Sermón al pueblo 2
Hipona. Tiempo pascual del año 395
1. Ayer hemos escuchado el gemido y la oración de un pobre, y hemos descubierto que se trataba de aquél que, siendo rico, se hizo pobre por nosotros, y que a él estaban unidos sus miembros, y su voz era la que su Cabeza expresaba. Vimos que en él estábamos también nosotros, si es que, por su gracia, somos algo en su cuerpo. Se habían ya terminado las palabras de los gemidos, y habían comenzado las de consolación. Y no pude en modo alguno exponerlas hasta el fin. Pero en las palabras que restan, oigamos hoy no ya al pobre que gime, sino al que se goza, y se goza porque espera, y tiene esperanza porque no ha puesto su apoyo en sí mismo. Este pobre, después de haber preanunciado la felicidad humana en la Escritura de Dios, añadió: Quede esto escrito para la generación futura; y el pueblo que será creado alabará al Señor. Porque ha mirado desde su excelso santuario. El sermón de ayer llegó hasta la exposición de estas palabras. Escuchad ahora lo que sigue.
2. [vv.20-22). El señor ha mirado desde el cielo a la tierra, para el escuchar el gemido de los cautivos, y para liberar a los hijos de los condenados a muerte. Habíamos encontrado escrito en otro salmo: Entre en tu presencia el gemido de los cautivos1; y dicho en un lugar en el que hacíamos referencia a los mártires. ¿Y cómo es que los mártires fueron puestos en los cepos? ¿No es que fueron más bien encadenados? Sabemos que los santos mártires de Dios fueron llevados a los jueces, recorriendo provincias y puestos en cadenas; pero no sabemos que hayan sido puestos en el cepo. Sabemos, sí, que estaban cautivos de la doctrina y del temor de Dios, del que se dijo: el principio de la sabiduría es el temor del Señor2. Animados por este temor, no temieron los siervos de Dios a los que matan el cuerpo, pero no pueden matar el alma; y sí temían a quien puede matar el cuerpo y el alma, enviándolos al infierno3. Si los mártires no hubieran estado "amarrados" en los cepos de este temor, ¿cómo habrían podido soportar todas aquellas crueldades y sufrimientos de parte de sus perseguidores, cuando se les dejaba en libertad para hacer lo que les ordenaban, y evitar de esta forma sus padecimientos? Pero Dios los había amarrado temporalmente con estos grillos, sin duda ásperos y trabajosos; que debían ser tolerados en atención a las palabras de aquel a quien se dice: Por las palabras de tus labios yo me he mantenido en tus caminos penosos4. Hace falta, sin duda gemir, estando en estos cepos, para impetrar la misericordia de Dios. De aquí que, como acabamos de citar más arriba, los mártires digan en otro salmo: Entre en tu presencia el gemido de los cautivos en cepos. Pues no merecen de ser evitados tales cepos por apetecer la libertad perniciosa y la dulzura pasajera de una vida breve, a la cual seguiría una amargura eterna. Por eso, para que no rehusemos los grillos de la sabiduría, nos habla así la Escritura: Oye, hijo mío, acoge mi mandato, y no rechaces mi consejo; mete tu pie en su cepo, y tu cuello en su collar: ofrece tu espalda, llévalo y no tengas odio a sus ataduras. Con toda tu alma acércate a la Sabiduría, y con todas tus fuerzas sigue sus caminos. Rastréala, búscala, y se te dará a conocer; y cuando la poseas, ya no la sueltes. Al fin alcanzarás su descanso, y se te convertirá en placer, sus cadenas se te volverán baluarte, y su collar en traje de gala. Hay en ella un esplendor de oro, y sus cadenas son hilos de púrpura: te vestirás de ella como con un manto glorioso, y te la pondrás sobre ti como corona de alegría festiva5. Que griten, pues los cautivos en los cepos, mientras lo estén por la disciplina de Dios, que fue el duro ejercicio de los mártires; se soltarán sus cadenas y volarán por los aires, para convertirse después en sus adornos. Así sucedió con los mártires. ¿Qué fue lo que hicieron los perseguidores, al darles muerte, sino soltar sus grillos, y convertirlos en coronas?
3. Desde el cielo, pues, ha mirado el Señor para escuchar el gemido de los cautivos en cepos, para soltar a los hijos de los condenados a muerte. Condenados a muerte fueron ellos, y ¿quiénes son sus hijos? Somos nosotros. ¿Y cuándo somos soltados? Cuando le decimos: Rompiste mis ataduras; te ofreceré un sacrificio de alabanza6. Cada uno de nosotros es soltado de las ataduras de los malos deseos, o de los nudos de sus pecados. La remisión de los pecados es la desatadura. ¿De qué le habría servido a Lázaro salir del sepulcro, si no se hubiera dicho: Desatadle y dejadle andar?7 Fue el mismo Señor quien con su voz lo resucitó del sepulcro, y con su grito le devolvió el alma; él mismo le removió la tierra puesta sobre su sarcófago, y a su mandato salió Lázaro del sepulcro atado con sus vendas, no por sus propios pies, sino en virtud de quien le mandó salir afuera. Esto se lleva a cabo también en el corazón del arrepentido. Cuando oyes a un pecador que se arrepiente de sus pecados, ten por cierto que ya revivió. Y cuando oyes a un hombre declarar la conciencia, ya salió del sepulcro, pero aún no está desligado. ¿Cuándo, y por quiénes será desatado? Todo cuanto desatéis en la tierra —dice el Señor— será desatado en el cielo8. Con razón por la Iglesia puede darse la absolución de los pecados; pero resucitar al muerto mismo, no puede darse sin el clamor interior del Señor. Porque esto lo realiza Dios interiormente. Yo hablo a vuestros oídos; ¿Pero sé lo que se realiza en vuestros corazones? Lo que tiene lugar en vuestros corazones, no es obra mía, sino es el Señor quien lo realiza.
