Sermón al pueblo
Hipona. Abril del 396, o en el 399 (Z.), o tal vez Cartago en el año 399 (B.).
1. Dios ofrece al corazón cristiano espectáculos tan estupendos, que no pueden hallarse más deleitables; si es que existe un paladar creyente, capaz de gustar la miel de Dios. Yo creo que en todos vosotros, que habéis creído de todo corazón en nuestro Salvador, habita su Espíritu, que os deleita cuando se leen las profecías, pronunciadas por los santos en épocas remotas, y cumplidas tantos años después, para creencia de las naciones. Los mismos santos profetas, gozaban inmensamente, cuando las veían en espíritu, no ya cumplidas, sino aún futuras. Les servían, repito, de gran deleite; sin embargo, también ellos, debido a la caridad que habían de encender en nosotros, a quienes aún no nos veían, y nos engendraban en espíritu, querían, si hubiese sido posible, vivir con nosotros en este tiempo, y ver en la realidad las cosas que proféticamente anunciaban. De aquí que el Señor dijo a sus discípulos, que comenzaban a ver estas cosas: Muchos profetas y justos quisieron ver lo que vosotros veis, y no lo vieron; y oír lo que vosotros oís, y no lo oyeron1. Pues, aun cuando veían proféticamente estas cosas, sin embargo, en su espíritu se representaban como futuras. En cambio a los apóstoles, en realidad. De aquí que el anciano y justo Simeón se alborozó en extremo viendo al Niño Jesús, y reconociendo en el Pequeñito al Grande, y al Creador del cielo y de la tierra, en aquella minúscula carne. Se alborozó inmensamente porque había recibido la promesa de no morir antes de ver la salvación de Dios. La vio, se regocijó, y dijo: Ahora, Señor, despacha a tu siervo en paz, porque han visto mis ojos tu salvación2. Este regocijo es inmenso, es obra de la caridad. Nos hemos regocijado cuando se cantaba este salmo. Ciertas cosas se entendieron entonces por todos; otras, según creo, o fueron entendidas por pocos, o, sin duda no por todos. Luego consideremos todo el salmo en este sermón, con el cual os obsequio, y veamos cuánta fue la diferencia con que Dios quiso alegrarnos, presentando las cosas que prometió, y mostrándonos la verdad con sus promesas.
2. [v.1]. El salmo tiene por título: Para el mismo David, cuando la tierra le fue restituida. Todo el salmo se lo aplicaremos a Cristo, si queremos mantener el camino de la recta inteligencia. No nos apartemos de la piedra angular3, para que nuestro entendimiento no se vaya a la ruina. Afiáncese en ella lo que con inestable movimiento se bambolea. Apóyese en ella lo vacilante. Por grande que sea la duda que pueda suscitarse en el ánimo del hombre, al oír la Escritura de Dios, no se aleje de Cristo. Cuando en sus palabras se le haya revelado Cristo, convénzase de que ha entendido. Pues antes de llegar al entendimiento de Cristo, no confíe en que ha entendido. Porque el fin de la ley es Cristo para justificación de todo creyente4. ¿Qué es y cómo se toma, aplicado a Cristo, la expresión: Cuando le fue restituida su tierra? Es fácil reconocer que David representa a Cristo, ya que Cristo nació de María, que es de la descendencia de David, y como había de nacer de su descendencia, por eso figuradamente se profetizaba a Cristo bajo el nombre de David. Luego David es Cristo, puesto que David significa de mano fuerte. ¿Y quién es de mano tan fuerte, como aquel que venció al mundo desde la cruz? Porque después de su resurrección y ascensión, habiendo recibido los apóstoles el Espíritu Santo, y hablando varias lenguas; conmovida la multitud de aquellos que le habían crucificado, pidió un consejo de salvación; lo recibió y abrazaron la fe. Se les olvidó y perdonó el derramamiento de la sangre de Cristo, y se les dio a beber la sangre de Cristo. Hechos, pues, fieles de aquel a quien habían perseguido, creyeron en aquel a quien crucificaron y ante quien meneaban la cabeza insultándolo; quisieron tenerlo a él como cabeza5. He aquí el sentido de la frase: le fue restituida su tierra, como dice el título del salmo. Su tierra es en realidad Judea. Y toda Judea había perecido cuando, desconociendo a su Señor, se ensañaron como frenéticos contra el médico, y, rechazando por furor la salud, le crucificaron. Parecía como si hubiera perecido toda Judea. Pero, ¿hasta qué punto toda? Los Apóstoles también quedaron aterrados. Pedro, incluso, que le seguía con amor audaz, le negó tres veces con tímida cobardía. También el mismo Señor Jesucristo, después de resucitar, encontró a dos individuos hablando entre sí de él en tal estado de ánimo, que le contestaron al preguntarles de lo que hablaban: ¿Eres tú el único forastero en Jerusalén que no te has enterado de las cosas que en ella han sucedido estos días? "¿Cuáles", les preguntó. Ellos le contestaron: "Lo referente a Jesús el Nazareno, que fue un profeta, poderoso en palabras y obras delante de Dios y de todo el pueblo; y cómo lo entregaron los sumos sacerdotes y nuestros magistrados para ser condenado a muerte, y lo crucificaron. Y nosotros esperábamos que él iba a liberar a Israel"6. Habían ya perdido la esperanza en Cristo, puesto que no dijeron: "Nosotros esperamos que él liberará", sino: "Esperábamos que fuera el redentor de Israel" Él estaba con ellos, y ellos ya no tenían en él esperanza. Se dio a conocer a ellos; se mostró también a los demás discípulos: a su vista, a su tacto, y así fue reconocido por aquellos a quienes les parecía haber perdido. Así revivió la fe de quienes la habían perdido: se le restituyó su tierra. Después, habiendo pasado con ellos cuarenta días, subió al cielo7, y según he recordado hace poco, habiendo enviado el Espíritu Santo, hizo de sus ignorantes discípulos, hablar las lenguas de todas las gentes. Entonces aquellos por quienes no había dicho en vano: Padre, perdónalos, porque no saben lo que hacen8, conmovidos, como dije, buscaron la salvación, aceptaron el consejo de creer en él, y en un solo día creyeron tres mil, y en otro cinco mil9, comenzando desde entonces a pulular la Iglesia de Cristo donde pululaba antes el oprobio de Cristo: Y le fue restituida su tierra. Pero como él mismo había dicho: tengo otras ovejas que no son de este redil, y también las debo traer, para que haya un solo rebaño y un solo pastor10. Fueron enviados los Apóstoles a los gentiles, adonde no habían sido enviados los profetas. Fueron buscados así los que nada buscaban, y encontrados los que nada esperaban; tuvieron por Redentor al Dios que no tenían por prometedor. Los judíos tenían a Dios como prometedor, porque los profetas les predicaron y les prometieron a Cristo; pero al que prometido oyeron, no le reconocieron presente. A los gentiles no se les prometió cosa alguna; con todo, en los profetas también se había hablado de su fe. No les habían hablado, pero habían hablado de ellos. Entonces se les enviaron mensajeros a ellos, y oísteis que fue por disposición de Dios, pues la misma lectura hecha hace poco de los Hechos de los Apóstoles declara de qué modo creyó el centurión Cornelio. Él no era judío. Oraba ayunaba, daba limosnas; y aunque se hallaba establecido en el gentilismo, Dios no lo abandonó; y así fue enviado un ángel, anunciándole que sus oraciones y limosnas habían sido aceptadas por Dios; y habiendo sido llamado en su auxilio Pedro, creyó11. ¿Por ventura no pudo instruirle el ángel? Le mandó ir en busca de Pedro, a fin de que más bien creyese por el hombre, porque el Señor se había dignado visitar a los hombres, y no se desdeñaba enseñar por medio del hombre, el que se dignó hacerse hombre. Luego así le fue restaurada su tierra, procediendo una pared de la parte de los judíos, y la otra, de la parte de los gentiles, siendo él mismo para las dos paredes, que procedían de lugares diversos, la piedra angular, en la cual se unieron entrambas12.
