SALMO 111

Traductor: P. Balbino Martínez Pérez, OSA

Sermón al pueblo

1. Creo, hermanos, que atendisteis al título de este salmo y que le retenéis en la memoria. Dice así: Vuelta de Ageo y Zacarías. Estos profetas aún no existían cuando se cantaron estas cosas, pues desde David hasta la transmigración del pueblo de Israel a Babilonia se cuentan catorce generaciones, como lo atestigua la divina Escritura y especialmente el evangelista San Mateo1, y la reconstrucción del templo destruido se esperaba hacer, según la profecía del santo Jeremías, setenta años después de la cautividad2. Cumplidos estos años bajo el imperio de Darío, rey de Babilonia, fueron inundados del Espíritu Santo estos dos profetas, Ageo y Zacarías, y ambos, uno después de otro, comenzaron a profetizar dentro del mismo año lo que parece pertenece a la reconstrucción del templo, según se predijo tanto tiempo antes3. Quien materialmente fija la mirada del corazón en estos hechos y no dirige el conocimiento espiritual hacia la gracia, radica con cl pensamiento en las piedras del templo, con las que se levanta la fábrica visible, hecha con las manos de los hombres, y él no se hace piedra viva labrada y adaptada a aquel templo que el Señor ante todo prefiguró en su cuerpo cuando dijo: Destruid este templo, y en tres días le levantaré4. Pero más cumplidamente el cuerpo del Señor es la santa Iglesia, cuya Cabeza subió al cielo, la cual es principalmente piedra viva, piedra angular, de la que San Pedro dice: Acercaos a ella, a la piedra viva, reprobada por los hombres, pero honrada y elegida por Dios; también vosotros, cual piedras vivas, seréis edificados en casa espiritual, en sacerdocio santo, para ofrecer por Jesucristo espirituales víctimas aceptas a Dios; porque se dice en la Escritura: "He aquí que pongo en Sión piedra angular, escogida y preciosa, y quien crea en ella no será confundido"5. Luego para que alguno se haga piedra viva idónea para tal fábrica, entienda espiritualmente que la reconstrucción del templo se hizo de las ruinas del viejo que en Adán tuvo lugar, es decir, que la reparación del nuevo pueblo se efectúa según el hombre nuevo y celestial, para que, como en otro tiempo hemos llevado la imagen del hombre terreno, llevemos ahora la imagen del que procede del cielo6, con lo cual podremos ser no construidos en mole que ha de derribarse, sino ser consolidados con la eterna inmortalidad después de todas las edades de este mundo, como si fuese después de los setenta años, los que quedan consignados en el número místico de perfección y como si fuese después de la prolongada peregrinación de la cautividad. Considerad más bien la espiritual Jerusalén vuestra que la de los judíos, pues, según dice el Apóstol, ya no sois peregrinos ni inquilinos, sino conciudadanos de los santos y domésticos de Dios, edificados sobre el fundamento de los apóstoles y de los profetas, siendo la suprema piedra angular Cristo Jesús, en el cual se levanta toda la edificación trabada en templo santo en el Señor, en el que también vosotros sois edificados, mediante el espíritu, en morada del Señor7. Este es el templo de Dios al que se refiere el secreto de la profecía de Ageo y Zacarías; a este de nuevo dice el Apóstol: El templo de Dios, que es santo, sois vosotros8. Cualquiera que se entrega, como piedra viva que procede de la ruinosa caída del mundo, a la obra de esta edificación y a la esperanza de la santa y firme unión, entiende el título de este salmo, entiende la vuelta o regreso de Ageo y Zacarías. Luego cante lo que sigue, no tanto con la voz de la lengua como con la de la vida, pues la perfección del edificio será la paz inefable de la sabiduría, de la que su comienzo es el temor del Señor9. Luego comience desde aquí aquel a quien reedifica este regreso.

