo de ella: Acuérdate de tu palabra (dada) a tu siervo, con la que me infundiste esperanza. Esta me consoló en mi humildad. Es decir, en mi mortalidad, porque tu palabra me vivificó para que tuviese esperanza de vida en mi condenación a muerte. Los soberbios obraban inicuamente hasta el extremo, ya que la humillación de la mortalidad no doblegó su soberbia. No me aparté de tu ley, a lo cual me forzaban los soberbios.

5 [v.52]. Me acordé de tus juicios antiguos, Señor, y me consolé; o como dicen otros códices: y exhorté, es decir, tomé a mi cargo exhortar. Ambos sentidos pueden darse a la palabra griega pareclezen. A saeculo, desde el siglo o de siempre, es decir, desde el origen del género humano, me acordé de tus juicios (que hiciste) contra los vasos de ira, que por sí mismos se ordenaron a la perdición. Y me consolé, porque por éstos también manifestaste la riqueza de tu gloria en los vasos de misericordia90.

6 [v.53—54]. La pesadumbre se apoderó de mí por los pecadores que abandonaron tu ley. Tus justificaciones eran para mí dignas de ser cantadas en el lugar de mi habitación; o como escriben otros códices: en el lugar de mi peregrinación. Esta es aquella humildad del hombre que peregrina en el lugar de la mortalidad, partiendo del paraíso y de aquella superior Jerusalén, de la que, bajando cierto hombre a Jericó, cayó en manos de los ladrones; pero por la misericordia que se hizo con él por aquel samaritano91 le fueron hechas dignas de ser cantadas las justificaciones de Dios en el lugar de su peregrinación, no obstante que la pesadumbre se hubiera apoderado de él por causa de los pecadores que abandonaron la ley de Dios, puesto que, aun cuando se vea obligado a tratar con ellos en esta vida, sin embargo, es temporalmente, hasta que se bielde la parva. Estos dos versillos pueden acomodarse a cada una de las partes del versillo anterior, de suerte que me acordé de tus juicios antiguos lo acoplemos a la pesadumbre se apoderó de mí por causa de los pecadores que abandonaron tu ley, y me consolé lo unamos a tus justificaciones eran para mí dignas de ser cantadas en el lugar de mi peregrinación.

7 [v.55]. Prosigue y dice: Me acordé en la noche de tu nombre, ¡oh Señor!, y guardé tu ley. Noche es el abatimiento, en el que se halla la pena de la mortalidad, pues hay noche en los soberbios que obran inicuamente hasta el extremo; hay noche en la pesadumbre causada por los pecadores que abandonaron la ley de Dios; noche hay, en fin, en el lugar de esta peregrinación hasta que venga el Señor e ilumine lo oculto de las tinieblas y manifieste los pensamientos del corazón, dando entonces Dios a cada uno el elogio que merezca92. En esta noche debe el hombre recordar el nombre de Dios, para que quien se gloría, se gloríe en el Señor93; por lo cual se escribió también: No a nosotros, Señor, no o nosotros, sino da gloria a tu nombre94. De este modo, el que no obra por su gloria, sino por la de Dios, puesto que no obra por su justicia, sino por la de Dios, es decir, dándosela Dios, guarda la ley, conforme dice éste: Me acordé en la noche, Señor, y guardé tu ley. Si, confiando en su propio poder, no se hubiera acordado del nombre de Dios, no la hubiera guardado, ya que nuestro auxilio se halla en el nombre del Señor95.

8 [v.56]. Por esto añadió a continuación: Esta fue hecha para mí, porque inquirí tus justicias. Justicias ciertamente tuyas, con las cuales justificas al impío, no mías, las que jamás me hacen piadoso, sino soberbio. No era éste alguno de aquellos que, desconociendo la justicia de Dios y queriendo establecer la suya, no se sometieron a la justicia de Dios96. Estas justicias por las que se justifican gratis por la gracia de Dios los que no pueden ser justos por sí mismos las llamaron otros, mejor, justificaciones, porque, a la verdad, en el texto griego no se escribe dicaiosinas, esto es, justicias, sino dicaiomata, justificaciones. Pero ¿qué quiere decir lo que consigna: Esto me aconteció; o: Esta fue hecha para nú? ¿Qué significa ésta? Quizás la ley, puesto que, habiendo dicho: Y guardé la ley, añadió a continuación a estas palabras: Esta fue hecha para mí, como si dijera: "Esta ley fue promulgada para mí." Pero no nos detengamos exponiendo de qué modo le fue dada para él la ley, puesto que la frase griega de donde se trasladó esta latina, suficientemente indica que no se trata de la ley cuando se dice: Esta fue hecha para mí, porque la palabra griega ley (nomos) es del género masculino, y allí se escribió con artículo femenino: Esta fue hecha para mí. Se pregunta, pues, en primer término: ¿Qué cosa fue hecha? ; y después, sea lo que fuere: ¿De qué modo lo fue? Esta —dice— fue hecha para mí; pero no esta ley, porque el texto griego, como dije, rechaza este sentido. Quizá será esta noche, ya que toda la sentencia antecedente dice así: Me acordé en la noche de tu nombre, ¡oh Señor!, y guardé tu ley, y prosigue: ésta fue hecha para mí. Por tanto, no siendo la ley, sin duda fue la noche la que fue hecha para él. Pero ¿cómo fue hecha la noche para mí, porque busqué tus justificaciones, siendo así que, buscando las justificaciones de Dios, se hace más bien la luz que la noche? Si se entiende rectamente por noche lo que se consigna: fue hecha para mí, ha de entenderse como si se dijera: "Fue hecha en favor mío", es decir, vino a serme útil. Si aquella humillación o abatimiento de la mortalidad no se entiende absurdamente que es como la noche, en la cual se ocultan por veces los afectos de los mortales, de suerte que se originan de tales tinieblas innumerables y graves tentaciones, hasta el punto que en la misma noche atraviesen también bestias de la selva, y cachorros rugientes de leones, que piden para sí comida al Señor97, por cuyo motivo dijo el Señor de aquel león rugiente que busca a quién poder devorar98 lo que anteriormente conmemoré: Satanás pidió zarandearos como trigo en esta noche; es decir, que en esta noche, en la cual tienen paso franco las bestias de la selva, aquel león rugiente pidió a Dios que fueseis su comida; entonces ciertamente este mismo abatimiento en el lugar de esta peregrinación, que con razón es tenido por noche, aprovecha a aquellos que se ejercitan saludablemente en él para aprender a no ensoberbecerse, por cuyo pecado fue arrojado el hombre a esta noche, ya que el principio de la soberbia en el hombre es apostatar de Dios99. Pero, justificado gratuitamente y oponiéndose a las diversas tentaciones de esta noche para que aproveche en esta humildad o abatimiento, entendiendo ya, diga lo que se consigna un poco después en este salmo: Un bien es para mí el haberme humillado para que aprenda tus justificaciones. Pues ¿qué otra cosa es: Un bien es para mí el haberme humillado, sino: "Esta humildad que se llamó noche fue hecha para mí", es decir, se hizo que me fuese útil. Pero ¿por qué causa? Porque ciertamente busqué tus justificaciones, no las mías.