3. ¿Cómo tomaremos en otro sentido la frase: Cuando le fue restituida su tierra? De esta forma: "Cuando su carne fue resucitada", pues este sentido le conviene a Cristo, ya que se nos puede ocurrir que la tierra restituida es la carne resucitada. Además, después de su resurrección se cumplieron todas estas cosas que canta el salmo. Oigamos ya lo que sobre la restitución de su tierra canta el salmo lleno de alegría. Excite el mismo Señor nuestro en nosotros una digna esperanza y alegría de tan gran realidad. Que él modere y adapte mi sermón a vuestros corazones, para que todo cuanto aquí se regocija, mi corazón con tales espectáculos llegue a mi lengua, y de mi lengua a vuestros oídos, y de aquí a vuestros corazones, y de allí a vuestras obras.
4. El Señor ha reinado. El mismo que estuvo de pie ante el juez, el mismo que fue abofeteado, flagelado, escupido, golpeado a puñetazos, suspendido del madero, y pendiente de él fue insultado, el mismo que murió en la cruz, que fue herido con la lanza y que fue sepultado, resucitó. El Señor ha reinado. Ensáñense cuanto pueden los reinos del mundo; ¿Qué podrán hacer al Rey de los reinos, al Señor de todos los reyes, al Creador de todos los siglos? ¿Se le desprecia, quizá, porque se presentó tan sumiso y tan humilde? Esto se debe a la misericordia y no a la impotencia. Apareció humilde para que pudiéramos acercarnos a él. Pero veamos ya: El Señor reina, la tierra goza, y se alegran las islas innumerables. Esto es así porque la palabra de Dios se predicó no sólo en la tierra continental, sino en las islas que están en medio del mar; y ellas, además, están llenas de cristianos, llenas de siervos de Dios. El mar no aleja al que hizo el mar. Adonde pudieron arribar las naves, ¿no podrá llegar la palabra de Dios? Las islas fueron repletas. Pueden también tomarse las islas figuradamente por las iglesias ¿Por qué son islas? Porque se ven rodeadas por el bramido del oleaje de todas las tentaciones. Pero como la isla puede ser batida por todos lados por el bramador oleaje y no puede quebrarla, pues antes de quebrarla a ella, se ha estrellado en ella el oleaje, así también las iglesias de Dios extendidas por todo el orbe terráqueo soportan por todas partes las persecuciones de los indignados infieles; pero ya veis cómo subsisten las islas, y que ya se aplacó el mar: Se alegran las islas innumerables.
5. [v.2]. Tiniebla y nubes lo rodean; justicia y derecho sostienen su trono. ¿A quiénes rodean la tiniebla y las nubes? ¿A quiénes la justicia y el derecho sostienen el trono? Son nubes y tiniebla para los impíos, que no le han comprendido, y es justicia y juicio para los fieles, que han creído en él. Aquéllos, por la soberbia, no comprenden. Éstos, por su humildad, han merecido ser encauzados. Escucha de qué nubes y tiniebla se trata, y escucha la justicia y el derecho. El mismo Señor dice: Yo vine a este mundo para un juicio: para que quienes no ven, vean, y los que ven se queden ciegos13. ¿Qué es: los que ven se queden ciegos? Que a quienes les parece que ven, a quienes se tienen por sabios, que a quienes no creen que les es necesaria la medicina, queden ciegos; no entiendan. Por el contrario, los que no ven, que vean, significa que quienes confiesan su ceguera, merecerán ser iluminados. Luego que permanezcan a su alrededor las nubes y la tiniebla, para aquellos que no le conocieron, y para los que le confesaron y se humillaron, sean la justicia y el juicio el fundamento de su trono. Llama su trono a los que han creído en él. De ellos ha hecho su trono, porque en ellos se asienta la Sabiduría, ya que el Hijo de Dios es la Sabiduría de Dios14. He oído de otro libro de la Escritura un importante documento sobre esta interpretación: El alma del justo es trono de la Sabiduría15. Luego como los que creyeron en él, han sido hechos justos, justificados por la fe, han sido hechos tronos suyos. Se sienta, pues, en ellos, juzgándolos y dirigiéndolos. ¿Por qué? Porque los encontró mansos, como mansos jumentos que no recalcitran, que no sacuden el cuello soberbio ante su yugo, que no recusan el látigo. Se hicieron, pues, jumentos de él, mansos y buenos, y por tanto, merecieron lo que en otro salmo se dice: encamina a los humildes por la rectitud; enseña a los humildes sus caminos16. Luego por esto es nubes y tiniebla para unos, porque no son rectos; y justicia y derecho fundamento de su trono para los mansos.
