SALMO 106

Traductor: P. Miguel Fuertes Lanero, OSA

Sermón al pueblo

Hipona. En el 411 ó en el 412

1. [v.1]. Este salmo nos recuerda las misericordias que Dios ha tenido con nosotros, y por eso es más agradable a quienes las han experimentado. Y será maravilloso si pudiera resultar agradable a cualquier otro, además de quien ha experimentado en sí mismo lo que oye en este salmo. No obstante, este salmo no se compuso para uno o dos, sino para el pueblo de Dios; y fue propuesto para que el mismo pueblo se reconociese como en un espejo. Su título no es ahora el momento de exponerlo. Es Aleluya, es más, un doble Aleluya. Esto solemos cantarlo solemnemente en determinados tiempos, según la antigua tradición de la Iglesia, y además, el cantarlo en determinados días, no es ajeno a expresar un profundo misterio. Cantamos, por cierto, el Aleluya en determinados días, pero lo tenemos en nuestra mente cada día. En efecto, si esta palabra significa alabanza de Dios, aunque no la tengamos siempre en la boca, sí la tenemos en el corazón, ya que es cierto que —como decimos en un salmo—: Su Alabanza está siempre en mi boca1. Y el hecho de que el Aleluya no sea uno sólo, sino dos, no es únicamente de este salmo, pues el anterior también lo tiene así, duplicado. Y, por lo que da a indicar el mismo texto, aquel salmo es cantado refiriéndose al pueblo de Israel; y en cambio, éste, lo hace refiriéndose a la Iglesia de Dios, extendida por todo el orbe de la tierra. Y quizá no sin razón tiene dos Aleluyas; y por eso mismo nosotros clamamos también ¡Abba, Padre! (padre, padre), puesto que Abba no significa sino Padre, y además, no sin razón el Apóstol dijo: (el Espíritu) nos hace clamar: ¡Abba, Padre!2, ya que, concurriendo ambas paredes en la misma piedra angular, una de ellas grita Abba, y la otra, desde el otro lado grita Padre, siempre fundamentadas sobre aquella Piedra Angular, que es nuestra paz, y que nos ha hecho de los dos componentes uno solo3. Veamos, pues aquí qué es lo que nos comunica, por qué nos congratulamos, por qué gemimos, por qué pedimos auxilio, por qué somos abandonados, y cómo nos llegará el socorro; qué somos por nosotros mismos, y qué por la misericordia de Dios; de qué modo anula nuestra soberbia, para que sea glorificada su gracia. Si es posible, que se le ocurra a cualquiera lo que voy a decir. Me dirijo a aquellos que transitan el camino del Señor, y han logrado ya algún avance espiritual; y si algunos, por este motivo, no me entienden bien, miren a ver en qué situación se encuentran, y, mejorando, se apresuren a ponerse en condiciones de entender. No creo que Dios rehúse mi ayuda para que llegue a todos lo que estoy diciendo, tanto a los expertos como a los que no lo son, y así lo aprobarán los expertos, y los inexpertos lo desearán, y a todos resultará agradable esta mi exposición. La cual será agradable al Señor, si es verídica, y lo será si no procede de mí, sino de él. El salmo comienza así:

2. [v.1]. Alabad al Señor, porque es suave, porque es eterna su misericordia. Esto debéis manifestar, que es suave: si lo habéis gustado, proclamadlo. No puede decirlo el que se ha negado a gustarlo; ¿Cómo va alguien a decir que es suave lo que no conoce? Pero vosotros, si habéis probado cuán suave es el Señor4, Aclamad al Señor, porque es suave: si lo habéis gustado con avidez, eructadlo con la confesión. Porque su misericordia es por un siglo, es decir, eterna. Aquí se ha escrito por un siglo (in saeculum), como en varios lugares de la Escritura esto mismo en griego se dice èis aiôna, que significa por siempre, eterno/a. Y por cierto, la misericordia divina no es temporal, sino eterna, ya que su misericordia llega a los hombres para que vivan eternamente con los ángeles.