9. Podemos entender también lo que dijo: Esta fue hecha para mí, de tal modo, que no se sobrentienda ni la noche ni la ley, sino que el pronombre ésta se tome en el sentido en que se toma en otro salmo, en el que se lee: Una cosa pedí al Señor, "ésta" buscaré100. Aquí no indica cuál sea o qué cosa sea esta una de la que se dice ésta buscaré, consignando en género femenino lo que como por el neutro se indicó. Sin duda, se dijo inusitadamente: Una cosa pedí, ésta buscaré, porque no se sobrentiende cuál sea aquella una; y, según el común modo de hablar, debía decir, en género neutro en latín, unum; "Una cosa pedí al Señor; Hoc, esto, y no hanc, esta una, buscaré: habitar en la casa del Señor". En latín, en la terminación de algunos neutros no suele exigirse que sea neutro lo que se sobrentiende; por ejemplo, unum bonum, un bien; unum donum, un don, o cosa parecida, sino que sea lo que sea, aun cuando exprese en sí género masculino o femenino o se refiera a palabras que no llevan género consigo, todo ello se entiende, según el común modo de hablar, como referido bajo el género neutro. Así, pues, en este lugar pudo decirse: "Haec", ésta, fue hecha para mí, como si dijera: "Hoc, esto, fue hecho para mí". Si indagamos qué cosa sea esto, sale al paso lo que dijo arriba: Me acordé en la noche de tu nombre, ¡oh Señor!, y guardé tu ley. Esto fue hecho para mí; es decir, el haber guardado tu ley, no lo hice por mí mismo, sino ciertamente se me hizo por ti: Porque busqué tus justificaciones, no las mías. Dios es, pues —dice el Apóstol—, el que obra en nosotros el querer y el obrar por su benevolencia101. Esto lo dice también Dios por el profeta: Y haré que caminéis en mis justificaciones y que guardéis mis juicios y los cumpláis102. Por lo cual, diciendo Dios: Yo haré que guardéis y cumpláis mis juicios, rectamente dice éste: Esto se hizo para mí, de suerte que, si preguntas qué cosa sea ello te responderá lo que dijo arriba: guardar la ley de Dios. Como este sermón se ha alargado mucho, las cosas que siguen, con la ayuda de Dios, se tratarán mejor comenzando otro.

SERMÓN 16

1 [v.57]. Ahora, con el beneplácito de Dios, emprendemos las exposición de los versillos siguientes de este gran salmo: Mi parte es el Señor, o lo que otros códices consignan: Mi porción, ¡oh Señor!... De ambos modos puede consignarse, ya que cada hombre participa de Dios uniéndose a Él, según está escrito. Para mí es un bien unirme a Dios103, pues los hombres no son dioses por naturaleza, sino que se hacen por la participación de Aquel que sólo es verdadero Dios. Por tanto, ha de entenderse o que los hombres eligen para sí las partes en este mundo, o que les cabe en suerte partes o hijuelas por las que cada uno viva, unos de un modo y otros de otro, siendo Dios, en cierto modo, la parte o porción de los justos por la que siempre vivan. Ambos sentidos pueden aceptarse. Pero oigamos lo que sigue: ... dije, es guardar tu ley. ¿Qué otra cosa es: Mi porción, Señor, dije, es guardar tu ley, sino que el Señor será porción de cada uno cuando guardare su ley?

2 [v.58—59]. Pero ¿cómo ha de guardarla si no se lo concede y le ayuda el Espíritu que vivifica para que no mate la letra104 y no obre el pecado toda concupiscencia en el hombre tomando pie del mandato?105 Luego debe invocarse a este Espíritu, pues de este modo la fe consigue de él lo que manda la ley, porque aquel que invocare el nombre del Señor se salvará106. Ve, pues, lo que añade: Pedí tu rostro con todo mi corazón. A continuación declara de qué modo pidió: Apiádate de mí, según tu palabra. Y, como si hubiera sido oído y ayudado por Aquel a quien pidió, añade: Consideré mis caminos, y aparté mis pies (enderezándolos) hacia tus testimonios. Esto es, aparté mis pies de mis caminos que me desagradaron para que se enderezasen hacia tus testimonios, y allí encontrasen el camino. Muchos códices sólo escriben consideré; en algunos se lee porque consideré. Y lo que aquí se dice, y aparté mis pies, otros consignaron porque consideré, apartaste mis pies. Para que esto se atribuya especialmente a la gracia de Dios, según aquello que dice el Apóstol. Dios es el que obra en nosotros107, y a quien igualmente se dice: Aparta mis ojos para que no vean la vanidad. Por tanto, si aparta los ojos para que no vean la vanidad, ¿por qué no ha de apartar los pies para que no sigan el error? Debido a esto, también se escribió: Mis ojos siempre (están dirigidos) al Señor, porque El sacará mis pies del lazo108. Pero ya se lea apartaste mis pies o aparté mis pies, lo hacemos por Aquel de quien pidió su rostro con todo corazón y a quien elijo: Apiádate de mí, según tu palabra, es decir, según la palabra de tu promesa, ya que son contados por hijos de Abrahán los de la promesa109.

3 [v.60]. Por fin, conseguido este beneficio de la gracia, dice: Preparado estoy, y no me he conturbado para guardar tus mandamientos. La palabra griega tu filaxaszai la tradujeron algunos, por aguardar; otros, para que guarde, y otros, guardar (tus mandamientos).

4 [v.6l]. A fin de demostrar lo preparado que se hallaba para cumplir los divinos mandamientos, añadió, diciendo: Los cordeles de los pecadores me ciñeron, y no me olvidé de tu ley. Los lazos de los pecadores son las trabas de los enemigos, ya espirituales, como el diablo y sus ángeles, o ya carnales, como los hijos de la incredulidad, en quienes obra el diablo110. Porque la palabra peccatorum no es genitivo de plural de peccatum, pecado, sino de peccator, pecador, lo cual se comprueba evidentemente por el texto griego. Cuando amenazan con males, con los que atemorizan a los justos, para que no los soporten por la ley de Dios, en cierto modo los amarran con cordeles, como con su fuerte y poderosa red. Pues ellos arrastran sus pecados como una larga soga111, y con ella intentan enredar a los santos, y a veces lo consiguen; pero, cuando no se olvida el justo de la ley de Dios, aunque enreden el cuerpo, no enredan el alma, porque la palabra de Dios no se halla amarrada112.

5 [v.62]. Me levantaba a media noche para alabarte por los juicios de tu justicia. Porque el envolvimiento del justo por los lazos de los pecadores son juicios de la justicia de Dios. Por esto dice el apóstol San Pedro: Llegó el tiempo de que comience el juicio por la casa del Señor. Y si primero por nosotros, ¿cuál será el paradero de los que no creen al Evangelio del Señor? Y si el justo a duras penas se salvará, el pecador y el impío, ¿adónde aparecerán?113 Esto lo decía por las persecuciones que soportaba la Iglesia cuando se la envolvía con los cordeles de los pecadores. Por eso creo que por la media noche deben entenderse las persecuciones más encarnizadas. En esta noche dijo que se levantaba, porque no le oprimía de modo que le derrumbara, sino que le ejercitaba a estar más firme; es decir, a que en la misma tribulación se reanimase a confesar con más firmeza.