6. [v.3]. Delante de él avanza fuego, abrasando en torno a los enemigos. ¿A qué fuego se refiere, hermanos, que irá delante de él y abrasará en torno a sus enemigos? No creo que se refiera a aquel al que han de ser enviados los impíos, después de la última sentencia del juez, y a quienes, una vez colocados a la izquierda, como recordamos en el Evangelio, se ha de decir: Id al fuego eterno, preparado para el diablo y sus ángeles17. Repito que no creo que se trate de ese fuego. ¿Por qué no lo creo? Porque habla un cierto fuego que irá delante de él, antes de que se presente el juicio. Pues se dice que le antecederá el fuego e inflamará alrededor, es decir, por todo el orbe de la tierra a sus enemigos. El fuego aquel aparecerá después de la segunda venida; éste, en cambio, avanza delante de él. ¿Cuál es este fuego? Este fuego podemos entenderlo como el castigo de los malos y la salvación de los redimidos. ¿Cómo por castigo de malos? Porque al ser anunciado Cristo, se airaron las turbas, y promovieron persecuciones; este airamiento era fuego que consumía, más bien, a los perseguidores que a los perseguidos. Cuando vemos a dos hombres: al uno airado, y al otro paciente, dejo a vuestra consideración quién de ellos se abrasa. Este espectáculo le podéis contemplar en el género humano. Representaos a un hombre inicuo, perturbado en el ánimo, de aspecto feroz, de mirada terrible, de mordaces palabras, que se encamina a robar, a matar, a injuriar, a ultrajar; que no se domina, que no se contiene; y a otro que recibe con paciencia las calumnias, denuestos y todo lo quiera inferirle el inicuo, y que a quien le hiere en una mejilla le ofrece la otra; al ver, pues, de una parte la ferocidad, y de otra la mansedumbre; de una la ira y de otra la paciencia, de una el arrebato y de otra la tolerancia, ¿dudaréis de quién de estos dos se abrase y sufra el castigo? ¿Por ventura aquel que es vejado en el cuerpo, o el asolado en el ánimo? Por esto dijo también el profeta Isaías: Y ahora el fuego devora a los enemigos18. ¿Qué significa y ahora? Antes de que llegue aquel gran día, y se abrasen en su furor los que después han de ser abrasados en el suplicio de aquel fuego eterno. A no ser que penséis, hermanos míos, que la injusticia que procede de un hombre, y se encamina a perjudicar a otro hombre, dañe a aquel a quien se encamina, y no dañe a aquél de quien procede. ¿Cómo puede acontecer esto? Mirad: algunas veces la pequeña tea encendida se aplica a un madero húmedo y verde, y no le prende, a pesar de que ella arde; así acontece a tu enemigo. Si quizás hay algún hombre injusto que te prepara insidias, y te promueve alguna molestia, ciertamente este hombre es inicuo; pero si tú fueses árbol verde, es decir, si fueses vigoroso y verde, debido a la savia espiritual, resistirás a la llama de las enemistades, rogando por el que te persigue; entonces él arderá y tú permanecerás intacto; su injusticia le dañará a él, y no a ti. A no ser que quizás pienses que te perjudica si ejecuta algo contra tu cuerpo, a pesar de que tu alma, paciente e insobornada, se presente ante Dios para ser coronada, siguiendo el ejemplo de su Señor, que prefirió padecer a mano de los judíos y que murió pudiendo no haber muerto, puesto que también pudo no haber nacido, y nació. Pues tú naciste por la condición de la naturaleza, y él por voluntad; tú mueres por índole natural, él por la misericordia. Luego así como a él en nada le perjudicaron los judíos, así también a ti ningún perseguidor enemigo te dañará, si eliges ser miembro de su Cabeza.
7. Fijaos cómo hemos encendido el fuego que va delante de él, es decir, cómo "en este tiempo" ha de entenderse como cierta pena de infieles y perversos. Entendámoslo, si podemos, como salvación de los redimidos, pues así también lo propuse. El mismo Señor, refiriéndose a él, dice: He venido a traer fuego a la tierra19. Trajo fuego y también espada, pues en cierto lugar dice que no vino a traer paz a la tierra, sino la espada20. Espada para separar, fuego para quemar; pero una y el otro saludablemente; porque la espada de su palabra nos separa saludablemente de las malas costumbres. Trajo, pues, la espada, y separó a cada uno de los fieles de su padre, que no creía en Cristo, o de su madre, igualmente infiel, o, sin duda, si nació de padres cristianos, al menos de su primera estirpe. Porque todos nosotros tuvimos abuelo, bisabuelo, o lejana procedencia de gentiles de la infidelidad detestable a Dios. Fuimos separados de lo que éramos; para ello intervino la espada separando, no matando. De este modo también obró el fuego: He venido —dice— a poner fuego a la tierra. Así ardieron los hombres que creyeron en Cristo, al recibir la llama de la caridad; por eso mismo el Espíritu Santo, cuando fue enviado a los apóstoles, apareció de esta forma, pues se dice: Y vieron aparecer unas lenguas como de fuego, que se repartían posándose sobre cada uno de ellos21. Inflamados con este fuego, comenzaron a ir por el mundo, y a inflamar y encender en derredor a sus enemigos. ¿A qué enemigos? A los que, habiendo abandonado a Dios, por quien fueron creados, adoraban a los simulacros que ellos habían creado. Estos enemigos eran quemados; si eran malos, consumiéndolos; si buenos, restaurándolos. De suerte que quien no creía, abrasado y consumido por su envidia, se incendiaba él a sí mismo por aquel fuego, haciéndose peor al oír la palabra de Dios; o, si se convertía y creía, nada ardía en él de esta manera, pero ardía. Ardía, pues el heno, para purificarse el oro. El oro es la fe; el heno la concupiscencia de la carne. Toda carne, dice Isaías, es heno; y todo su esplendor, como flor de heno22. Luego todo lo que hay en el hombre carnal, que apetece las cosas vanas y mundanas, es heno. ¡Cuántos, y quizá hermanos nuestros, fueron al teatro conducidos por el heno! ¿Acaso no habrá de desearse para ellos este fuego, para que se abrase el heno, y se purifique el oro? La fe que existe en ellos, se halla como ahogada por el heno. Luego les es muy provechoso arder con fuego santo, para que, consumido el heno, brille esplendoroso lo que redimió Cristo. Delante de él avanza fuego, y abrasará entorno a sus enemigos. Los que ardieron saludablemente, hoy son sus fieles; eran sus enemigos, ahora son sus fieles. ¿Buscas a sus enemigos? No existen; fueron consumidos, ardieron. La caridad consumió en ellos aquello por lo que siguieron a Cristo, y purificó en ellos lo que impedía que creyesen en Cristo. Y abrasará entorno a sus enemigos.
8. [v.4]. Sus relámpagos deslumbran el orbe. Gran regocijo. ¿No los vemos? ¿No es algo evidente? Aparecieron sus relámpagos por toda la tierra. Se inflamaron, ardieron sus enemigos. Se abrasó todo lo que contradecía, y aparecieron relámpagos por toda la tierra. ¿Por qué aparecieron? Para que creyesen los hombres. ¿De dónde proceden los relámpagos? De las nubes. ¿Cuáles son las nubes de Dios? Los predicadores de la verdad. Miras el cielo y ves una nube opaca y oscura; sin embargo oculta algo en su interior. Si centellea la nube, aparece el esplendor; de lo que despreciabas salió lo que te espanta. Nuestro Señor Jesucristo envió a sus apóstoles, a sus predicadores, como nubes. Se mostraron como hombres, y eran despreciados, como cuando se ven las nubes, y se desprecian antes de que salga de ellas lo que causa admiración. En primer lugar eran hombres de carne, débiles y además eran rudos e ignorantes, sin nobleza alguna; pero en ellos había algo que fulguraba, algo que centelleaba. Se presenta Pedro, un simple pescador; ora, y resucita un muerto23. Por su aspecto humano era nube, pero era fulgor por el esplendor del milagro. Cuando hablan y obran cosas dignas tanto en las palabras como en los hechos, sus relámpagos deslumbran el orbe de la tierra. Y viéndolos, la tierra se estremece. Mira a ver si no es verdad, si no clama toda la tierra: "Así es", toda la tierra ya cristiana, conmovida por los relámpagos que estallan de aquellas nubes. Lo vio la tierra y se conmovió.