3. [vv.2-3]. Que lo digan los redimidos por el Señor. Parece, realmente, que el redimido es el pueblo de Israel, liberado de la tierra de Egipto, del yugo de la esclavitud, de los trabajos forzados, de la fabricación de adobes. Veamos, sin embargo, si son ellos, los liberados de Egipto por el Señor, quienes dicen esto. No es así, no. Entonces, ¿quiénes son? Aquellos a quienes ha rescatado de la mano de los enemigos. Quizá podría alguno pensar que los redimidos de la mano de los enemigos son los egipcios. Hay que aclarar con precisión de quiénes quiere este salmo que se cante todo esto. Los reunió de entre las regiones. Estas regiones también pueden ser las de Egipto, puesto que una sola provincia tiene muchas regiones. Que lo diga más claro: Del Oriente y del Occidente, del Norte y del mar. Debemos, pues, entender que los redimidos pertenecen a todo el orbe de la tierra. Este pueblo de Dios, rescatado del grande y extenso Egipto, es conducido como a través del mar Rojo, para que elimine a los enemigos en el bautismo. Y de hecho, en el sacramento, digamos, del mar Rojo, es decir, por el bautismo, consagrado por la sangre de Cristo, es como quedan destruidos los egipcios perseguidores, o sea, nuestros pecados; y por tanto, una vez que tú has huido, no quedará ninguno de los enemigos que te acosaban. Sean éstos, pues, quienes digan estas cosas. Y nosotros, hermanos (puesto que este pueblo de Dios es conducido), oigamos ya qué es lo que acontece en la asamblea de todas las naciones redimida por Cristo. No como si todas estas cosas que cantamos, sucedieran simultáneamente en todos, sino personalmente en cada uno de los creyentes, puesto que en aquel pueblo fue de otra manera. Y así fue como el pueblo entero, toda aquella nación del linaje de Abrahán, según la carne, toda la multitud de la casa de Israel, fue sacada una sola vez de Egipto, y una sola vez conducida a través del mar Rojo, y una sola vez llevada a la tierra de promisión, pues estaban simultáneamente todos juntos entre aquellos a quienes sucedían estas cosas. Pero todo esto les acontecía a ellos simbólicamente, y ha sido escrito para aviso y corrección de quienes vivimos en la plenitud de los tiempos5. Nosotros, en cambio, todos los creyentes, no somos congregados a un tiempo, sino poco a poco y uno por uno vamos siendo reunidos en una determinada ciudad, y en un solo pueblo de Dios; pero también individual y personalmente nos sucede lo que está escrito que sucede en el pueblo, puesto que el pueblo proviene de los individuos, no los individuos del pueblo. ¿Acaso un solo individuo proviene de varios pueblos? En cambio un pueblo surge de varios individuos. Entonces, cualquier cosa que, por experimentado que seas, descubres que sucede en ti mientras yo hablo, no debes quedarte como encerrado pensándolo en tu interior, creyendo que sólo esto te sucede a ti, sino date cuenta de que sucede en todos, o en casi todos los que vienen a formar parte de este pueblo, y son redimidos de la mano de los enemigos por la preciosa sangre de Cristo.

4. Hay que repetir con insistencia lo que acabamos de cantar: Alaben al Señor sus misericordias, y las maravillas que hace con los hombres. Este versículo, como he podido comprobar, —y que también vosotros lo podéis hacer— está repetido cuatro veces. Y este número —en cuanto he podido investigar, con la ayuda del Señor— nos da a conocer cuatro clases de tentaciones, de las que nos libra aquél a quien se confiesan sus misericordias. Imagínate primeramente a un hombre que no busca nada, y que vive según su antigua vida, con una seguridad engañadora, creyendo que no hay nada después de esta vida, que ha de acabar algún día; a un hombre negligente y desidioso, que tiene embotado el corazón con los atractivos del mundo, y adormecido con los deleites mortíferos. Para que éste sea impulsado a buscar la gracia de Dios, para que se conmueva, y despierte como de un sueño, ¿No es, acaso, la mano de Dios quien lo despierta? Pero él ignora quién lo impulsa. No obstante, comienza a ser ya de Dios cuando conoce la verdad de la fe. Pero antes de conocerla se duele de su error; y al encontrarse en el error, quiere conocer la verdad; por eso llama donde puede, tantea cuanto puede, vaga por donde puede y soporta el hambre de la verdad. Así pues, la primera tentación es la del error y la del hambre. Cuando, ya fatigado en esta tentación, clama al Señor, es conducido al camino de la fe; y así comienza a dirigirse a la ciudad del descanso. Es conducido a Cristo, que ha dicho: Yo soy el camino6.

5. Y cuando haya llegado aquí, sabiendo ya hacia dónde debe enfocar su atención, pensando, a veces atrozmente, de sí mismo, y como presumiendo de sus propias fuerzas, comienza a querer combatir contra los pecados, y, a causa de su soberbia, queda derrotado. Se siente aprisionado por los lazos de sus pasiones, y no puede caminar por estas ataduras. Se siente encerrado en la cárcel de los vicios; y como si se hubiera levantado un muro, imposible de escalar, y con las puertas cerradas, no encuentra por dónde evadirse para vivir con dignidad. Ya sabe cómo debe vivir, pues antes se hallaba en el error y padecía el hambre de la verdad; pero ahora, recibido ya el alimento de la verdad, y puesto en el recto camino, siente que se le dice: "Vive bien, según lo que ya sabes; antes no sabías cómo debías vivir; pero ahora ya lo has aprendido y lo sabes". Lo intenta, pero no puede; se siente atado y clama al Señor. Así que la segunda tentación es la dificultad en el bien obrar, como la primera era la del error y la del hambre. También en esta tentación levanta la voz al Señor, y el Señor lo libra de esta precaria situación, le rompe las ataduras de la dificultad, y lo establece en la práctica de la bondad. A partir de aquí comienza ya a serle fácil lo que antes le era difícil: abstenerse del mal, no adulterar, no matar, no cometer sacrilegios, abstenerse del deseo de los bienes ajenos: se ha convertido en facilidad lo que antes había sido dificultad. Le ha podido el Señor brindar todo esto sin dificultad; pero si esto nosotros lo tuviéramos sin trabajo, no reconoceríamos al dador de este bien. Pues si cuando el hombre quiere algo, pudiera realizarlo con facilidad, y no sintiese el acoso de las pasiones contra sí mismo, ni que el alma, cargada con sus ataduras, es zarandeada, atribuiría a sus propias fuerzas este poder que advierte en sí mismo, y no alabarían al Señor sus misericordias.