4. El Señor, pues, ha mirado para desatar a los hijos de los condenados a muerte. Habéis oído quiénes son los condenados a muerte, y quiénes son sus hijos. ¿Qué se dice después? Para que sea anunciado en Sión el nombre del Señor. Primero, efectivamente, la Iglesia fue perseguida, cuando los cautivos en los cepos eran asesinados; y después de aquellos tormentos, se anuncia en Sión el nombre del Señor, lo que se hacía con plena libertad en el seno de la Iglesia. Ella es la verdadera Sión: no un lugar, primero excelente, y luego reducido a la cautividad; sino la otra Sión, de la que era imagen la otra Sión, que significa contemplación (speculatio); y esto, porque nosotros, mientras vivimos todavía en el cuerpo, hemos de poner la atención no en las cosas que tenemos delante y presentes, sino en las que vendrán en el futuro. De aquí nace la contemplación o especulación (observación). Todo especulador o centinela, mira a lo lejos. Se llaman atalayas o puestos de observación a los lugares donde se ponen guardianes; y estos puestos se colocan sobre peñascales, montes, o sobre árboles, de manera que, desde lo alto se pueda ver lo lejano. Luego Sión es lugar de contemplación, como también lo es la Iglesia. ¿Por qué es lugar de contemplación? Porque se trata de una visión a larga distancia, y esto es contemplación. Hay un difícil trabajo ante mí, hasta que entre en el santuario de Dios y comprenda las postrimerías9. ¿Y cómo se realiza esta contemplación de las últimas realidades o "postrimerías"? Es como atravesar el mar no sólo navegando, sino en cuidadosa y atenta observación, y habitar en el último confín del mar10; es decir poner la esperanza en lo que habrá después del fin del mundo. Luego si la Iglesia es contemplación, en ella se está ya anunciando el nombre del Señor. No sólo se anuncia el nombre del Señor en esta Sión, sino también, dice, su alabanza, en Jerusalén.
5. [v.23]. ¿Y cómo se anuncia? Congregándose los pueblos y los reinos en unidad para dar culto al Señor. ¿Cómo se ha realizado todo esto? Por la sangre de los condenados a muerte, y por los gemidos de los prisioneros en el cepo. Fueron escuchados los que se hallaban en el tormento y la humillación, para que la Iglesia tuviera tanta gloria como vemos que tiene, y por lo cual los mismos reinos que la perseguían, sirven ahora al Señor.
6. [v.24]. Le ha respondido en el camino de su fortaleza. ¿A quién respondió, sino al Señor? Veamos también quién fue el que respondió en lo que más arriba se dice: Y (anunciará) su alabanza en Jerusalén; congregándose los pueblos y los reinos en unidad, para dar culto al Señor. Le ha contestado en el camino de su fortaleza. ¿Qué le contestó, y quién le contestó en el camino de su fortaleza? Miremos primeramente a ver quién le contestó, y así averiguaremos cuál es el camino de su fortaleza. Las palabras anteriores indican que le contestaron o bien su alabanza, o Jerusalén, pues se dijo anteriormente: Y su alabanza en Jerusalén, cuando los pueblos y los reinos se congreguen en unidad, para dar culto al Señor. No podemos decir "los reinos", porque habría dicho "respondieron", ni tampoco podemos decir "los pueblos", por la misma razón. Luego como dice le contestó, tratemos de aplicar el singular expresado anteriormente, y no es posible sino refiriéndolo a su alabanza o a Jerusalén. Pero como no queda claro que se refiera a una de las dos solamente, expondré el pasaje como referido a ambas juntamente. ¿De qué modo le ha contestado al Señor su alabanza? Cuando le dan gracias aquellos que han sido por él llamados. Él es quien llama, y nosotros le respondemos; no con la voz, sino con la fe; no con la lengua, sino con la vida. Porque si Dios te llama, y te ordena que vivas bien, y tú vives mal, no respondes a su llamada, ni de tu parte hay respuesta de alabanza a él, puesto que vives de tal modo que él no es alabado, sino más bien es ultrajado. Sin embargo, cuando vivimos de modo que Dios es alabado por nosotros, entonces realmente a él le ha respondido su alabanza. También Jerusalén le ha respondido de parte de sus santos y de los que han sido llamados. Jerusalén, de hecho, también ha sido llamada, y la primera Jerusalén se negó a escuchar, y por eso se le dijo: He aquí que vuestra casa quedará desierta. ¡Jerusalén, Jerusalén (él grita, y no se le responde), cuántas veces quise congregar a tus hijos, como reúne la gallina a sus polluelos bajo sus alas, y no has querido!11 No hay respuesta alguna; llueve de lo alto, y en lugar de fruto, brotan espinas. Y, al contrario, aquella Jerusalén, de la que se dijo: regocíjate, estéril, la que no tenías hijos; prorrumpe y exclama, la que no conocías los dolores de parto; porque muchos más son los hijos de la abandonada, que los de la que tiene marido12; le ha contestado. ¿Qué significa esto? Significa que no ha despreciado a quien le llamaba. Significa que el Señor llovió de lo alto, y ella ha producido sus frutos.