2. [v.1]. Bienaventurado el varón que teme al Señor: en sus mandamientos se complacerá sobremanera. Vea Dios, que es el Cínico que juzga veraz y misericordiosamente, cuánto adelanta éste en el cumplimiento de sus mandamientos, ya que la vida del hombre sobre la tierra es una continua tentación, como dice el sanco Job10. También se escribió: El cuerpo, que se corrompe, sobrecarga al alma, y la morada terrena abate la mente que piensa muchas cosas11. Quien nos juzga es el Señor, luego no debemos juzgar nada antes de tiempo hasta que venga el Señor, que iluminará lo oculto de las tinieblas y manifestará los dictámenes del corazón, y entonces se hará a cada uno el elogio por Dios12. Luego El verá cuánto progresó cada uno en el cumplimiento de sus mandamientos; sin embargo, en gran manera se complacerá quien hubiese amado la paz de aquella coedificación, y, por canto, no deberá desconfiar, porque sobremanera se agradará en sus mandamientos, y conseguirá la paz que se da en la tierra a los hombres de buena voluntad13.

3. [v.2-3]. De aquí que será poderosa su estirpe en la tierra; el Apóstol atestigua que la estirpe o el germen de la futura mies son las obras de misericordia, pues dice: No desfallezcamos obrando el bien, porque a su debido tiempo recogeremos14; y también: Quien siembra poco, poco ha de recoger15. ¿Qué cosa más grande puede darse, hermanos, que comprar el reino de los cielos, no sólo Zaqueo con la mitad de sus bienes16, sino también la viuda con dos ochavos17, y ambos poseer allí lo mismo? ¿Qué hay más poderoso que conseguir el mismo reino con los tesoros del rico y con el vaso de agua fría del pobre? Hay hombres que, yendo en busca de los bienes de la tierra, ejecutan estas cosas esperando recibir aquí recompensas del Señor o deseando agradar a los hombres. Pero será bendecida la generación de los justos, es decir, las obras de quienes, siendo rectos de corazón, su bien es el Dios de Israel. La rectitud de corazón consiste en no oponerse al Padre, que corrige, y en creer al que promete. Esta rectitud no la poseen aquellos que se resbalan, tambalean y caen, según se canta en otro salmo, cuando observan a los pecadores y, viendo su paz, juzgan que de nada sirvieron sus obras, porque no se les da la recompensa transitoria18. Por el contrario, el varón que teme a Dios y por la conversión de su recto corazón se acomoda a los santos designios del Señor, no busca la gloria de los hombres ni anhela las riquezas mundanas; y, sin embargo, su casa se llena de gloria y de riquezas. Su casa es su corazón, en donde, alabando a Dios, habita en más opulencia, con la esperanza de la vida eterna, que alabando a los hombres en techos y artesonados revestidos de mármol, con el temor de la muerte eterna. La justicia de éste permanece por los siglos de los siglos. Ella es su gloria, ella sus riquezas. La púrpura, el lino y los opíparos banquetes de aquél, siendo caducos, pasan; y, al tocarles su fin, arde la lengua y grita pidiendo la gota de agua del dedo de Lázaro19.

4. [v.4-9]. En las tinieblas nació la luz para los rectos de corazón. Con razón; enderezan los rectos su corazón hacia Dos, con razón caminan con su Dios anteponiendo la voluntad del Señor a la suya y no presumiendo soberbiamente nada de sus propios méritos, pues se acordaron que en otro tiempo fueron tinieblas y ahora son luz en el Señor20. Misericordioso, clemente y justo es el Señor Dios. Agrada que sea misericordioso y clemente, pero quizás aterra que sea justo el Señor Dios. No desconfíes en nada, ¡oh bienaventurado varón que temes al Señor y te complaces sobremanera en sus mandamientos! Sé benévolo, apiádate y presta, pues de tal modo es justo el Señor Dios, que juzga sin compasión a aquel que no obra misericordia21. Bueno es el varón —dice— que se apiada y presta. No te arrojará Dios de su boca como a amargo. Perdonad —dice— y se os perdonará; dad, y se os dará22. Encuanto que perdonas para que se te perdone, te compadeces; en cuanto que das para que se te dé, prestas. Aunque por el nombre genérico de misericordia se denomine misericordia a toda aquella por la que se socorre al indigente, sin embargo, hay diferencia entre ésta y aquélla por la que no gastas tus bienes, ni consumes dinero, ni ofreces vigor de trabajo corporal, sino que, perdonando lo que en ti perpetró alguno pecando, consigues gratis el perdón de tus pecados. Estos dos ejercicios de benignidad, el de perdonar los pecados y el de dar de los bienes, según lo que conmemoré del Evangelio: Perdonad, y se os perdonará; dad, y se os dará, creo que se hallan discernidos en este versillo al decir: Afable es el varón que se apiada y presta. Hermanos, no seamos remisos para esto. El que desea vengarse busca la gloria; pero atiende a lo que está escrito: Mejor es el que vence la ira que el que toma una ciudad23. El que no quiere dar a los pobres, busca las riquezas; pero oye lo que se escribió: Has de tener un tesoro en el cielo24. Perdonando, no estarás sin gloria, puesto que se triunfa más laudablemente venciendo la ira. Ni dando serás pobre, porque con más seguridad se posee el tesoro celeste. El versillo anterior: Gloria y riquezas (tendrá) en su casa dio a luz a este que acabo de exponer.

