Sermón al pueblo
Cartago. El 14 de septiembre de 412, para la fiesta de S. Cipriano (Z.) o bien, después del 415 (R.).
1. El salmo que acabamos de cantar es breve por el número de sus palabras, pero grande por la importancia de sus afirmaciones. Se ha leído entero, y ya veis qué poco tiempo se ha tardado en llegar al final. Y ahora, según el Señor se digne concederme, lo voy a comentar a vuestra Caridad, incitado por nuestro beatísimo Padre, que se halla presente. La inesperada proposición me resultaría difícil de cumplir, si no me ayudase al mismo tiempo la oración del que me hizo la propuesta. Ponga, pues, atención vuestra Caridad. En este salmo se canta y se recuerda una ciudad de la que somos ciudadanos por el hecho de ser cristianos, y de la cual estamos exiliados mientras seamos mortales. En otro tiempo hacia ella nos dirigíamos, pero no lográbamos encontrar el camino, ya que estaba interceptado casi del todo por matorrales, zarzas y espinos, hasta que el rey de dicha ciudad se hizo a sí mismo el camino para poder llegar nosotros a ella. Por eso, caminando en Cristo, aunque todavía como extranjeros, hasta que lleguemos a aquella ciudad, y suspirando por esa inefable quietud que reina en ella, de la cual se dijo que se nos prometió algo que ni el ojo vio, ni el oído oyó, ni hombre alguno ha imaginado1; caminemos, pues, y cantemos de tal modo que avivemos este anhelo. Porque el que está deseando, aunque su lengua calle, canta su corazón. En cambio, el que nada desea, aunque a gritos aturda los oídos de los hombres, está mudo para Dios. Mirad qué apasionados eran de esta ciudad los primeros que cantaron estas palabras del salmo, los mismos que nos las encomendaron, cuando por ellos se cantaron con pasión. Era el amor de la ciudad el que producía en ellos este afecto, pero era el Espíritu de Dios quien engendraba en ellos este afecto. Como dice el Apóstol: El amor de Dios ha sido derramado en nuestros corazones, por el Espíritu Santo que se nos ha dado2. Encendidos, pues, por este Espíritu, escuchemos lo que se dice sobre esta ciudad.
2. [vv.1-2]. Está cimentada sobre los santos montes. Nada había dicho aún de esta ciudad el salmo; y comienza diciendo aquí: está cimentada sobre los montes santos. ¿Qué cosa está cimentada? Sin duda que se trata de alguna ciudad, sobre todo si está cimentada sobre algún monte. Este ciudadano estaba lleno del Espíritu Santo, y se ve que había meditado mucho en su interior sobre el amor y el anhelo por esta ciudad; por eso irrumpe así: Está cimentada sobre los montes santos, como si ya hubiera dicho algo de ella. ¿Y cómo puede ser que no diga nada de ella el que jamás había dejado de hablar de ella en su corazón? ¿A quién se refiere, entonces, al decir cimentada, si nunca la había citado? Pero, como ya he dicho, habiendo él concebido en su interior, dirigiéndose a Dios en silencio, muchas cosas sobre esta ciudad, alza su voz dirigiéndose también a los oídos de los hombres: Está cimentada sobre los santos montes. Y como si los oyentes le preguntasen: ¿Qué cosa? Él añade: El Señor ama las puertas de Sión. Estos son los cimientos sobre los montes santos de una ciudad que se llama Sión, cuyas puertas ama el Señor, como dice a continuación: y las prefiere a todas las moradas de Jacob. Pero ¿Qué significa: Está cimentada sobre los montes santos? ¿Cuáles son los montes sobre los que esta ciudad está edificada? Otro ciudadano, el apóstol Pablo, lo expresó con más claridad. Este