Sermón al pueblo
Cartago. Entre septiembre y diciembre del 412
1. Este salmo, hermanos, lo habéis oído cuando era cantado. Es breve y sencillo de entender. Con esto os quiero asegurar que no tendréis que hacer mucho esfuerzo para comprenderlo. No obstante, pongamos mucha atención, porque cuanto más libre me sienta yo, tanto más cuidado pondré en investigar las cosas que se dicen claramente, para que, según el Señor se digne concederme, las podamos entender espiritualmente. La voz de Dios, en cualquier instrumento que suene, es voz de Dios. Y sus oídos sólo hallan deleite al oír su voz. Porque cuando hablamos nosotros, sólo le agradamos si es él quien habla por nuestra voz.
2. [v.1]. Salmo de la confesión: así es el título de este salmo: Salmo de confesión (o de alabanza). Pocos son sus versículos, pero cargados de palabras con sentido profundo. Que germine la semilla en nuestros corazones, y se prepare el granero para la cosecha del Señor. Este salmo que nos invita a la confesión, (a la manifestación de nuestra alabanza), nos exhorta a regocijarnos en Dios. Pero no se limita a que sea en un determinado lugar o parte de la tierra; o a un grupo concreto de personas, sino que como él bien sabe que ha sembrado su bendición por todas partes, de todas partes exige esta confesión jubilosa.
3. [v.2]. Aclamad, jubilosos, pues, al Señor, tierra entera. ¿Acaso está oyendo ahora mi voz la tierra entera? Y sin embargo esta voz la ha oído toda la tierra. Ya está jubilándose en el Señor toda la tierra, y la que todavía no canta al Señor con júbilo, pronto le cantará jubilosamente. Pues, extendiéndose la bendición a todas las naciones, desde el inicio de la Iglesia, comenzando por Jerusalén1, abatió la impiedad en todas partes, y en todas ellas instauró la piedad. Por esto se hallan mezclados los buenos y los malos por toda la tierra. En los malos refunfuña enojada toda la tierra, y en la persona de los buenos toda ella se regocija. ¿Qué significa, entonces, este "iubilare"? Regocijarse. Esta palabra nos pide mucha atención, ya que es el título del presente salmo, que tiene puesto "in confessione", de manifestación, de alabanza. ¿Qué es, entonces, in confessione iubilare, es decir, aclamar con júbilo? En otro salmo hay una expresión que suena así: Dichoso el pueblo que ha comprendido el júbilo2. Se ve que es una cosa muy relevante, de mucha importancia, ya que, al comprenderlo, nos hace felices. Que el Señor Dios nuestro, que hizo felices a los hombres, me conceda a mí comprender lo que os debo decir, y a vosotros comprender lo que estáis oyendo: Dichoso el pueblo que ha comprendido lo que es el júbilo. Vayamos, pues corriendo en busca de esta felicidad. ¡No lo difundamos sin haberlo comprendido! ¿Qué necesidad hay de regocijarse, obedeciendo a este salmo que dice: Regocijaos en Dios, o aclamad a Dios toda la tierra, si no comprendemos bien este clamor y este regocijo, en el caso de que nos regocijemos sólo con la voz y no con el corazón? Porque la voz del corazón es nuestro entendimiento.
4. Os diré cosas que sabéis de sobra: El que se llena de júbilo no pronuncia palabras, sino que lanza unos gritos de alegría sin palabras. El júbilo es la voz de un corazón inundado de alegría, que manifiesta sus sentimientos en cuanto puede, pero no con palabras para que las entienda el que las oye. Al regocijarse el hombre con este gozo, y no pudiendo explicarlo, ni dar a entenderlo con palabras, emite ciertos sonidos o gritos de alegría, no palabras. Así es como manifiesta con estos sonidos, que se alegra. Pero como se halla repleto de alegría, no puede explicar con palabras este regocijo. Fijaos que esto también lo hacen quienes cantan canciones indecorosas. Nuestro regocijo no debe ser como el de éstos. Nosotros debemos jubilarnos en la justicia; ellos se regocijan en la maldad. Por tanto nosotros nos regocijamos en la confesión de la alabanza; ellos en la confusión. Sin embargo, para que entendáis esto que digo, recordad lo que ya sabéis. Fijaos cómo los que trabajan en el campo, y también otros, se regocijan de muchas maneras; vemos que los segadores, los vendimiadores, o los que recogen algunos frutos, al alegrarse por la abundancia y la fertilidad de la tierra, cantan jubilosamente y con regocijo, pues entre los cánticos que profieren con palabras, introducen sonidos y gritos jubilosos como expresión de su alegría; y a esto se le llama regocijo. Si alguno de vosotros no se ha dado cuenta de ello, o no le ha hecho caso, que lo haga de ahora en adelante. Pero ¡ojalá que no encuentre a nadie a quien debe reprender por hacer esto de forma ofensiva contra Dios, y merezca su castigo! Pero como no dejan de nacer espinas, consideremos quiénes se exultan indebidamente con un júbilo reprobable, para ofrecerle nosotros a Dios un júbilo que merezca ser premiado.