7. Le ha respondido. Pero ¿Dónde? En el camino de su fortaleza. ¿Quizás en sí misma? ¿Y qué sería en sí misma, y qué voz tendría en sí, y de sí misma? Únicamente la voz del pecado, la voz de la iniquidad. Examina su voz, ¿Y qué encuentras en ella, sino un cúmulo de pecados? Yo dije: Señor, ten misericordia de mí; sana mi alma, porque he pecado contra ti13. Ahora bien, si ha sido justificada, le ha respondido, no por sus propios méritos, sino por obra de él. ¿Y dónde? En el camino de su fortaleza, que es Cristo; sí, es el mismo que dijo: Yo soy el camino, la verdad y la vida14. Pero antes de la resurrección no era reconocido por su pueblo; precisamente al ser crucificado en su flaqueza15, no llegó a saberse quién era, hasta que apareció fuerte resucitando. Luego en el camino de su debilidad no le contestó la Iglesia, sino en el camino de su fortaleza; efectivamente, después de su resurrección, cuando ya no manifestaba su debilidad en la cruz, sino su fortaleza en el cielo, es cuando convocó a la Iglesia de todas las partes del mundo. No es un honor para la fe de los cristianos el creer que Cristo murió, sino el creer que Cristo ha resucitado. Que ha muerto lo creen hasta los paganos, y esto es precisamente lo que te echan en cara como un delito: "el que crees en un muerto". ¿Cuál es, pues tu honor? Creer que Cristo ha resucitado, y esperar que tú también has de resucitar por Cristo: éste es el elogio de la fe. Porque si crees en tu corazón que Jesús es el Señor, y confiesas con tu boca que Dios lo resucitó de entre los muertos, te salvarás.No dice: "Si confiesas que Dios lo entregó para que lo matasen", sino: Si confiesas que Dios lo resucitó de entre los muertos, entonces sí, te salvarás. Con el corazón se cree para obtener la justificación, y se confiesa con la boca para obtener la salvación16. ¿Y por qué creemos también que Jesús ha muerto? Porque no podríamos creer que ha resucitado, si no creyéramos que antes había muerto. ¿Quién resucita, sin haber muerto? ¿Quién despierta sin estar dormido? Pero, como dice un salmo: ¿acaso el que duerme no volverá a levantarse?17 Esta es la fe de los cristianos. En esta fe, por la cual se congregó la Iglesia, son muchos más los hijos de la abandonada —como hemos oído hace poco— que los de aquella que tiene marido. Así pues, le ha contestado, es decir, la Iglesia ha alabado al Señor, según los preceptos que le dio; en el camino de su fortaleza, no en el de su debilidad.
8. Ya habéis oído en este mismo salmo, de qué modo le respondió: Congregándose los pueblos y los reinos en unidad, para dar culto al Señor. Fue, pues, de un modo bien concreto: en la unidad, porque quien no está en la unidad, no le contesta. Él es uno, y la Iglesia es unidad; al uno no puede responderle sino la unidad. Pero hay algunos que dicen: "Esto ya ha sucedido: La Iglesia, por cierto, le contestó en todas las naciones; y, dando ella a luz más hijos, que la que tenía marido, le contestó en el camino de la fortaleza, pues ha creído que Cristo resucitó; creyeron en él todas las gentes; pero aquella Iglesia que se constituyó de todas las gentes, ya no existe: pereció". Esto lo dicen los que no pertenecen a ella. ¡Oh voz desvergonzada! ¿No existe ella porque tú no le perteneces? ¡Mira a ver, no sea que quien no existes eres tú! Porque ella existirá aunque tú no existas. El Espíritu de Dios, previendo esta afirmación abominable, detestable, llena de presunción y falsedad, falta de toda verdad, carente de la luz de la sabiduría, insípida, vana, temeraria, descabellada y perniciosa, y como profetizando contra ellos la unidad, dijo: congregándose en unidad los pueblos y los reinos, para dar culto al Señor. Y al añadir: Le ha respondido, significa un elogio para la Iglesia, al referirse a aquella Jerusalén, nuestra madre, que será un día vuelta a llamar del exilio, fecunda con muchos más hijos que la que tenía marido; y esto porque algunos habrían de decir contra ella: "Existió, pero ya no existe más", y dice: Dame a conocer la brevedad de mis días. ¿Qué es lo que murmuran contra mí —parece decir la Iglesia— esos desconocidos que se han apartado de mí? ¿Qué es lo que pretenden esos perdidos al sostener que yo he desaparecido? Dicen, sin dudarlo, que existí, pero que ya no existo. Anúnciame —le respondo— la brevedad de mis días. No te pregunto por los días eternos, en los que viviré y que no tienen fin. Te pregunto por los temporales. Anúnciame estos temporales: anúnciame la brevedad de mis días, no la eternidad de mis días, anúnciamelos. Dime cuánto tiempo voy a permanecer en este mundo, dímelo por aquellos que dicen: "Existió y ya no existe". Por aquellos que dicen: "Se han cumplido las Escrituras, creyeron todos los gentiles, pero la Iglesia de todas las naciones apostató, y ha perecido". ¿Qué quiere decir: Anúnciame la brevedad de mis días? Que anunció y no ha cesado de sonar esta voz. ¿Quién me lo anunció, sino el mismo camino? ¿Y cómo lo anunció? Mirad, yo voy a estar con vosotros hasta el fin del mundo18.