9. [v.5]. Los montes se derritieron como cera ante el Señor. ¿Quiénes son los montes? Los soberbios. Toda altura que se levanta contra Dios, se estremece ante los hechos de Cristo, y al oír los de los cristianos, sucumbe. Y cuando digo lo que está escrito: se derritió, es porque me parece que no hay otra palabra mejor. Los montes se derriten como cera ante el Señor. ¿Dónde está la sublimidad de los poderes mundanos, dónde la dureza de los infieles? Los montes se derriten como cera ante el Señor. ¿Dónde se halla la sublimidad de los poderes mundanos; dónde la dureza de los infieles? Los montes se derriten como cera en presencia del Señor. El Señor fue para ellos fuego, y ellos se derritieron como cera delante de él; permanecieron duros mientras no se les aplicó aquel fuego. Se allanó toda altura; ahora no se atreve a blasfemar contra Cristo. El pagano que aún no cree en él, no obstante no le blasfema. Si todavía no se ha convertido en piedra viva, el duro monte, sin embargo, ha sido vencido. Los montes se derritieron como cera ante el Señor, ante el Señor de toda la tierra. No sólo la de los judíos, sino también la de los gentiles, como dice el Apóstol24, pues no es únicamente Dios de los judíos, sino también de los gentiles. El Señor de toda la tierra, nuestro Señor Jesucristo, nació en Judea; pero no nació únicamente para Judea, porque, aun antes de nacer, los había creado a todos. Y el que los hizo a todos, a todos los restauró. Ante el Señor de toda la tierra.
10. [v.6]. Los cielos pregonaron su justicia, y todos los pueblos contemplaron su gloria. ¿Qué cielos pregonaron? Los cielos proclaman la gloria de Dios25 ¿Quiénes son estos cielos? Los que se hicieron trono de Dios. Como Dios se sienta en los cielos, así se sienta en los Apóstoles, en los predicadores del Evangelio. Y tú, si quieres, también serás cielo. ¿Quieres ser cielo? Limpia de la tierra tu corazón. Si no tienes deseos terrenos, y no dijeras en vano que tienes arriba tu corazón, serás cielo. Si habéis resucitado con Cristo, —dice el Apóstol a los fieles— buscad las cosas de arriba, donde Cristo se halla sentado a la derecha de Dios; gustad las cosas de arriba, no las de la tierra26 ¿Has comenzado a saborearlas cosas de arriba, y no las de la tierra? Te hiciste cielo. Contigo llevas la carne, pero tu corazón ya está en el cielo27. Tu trato será con el cielo. Siendo tú uno así, anuncias a Cristo. ¿Qué fiel no anuncia a Cristo? Compréndame vuestra Caridad: ¿Pensáis que sólo nosotros, los que estamos aquí, anunciamos a Cristo, y vosotros no lo anunciáis? ¿Cómo es que vienen a nosotros, queriendo ser cristianos, a los que nunca hemos visto, ni los conocemos, y a los que jamás hemos predicado? Pero ¿creyeron sin haberles anunciado nadie la palabra de Dios? Dice el Apóstol: ¿Cómo creerán en aquél de quien nunca han oído, y cómo oirán sin que nadie les predique?28 Luego toda la Iglesia predica a Cristo, y los cielos proclaman su justicia, porque todos los fieles, para quienes es un deber ganar para Dios a los que aún no han creído, si lo hacen por caridad, son cielos. Desde ellos Dios infunde el terror de su juicio, y así, el que era infiel se atemoriza y cree. Mostrad a los hombres cuánta ha sido la potencia de Cristo en todo el orbe de la tierra, hablándoles y atrayéndoles al amor de Cristo. ¡Cuántos habrán hoy arrastrado a sus amigos al espectáculo del pantomimo, o al cómico, o al flautista! ¿Y por qué lo hicieron? Por afición a ellos. Amad también vosotros a Cristo, pues aquel que venció al mundo ofreció tales espectáculos, que nadie puede echarle en cara algo digno de reprensión. Pero en el teatro sucede algunas veces que uno se decepciona de aquel a quien ama. Mas en Cristo nadie se siente decepcionado; nadie tiene de qué avergonzarse. Arrebatad, atraed, conquistad a cuantos podáis. Estad seguros de que no desagradará a quienes lo contemplan, y rogad que los ilumine y que miren bien. Los cielos anunciaron su justicia, y todos los pueblos contemplaron su gloria.
11. [v.7]. Los que adoran estatuas se sonrojan. ¿No ha sucedido esto ya? ¿No se han avergonzado? ¿No se sonrojan cada día? Los ídolos son esculturas hechas a mano. ¿Por qué se avergüenzan quienes las veneran? Porque ya todos los pueblos han contemplado la gloria de Cristo. Ya todos los pueblos confiesan su gloria: se sonrojan los que adoran piedras. Porque aquellas piedras estaban muertas, y nosotros hemos encontrado la piedra viva. Es más, aquellas piedras nunca estuvieron vivas, para que se pueda decir que estaban muertas. Al contrario, nuestra piedra siempre estuvo viva junto al Padre, y muriendo por nosotros, resucitó y ahora vive, y ya jamás la muerte se apoderará de ella29. Los pueblos han conocido su gloria; por eso abandonan sus templos y corren a las iglesias. Todos los que adoran estatuas se sonrojan. ¿Intentan aún adorar las estatuas? No quisieron abandonar los ídolos, y fueron abandonados por ellos. Los que adoran estatuas se sonrojan; los que ponen su orgullo en los ídolos. Pero surge un innominado disputador, que a sí mismo le parece ser docto, y dice: "Yo no adoro la piedra, ni la estatua insensible; pues vuestro Profeta no pudo saber que tienen ojos y no ven30; y yo ignoro que aquel simulacro tampoco tiene alma, ni ve con los ojos, ni oye con los oídos; no le doy culto a él, sino que adoro lo que veo, y sirvo a quien no veo". ¿Y quién es éste ser invisible? Y responde: "Es un cierto numen, (divino) invisible, que preside en (desde) aquel simulacro". De este modo, explicando el porqué de sus simulacros, a sí mismos les parece que son hábiles, porque no adoran los ídolos, y adoran a los demonios. Hermanos, dice el Apóstol: Lo que los gentiles inmolan, lo inmolan a los demonios y no a Dios. Y no quiero, dice, que os hagáis compañeros de los demonios31, porque sabemos que un ídolo es una nada32. Y el mismo Apóstol dijo: Sabemos que nada es el ídolo, pero lo que inmolan los gentiles, a los demonios lo inmolan y no a Dios. No se excusen, pues, diciendo que no se entregan a los ídolos insensibles, pues se entregaron más bien a los demonios, lo que es más perjudicial. Porque si únicamente adorasen a los ídolos, así como no les ayudarían, tampoco les perjudicarían; pero si adoras y sirves a los demonios, serán tus señores. ¿Y quiénes serán tus señores? Los que te tienen envidia. Y siendo tus señores, es necesario que envidien tu libertad; siempre te querrán poseer, siempre te querrán hacer lo que puedan para arrastraste consigo. En estos espíritus malignos hay una congénita malevolencia y deseo pernicioso de dañar; se alegran del mal de los hombres, y se alimentan de nuestro engaño, si logran engañarnos. ¿Y qué intentan? No dominarnos eternamente, sino ser sus compañeros en la eterna condenación, como el malévolo ladrón acostumbra denunciar al inocente. ¿Acaso si fuera quemado vivo, se quemaría menos, si fueran quemados dos? ¿Moriría menos, si muriesen dos? No se le disminuye la pena, pero se le aumenta la malevolencia. Si dice: "Muera conmigo" no ha de morir menos; pero el mal del prójimo le consuela. Así es el diablo: quiere seducir a los que con él sean castigados. Pero como no puede engañar al juez Dios, no acusa ante él al inocente. Quiere que haya crímenes verdaderos que pueda imputar, y persuade a los pecados. ¡Y a veis qué señores se imponen los que adoran ídolos y demonios! Lo que inmolan los gentiles, no lo inmolan a Dios, sino a los demonios. No quiero que os hagáis socios de los demonios.