5. ¿Cuándo, pues, nos alegramos con júbilo? Cuando alabamos lo que es inefable, lo que no puede expresarse con palabras: pongámonos a considerar la creación universal: el cielo, la tierra, el mar, y todas las cosas que contienen; veremos que cada una de ellas tiene su principio y configuración determinada y distinta de las demás: las semillas, el vigor germinativo, la regularidad de nacimiento, la medida de permanencia, el tiempo de caducidad; los siglos se van deslizando sin perturbación alguna; las estrellas caminan de oriente a occidente, determinando los cursos de los años; observaremos también la extensión de los meses y la prolongación de las horas. Entre todas estas cosas hay algo invisible en los seres animados: llámese alma o espíritu, algo que les lleva a apetecer el sentirse bien y huir de lo que es molesto; es decir, el instinto de conservación, un cierto vestigio de unidad para conservar su integridad. Y en cuanto al hombre, vemos que tiene algo en común con los ángeles de Dios, no con las bestias, como es el vivir, el oír, el ver, etcétera, sino el conocer a Dios, que pertenece propiamente al ámbito del espíritu; pues así como lo blanco y lo negro pertenece al ojo, así también el distinguir el bien y el mal, le pertenece al espíritu. En toda esta visión de la creación, que brevemente hemos recorrido, se pregunta el alma a sí misma: ¿Quién hizo todas estas cosas; quién las creó? ¿Qué eres tú entre todas ellas? ¿Quién te ha creado a ti misma en medio de tantos otros seres? ¿Qué son los seres que estás viendo? ¿Y tú qué eres, que las consideras? ¿Quién es aquel que hizo no sólo las cosas que deben ser consideradas, sino al mismo que las considera? Quién será ése? Dime su nombre; para que lo digas, piensa primero en él; podrás tal vez pensar algo, y quizá no puedas expresarlo; de ningún modo podrás decir lo que no puedas pensar. ¡Vamos, entonces! Piensa en él antes de decírmelo; y para que pienses en él, acércate a él. Porque lo que quieres ver bien, para hablar de ello con conocimiento de causa, te acercas a él para verlo, no sea que al verlo desde lejos, te equivoques. Pero, así como estos cuerpos se ven con nuestros ojos, así al él se lo ve con la mente: es con el corazón como se le mira y se le ve. Pero ¿Dónde está el corazón, desde el cual se le podrá ver? Dichosos, dice Jesús, los limpios de corazón, porque ellos verán a Dios3. Oigo, creo, y en, cuanto puedo, entiendo que se puede ver a Dios con el corazón, y que sólo lo pueden ver los que tienen un corazón puro. Pero oigo también otro pasaje de la Escritura: ¿Quién se gloriará de tener un corazón casto? ¿O quién se gloriará de estar limpio de pecado?4 He pensado, pues, en toda la creación, según mis posibilidades, y he visto que las criaturas corporales están en el cielo y en la tierra; pero sólo en mí mismo he encontrado una naturaleza espiritual, por la cual hablo, que da vida a mis miembros, que me hace dirigiros la voz, mover la lengua, pronunciar palabras, distinguir su significado. ¿Pero cuándo llegaré a comprenderme a mí en mí mismo? ¿Y cuándo comprenderé lo que es superior a mí? Sin embargo, se le ha prometido al corazón humano la visión de Dios, invitándole previamente a su purificación; esto dice la Escritura: Prepara cómo vas a ver lo que amas, antes de verlo. Una vez oído a Dios y su nombre, ¿a quién no le será dulce lo que oye, a no ser que sea un impío, que se ha alejado mucho, que se ha separado demasiado? Así dice un salmo: No hay duda, los que alejan de ti, se pierden; y continúa diciendo: Tú has destruido a todo el que te abandona siéndote infiel5. ¿Y qué se nos dice a nosotros? Porque los otros están alejados de Dios, y por tanto en tinieblas, y de tal modo sumergidos en ellas, que sus ojos no sólo no anhelan la luz, sino que le tienen horror; y a nosotros, que nos encontrábamos alejados, ¿qué se nos dice? Acercaos a él y seréis iluminados6. Pero para que te acerques y seas iluminado, deben antes desagradarte tus tinieblas; rechaza lo que eres, para que puedas llegar a ser lo que no eres. Eres malvado, y debes ser justo; no olvides que jamás conseguirás la justicia, mientras te guste la maldad. Destrúyela en tu corazón, y límpialo; arrójala de tu corazón, puesto que en él quiere habitar aquél a quien tú quieres ver. Siempre que el alma humana se aproxima, el hombre interior es como recreado a imagen de Dios, porque fue creado el hombre originalmente a su imagen. Y se alejó tanto de él, que llegó a ser desemejante. No se acerca a Dios, o se aleja