Sermón al pueblo
Cartago. Entre septiembre y diciembre del año 412
1. [v.1]. Por toda dádiva de nuestro Dios y Señor, por todo consuelo suyo, por toda corrección o castigo, por la gracia que él se ha dignado darnos, por la indulgencia que nos ha mostrado, al no castigarnos como merecíamos, por todas sus obras, debe nuestra alma bendecir al Señor. Esto es lo que hemos cantado; así comienza el salmo del que os voy a hablar, según mis posibilidades, confiado en la ayuda de aquel a quien bendice nuestra alma. Despierte y anime a su alma cada uno de nosotros, y dígale: Bendice, alma mía al Señor. Y todos nosotros, y nuestros hermanos en Cristo, dondequiera que estén, que formamos un solo hombre, cuya cabeza está en el cielo, debemos animar a nuestra alma a que le diga: Bendice, alma mía al Señor. Y nuestra alma lo escucha, obedece, lo pone en práctica, y se deja persuadir, no por nuestro poder, sino movida por la gracia de aquel a quien bendice nuestra alma. Este salmo toma la iniciativa de mostrarnos por qué nuestra alma debe bendecir al Señor, algo así como si le respondiera al alma, que le pregunta: "¿Y por qué me dices: Bendice al Señor?" Debemos, pues prestar atención; que lo haga nuestra alma, y considere todos los motivos por los que se le impulsa a hacerlo, no sea que se haga perezosa en la bendición del Señor; que considere si es justo lo que se le dice: Bendice, alma mía, al Señor; y mire a ver si debe bendecir a otra cosa que no sea el Señor. Bendice, alma mía, al Señor.
2. Dice lo mismo, y repite con mayor intensidad lo que ya había dicho, en lo que añade: Bendice, alma mía, al Señor, y todo mi ser interior a su santo nombre. Pienso que el salmista en este hombre interior no se refiere a la parte interior del cuerpo. Creo que no intenta decir que nuestro pulmón, nuestro hígado, o alguna otra entraña carnal prorrumpa con su voz en alabanzas al Señor. Hay, por cierto, en nuestro pecho un pulmón, que aspira y expele alternativamente el aliento como un fuelle, y, contrayéndole y luego arrojándolo afuera produce el sonido y la voz cuando pronunciamos las palabras. No puede salir de nuestra boca palabra alguna, si el pulmón no emite el aire comprimido. Pero no se trata aquí de esto; todo esto se refiere a los oídos humanos. Dios tiene oídos, y también el corazón tiene su sonido. El hombre se dirige a sus órganos interiores, y les dice: "Todas mis partes interiores, bendecid su santo nombre". ¿Quieres saber cuáles son tus realidades interiores? Son tu misma alma. Por eso, la frase: Bendice, alma mía al Señor, está expresada en la que sigue: y todo mi interior a su santo nombre, sobreentendiendo también bendice. Alza tu voz si hay alguien que te oiga; silencia tu voz si no hay nadie que te oiga. Nunca está ausente el que oye tu voz interior. Por eso resonaba hace un momento la voz de nuestros labios, cantando precisamente estas mismas palabras: Bendice, alma mía al Señor, y todo mi ser interior bendiga su santo nombre. Hemos cantado el tiempo que debíamos, y luego hemos callado: ¿Deberá nuestra interioridad callar en su bendición del Señor? Puede resonar alternativamente el clamor de nuestras voces, según la oportunidad; pero debe ser permanente el de nuestra interioridad. Cuando te reúnes en la Iglesia para recitar un himno, suena tu voz alabando al Señor. Has hecho resonar tu voz cuanto has podido. Luego te has alejado. Pero en tu alma deben seguir resonando las alabanzas del Señor. ¿Estás ocupado? Que tu alma alabe a Dios. Quizá estés comiendo. Mira lo que dice el Apóstol: Sea que comáis, o que bebáis... hacedlo todo para gloria de Dios1. Me atrevo a decir: Cuando duermes, que tu alma bendiga al Señor. Que no te lo impida un mal pensamiento, ni el proyecto de un hurto, ni tampoco un programa malvado ya preestablecido. La voz de tu alma, incluso cuando duermes, es tu inocencia. Bendice, alma mía al Señor, y todo mi ser interior bendiga su santo nombre.
3. [v.2]. Bendice, alma mía, al Señor, y no olvides todos sus beneficios. Dice: Bendice, alma mía, al Señor. ¿Y qué es tu alma? Toda tu interioridad. Bendice, alma mía al Señor. Esta repetición tiene el valor de una exhortación. Y para que bendigas siempre al Señor, insiste: No olvides de todos sus beneficios. Si los olvidas, estarás callado. Y no podrían estar sus beneficios ante tus ojos, si no estuvieran ante ellos tus pecados. No debe estar ante tus ojos el placer del pecado cometido en el pasado, sino la condenación del pecado: condenación por tu parte, y la remisión por parte de Dios. Esta retribución la hace Dios, para que puedas decir: ¿Cómo le pagaré al Señor todos los bienes que me ha hecho?2 Considerando esto los mártires, cuya memoria hoy celebramos, y todos los santos que despreciaron esta vida presente, y —como habéis oído en la lectura de la carta de San Juan, que entregaron su vida por los hermanos3—, llegando así a la perfección de la caridad, según lo que dice el Señor: Nadie tiene amor más grande, que el que da su vida por los que ama4; por eso, según esta consideración, los santos mártires, tuvieron en poco sus vidas aquí abajo, para recuperarlas allá, cumpliendo las palabras del Señor, que dice: El que ama su vida, la perderá; y el que la pierda por mí, la encontrará en la vida eterna5. Quisieron, pues, retribuir. ¿Quiénes, qué, y a quién? Eran hombres que le retribuyeron a Dios su servicio hasta la muerte. ¿Y qué le entregaron, que no hubieran recibido? Luego únicamente retribuye el que da; pero no nos retribuye por nuestros pecados: a nosotros se nos debían unas retribuciones, y se nos han dado otras. No te olvides — dice— de todos sus beneficios o retribuciones (no dice tributiones = "pago en justicia"), sino sus beneficios o retribuciones. Pues una cosa era nuestra deuda, y otra lo que se nos retribuyó o benefició. Por eso dice el salmo antes citado: ¿Cómo le pagaré o retribuiré al Señor por todos los bienes que me ha retribuido?6 No dice simplemente "que dio", sino que me retribuyó o me devolvió. Tú le has retribuido males por bienes, y él te devolvió bienes por males. ¿Cómo es que tú, ¡oh hombre!, le devolviste a Dios males por bienes? Si primero fuiste blasfemo, perseguidor y violento, está claro que le has retribuido y ofendido con blasfemias7. ¿Y por qué bienes? Primero por tu existencia; aunque una piedra también existe; después, porque tienes vida, aunque también un animal tiene vida. ¿Qué le retribuirás al Señor, por el hecho de que te hizo superior a todas las bestias y aves, habiéndote creado a su imagen y semejanza?8 No andes buscando qué retribuirle: retribúyele su semejanza, la que hay en ti; él no quiere más; exige sólo su moneda, lo que a él le pertenece9. Tú, en cambio, en lugar de acción de gracias, de humildad, de sumisión, de culto religioso, es decir, en lugar de lo que le debías a Dios por todos los beneficios que de él recibiste, como he citado recientemente, lo que le has retribuido son blasfemias. Y él, por todo esto, ¿qué te retribuirá? Tú confiesa, te dice, y yo te perdono. También yo retribuyo, pero no como tú lo has hecho conmigo: Tú me has retribuido males por bienes; yo, al contrario, te devuelvo bienes por males.