Profeta era ciudadano de ella, y de ella era el Apóstol; y ambos hablaban para exhortar a los demás ciudadanos. Pero éstos, es decir, los profetas y los apóstoles, ¿cómo eran ciudadanos? Quizás de mismo modo que también son montes, sobre los cuales está cimentada esta ciudad, cuyas puertas ama el Señor. Que lo diga el otro ciudadano con más claridad, no sea que parezca ser una conjetura mía. Dirigiéndose a los gentiles, y recordándoles cómo habían sido devueltos a Cristo, y como incorporados, formando parte de la santa construcción, dice: edificados sobre el fundamento de los apóstoles y Profetas3. Y para que ni los mismos Apóstoles o Profetas, sobre los cuales se halla cimentada la ciudad, se considerasen cimiento por sí mismos, añade a continuación: siendo el mismo Jesucristo la piedra angular. Y para que no dijeran los gentiles que ellos no pertenecían a Sión, puesto que había una ciudad terrena llamada Sión, que simbólicamente prefiguraba a una cierta Sión, de la que ahora se habla, y que es la celeste Jerusalén, de la que el Apóstol dice que es la madre de todos nosotros4; para que ellos no dijeran, insisto, que ellos no pertenecían a Sión, por no formar parte del pueblo judío, les dice el mismo Apóstol: Vosotros ya no sois forasteros ni huéspedes, sino que sois conciudadanos de los santos y pertenecéis a la familia de Dios, edificados sobre el cimiento de los Apóstoles y Profetas. He aquí el edificio de esta gran ciudad. Pero ¿dónde se sustenta, cuál es su fundamento para que nunca se derrumbe? El mismo Jesucristo —dice el Apóstol— que es la piedra angular5.
3. Tal vez dirá alguno: Si Cristo Jesús es la piedra angular, en él, sin duda, deben unirse dos paredes, ya que sólo dos paredes constituyen un ángulo procediendo de dos lugares diversos; y por tanto también los dos pueblos, el de la circuncisión y el del prepucio se unen entre sí en paz cristiana, en una misma fe, esperanza y caridad. Ahora bien, si Jesucristo es el vértice angular, aparecerían como prioritarios los cimientos, y luego vendría la piedra angular, con lo cual podría alguien decir que Cristo está sustentado sobre los Apóstoles y Profetas, y no ellos sobre él, si ellos son los cimientos y él la piedra angular. Pero recapacite el que diga esto que el ángulo está también en el fundamento. Porque no sólo está donde comienza a verse, y desde allí se eleva hasta la cumbre, sino que el ángulo empieza desde el mismo cimiento. Y para que comprendáis que Cristo también es fundamento, y además el primero y el máximo, dice el Apóstol: Nadie puede poner otro cimiento fuera del que ya está puesto, que es Jesucristo6. Entonces, ¿cómo es que son cimientos los Profetas y los Apóstoles, y cómo lo es también Jesucristo, sin que haya, además, otro más profundo? Del mismo modo que en sentido real llamamos a Cristo el Santo de los santos, así también le decimos en sentido figurado el fundamento de los fundamentos, (o el cimiento de los cimientos). Si piensas en misterios, Cristo es el santo de los santos; si piensas en la grey que le está sometida, Cristo es el Pastor de los pastores; si piensas en el edificio, cristo es el Fundamento de los fundamentos. En los edificios terrenos no puede la misma piedra estar en el cimiento y en la cima: si está en el fondo, no puede estar en la cima, y si está en la cima, no puede estar en el fondo. Casi todos los cuerpos están sujetos a estas limitaciones: no pueden estar en todos lados ni siempre. En