6 [v.63—64]. Pero como todas estas cosas se hacen, por la gracia de Dios, por nuestro Señor Jesucristo, el mismo Salvador unió a su Cuerpo la voz de su persona mediante esta profecía; porque, según pienso, propiamente pertenece a la cabeza lo que sigue: Yo participo de todos los que te temen y guardan tus mandamientos, como se consigna en la epístola titulada a los Hebreos. El que santifica y el que es santificado proceden todos de uno, por cuyo motivo no se avergüenza de llamarnos hermanos; y poco después añade: Porque los niños tenían de común la carne y la sangre; El también participó igualmente de ellas114. Lo cual, ¿qué quiere decir sino que participó de ellos? Porque no hubiéramos participado de su divinidad si no hubiera participado El de nuestra mortalidad. En el Evangelio se dice de este modo que nos hicimos participantes de su divinidad: Dio potestad de hacerse hijos de Dios a los que creen en su nombre, los cuales nacieron no de las "sangres", ni de voluntad de carne, ni de voluntad de hombre, sino de Dios. Que sucedió esto, es decir, que El mismo participó de nuestra mortalidad, lo consigna de este modo en el mismo sitio: Y el Verbo se hizo carne y habitó entre nosotros115. Por esta participación se nos da la gracia para que temamos castamente a Dios y guardemos sus mandamientos. Por tanto, el mismo Jesús es el que habla en esta profecía; algunas veces en sus miembros y en la unidad de su Cuerpo, como si fuese un hombre extendido por todo el orbe de la tierra y que va desenvolviéndose en el transcurso de los siglos; otras en sí mismo, como Cabeza nuestra. De aquí que dice: Yo participo de todos los que te temen y guardan tus mandatos. Y porque participócon sus hermanos; el Dios, de los hombres; el inmortal, de los mortales; por lo mismo, el grano cayó en tierra, para que muerto diera mucho fruto. Sobre este fruto conseguido añadió: De tu misericordia está llena, Señor, la tierra. ¿Y cuándo sucede esto? Cuando se justifica el impío. Para que aproveche en la ciencia de su gracia añadió: Enséñame tus justificaciones.

SERMÓN 17

1 [v.65]. Los versillos de este salmo, que por voluntad de Dios he de explicar ahora, comienzan por el siguiente: De dulzura usaste con tu siervo, ¡oh Señor!, según tu palabra, o mejor, según tu dicho. Lo que dice el texto griego jrestoteta, lo tradujeron los latinos unas veces suavitatem, dulzura o suavidad; otras, por bonitatem, bondad. Pero como puede haber dulzura en lo malo, cuando deleitan las cosas ilícitas, y también puede haberla en el deleite carnal, de tal modo debemos entender la dulzura, que denominan los griegos jrestoteta, que tenga lugar en los bienes espirituales; por eso los nuestros quisieron llamarla bonitatem, bondad. Luego creo que al decir: Usaste de dulzura con tu siervo, no se dijo otra cosa sino: "Hiciste que me deleitase lo bueno." Cuando deleita lo bueno, es un don grande de Dios. Pero cuando la buena obra que manda la ley se hace por temor a la pena, no por amor o deleite de la justicia, al ser Dios temido y no amado, se obra como esclavos, no como hijos. Pero el siervo no permanece en la casa por siempre; el hijo permanece eternamente116, porque la caridad perfecta arroja fuera el temor117. Así,, pues, usaste de dulzura con tu siervo, ¡oh Señor!, haciendo hijo' al que era esclavo, según tu dicho, es decir, según tu promesa; para que, conforme a la fe, sea firme la promesa para todo el linaje118.

2 [v.6G]. Enséñame dulzura, doctrina y ciencia, porque creí tus mandamientos. Pide que le sean aumentadas y perfeccionadas estas cosas, puesto que quien dice: De dulzura usaste con tu sierro, ¿cómo dice ahora: Enséñame la dulzura, si no es para conocer muchísimo mejor la gracia de Dios por la dulzura de la bondad? Fe tenían aquellos que dijeron: Señor, acreciéntanos la fe119. Así hablan los que aprovechan mientras viven en este mundo. También añadió: Y doctrina, o como muchos códices escriben: Y disciplina. Pero nuestras Escrituras acostumbran a denominar disciplina a lo que los griegos llaman paideian cuando ha de entenderse la enseñanza adquirida mediante trabajos, según aquello: El Señor corrige al que ama y flagela a todo aquel que recibe por hijo. Esta es la que suele llamarse disciplina en la Escritura eclesiástica al traducir del griego la palabra paideia. Esta palabra se consignó en el texto griego en la epístola a los Hebreos allí en donde el traductor latino escribió: Omnis disciplina ad praesens...: Toda disciplina o enseñamiento, al presente no parece ser de gozo, sino de tristeza; después, sin embargo, entrega fruto pacífico de justicia a los que combatieron por ella120. Aquel con quien Dios usó de dulzura, es decir, a quien, benévolo, inspira el deleite del bien, y para explicarlo con más claridad diré, a quien da Dios el amor de Dios, y por Dios, el amor del prójimo, sin duda debe pedir insistentemente que le sea aumentado de tal manera este don, que no sólo desprecie por él todos los otros deleites, sino que también soporte cualquier clase de sufrimientos por Él. Así, a la dulzura del bien se añade saludablemente la disciplina. Pero no ha de pedirse y desearse para una pequeña dulzura y bondad, es decir, para un pequeño amor santo, sino para el que sea tan grande, que no pueda extinguirse con cualquier opresión, como sucede a una gran llama, que, bajo la fuerza del viento, cuanto más se azota, tanto más violentamente se enciende. Por esto fue poco decir: De dulzura usaste con tu siervo, si no pidiese además que le enseñase la dulzura del bien y que pudiese soportar pacientísimamente tan gran disciplina. En tercer lugar se nombra la ciencia, porque si la ciencia precede por su grandeza a la grandeza de la caridad, no edifica, sino que hincha121. Luego cuando la caridad fuere tan grande en la dulce bondad que no pueda extinguirse por las tribulaciones que lleva consigo la disciplina, entonces será útil la ciencia, por la cual conoce el hombre lo que mereció para sí y lo que le fue dado por Dios, y por esto sabrá que puede lo que no sabía que podía y que ciertamente por sí mismo de ninguna manera lo podía.