5. Así, pues, el que hace estas cosas ordenará sus palabras en el juicio. Los hechos son las palabras con las que se defenderá en el juicio, el cual se le hará con misericordia, porque él obró misericordia. Y no se conmoverá eternamente. El que, colocado a la derecha, oirá: Venid, benditos de mi Padre; recibid el reino que os está preparado desde el origen del inundo, pues allí únicamente se tienen en cuenta las obras de misericordia. Luego oirá: Venid, benditos de mi Padre, porque se bendecirá la generación de los rectos (de los justos), pues el justo vivirá en memoria eterna y no temerá al oír lo malo, es decir, lo que oirá cuando se diga a los que están a la izquierda: Id al fuego eterno, que se preparó para el diablo y sus ángeles25.

6. Por tanto, el que no busca aquí su propio bien, sino las cosas que son de Jesucristo, soporta pacientemente los sufrimientos y espera confiadamente las promesas, pues preparó Sil corazón para esperar en el Señor. Tampoco se desalienta ante las tentaciones, porque, afianzado su corazón, no se conmoverá hasta que vea más que sus enemigos. Sus enemigos anhelaron ver en este mundo bienes (materiales) y, siendo así que se les prometía invisibles, decían: ¿Quién nos mostrará los bienes?26 Luego se afiance nuestro corazón para que no nos conmovamos hasta que veamos más que nuestros enemigos. Ellos quieren ver los bienes de los hombres en la tierra de los que mueren, nosotros esperamos ver los bienes del Señor en la tierra de los vivientes27.

7. Es cosa grande tener afianzado el corazón y no conmoverse cuando gozan los que aman lo que ven e insultan a aquel que espera lo que no ve. No se conmoverá basta que vea también él, no lo de abajo, que ven sus enemigos, sino lo de arriba, por encima de sus enemigos: es decir, lo que el ojo no vio, ni oído lo oyó, ni penetró en el corazón del hombre, lo cual Dios preparó para los que le aman28. ¡De cuánto valor es lo que no se ve, y que cada uno compra cuanto puede tener! Por esto él distribuyó y dio a los pobres. No veía y compraba; pero el Señor, Que se dignaba soportar en la tierra hambre y sed en los pobres, le guardaba el tesoro en el cielo. No es de admirar que su justicia permanezca por los siglos de los siglos custodiándola Aquel que creó los siglos. Su poder será ensalzado en la gloria, el de aquel de quien despreciaban su humildad los soberbios.

8. [v.10]. Lo verá el pecador, y se airará. Tardía e infructuosa penitencia. ¿Contra quién se airará, si no es más bien contra sí mismo, cuando diga al ver ensalzado en la gloria el poder de aquel que distribuyó y dio a los pobres: ¿De qué nos aprovechó la soberbia? Y la jactancia de las riquezas, ¿qué bien nos acarreó? Rechinará sus dientes y se repudiará, porque allí será el llanto y el rechinar de dientes, pues no reverdecerá y florecerá, como le hubiera sucedido si se hubiere arrepentido a su debido tiempo; se arrepentirá, sin conseguir alivio alguno, cuando el deseo de los pecadores ha de perecer, pues perecerá el deseo de los pecadores cuando todas las cosas hayan pasado como sombras29; cuando, secándose el heno, caiga la flor. Sin embargo, la palabra del Señor permanece eternamente30. Copio fue ultrajada (la justicia de Dios) por la vanidad de los falsos bienaventurados, así se reirá (Dios) de la perdición de aquellos verdaderos desdichados.