12. Y nosotros ¿qué Dios tenemos? Atended a lo que sigue. Después de haber dicho: Avergüéncense todos los que adoran estatuas, añadió: y los que se glorían en sus simulacros, no sucediera que, dando cuenta y razón de sus simulacros, dijesen: "No adoramos las piedras, sino los númenes". ¿Y qué númenes son esos que adoras? Dime: ¿Adoras a los demonios, o a los espíritus buenos, como son los ángeles?, porque hay ángeles santos, y hay espíritus malignos. Yo te digo que en tus templos se da culto sólo a espíritus malignos. Los espíritus que exigen para sí soberbiamente sacrificios, y quieren ser adorados como dioses, son malignos y soberbios. Son como estos esos hombres perversos, que buscan su gloria, y desprecian la de Dios. Fijaos cómo obran los hombres santos, que son semejantes a los ángeles. Cuando encuentras a un hombre santo, siervo de Dios, si quieres reverenciarle y adorarle como a un dios, te lo prohíbe. No quiere arrogarse el honor de Dios, no quiere que le tengas por Dios, sino que desea estar sometido contigo a Dios. Esto lo hicieron los santos apóstoles Pablo y Bernabé. Hallándose predicando la palabra de Dios en Licaonia, y habiendo hecho un milagro, los habitantes de aquella región trajeron víctimas y las quisieron sacrificar en su honor, diciendo que Bernabé era Júpiter, y PabloMercurio; ellos lo rechazaron. ¿No quisieron, acaso, que se les inmolara, porque detestaron ser comparados a los demonios? No, sino porque se horrorizaron de recibir honor divino de los hombres. Esto no es una opinión mía, sino que lo declaran sus mismas palabras. Lo dice el mismo libro, siguiendo su lectura, y dice cómo se conmovieron: entonces Pablo y Bernabé rasgaron sus vestiduras, y dijeron: "Varones hermanos, ¿qué hacéis? Nosotros somos hombres mortales, como vosotros"33.Atended, hermanos. Así como los hombres buenos prohíben que se les adore como dioses, a los que querían adorarlos, y desean más bien que sea adorado y honrado un solo Dios, y que se ofrezca un sacrificio a un solo Dios y no a ellos, así también todos los santos ángeles procuran la gloria de aquel a quien aman, y tratan por todos los medios de arrastrar e inflamar a todos los que aman el culto a Dios, a su adoración, a su contemplación. Ellos, por ser anunciadores, les anuncian a Dios, no a sí mismos, y, como soldados que son, sólo saben buscar la gloria de su Emperador, pues si buscasen la suya, serían condenados como tiranos. Así obra el diablo y los demonios, sus ángeles, ya que se arrogó para sí y para sus demonios el honor divino. Llenó los templos de paganos, y les persuadió la obra de simulacros y el ofrecimiento de sacrificios para sí. ¿No sería mejor que rindieran culto a los ángeles santos que a los demonios? Pero responden: "No adoramos a los perversos demonios. Nosotros adoramos a los que vosotros llamáis ángeles; a las virtudes, a los ministros del gran Dios". ¡Ojalá que fuera así; fácilmente aprenderíais de ellos a no adorarlos! Oye al ángel doctor. Estando enseñando y declarando muchas maravillas a cierto discípulo de Cristo, según se lee en el Apocalipsis de S. Juan, éste, ante la contemplación de cierto milagro presentado por el ángel, se postró a sus pies, pero el ángel que no buscaba su propia gloria, sino la de su Señor, le dice: Levántate. ¿Qué haces? Adórale a él, porque yo soy consiervo tuyo y de tus hermanos34. Entonces ¿qué haremos, hermanos míos? Que nadie diga: "Temo que se irrite el ángel conmigo, si no lo adoro en lugar de Dios". Por el contrario, se enojará contigo si quieres adorarle. Pues es bueno y ama a Dios. No se diga ningún corazón débil, ningún corazón miedoso: "Pero si se enojan los demonios, por no ser adorados, temo irritar a los demonios" ¿Qué ha de hacerte incluso el diablo, príncipe de ellos? Si pudiera hacerte algo, no quedaría en pie ninguno de nosotros. ¿No se dicen cada día contra él tantas cosas por boca de los cristianos, y no obstante crece la mies de los cristianos? Cuando te aíras contra tu perverso siervo, le pones este nombre, pues le llamas diablo o Satanás. Sin duda te equivocas en esto, porque se lo llamas al hombre, y eres arrastrado, con inmoderada ira, a ultrajar la imagen de Dios. Sin embargo, eliges decirle lo que más detestas. Si él pudiese ¿no se vengaría? Pero no se le permite, y sólo hace cuanto se le permite. Quiso tentar a Job, y, con todo, recabó poder para ello35; y no lo habría hecho si no hubiera conseguido tal poder. Luego ¿Por qué no adoras a Dios con seguridad, puesto que sin su consentimiento nadie te daña, y, permitiéndolo, eres castigado, pero no destruido? Si agrada al Señor, Dios tuyo, permitir que algún hombre o espíritu te perjudique, te castigue; te endereza, para que clames a él y le digas: el Señor me castigó, me corrigió, pero no me entregó a la muerte36. Luego avergüéncense los que adoran estatuas, los que se glorían en sus simulacros. Adoradle todos sus ángeles. Aprendan los paganos a adorar a Dios. ¿Quieren adorar a los ángeles? Que los imiten, y adoren a aquél que es adorado por los ángeles. Adoradle todos sus ángeles. Adore el ángel que fue enviado a Cornelio, pues por haberle adorado Cornelio, fue enviado a Pedro37; adore el ángel consiervo de Pedro a Cristo, Señor de Pedro. Adoradle todos sus ángeles.