3. Puesto que no dice "dame", sino enséñame, pregunto: ¿De qué modo se enseña la dulzura, si no se da? Ciertamente, muchos conocen lo que no les deleita, y de estas cosas que tienen conocimiento no perciben dulzura o suavidad; pues la suavidad no puede conocerse a no ser que deleite. Asimismo, la disciplina, que se reduce al castigo ordenado a la enmienda, se aprende recibiéndola, es decir, no se aprende oyendo, o leyendo, o pensando, sino experimentándola. Pero la ciencia, que mencionó en tercer término entre las cosas de las que dijo enséñame, se da enseñando. ; Pues ¿qué otra cosa es enseñar sino dar la ciencia? De tal manera se entrelazan estas dos cosas, que no puede hallarse la una sin la otra. Nadie es enseñado sin aprender y nadie aprende sin ser enseñado. Por tanto, si el discípulo es incapaz de aprender las cosas que por el Maestro le son enseñadas, no puede decir el Maestro: "Yo le enseñé, pero él no aprendió." Podrá, sin embargo, decir: "Yo le dije lo que debía decirle, pero él no aprendió, porque no percibió, no comprendió, no entendió"; porque, si él hubiera enseñado, sin duda el otro hubiera aprendido. Por eso, Dios, cuando quiere enseñar, primeramente da la inteligencia, sin la cual el hombre no puede aprender las cosas que pertenecen a la enseñanza divina. De aquí que también éste dice poco después: Dame inteligencia para aprender tus mandamientos. Así, pues, el hombre puede decir, cuando desea enseñar a alguno, lo que dijo el Señor a sus discípulos después que resucitó de entre los muertos, aunque no puede hacer lo que El hizo. Dice el Evangelio: Entonces les declaró el sentido para que entendiesen las Escrituras, y les dijo122... Allí puede leerse lo que les dijo; pero comprendieron lo que les dijo, porque les declaró el camino para entenderlo. Luego Dios enseña la dulzura excitando el deleite, enseña la disciplina disponiendo la tribulación y enseña la ciencia dando el conocimiento. Por tanto, como hay algunas cosas que las aprendemos únicamente para saberlas, y otras también para ponerlas por obra, cuando Dios las enseña, las enseña declarando la verdad para que sepamos lo que debemos saber, y enseña también excitando la dulzura, para que hagamos lo que debemos hacer. Pues no en vano se le dice: Enséñame a hacer tu voluntad123. Enséñame, dice, de modo que haga, no que sepa únicamente. Sin duda, las obras buenas son fruto nuestro que devolvemos a nuestro Agricultor, pues la Escritura dice: El Señor dará la dulzura, y nuestra tierra dará su fruto124. Y ¿cuál es esta tierra? Aquella de la que se dice al que da la dulzura: Mi alma es para ti como tierra sin agua125.

4. Habiendo dicho: Enséñame dulzura, disciplina y ciencia, añadió: porque creí tus mandamientos. Con razón puede preguntarse por qué no dijo "obedecí", sino creí. Una cosa son los mandamientos y otra las promesas. Los mandamientos se nos dan para que cumpliéndolos merezcamos recibir las promesas. Creemos las promesas, obedecemos a los mandamientos. Luego ¿qué quiere decir creí tus mandamientos sino creí que tú los preceptuaste, no cualquier hombre, aunque por los hombres se hayan promulgado a los hombres? Y como creí que eran tuyos los mandamientos, la misma fe mía, por la cual creí que son tuyos, pida gracia de ti para que cumpla lo que tú ordenaste. Si el hombre me mandase externamente estos preceptos, ¿por ventura me ayudaría internamente a hacer lo que mandaba? Luego enséñame la dulzura inspirándome la caridad; enséñame la disciplina dándome paciencia; enséñame la ciencia iluminándome el entendimiento. Porque creí tus mandamientos. Creí que tú, que eres Dios, mandaste estos preceptos y que das al hombre aquello con lo que haces cumplir lo que mandas.

5 [v.67]. Antes de ser humillado —dice—, yo delinquí; por esto (he guardado) tu palabra; o como más expresivamente consignan otros códices: tu dicho, sobrentendiéndose "lo guardé", para no ser de nuevo humillado. Esto se aplica mejor a la humillación que tuvo lugar en Adán, en el que toda la humana criatura, hallándose como en raíz viciada, se encuentra sometida a la vanidad126 por no haber querido someterse a la verdad. Esto convino que lo experimentasen los vasos de misericordia para que, postrada la soberbia, se ame la obediencia, y perezca, no volviendo más la miseria.

6 [v.68]. Dulce eres, Señor; o como escriben otros muchos códices: Dulce eres tú, ¡oh Señor!; y algunos también: Dulce eres tú, o: Bueno eres tú, en el sentido que anteriormente dimos a esta palabra. Y en tu dulzura (o bondad) enséñame tus justificaciones. Verdaderamente quiere practicar las justificaciones de Dios, ya que quiere aprenderlas con la dulzura de Aquel a quien dijo: Dulce eres tú, ¡oh Señor!

7 [v.69]. A continuación prosigue: Se multiplicó sobre mí la iniquidad de los soberbios; a saber, la de aquellos a quienes no aprovechó, después de haber delinquido, el ser humillada la naturaleza humana. Mas yo escudriñaré con todo mi corazón tus mandamientos. "Por mucho que abunde —dice— la iniquidad, no se entibiará en mí la caridad"127. Esto lo dice como aquel que aprende las justificaciones de Dios con su dulzura. Cuanto más dulces sean las cosas que manda el que ayuda, tanto más las escudriña el que ama, para que conociéndolas las haga y haciéndolas las conozca, porque se conocen mejor cuando se hacen.

8 [v.70]. Se cuajó como leche su corazón. ¿De quiénes? De los soberbios, cuya iniquidad dijo que se multiplicó sobre él. Por esta palabra, cuajó, quiso se entendiese en este lugar que se endureció su corazón, porque también se emplea en buen sentido, como en el salmo 67, en donde se dice: Monte aquesado, monte pingüe128, y se entiende lleno de gracia; lo que también algunos tradujeron monte cuajado. Pero atiende a que por su parte se oponga a la dureza de corazón de aquéllos, y así dice: Vero yo medité tu ley. ¿Qué ley? La que ciertamente es justísima y misericordiosísima; de aquí que se le dice: Y por tu ley apiádate de mí. Por esta ley resiste a los soberbios, para que se obstinen, y da gracia a los humildes129, para que amen la obediencia y reciban la exaltación. Con la meditación de esta ley se conserva la voluntaria humildad a fin de librarse de la humildad penal, de la cual dice ahora.

9 [v.71]. Es un bien para mí el haberme humillado, para que aprenda tus justificaciones. Ya había dicho arriba, y no ha mucho: Antes de ser humillado, yo delinquí; por eso guardé tu dicho. Esto se relaciona con lo presente, ya que por el fruto mismo demuestra que le fue un bien ser humillado; pero allí señaló, además, el motivo, a saber, que precedió el delito a la humillación penal. Por lo que dice allí: Por eso guardé tu dicho, y por lo que dice aquí: para que aprenda tus justificaciones, me parece que suficientemente demuestra que conocer estas justificaciones es lo mismo que guardarlas, y guardarlas lo mismo que conocerlas. Pues Cristo conocía lo que reprendía, y, con todo, reprendía el pecado, siendo así que se dijo de Él que no conocía el pecado130. Lo conocía con cierto conocimiento y lo ignoraba con cierta ignorancia. Así, también muchos aprenden las justificaciones de Dios y no las aprenden. Las saben con cierto conocimiento y las ignoran con cierta ignorancia, porque no las practican. Luego éste dijo: para que aprenda tus justificaciones, entendiendo que las conoce para ejecutarlas.

10 [v.72]. Pero como esto únicamente se hace por el amor, el versillo siguiente, que dice: La ley de tu boca es mejor para mí que millares de oro y de plata, demuestra en dónde tenga el deleite aquel que obra, y por lo cual se dijo: Enséñame con tu dulzura tus justificaciones. La caridad ama más la ley de Dios que ama la codicia millares de oro y de plata.