6. Después de estas dos tentaciones: la primera la del error y la carencia de la verdad, y la segunda, la de la dificultad de obrar el bien, hay una tercera que se le presenta al hombre. Hablo a quien ya ha experimentado las otras dos, pues estas, lo reconozco, son conocidas de muchos. ¿Quién no sabe que de la ignorancia pasó a la verdad, del error al verdadero camino, del hambre de la sabiduría a la palabra de la fe? Además, muchos luchan también contra los impedimentos de sus vicios, y, estando todavía atrapados en los hábitos contraídos, gimen como aprisionados y sujetos con cepos. Conocen, sí, esta tentación, aunque digan —si es que lo dicen—: ¡Infeliz de mí! ¿Quién me librará del cuerpo de esta muerte?7 Fíjate cuán opresivas son estas cadenas: La carne —dice el Apóstol— apetece contra el espíritu, y el espíritu contra la carne (...), de modo que no podréis hacer lo que queréis8. Ahora bien, el que ya está ayudado espiritualmente, y, tal como ya ha decidido en su voluntad, logra no ser adúltero, no ser ladrón, (y las demás cosas que los hombres quieren vencer, y muchas veces son doblegados y vencidos, por lo cual claman a Dios para que les libre de su crítica situación, y, al verse libres, den gracias al Señor por sus misericordias), aquél —insisto—, que ya ha vencido esas dificultades, y que probablemente vive entre los hombres sin reproche alguno de sus malas costumbres pasadas, se encontrará en esta vida con una tercera tentación, que consiste en un cierto hastío, por el que, a veces, no le agrada ni el orar ni el leer. La tercera tentación es contraria a la primera, ya que en la primera la dificultad era el hambre, y después el hastío. ¿Y esto de dónde proviene, sino de una cierta flojedad del alma? Ya no le seduce el adulterio, pero tampoco te complace la Palabra de Dios. Ten cuidado, pues, no sea que después del peligro de la ignorancia y de la concupiscencia, de los cuales te alegras de haberte evadido, te maten el tedio y el hastío. No es ésta, ni mucho menos, una leve tentación. Reconócete estar en ella, y levanta tu voz al Señor, para que también aquí te libre de tus flaquezas. Y, apenas te veas libre de ellas, que le alaben sus misericordias.

7. Librado ya del error, librado de la dificultad de obrar el bien, librado del hastío y del tedio de la palabra de Dios, tal vez seas digno de que se te encomiende el pueblo, y de ser constituido timonel de la nave, encargándote el gobierno de la Iglesia. Es aquí donde está la cuarta tentación. Las tempestades del mar, que baten la a Iglesia, alteran también al capitán. En fin, las tres primeras tentaciones las puede experimentar todo fiel piadoso del pueblo de Dios. La cuarta, en cambio, me toca a mí. Pues cuanto más me vea honrado, tanto más me veo en peligro. Está el temor de que el peligro del error aleje de la verdad a alguno de vosotros; y el temor de que a alguno le venza su propia codicia, y se deje guiar por ella, en lugar de clamar al Señor en las luchas que se derivan de sus vicios. Y hay que temer que en cada uno de vosotros se venga abajo la estima de la palabra de Dios, y que muera por el hastío. Pero la tentación del gobierno, la tentación de los peligros que hay en la dirección de la Iglesia, me toca a mí de una manera muy particular. Pero ¿cómo vais a sentiros libres vosotros, si es toda la nave la que corre este peligro? He dicho esto para evitar que en esta cuarta tentación, al creerla exclusiva y personalmente mía (en la que es muy necesario elevar plegarias), no dejéis de hacerlas, ya que los primeros en naufragar seréis vosotros; por tanto, sin bajar la guardia, no dejéis de orar solícitamente por mí. ¿O creéis, hermanos, que por no estar sentados junto al timón, no navegáis todos en la misma nave que yo?

8. Después de estas cuatro tentaciones, que son cuatro imploraciones de auxilio, de estas cuatro liberaciones, de estas cuatro confesiones de las misericordias del Señor, este salmo continúa recordándonos toda la Iglesia en general, para que conozcáis que de ella hablaba el salmo desde su comienzo. Y de tal modo lo manifiesta, que en todos nosotros se hace exaltar la gracia de Dios, el cual resiste a los soberbios y da su gracia a los humildes9, porque ha venido para que quienes no ven, vean, y los que ven, queden ciegos10, ya que todo valle será rellenado, y todo monte y collado, rebajado11. Después de haber recomendado esto, dice también algo que se puede referir a los herejes, quienes destrozan a la Iglesia, como sucede con las guerras civiles; con esto se concluye el salmo, que ya he explicado, quizás más brevemente de lo que pensabais. Creo, pues, que ya os he explicado el salmo, un tanto largo, de suerte que ya no esperéis de mí el oficio de expositor, sino, a lo sumo, de lector, si retenéis lo que os he dicho. Creo que lo tenéis bien claro ante vuestros ojos, pero para que lo recordéis mejor, lo voy a repetir brevemente. La primera tentación es la del error, y la del hambre de la palabra divina; la segunda, es la de la dificultad en vencer las pasiones; la tercera, la del tedio o hastío; la cuarta, la de la tempestad y los peligros que hay en los gobiernos de las Iglesias. En todas ellas están las exclamaciones, las liberaciones, y las alabanzas de las misericordias de Dios. Al final se encuentra recordada y recomendada la Iglesia, que obtiene la salvación por la gracia de nuestro Dios, no por sus propios méritos. Y viene también recordada la ruina de los enemigos, por causa de su soberbia, los cuales, una vez extinguidos, se restablece la Iglesia; se recuerdan también ciertas insidias, con perjuicio de mermas, causadas por los herejes, y de menoscabos, en cierto modo de los de casa, y debido a ellos, los beneficios divinos para con la Iglesia; y así concluye el salmo. Y ahora voy a leer, más bien que exponer.