13. [v.8]. Lo oyó Sión y se alegró. ¿Qué oyó Sión? Que lo adoran todos sus ángeles. ¿Qué oyó Sión? He aquí lo que oyó: Anunciaron los cielos su justicia, y todos los pueblos contemplaron su gloria. Avergüéncense todos los que adoran estatuas, los que ponen su orgullo en sus ídolos. Efectivamente, la Iglesia todavía no existía entre los gentiles; en Judea habían creído algunos de los judíos, y los que creyeron pensaban que sólo ellos pertenecían a Cristo; pero fueron enviados los apóstoles a los gentiles; se predicó a Cornelio, creyó y se bautizó, y también los de su casa se bautizaron con él. Sabéis cómo sucedió para ser bautizados. El lector, por cierto, no leyó hasta aquí; sin embargo algunos lo recuerdan; y los que no lo recuerdan, óiganlo brevemente de mí. El ángel fue enviado a Cornelio; y le mandó ir en busca de Pedro; Pedro vino a Cornelio; pero como era gentil y no estaban ni él ni sus compañeros circuncidados, para que no dudasen de evangelizar a los incircuncisos, antes de ser bautizado el mismo Cornelio y los que con él estaban, descendió sobre ellos el Espíritu Santo y los llenó, y comenzaron a hablar lenguas. Hasta entonces no había descendido el Espíritu Santo sobre nadie antes de ser bautizado. Pedro habría podido dudar en bautizar a los incircuncisos; pero como descendió sobre ellos el Espíritu Santo y comenzaron a hablar en lenguas, es decir, se les concedió el don invisible, desapareció la duda y se les dio el don visible: todos fueron bautizados. Y también allí está escrito: Los apóstoles y los hermanos residentes en Judea, oyeron que también los gentiles habían aceptado la palabra de Dios y bendecían a Dios. Esto es lo mismo que se conmemora aquí: Lo oyó Sión y se alegró. ¿Qué oyó, por lo que se regocijó Sión? que los gentiles recibieron la palabra de Dios. Se había levantado una pared, pero aún no se había formado el ángulo. La Iglesia que existía en Judea, fue denominada aquí, con toda propiedad, Sión. Lo oyó Sión y se regocijó, y se alborozaron las hijas de Judea. Así también está escrito: Lo oyeron los apóstoles y los hermanos que estaban en Judea. Observad, si no: Se alborozaron las hijas de Judea. ¿Qué oyeron? Que también los gentiles habían recibido la palabra de Dios. ¿Dónde se dice esto en el presente salmo? Cuando dice: Los cielos proclamaron la justicia de Dios, y los pueblos han contemplado su gloria. Pero como los gentiles, por quienes eran adorados los ídolos, creyeron, prosigue diciendo: avergüéncense todos los que adoran estatuas, los que se glorían de sus simulacros. Lo oyó Sión y se regocijó, y se alborozaron las hijas de Judea. Más tarde, algunos de la circuncisión, censuraron a Pedro, diciéndole: ¿Por qué entraste en casa de gentiles incircuncisos y comiste con ellos? Entoncesél les explicó cómo estando en oración, se le presentó en visión una especie de bandeja sostenida por los cuatro extremos. Esta especie de bandeja, que contenía toda clase de animales, simbolizaba a todas las gentes. Pendía además de los cuatro cabos, porque cuatro son las partes del orbe de donde habían de venir a la Iglesia todos los pueblos; y por esto son también cuatro los evangelios que predican a Cristo, y así se entienda que la gracia de Dios pertenece a las cuatro partes del orbe. Luego como se le declaró a Pedro esta visión, les reveló y aclaró todas las cosas: cómo creyó Cornelio, y cómo antes de ser bautizado el hombre gentil, vino sobre él el Espíritu Santo. Habiendo oído estas cosas, se callaron y glorificaron a Dios, diciendo: Dios ha dado realmente también a los gentiles la penitencia que conduce a la vida38. He aquí cómo lo oyó Sión y se regocijó, y se alborozaron las hijas de Judea por tus juicios, ¡Oh señor! ¿Por qué juicios? Porque Dios no tiene acepción de personas. El mismo Pedro, al ver al centurión Cornelio, y a los que estaban con él llenos del Espíritu Santo, exclamó y dijo: En verdad he comprendido que Dios no hace distinción de personas. Luego se alborozaron las hijas de Judea por tu justicia, ¡Oh Señor! ¿Qué significa por tu justicia? Que le es aceptable cualquiera que le sirve, de cualquier pueblo o gente que sea39. Puesto que no es únicamente Dios de los judíos, sino también de los gentiles40 .
14. [v.9]. Mirad a ver si no es éste el motivo por el que se alborozaron las hijas de Judea. Y se alborozaron las hijas de Judea por tus juicios, ¡Oh Señor! Porque tú eres, Señor, altísimo sobre toda la tierra. No sólo sobre Judea, no sólo sobre Jerusalén, no sólo sobre Sión, sino sobre toda la tierra. Por toda esta tierra se extendieron los juicios de Dios, para convocar de todas partes los pueblos, con los cuales no se comunican los que a sí mismos se desgajaron, ni entienden lo predicado, ni ven lo cumplido. Porque tú eres, Señor, altísimo sobre toda la tierra, y encumbrado sobre todos los dioses. ¿Qué significa encumbrado, puesto que se habla de Cristo? ¿Qué significa encumbrado? Que entiendas que es igual al Padre. ¿Y qué quiere decir: sobre todos los dioses? ¿Quiénes son éstos? Los ídolos carecen de sensibilidad, no tienen vida; los demonios sienten y viven, pero son malos. No es de extrañar que Cristo sea encumbrado sobre todos los ídolos. Fue exaltado sobre los demonios; pero esto tampoco es cosa mayor. Los demonios ciertamente son los dioses de los gentiles41, pero Cristo fue encumbrado sobre todos los dioses. Los hombres también fueron llamados dioses: Yo declaro: "sois dioses e hijos del Altísimo todos; y también está escrito: Dios se levantó en la asamblea divina, rodeado de dioses juzga42. Sobre todos fue encumbrado nuestro Señor Jesucristo; no sólo sobre los ídolos y los demonios, sino sobre todos los hombres justos. Aún esto es poco; y sobre todos los ángeles, porque se dijo: Adoradle todos sus ángeles. Tú eres encumbrado sobre todos los dioses.