4. Piensa, pues, ¡oh alma!, en todas las retribuciones de Dios, reflexionando sobre todas tus malas acciones; porque por muchas malas obras que tú hayas cometido, otras tantas buenas retribuciones él ha tenido contigo. ¿Qué le ofrecerás, entonces, quizá, como regalo; qué favores, o qué sacrificios? Para que no te olvides de sus retribuciones, su complacencia está en este sacrificio: Bendice, alma mía, al Señor. El sacrificio de alabanza me glorifica: ofrece a Dios un sacrificio de alabanza y cumple tus votos al Altísimo10. Dios quiere ser alabado, pero es para tu bien espiritual, no porque él quiera ser ensalzado. Nada hay, en absoluto, con lo que se le pueda retribuir. Lo que él exige no es para sí, sino para ti; a ti te será de provecho; para tu bien lo reserva. No desea de ti lo que a él le pueda engrandecer, sino aquello que a ti te sea útil para conducirte a él. Por eso buscaban los mártires qué ofrecerle, y como desanimándose, al no encontrar nada, decían: ¿Cómo le pagaré al Señor por todos los bienes que me ha otorgado?; y no encontraron qué retribuirle más que esto: Tomaré el cáliz de la salvación, e invocaré el nombre del Señor11. ¿Qué le retribuirás al Señor? Lo buscabas y no lo encontrabas: Tomaré el cáliz de la salvación. ¿Qué? ¿Este cáliz de la salvación no lo ha dado, acaso, el mismo Señor? Dale algo de lo tuyo, si eres capaz. No, te diría que no lo hagas; Dios no quiere ser retribuido con nada de lo tuyo, ya que en tal caso lo que le darías sería el pecado. Todo lo que tú tienes, lo tienes de él. Lo tuyo es solamente el pecado. No quiere ser retribuido de lo tuyo, sino de lo suyo. Es como el agricultor: si tú, de la tierra que él sembró le ofreces una buena mies, le has dado algo de sus frutos. En cambio si le ofreces espinas, le has ofrecido algo de lo tuyo. Tú debes ofrecer la verdad, alaba al Señor en la verdad. Si quisieras alabarlo de lo tuyo, mentirías. El que habla la mentira, habla de lo suyo12. El que habla la verdad, de Dios habla. Pero ¿qué significa tomar el cáliz de la salvación, sino imitar los sufrimientos del Señor? Esto lo hicieron los mártires. Esto se lo dijo el Señor a los discípulos, que, movidos por la soberbia, pedían tener los asientos más dignos, y pretendiendo evitar este valle de lágrimas, pedían sentarse uno a la derecha y otro a la izquierda. ¿Y qué les responde Jesús? ¿Podéis beber el cáliz que yo voy a beber?13 El mártir, ya dispuesto a ser la víctima santa, dice: Tomaré el cáliz de la salvación. Tomaré el cáliz de Cristo, beberé la pasión del Señor. Pon cuidado, no vayas a desfallecer. Por eso añade: Invocaré el nombre del Señor. De hecho, los que se rindieron no invocaron al Señor. Presumieron de su fortaleza. Tú, al cumplir tus votos al Señor, debes hacerlo recordando que has recibido lo que ofreces. Que tu alma bendiga al señor, de suerte que no se olvide de todas sus retribuciones.
5. [vv.3-5]. Escuchad ahora cuáles son todos los beneficios o retribuciones del Señor: Él perdona todas tus iniquidades, y sana todas tus enfermedades. Él rescata tu vida de la corrupción, y te corona con su compasión y misericordia. Él sacia de bienes tus anhelos; y se renovará tu juventud como la del águila. He aquí sus retribuciones, sus beneficios. ¿Qué se le debe al pecador, sino el suplicio? ¿Qué se le debía al blasfemo, sino el fuego ardiente del infierno? Pero Dios no ha retribuido estos males: no te asustes, no te horrorices, no entres en el temor sin la presencia del amor. No te olvides de todos sus excelentes beneficios. Y trata de cambiar ya, no sea que experimentes las (otras) retribuciones... que llamaré ¿"malas"? No; si son justas, no son malas; para ti pueden ser malas, dolorosas; pero para Dios, ni aun los males que padeces son malos. Porque si son justos, son buenos. Sin embargo, para ti que los padeces, son males. ¿No quieres que para ti sea un mal, lo que para Dios es un bien? Que no haya en presencia de Dios ninguna iniquidad tuya. Él no ha cesado de llamar, ni se ha olvidado de instruir al que ha llamado, ni de perfeccionar al que ha instruido, ni al ya perfecto lo ha dejado de coronar. ¿Y tú qué dices: que eres un pecador? Trata de convertirte, y recibirás todas estas retribuciones. Pues él perdona todas tus iniquidades. Después de la remisión de los pecados, no te olvides de que llevas contigo un cuerpo que es débil; y es inevitable, por tanto, que surjan todavía en ti algunos deseos y excitaciones carnales, que te sugerirán placeres ilícitos; todo ello viene de esa debilidad tuya. Eres portador aún de una carne enferma; todavía no ha sido asumida la muerte en la victoria; esto corruptible no ha sido vestido de incorrupción14; el alma misma, a pesar de haber recibido el perdón de sus pecados, es agitada por algunas perturbaciones, todavía se halla en medio de los peligros de las tentaciones, y en algunas consentirá y en otras no; en las que se deleita y las consiente, es atrapada por ellas. Estás enfermo, pero Dios cura todas tus enfermedades. No temas; se curarán todas tus dolencias. "Son grandes", dices. Pero mucho mayor es el médico que las cura. Para un médico omnipotente no hay ninguna enfermedad incurable; tú déjate solamente curar; no le apartes de ti sus manos; sabe muy bien lo que hay que hacer. Que no te agrade únicamente cuando te toca con suavidad tus heridas, sino tolérale también cuando tiene que hacerte una cirugía cortante: soporta el dolor medicinal, piensa en la futura curación. Fijaos, hermanos míos, cuántos dolores corporales tienen que soportar los hombres en estas enfermedades físicas, para vivir algunos días más, y después morir, siendo además, estos escasos días inciertos. Pues muchos, después de haber tolerado intensísimos dolores, al sufrir operaciones quirúrgicas por los médicos, o murieron en la operación, o, una vez sanados, les sobrevino alguna otra complicación y perecieron. Si hubieran sabido que su muerte estaba muy cercana, ¿habrían soportado tan intensos dolores? Tú no soportas con incertidumbre: el que prometió la salud no puede equivocarse. El médico del cuerpo humano a veces se equivoca. ¿Por qué se equivoca? Porque no cura lo que ha sido hecho por él. Dios hizo tu cuerpo. Dios hizo tu alma, y conoce el modo de restaurar lo que creó, y de reformar lo que él mismo formó. Basta únicamente que tú te pongas bajo sus manos, pues él aborrece al que rechaza sus manos. No se hace esta curación en las manos de un médico humano. Los hombres se entregan a ser ligados y sajados, comprometiéndose a dar un alto precio por una curación incierta, y un dolor seguro. En cambio, Dios, que te ha creado, te cura de una manera cierta y gratuita. Ponte, pues, en sus manos, ¡oh alma, que bendices a Dios!, sin olvidarte de sus retribuciones; puesto que él sana todas tus enfermedades.
6. Él rescata tu vida de la corrupción. Por eso sana todas tus enfermedades, porque rescata tu vida de la corrupción. Sabemos que el cuerpo, estando bajo la corrupción, es un lastre para el alma15; el alma, de hecho, tiene su vida en un cuerpo corruptible. ¿Qué vida? La que soporta pesos, la que lleva encima cargas. Para elevar su pensamiento a Dios, con la dignidad con que el hombre debe pensar en Dios, ¡Cuántos obstáculos se le presentan, y cuántos impedimentos tratan de desviarlo, como algo inevitable de la corrupción humana; cuántas cosas le apartan de esta sublime intención; cuántas se le enfrentan; qué turba de fantasmas, qué multitud de sugestiones! Todo esto se halla en el corazón humano como una fuente de gusanos que aflora de esta corrupción. Quizá hemos exagerado la enfermedad. Debemos también ensalzar al médico. ¿Es que no te va a curar el que te hizo de tal manera que no te habrías enfermado, si hubieras querido observar la ley de salud que recibiste? ¿No te prescribió y te mandó lo que debías, y lo que no debías tocar, para mantener tu salud?16 Como no hiciste caso para conservarla, pon ahora atención para recuperarla. Por tu enfermedad tienes experiencia de cuán verdaderas eran las normas que Dios te había mandado. Que el hombre, finalmente, después de no haber cumplido las normas que se le recomendaron, les preste atención, al menos, después de esta experiencia. ¿Qué dureza y obstinación no es aquella que ni siquiera quiere aprender la lección de la experiencia? ¿Es que no te va a sanar el que te había creado para que nunca enfermases, si hubieras cumplido sus mandatos? ¿No te sanará el que hizo los ángeles, y a ti te quiere equiparar a ellos, cuando te haya restaurado? ¿No te curará a ti, creado a su imagen y semejanza, el que hizo el cielo y la tierra? Sí, te curará; pero es necesario que tú lo quieras. Dios sana a cualquier enfermo, pero no al que se opone a ser sanado. ¿Quién más dichoso que tú, que tienes como en tu mano el poder tener buena salud, ya que depende de tu voluntad? Suponiendo que quisieras conseguir algún puesto honorífico en esta tierra: un ducado, un proconsulado, una prefectura, ¿lo obtendrías nada más quererlo? ¿Te llegaría de inmediato a tu voluntad? Muchos hay que desean lograr estas dignidades, y no las consiguen. Y si las lograran, ¿Qué aprovecharía el honor a los enfermos? ¿Y quién no se enferma en esta vida? ¿Quién no arrastra consigo una prolongada enfermedad? Nacer aquí en cuerpo mortal es ya comenzar a padecer algún mal. Estamos recurriendo cotidianamente a los medicamentos para apuntalar nuestras indigencias, ya que medicamentos son las reparaciones de todas nuestras necesidades. ¿No te mataría el hambre, si no le aplicases su propio medicamento? ¿No te llevaría la sed a la muerte, si, bebiendo, no lograras atenuarla, no digo extinguirla, pues la sed, una vez atemperada, vuelve de nuevo? Así que con tales remedios vamos calmando la miseria de nuestra enfermedad. Estando de pie llegas a cansarte. Te sientas y descansas; esa es la medicina del cansancio; y con esta medicina, de nuevo te cansas, ya que no podrás estar mucho tiempo sentado. Lo que es un remedio a una fatiga, es el inicio de otra fatiga. ¿Por qué, pues, deseas todo esto estando enfermo? ¡Piensa ante todo en tu verdadera salud! A veces el hombre está enfermo en su casa, en cama, con una enfermedad grave; y aunque esta otra sea manifiesta, y no quieren reconocerla los hombres, sucede que con alguna enfermedad corporal, por la que se recurre a los médicos, y que le hace jadear al enfermo, respirando con dificultad, en su lecho, debido a la fiebre; al pretender ocuparse de los asuntos familiares, en poner en orden la casa o la hacienda, al momento el cuidado clamoroso y censurador de los suyos, le disuade de tales preocupaciones, y le dicen: "Déjate de estas cosas, y piensa primero en tu salud". También esto se te dice a ti: Tú, hombre, seas quien seas, si no estás enfermo, piensa en otras cosas; pero si tus dolencias te evidencian tu enfermedad, ante todo piensa en tu salud. Tu salud es Cristo: piensa, pues, en Cristo. Toma el cáliz de su salvación. Él sana todas tus dolencias: esta salud, si la quieres la obtendrás. Los honores y las riquezas, si los desearas, no los vas a tener nada más quererlos. Pero esto es algo mucho más excelente, y te llegará apenas lo desees. Él sana todas tus enfermedades, y rescatará tu vida de la corrupción. Serán curadas todas tus enfermedades, cuando esto corruptible se vista de incorrupción. Tu vida así ha quedado rescatada de la corrupción. Puedes estar tranquilo: se ha sellado un contrato de buena fe; nadie puede engañar a tu redentor, nadie le apremia ni le fuerza. Ha realizado aquí el contrato, ha pagado el precio, ha derramado la sangre. Sí, lo diré: el Hijo único de Dios derramó su sangre por nosotros. ¡Oh alma, toma coraje; piensa lo que vales! Rescatará tu vida de la corrupción. Ha demostrado son su ejemplo lo que ha prometido como premio. Ha muerto por nuestros pecados, y ha resucitado para nuestra justificación17. Deben esperar los miembros del cuerpo lo que ya se ha realizado en la cabeza. ¿No va a curar sus miembros la Cabeza que ya se ha elevado al cielo? Luego rescatará tu vida de la corrupción.