9. [vv.2-9].Díganlo los redimidos por el Señor, los que él rescató de la mano de los enemigos; los ha congregado de las regiones, del Oriente y del Occidente, del Aquilón y del mar. Que lo digan, pues, los cristianos que han sido llamados de todo el mundo. Anduvieron errantes por el desierto solitario, por la tierra árida, no encontraron camino alguno de ciudad donde habitar. Hemos oído un lastimoso error. ¿Qué se dice de la indigencia? Pasaban hambre y sed, se les fue agotando la vida. Pero ¿por qué se les agotó? ¿Por qué bien? Dios, efectivamente, no es cruel; al contrario, se nos encomienda, lo cual nos conviene, para que, al desfallecer, le invoquemos, y al socorrernos, le amemos. Por eso, después de este error, después de esta hambre y sed, se dice: Y clamaron al Señor en su angustia, y los arrancó de su tribulación. ¿Y cómo les ayudó cuando andaban errantes? Y los condujo por el recto camino. No lograban encontrar el camino hacia una ciudad donde alojarse; se abrasaban de hambre y de sed, y desfallecían, y los condujo por un camino recto para que llegaran a una ciudad donde alojarse. Todavía no ha dicho cómo los socorrió en el hambre y en la sed, pero esperad también este auxilio. Alaben al Señor sus misericordias, y sus maravillas para con los hombres. Decid a los expertos, situados ya en el camino, decídselo a los inexpertos, vosotros los expertos, que ya estáis situados en el recto camino, conducidos ya a encontrar la ciudad, y librados, por fin, del hambre y de la sed: Porque ha saciado el alma en ayunas, y ha colmado de bienes al alma hambrienta.

10. [vv.10-17]. Debes, pues, vivir bien; te encuentras ya situado en el recto camino, has oído ya lo que debes hacer y lo que debes esperar. ¿Y a qué otra cosa aspiras, si lo que intentas lo consigues con creces? Yacían en tinieblas y en sombra de muerte, atrapados por la miseria y los cepos de hierro. ¿Y esto de dónde procedía, sino de que te atribuías a ti los bienes, de que no reconocías la gracia de Dios, de que no aceptabas los planes que la voluntad del Señor tiene sobre ti? Mira ya lo que añade: Porque se rebelaron contra las palabras del Señor, por su soberbia, no haciendo caso de la justicia del Señor, y tratando de establecer la suya propia12. Y despreciaron el plan del Altísimo. Y fue abatido su corazón en los trabajos. Y por eso ahora lucha contra la concupiscencia. Faltándote el auxilio de Dios, puedes esforzarte, pero no vencer. Y al ser oprimido por tu perversa costumbre, se abatirá tu corazón en los afanes, y precisamente en esta humillación interior, aprenderás a clamar: ¡Pobre de mí! ¿Quién me librará de este cuerpo de muerte?13 Fue, pues, abatido su corazón en los trabajos. Sucumbían y nadie los socorría. ¿Qué queda, pues, sino preguntarse por qué sucedió esto? Porque si hubiera sido promulgada una ley capaz de devolver la vida, entonces la justicia procedería exclusivamente de la ley. Pero la Escritura lo encerró todo bajo el pecado, para que la promesa fuera dada a los creyentes por la fe en Jesucristo14. La ley se estableció para que abundase el delito15. Has recibido la Palabra, has recibido el precepto; y como no dejas de hacer el mal que hacías, habiendo recibido el precepto, aumentas los pecados por la prevaricación. ¡Tú, soberbio! Si te desconocías, aprende al menos ahora a sentirte humillado. Ponte a gritar, y serás librado de tu crítico estado, y una vez librado, proclamarás las misericordias del Señor. Y gritaron al Señor en su angustia, y los libró de su tribulación. Fueron librados de la segunda tentación. Falta la deltedio y del hastío. Pero antes debéis mirar lo que ha hecho por estos hombres que ha librado. Y los sacó de las tinieblas y de la sombra de muerte, y les quebró sus cadenas. Alaben al Señor sus misericordias, y sus maravillas para con los hombres. ¿Por qué? ¿Qué dificultades venció? Porque quebró las puertas de bronce y rompió los cerrojos de hierro. Los acogió del camino de su maldad; por sus injusticias fueron humillados. Porque se atribuían a sí las obras buenas, y no a Dios, porque querían establecer su propia justicia, ignorando la de Dios, por eso fueron humillados. De este modo, los que presumían únicamente de sus propias fuerzas, se dieron cuenta de que nada podían sin la ayuda de Dios.

