Sermón al pueblo
1. Llegaron los días de cantar Aleluya. Atended, hermanos, para que podáis percibir la exhortación que el Señor me sugiera v fomentar la caridad, con la que nos es un bien unirnos a Dios. Atended, insignes cantores, hijos de las alabanzas y de la gloria sempiterna del verdadero e integérrimo Dios. Estad atentos los que sabéis cantar y salmear en vuestros corazones a Dios, dando gracias siempre por todas las cosas1, y alabad a Dios, pues esto significa Aleluya. Llegan ciertamente estos días que han de pasar, y pasan una vez que han llegado, simbolizando al día que no llega ni pasa, porque no le antecede el día de ayer para que venga, ni el de mañana le urge para que pase. Cuando nosotros hubiéramos llegado a él, quedando asociados a él, no pasaremos. Y, conforme se canta a Dios en cierto lugar, serán bienaventurados los que habitan en tu casa: por los siglos de los siglos te alabarán2. Este será el oficio de los tranquilos, la obra de los desocupados, la acción de los sosegados, el afán de los seguros. Así como estos días suceden solemnemente con grata alegría a los días pasados de la Cuaresma, por los que antes de la resurrección del cuerpo del Señor se simboliza la tristeza de esta vida, así el día que se dará después de la resurrección al Cuerpo total del Señor, esto es, a la santa Iglesia, se presentará con perpetua bienaventuranza, excluyendo todas las miserias y dolores de esta vida. Sin embargo, esta vida exige de nosotros la templanza, a fin de que, gimiendo sobrecargados con los trabajos y las luchas y anhelando sobrevestirnos de nuestro domicilio, que es el cielo3, nos abstengamos de los deleites mundanos. Esto lo simboliza el número cuadragenario, durante el cual ayunaron Moisés, Elías y el Señor4. También se nos manda a nosotros por la ley, los profetas y el Evangelio, el cual recibe el testimonio de la ley y los profetas, y, por lo mismo, también en el monte resplandeció, en medio de ambas personas, el Salvador5, que refrenemos, como con ayuno de moderación, nuestra avidez de todos los atractivos mundanos, con los que, cautivados los hombres, se olvidan de Dios mientras se predica la ley del decálogo, como salterio de diez cuerdas, por las cuatro partes del mundo, es decir, por todo el orbe; para que así el diez, sumado cuatro veces, forme el número cuadragenario. En el número quincuagenario, que se cuenta después de la resurrección, en el cual cantamos Aleluya, simboliza no el paso y el fin de cualquier tiempo, sino la bienaventurada eternidad, puesto que añadió al cuadragenario el denario; salario que se paga después de esta vida a. los fieles trabajadores, el cual, por determinación del padre de familia, es igual para los últimos y los primeros. Oigamos ya, lleno el pecho del pueblo de Dios de alabanza divina. Ved que celebra este salmo a cierto hombre alborozado con dichosa alegría. Prefigura al pueblo que tiene lleno el corazón del amor de Dios, es decir, al Cuerpo de Cristo librado de todo mal.
2. [v.2]. Te confesaré, Señor, con todo mi corazón. Nosiempre la confesión es de pecados, pues también se manifiesta la alabanza de Dios por el ofrecimiento de la confesión. Aquélla llora, ésta se alegra. Aquélla muestra la herida al médico, ésta da gracias por la salud recuperada. Esta confesión de alabanza muestra a un hombre no sólo librado de todo mal, sino apartado de todos los hombres perversos. Por tanto, veamos en dónde alabe al Señor con todo su corazón. En el consejo —dice—de los rectores y enla congregación. Creo que éstos son los que se sentarán en doce tronos para juzgar a las doce tribus de Israel6, pues ya entre ellos no existe inicuo, no se toleran los hurtos de ningún Judas, ningún Simón Mago se bautiza queriendo comprar el Espíritu Santo para venderle7, ningún Alejandro calderero proporcionará muchos males8, ningún falso hermano penetrará allí vestido con piel de oveja, entre los cuales es necesario que ahora gima la Iglesia, y a los que entonces es necesario que excluya al ser congregados todos los justos. Estas son las grandes obras del Señor, escogidas entre todos sus quereres, por las cuales la misericordia no abandonará a ningún penitente ni dejará impune iniquidad alguna, puesto que castiga a todo aquel que recibe por hijo9. Si el justo apenas se salva, el pecador y el impío, ¿en dónde se dejarán ver?10 Elija el hombre para sí lo que quiera. Con todo, no están de tal modo establecidas las obras del Señor, que, dotada la criatura de libre albedrío, se sobreponga a la voluntad del Creador aun cuando ella haga su voluntad contra Dios. Dios no quiere que peques, pues lo prohíbe; sin embargo, si pecas, no pienses que el hombre hizo su antojo y que a Dios le aconteció lo que no quiso. Pues así como quiere que el hombre no peque, y, si peca, quiere perdonar al pecador para que se convierta y viva, así también quiere castigar al fin al que perseveró en el pecado para que el contumaz no evada el imperio de la justicia. Por tanto, no faltará al Omnipotente modo de cumplir su voluntad sobre ti, elijas lo que elijas, pues las grandes obras del Señor se hallan recopiladas en todos sus quereres.