9. Pero éstos siguen insistiendo, y dicen: Yo estoy con vosotros—dice el Señor—hasta la consumación del mundo; porque conocía de antemano que íbamos a estar presentes en la tierra nosotros, la secta de Donato. ¿Se refería, quizás a ésta, cuando dijo: Anúnciame la brevedad de mis días; o no más bien a la unión a la cual se refería anteriormente: congregándose los pueblos y los reinos en unidad, para dar culto al Señor? ¿Por qué estáis con el corazón dolorido? Porque incluso los emperadores decretan leyes contra los herejes, con lo cual se ha cumplido la integración en la unidad, para que también los reinos den culto al Señor. No sois vosotros los hijos de aquellos condenados a muerte, cuya voz dolorida de cautivos en el cepo fue escuchada por el Señor. No, en absoluto. Vuestros hechos no indican esto; vuestra soberbia y vuestra vanidad lo desmienten; no gustáis esta realidad, y estáis fuera de la Iglesia; sois sal desvirtuada, y por ello os pisotean los hombres19. Oíd lo que dice: ¿De qué Iglesia habla? De la que congregó en unidad los pueblos. ¿De qué Iglesia habla? De la que reunió a los reinos para que dieran culto al Señor. Interceptada por vuestros alaridos y vuestras falsas creencias, se dirige a Dios pidiéndole que le manifieste la brevedad de sus días, y se encuentra con que el Señor le ha dicho: Mirad, yo estaré con vosotros hasta el fin del mundo. Y aquí es donde vosotros decís: "De nosotros ha dicho esto; nosotros somos los que hemos de permanecer hasta la consumación del mundo" Que sea interrogado el mismo Cristo, a quien se dijo: Anúnciame la brevedad de mis días, y oiremos que dice: Este evangelio será predicado en todo el orbe, como testimonio para todos los pueblos; y entonces vendrá el fin20. ¿Por qué tú andabas diciendo: "Esto ya sucedido, sí; pero desapareció"? Escucha al Señor, que me ha dado a conocer la brevedad de mis días. Dice: Será predicado este Evangelio. ¿Dónde? En todo el orbe de la tierra. ¿A quiénes? Como testimonio para todos los pueblos. ¿Y qué más dice? Y entonces vendrá el fin. ¿Y no te das cuenta de que todavía hay pueblos, a los que no se las predicado el Evangelio? Luego siendo necesario que se cumpla lo que dijo el Señor, al anunciar a la Iglesia la brevedad de mis días, que se ha de predicar el Evangelio a todas las gentes, y que después vendrá el fin, ¿Por qué andas diciendo que ya ha desaparecido la Iglesia de entre todas las gentes, siendo así que se predica el evangelio para que pueda estar en todas las naciones? Luego la Iglesia persistirá hasta el fin del mundo en todas las naciones. Ésta es precisamente la brevedad de sus días, porque breve será todo lo que termina; y después de esta brevedad, pasará a la eternidad. Perezcan los herejes, dejen de ser lo que son, y que lleguen a ser lo que no son. La brevedad de los días persistirá hasta el fin del mundo. Y esto, porque todo este tiempo —y no pienso en el hoy, este presente hasta el fin del siglo, sino desde Adán hasta el fin del mundo— es una pizca de tiempo, comparada con la eternidad.