cambio a la divinidad, que sabemos que está en todas partes, se le pueden aplicar todas estas semejanzas; pero sólo como semejanzas, porque realmente no es ninguna de estas cosas. ¿Acaso Cristo es una puerta como las fabricadas por los carpinteros? Ciertamente que no. Y sin embargo él mismo dijo: Yo soy la puerta. ¿O también es un pastor como los que vemos, que conducen un rebaño? Y con todo dijo: Yo soy pastor. Además, ambas cosas las dijo en el mismo lugar. En el Evangelio dijo que el pastor entra en el redil por la puerta, y allí también dijo: Yo soy el buen pastor, y: yo soy la puerta7. El pastor entra por la puerta. ¿Y quién es el pastor que entra por la puerta? Yo soy el buen pastor. ¿Cuál es la puerta por la que entras tú, pastor bueno? Yo soy la puerta. ¿Cómo es que tú lo eres todo? Del mismo modo que todo fue hecho por mí. Por ejemplo, cuando Pablo entra por la puerta, ¿acaso no entra Cristo por la puerta? ¿Cómo es esto? No porque Pablo sea Cristo, sino porque en él está Cristo, y Pablo entra por medio de Cristo. El mismo Pablo lo dijo: ¿Queréis comprobar que quien habla en mí es Cristo?8 Cuando sus santos y sus fieles entran por la puerta, ¿no es Cristo quien entra por ella? ¿Cómo os lo probaré? Cuando Saulo, que todavía no era Pablo, perseguía a los santos de Dios, Jesús desde el cielo le gritó: ¡Saulo, Saulo! ¿por qué me persigues?9 Luego él es el fundamento y la piedra angular, que surge de lo profundo, si es que se levanta desde el fundamento. Porque el origen de este cimiento, sostiene la cumbre y está en ella. Y así como el cimiento de un edificio material está en el fondo, así el de uno espiritual se halla en la cumbre. Si fuéramos edificados para permanecer en la tierra, deberíamos poner nuestro fundamento en lo profundo; pero como nuestro edificio es celeste, nuestro fundamento nos ha precedido en los cielos. Luego esta piedra angular, y los montes, que son los Apóstoles y los Profetas excelsos, soportan la construcción de la ciudad, y constituyen un edificio vivo. ¿No está clamando ahora este edificio desde vuestros corazones? Esto lo hace la mano maestra de Dios, a través de nuestra lengua, para que nos ensamblemos adecuadamente en la construcción de aquel edificio. No en vano con maderas cuadradas construyó Noé el arca10, que, sin duda prefiguraba la Iglesia. ¿Qué significa ?encuadrar?? Fijaos en la semejanza de la piedra cuadrada; así debe ser el cristiano. Y no caerá en ninguna tentación; aunque sea empujado y casi volteado, no cae. Una piedra cuadrada, por dondequiera que la vuelvas, permanece estable. Los mártires, cuando eran sacrificados, parecían caer. Pero ¿Qué dice una voz del salmo? Cuando el justo caiga, no quedará postrado, porque el señor lo tiene de la mano11. Encuadraos, pues vosotros así, estando preparados para cualquier tentación. Que ningún empujón os haga caer. Que te encuentre bien firme cualquier contratiempo. Debes, pues, ensamblarte en este edificio con piadoso afecto, con religiosidad auténtica, con fe, esperanza y caridad; levantar así el edificio es caminar. En las ciudades terrenas una cosa es la estructura de los edificios, y otra distinta son los habitantes que en ellos viven; en la ciudad celestial, en cambio, son los mismos ciudadanos las piedras que la construyen: son piedras vivas. También vosotros —dice S. Pedro—, como piedras vivas, formáis parte de una casa espiritual12. A nosotros va dirigida esta voz. Vayamos, pues, en pos de esta ciudad.