11. [vv.18-22]. ¿Y qué otra clase de tentación nos queda? Y su alma aborrecía todos los manjares. Ya soportan el tedio, ya languidecen por el hastío, y por él peligran. A no ser que pienses que pudo matarles el hambre, pero no el hastío. Para que no creyeras que se hallaban seguros por la saciedad, y por tanto, no te pareciese que habían de morir de hastío, mira lo que sigue después de haber dicho: Y su alma aborreció todos los manjares. Y tocaban ya —dice— las puertas de la muerte. ¿Qué queda, pues? Queda que si te deleita la palabra de Dios, no te lo atribuyas a tus méritos, ni te engrías por ello, y que, al estar tú ansioso del alimento, no te precipites soberbiamente contra los que están en peligro por el hastío. Reconoce que también esto se te ha dado, y que no procede de ti. Porque ¿qué tienes, que no hayas recibido?16 Si esto lo reconoces, y te hallas en peligro, afectado por este vicio y debilidad, pon en práctica lo que sigue: Y gritaron al Señor en su angustia, y los libró de su tribulación. Y como la tibieza provenía de no tener ya gusto, envió su palabra y los sanó. Mira qué mal lleva consigo el hastío; fíjate de qué manera libra aquél a quien clama el hastiado: Envió su palabra y los sanó, y los libró. ¿De qué? No del error, ni del hambre, ni de la dificultad en vencer los pecados, sino de su depravación. Hay una depravación y corrupción de la mente, cuando uno siente hastío por lo que en realidad es agradable. Así que, por este beneficio, como también por los anteriores, den gracias al Señor sus misericordias, y las maravillas que hace con los hombres. Y ofrézcanle un sacrificio de alabanza, puesto que el Señor ya es agradable y merece ser alabado. Y publiquen con entusiasmo sus hazañas; no con hastío, no con languidez ni con angustia, no con tristeza, sino con entusiasmo y alegría.

12. [vv.23-31]. Falta hablar de la cuarta tentación, por la que todos estamos en peligro, puesto que todos nos hallamos en la nave. Unos son los encargados de la navegación, y otros son conducidos; pero en la tempestad todos están en peligro, y todos se salvan al llegar al puerto. Después de todo esto, el salmo continúa: Los que descienden al mar en las naves, para traficar en las aguas inmensas, es decir en muchos pueblos. Con frecuencia las aguas simbolizan a los pueblos, según lo atestigua el Apocalipsis de Juan, cuando al preguntar él sobre el significado de aquellas aguas, se le respondió: Son los pueblos17. Luego, quienes trafican en las aguas inmensas, son los que han visto las hazañas del Señor y sus maravillas en profundidad. ¿Y qué hay más profundo que el corazón de los hombres? Allí se originan los vientos y las tempestades de las sediciones y de las rebeliones que perturban la nave. ¿Y qué habrá que hacer en tales situaciones? Queriendo Dios que clamasen a él los capitanes y los pasajeros: Habló, y se detuvo el viento de la tempestad. ¿Qué significa: se detuvo (stetit)? Que se quedó, que permaneció; que aún perturba, todavía azota, se ensaña y no pasa. Habló, pues, y se detuvo el viento de la tempestad. ¿Y qué hizo este viento tempestuoso? Y se encresparon sus olas. Suben hasta los cielos, por su osadía. Descienden hasta los abismos, por su miedo. Suben hasta los cielos, y bajan hasta los abismos. Fuera se afrontan luchas, dentro hay temores. Su alma se consumía en esas desgracias. Se agitaron y se tambalearon como un borracho. Los encargados del gobierno de la nave, y los que la aman sinceramente, comprenden lo que estoy diciendo: Se agitaron y se tambalearon como un borracho. No hay duda de que cuando hablan, cuando leen, cuando explican, parecen sabios. Pero ¡ay cuando llega la tempestad! Y toda su sabiduría —dice— se ha desvanecido. Algunas veces faltan todos los recursos humanos. Adondequiera que uno se vuelve, brama el oleaje, se enfurece la tempestad, desfallecen los brazos; los timoneles no ven absolutamente hacia dónde dirigir la proa, a qué ola presentar el costado, adónde dejar que sea llevada la nave, cómo frenarla para que no se estrelle contra los peñascos, nada de esto ven los capitanes. En estas circunstancias, ¿qué habrá que hacer, sino lo que sigue? Y gritaron al Señor en su angustia, y los sacó de sus tribulaciones. Y dio orden a la borrasca, y se apaciguó en suave brisa. No permaneció como tempestad, sino como suave brisa. Y enmudeció el oleaje. Escuchad sobre este punto la voz de un timonel que vivió el peligro, la humillación y la liberación: No quiero —dice—, hermanos, que ignoréis la tribulación que hemos sufrido en Asia, porque hemos sido abrumados sobre nuestras fuerzas, y hasta el extremo (aquí veo toda su sabiduría venida abajo), hasta tal punto, dice, que nos daba hastío incluso el mismo vivir. ¿Y entonces qué? ¿Acaso debía Dios abandonar a los hombres en este estado de incapacidad? ¿O bien, ellos desfallecieron para que él encontrara en ellos su gloria? ¿Qué es lo que sigue a continuación? Pero nosotros hemos tenido sobre nosotros mismos la sentencia de muerte, para que no confiemos en nosotros mismos, sino en Dios, que resucita a los muertos18. Y dio orden a la borrasca, y se apaciguó en suave brisa. Ya aquellos, de quienes se había desvanecido toda su sabiduría, habían tenido de sí mismos un veredicto de muerte sobre sí mismos. Y enmudeció el oleaje. Y se alegraron de aquella bonanza. Y los condujo al puerto tan ansiado por ellos. Alaben al Señor sus misericordias. Sí, de verdad, en todo lugar, por todas partes, alaben al Señor, no nuestros méritos, no nuestras fuerzas, no nuestra sabiduría, sino sus misericordias. En cada liberación nuestra, debe ser amado aquél que hemos invocado en todas nuestras tribulaciones. Alaben al Señor sus misericordias, y las maravillas que ha hecho con los hombres.