10. [v.25]. No se froten las manos de gozo contra mí los herejes porque dije: "la brevedad de mis días", como si esa brevedad no habría de permanecer hasta el fin del mundo; Pues ¿qué añade el salmo?: No me llames en la mitad de mis días. No obres conmigo según hablan los herejes. Consérvame hasta el fin del mundo y no me llames en la mitad de mis días; completa en mí los días breves, para que después me concedas los días eternos. ¿Por qué te has interesado en investigar la brevedad de mis días? ¿Por qué? ¿Quieres saberlo? Tus años duran de generación en generación. Si yo he querido indagar sobre los días cortos, es porque aun cuando ellos persistan conmigo hasta el fin del mundo, son cortísimos en comparación con tus días, pues tus años durarán por generación de generaciones. ¿Por qué no dice: "Tus años serán por los siglos de los siglos"; ya que así suele significarse más bien la eternidad en la Sagrada Escritura; sino que dice: Tus años son por generación de generaciones? Pero ¿cuáles son tus años? Los que no vienen y pasan. Los que no vienen, precisamente para no existir. Cada día en este tiempo viene para dejar de ser; y lo mismo cada hora, cada mes y cada año: ninguno de ellos permanece. Antes de venir, será; una vez que ha llegado, no será más. Pero tus años eternos, los años tuyos que no cambian, permanecerán por generación de generaciones. Hay una cierta generación de generaciones; en ella estarán tus años. ¿Cuál es esa generación? Es una determinada, y si la logramos reconocer bien, en ella estaremos, y los años de Dios estarán en nosotros. ¿Cómo estarán en nosotros los años de Dios? Del mismo modo que Dios estará en nosotros. Por eso se dijo: Para que Dios lo sea todo en todos21. No son una cosa los años de Dios, y otra el mismo Dios, sino que los años de Dios son la eternidad de Dios; y su eternidad es su misma sustancia, la cual nada tiene de mutable; allí nada hay pretérito, como que ya no existe; nada hay futuro, como si todavía no es. Allí no hay más que el presente: existe, es. En él no hay ni el "fue", ni el "será", porque el "fue", ya no es; y el "será", todavía no es; sino que lo que en Dios hay es únicamente el "es". Con razón envió Dios a Moisés con esta consigna. Moisés preguntó por el nombre de quien lo enviaba; preguntó y oyó la respuesta, ya que no había de quedar vacío el deseo de su buen anhelo. Su pregunta no fue por vana curiosidad, sino por la necesidad del encargo. ¿Qué les responderé a los hijos de Israel —dijo— si me preguntan: Quién te ha enviado a nosotros? Y él presentándose como el Creador a la criatura, como Dios al hombre, como inmortalal mortal, como eterno al temporal, le dice: Yo soy el que soy. Tú les podrías responder: Yo soy... ¿Quién eres? Cayo; y otro: Lucio; y otro: Marcos. ¿Qué les responderías, sino sólo tu nombre? Este nombre es el que Moisés esperaba de Dios. ¿Qué responder a quienes me pregunten por quién fui enviado? Yo soy. ¿Quién? El que soy. ¿Es éste tu nombre? ¿Es así tu nombre completo? Podría ser así tu nombre, si lo que otra cosa es, no lo fuera comparada contigo. Éste es tu nombre. Expresa, si puedes, esto mismo, de un modo mejor. Vete —le dice— y dile a los hijos de Israel: "El que es, me ha enviado a vosotros". Yo soy el que soy: El que es, me ha enviado a vosotros. Ya veis aquí el gran Es. ¡Sí, sublime Es! Ante esto, ¿qué es el hombre? Ante tan sublime Es, ¿qué es elhombre, por grande que sea? ¿Quién conseguirá aquel "ser", ¿quién participará de él?, ¿quién podrá alcanzarlo, o participar de él?, ¿quién pretenderá poder estar en él? No desesperes, humana fragilidad. Yo soy —dice— el Dios de Abrahán, el Dios de Isaac, y el Dios de Jacob22. Has oído lo que soy en mí; oye también lo que soy para ti. Esta eternidad nos ha llamado, y desde la eternidad engendró el Verbo. Ya existía la eternidad, ya existía el Verbo, y el tiempo todavía no existía. ¿Por qué no existía el tiempo? ¿Por qué? Porque también el tiempo fue hecho. ¿Cómo fue hecho incluso el tiempo? Todas las cosas fueron hechas por él, y sin él nada se hizo23. ¡Oh Verbo, que eres anterior al tiempo, por quien fueron los tiempos, tú que naciste también en el tiempo, y que, siendo la vida eterna, nos llamas a los que vivimos en el tiempo y nos haces eternos! Aquí está lo de la generación de las generaciones. Pues una generación se va, y otra viene24. Habréis observado cómo las generaciones de los hombres en la tierra se suceden como las hojas en el árbol, pero como en el olivo, en el laurel, o en cualquier otra clase de árboles de hoja perenne, que están todo el año revestidos de hojas. Pues bien, de este modo lleva la tierra como hojas al género humano: se llena completamente de hombres, pero sucediéndose; mueren unos y nacen otros. Siempre se halla adornado este árbol de verde ropaje; pero mira cuántas hojas secas pisas debajo de él.