4. Sus cimientos están sobre los montes santos: el Señor ama las puertas de Sión. Ya os he dicho antes que penséis que una cosa son los cimientos y otra las puertas. ¿Por qué los cimientos son los Apóstoles y los Profetas? Porque su autoridad sostiene nuestra debilidad. ¿Y por qué son puertas? Porque por ellos entramos en el reino de Dios, ya que ellos nos lo anuncian. Y cuando entramos por ellos, por Cristo entramos, porque él es la puerta. En el Apocalipsis se dice que Jerusalén tiene doce puertas13, y que la única puerta es Cristo, y también que las doce puertas son Cristo, porque en las doce está Cristo. Por eso mismo el número de los Apóstoles es de doce. Gran misterio se oculta en este número doce. Os sentaréis —dice Jesús— sobre doce tronos, para juzgar a las doce tribus de Israel14. Si allí hay doce asientos, no queda lugar para el decimotercero, Pablo apóstol, y por tanto no podrá juzgar; pero él dijo que juzgaría, y no sólo a los hombres, sino incluso a los ángeles. ¿A qué ángeles, sino a los ángeles apóstatas? ¿No sabéis —dice— que juzgaremos a los ángeles?15 Le respondería la turba: — ¿Cómo es que te jactas de que vas a juzgar? ¿Dónde te sentarás? El Señor habló de doce tronos para los doce Apóstoles. Cierto que uno desertó, Judas; y en su puesto fue colocado Matías, quedando ocupados los doce tronos16; por tanto, busca primero dónde te sentarás, y luego amenaza con el juicio. Veamos el significado de los doce tronos. Es un misterio que significa una cierta universalidad. La Iglesia había de extenderse por toda la tierra, de aquí que este edificio, la Iglesia, esté llamado a ser la estructura y la trabazón con Cristo. Por tanto, como se ha de venir de todas partes a ser juzgado, los tronos son doce, así como doce son sus puertas, por las que de todas partes se entra en aquella ciudad. Luego aquellos doce tronos no sólo pertenecen a los doce Apóstoles y al apóstol Pablo, sino a todos los que han de juzgar, por el significado de universalidad que tiene el número de los doce tronos; como también los que han de entrar, pertenecen a las doce puertas. Cuatro son las partes del mundo: el oriente, el occidente, el aquilón y el mediodía, con mucha frecuencia citadas en la Escritura. De estos cuatro vientos, como dice el Señor en el Evangelio; de estos cuatro vientos él reunirá a sus elegidos17; es decir, de estos cuatro vientos es convocada la Iglesia. ¿Cómo es convocada? De todas las partes del mundo se la llama en el nombre de la Trinidad: es convocada sólo por el bautismo, en el nombre del Padre, y del Hijo, y del Espíritu Santo. Y cuatro, multiplicado por tres se convierte en el número doce.
5. Llamad, pues, con interés a estas puertas, y que Cristo clame en vosotros: Abridme las puertas de la justicia18. Cristo—cabeza se adelantó; luego lo sigue el cuerpo. Mirad cómo dice el Apóstol que en él Cristo padecía: Para completar en mi propia carne lo que falta a los sufrimientos de Cristo19. Para completar... ¿Qué? Lo que falta. ¿A quién le falta? A los padecimientos de Cristo. ¿Y dónde faltan? En mi propia carne. ¿Acaso faltaba algún padecimiento a aquel hombre, que era el Verbode Dios, nacido de María Virgen? Porque padeció lo que debía de padecer, no por la necesidad del pecado, sino por su propia voluntad. Y esto queda evidenciado: en efecto, desde la cruz, cuando tomó el último vinagre, dijo: Está cumplido; e inclinando la cabeza, entregó el espíritu20. ¿Qué significa: Está cumplido? Que no me queda por cumplir ningún sufrimiento de la pasión; y que todo lo que estaba profetizado de mí, se ha cumplido. Como si hubiera estado esperando que se cumpliesen. ¿Quién es el que deja esta vida como él se fue del cuerpo? Pero ¿quién es el pudo hacer esto? Él anteriormente había dicho esto: Tengo poder para entregar mi vida y poder para recuperarla de nuevo; nadie me la quita, soy yo el que la entrego