13. [vv.32-38]. Mirad a ver por qué nos habrá dicho esto, por qué se habrá anticipado en declararnos todas estas cosas, por qué las habrá ido enumerando, y dónde han sucedido. Y aclámenlo en la asamblea del pueblo, y alábenlo en el consejo de los ancianos. Aclámenlo es lo mismo que alábenlo, y alábenlo, lo mismo que aclámenlo. Aclámenlo y alábenlo los pueblos y los ancianos, los mercaderes y los timoneles. ¿Qué ha hecho en esta asamblea de la Iglesia, qué es lo que ha establecido; de dónde la liberó? ¿Qué es lo que le ha concedido? Como se enfrentó con los soberbios, así dio su gracia a los humildes19: a los soberbios, es decir, al primer pueblo judío, orgulloso y engreído de ser linaje de Abrahán, y por habérsele concedido los oráculos de Dios20. Pero todo esto no les sirvió para su salvación, sino más bien para una auto exaltación, para una hinchazón, más que para grandeza. ¿Qué hizo Dios resistiendo a los soberbios y dando su gracia a los humildes, podando los ramos naturales por su soberbia, e injertando el acebuche por su humildad?21 ¿Qué fue lo que hizo Dios? Escuchad estas dos cosas; primero, cómo Dios resiste a los soberbios; después, cómo da su gracia a los humildes. Convirtió los ríos en desierto. Allí corrían las aguas, fluían las profecías. Mira a ver si encuentras ahora profetas entre los judíos: no encontrarás ninguno. Porque convirtió los ríos en desierto, y los manantiales de agua en aridez. Digan ahora: Ya no nos queda ningún profeta, y en adelante ya no nos conocerá más22. Convirtió los ríos en desierto, y los manantiales de agua en aridez; la tierra fértil en marismas. Buscas allí la fe de Cristo, y no la encuentras; buscas al profeta, y no lo encuentras; buscas al sacerdote, y no lo encuentras; buscas el sacrificio, y no lo encuentras; buscas el templo, y tampoco lo encuentras. ¿Y todo esto, por qué? Porque convirtió los ríos en desierto, y los manantiales de agua en aridez; la tierra fértil en marismas. ¿Por qué sucedió todo esto; cuál es el motivo? Por la maldad de sus habitantes. He aquí cómo se enfrenta con los soberbios. Escucha ahora cómo da su gracia a los humildes: Convirtió el desierto en estanques de agua, y la tierra árida en manantiales de agua. E hizo habitar allí a los hambrientos. Porque a él le fue dicho: Tú eres sacerdote eterno según el rito de Melquisedec23. Si buscas el sacrificio entre los judíos, no lo encontrarás según el rito de Aarón, porque convirtió los ríos en desierto; si lo buscas según el rito de Melquisedec, no lo encontrarás entre ellos, sino que se celebra por todo el orbe de la tierra en la Iglesia. De la salida del sol hasta su ocaso es alabado el nombre del Señor24. Y Dios dice a aquéllos, cuyos ríos convirtió en aridez: No me complazco en vosotros, dice el Señor, ni aceptaré el sacrificio de vuestras manos, porque desde la salida del sol hasta su ocaso, se está ofreciendo un sacrificio puro a mi nombre25. Donde todos los sacrificios eran impuros, cuando todas las gentes eran la miseria del desierto, cuando eran unas puras lagunas salobres; ahora hay allí fuentes, hay ahora allí ríos, hay estanques y manantiales de agua. Por lo tanto, Dios ha resistido a los soberbios, y a los humildes les ha dado su gracia. Y ha hecho habitar allí a los hambrientos, porque —como está escrito— comerán los pobres y se saciarán26. Y edificaron una ciudad habitable. De momento se trata de un habitar en esperanza, porque el que me presta atención —dice el Señor— habitará en la esperanza27. Y edificaron una ciudad habitable; y sembraron campos, plantaron viñas, y cosecharon el fruto del trigo. De este fruto se alegra el obrero, que dice: No es que yo busque un regalo; lo que yo busco es el fruto vuestro28. Y los bendijo, y se multiplicaron en gran manera, y sus jumentos no disminuyeron. Esto se mantiene todavía. En efecto, el sólido fundamento de Dios se mantiene firme, puesto que Dios conoce a los que son suyos29. Se les llama jumentos y ganado en la Iglesia, a los que se mueven con sencillez, pero son útiles; no con mucha ciencia, sino llenos de fe. Luego, tanto a los espirituales como a los carnales, los bendijo, y se multiplicaron sobremanera, y sus jumentos no disminuyeron.