el hombre de él por espacios locales; si te haces desemejante, ya estás lejos de él; si te asemejas, te has aproximado. Fíjate cómo nos quiere acercar el Señor: lo primero haciéndonos semejantes a él, para que podamos acercarnos: Sed —nos dice Jesús— como vuestro Padre que está en los cielos, el cual hace salir su sol sobre buenos y malos, y envía la lluvia sobre justos e injustos7. Aprende a amar al enemigo, si quieres precaverte de él. Desde el momento en que empieza a crecer en ti el amor, te vas haciendo y reformándote a la semejanza de Dios. Cuando tu caridad se extienda hasta tus enemigos, tú te irás pareciendo al que hace salir su sol sobre buenos y malos, y al que envía su lluvia no sólo sobre los justos, sino también sobre los pecadores. Cuanto más te acerques a él, tanto más progresarás en la caridad, y comenzarás a sentir a Dios intensamente. ¿Y a quién es a quien sientes? ¿Al que viene a ti, o a aquél a quien tú vuelves? Él jamás se ha apartado de ti: se aleja cuando tú te separas de Dios. Las cosas están todas presentes tanto para los ciegos como para los videntes; en un mismo lugar está el vidente y el ciego. Las mismas cosas están alrededor de uno y del otro. Pero para el uno él está presente, y para el ciego él está ausente. Y esta ausencia o cercanía no es por el espacio, sino por el estado de sus ojos. El ciego es llamado así porque tiene extinguida y apagada la percepción de la luz que todo lo ilumina y lo alcanza, y por eso su presencia resulta inútil para las cosas que no ve. Más aún, con más propiedad se puede decir que está ausente más que presente. Donde no percibe nada, se puede decir que está ausente. Estar ausente es carecer de sentido. Así también Dios está presente en todas partes, y está él todo entero, completo. Su Sabiduría llega del uno al otro confín del mundo con fortaleza, y lo gobierna todo con acierto y suavidad8. Si Dios es Padre, esto mismo es su Verbo y su Sabiduría: Luz de luz, Dios de Dios. ¿Qué es lo que quieres ver? Aquél que deseas ver no está lejos de ti. El Apóstol dice que no está alejado de cada uno de nosotros: Porque en él vivimos, nos movemos y existimos9. ¡Qué desgracia tan grande será, entonces, estar lejos del que está en todas partes!
6. Sé, pues, semejante a él por la piedad, y ámale con el pensamiento, pues lo invisible de Dios se puede comprender a través de las cosas creadas. Contempla, mira, pregunta por el autor, interrogando a las cosas creadas. Si eres desemejante, serás rechazado; si semejante, te alegrarás. Y cuando, al ser semejante, comiences a acercarte, y a sentir la cercanía de Dios, tanto cuanto en ti crezca el amor —porque Dios es amor10—, tanto más irás sintiendo algo de lo que decías y no decías. Pues antes de que lo percibieras, pensabas que dabas a conocer perfectamente a Dios con palabras. Pero comienzas a percibirlo, y caes en la cuenta de que no puedes expresar lo que sientes. Y cuando hayas aprendido que no se puede expresar lo que percibes, ¿te callarás y no alabarás? ¿Permanecerás callado, sin alabar a Dios, y no le darás gracias a aquél que se te quiso manifestar? ¿Le alabarás cuando lo buscas, y te callarás cuando lo has encontrado? No, de ninguna manera; no seas ingrato. Se le debe honor, se le debe reverencia, se le debe la mayor alabanza. Mira que tú eres tierra y ceniza. Piensa en quién ha merecido, y qué ha visto. Fíjate en los extremos: quién es el que ve, y qué es lo que ve: un hombre que ve a Dios. Reconozco que no ha sido mérito del hombre, sino por misericordia de Dios. Alaba, por tanto, al que se ha compadecido. "¿Cómo lo alabaré — dices— , siendo así que eso poco que puedo percibir es como una visión en espejo, como un enigma, y sólo parcialmente11, y no lo puedo explicar? Escucha lo que dice el salmo: ¡Aclamad con júbilo al Señor, toda la tierra! Has comprendido qué es el júbilo de toda la tierra, si tú te regocijas en el Señor. ¡Canta con júbilo al Señor! No derrames tus júbilos entre esto y aquello. Y date cuenta de que las cosas creadas pueden explicarse con palabras; en cambio sólo Dios es inefable, el que al hablar, todo fue creado, él lo dijo y existimos nosotros; pero nosotros a él no lo podemos expresar12. Su Palabra, por la que vinimos a la existencia, es su Hijo. Y para que nosotros, débiles como somos, pudiéramos llamarle y nombrarlo, se hizo débil. Podemos responder a la Palabra de Dios con júbilo; pero lo que no podemos es expresar con una palabra, la Palabra de Dios. Así pues ¡Aclamad con júbilo al Señor la tierra entera!