por mí mismo, y de nuevo la recupero21. La entregó cuando quiso, y cuando quiso la recuperó; nadie se la arrebató, nadie le hizo violencia. Ahora bien, se habían cumplido todos los padecimientos, pero en la cabeza: faltaban los padecimientos de Cristo en su cuerpo. Vosotros sois cuerpo y miembros de Cristo22. Y al ser el Apóstol uno de los miembros de Cristo, fue cuando dijo: Para completar en mi carne lo que falta a los padecimientos de Cristo. Luego nosotros vamos a donde Cristo nos precedió, y Cristo aún continúa dirigiéndose a donde precedió. Precedió como cabeza, y sigue aún como cuerpo. Cristo, pues, sigue sufriendo aquí. Así es, Cristo sufría por culpa de Saulo, cuando le dijo: Saulo, Saulo, ¿por qué me persigues? Como suele quejarse la lengua, al ser pisado el pie: ¡Me estás pisando! Nadie ha tocado la lengua; ella clama por compasión con el cuerpo, no porque haya sido tocada. Cristo sigue aquí necesitado, Cristo es aquí un peregrino, se enferma y es encarcelado, le haríamos una injuria si afirmáramos que no dijo: tuve hambre y me disteis de comer; tuve sed y me disteis de beber; fui peregrino, y me hospedasteis; estaba desnudo y me vestisteis; enfermo y me visitasteis. Y ellos le dirán: ¿Cuándo te vimos sufriendo todas estas cosas, y te socorrimos? Y él les responderá: Cuando lo hicisteis con uno de mis más pequeños, conmigo lo hicisteis23. Luego edifiquemos en Cristo sobre el cimiento de los Apóstoles y Profetas, en el mismo Jesucristo, que es la suma piedra angular, porque el Señor prefiere las puertas de Sión a todas las moradas de Jacob. Dice esto como si la misma Sión no se hallase en medio de los tabernáculos de Jacob. ¿Dónde se hallaba Sión, sino en el pueblo de Jacob? Jacob era nieto de Abrahán, de donde procede el pueblo judío; y se llama pueblo de Israel, porque también el mismo Jacob se llamó Israel. Vuestra Santidad conoce de sobra todas estas cosas. Pero como había algunas moradas temporales, y con sentido figurativo, por eso el salmista habla de una ciudad de la cual era sombra y figura aquella terrena Sión, dándole un sentido espiritual, por lo cual dice: El Señor prefiere las puertas de Sión a todas las moradas de Jacob. Prefiere aquella ciudad espiritual, a todas las simbólicas, en las cuales se anunciaba la ciudad que permanece para siempre, la ciudad celeste, en la que reina siempre la paz.
6. [vv.3-4]. ¡Cuántas maravillas se han dicho de ti, ciudad de Dios! Habla como si contemplase aquella Jerusalén celeste aquí en la tierra. Pero fijaos a qué ciudad se refiere, de la que se han dicho cosas tan maravillosas. Porque la Jerusalén terrena ha sido destruida; sus enemigos la han arruinado. Ya no es lo que era: fue imagen y desapareció la sombra. ¿Cómo diremos, entonces: ¿¡Cuántas maravillas se han dicho de ti, ciudad de Dios!? Pon atención a esto: Me acordaré de Raab y de Babilonia, que me conocen. En aquella ciudad —lo dice hablando en la persona de Dios— me acordaré de Raab, y me acordaré de babilonia. Ni Raab ni Babilonia pertenecen al pueblo judío, y así continúa: Puesto que los extranjeros, tanto el pueblo de Tiro, como los etíopes, han estado allí. Con razón se han dicho de ti cosas gloriosas, ciudad de Dios, pues allí no sólo reside el pueblo judío, nacido de la carne de Abrahán, sino que también están todas las gentes, de las cuales sólo nombra algunas, para que las entendamos todas. Me acordaré —dice— de Raab: ésta era una ramera, aquella meretriz de Jericó, que recibió a los emisarios de Josué, y los despachó por otro camino; que confió en la promesa de los mensajeros, que temió a Dios, y a quien se le dijo, por los emisarios, que al venir ellos a conquistar la ciudad, atase y mostrase en la ventana un paño de color grana, es decir, mostrase en la frente el signo de la sangre de Cristo. Salvándose así ella24, prefiguró la salvación de la Iglesia de los