7. Él te corona con su compasión y misericordia. Quizá habías comenzado a ponerte arrogante, al oír que te corona. Luego soy importante, luego he luchado. ¿Con qué fuerzas? Las tuyas, sí, pero dadas por él. Es evidente que estás luchando, y serás coronado porque vencerás. Pero mira quién es el primero que ha vencido, y fíjate a ver quién te ha hecho a ti también el segundo vencedor. Dice él: Tened ánimo, que yo he vencido al mundo18. ¿Estaremos contentos porque él ha vencido al mundo? ¿Y lo estaremos como si lo hubiéramos vencido nosotros? Efectivamente, estamos alegres, porque también nosotros le hemos vencido. Si lo hemos vencido en nosotros, en él hemos vencido al mundo. Por eso te corona a ti: corona sus dones, no tus méritos. Dice el Apóstol: He trabajado más que todos ellos (los apóstoles), y pon atención a lo que añade: Pero no he sido yo, sino la gracia de Dios conmigo19. Y después de todos estos esfuerzos, espera la propia corona, y dice: He competido en el noble combate, he llegado en la carrera hasta la meta, he conservado la fe; por lo demás, sólo me resta la corona de la justicia que me dará en aquel día el Señor, como juez justo20. ¿Por qué? Porque he combatido el buen combate, porque he corrido hasta la meta, porque he conservado la fe. ¿Y cómo luchaste, y has conservado la fe? No he sido yo, sino la gracia de Dios conmigo. Luego el ser coronado se debe a la misericordia de Dios. Jamás te ensoberbezcas; alaba siempre al Señor, sin olvidar nunca todas sus retribuciones. Una retribución es el que tú, siendo pecador e impío, has sido llamado a la gracia de la justificación. Es una retribución el que hayas sido levantado y sostenido para no caer. Y lo es también el que se te hayan otorgado fuerzas para que perseveres hasta el fin. Lo es, además, el que esta tu carne, que te oprimía, resucite, y que no se pierda ni un solo cabello de tu cabeza. Una retribución es el que después de resucitar, seas coronado. Y lo es el que puedas alabar al mismo Dios sin intermisión por toda la eternidad. Si quieres, pues, que tu alma bendiga al Señor, que te corona con su compasión y misericordia, no te olvides de todas sus retribuciones.
8. ¿Y qué haré cuando ya sea coronado? Porque cuando luchaba, recibía ayuda; terminado el combate, seré coronado, y ya no habrá en adelante resto alguno de hostiga sugestión, o de corrupción contra la que tenga que luchar. De hecho, durante la vida presente estamos luchando contra esta corrupción. ¿Pero qué está escrito? El último enemigo en ser destruido será la muerte. Una vez destruida la muerte, no habrás de temer a ningún enemigo; porque la muerte ha sido devorada por la victoria21. Entonces será la victoria, y con ella vendrá la corona. Después del combate seré coronado; y después de la corona, ¿qué haré? Él colma de bienes tu deseo. Ahora oyes hablar del bien y lo anhelas; oyes hablar del bien y suspiras por él. Y tal vez, en esta elección de bienes, pecas al dejarte llevar por tu codicia y no elegir acertadamente el bien, haciéndote reo por desdeñar el consejo de Dios sobre lo que debes despreciar y lo que debes elegir. Siempre que pecas buscas, al menos aparentemente, el bien, buscas algún alivio. Estas cosas que buscas son bienes, pero se te convierten en malas si abandonas a aquel por quien fueron hechas buenas todas las cosas. Busca, sí, busca, ¡Oh alma!, tu bien. Para cada ser hay un bien distinto, y todas las criaturas tienen su propio bien: el de su integridad, el de la perfección de su naturaleza. Lo que interesa es saber qué le es necesario a cada ser imperfecto, para poder perfeccionarse. Tú busca tu propio bien. Nadie es bueno, sino sólo Dios22. El Sumo Bien, ése es tu propio bien. ¿Qué le faltará, pues, a aquel, cuyo bien es el Sumo Bien? Hay también bienes inferiores, que son bienes para otros seres diversos. ¿Cuál es, hermanos, el bien para los animales? Llenar el vientre, no sufrir necesidades, dormir, retozar libremente, vivir, estar sanos y reproducirse. Este es su bien, con unos ciertos límites, fijados y puestos para su bien por Dios, creador de todos los seres. ¿Buscas tú un bien como éste? También lo proporciona Dios; pero no busques sólo este bien. Tú, que eres coheredero de Cristo, ¿Vas a alegrarte de ser compañero de las bestias? ¡Eleva tu esperanza hacia el bien de todos los bienes! Tu bien ha de ser aquel por quien tú has sido hecho bueno en tu naturaleza, como todas las cosas fueron hechas buenas en su propia naturaleza. Pues Dios hizo muy buenas todas las cosas23. Luego a aquel bien que es Dios le decimos que es sumamente bueno, estamos diciendo lo mismo que se dijo de las criaturas: Dios hizo todas las cosas muy bien. Pero de aquel de quien se dijo: Nadie es bueno, sino sólo Dios, ¿diremos que es muy bueno? Al decir esto me viene a la mente lo que se dijo recientemente de todas las criaturas: Dios hizo todas las cosas muy bien. ¿Qué diré, entonces? Me faltan las palabras, pero no la intención. Recordemos aquella reciente exposición del salmo, en la que no pude explicar la palabra iubilemus, expresemos nuestro júbilo. Dios es el bien. Pero ¿quién podrá explicar qué clase de bien es? Ya veis que no puedo exponerlo, pero no puedo menos de hablar de él. Luego si no podemos darle a conocer, y el gozo no nos permite estar callados, ni hablemos ni callemos. ¿Y qué haremos, entonces, sin hablar ni callar? Expresemos nuestro júbilo, como dice el salmo: Regocijaos en Dios, nuestra salvación, regocijaos en Dios, toda la tierra. ¿Qué es: regocijaos? Expresad con voces y gritos, lo inexpresable de vuestra alegría; eructad ante él vuestros regocijos. ¿Cuál será el eructo, después de aquella abundante comida, si ahora, después de este diminuto sustento, se conmueve de tal modo vuestra alma? ¿Qué sucederá, cuando se cumpla, después de la redención de toda corrupción, lo que se expresó en este salmo: Él coma de bienes tus anhelos?