7. Servid al Señor con alegría. Toda servidumbre está llena de amargura. Y todos los que están forzados a vivir la condición de siervos, sirven y se quejan. Vosotros no tengáis miedo de servir a este Señor: allí no habrá ni gemidos, ni murmullos, ni enojo; nadie pedirá ser puesto en venta, porque es dulce para todos el haber sido rescatados. ¡Qué gran suerte es ser esclavo en esta casa grande, incluso sujetados con grillos! No temas, siervo aprisionado; aclama al Señor: atribuye tus cadenas a tus culpas; aclámalo en tus grillos, si quieres que se te conviertan en adornos. No se dijo en vano, y sin promesa de ser escuchados: Llegue a tu presencia el gemido de los cautivos13. Servid al Señor con alegría. En la casa del Señor la esclavitud es libre. Allí el servicio no lo impone la necesidad, sino la caridad. Vosotros, hermanos, dice el Apóstol, estáis llamados a la libertad: sólo que, cuidado, no sea que esa libertad os de pie a los instintos carnales; al contrario, por la caridad del espíritu, servíos mutuamente unos a otros14. Que la caridad te haga siervo, puesto que la verdad te hizo libre. Nos dice Jesús: Si permanecéis en mi palabra, sois verdaderos discípulos míos; conoceréis la verdad, y la verdad os hará libres15. Eres a un tiempo siervo y libre; siervo porque tú te nos hiciste por amor, y libre porque eres amado de Dios, que te ha creado. Más aún, eres también libre porque amas a aquel por quien fuiste hecho. No sirvas con quejidos ni enojo; ellos te harían un mal esclavo; eres un siervo del Señor, eres un libre del Señor; no pretendas ser manumiso, de forma que te alejes de la casa de tu manumisor.
8. Servid al Señor con alegría. Habrá alegría plena y completa cuando esto corruptible se vista de incorrupción, y esto mortal se vista de inmortalidad16. Entonces sí habrá perfecta alegría, perfecto regocijo, alabanza sin cansancio, amor sin escándalo, ganancia sin temor, vida sin muerte. ¿Y aquí ahora, qué hay? ¿No hay ninguna alegría? Si no hay alegría alguna, tampoco habrá regocijo; pero entonces ¿cómo es que se dice: Regocíjese en el Señor toda la tierra? Sí, claro que sí hay alegría también aquí. Experimentamos el gozo que nos da la esperanza de la vida futura, con el cual nos saciaremos allí. Pero es inevitable que el trigo soporte muchas torturas entre la cizaña, pues el grano se halla entre la paja17, y el lirio entre las espinas. ¿Qué es lo que oye la Iglesia? Como el lirio entre espinas, así es mi amada entre las hijas18. No se dice: "en medio de las extrañas", sino en medio de las hijas. ¡Oh Señor, Cómo sabes consolar, cómo confortar, y cómo infundes terror! ¿Qué es lo que quieres decir: Como lirio entre espinas, así es mi amada entre las hijas? ¿De qué espinas; de qué hijas? ¿Llamas, acaso, espinas a las hijas? Y responde: Son espinas por su conducta; y son hijas por mis sacramentos. ¡Ojalá se tuviera que gemir sólo en medio de los gemidos de extraños! Sería un gemido relativamente menor. Pero el otro es un dolor mucho mayor: Porque si mi enemigo me injuriase, lo aguantaría, sin duda; si mi adversario se alzase contra mí, me escondería de él; estas son voces de un salmo; el que conoce nuestras Escrituras, sigue lo que dice; el que no las conoce, aprenda cómo continúa. Si mi enemigo con odio se levantase contra mí, me escondería de él; pero eres tú, mi camarada, mi guía, mi amigo y confidente, que comías dulces majares en mi compañía19. ¿Cuáles son esos dulces manjares que comen en nuestra compañía, quienes no van a estar siempre con nosotros? ¿Qué dulces manjares, sino aquellos que dice el salmo: Gustad y ved cuán dulce es el Señor?20 En medio de ellos no hay más remedio que gemir.