gentiles. Por eso dijo el Señor a los soberbios fariseos: Os aseguro que los publicanos y las prostitutas os precederán en el reino de los cielos25. Los preceden, porque hacen violencia al reino de los cielos; avanzan creyendo; se someten a la fe, y nadie se les puede oponer, porque con su violencia arrebatan el reino. En el evangelio está escrito: El reino de los cielos sufre violencia, y los violentos lo arrebatan26. Esto fue lo que hizo aquel ladrón, más fuerte en la cruz27 que en la crueldad. Voy a recordar a Raab y a Babilonia. Babilonia es una ciudad mundana. Así como Jerusalén es la ciudad santa por excelencia, así la ciudad perversa es Babilonia; todos los malvados pertenecen a Babilonia, como todos los santos a Jerusalén. Pero de Babilonia se pasa a Jerusalén. ¿Y esto a quién se debe, sino a aquél que justifica al impío?28 Jerusalén es la ciudad de los justos, y Babilonia la de los impíos. Pero viene el que justifica al impío, y me acordaré —dice— no sólo de Raab, sino también de Babilonia. Pero ¿de qué Raab, y de qué Babilonia se recordará? De los que me conocen. Por eso dice la Escritura en un cierto pasaje: Derrama tu ira sobre las gentes que no te conocen29; y en otro dice: Muestra tu misericordia con los que te conocen30. Y para que veáis que en Raab y en Babilonia se significaba a los gentiles, como si alguien le hubiera preguntado: ¿Qué significa lo que dijiste: Me acordaré de Raab y Babilonia, que me conocen? ¿Por qué has dicho esto?, él añade: Porque son extranjeros, o sea, los pertenecientes a Raab, a Babilonia, y también los de Tiro. Pero ¿Hasta dónde se extienden estas gentes? Hasta los confines de la tierra, puesto que eligió al pueblo que se halla en el final de la tierra; así dice: Y el pueblo de los etíopes también estuvo allí. Luego si allí estuvo Raab, y los de Babilonia, porque allí estuvieron los extranjeros, y allí estuvo Tiro, y el pueblo de los etíopes, con razón se han dicho maravillas de ti, ciudad de Dios.
7. [v.5]. Poned atención a un gran misterio. Por él está aquí Raab, y también por él Babilonia, que ya no es Babilonia; Porque ha dejado de ser Babilonia, y comienza a ser Jerusalén. La hija se ha separado de su madre y está enfrentada, poniéndose entre los miembros de aquella reina, a la que se dijo: Olvídate de tu pueblo y de la casa paterna; pues prendado está el rey de tu belleza31. ¿Cómo, efectivamente, iba a aspirar Babilonia a pertenecer a Jerusalén? ¿Y cómo Raab había de llegar a instalarse en aquellos fundamentos? ¿Y cómo los extranjeros, y Tiro, y cómo el pueblo de los etíopes? Fíjate cómo: ¡Madre Sión! la llamará el hombre. Es un hombre el que le llama Madre a Sión; y por él vendrán todos a ella. Pero ¿Quién es este hombre? Dice, y si logramos percibir y comprender: Madre Sión la llamará el hombre. Y continúa, como si hubieras preguntado por medio de quién logrará venir Raab, Babilonia, los extranjeros, Tiro y los etíopes. He aquí por quién vinieron: El hombre llamará a Sión Madre; y el hombre ha sido hecho en ella, y el Altísimo en persona la ha fundado. ¿Qué cosa más clara, hermanos? Verdaderamente grandes maravillas se han dicho de ti, ciudad de Dios. Por eso el hombre llamará Madre a Sión. ¿Qué hombre? El hombre que ha sido hecho en ella. El hombre fue hecho en ella, y él mismo la ha fundado. ¿Cómo puede ser esto? Para que en ella fuera hecho el hombre, ya había sido fundada. Entiéndelo así, si puedes. Porque llamará a Sión Madre; pero el hombre llamará Madre a Sión, y el hombre ha sido hecho en ella; pero la ha fundado no el hombre, sino el Altísimo en persona. Así fundó la ciudad, en la que había de nacer, como creó a la madre de la cual nacería. ¿Qué es esto, hermanos? ¡Qué promesas; qué gran esperanza tenemos! Ya veis cómo el Altísimo, que por nosotros fundó la ciudad, la llama Madre, y en ella fue hecho el hombre, y el Altísimo la ha fundado.