3. [v.3]. Alabanza y magnificencia es su obra. ¿Qué cosa más grande que justificar al impío? Pero quizás la obra del hombre prepara esta magnificencia de Dios, de suerte que al confesar los pecados merezca ser justificado, pues descendió del templo más bien justificado el publicano que el fariseo, porque aquél no se atrevía a levantar los ojos al cielo, sino que hería su pecho, diciendo: "Dios, séme propicio a mí, pecador". La justificación del pecador es la magnificencia del Señor, porque el que se humilla será ensalzado y el que se ensalza será humillado11. Esta es la magnificencia del Señor, porque mucho ama aquel a quien mucho se le perdona12. Esta es la magnificencia del Señor, porque en donde abundó el pecado sobreabundó la gracia13. Pero ¿quizás por las obras? No por las obras —dice el Apóstol—, para que nadie se engría. Pues de El somos hechura, creados en Cristo para obras buenas14. El hombre no obra justicia si no está justificado. Creyendo en Aquel que justifica al impío, por la fe comienza a justificarse, para que de este modo no muestren las buenas obras precedentes lo que mereció, sino las consiguientes lo que recibió. Luego ¿qué diremos de la confesión? Que aún no es obra de justicia, sino reprobación del delito. Pero de cualquier modo que sea, ¡oh hombre!, no te vanaglories de ella, a fin de que quien se gloría, se gloríe en el Señor15. Pues ¿qué tienes que no hayas recibido?16 No sólola magnificencia, por la cual se justifica el impío, es obra suya, sino también la confesión y la magnificencia o generosidad. ¿Diremos que porque se apiada de quien quiere y a quien quiere le endurece que no hay justicia en Dios? En manera alguna; su justicia permanece por los siglos de los siglos. Tú, hombre de este mundo, ¿quién eres para replicar a Dios?17
4. [v.4-5]. Recordó sus maravillas humillando a unos y exaltando a otros. Recordó sus maravillas reservando para tiempo oportuno los inusitados prodigios que la debilidad humana recordó por la súbita novedad, siendo así que sus obras cotidianas son mayores milagros. Crea infinidad de árboles en toda la tierra, y nadie se admira; seca con su palabra uno, y se sobrecogen de admiración los corazones de los hombres18: Pero recordó sus maravillas. Este continuo milagro unirá sobremanera a los atentos corazones, porque la asiduidad no envilece.
5. ¿De qué sirvieron los milagros? De temor. ¿De qué hubiera aprovechado el temor si el Señor, misericordioso y compasivo, no diera alimento a los que le temen, y alimento que no se corrompe, pan que descendió del cielo19 y que dio de pura liberalidad? En efecto, Cristo murió por los impíos20. Nadie daría tal alimento a no ser únicamente el misericordioso y compasivo Señor. Y si dio tanto para esta vida, si el pecador recibió al Verbo hecho carne para justificarse, ¿qué no recibirá en el siglo futuro siendo glorificado? Se acordará eternamente de su alianza, pues aún no dio todo el que dio arras.