SERMÓN 18

1 [v.73]. Cuando Dios hizo al hombre del polvo y le vivificó soplando, no se conmemoró allí que le hubiera formado con las manos. Así, pues, no comprendo por qué creyeron algunos que Dios hizo con sus palabras los seres restantes, y que al hombre, como más excelente, le formó con las manos, a no ser que quizás, porque se lee que el cuerpo del hombre fue formado del polvo131, piensen que no pudo ser hecho sino con las manos, no advirtiendo que lo que se escribió en el Evangelio del Verbo divino: Todas las cosas fueron hechas por Él132, no puede verificarse si el cuerpo humano no fue hecho también por el Verbo o Palabra de Dios. Pero alegan el testimonio de este salmo, y dicen: "He aquí en dónde con toda claridad clama el hombre: Tus manos me hicieron y me formaron". Mas lo dicen como si no se hubiera dicho también clarísimamente: Veré los cielos, obra de vuestros dedos133; y, asimismo, no menos claro: Y obra de tus manos son los cielos134; y todavía muchísimo más claramente: Y sus manos formaron la árida tierra135. La mano de Dios es el poder de Dios. Si les inquieta el número plural, puesto que no dijo "tu mano", sino tus manos, tomen por las manos de Dios el poder y la sabiduría de Dios, pues uno y otra se denominaron Cristo136; el cual también se entiende que es brazo de Dios, según se lee en Isaías: Y el brazo del Señor, ¿a quién se ha revelado? O tomen por manos de Dios al Hijo y al Espíritu Santo, porque el Espíritu Santo obra con el Padre y el Hijo, y por esto dice el Apóstol: Todas estas cosas las hace uno solo y el mismo Espíritu137. Y dijo uno solo y el mismo Espíritu, no porque obrase el Espíritu sin el Padre y el Hijo, sino para que no se juzgase que había tantos espíritus como obras. Cada uno es libre para entender lo que quiera sobre las manos de Dios, con tal que no niegue que lo que hace por las manos, lo hace por el Verbo; o no crea que lo que hace por el Verbo, no lo hace por las manos; ni piense, atendiendo a las manos, en alguna forma corporal, de suerte que se le atribuya derecha e izquierda; ni se juzgue referente al Verbo o Palabra que es inherente a Dios operante el sonido de la boca o el movimiento o impulso transitorio del ánimo.

2. No faltaron tampoco quienes distinguieron estos dos verbos: fecerunt me y finxerunt me, me hicieron y me formaron, de tal modo, que afirmaron que Dios hizo el alma y formó el cuerpo, ya que dijo del alma: Omnem flatum ego feci138, yo hice todo espíritu; y del cuerpo se lee: et finxit139... y formó Dios al hombre, polvo de la tierra. Como si se hiciese todo lo que se forma y no se formase todo lo que se hace; y, por tanto, dicen que más bien el alma se hace que se forma, puesto que no es cuerpo, sino espíritu; como si no se hubiera escrito: El que forma el espíritu del hombre en el hombre140. Con todo, cuando estos dos verbos se hallan en un mismo lugar hablando del hombre y no se niega que una y otra parte del hombre, es decir, que el alma y el cuerpo, han sido creados por Dios, asignará con elegancia al alma el verbo hacer, y al cuerpo el verbo formar, diciendo que el alma fue hecha, y el cuerpo formado, plasmado o configurado. Así, algunos intérpretes no quisieron decir finxerunt me, me formaron, sino plasmaverunt me, me plasmaron, prefiriendo derivar la palabra latina del griego que decir finxerunt, formaron, ya que algunas veces el verbo fingere, configurar, suele emplearse por simular.

3. Pero ¿acaso se dijo esto por Adán, de quien, al proceder todos los hombres de él, siendo hecho él, no podrá decirse también que cada uno de los hombres fue hecho por razón de origen y de descendencia? ¿O se podrá decir rectamente: Tus manos me hicieron y me plasmaron, porque cada uno es hecho por sus padres, sin faltar la obra de Dios, engendrando ellos y creando El, porque, si se apartase de las cosas la potencia operativa de Dios, perecerían? Nada en absoluto se origina, tanto de los elementos del mundo como de los padres o de las semillas, si Dios no obra en los seres. Por esto dice al profeta Jeremías: Antes de formarte en el útero te conocí141. Pero ¿por ventura, hizo Dios al hombre, ya sea al primero o a cada uno de los que después nacen, sin entendimiento para que ahora se le diga: Tus manos me hicieron y plasmaron; dame entendimiento? ¿No se dotó de entendimiento a la naturaleza humana para que por él se distinga de las bestias? ¿O es que pecando se degradó hasta tal punto, que debe ser restaurada en esto también. El Apóstol dice a todos los que pertenecen a la regeneración: Renovaos en el espíritu de vuestra mente, y el entendimiento está en la mente. Y también dice: Transformaos con la renovación de vuestro conocimiento142. Y de los que no participaban de esta regeneración dice: Os mando y testifico en el Señor que ya no caminéis como los gentiles caminan en la vanidad de su mente, entenebrecidos en el entendimiento y apartados del camino de Dios debido a la ignorancia que hay en ellos a causa de la ceguedad de su corazón143. Para que se abran y se aclaren más y más estos ojos interiores, cuya ceguedad es no entender, se purifican los corazones por la fe144. Pues, aun cuando nadie puede creer en Dios a no ser que entienda algo, sin embargo, la misma fe, por la que entiende, es curada para que entienda cosas más excelsas. Hay algunas cosas que, si no las entendemos, no las creemos, y hay otras que no las entendemos si no las creemos, porque si la fe es por el oír, y el oír por la palabra de Cristo145, ¿cómo ha de creer al que predica la fe el que, callándome otras cosas, no entiende la lengua que le hablan? Pero, si no hubiese otras cosas que no podemos entender a no ser que antes las creamos, no diría el profeta: Si no creyereis, no entenderéis146. Luego nuestro entendimiento sirve para entender lo que ha de creer, y la fe para creer lo que ha de entender; y para que se entiendan más y más estas mismas cosas, sirve la mente en el mismo entendimiento. Pero esto no se hace por nuestras propias y naturales fuerzas, sino ayudándonos y dándonoslo Dios, así como la medicina, no la naturaleza, es la que hace que el ojo dañado recupere la facultad de ver. Luego el que dice al Señor: Dame entendimiento para que aprenda tus preceptos, no carece por completo de él, como las bestias; ni tampoco, aunque sea hombre, debe ser contado en el número de aquellos que caminan en la vanidad de la mente, entenebrecidos en la inteligencia y apartados del camino de Dios. Porque, si fuese tal, ni aun diría esto, pues no es pequeño entendimiento saber a quién ha de pedirse el conocimiento. De aquí ha de ponderarse cuan profundamente deban entenderse los divinos mandamientos, siendo así que para aprenderlos aún pide que se le dé entendimiento el que dijo antes que los entendía y que guardaba los dichos de Dios.