8. [v.6]. Si alguien preguntara: ¿cómo sabéis estas cosas? Decimos que todos las hemos cantado, y en todos nosotros canta el hombre Cristo: hombre por nosotros, y Dios antes que nosotros. Pero ¿Qué tiene de grandeza el que exista antes que nosotros? Antes que la tierra y que el cielo, antes de los siglos. Por nosotros se ha hecho hombre en esta ciudad, y él mismo, el Altísimo la ha fundado. ¿Cómo sabemos esto? Respondemos: El Señor lo manifestará en la Escritura de los pueblos. Así continúa el salmo: El hombre llamará Madre a Sión; y el hombre fue hecho en ella, y el mismo Altísimo la ha fundado. El Señor lo manifestará en la escritura de los pueblos y de los príncipes. ¿De qué príncipes? De los que fueron hechos en ella. Los príncipes que en ella fueron hechos, en ella llegaron a serlo; porque antes de llegar en ella a ser príncipes, Dios eligió a lo despreciable del mundo para confundir a lo fuerte. ¿Acaso era príncipe el pescador? ¿O era príncipe el publicano? Claro que sí, pero porque fueron hechos en ella. ¿Y qué clase de príncipes eran éstos? Vinieron príncipes de Babilonia, vinieron del mundo príncipes creyentes a la ciudad de Roma, como a la capital de Babilonia; y no se dirigieron al palacio del emperador, sino al sepulcro del Pescador. ¿Cómo es que éstos eran príncipes? Dios eligió lo débil del mundo para confundir a lo fuerte; Dios ha escogido las cosas innobles, y las que no son, como si fuesen, para anular a las que son32. Esto lo hace el que levanta del polvo al desvalido, y alza de la basura al pobre. ¿Y por qué lo levanta? Para colocarlo con los príncipes, los príncipes de su pueblo33. Gran cosa ésta, ¡Qué gozo extraordinario! ¡Qué gran alegría! Después llegaron también a esta ciudad oradores; pero no habrían venido si no les hubieran precedido los pescadores. Cosa sublime. Pero ¿dónde tiene esto lugar, sino en aquella ciudad de Dios, de la que se dijeron cosas maravillosas?
9. [v.7]. Habiendo reunido, pues, y unificado todas estos gozos, ¿cómo concluye? Habitar en ti es como si todos danzaran de alegría. La vida en esta ciudad es de alegría universal, de gozo para todos. Ahora en nuestro exilio estamos abatidos; pero en aquella nuestra morada, todo será alegría y júbilo. Desaparecerán el dolor y los gemidos; cesarán las súplicas de los necesitados, y en su lugar habrá alegría de los que disfrutan. Estará presente aquél por quien ahora suspiramos; seremos semejantes a él, porque lo veremos tal cual es34; toda nuestra ocupación será alabar a Dios y disfrutar de Dios. ¿Y qué más buscaremos, allí, donde sólo nos basta aquél por quien fueron hechas todas las cosas? Habitaremos y seremos habitados. A élle serán sometidas todas las cosas, para que Dios lo sea todo en todos35. Dichosos, pues, los que habitan en tu casa. ¿Por qué dichosos? ¿Por poseer oro, plata, numerosa servidumbre, muchos hijos? ¿Por qué dichosos? Dichosos los viven en tu casa; te alabarán por los siglos de los siglos36. Sí, dichosos con esta única y tranquila ocupación. Deseemos, pues, hermanos, únicamente esto, cuando lleguemos allá; y nosotros ahora preparémonos para gozar de Dios, para alabar a Dios. Allá no tendrán lugar las obras buenas que ahora nos conducen allí. Os lo expliqué ayer, como pude: No habrá allí obras de misericordia, porque no habrá miseria alguna; no encontrarás allí a ningún