9. ¿Pero adónde deberá retirarse el cristiano, para no gemir entre los falsos cristianos? ¿Adónde huirá? ¿Qué tendrá que hacer? ¿Retirarse al desierto? Lo seguirán los escándalos. El que va avanzando en el bien, ¿tendrá que apartarse para no tener que soportar las molestias de ningún hombre? ¿Y qué habría sucedido si a él mismo, antes de haber progresado en el bien, nadie lo hubiera querido soportar? Luego entonces, el que va haciendo progresos, si precisamente por eso se niega a soportar a nadie, está demostrando que no ha progresado nada. ¡Compréndame vuestra caridad! Dice el Apóstol: Sed pacientes, soportándoos unos a otros con amor. Esforzaos en mantener la unidad del espíritu con el vínculo de la paz21. Soportaos mutuamente: ¿No tienes nada en ti, que otro deba soportar? Me admiro si nada tienes; supongamos que nada tienes; y entonces eres más fuerte para soportar en los demás lo que tú no tienes que te deban soportar ellos. Tú no eres soportado; soporta a los demás. No puedo, dices. Luego tienes algo en ti que deben soportar los demás.
10. Me retiraré —dice alguien— con algunos buenos; con ellos me irá bien. Es impío y cruel no servir de provecho a nadie. No me enseñó esto mi Señor. Pues no condenó al siervo que negoció con el talento recibido, sino al que no lo traficó". Que se conozca la supuesta pena del negociante por el castigo del perezoso. Siervo malvado y perezoso, dice el Señor condenándole. No le dice: "Malversaste mi dinero"; no le dice: "No me has devuelto lo que te di", sino que le dice: "No aumentaste mi caudal; te castigaré porque no lo has negociado"22. Dios es avaro de nuestra salvación. "Me apartaré —dice alguien— con unos pocos buenos; ¿Qué me importa el trato con las masas?" Está bien; pero los pocos buenos ¿de qué masas han sido elegidos? Supongamos que esos pocos son todos buenos; indudablemente tuvieron una buena decisión quienes eligieron llevar con ellos una vida tranquila, ya que apartados del bullicio mundano, de las turbas agitadas, de las grandes turbulencias del siglo, han llegado y se encuentran como en el puerto. Pero ya en esa morada ¿encontrará el regocijo prometido? No, todavía no; aún se oirán allí gemidos, molestias de las tentaciones. El puerto tiene por algún lado entradas. Si no las tuviese, no entrarían las naves en él. Por alguna parte necesita el puerto tener entrada. Y por esa entrada algunas veces penetran vientos impetuosos; y aunque no haya escollos, se rompen las naves estrellándose unas contra otras. ¿Dónde habrá, entonces, seguridad, si no la hay ni en el puerto? De todos modos hemos de confesar y reconocer que hay más seguridad en el puerto que en alta mar. Ámense, júntense bien las naves en el puerto, y de de esta forma no chocarán entre sí. Obsérvese aquí la uniforme igualdad y la armonía de la caridad, y, cuando por la parte abierta del puerto penetren los vientos impetuosos, haya allí una intervención cuidadosa de la autoridad dirigente.
11. Porque ¿qué me dirá, tal vez, el preside, o mejor, el que está al servicio de los hermanos que viven en aquellos lugares, llamados monasterios? ¿Qué me dirá? "Seré cauto, no he de admitir a ningún individuo malo". ¿Cómo no vas a admitir a ningún malo? "No admitiré a ningún hombre malo, a ningún hermano malo que pretenda entrar. Con pocos buenos me irá bien. ¿Y cómo conocerás al que tal vez pretendes excluir? Para conocer al malo, debes probarlo dentro. ¿Y cómo vas a excluir al que ha de entrar, para ser probado después, y no puede serlo sin haber entrado? ¿Rechazarás la entrada a todos los malos? Eso dices, y aseguras que los sabes distinguir. ¿Vienen, acaso, a ti con el corazón en la mano? Los postulantes que quieren entrar no se conocen a sí mismos; ¿cuánto menos tú? Porque muchos se han prometido a sí mismos que van a cumplir aquella vida santa, en la que todo se tiene en común, en la que nadie llama propio a nada, y en la que todos tienen un solo corazón y una sola alma orientados hacia Dios23. Pero fueron introducidos al horno y se quebraron. ¿Cómo has de conocer al que se desconoce a sí mismo? ¿Excluirás a los malos hermanos de la comunidad de los buenos? Tú que dices esto mira a ver si puedes excluir de tu corazón todos los malos pensamientos. "No los consiento", dices. Sin embargo entraron para tentarte. Todos queremos tener defendidos nuestros corazones, para que nada les incite al mal. ¿Quién sabe por dónde entra? Únicamente sabemos que luchamos cada día en nuestro corazón. Un hombre solo lucha en su corazón contra una multitud. Nos tienta la avaricia, nos tienta la impureza, nos tienta la gula, nos tienta esta alegría popular mundana; todo nos induce al mal. El hombre de Dios se domina, rechaza todas las incitaciones al mal, y de todas se aparta. Pero le resulta difícil no ser salpicado por alguna. ¿Dónde habrá, pues, seguridad? Aquí en ningún lugar; en esta vida sólo tenemos la esperanza de las promesas divinas. Allá arriba, en cambio, cuando lleguemos, habrá seguridad perfecta: cuando se cierren las puertas, y se aseguren los cerrojos de las puertas de Jerusalén24; allí será el júbilo pleno, y una gran alegría. Ahora no asegures a nadie ninguna clase de vida; antes de la muerte no felicites a nadie25.