15. [v.10]. ¿Qué haremos, pues, todos los que nos reunimos en torno a aquel que fue encumbrado sobre todos los dioses? Nos dio un precepto conciso y tajante: Los que amáis al Señor, odiad el mal. No es digno que ames a Cristo junto con la avaricia. ¿Lo amas? Debes odiar lo que él odia. Existe, por ejemplo, un hombre que es tu enemigo; se trata de dos realidades iguales, pues ambos habéis sido creados por el mismo Creador, y en la misma condición humana; y, sin embargo, si tu hijo habla a tu enemigo, y se acerca a su casa, y tiene con él frecuentes conversaciones, pretendes desheredarlo porque habla con tu enemigo. ¿Y por qué? Porque te parece que tienes razón suficiente, y razonas así: Eres amigo de mi enemigo, ¿y esperas algo de mis bienes? Pero atiende: Amas a Cristo; y la avaricia es enemiga de Cristo. ¿Por qué tratas con ella? Y no digo sólo por qué hablas con ella, sino por qué la sirves. Cristo te manda muchas cosas y no las haces; te manda la avaricia, y la obedeces. Cristo te manda que vistas al pobre, y lo rehúsas; te manda la avaricia cometer un fraude, y lo cumples con gusto. Si así están las cosas, si tú eres así, no te prometas demasiado la heredad de Cristo. Pero dices: "Amo a Cristo"; pues bien, los que amáis al señor, odiad el mal. Se demostrará que amas lo que es bueno, si ves en ti que odias lo que es malo. Los que amáis al Señor odiad el mal.
16. Pero cuando hayamos comenzado a odiar el mal, nos sobrevendrán persecuciones. Odiamos el mal; pues bien, entonces algún perseguidor nos dice: "Comete el fraude, adora a los ídolos, ofrece incienso a los demonios"; pero nosotros hemos oído: Los que amáis al Señor odiad el mal. Sin duda que lo hemos oído; pero si no lo cumplimos, se ensaña él más. ¿Hasta que punto se ensaña? ¿Qué te ha de quitar? Respóndeme: ¿Por qué eres cristiano? ¿Por la herencia eterna, o por la felicidad terrena? Pregunta a tu fe, pon frente a tu conciencia tu alma, sintiendo el terror del juicio, responde a quien crees, por qué has creído. Me dices: "Creí en Cristo". ¿Qué te prometió Cristo, sino lo que en sí mismo dio a conocer? ¿Y qué mostró en su persona? Que murió, resucitó y ascendió al cielo. ¿Quieres seguirlo? Imita su pasión y espera la promesa. ¿Qué te va a sustraer el que se ensaña contigo, cuando hayas comenzado a odiar el mal por tu amor al Señor? ¿Qué te va a quitar? El patrimonio. Pero ¿quizá el cielo? En fin, que te quite todo lo que Dios te dio; pero no lo quitará si Dios no quiere; pero, si Dios quiere, quita únicamente lo que Dios te dio, para que no te quite al mismo Dios. Pues nadie te quitara a Dios: sólo te lo quitas tú si huyes de él.
17. Quizás respondes: "No me preocupo de mi patrimonio"; puedo decir: El señor me lo dio, y el Señor me lo quitó; como fue de su agrado, así se hizo43. "Pero temo que me mate"; esto es todo. Pero escucha el salmo que te consuela: El Señor custodia las almas de sus justos. Puesto que había dicho anteriormente: Los que amáis al Señor odiad el mal, para que no temieras amar al maligno, no fuera que te matase el maligno, añadió enseguida: El Señor guarda las almas de sus siervos. Escucha al que guarda las almas de sus siervos. Dice: No temáis a los que matan el cuerpo, y no pueden matar el alma44. El que prevaleció contra ti mató tu cuerpo; pero ¿Qué te hizo? Lo que a tu Señor Dios. ¿Por qué deseas tener lo que Cristo, si temes padecer lo mismo que padeció Cristo? Él vino a tomar tu vida temporal, débil, sometida a la muerte. Teme morir si puedes evitar el morir. Lo que por naturaleza no puedes evitar, ¿por qué no lo aceptas por la fe? Que te quite el enemigo que te amenaza, esta vida; Dios tiene otra para darte. Como él te dio ésta, y nadie te la quitará si él no quiere, tiene otra que darte; no temas ser despojado de ella por él. ¿No quieres despojarte del vestido andrajoso? Mira que Dios te va a dar la estola de gloria. ¿De qué estola me hablas? Esto corruptible se ha de vestir de incorrupción, y esto mortal de inmortalidad45. Más aún: esta misma carne tuya no perecerá. El enemigo puede ensañarse hasta la muerte, pero no tiene poder más allá, ni sobre el alma, ni sobre la misma carne; porque aun cuando se convirtiera en polvo la carne, no impide la resurrección. Los hombres temían por su vida. ¿Y qué les dice el Señor? Pues de vosotros, hasta los cabellos de vuestra cabeza están todos contados46. ¿Temes perder la vida tú, que no perderás un cabello? Todas las cosas están numeradas por Dios. El que creó todas las cosas, las restaurará. No existían, y fueron creadas; existen, y ¿no serán restauradas? Creed, pues, hermanos míos, de todo corazón, y los que amáis al Señor, odiad al maligno. Permaneced fuertes, no sólo amando a Dios, sino odiando al maligno. Que nadie os asuste. El que os llamó es más poderoso, es omnipotente; es más poderoso que cualquier poderoso, más excelso que cualquier excelso. El Hijo de Dios murió por nosotros; estate seguro de recibir la vida de aquél de quien tienes como prenda la muerte. Pues, ¿por quiénes murió? ¿Acaso por los justos?, pregunta Pablo. Cristo murió por los impíos47. Eras impío, y murió por ti. ¿Has sido justificado, y te abandonará? El que justificó al impío abandonará al piadoso? Los que amáis al Señor, odiad al maligno. Que nadie sienta temor: el Señor guarda las almas de sus siervos, y las librará de la mano del pecador.