pobre, a nadie sin ropa; no vendrá a ti ningún sediento, ningún peregrino; no habrá ningún enfermo a quien visitar, ningún muerto a quien puedas dar sepultura, ningunos litigantes a quienes debas reconciliar. ¿Qué harás, entonces? ¿Quizás, por las exigencias de nuestro cuerpo, nos dedicaremos a plantar viñas, a negociar, o a viajar al extranjero? Allí habrá un gran sosiego; desaparecerán todos los trabajos que exige la necesidad. Anulada la necesidad, desaparecerán todos los sus trabajos. Entonces, ¿cómo será aquello? Lo ha dicho la lengua humana, según sus posibilidades: Habitar en ti es como cuando toda la gente está llena de alegría. ¿Qué significa como, y por qué se dice como? Porque allí habrá un tal regocijo, que aquí no lo conocemos. Aquí veo muchas alegrías: unos se alegran en este mundo de una manera, y otros de otra; pero no se lo puede comparar con aquel gozo, a no ser diciendo como, es decir, semejante a... Porque si digo: ?alegría, placer, o felicidad?, la mente humana piensa en los placeres y regocijos que suele haber en las bebidas, en los banquetes, en la avaricia o en los honores mundanos. Los hombres se ensoberbecen y enloquecen con ciertos regocijos, pero, como dice el Señor, no hay alegría para los impíos37. Existe, sí, una cierta alegría que ni el ojo vio, ni el oído oyó, ni se le ocurrió a ninguna mente humana38. Habitar en ti es como si toda la gente estuviera llena de alegría. Preparémonos para aquella otra alegría; porque aquí en la tierra encontramos algo semejante, pero no es lo mismo. No nos preparemos para gozar allí de unas alegrías como las que disfrutamos aquí; si no, nuestra continencia será avaricia. Hay algunos que son invitados a una comida opípara, en la que se sirven muchos y exquisitos manjares; pero no comen. Y si les preguntas por qué no comen, te dicen: ayunamos. Magnífica obra, el ayuno de los cristianos. Pero no te apresures a alabarlo; averigua antes la causa: se trata de una cuestión de estómago, no de religión. ¿Por qué ayunan? Para no llenar el vientre de alimentos ordinarios, y no poder comer después los exquisitos. Así que ese ayuno es cuestión de gula. Cosa importante es el ayuno: es una lucha contra el estómago y la gula; pero a veces combate a su favor. Por lo tanto, hermanos míos, si pensáis que en aquella patria, a la que nos convoca la celestial trompeta, y por la cual os abstenéis de las cosas presentes, para recibir allí lo mismo, pero en mayor abundancia, entonces sois como los que ayunan para banquetear más, y se abstienen por mayor incontinencia. No, vosotros no seáis así. Disponeos para algo inefable; purificad vuestro corazón de todos vuestros afectos terrenos y mundanos. Veremos algo que, sólo con su contemplación, seremos felices; esto nos bastará. Pero entonces, ¿qué? ¿No comeremos? Sí, comeremos. Él será nuestro sustento, que nos alimentará y no se agotará jamás. Habitar en ti es como si toda la gente estuviera con gran regocijo. Ya hemos dicho de dónde nos viene la alegría: Dichosos los que habitan en tu casa; te alabarán por los siglos de los siglos. Alabemos también ahora al Señor cuanto podamos, mezclando nuestra alabanza con gemidos, ya que al alabarlo suspiramos por él, y todavía no lo tenemos; cuando lo poseamos, desaparecerá todo gemido, permaneciendo la sola, pura y eterna alabanza. Vueltos al Señor...