12. De aquí que se engañan los hombres, sea para no emprender una vida mejor, o quizá por agredirla temerariamente, ya que al querer ensalzarla, lo hacen de tal manera, que omiten los males que allí están mezclados; y los que la quieren vituperar, lo hacen con un ánimo tan cruel y perverso, que sólo resaltan los males que hay allí, o que ellos creen que hay. Por eso, sucede que alabando mal, o sea, imprudentemente a cada una de las profesiones, cuando se invita así a los hombres a practicarla, y al entrar en el monasterio, descubren que allí hay algunos que no pensaban encontrar, disgustados por los malos se apartan de los buenos. Hermanos, adaptad a vuestra vida esto que os he dicho de los monasterios, y que os sirva provechosamente. Hablando de la Iglesia de Dios, diré que generalmente se la alaba: ¡Qué hombres magníficos, estros cristianos; y sólo los cristianos! ¡Qué magnífica la Católica! Se aman todos ellos entre sí; se distribuyen entre sí sus bienes unos a otros, según sus posibilidades; se dedican en lo que pueden a la oración, al ayuno; cantan himnos por toda la tierra; alaban a Dios con un sentimiento unánime de paz. Quizás oye esto uno que no sabe que hay allí una mezcla de buenos y malos, y atraído por estos elogios, viene y se hace cristiano. Y al encontrar mezclados algunos malos, de los que no se le habló antes de venir, molesto por los falsos cristianos, se aleja de los verdaderos cristianos; y convirtiéndose de nuevo en detractor y maldiciente, se entrega a la censura y dice: "Cuáles son los cristianos? ¿Qué son los cristianos? Avaros, usureros. ¿No son los que llenan los teatros y anfiteatros durante los juegos y otra clase de espectáculos, los mismos que llenan las iglesias los días festivos? Son borrachos, tragones, envidiosos, censuradores los unos de los otros." Cierto que hay tales cristianos, pero no son todos así. Este criticón, con ánimo apasionado, no habla de los buenos, como el otro elogiador, con ánimo imprudente, no hablaba de los malos. Sin embargo, la Iglesia de Dios en nuestros días, debe ser alabada como lo hacen las Sagradas Escrituras, es decir, como os lo narraba hace poco: como lirio en medio de espinas, así es mi amada en medio de las hijas. Lo oye el hombre, lo reflexiona, le agrada el lirio, se adhiere al lirio y tolera las espinas, y merece la alabanza y el ósculo del esposo, que dice: Como lirio en medio de las espinas, así mi amada en medio de las hijas. Esto mismo ha de tenerse en cuenta cuando se habla de los clérigos. Pues los panegiristas de los clérigos se fijan sólo en los buenos ministros, en los fieles administradores, en los que soportan con paciencia a todos, en los consagran todos sus afanes de misericordia para todos, los que quieren mejorar, sin buscar sus propios intereses, sino los de Jesucristo. Alaban estas cosas, y se olvidan de los malos que hay entremezclados. Y al revés, los que censuran la avaricia de los clérigos, sus costumbres disolutas, sus reyertas, su apetencia de los bienes ajenos, su embriaguez y glotonería, los arrojan por el suelo. En este caso tú vituperas envidiosamente, y tú alabas imprudentemente. Tú, que alabas, habla de los malos que hay allí entremezclados; tú que vituperas, contempla también allí a los buenos. Ciertamente en la vida común de los hermanos, que se da en los monasterios, hay varones excelentes, hombres santos; por eso viven cotidianamente entregados a los cánticos en la alabanza a Dios, y en la oración y en la lectura; trabajan con sus manos, se bastan a sí mismos; no piden nada egoístamente; todo lo que se les da por sus piadosos hermanos, lo emplean con moderación y caridad, nadie pretende tener lo que no tenga otro hermano. Todos se aman; todos se apoyan mutuamente. Has elogiado, has alabado. El que ignora lo que acontece dentro, el que no sabe cómo, al entrar el viento, chocan las naves en el puerto, entra en el monasterio confiado en la seguridad, esperando que no ha de encontrar a nadie a quien tolerar; y al encontrar allí hombres malos, que no podían ser encontrados, si no hubieran sido admitidos, (y es necesario tolerarlos, ya que quizá se corregirán; y no pueden ser fácilmente excluidos, si antes no son tolerados); y surge en él la intolerancia en soportarlos y la imposibilidad de cumplir lo que se había prometido: "¿Quién —se pregunta— me ha llamado a entrar aquí? Yo pensaba que aquí reinaba la caridad". E irritado por el mal comportamiento de unos pocos, no persevera en cumplir su propósito; se hace desertor de tan santo género de vida, y reo del voto no cumplido. Pero además, al salir de allí, se convierte en censurador y maldiciente, pues dice sólo aquellos episodios que no pudo soportar, siendo ciertos algunas veces. Pero las cosas verdaderas de los malos, deben soportarse por la convivencia con los buenos. Dice así la Escritura: ¡Ay de aquellos que perdieron la paciencia¡26 Y lo que es peor, vomita su indignación, por la que ahuyenta a los dispuestos a entrar, porque él no pudo permanecer. ¿"Cómo son ellos" —dice—? Envidiosos, picapleitos, insoportables, avaros; éste se portó así en tal circunstancia; y aquel otro también"; ¡Oh malvado! ¿Por qué no hablas de los buenos? Tú pones por los suelos a quien no supiste tolerar, y no hablas de los que te han tolerado a ti.