14. [vv.39-42]. Y quedaron reducidos a unos pocos, y fueron maltratados. ¿De dónde procede esto, que parece haberse cruzado? No, proviene del interior, puesto que si era un número reducido, salieron de entre nosotros, pero no eran de los nuestros. Y aquí habla de ellos como de los que anteriormente se hablaba, para que se los distinga claramente: se habla como de los mismos, por causa de los sacramentos comunes. Pertenecen, pues, al pueblo de Dios, si no por la virtud, sin duda por la apariencia de la piedad; de ellos hemos oído decir al Apóstol: En los últimos tiempos sobrevendrán días difíciles; habrá hombres que se aman a sí mismos30. El primer mal es el amarse a sí mismos; sin duda el complacerse en sí mismos. ¡Ojalá se desagradasen a sí mismos y agradasen a Dios! ¡Ojalá que clamasen en las dificultades para verse libres de sus necesidades! Pero al presumir tanto de sí mismos, quedaron reducidos a unos pocos. Está claro, hermanos, que todos los que se apartan de la unidad, se convierten en unos pocos. Son muchos, sí, pero cuando están en la unidad, mientras no se apartan de la unidad; pero tan pronto como la multitud unida comienza a no pertenecerles a ellos, son pocos en la herejía y en el cisma. Y quedaron reducidos a unos pocos, y fueron maltratados por la tribulación de los males y el dolor. Se difundió un desprecio sobre los príncipes. Fueron reprobados por la Iglesia de Dios. Y sobre todo, por haber querido ser príncipes, fueron más despreciados, convirtiéndose en una sal insípida, que se arroja fuera, y por eso es pisoteada por los hombres31. Se difundió un desprecio sobre los príncipes. Y los descarrió a un lugar inaccesible, y no por el camino. Aquellos primeros están ya en el camino, en dirección a la ciudad; en fin, son conducidos, no descarriados; éstos, en cambio, son descarriados a un lugar inaccesible. ¿Qué significa: los descarrió? Que Dios los entregó a las apetencias de su corazón32. Descarriarlos es desviarlos, es entregarlos a sí mismos. Pues si bien lo consideras, quienes se descarrían son ellos mismos. En efecto, como dice el Apóstol: Si alguien, no siendo nada, se cree algo, a sí mismo se descarría33. ¿Qué significa, entonces que los descarrió? Que los abandonó a sí mismos. En un lugar inaccesible, y no en el camino. ¿Y cómo podrán mantenerse en el camino los hombres que abandonan el todo para seguir una parte? ¿Cómo podrán estar en el camino? ¿Pero cuál es el camino, o dónde se puede reconocer el camino? Como está escrito: Que Dios tenga piedad de nosotros y nos bendiga; que ilumine su rostro sobre nosotros, para que reconozcamos en la tierra tu camino. ¿En qué tierra? En todos los pueblos tu salvación34. Es evidente que éstos que son un número reducido, que se han convertido en unos pocos, han salido de aquí; todos han salido de la multitud de la unidad, como ya os he recordado hace poco que se dijo de ellos: Salieron de entre nosotros, pero no eran de los nuestros; pues si hubieran sido de los nuestros, habrían permanecido, sin duda, con nosotros35. Pero si, tal vez en el oculto designio de la presciencia de Dios, son nuestros, necesariamente han de volver. ¡Cuántos que no son nuestros están ahora como dentro, y cuántos que son nuestros, están todavía como afuera! El Señor conoce quiénes son los suyos. De hecho, los que no son nuestros y están dentro, en cuanto se les presenta la ocasión, se salen; y los que, siendo nuestros, están fuera, vuelven cuando encuentran alguna oportunidad. Luego reconoced lo que Dios sabe; según esto, los descarrió a un lugar inaccesible, y no en el camino. ¿Y qué ha hecho de ellos? Lo que ya os había comenzado a explicar, y que atentamente habréis de escuchar. Pudo soportarlos siempre dentro, pero en este caso no habríamos recibido ningún beneficio de ellos; sin embargo, al ser separados, y que ellos nos inquietan con disputas molestas, nos sirven de estímulo hacia una investigación, y como un ejemplo de saludable temor. Todo hombre teme cuando ve que alguien salió, pues piensa que por su salida se le dice: El que piense estar en pie, cuídese, no sea que se caiga36. Luego nos es útil el que salgan, pues, si permanecieran dentro, y continuasen siendo igual de malos, de nada nos servirían. ¿Qué se dijo de ellos en otro salmo? Congregación de toros, es decir, de testarudos y soberbios. Congregación de toros entre las vacas de los pueblos. Llama vacas a las almas fáciles de seducir, que consienten fácilmente a las insinuaciones de los toros seductores. ¿Y por qué se dice esto? Para que sean excluidos aquellos que han sido probados por la plata37. ¿Qué significa para que sean excluidos? Que aparezcan, que se distingan bien los que han sido probados por la palabra de Dios. Pues cuando se contesta por necesidad a los herejes, son edificados provechosamente los católicos. Esta idea la expuso claramente el apóstol San Pablo cuando dijo: Conviene que haya herejías, para que se pongan de manifiesto los que han sido probados entre vosotros38. Conviene también que haya toros seductores, para que se manifiesten los que han sido probados por la plata, es decir, que sean excluidos. ¿Qué significa probados por la plata? Las palabras del Señor son palabras auténticas y puras, plata purificada con el fuego de la tierra, refinada siete veces39. Nadie de los que han sido purificados con esta plata, es decir, por la palabra del Señor, podrá declarar plenamente esta su riqueza, a no ser que sea acuciado por las disputas heréticas. Y mirad cómo no ha sido una cosa baladí el decir que se despreció a los príncipes, o sea, aquellos toros. ¿Por qué fueron despreciados? Porque anunciaban un evangelio distinto. ¿En qué sentido "fueron despreciados"? Porque fueron anatematizados. En efecto, todo el que os anuncie algo distinto de lo que habéis recibido, sea anatema40. ¿Y qué cosa hay más despreciable que la sal desvirtuada, que se arroja fuera y es pisoteada? Fijaos a ver si no son príncipes, escuchad al mismo Pablo: Pues aunque nosotros mismos, o un ángel del cielo os evangelizara algo distinto de lo que habéis recibido, sea anatema (maldito). Son príncipes, son letrados, son grandes, son piedras preciosas. ¿Qué más se puede decir? ¿Tal vez, que son ángeles? Sin duda, porque el mismo diablo es un ángel caído del cielo, y, no obstante, si un ángel os evangelizara algo distinto de lo que habéis recibido, sea anatema. Así que se extendió el desprecio sobre los príncipes. Y socorrió al pobre en su indigencia. ¿Qué es esto, hermanos: los príncipes fueron despreciados, y fue ayudado el pobre? Que fueron desechados los soberbios y fue amparado el humilde. Esto lo hizo Dios, y haciendo esto, amparó al pobre en su indigencia. Es mendigo todo aquel que no se atribuye nada a sí mismo, y lo espera todo de la misericordia de Dios, y llama cada día y grita a la puerta del Señor pidiendo que se le abra, y estando desnudo, temblando, con los ojos fijos en tierra, y golpeándose el pecho, pide a Dios su vestido. Dios ayuda de modo especial a este mendigo, a este pobre, a este humilde, a través del mismo hecho de la separación de los herejes, mientras que éstos han quedado reducidos a unos pocos, y han sido maltratados y "descarriados" a un lugar inaccesible, y no en el camino. Al fin, después que éstos fueron reducidos a unos pocos, y de ser maltratados y "descarriados", ¿qué ayuda se le ha prestado al pobre? Y multiplicó sus familias como rebaños. Se podía pensar que se trataba de un solo pobre, de un solo mendigo, cuando oíamos que de él se decía: Y ayudó al pobre en su indigencia; pero este único pobre comprende y representa a muchas familias y a muchos pueblos, del mismo modo que muchas iglesias son una sola Iglesia, un solo pueblo, una sola familia, una sola oveja. Grandes misterios son éstos, y grandes sacramentos. ¡Qué profundos son, y qué llenos están de secretos! Cuanto más tiempo están ocultos, tanto más dulce es el descubrirlos. Por eso, los justos lo verán y se alegrarán; y toda maldad tapará su boca. La iniquidad charlatana, que despotrica sin sentido contra la unidad, obligada a manifestar la verdad, será refutada y cerrará la boca.