9. Y como si tú preguntases: "¿Cuándo me va a colmar, ya que ahora no me siento saciado, puesto a cualquier parte que me dirija, lo conseguido pierde valor para mí, aun cuando lo hubiera anteriormente anhelado? ¿Qué bien me saciará, ya que amo todas las cosas cuando me faltan, y las desprecio cuando las consigo?" Eso lo logrará la alabanza de Dios. Pero tampoco ella, cuando el cuerpo, sujeto a corrupción, sobrecarga el alma, y la morada terrena que obstaculiza al ánimo en sus muchos pensamientos, seduciéndolos hacia otros placeres y deleites, provenientes de la corrupción, me apartan de esa alabanza. Y entonces, ¿cuándo se saciará mi deseo de los auténticos bienes? ¿Quieres saber cuándo? Se renovará tu juventud como la del águila. ¿Preguntas cuándo se saciará de bienes tu alma? Cuando sea renovada tu juventud. Y añade: como la del águila. No hay duda de que aquí se encierra algún misterio. Sea lo que fuere, no voy a ocultar lo que se suele decir del águila, porque no está fuera de mi intención el que lo sepamos. Lo que sí está insinuado a nuestra mente es que no sin motivo se dijo por el Espíritu Santo: será renovada tu juventud como la del águila. En esta afirmación se nos sugiere una cierta resurrección. Sí, se renueva la juventud del águila, pero no para ser inmortal. Se nos ha citado una semejanza, en cuanto a que de un ser mortal se le hace pasar a una situación que de algún modo insinúa la inmortalidad, pero no para demostrarla. Se dice que el águila, cuando le llega su vejez corporal, no puede tomar alimentos, debido al crecimiento desmesurado de su pico: la parte superior se encorva sobre la parte inferior, en este período de su vejez. No le permite abrir su pico, ya que no queda espacio entre la parte inferior y la superior encorvada; y si no queda algún espacio libre entre ambas, su mordido, como el de unas tenazas, no sirve para cortar el alimento que ha de introducir en sus fauces. Por tanto, con este crecimiento de la parte superior, y estando demasiado encorvada, no puede abrir el pico ni tomar cosa alguna. Esto es efecto de su vejez; se le agrava sobreviniéndole simultáneamente ambas cosas, la edad y la necesidad: ya que sobrecargada con la falta de alimentos, se debilita en extremo. Pues bien, en esta situación de conflicto, se dice que el águila, por cierto método natural, debido a la necesidad de renovar su juventud, frota y golpea contra la roca la parte superior de su pico, crecido en exceso, y que le impide comer. Desgastándole, pues, en la piedra, se deshace de él, y se ve libre del impedimento que no le dejaba comer. Ahora come y se restablecen todos sus miembros; después de le vejez será como un águila joven, pues vuelve la fortaleza a su cuerpo, el brillo a sus plumas, el poder a sus alas; vuela, como antes a las alturas, y se da en ella una cierta resurrección. Es este el mensaje de esta similitud. Algo semejante a lo sucede en la luna: al menguar, y en cierto modo desaparecer, nace de nuevo y se llena, significando, en cierto modo, la resurrección; y no permaneciendo plena, sino disminuyendo alternativamente, nos sigue significando la resurrección. Es esto lo que se ha dado a entender con lo del águila: no se renueva para la inmortalidad. No así en nosotros. Nosotros nos renovamos para la vida eterna; y se adujo la semejanza de ella para que la piedra nos despoje de lo que nos impide conseguir la inmortalidad. No debes presumir, pues, de tus fuerzas. La dureza de la piedra aleja de ti la vejez. Pero la piedra era Cristo24. En Cristo se renueva nuestra juventud como la del águila. Porque hemos envejecido entre nuestros enemigos, como lo expresa claramente el salmo: Efectivamente, me envejecí en medio de mis enemigos25. ¿En qué hemos envejecido? En la carne mortal, en esta carne hecha de heno; por eso: Mi corazón, golpeado, se secó como el heno, porque me he olvidado de comer mi pan26. Me olvidé —dice— de comer mi pan. Avanzó la vejez, se me ha cerrado la boca. Hay que reabrirla contra la roca.
10. De manera parecida, también en este salmo, que estamos tratando, después de haber expresado: Él sacia de bienes tus deseos, parece como si respondiera al alma que dice: "No me saciaré con los bienes mortales, no me saciaré con los bienes temporales; que el Señor me dé algo eterno, que me conceda algún alimento eterno, que me dé su Sabiduría, su Verbo me dé, Dios, que está con Dios; que se me dé a sí mismo, Dios padre, Hijo y Espíritu Santo. Soy un mendigo que está a su puerta; no duerme aquel a quien estoy invocando, que me dé los tres panes. Recordad el pasaje del Evangelio: esto nos hace saber qué es conocer las divinas Escrituras; los que las han leído se han conmovido. Vosotros recordáis que un necesitado se acercó a la casa de un amigo, y le pidió tres panes. Pero él, como nos dice el Evangelio, estaba durmiendo, y le respondía: Ya estoy descansando, y mis hijos están conmigo durmiendo27. Pero él insistía en su petición y consiguió con su molesta insistencia, lo no que habría logrado por su amistad. Dios quiere dar, pero sólo da a quien lo pide, no sea que vaya a darlo al que no lo aceptará. No quiere ser despertado por tu inoportunidad. Cuando tú oras, no siente el fastidio del que está dormido, ya que: No duerme ni reposa el guardián de Israel28. Sólo una vez durmió Cristo, para que de su costado se formara su esposa; es muy conocido que se durmió en la cruz. En efecto, murió, para poder decir: Yo me dormí y me sumí en el sueño. ¿Pero el que duerme no volverá a levantarse de nuevo?29 Por eso continúa el texto: Y desperté, porque el Señor me sostiene30. ¿Y el Apóstol qué dice? Cristo, resucitado de entre los muertos no muere más; la muerte no tendrá ya dominio sobre él31. En realidad, él no duerme; pon atención a que tu fe no se duerma. Diga, ya, pues, el alma que anhela ser saciada de algo excelso, de un inefable bien, por el cual se siente más bien jubilosa, y explota su júbilo, aunque no pueda explicar nada de ello; ella lo quiere ya, y está gustando algo que viene de allí; y ve cómo es impedida por la sobrecarga del cuerpo de que no puede ser saciada en esta vida; y que diga, como si respondiera: ¿Por qué me dices: se saciarán de bienes tus deseos? Conozco el bien divino que he de desear, sé lo que me basta y me satisface; lo veo cuando oigo al apóstol Felipe, que dice: Muéstranos al Padre, y eso nos basta. Parece como que sólo deseaba al Padre. Pero el Señor les declaró que debían desear tres panes; y el que es un único pan, le explicó y le dijo: ¿Tanto tiempo hace que estoy con vosotros, y no conocéis al Padre? Felipe, el que me ve a mí, ve también al Padre. También prometió el Espíritu Santo: Al que enviará, dice, el Padre en mi nombre32; y dijo también: Al que yo os voy a enviar de parte del Padre33; lo que equivale a un don suyo igual a sí mismo. Ya sé lo que debo desear; ¿pero cuándo me saciaré de ello? Ahora me voy orientando hacia la Trinidad; pero de cualquier modo que piense sobre ella, me quedo apenas con la percepción de un enigma visto en un espejo, y sólo me atrevo a sentir algo parcialmente; ¿cuándo me saciaré? Se renovará tu juventud como la del águila. Ahora no te puedes saciar, porque tu alma no esta dispuesta todavía a alimentarse de aquel sólido y exquisito manjar; con el pico cerrado, no eres capaz. Tu vejez te lo ha cerrado; por eso se te ha dado la roca, la piedra en la que destruyas la vejez, y se renueve tu juventud como la del águila, y así puedas alimentarte con tu pan, aquel que dice: Yo soy el pan vivo que ha bajado del cielo34. Se renovará tu juventud como la del águila: entonces te saciarás de bienes.