11. Luego hubo una generación durante la vida de Adán, la cual pasó. En aquel tiempo nacieron de él algunos que habían de participar de la eternidad de Dios, pues de él nació Abel, Set y Henoc. Pasó aquella generación; vino el diluvio y quedó una sola familia. También aquella generación dio algunos de esos hombres: Noé, sus tres hijos y sus tres nueras. Y en toda esta familia, compuesta de ocho personas, sólo había un pecador. A la generación precedente siguió una gran multitud. Pues a continuación de los tres hijos de Noé, como de tres medidas de harina, se llenó todo el mundo. Fueron después elegidos Abrahán, Isaac y Jacob, los tres santos Patriarcas que agradaron a Dios25. También esta generación dio origen a otros generadores posteriores, de los que nacieron y nacieron los mensajeros de Dios. De ellos surgió por fin el mismo Cristo Jesús, nuestro Señor, que puso la levadura en las tres medidas de harina, por el cual se fermentó toda la masa26. Durante el tiempo de su vida corporal en la tierra, vivieron los apóstoles, y los santos; después de ellos otros santos; y actualmente todos los que son santos en el nombre de Cristo; y después de nosotros, todos los que han de ser santos; y así hasta el fin del mundo. Pues bien, de todas estas generaciones, trata tú de reunir a todos los hijos santos de estas descendencias, y harás de todos ellos una sola generación. En esta generación de generaciones está la duración de tus años, es decir, en la generación formada por la integración de todas las generaciones: la cual será partícipe de tu eternidad. Las demás generaciones van existiendo en el transcurso de los tiempos, y de ellas procede la generación que existirá eternamente, la cual será regenerada y transformada, capaz de llevarte, recibiendo de ti la energía. En la generación de las generaciones están tus años.
12. [vv.26-28]. En el principio, Señor, tú cimentaste la tierra. Ya he conocido tu eternidad, por la cual antecedes a todas las cosas que tú hiciste. En el principio tú, ¡Oh Señor!, cimentaste la tierra; y los cielos son obra de tus manos. Ellos perecerán, pero tú permaneces; y todos envejecerán como un vestido, y como prenda de vestir los mudarás, y se cambiarán; pero tú sigues siendo el mismo. ¿Tú quién eres? Eres el mismo que es. Tú que dijiste: Yo soy el que soy27, eres el mismo es. Y aun cuando los demás seres no existan si no es de ti, por ti, y en ti, sin embargo, no son lo que tú eres: porque tú eres siempre el mismo. Y tus años no se acabarán. Son aquellos años tuyos los que no terminarán, aquellos años tuyos que permanecerán por generación de generaciones, no se acabarán. No te habría pedido el conocimiento de la brevedad de mis días, si no hubiera percibido que todos los días del siglo, desde el principio hasta el fin, son cortos, en comparación con tu eternidad. Lo he sabido por haberlo preguntado. Que no se envalentonen los herejes porque sean cortos los días de la Iglesia extendida por todo el mundo, porque, aun cuando se prolonguen hasta el fin del mundo, son exiguos. ¿Por qué lo son? Porque se terminarán en algún momento. Los años que permanecerán por generación de generaciones, ésos sí, deben amados, deseados y buscados con anhelo, por ellos se debe suspirar; por ellos debemos mantenernos fieles en la unidad; por ellos debe evitarse cualquier mal de los herejes; por ellos debe contestarse a estos perdidos, y ganarse a los que erraron, y deben ser traídos al camino verdadero los que se perdieron: allí debe descansar nuestro deseo. Sin embargo, para que yo sepa responder a los locuaces, a los charlatanes, a los detractores, a los murmuradores y calumniadores, hazme conocer la brevedad de mis días, y no me arrebates en la mitad de mis días. No me quites de la tierra antes de que sea predicado el Evangelio en todo el orbe de la tierra, faltando a la promesa del Señor, que dice: conviene que se predique este Evangelio en todo el orbe de la tierra, como testimonio para todas las gentes, y entonces vendrá el fin28. ¿Qué decir sobre estas palabras, hermanos? Son muy claras y evidentes. Sabemos que Dios fundó la tierra, y que los cielos son obra de sus manos. No vayáis a pensar que Dios hace unas cosas con sus manos, y otras con su palabra: no tiene miembros corporales el que dijo: Yo soy el que soy. Podemos decir que su palabra son sus manos. Y sin duda sus manos son su poder. Porque él dijo: Hágase el firmamento, y el firmamento se hizo, se comprende que lo hizo con su palabra; pero al decir: Hagamos el hombre a nuestra imagen y semejanza29, parecería que fue hecho con sus manos. Pero escucha: Los cielos son obra de tus manos. Ya veis, por tanto, que lo que hizo con sus manos también lo hizo con su palabra: fue obra de su poder, de su omnipotencia. Pon más bien tu atención en lo que hizo, sin preguntarte cómo lo hizo. Es demasiado para ti comprender cómo lo hizo, cuando a ti mismo te hizo para que primeramente fueras siervo obediente, y después amigo inteligente. Los cielos, pues, son obra de tus manos.