15. [v.43]. ¿Quién es sabio? Que retenga estas cosas, y comprenderá las misericordias del Señor. Fijaos cómo concluye el salmo: ¿Quién es sabio? Que considere estas cosas. ¿Qué cosas ha de reflexionar el sabio? Es decir, si es pobre, las retiene, las guarda; si no es rico, o sea, si no es soberbio, si no es engreído, guarda estas cosas. ¿Por qué las guarda? Porque comprenderá las misericordias del Señor; no sus méritos, no sus propias fuerzas o su poder, sino las misericordias del Señor, que condujo al errante y alimentó al indigente en el camino; que libró al que luchaba contra las adversidades de los pecados, y soltó al amarrado con las cadenas de los malos hábitos contraídos; que fortaleció con la medicina de su palabra al que, hastiado de la palabra de Dios, estaba en peligro de muerte por el tedio; que condujo al puerto, calmando el mar, al que peligraba entre las alborotadas y peligrosas borrascas; y que, por fin, lo estableció en aquel pueblo, en el que da su gracia a los humildes, y no en el otro, en el que resiste a los soberbios; y lo ha hecho suyo, para que permaneciera dentro y se multiplicase, y no saliese nunca fuera y quedase menguado. Los rectos ven todo esto, y exultan de alegría. Por eso toda maldad se tapará la boca, y el que es sabio guardará estas cosas. ¿Cómo las guardará? Por la humildad, que le hará comprender las misericordias del Señor, ya que siempre y por todas partes se dice: Alaben al Señor sus misericordias, y las maravillas que hace con los hombres.