11. [v.6]. El Señor tiene misericordia, y hace justicia a todos los que reciben agravios. Lo hace ahora, hermanos, antes de que llegue nuestra renovación, como la del águila, antes que seamos saciados de bienes. ¿Y ahora qué sucederá aquí, en este destierro, durante esta nuestra vida? ¿Seremos, acaso, abandonados? No. El Señor practica la misericordia. Mirad cómo practica sus misericordias: no nos deja solos en el desierto, no nos abandona y nos deja perdidos en la estepa, hasta que lleguemos a la patria: tendrá misericordia. ¿Pero con quiénes? Dichosos los misericordiosos, porque ellos obtendrán misericordia. Lo acabáis de oír, hermanos, cuando se leía el Evangelio. Que no piense nadie que le sobrevendrá sobre él la misericordia divina, si él ha sido cruel, inmisericorde. Pero fíjate bien hasta dónde debe llegar la misericordia: no la practiques sólo con el amigo, sino también con el enemigo. Nos ha dicho el Señor: Amad a vuestros enemigos35. ¿Deseas saciarte de los bienes divinos? Debe saciarse en ti la misericordia. La misericordia perfecta es la misericordia completa; es la que ama, la que quiere el bien a quien le tiene odio. Y tú replicas: "¿Pero cómo voy a obrar? Si comienzo a amar a mi enemigo, a recibir injurias, a soportar ofensas, ¿no voy a vengarme, aun cuando me protejan las leyes?" Es justo que te defiendas, que reclames justicia; te concedo que es justo; pero mira a ver si no hay nada en ti que deba ser vengado, y entonces véngate. Y tú reclamas todavía: "¿es que yo no podré reclamar mis derechos? ¿Es que Dios impide la justicia de la venganza, y no destruye, más bien la soberbia del vengador? ¿No debía, entonces, aquella famosa adúltera ser lapidada? ¿Y si lo hubiera sido, se habría cometido algún crimen contra ella?" En este caso, lo justo habría sido inicuo. La ley lo prescribía. Dios lo ordenó. ¡Pero atención, hombres vengadores, si no sois vosotros pecadores! La mujer adúltera, que debía ser apedreada según la ley, fue presentada precisamente al autor de la ley. Tú que la has presentado, te ensañas. Mira bien quién eres tú, que te ensañas, y contra quién te ensañas. Si es un pecador contra una pecadora, deja de ensañarte y confiesa primero tu pecado. Si tú, pecador, te enfureces contra la pecadora, déjala, no te preocupes de ella; el Señor sabe lo que siente por ella, cómo la deberá juzgar, cómo perdonarla y cómo va a curarla. ¿Te has ensañado por la ley? Sabe mejor el autor de la ley qué ha de hacer de la que tú te ensañas. El Señor, en el momento en que le fue presentada la mujer, inclinó su cabeza y se puso a escribir en la tierra. Precisamente escribió en la tierra, cuando se inclinó hacia la tierra; antes de inclinarse hacia la tierra no escribió en la tierra, sino en la piedra. Algún fruto debía producir la tierra de aquellos trazos del Señor en ella. La ley la había escrito sobre piedra, significando la dureza de los judíos; y escribió en la tierra, dando a entender el fruto de los cristianos. Los acusadores, como un oleaje que choca contra la roca, vinieron a él presentándole la adúltera, pero quedaron pulverizados por la respuesta que les dio. Así les contestó: Aquel de vosotros que esté sin pecado, que le tire la primera piedra. Y de nuevo inclinando la cabeza siguió escribiendo en la tierra. Y, al examinar cada uno su conciencia, se fueron alejando36. No los alejó la pobre mujer adúltera, sino su adulterada conciencia. Querían vengar la justicia, deseaban juzgarla, y se dieron con la piedra: sus jefes cayeron junto a la piedra37.
12. El Señor hace misericordias. Pero ¿con quiénes? Dichosos los misericordiosos, porque ellos conseguirán misericordia. Ten misericordia con todos. ¿Y qué misericordia usarás con el justo? La que exigen las necesidades corporales, en las cuales, si a ti te faltan los remedios, a Dios no le faltan. Por eso, lo que tú realizas, te hace bien. Le das a un mendigo que pasa; busca también al justo para ayudarle: por él serás recibido en las moradas eternas; porque el que recibe a un justo por ser justo, recibirá la recompensa de justo38. El mendigo te busca a ti; busca tú al justo. Es de otro de quien se ha dicho: Dale a todo el que te pida39. Y se dijo de otro: No falte la limosna en tu mano, hasta que encuentres al justo y se la entregues. Si tardas en encontrarlo, persiste en buscarlo, que lo encontrarás. ¿Y qué le darás? ¿No te da él más a ti? Si nosotros, dice Pablo, hemos sembrado para vosotros bienes espirituales, ¿será gran cosa que cosechemos de vosotros bienes materiales? Esta es la razón, por la que, según la voluntad del Señor, os hemos exhortado hace poco tiempo: que la tierra produce heno para los jumentos40, es decir, frutos carnales para los que trillan; porque: No has de poner bozal al buey que trilla41. Por eso os exhortamos a que seáis diligentes, cautos y comedidos, y que consideréis como tesoros vuestros vuestras obras. Pero ¿digo acaso digo esto, hermanos, para que lo hagáis conmigo? Creo, en nombre del Señor, que, aun cuando pueda ser éste un lenguaje de seres débiles, sin embargo es apostólico, y os aprovecha a vosotros, según dice el mismo Apóstol: No busco el don; busco el fruto42. ¿Qué limosna has de dar al justo? No era la viuda ni el cuervo el que alimentaba —me refiero a Elías— , sino que alimentaba el que hizo al cuervo43. No, no le falta a Dios de dónde dar a los suyos; tú mira lo que compras, cuándo y a qué precio lo compras. Compras el reino de los cielos. El único tiempo para comprarlo es sólo en esta vida. Y fíjate bien a qué bajísimo precio lo compras. Te cuesta tanto cuanto puedas tener.
13. Ten misericordia del inicuo, pero no como inicuo. Al inicuo, en cuanto inicuo, no lo ampares, es decir, no se dirija tu intención y amor a proteger su iniquidad. Está prohibido dar al pecador y acoger a los pecadores como pecadores. Y entonces, ¿cómo es que se dice: Da a todo el que pida; y también: Si tu enemigo tiene hambre dale de comer?44 Esto parece contradictorio, pero se aclarará en nombre de Cristo a los que buscan, y se iluminará a los que llaman. Se dice: No des al pecador, y también: No acojas al pecador45; y, al contrario: da a todo el que te pida. Aquí viene un pecador, que me pide: dale, pero no como pecador. ¿Y cuándo das a uno como pecador? Cuando te agrada darle precisamente por ser pecador. Atienda un poco vuestra Caridad, mientras aclaramos esto con ejemplos, ya que es muy provechoso entenderlo bien. Se ha dicho: Si alguien, no sé quién, tiene hambre, y tienes algo que darle, dale de comer. Si ves que es para socorrer a alguno, dalo. No se debe insensibilizar la misericordia de tus entrañas, porque se te acerca un pecador. A ti acude un pecador. Cuando digo que acude un pecador, estoy usando dos nombres, y estos dos nombres no son superfluos; pronuncié dos nombres: uno hombre, y el otro pecador. En cuanto hombre, es obra de Dios; el ser pecador es obra del hombre; dale a las obra de Dios, y no a la obra del hombre. "¿Y por qué me prohíbes —me dirás tú— dar a la obra del hombre? ¿En qué consiste dar a la obra del hombre?" En dar al pecador por ser pecador, y que agrada por su pecado. Y tú preguntas: ¿Quién hará esto?, ¿Quién hará esto? ¡Ojalá que no fuese nadie; ojalá que fuesen pocos, y que no se haga en público! Aquellos que dan a los gladiadores ¿Por qué se lo dan? Díganmelo a mí. ¿Por qué se lo dan al gladiador? Ellos aman en él algo que es perniciosísimo; mantienen en todos los espectáculos la misma maldad pública generalizada. El que da a los histriones, a los aurigas, a las rameras, ¿por qué se lo dan? ¿Es que no son también ellos hombres? Sí, claro que lo son, pero en ellos no se fijan en la obra de Dios, sino, sino en la maldad de la obra humana. ¿Quieres saber lo que honras en el gladiador del circo, cuando lo vistes? No la fortaleza, sino la infamia. Por él quieres en cierta manera desnudarte para vestirlo. No tomes a mal que se te diga: que sean así tus hijos. "Me injurias", dices. ¿Por qué te injurio, sino porque es una iniquidad, porque es una vileza? Porque el que da al gladiador, no da al hombre, sino a su perversa destreza; si fuera sólo hombre, y no gladiador, no le darías; honras el vicio en él, no su naturaleza humana. Si, por el contrario, das al justo, si dieras al profeta, al discípulo de Cristo algo que necesita, sin pensar que es discípulo de Cristo, ministro de Dios, que es administrador del Señor, sino que piensas en algún bien temporal que tal alguna vez vas a necesitar para ti, has sido vanal en esa donación: no se lo has dado al justo, si así se los has dado, como el otro no se lo dio al hombre al dárselo al gladiador. Creo, carísimos, que el asunto, aunque haya sido oscuro, ahora está claro. El Señor te ha impulsado a entender esto, al decir: El que recibe al justo... y sería suficiente. Pero como se le puede recibir con otra intención, por ejemplo, para aprovecharse de él, esperando que pueda conseguir de él algún bien temporal, como quizá saciar su avaricia, o para que le ayude a someter o cercar hostilmente a algún hombre, por tal razón te negó el Señor la recompensa del justo, a no ser que se interponga alguna otra condición. Por eso dice: El que recibe al justo, a título de justo, es decir, por ser justo. Y también: El que recibe al profeta, pero no sólo el que reciba al profeta, sino por su calidad de profeta, honrando en él que es un Profeta; y dice finalmente: El que dé un vaso de agua fresca a uno de estos más pequeños, por su condición de discípulo, es decir, precisamente por ser discípulo de Cristo, porque es administrador de las cosas sagradas: Os aseguro que no perderá su galardón46. Pues bien, así como entiendes: El que reciba al justo, por su calidad de justo, recibirá recompensa de justo, entiende también: "El que reciba al pecador, por su calidad de pecador, perderá su recompensa.