4. Lo que dijeron los latinos, traduciendo el texto griego, da mihi intellectum, dame entendimiento, lo dice el texto griego más concisamente: sinetison me. El griego compendia en un verbo, sinetison, el da mihi intellectum. El latín no puede hacerlo. Así como, si no se pudiese decir en latín sana me, sáname, se diría da mihi sanitatem, como aquí, da mihi intellectum, o se diría sanum me fac, como aquí también puede decirse intelligentem me fac, hazme inteligente. Esto ciertamente pudo hacerlo un ángel, pues dijo a Daniel: Vine a darte entendimiento147; y allí, en el texto griego, se halla el mismo verbo que aquí: sinetisai se, como si el latino dijera sanitatem daré tibi, vine a darte la salud, a lo que el griego decía "vine a sanarte". Luego el traductor latino no hubiera usado de circunloquio, diciendo: intellectum daré tibi, si como pudo decir sobre la sanidad: sanare te, vine a sanarte, pudiera haber dicho del entendimiento: intellectuare te. Pero si esto puede hacerlo un ángel, ¿por qué pide éste a Dios que se lo haga? ¿Acaso porque Dios mandó al ángel que lo hiciera? Así es sin duda, porque se entiende que Cristo mandó al ángel que lo hiciera allí en donde el profeta dice: Y sucedió que, al ver yo, Daniel, la visión y preguntar por su inteligencia, he aquí que se presentó delante de mí como una figura de hombre, y oí la voz de un hombre entre el Ubal, y llamó y dijo: "Haz que entienda la visión"148. En aquel pasaje se consigna el mismo verbo griego que aquí, a saber, sinetison. Así, pues, Dios, que es luz149, ilumina por sí mismo las mentes piadosas para que entiendan las cosas divinas que se dicen o muestran. Pero si para ello usa del ministerio de un ángel, puede también el ángel hacer algo en la mente del hombre para que perciba la luz de Dios, y por ella entienda. Pero se dice que da entendimiento al hombre y, por decirlo así, que le intelectualiza, a la manera que se dice que alguno da luz a la casa o que la ilumina al abrir una ventana, sin que él penetre y la ilumine con su luz, sino que abre el paso por el cual penetra la luz y es iluminada la casa. Pero el sol que penetra por la ventana e ilumina a la casa, no creó la casa, o al hombre, que hizo la ventana; o mandó a alguno que se hiciera, o ayudó al que la hizo, o ejecutó algo para abrir el paso por el que introdujera su luz; mas Dios hizo también la mente racional e intelectual del hombre, por la que pudiera percibir su luz; e hizo también el ángel, de tal modo que pudiera obrar algo con lo que ayudara a la mente humana a recibir la luz de Dios; y también ayuda a la mente para que reciba la operación angélica; y la ilumina por sí mismo, de suerte que no sólo aprovechando vea las cosas que se muestran por la verdad, sino la misma verdad. Como hemos hablado largamente, aunque, según me parece, de cosas necesarias, dejemos a un lado los versillos siguientes de este salmo para otro sermón y demos fin al presente.

SERMÓN 19

1 [v.73]. Nuestro Señor Jesucristo pide en este salmo por medio del profeta, como para sí, que Dios dé entendimiento a su Cuerpo, que es la Iglesia, para que conozca los mandamientos de Dios. Pues, hallándose la vida de su Cuerpo, es decir, de su pueblo, oculta con Él en Dios150 y padeciendo Él necesidad en este Cuerpo, pide lo que necesitan sus miembros, y así dice: Tus manos me hicieron y me formaron; dame entendimiento para que aprenda tus mandamientos. "Puesto que tú me formaste —dice—, refórmame a fin de que se haga en el Cuerpo de Cristo lo que dice el Apóstol: Transformaos con la renovación de vuestro conocimiento151."

2 [v.74]. Los que temen —dice— me verán y se regocijarán; o como escriben otros códices: Se alegrarán, porque esperé en tus palabras, es decir, en las cosas que prometiste, para que los hijos de la promesa sean descendencia de Abrahán, en quien son bendecidas todas las gentes152. Pero ¿quiénes son los que temen a Dios y a quién verán y se alegrarán, porque esperó en las palabras de Dios? Si esta voz proferida por Cristo es del Cuerpo de Cristo, es decir, de la Iglesia; o si es propia de Cristo proferida en la Iglesia o por ella, ¿por ventura no están ellos entre los que temen a Dios? ¿Quién es aquel a quien ven y se regocijan? ¿Acaso el pueblo se ve a sí mismo y se regocija, y por eso se dijo: Los que te temen verán y se alegrarán, porque esperé en tus palabras; o como más exactamente lo consignaron otros diciendo: sobreesperé; como si se dijera: Los que te temen verán tu Iglesia y se regocijarán, porque sobreesperé en tus palabras, siendo la Iglesia aquellos que ven la Iglesia y se regocijan? Pero ¿por qué no dijo entonces: "Los que te temen me ven y se regocijan", sino que consignó en presente: Los que te temen, y en futuro: verán y se regocijarán? ¿Acaso se dijo así porque el temor tiene lugar en el tiempo presente, es decir, mientras que la vida humana es una continua tentación sobre la tierra153, y la alegría que aquí quiso dar a entender tendrá lugar cuando los justos resplandezcan como el sol en el reino de su Padre?154 de aquí es que también se lee en otro salmo: ¡Cuán grande es, Señor, la, abundancia de tu dulzura, que escondiste para los que te temen! Así, pues, ahora, mientras temen, aún no ven; pero verán y se regocijarán, porque allí prosigue: y la completaste en los que esperan en ti155, y aquí dice: porque esperé o sobreesperé en tus palabras, a fin de que por un verbo compuesto, y consignado con el mayor cuidado por el traductor, entendamos que Dios es poderoso para hacer más de lo que pedimos y entendemos156; por tanto, estando estas palabras sobre lo que pedimos y entendemos, es poco esperarlas; debemos sobreesperarlas.

3 [v.75—76]. Luego como todavía teme la Iglesia, que está en este siglo y aún no se ve en el reino, en el que tendrá regocijo seguro, sino que trabaja entre peligrosas tentaciones en este mundo, en donde oye: El que cree estar en pie, tema no caiga157; considerando también la miseria de esta mortalidad, sobre la cual pende un pesado yugo sobre los hijos de Adán desde el día de su nacimiento hasta el día de su sepultura en la madre común de todos158, puesto que por la carne, que codicia contra el espíritu159, también los regenerados se ven forzados a gemir bajo su opresión, dice teniendo en cuenta todo esto: Conocí, Señor, que tus juicios son justicia; y con la verdad me has humillado. Cúmplase tu misericordia y me consuele, según tu palabra dada a tu siervo. La misericordia y la verdad se recomiendan tanto en la Sagrada Escritura, que, hallándose en muchos lugares de ella, de modo especial se consignan en los salmos, y en uno de ellos se dice: Todos los caminos del Señor son misericordia y verdad160. Aquí también se consignó primeramente la verdad, con la cual somos humillados hasta la muerte por designio de Aquel cuyos juicios son la misma justicia; después la misericordia, por la que somos restablecidos a la vida por promesa de Aquel cuyo beneficio es gracia. De aquí que dice: Según tu palabra dada a tu siervo; esto es, según lo que prometiste a tu siervo. Pero ya se entienda por esto la regeneración, por la cual somos adoptados aquí por hijos de Dios; o la fe, la esperanza y la caridad, tres cosas que se edifican en nosotros aunque procedan de la misericordia de Dios, sin embargo, en esta calamitosa y procelosa vida sólo son consuelo de desgraciados, no gozo de bienaventurados; por eso se dice: Cúmplase tu misericordia para que me consuele.