13. Con razón, queridos hermanos, hallamos en el Evangelio del Señor aquella sublime sentencia salida de sus labios: Estarán dos en el campo; se tomará a uno, y se dejará al otro. Estarán dos mujeres moliendo: una será tomada y la otra dejada. Estarán dos en lecho descansando: uno será tomado, y el otro dejado27.¿Qué significa estarán dos en el campo? Lo dice el Apóstol: Yo planté, Apolo regó; pero el crecimiento lo dio Dios. Sois agricultura de Dios28. Trabajamos en el campo. Los que están en el campo son los clérigos; de ellos se tomará a uno y se dejará a otro. Se tomará al bueno y se dejará al malo. Las dos mujeres que están moliendo, simbolizan al pueblo. ¿Por qué se dice que están moliendo? Porque, sometidas al mundo, están como retenidas por la piedra del molino en el trabajo de las cosas temporales, y de allí una será tomada y otra dejada. ¿Quién será tomado? El que obra bien y atiende a las necesidades de los siervos de Dios y a la indigencia de los pobres; el que es fiel en la alabanza, y está firme en la alegría de la esperanza, y se entrega de lleno a Dios, a nadie desea mal, y ama cuanto puede no sólo a los amigos, sino también a los enemigos, y no conoce a otra mujer fuera de la suya; y la mujer a otro varón fuera del suyo; ésta, pues, será tomada estando en el molino; mas la que sea de distinta condición, ha de ser abandonada. Otros, por el contrario, dicen: "anhelamos el descanso, a nadie queremos soportar; nos apartaremos del pueblo, pues nos conviene vivir en cierto sosiego". Si buscas el descanso, buscas como el lecho, sin preocupación alguna. También de aquí uno será tomado y otro dejado. Que nadie os engañe, hermanos, sabed que toda profesión en la Iglesia cuenta con obreros falsos. No he dicho que todo hombre es falso, sino que en toda profesión se encuentran individuos falsos. Hay cristianos malos; pero también los hay buenos. Tú ves a muchos malos, pero son paja y no permiten que te acerques a los granos; también allí hay granos. Acércate, palpa, remueve, explora, aplica la criba del juicio. Encontrarás monjas indisciplinadas. ¿Habrá de ser, por eso, censurado el estado religioso? Muchas no permanecen en sus casas; corretean por las ajenas, son curiosas, hablan lo que no conviene. Son soberbias, parlanchinas29 y borrachas; y aunque sean vírgenes, ¿de qué les sirve la integridad y pureza de la carne, si tienen un alma corrompida? Mejor es el humilde matrimonio que la virginidad soberbia, pues, casadas no tendrán título de qué engreírse, y sí freno por el que serán gobernadas. Pero ¿Porque haya vírgenes malas, habremos de condenar a las santas de cuerpo y espíritu?30 ¿O por estas dignas de alabanza nos veremos obligados a alabar a las indignas? De todas partes se toma a uno y se deja al otro.
14. [v.2]. Concluyamos ya, pues, el salmo, que está muy claro. Servid al señor con alegría. Os habla a todos los que soportáis todas las cosas con caridad y os alegráis en la esperanza. Servid al Señor no con la amargura de la murmuración, sino con el regocijo del amor. Es fácil alegrarse exteriormente; alégrate delante del Señor. No se alegre demasiado la lengua, sino la conciencia. Entrad en su presencia con alborozo.