13. Ellos perecerán, pero tú permaneces. Claramente afirmó esto el apóstol Pedro: Los cielos fueron en un tiempo, por la palabra de Dios, surgidos del agua y establecidos en el agua y por el agua; pero, a causa del pecado, el que hizo el mundo lo destruyó anegándolo en agua; pero la tierra y los cielos que hay ahora, fueron restaurados por la misma palabra, y están destinados al fuego30. Ha afirmado ya, pues, que los cielos perecieron por el diluvio; y nosotros, además, sabemos que perecieron los cielos en lo que se refiere a la dimensión y espacio de este aire que nos rodea. El agua, efectivamente, creció y ocupó todo este espacio en el que vuelan las aves. Fue así como perecieron los cielos cercanos a la tierra: los cielos a los que nos referimos, cuando hablamos de las aves del cielo. Pero existen también, más arriba en el firmamento, los cielos de los cielos. Que estos cielos hayan de perecer por el fuego, o sólo los que perecieron por el diluvio, fue discutido en algún tiempo por los doctos, con mucha escrupulosidad, y no es fácil poder explicarlo, máxime con el corto tiempo de que ahora disponemos. Dejémoslo, pues, o ya lo haremos en otra ocasión. Lo que sí sabemos con certeza es que todo esto perecerá, y que Dios permanece. Y si algunas de las cosas hechas por Dios permanecen con Dios, no permanecen por sí mismas, sino en Dios, sin apartarse de Dios. ¿Y entonces qué? Deberemos decir, hermanos, que los ángeles perecerán en el fuego que incendiará a todo el mundo? No, en absoluto. ¿Y entonces qué? ¿Diremos, quizá, que Dios no ha creado a los ángeles? ¡Absolutamente no! ¿Pero qué diremos? ¿De dónde procederían, si no hubieran sido hechos por Dios? Él lo dijo y fueron hechos; él lo mandó y fueron existieron31. Dichas fueron estas palabras para enumerar y recordar sus obras, entre las cuales se nombran también a los ángeles. Estarán, pues, con él los ángeles, incluso cuando el mundo esté inflamado en fuego ardiente; se abrasará el mundo, sin que el fuego toque a los santos de Dios: como fue el horno del rey, por el que caminaban los tres jóvenes32. Esto será el mundo ardiendo en llamas para los justos, marcados con el sello de la Trinidad.
14. Quizá podamos entender aquí, no sin razón, que los cielos son los mismos justos, los santos de Dios, por medio de los cuales, permaneciendo Dios en ellos, hizo tronar el anuncio de sus mandamientos, ha hecho brillar, como relámpagos, el esplendor de sus milagros, y ha rociado la tierra con la sabiduría de su verdad. Por eso, como dice un salmo, los cielos proclaman la gloria de Dios33. ¿Pero acaso también estos cielos han de perecer? ¿O sólo perecerán en cierto sentido o de algún modo? ¿Y de qué modo sería? En cuanto al vestido. Y esto ¿Qué quiere significar? Significa en cuanto al cuerpo. De hecho, el vestido del alma es el cuerpo; y el Señor le llamó vestido cuando dijo: ¿No vale el alma más que el alimento, y el cuerpo más que el vestido?34 ¿Y cómo ha de perecer este vestido? Nos lo dice el Apóstol: Aunque nuestro hombre exterior va decayendo, el hombre interior se va renovando de día en día35. Luego los justos perecerán, pero sólo en cuanto al cuerpo: Tú, en cambio, permaneces. Pero si perecerán en el cuerpo, ¿cómo podemos hablar de la resurrección de la carne; y cómo se reproduce en los miembros el ejemplo de los miembros, precedidopor la Cabeza? ¿Cómo? ¿Lo quieres oír? El cuerpo será transformado; no será tal cual había sido. Mira lo que dice el Apóstol: Los muertos resucitarán incorruptibles, y nosotros seremos transformados ¿Cómo lo seremos? Se siembra un cuerpo carnal, y resucita un cuerpo espiritual36. Se siembra, por tanto, algo mortal y resucita inmortal; se siembra algo corruptible y resucitará incorruptible. Nosotros, por tanto, esperamos esta transformación; es así como perecerán los cielos, y serán transformados los cielos. ¿Pero entonces, quizá, no se deberá llamar cielos a los cuerpos de los santos? Si no son portadores de Dios, no pueden ser cielos. ¿Y cómo me demuestras a mí que son portadores de Dios? ¿Es que has olvidado hasta tal punto aquella invitación: Glorificad y llevad a Dios en vuestro cuerpo?37 Luego perecerán estos cielos, pero no eternamente; perecerán para ser transformados. Lee lo que sigue del salmo: Todos se gastarán como la ropa, y los cambiarás como vestido que se muda, y serán cambiados; pero tú sigues siendo el mismo, y tus años no se acabarán. Estás oyendo las palabras vestido y las palabras ropa de vestir; ¿y entiendes en ellas algo distinto del cuerpo? Debemos esperar también la transformación de nuestros cuerpos; pero una esperanza que nos viene de aquel que fue anterior a nosotros, y que permanece después de nosotros; por el cual somos lo que somos, al cual llegaremos cuando seamos transformados; él nos cambia, pero él no cambia; es el que hace, pero él no ha sido hecho; mueve, pero él permanece firme; y ya que puede ser entendido por la carne y por la sangre, es aquél: Yo soy el que soy; Pero tú eres siempre el mismo, y tus años no se acabarán. Pero nosotros, con estos andrajosos años, frente a aquellos años ¿qué somos? ¿Y qué son aquellos años? Pero no obstante esto, no debemos desesperarnos. Pues aunque había dicho el Señor con magnífica y excelente sabiduría: Yo soy el que soy; no obstante, para nuestra consolación, dijo también: Yo soy el Dios de Abrahán, el Dios de Isaac, y el Dios de Jacob; y nosotros somos descendencia de Abrahán38; y, aunque somos viles, y tierra y ceniza, esperamos en el Señor. Somos siervos; pero nuestro Señor por nosotros tomó la condición de siervo39: por nosotros, mortales, quiso morir el inmortal; y por nosotros quiso mostrarnos el ejemplo de la resurrección. Esperemos, pues, que también nosotros hemos de alcanzar aquellos años estables, en los que los días no dependerán de la vuelta del sol, sino que lo que es permanece tal cual es, porque sólo esto verdaderamente es.