4 [v.77]. Pero como después de estas cosas y por medio de ellas también han de venir las otras, prosigue y dice: Vengan a mí tus conmiseraciones, y viviré. Viviré ciertamente cuando de ningún modo podré temer el morir, pues únicamente se llama vida la eterna, y no debe entenderse otra por tal fuera de la sempiterna bienaventurada. Como que solamente debe llamarse vida ésta, puesto que, en su comparación, la que ahora vivimos debe llamarse más bien muerte que vida. Y así se dice en el Evangelio: Si quieres venir a la vida, guarda los mandamientos161. ¿Por ventura añadió "eterna" o "bienaventurada"? También, hablando de la resurrección de la carne, dice: Los que obran bien irán a la resurrección de vida162, y tampoco añade aquí "eterna" o "bienaventurada". Del mismo modo, dice aquí: Vengan a mí tus conmiseraciones, y viviré, sin añadir eternamente o "viviré" bienaventuradamente"; como que vivir no es más que vivir sin fin y sin calamidad alguna. Pero ¿en virtud de qué conseguirá esto? Porque tu ley —dice— es mi meditación. Si esta meditación no se basase en la fe que obra por el amor163, jamás podría llegar alguno por medio de ella a aquella vida. Me creí en el deber de decir esto para que nadie, habiendo aprendido de memoria toda la ley y habiéndola cantado frecuentemente, piense que, no callando lo que manda, aunque no viva según manda, ha hecho lo que lee: Porque tu ley es mi meditación, y así crea que por esto ha de conseguir lo que pidió por este ejercicio meritorio en las palabras anteriores cuando dijo: Vengan sobre mí tus conmiseraciones, y viviré. Esta meditación es pensamiento del que ama; y del que ama tanto, que no se entibia en él la caridad de esta meditación por más que se acumule y le cerque la iniquidad ajena164.

5 [v.78]. A continuación prosigue y dice: Avergüéncense los soberbios, porque injustamente cometieron maldad contra mí; pero yo me ejercitaré en tus mandamientos. Ved a lo que llama meditación de la ley de Dios; o, mejor dicho, ved que la meditación es el cumplimiento de la ley de Dios.

6 [v.79]. Vuélvanse a mí los que temen y los que conocen tus testimonios. En algunos códices tanto latinos como griegos se dice: Vuélvanse para mí, lo que creo que vale tanto como a mí. Pero ¿quién es el que dice esto? Pues no parece que hombre alguno se atreva a decirlo; o, si lo dijere, que se le deba oír. Sin duda, éste es Aquel que más arriba introdujo su propia voz, diciendo: Yo participo de todos los que te temen, porque participó de nuestra mortalidad para que nosotros participásemos de su divinidad. Nosotros participamos de Uno para vivir y El participa de muchos para morir. A éste, pues, se vuelven los que temen a Dios y los que conocen los testimonios de Dios, anunciados acerca de El con gran antelación por los profetas y declarados poco después en presencia de El por los milagros.

7 [v.80]. Sea mi corazón inmaculado en tus justificaciones para que no sea avergonzado. Ahora vuelve a proferir la voz de su Cuerpo, es decir, de su pueblo santo, y pide que se haga inmaculado su corazón, esto es, el corazón de sus miembros, por las justificaciones de Dios, no por las fuerzas de ellos, pues pidió esto y no presumió. Lo que añadió: para que no sea confundido o avergonzado, es parecido a lo que se consignó en los primeros versillos de este salmo, en donde dijo: Ojalá que sean enderezados mis caminos para guardar tus justificaciones; entonces no seré confundido al mirar todos tus mandamientos. Lo que allí se expresó con una sola palabra del que desea, diciendo ojalá, aquí se manifestó con palabras más claras, consignando sea mi corazón inmaculado, a fin de que ni en aquella ni en esta sentencia, que viene a ser una misma, se perciba la audacia del libre albedrío, que se apropia de aquello que debe esperar de la gracia. También lo que dice allí: entonces no seré confundido, es lo mismo que dice aquí: para que no sea confundido o avergonzado. El corazón de los miembros, es decir, del Cuerpo de Cristo, se hace inmaculado con la gracia de Dios, que se comunica por la Cabeza del Cuerpo, es decir, por nuestro Señor Jesucristo, mediante el bautismo de la regeneración165, en el cual se borran todos nuestros pecados por la ayuda del Espíritu, con la cual codiciamos contra la carne166 para no ser vencidos en nuestra lucha; y por la eficacia de la oración dominical, en la que decimos: Perdónanos nuestras deudas167. Así, pues, habiéndosenos dado la regeneración, siendo ayudados en el combate y habiéndonos postrado en oración, nuestro corazón se hace inmaculado para que no seamos confundidos, porque también esto pertenece a las justificaciones de Dios, ya que entre sus preceptos se manda: Perdonad, y seréis perdonados; dad, y se os dará168.

SERMÓN 20

1 [v.81]. Con la ayuda de Dios, emprendo la exposición y consideración de la parte de este gran salmo desde donde dice: Mi alma desfalleció por tu salud, y esperé en tu palabra. No ha de juzgarse que todo defecto es culpa o pena, pues hay un defecto laudable o deseable. Siendo contrarias entre sí estas dos cosas, el aprovechar y el desfallecer, cuando no se indica o se sobrentiende en qué se aprovecha o se desfallece, comúnmente se toma el progreso en buen sentido, y el desfallecimiento en malo. Pero, cuando se indica, puede también entenderse el aprovechar en mal sentido, y el desfallecer en bueno. Así, claramente dice el Apóstol: Evita las profanas novedades de palabras, porque aprovechan mucho para el mal169; y también dice de algunos: Aprovechan en peor170. Igualmente, el defecto del bien es malo para el mal, y el defecto del mal es bueno para el bien. Del buen defecto se dijo: Mi alma desea y desfallece por los atrios del Señor171. Aquí no dice: Mi alma desfalleció "de tu" salud, sino: Desfalleció "por tu" salud; esto es, desfalleció anhelando tu salud. Luego este defecto es bueno, pues indica deseo del bien que aún no ha conseguido, pero lo anhela avidísima y vehementísimamente. ¡Y quién dice esto? El linaje escogido, el sacerdocio real, la gente santa, el pueblo de adquisición172; y lo dice desde el origen del género humano hasta el fin de este siglo, en aquellos que en su respectivo tiempo vivieron, viven y vivirán aquí deseando a Cristo. Testigo de esto es el santo anciano Simeón, el cual, habiendo tomado en sus manos al Señor siendo niño, dijo: Ahora, Señor, despacha en paz a tu siervo, según tu palabra, porque vieron mis ojos tu salud. Dios le había vaticinado que no moriría antes de ver al Cristo del Señor173. El mismo deseo que tuvo este anciano ha de creerse que lo tuvieron todos los santos de los tiempos pasados. De aquí es que el mismo Señor dijo a sus discípulos: Muchos profetas y reyes desearon ver lo que vosotros veis, y no lo vieron; y oír lo que oís, y no lo oyeron174; de suerte que también de ellos es esta voz: Mi alma desfalleció por tu salud. Luego ni entonces cesó este deseo de los santos, ni cesa ahora hasta el fin del siglo en el Cuerpo de Cristo, que es la Iglesia, hasta tanto que venga el Deseado de todas las gentes, como se prometió por el profeta Ageo175. Por esto dice el Apóstol: Sólo me resta la corona de justicia, la cual me dará el Señor, justo juez, en aquel día; y no solamente a mí, sino también a todos los que aman su manifestación o aparición176. Así, pues, este deseo del que ahora tratamos procede del amor de su manifestación, de la cual dice asimismo: Cuando apareciere Cristo, nuestra vida, entonces también vosotros apareceréis, juntamente con Él, en gloria177. Luego en los primeros tiempos de la Iglesia, antes del parto de la Virgen, hubo santos que desearon la venida de su encarnación, y en los tiempos actuales, contados a partir desde que subió al cielo, hay santos que anhelan su manifestación o aparición, en la que ha de juzgar a los vivos y a los muertos, liste deseo de la Iglesia no ha cesado ni por un momento desde el principio del siglo, ni cesará hasta el fin de él, fuera del tiempo que el Señor permaneció en este mundo tratando con sus discípulos. De suerte que convenientemente se entiende que es voz de lodo el Cuerpo de Cristo, que suspira en esta vida, la siguiente: Mi alma desfalleció por tu salud, y esperé en tu palabra, es decir, en tu promesa; cuya esperanza hace que se espere con paciencia lo que aún no se ve por los creyentes178. También emplea aquí el icxto griego aquel verbo que algunos traductores latinos prefirieron verter por supersperavi, sobrecsperé; porque, sin duda, es esperar más de lo que puede decirse.