6. [v.6-9]. Manifestará a su pueblo la fortaleza de sus obras. No se contristen los santos israelitas que dejaron todos sus bienes y le siguieron. No se contristen diciendo: ¿Quién podrá salvarse, si más fácil entra un camello por el ojo de una aguja que un rico en el reino de los cielos?21 En esto les manifestó la fortaleza de sus obras, porque les dijo: Las cosas que son imposibles a los hombres, para Dios son fáciles. Les dio la heredad de las gentes. Se llegó a las gentes y dio a los ricos de este mundo el precepto de no ensoberbecerse y de no poner la esperanza en lo inseguro de las riquezas, sino en Dios vivo22, para quien es fácil lo que es imposible a los hombres. De este modo fueron muchos llamados, así se ocupó la heredad de las gentes, así aconteció también que muchos que no abandonaron todos sus bienes en esta vida para seguirle, no obstante, la despreciasen en pro de su nombre con la confesión, y como camellos que se agachan llevando la carga de las tribulaciones, entraron por el ojo de una aguja, por las angosturas punzantes del sufrimiento. Esto lo hizo Aquel para quien son fáciles todas las cosas.
7. Las obras de sus manos son verdad y juicio. Retengan la verdad aquellos que son juzgados aquí. Aquí son juzgados los mártires y son conducidos a juicio aquellos que han de juzgar no sólo a los mismos por quienes fueron juzgados, sino también a los ángeles23, contra quienes luchaban cuando aparecían juzgados por los hombres. No nos aparte de Cristo la tribulación, la angustia, el hambre, le desnudez y la espada24. Estables son todos sus mandamientos. No engaña, da lo que prometió. Sin embargo, no ha de exigirse aquí lo que prometió, no ha de esperarse aquí. Con todo, se hallan confirmados por los siglos de los siglos y han sido constituidos en verdad y en equidad. Lo justo y lo real es que aquí se trabaje y allí se descanse, porque envió redención a su pueblo. ¿De qué son redimidos si no es de la cautividad de su peregrinación? Luego sólo se busque el descanso en la patria celeste.
8. Dios ciertamente dio a los carnales israelitas la terrena Jerusalén, la cual sirve con sus hijos. Pero esto es cosa del Viejo Testamento y que pertenece al hombre viejo. Los que allí entendieron esto figuradamente, también se hicieron entonces herederos del Nuevo, porque la Jerusalén que está arriba es libre, y es también madre nuestra25, eterna en los cielos. Por el Viejo Testamento se probó efectivamente que prometió cosas transitorias. Pero ahora dice: Estableció para siempre su alianza. ¿Y cuál es (esta eterna) si no es la Nueva? Cualquiera que anhele ser heredero de esta alianza o testamento, no se engañe, no piense carnalmente en la tierra que mana leche y miel, ni en amena posesión, ni en huertos fructíferos y sombreados; no piense conseguir algo parecido a lo que acostumbra a desear aquí el ojo avariento. Como la codicia es la raíz de todos los males26, ha de destruirse, para que desaparezca aquí, y no dilatarla, para que se sacie allí. Ante todo, huye del castigo, evita el fuego; antes que desee al Dios promitente, presérvate del Dios amenazante, pues santo y terrible es su nombre.
9. [v.10]. En lugar de todos los placeres de este mundo que probaste o que piensas puedes aumentar y multiplicar, anhela la sabiduría, madre de las delicias imperecederas. Pero ten presente que el comienzo de la sabiduría es el temor de Dios. Ella deleitará, y, sin duda, deleitará inefablemente con los puros y eternos amores de la verdad; pero antes que exijas el premio se te han de dar las cosas que has merecido. Luego el comienzo de la sabiduría es el temor de Dios. Bueno es el entendimiento. ¿Quién lo niega? Pero entender y no obrar es peligroso. Luego es bueno para los que obran. Pero no se engría la mente, pues sólo permanece la alabanza por los siglos de los siglos de aquel de quien el temor es comienzo de sabiduría. Y esta alabanza eterna será el premio, ésta el fin y ésta la mansión y el trono perpetuo. Allí se encuentran los mandamientos estables, afianzados por los siglos de los siglos. Los mandamientos eternos son la heredad del Nuevo Testamento. Una cosa pedí al Señor —dice el salmista—, ésta buscaré: que yo azore en la casa del Señor durante todos los días de mi vida. Bienaventurados los que habitan en la casa del Señor; por los siglos de los siglos le alabarán27, porque su alabanza permanece eternamente.