15. [v.29]. Pero dinos si alguna vez nosotros podremos estar allí. Escucha, y mira a ver si hay motivo para tener esperanza; fíjate en lo que sigue: Los hijos de tus siervos habitarán. ¿Dónde, sino en los años que no tendrán fin? Los hijos de tus siervos habitarán; y su descendencia será establecida para siempre: Por los siglos de los siglos; por un siglo eterno, permaneciendo por los siglos. Pero dice los hijos de tus siervos: ¿Deberá temerse que no seamos nosotros siervos de Dios, y por tanto que estarán allí nuestros hijos, pero nosotros no? ¿O si somos nosotros los hijos de los siervos, ya que somos hijos de los Apóstoles, ¿Qué habremos de decir? ¡Qué audacia tan infeliz la de los hijos que han ido naciendo de ellos, y que, además, los de la sucesión inmediata se glorían, y llegan a atreverse a decir: "Nosotros sí que estaremos allí, pero no estarán los apóstoles!" ¡Lejos tal pensamiento de la piedad de los hijos; lejos de la fe de los párvulos; lejos de la inteligencia de los adultos! Estarán allí los Apóstoles, ¿Cómo no? En el rebaño van delante los carneros y le siguen los corderos. ¿Por qué, entonces, se dice: Los hijos de tus siervos, y no, conjuntamente, "tus siervos?" Tanto los Apóstoles, como tus siervos, y sus hijos y los nietos de éstos y de aquéllos, ¿Qué son, sino tus siervos? Los podrías haber incluido en la expresión: "Tus siervos habitarán". Pero veamos qué es lo que con esto nos quiere enseñar. Porque en los primeros siglos sucedió un hecho significativo. Durante cuarenta años los hijos de Israel sufrieron tribulaciones en el desierto: ninguno de ellos entró en la tierra prometida; sólo entraron sus hijos. En realidad, por lo que recordamos, si no me equivoco, entraron solamente dos40. De tantos miles que eran, sólo entraron dos. ¡Y cuánto hubo que sufrir por ellos! Pero Dios no sufre. Sus siervos sí, tuvieron que sufrir. ¡Cuánto tuvo Moisés que soportar! ¡Cuántas cosas tuvo que oír por causa de aquellos hombres que no habían de entrar en la tierra de promisión! Entraron sus hijos; ¿qué significa esto? Que entraron los hombres nuevos, y los viejos quedaron excluidos. De éstos, sin embargo, entraron dos: uno y la unidad, como si dijéramos el cuerpo y la cabeza, Cristo y la Iglesia, con toda aquella novedad, es decir, la de sus hijos. Es, por tanto, cierto que los hijos de tus siervos habitarán. Los hijos de tus siervos son las obras de tus siervos. Nadie habitará allá si no es por sus obras. ¿Y qué sentido tiene que también los hijos habitarán? Que nadie puede asegurarse de que habitará allá, por llamarse siervo de Dios, si le faltan las obras; allí, en realidad, sólo habitarán los hijos. ¿Qué es, entonces lo que significa: Los hijos de tus siervos habitarán? Que los siervos habitarán allá en sus hijos; que será por sus obras como podrán habitar. Por tanto no seas estéril en obras, si quieres habitar; envía por delante a tu prole, a la cual tú has de seguir: pero enviándoles delante, no dándoles sepultura. Que sean tus hijos quienes te conduzcan a la tierra de promisión, tierra de vivientes, no de muertos; mientras vivas aquí, en este destierro, que ellos te antecedan, y luego, allá arriba, te acojan. Como sabemos, uno de los hijos de Jacob le precedió en Egipto por la comida material, y des dijo a su padre y a sus hermanos: Yo me he adelantado para prepararos a vosotros los alimentos41. Que se adelanten, pues, tus hijos; que te precedan tus obras: podrás, entonces, tú seguir a aquellos hijos que hayas enviado delante de ti.