2 [v.82]. Desfallecieron —dice— mis ojos por tu dicho, diciendo: "¿Cuándo me consolarás?" Ved aquí de nuevo aquel defecto laudable y dichoso de los ojos, pero de los ojos interiores, que no procede de la flaqueza del alma, sino de la constancia del deseo de la promesa de Dios, pues esta promesa se encierra en las palabras in eloquium tuum, en tu dicho. ¿De qué modo dicen estos ojos: Cuándo me consolarás? Al orar y gemir con la intención y esperanza de esto. La lengua es la que habla; los ojos no suelen hablar; sin embargo, en cierta manera, el deseo de la oración es la voz de los ojos. En lo que dice: ¿Cuándo me consolarás?, da a entender que padece alguna tardanza. De aquí también aquello de otro salmo: Y tú, ¡oh Señor!, ¿hasta cuándo?179 Esto acontece o para que sea más dulce la retardada alegría, o porque es un sentimiento de los que desean, que parece prolongado al que ama aun cuando sea breve para el donante. El Señor, que ordena todo con número, peso y medida, conoce cuándo ha de hacer lo que hace180.

3 [v.83]. Sin duda, debido a los ardientes deseos espirituales, se entibian los deseos carnales; por esto prosigue el salmista: Porque me hice como odre con la escarcha; no me olvidé de tus justificaciones. Sin duda quiere se entienda por odre la carne de esta muerte, y por escarcha el beneficio del cielo, con lo cual, como retenidos por el frío, se entorpecen los apetitos de la carne; y por esto acontece que no se apartan de la memoria las justificaciones de Dios al no pensar otra cosa, porque sucede lo que dice el Apóstol: No hagáis caso de la carne en sus apetitos181. De aquí que, habiendo dicho: Porque me hice como odre con la escarcha, añade: no me olvidé de tus justificaciones; esto es, no me olvidé porque me hice tal. Pues se entorpeció el hervor del apetito para que hirviese la memoria de la caridad.

4 [v.84]. ¿Cuántos son los días de tu siervo? ¿Cuándo me harás justicia contra los perseguidores? En el Apocalipsis dicen esto los mártires y se les impone que tengan paciencia hasta que se complete el número de los hermanos182. El Cuerpo de Cristo pregunta sobre los días que ha de permanecer en este mundo. Y para que nadie piense que desaparecerá la Iglesia de aquí antes que venga el fin del mundo, y, por tanto, que habrá algún tiempo en este siglo en el cual no haya Iglesia en la tierra, al ser preguntado el Señor sobre los días de ella, menciona el juicio, sin duda para demostrar que ella también ha de estar en la tierra hasta el juicio, en el que se tomará venganza de los perseguidores. Si a alguno le inquieta por qué pregunta el salmista lo que preguntaron los discípulos al Maestro cuando les respondió: No os toca a vosotros conocer los tiempos que el Padre puso en su poder183, ¿por qué no le diremos que en este pasaje del salmo se profetizó que ellos le habían de preguntar esto mismo y que la voz de la Iglesia, que anunció aquí con tanta antelación, se cumplió en su pregunta?

5 [v.85]. Lo que sigue: Los inicuos me contaron deleites, pero no son como tu ley, ¡oh Señor!, los intérpretes latinos lo tradujeron unos de un modo y otros de otro; pues lo que los griegos llaman adolesjias, al no poderse expresar en latín con una sola palabra, unos tradujeron diciendo delectationes, deleites; otros, fabulationes, fábulas o conversaciones, para que así, con razón, se entienda que son ciertos ejercicios de palabra y con deleite. Estos ejercicios o prácticas literarias existen en diversas escuelas y profesiones de estudios profanos; también los judíos, además de la Sagrada Escritura, tienen estos ejercicios, que llaman deuterosis, tradiciones, que contienen mil fábulas; y los tiene la errónea y vana locuacidad de los herejes. A todos éstos quiso encerrar entre los inicuos, y dice que le narran adolesjias, esto es, ejercicios o certámenes deleitosos de palabras; pero dice que no son como tu ley, ¡oh Señor!, porque en ella me deleita la verdad, no la palabra.

6 [v.86]. A continuación añade: Todos tus mandamientos son verdad; injustamente me persiguieron; ayúdame. Todo el sentido depende de las palabras anteriores: ¿Cuántos son los días de tu siervo? ¿Cuándo me harás justicia contra mis perseguidores? Para perseguirme me contaron los deleites de sus habladurías, pero yo antepuse a ellos tu ley, la cual me deleitó más; porque todos tus mandamientos son verdad y no abundan en palabras, como su vanidad. Y por esto injustamente me persiguieron, porque sólo perseguían en mí la verdad. Luego ayúdame para luchar por la verdad hasta la muerte, porque éste es también tu mandamiento, y, por tanto, también es verdad.

7 [v.87]. Al hacer esto, la Iglesia padeció lo que añade: Por poco no acabaron conmigo en la tierra, porque se hizo una /trun matanza de mártires cuando confesaban y predicaban la verdad. Como no se dijo en vano ayúdame, añade: pues yo no abandoné tus mandamientos.

8 [v.88]. Mas, para poder perseverar hasta el fin, dice. Vivifícame según tu misericordia, y guardaré los testimonios de tu boca. Estos testimonios se denominan en griego martirios. No se debió pasar por alto lo que aquí se dijo: Vivifícame según tu misericordia, atendiendo al dulcísimo nombre de los mártires, los cuales, sin duda, no hubieran guardado en modo alguno los martirios, los testimonios de Dios, cuando se ensañaba tanto la crueldad de los perseguidores, que por poco no desapareció la Iglesia de la tierra; pues, si no se les hubiera concedido lo que pidieron aquí, vivifícame según tu misericordia, hubieran claudicado. Pero fueron vivificados para que no negaran la vida amando la vida, y negándola la perdiesen; y así, los que no quisieron abandonar la verdad por la vida, muriendo por la verdad, vivieron.