15. [v.3]. Sabed que el Señor es Dios. ¿Quién ignora que el Señor es el mismo Dios? Pero habla del Señor, del cual no pensaban los hombres que era Dios. Sabed que el Señor es Dios mismo. No desestiméis al Señor; le crucificasteis, le azotasteis, le escupisteis, le coronasteis de espinas, le vestisteis de ignominia, le colgasteis del madero, lo clavasteis en la cruz, lo heristeis con una lanza, lo custodiasteis con soldados puestos en el sepulcro; pero él es Dios. Sabed que el Señor es Dios, él nos hizo y somos suyos, no nos hicimos nosotros. Él nos ha creado: Todo ha sido hecho por él, y sin él nada se hizo31. ¿Por qué os alborozáis? ¿Por qué os ensoberbecéis? Vuestro Creador es otro, no vosotros mismos; y el que os creó padeció por culpa vuestra. Pero vosotros os alegráis, os gloriáis con soberbia, como si vosotros mismos os hubierais hecho. Es un bien para vosotros que os perfeccione el que os creó. Él nos hizo y no nosotros. No debemos engreírnos. Todo lo bueno que tenemos es obra de nuestro artífice; lo que nos hemos hecho nosotros a nosotros mismos, es merecer nuestra condena; lo que él hizo en nosotros fue merecernos nuestra corona. Él nos hizo, y no nosotros. Somos su pueblo y ovejas de su redil. Somos muchas ovejas y una sola oveja: todo el rebaño, y una sola oveja. ¡Y qué amorosísimo pastor tenemos! Deja las noventa y nueve, y desciende de lo alto a buscar una; y la carga sobre sus hombros32, redimida con su sangre. Murió sin temor por la oveja el pastor que, resucitado, la poseyó. Somos su pueblo y ovejas de su rebaño.
16. [v.4]. Entrad por sus puertas con la confesión. El principio está siempre en las puertas; ¡Comenzad con la confesión! Por eso éste es un salmo de confesión, de manifestación. Por lo tanto estad jubilosos aquí. Confesaos, reconociéndoos no hechos por vosotros; alabad al que es vuestro Creador. En él está la fuente de todo el bien que tú tienes, y, apartándote de él, obraste tu propio mal. Entrad por sus puertas proclamando con acción de gracias. Que entre el rebaño por las puertas; no se quede fuera, y vengan los lobos. ¿Y cómo ha de entrar? Por la confesión. Tu puerta, es decir, tu inicio, sea la confesión, el sincerarte con él. Por eso se dice en otro salmo: Comenzad cantando al Señor en la confesión33. Y una vez que ya hayamos entrado, ¿no vamos a confesarle? Confiésate siempre, siempre tienes algo de qué confesarte. Es difícil que en esta vida el hombre se convierta de tal modo que no encuentre en él algo que deba reprocharse. Es necesario que tú te reproches a ti mismo, para que no lo haga el que te ha de condenar. Luego, cuando entres en sus atrios, confiésate. ¿Cuándo no habrá ya confesión de los pecados? En aquella paz de Dios y descanso, cuando los hombres se igualen a los ángeles. Fijaos en lo que he dicho: "No habrá confesión de pecados". No he dicho: "No habrá confesión", pues sí habrá confesión de alabanza. Siempre debes confesar que él es Dios, y tú su criatura; él tu protector, y tú su protegido. En él, en cierto modo has de estar refugiado. Como se ha dicho: Los esconderás en lo secreto de tu rostro34. Confesadlo en sus atrios con himnos. En las puertas confesadlo, y apenas entréis en sus atrios, confesadle con himnos. Los himnos son cantos de alabanza. Al entrar, desaprueba tus obras; y después de haber entrado, alaba al Señor. Abridme las puertas de la justicia, dice en otro salmo: entrando por ellas, confesaré al Señor35. ¿Acaso dice: "Y cuando esté ya dentro, no confesaré más"? Después de haber entrado, también confesarás. ¿Qué pecados tenía nuestro Señor Jesucristo, cuando dijo: Te confieso (te alabo), Padre, Señor del cielo y de la tierra?36 Lo confesaba alabándolo, no acusándose.
17. [v.5]. Alabad el nombre del Señor, porque es bueno. No creáis que vais a dejar de alabarlo. Vuestra alabanza será como el alimento: cuanto más lo alabéis, tanto más crecerá vuestra energía, y tanto más dulce será aquel a quien alabáis. Alabad su nombre, porque el Señor es dulce. Su misericordia es eterna. No por liberarte, dejará de ser misericordioso; pues se debe también a su misericordia el ser tu protector hasta que consigas la vida eterna. Su misericordia es eterna, y su fidelidad de generación en generación; o también según el sentido: "por todas las generaciones"; o bien "de estas dos generaciones: una la terrena, y la otra la celeste". Aquí hay una generación que engendra a los mortales; la otra a los eternos. Su fidelidad o veracidad, existe aquí y allí. No vayáis a pensar que aquí no existe su fidelidad; si no existiera, no se diría en otro salmo: Su fidelidad brota de la tierra37; ni tampoco diría la Verdad misma: Mirad que yo estaré con vosotros hasta el fin del mundo38.