18. [v.11]. Pero tú quizá digas: "Entonces pierdo esta luz". Nació la luz para el justo. ¿Qué luz temes perder? ¿Temes quedarte en tinieblas? No temas perder la luz; es más, teme, no sea que, al temer perder esta luz, pierdas la luz verdadera. La que temes perder vemos a quiénes se dio y con quiénes te es común. ¿Por ventura sólo los buenos ven este sol, siendo así que Dios hace salir el sol sobre buenos y malos, y llueve sobre los justos y los impíos?48 Los inicuos ven contigo esta luz material; la ven los ladrones, los impúdicos; la ven contigo las bestias, las moscas, y hasta los gusanillos. ¿Qué luz reserva para el justo, el que se la da a todos estos? Con razón vieron esta otra luz los mártires con la fe. Los que despreciaron esta luz terrena, vieron después esta otra que deseaban los que la despreciaron. Nació la luz para el justo, y la alegría para los rectos de corazón. No penséis que fueron desgraciados cuando se hallaban entre cadenas. Amplia fue la cárcel para los fieles, y leves fueron las cadenas para los que confesaron su fe. Tenían gozo en el estrado, los que predicaban a Cristo en medio de los tormentos. Nació la luz para el justo. ¿Qué luz le amaneció? La que no amanece para el impío; no es la que Dios hace nacer sobre buenos y malos. Existe otra luz que nace para el justo, la cual, al no nacer para los impíos, dirán de ella al fin del mundo: Nos descarriamos del camino de la verdad, y la luz de la justicia no nos alumbró, y el sol no salió para nosotros49. Ya veis cómo amando este sol material, se sumergieron en las tinieblas del corazón. ¿De qué les aprovechó ver este sol con los ojos, si no vieron con el espíritu aquel otro sol? Tobías estaba ciego, y enseñaba a su hijo el camino de Dios. Sabéis que Tobías aconsejaba a su hijo y le decía: Hijo mío, haz limosnas, porque la limosna no permite caer en tinieblas50, y sin embargo hablaba así el que estaba en tinieblas. No tuvo miedo de que le dijera su hijo: ¿No diste tú limosnas? ¿Y cómo es que me hablas así estando ciego? Las limosnas te llevaron a las tinieblas; ¿Y cómo es que me dices: Las limosnas no permiten caer en tinieblas? ¿Por qué le decía esto Tobías, con tanta convicción, sino porque él veía otra luz? El hijo le daba a su padre la mano para que pudiera andar, pero el padre mostraba al hijo el camino para que viviese. Ya veis que existe otra luz que amanece para el justo: Nació luz para el justo, y alegría para los rectos de corazón. ¿Pretendes conocerlas? Sé recto de corazón. ¿Qué significa: "Sé recto de corazón"? No tuerzas tu corazón para con Dios, oponiéndole tu voluntad, queriendo encauzar a Dios hacia ti, en lugar de encauzarte tú hacia él; entonces percibirás la alegría que conocen todos los rectos de corazón. Nació la luz para el justo, y la alegría para los rectos de corazón.
19. [v.12]. Alegraos, justos. Quizás, al oír los fieles alegraos, piensan en banquetes, preparan la vajilla, esperan el tiempo de felicidad, porque se dijo: alegraos, justos. Mirad cómo sigue: Alegraos, justos, en el Señor. Esperas el tiempo de primavera para regocijarte. Tienes al Señor por regocijo. El Señor está siempre contigo, carece de tiempo. Lo tienes día y noche. Sé recto de corazón, y siempre te alegrarás con él. El regocijo del mundo no es verdadero. Escucha al profeta Isaías: No hay gozo para los impíos, dice el Señor51. Lo que los impíos denominan regocijo, no lo es. ¿Qué regocijo conocía el que condenaba este regocijo? Creámoslo, hermanos. Era hombre y conocía ambos regocijos. Sin duda, al ser hombre conocía el gozo de la bebida, de la comida, del matrimonio; conocía estos gozos humanos y sensuales. El que conocía estos gozos, dice con toda certeza: No hay alegría para los impíos, dice el Señor. No lo dice el hombre, lo dice el Señor. Él habla por boca del Señor: No hay gozo para los impíos. A ellos les parece que se gozan, pero no hay gozo para los impíos, dice, no el hombre, sino el Señor. De aquí que, viendo este gozo, dice otro profeta: tú sabes que no he anhelado el día del hombre52. Tú, que me muestras otro día, que me muestras otra luz, que me inundas de otro regocijo, que me das a conocer interiormente otra realidad, hiciste que no codiciase el día del hombre. Sin duda que Isaías veía a los hombres entregados a la bebida, a la sensualidad, en los teatros y a las frivolidades, veía a todo el mundo buscar el placer en las más inimaginables extravagancias, y sin embargo, clamaba: No hay gozo para los impíos, dice el Señor. Si esto no es gozo, ¿qué gozo veía, en cuya comparación esto no era gozo? Es como si tú conocieras el sol, y le dijeras a uno que alaba la candela: "esta no es luz". ¿Por qué no es luz? Él la tiene por grande, se alegra y se goza, ¿y tú dices que no es luz? O como si alguno se admirase al ver una mona, y tú le dijeses: "No es hermosa", aun cuando él habiéndose entregado a la contemplación del orden de sus miembros, y de todas las demás congruencias que observa en aquella mona, persistiese admirándose, y tú, que conoces otra belleza, le negases ésta, y le dijeses: "No, no es hermosura". ¿Por qué? Porque conoces otra hermosura. Pero dice: "Yo no veo la que veía Isaías". Cree, y la verás. Quizás careces del medio con el cual se la ve, pues hay un ojo con el que se ve esta hermosura. Como hay un ojo de carne con el que se ve esta luz, así hay un ojo del corazón, con el que se ve este gozo. Quizá este ojo lo tengas sucio, perturbado por la ira, la avaricia, la libido insensata; estando, pues perturbado tu ojo, no puedes ver aquella luz. Cree antes de ver; te sanarás, y podrás ver. Nació la luz para el justo, y la alegría para los rectos de corazón.
20. Alegraos, justos, con el Señor, y celebrad la memoria de su santidad. Estando ya alegres en el Señor, y llenos de gozo en el Señor, ofrecedle la alabanza; porque si él no quisiera, no nos alegraríamos en él. Dice el mismo Señor: Os he dicho estas cosas para que gracias a mí tengáis paz. En el mundo tendréis tribulaciones53. Si sois cristianos, esperad tribulaciones en este mundo; no esperéis tiempos más tranquilos y mejores. Os engañáis, hermanos. Lo que no os prometió el Evangelio, no os lo prometáis vosotros. Sabéis lo que dice el Evangelio; hablo a cristianos; no debemos ser prevaricadores de la fe. El Evangelio dice que en los últimos tiempos habrá muchos males, muchos escándalos, pero quien persevere hasta el fin, se salvará. Se enfriará, dice, la caridad de muchos54. Luego quien persevere con espíritu ferviente, según dice el Apóstol, que escribe: Permaneced fervientes en el espíritu55, su caridad no se enfriará, ya que la misma caridad de Dios ha sido derramada en nuestros corazones por el Espíritu Santo que se nos ha dado56 . Nadie, pues, se prometa lo que el Evangelio no promete. "Vendrán tiempos mejores, y yo haré esto y compraré aquello". Te es mejor que pongas atención a aquel que no se engaña, ni engaña a nadie, el cual te prometió la alegría, no aquí, sino en él. Y así, cuando hayan pasado todas estas cosas, esperarás reinar con él eternamente, no sea que al querer reinar aquí, no tengas alegría aquí, ni la encuentres allí.