14. Por eso, hermanos, practicad la misericordia. No hay otro vínculo de caridad, no hay otro vehículo que nos conduzca de esta vida a aquella patria. Extended la caridad hasta vuestros enemigos y sentíos seguros. Pues Cristo, a quien mucho tiempo antes se le dijo: De la boca de los infantes, y de los niños de pecho niños de pecho has sacado una alabanza para destruir al enemigo y al vengador47, que algunos códices dicen defensor, pero es más exacto vengador. Dios quiso destruir al vengador, es decir al que desea vengarse, sin querer que le sean perdonados sus pecados. ¿Y qué sucede, entonces, dices tú? ¿Desaparecerá el rigor de la disciplina? ¿Será eliminada toda corrección? No, no desaparecerá. ¿Y qué harás, entonces de un hijo descarriado? ¿No lo castigarás; no lo azotarás? Y cuando ves a un siervo tuyo que se comporta mal, ¿no le pondrás freno con algún castigo, con el látigo? Hágase esto, sí, hágase: Dios lo permite. Es más, te reprende si no lo haces. Pero hazlo por amor, no por venganza. Y si tuvieras que soportar las ofensas de algún prepotente, al que las normas no te permiten corregirle, ni quizá amonestarle o darle órdenes, toléralo, toléralo con firmeza. Escucha el Evangelio que acabamos de leer: Bienaventurados vosotros cuando los hombres os persigan, y digan contra vosotros toda clase de calumnias y ofensas por causa de mi nombre48. Y aquí ha manifestado la causa, para que no achaques las injurias por haberlas merecido, y no por tu fidelidad a los mandamientos de Dios. Porque no todo el que es maldecido es justo, sino el que siendo justo es injustamente maldecido. Y en este caso, se le otorga el premio. Por tanto, estate seguro si eres misericordioso; extiende tu amor hasta los enemigos. A los que estén bajo tu gobierno, castiga, corrige con amor, con caridad teniendo en cuenta su eterna salvación, no sea que por perdonar a la carne, perezca su alma. Obra así, y tendrás que soportar a muchos, sobre los cuales no puedes ejercer la corrección, ya que no dependen de tu autoridad. Soporta las injurias, mantente firme. Pues el Señor obrará sus misericordias, y hará justicia con todos los que reciben injurias. Será misericordioso contigo, si tú lo eres con los demás; has de serlo, aun sabiendo que si sufres injuria, el otro no quedará impune. A Mí el castigo, y yo le daré su merecido49, dice el Señor.
15. [v.7]. Él dio a conocer sus caminos a Moisés. ¿Qué caminos suyos le dio a conocer a Moisés? ¿Y por qué eligió a Moisés? En la persona de Moisés debemos entender a todos los justos, a todos los santos: Nombró a uno; tú debes incluir en él a todos. Por mediación de Moisés se dio a conocer la Ley; pero la misma entrega de la ley tiene también oculto un cierto misterio. Fue dada, en efecto, al enfermo para convencerlo de su estado, y así solicitase el médico. Así son los ocultos caminos de Dios. Ya anteriormente has escuchado: él cura todas tus enfermedades. Las enfermedades estaban ocultas en los enfermos, y se le dio a Moisés los cinco libros: también la piscina Probática tenía en su entorno cinco pórticos, adonde se llevaba a los enfermos para exponerlos, no para curarlos. Los cinco pórticos mostraban, no sanaban a los enfermos. La piscina curaba a uno que bajaba a ella, cuando se removía la piscina50. La remoción de sus aguas se dio durante la pasión del Señor: pues al venir, y permanecer desconocido, cuando algunos decían: "Este es el Cristo"; y otros: "No es el Cristo"; y también "es justo, es pecador; es un maestro, es un seductor", removió las aguas, es decir, alborotó el al pueblo; y en toda aquella remoción de las aguas, era sanado uno solo, porque en la pasión del Señor se cura la unidad. El que no pertenezca a la unidad, aunque esté tendido en los pórticos, no podrá ser sanado. Y del mismo modo, aunque se atenga a la ley, no llegará a la salvación. Y puesto que aquí hay un misterio escondido, se nos quiere mostrar que la ley fue dada para que los pecadores se hicieran conscientes de su pecado, e invocasen al médico para recibir la gracia. Así fue como se convenció aquel en el que se transfigura el apóstol Pablo, al decir: ¡Pobre de mí! ¿Quién me librará del cuerpo de esta muerte? (o: de este cuerpo que me lleva a la muerte)? Pues por el precepto de la ley se le había declarado una cierta lucha en su interior, por lo que dice: Veo en mis miembros otra ley diversa, que se opone a la ley de mi mente, y me hace esclavo a la ley del pecado que hay en mis miembros. Ha reconocido así encontrarse en la miseria, en el llanto, en el conflicto y en la lucha; se descubrió que no estaba en armonía, sino en discrepancia consigo mismo, y como que se alejaba de sí. ¿Y qué dice anhelando la paz, la paz verdadera y eterna? ¡Infeliz de mí! ¿Quién me librará de este cuerpo de muerte? La gracia de Dios por Jesucristo Señor nuestro51. Pues donde abundó el pecado sobreabundó la gracia. ¿Dónde abundó el pecado? La ley se introdujo para que abundase el pecado52. ¿Por qué al introducirse la ley, abundó el pecado? Porque, al no querer los hombres reconocerse pecadores, añadida la ley, se hicieron, además, prevaricadores. Sólo uno es prevaricador cuando traspasa la ley. El mismo Apóstol lo dice así: Porque donde no hay ley, tampoco hay prevaricación53. Abundó, pues el pecado para que sobreabundara la gracia. Así que, como ya había comenzado a decir, dado que existe en la ley este gran misterio, fue ella promulgada para que, creciendo el pecado, se humillasen los soberbios, humillados confesasen, reconociendo su pecado; y confesados, quedaran sanados. Son estos los senderos ocultos que Dios le reveló a Moisés, por quien promulgó la Ley, por la que abundaría el pecado, para que sobreabundase la gracia. No hizo esto Dios con crueldad, sino con un designio de sanación. Porque a veces el hombre se cree sano, y está enfermo; y al no sentirse enfermo en lo que sí lo está, pero no lo siente, no acude al médico: aumenta la enfermedad, crece la molestia, se busca al médico, y queda totalmente sanado. Hizo conocer a Moisés sus caminos; y a los hijos de Israel sus proyectos. ¿Fue a todos los hijos de Israel? Pero sí a los verdaderos hijos de Israel. Es más, en realidad a todos los hijos de Israel. Pues los falaces, los envidiosos, los hipócritas, no son hijos de Israel. ¿Y quiénes son, entonces, los hijos de Israel? He aquí un verdadero israelita, en el que no hay engaño alguno54. Y a los hijos de Israel sus proyectos.
16. [v.8]. El Señor es compasivo y misericordioso, paciente y de mucha misericordia. ¿Quién tan sufrido? ¿Quién tan abundante en su misericordia? Se peca y se sigue viviendo; se acumulan pecados y la vida se acrecienta; se blasfema sin parar, y él hace salir su sol sobre buenos y malos55. Por todas partes llama a la corrección, y está invitando a la penitencia; su llamada es con los beneficios que concede a su criatura; prolongando el tiempo de la vida, llama por algún lector, por algún expositor; llama también por algún íntimo pensamiento, llama a la corrección por algún doloroso castigo, y llama, sí, por medio de su misericordia consoladora: Es muy indulgente y de enorme misericordia. Pero, eso sí, pon mucho cuidado, no sea que abuses de ella incorrectamente, y vayas acumulando, como dice el Apóstol, ira y más ira, para el día de la ira: ¿Es que desprecias las riquezas de su bondad y su benevolencia, ignorando que la paciencia de Dios te llama a la penitencia?56 Porque te ha perdonado ¿te parece que has logrado agradarlo? Has hecho, dice, esto y aquello, y me he callado; has sospechado perversamente que yo soy semejante a ti57. No me agradan los pecados; pero con mi benignidad lo que busco son acciones buenas. Si castigase a los pecadores, no encontraría fieles arrepentidos. Por lo tanto, Dios, con el perdón de su longanimidad, te está impulsando a la penitencia: pero cuando tú dices cada día: "este día se está acabando, y mañana yo seré igual, porque no va a ser el día último"; llega el tercero: y de repente llegó la ira de Dios. Hermano, no retrases tu conversión al Señor58. Los hay que preparan su conversión, pero la van retrasando, y en ellos resuena la voz del cuervo: "cras, cras", "mañana, mañana". El cuervo enviado desde el Arca de Noé no volvió59. El Señor no desea la dilación de la voz corvina, sino la confesión del arrullo colombino. De hecho, la paloma enviada, volvió. ¿Hasta cuándo va a durar el "cras, cras"? Fíjate en el último "mañana"; y como no sabes cuál va a ser, bástete saber que has vivido como pecador hasta el día de hoy. Lo has oído, lo sueles oír con frecuencia; hoy también los has oído; cuanto más frecuente lo oyes, tanto más tardas en corregirte. Pues tú, conforme a la dureza de tu corazón impenitente, vas atesorando ira para el día de la ira y de la revelación del justo juicio de Dios, que retribuirá a cada uno según sus obras60. No te forjes la idea de que Dios es tan misericordioso, hasta el punto de no ser justo. Dios es misericordioso y compasivo. Oigo esto y me alegro. Así dices. Óyelo y alégrate, pues todavía añade: Paciente y de gran misericordia; pero así concluye: y también veraz. Te alegras de las palabras primeras; la última te debe hacer temblar. Es tan clemente y compasivo, que es también veraz y justo. Cuando tú te has ido acumulando ira para el día de la ira, ¿No vas a experimentar como justo a quien despreciaste como compasivo y bondadoso?
17. [v.9]. Su ira no durará hasta el fin, ni estará eternamente indignado. El vivir castigados y sometidos a la corrupción de la mortalidad, depende de su indignación: es el castigo que sufrimos del primer pecado. Debemos pensar, hermanos míos, en evitar no sólo las amenazas futuras, sino también su ira del tiempo presente. También ésta es ira suya. De él se deriva aquélla de la que dice el Apóstol que él y nosotros fuimos hijos suyos. Lo dice así: Hubo un tiempo en que también nosotros fuimos hijos de la ira, como los demás61. Luego de su ira viene el hecho de que aquí el hombre está desterrado y debe sufrir fatigas. Porque, hermanos míos, ¿no se origina en la ira de Dios aquella sentencia: con el sudor de tu frente y con tu fatiga comerás tu pan, y la tierra te producirá espinas y abrojos?62 Así le fue asegurado a nuestro progenitor. Después, si puedes conseguir que la vida sea distinta, mira a ver si puedes ir en busca de algún placer donde no sientas el dolor de las espinas. Elige el que te guste: sé avaro, sé disoluto, por nombrar sólo estos dos; añade un tercero: ambicioso. ¡Cuántas espinas se encuentran en la ambición de honores; cuántas vienen también con la conducta disoluta y libidinosa! Y en el ardor de la avaricia ¿cuántas espinan no te punzan? Y no digamos de las conductas de amores torpes: ¿cuántas molestias no traen consigo? ¿cuántas preocupaciones y disgustos no producen aquí, en esta vida? Y esto sin mencionar el infierno. ¡Mira si no eres ya tú mismo tu propio infierno! Está claro, hermanos míos, que todo esto proviene de su ira; y cuando tú llegues incluso a convertirte, viviendo honradamente, no podrás evitar el sufrimiento aquí en la tierra; sólo terminarán las fatigas cuando nuestra vida llegue a su fin. Es inevitable sufrir en este nuestro camino, para que podamos alegrarnos en la patria. Así pues, tu dolor, tus sudores, tus molestias, quedan suavizados con su promesa, y por eso te dice: No estará airado por siempre, ni tampoco estará indignado eternamente.
18. [vv.10-11]. No nos ha tratado como merecen nuestros pecados. Gracias a Dios, que ha querido portarse así.No hemos recibido lo que en realidad merecíamos: No nos ha tratado como merecen nuestros pecados, ni nos ha pagado según nuestras culpas. Como se levanta el cielo sobre la tierra, así consolidó el Señor su misericordia sobre los que le temen. ¿Cuánto ha sido? Cuanto dista el cielo de la tierra. ¿Qué ha dicho? Si alguna vez podrá el cielo dejar de proteger la tierra, ¿podrá Dios dejar algún tiempo de proteger a los que le temen? Mira el cielo: en todos lados y por todas partes ampara la tierra; no hay parte alguna de la tierra que no la proteja el cielo. Bajo el cielo pecan los hombres y cometen toda clase de maldades bajo el cielo; y a pesar de todo, el cielo los protege. De él llega la luz a los ojos, de él nos viene el aire y el viento; de él baja la lluvia que cae en la tierra para que produzca frutos, de él procede toda misericordia. Quítale el auxilio del cielo, y perece la tierra al instante. Por eso, como es permanente la protección del cielo sobre la tierra, así permanece la protección del Señor sobre los que le temen. Si tú temes a Dios, su protección será constante sobre ti. Pero quizá sufres algún castigo, y piensas que Dios te ha abandonado. Eso sucedería si desapareciera la protección del cielo sobre la tierra: Porque cuanto se levanta el cielo sobre la tierra, así ha consolidado el Señor su misericordia sobre los que le temen.
19. [v.12]. ¿Y qué ha hecho? No nos ha pagado según merecen nuestros pecados, Pues como dista el oriente del ocaso, así aleja de nosotros nuestros delitos. Cuanto se eleva el cielo sobre la tierra, así consolidó el Señor su misericordia con nosotros. Y nos ha manifestado la causa: por nuestra protección. ¿En qué medida? Cuanto dista el Oriente del Occidente, así ha alejado de nosotros nuestros delitos. Esto queda claro a los que conocen los misterios cristianos; pero yo digo lo que todos pueden oír. Cuando se perdona el pecado, tus pecados mueren, y surge tu gracia. Podemos decir que tus pecados están como en el ocaso; y la gracia, por la que te sientes libre, está ya en el amanecer. La verdad ha surgido de la tierra63. ¿Qué significa esta frase? Que nació la gracia y se han anulado tus pecados. Que de algún modo estás renovado. Debes orientarte hacia la aurora, y debes alejarte del ocaso. Debes alejarte de tus pecados, y dirigirte hacia la gracia de Dios. Cuando ellos se ocultan, tú te levantas y progresas. Pero la parte del cielo que se levanta, vuelve de nuevo al ocaso. Es decir, que las semejanzas no pueden aplicarse perfectamente en todos su detalles en sus comparaciones. Sólo en su conjunto. Como se habló aquí del águila y de la luna anteriormente, así se habla también ahora. Se oculta una parte del cielo y aparece otra; pero la parte que ahora surge, volverá a su ocaso pasadas doce horas. Mas no ocurre esto con la gracia que nace en nosotros, ya que los pecados se ocultan para siempre, y la gracia permanece eternamente.
20. [v.13]. ¿Por qué se dice: Cuanto dista el oriente del ocaso, así también ha alejado de nosotros nuestros pecados para que éstos desaparezcan, y surja la gracia? ¿Os parece que será así? Como un padre siente compasión por sus hijos, así el Señor se ha compadecido por los que le temen. Que se enoje cuanto quiera; es padre. Pero nos ha azotado, nos ha afligido, nos ha castigado; es padre. Hijo, si lloras, debes hacerlo bajo la mirada del padre; no lo hagas con indignación, ni tampoco con una actitud de soberbia. Lo que padeces, el castigo que te hace llorar, es una medicina, no una pena; es un castigo, no una condenación. No rechaces el castigo, si no quieres ser desheredado; no te fijes en el dolor de la corrección, sino mira el lugar que tienes en el testamento. Como un padre siente ternura por sus hijos, así el Señor ha tenido misericordia con los que le temen.
21. [v.14]. Porque él conoce de qué estamos hechos, es decir, conoce nuestra flaqueza. Conoce lo que hizo: cómo cayó, cómo ha de ser restaurado, adoptado y enriquecido. No olvidéis que fuimos hechos de barro. El primer hombre, hecho de tierra, es terreno; el segundo hombre del cielo, es celeste64. Envió a su Hijo, el cual se hizo el segundo hombre, y antes que de todas las cosas fue Dios. Fue el segundo en su venida, y el primero en el retorno: murió después de muchos, pero fue el primero en resucitar. Él conoce nuestra naturaleza: ¿Qué naturaleza? A nosotros. ¿Por qué afirmas que la conoce? Porque ha tenido compasión. Recuerda que somos polvo. Dirigiéndose al Señor, el profeta le dice: Recuerda, como si Dios se olvidara; Dios conoce de tal manera, y de tal manera sabe, que no se olvida. ¿Qué es, entonces: recuerda? Que tu misericordia permanezca con nosotros. Has conocido nuestro ser de un modo propio; no te olvides de qué estamos hechos, no sea que nos vayamos a olvidar de tu gracia. Recuerda que somos polvo.
22. [v.15]. Los días del hombre duran lo que la hierba. Que el hombre ponga atención a lo que es. Que no se ensoberbezca el hombre. Sus días son como el heno. ¿Cómo es que se ensoberbece el heno, que florece de momento y al poco tiempo se seca? ¿Por qué se engríe el heno, que sólo está verde hasta que el sol comienza a calentar? Es un bien para nosotros que su misericordia esté sobre nosotros, y que del heno haga oro. Porque el hombre, cuyos días son como la hierba, florece como flor del campo. Todo el esplendor del género humano: los honores, el poder, las riquezas, la fuerza del orgullo, las amenazas, son flor de heno. Florece aquella casa, es poderosa, se engrandece una familia; pero ¿cuánto sobresale, cuántos años viven sus miembros? Para ti son muchos años, para Dios es un instante. Dios no cuenta como tú, que vas numerando. En comparación de los extensísimos siglos de los vivientes, todo el brillo de una casa es como flor del campo. Apenas dura un año toda la hermosura temporal. Todo lo que aquí florece, todo lo que brilla aquí, y aquí es hermoso, no es perdurable; es más, no puede durar por todo un año. ¡En qué poco tiempo se marchitan las flores, lo hermoso de las plantas! Esto que sumamente bello, decae rápidamente. Toda carne es heno, y el esplendor del hombre, como flor del campo. Se seca el heno y cae la flor; pero la palabra del Señor permanece eternamente65. Pero como el Padre conoce de qué estamos hechos, es decir, que somos heno, y que podemos brillar temporalmente, nos envió su Verbo; y a su Verbo, que permanece eternamente lo hizo hermano del heno que no se mantiene siempre; a su Hijo Unigénito por naturaleza, al Único, nacido de su misma sustancia, lo hizo hermano adoptando a una infinidad de hermanos. No te sorprendas por participar de su eternidad, puesto que él se hizo primero partícipe de tu heno. ¿Te negará la excelencia que tiene fuera de ti él que tomó de ti lo que era despreciable? Luego el hombre, por lo que al hombre se refiere, tiene sus días como heno, y florecerá como flor del campo.
23. [v.16]. Porque el viento la rozará y ya no existe y no se conocerá ya su lugar. Es como si fuera una ruina, algo como una destrucción o una muerte. Supongamos que uno se infla, que se engríe, o alguien que se ensoberbece: el viento pasará sobre él, y ya no estará, ya no se sabrá más cuál fue su lugar. Fijaos en aquellos que mueren cada día: esta es su condición, este será su fin. No se habla aquí del heno, sino porque el Verbo se hizo heno. Tú, en cambio, eres hombre, y el Verbo también se hizo hombre por ti. Tú eres carne, y el Verbo se hizo carne por ti. Toda carne es heno, y: el Verbo se hizo carne66. ¡Cuán grande es, pues, la esperanza de este heno, puesto que el Verbo se hizo carne! Aquel que permanecerá eternamente no se desdeñó de asumir el heno, para que el heno no perdiera la esperanza.
24. [v.17]. Por lo que a ti te toca, piensa en tu debilidad, piensa que eres polvo. No te engrías. Si te mejoras, todo es gracia de Dios, lo eres por su misericordia. Escucha, pues, lo que dice a continuación: Pero la misericordia del Señor dura por los siglos sobre aquellos que le temen. Los que no lo teméis sois heno, y, como heno, os hallaréis con el heno entre tormentos, pues resucitará la carne para ser atormentada. Alégrense, en cambio los que le temen, porque sobre ellos permanece su misericordia.
25. [v.18]. Y su justicia pasa a los hijos de sus hijos. Habla sobre la retribución sobre los hijos de sus hijos. Hay muchos siervos de Dios que no tienen hijos, y mucho menos hijos de sus hijos. Pero llama hijos nuestros a nuestras obras; y a los hijos de nuestros hijos, a la recompensa de nuestras obras. Su justicia pasa a sus nietos para aquellos que guardan su testamento. Reflexionen y no crean todos que se refiere a ellos lo que se ha dicho. Elijan mientras hay tiempo. A los que guardan, dice, su testamento, y recuerdan sus mandamientos para cumplirlos. Te disponías ya a envanecerte, y tal vez a recitarme el salterio que yo no sé; o a recitarme de memoria toda la Ley. Sin duda que eres superior a mí en la memoria, y mejor a cualquier justo, si éste no la recuerda al pie de la letra. Pero trata de retener los preceptos. ¿Y cómo los podrás retener? No con la memoria, sino con la vida. Los que recuerdan de memoria sus mandamientos, no para repetirlos, sino para practicarlos. Quizá se siente vuestra alma perturbada. ¿Quién puede retener todos los mandamientos de Dios? ¿Quién sabe de memoria todas las divinas Escrituras? Yo no quiero sólo memorizarlas, sino cumplirlas también con mi conducta; pero ¿quién lo sabe todo de memoria? No tengas miedo, esto no debe ser un peso para ti. En dos preceptos se resume toda la Ley y los Profetas67. Pero quiero saber de memoria toda la Ley. Apréndela, si puedes, cuando y como puedas. A cualquiera de sus páginas que interrogues, te responderá: "Retén lo que retienes, retén la caridad": El fin del precepto es la caridad68. No te preocupes por la multitud de las ramas: ten la raíz y todo el árbol está contigo. Y los que recuerdan sus mandamientos de memoria para cumplirlos.
26. [v.19]. El Señor ha establecido en el cielo su trono. ¿Quién lo ha establecido en el cielo, sino Jesucristo? Él descendió y luego ascendió, murió y resucitó; asumió al hombre y lo elevó al cielo, y en el cielo preparó su trono. El trono es la sede del juez: fijaos en lo que estáis oyendo, porque preparó en el cielo su trono. Que cada uno haga lo que le guste en la tierra, pero el pecado no quedará impune, no será estéril la justicia, pues el Señor, que fue mofado ante el trono del juez humano, estableció su trono en el cielo. El señor ha establecido su trono en el cielo, y su reino dominará a todos los reinos. Del Señor es el reino, y él dominará sobre las naciones69. Y su reino dominará todos los reinos.
27. [v.20]. Bendecid al Señor todos sus ángeles, poderosos ejecutores de sus órdenes. Luego tú no eres justo ni fiel, sino sólo cuando cumples la palabra de Dios. Poderosos y fuertes en el cumplimiento de su palabra, y para oír la voz de sus discursos.
28. [v.21]. Bendecid al Señor, todos sus ejércitos, servidores que cumplís su voluntad. Todos los ángeles, todos los poderosos por vuestra fortaleza, que cumplís su palabra, todos sus ejércitos, todos sus servidores que cumplís su voluntad; vosotros, sí, vosotros bendecid al Señor. Porque todos los malvivientes, aunque callen con su lengua, con la vida están maldiciendo al Señor. ¿De qué te sirve cantar himnos con tu lengua, si con tu vida estás cometiendo sacrilegios? Viviendo mal, has blasfemado con muchas lenguas. Si deseas bendecir al Señor, practica su palabra, cumple su voluntad. Edifica sobre la roca, no lo hagas sobre arena. Oír y no practicar es edificar sobre arena. No oír ni practicar, es no edificar nada. Si edificas sobre arenas, edificas una ruina; si nada edificas, estás expuesto a que las lluvias, los ríos con sus corrientes, los vendavales, serás por ellos arrastrado antes de que puedas mantenerte en pie70. No hay, pues, que cruzarse de brazos, sino edificar; pero no edificar algo ruinoso, sino sobre roca, para no ser vencidos por la tentación. Si es así, bendice al Señor; y si no, no andes halagando con la lengua. Pregunta a tu vida, y te responderá. Si encuentras en ti algún mal, laméntalo, confiésalo: tu confesión puede bien ser una bendición al Señor. Pero que tu conversión persevere en la bendición.
29. [v.22]. Bendecid al Señor todas sus obras, en todo lugar de su imperio. Luego en todo lugar. No es bendecido allí donde no domina: en todo lugar de su dominio. No sea que alguien diga: "No puedo bendecir al Señor en Oriente, porque se ha marchado a Occidente", o también: "No puedo bendecir al Señor en Occidente, porque se encuentra en Oriente". Pues (no está ausente) ni del Oriente ni del Occidente, ni de los montes desiertos, porque Dios es el juez que gobierna71. Y está en todas partes para que en todas sea bendecido; está en todo lugar para que en todo lugar se le cante con júbilo; y en todas partes es bendecido para que se viva bien en todas partes. Bendecid al Señor todas sus obras. Porque cuando comiences con tu buena vida a bendecir al Señor, todas sus obras, no tus propios méritos, le bendicen a él. Porque es él quien por ti y en ti obra el bien, como dice el Apóstol: Con temor y temblor trabajad por vuestra salvación; porque es Dios el que obra en vosotros72. Por tanto, para que no se te ocurra engreírte, al realizar su palabra y cumplir su voluntad, ha querido humillarte, con la mirada puesta en su gracia, con cuya ayuda has podido conseguir esto. En todo lugar de su imperio. Bendice, alma mía al Señor. Este último versículo es igual al primero: bendición desde el comienzo, bendición al final; por la bendición hemos comenzado, volvamos a la bendición, y triunfantes viviremos en ella.