Sermón al pueblo
Cartago. La vigilia de S. Cipriano, el 13 del 9 de 412. El CC concreta que fue en Mappalia; según H. habría sido después del 415.
1. [v.1]. Ningún don mayor podía Dios haber dado a los hombres, que ponerles como cabeza su Palabra, por la cual creó todas las cosas, y que ellos fueran los miembros de su cuerpo, siendo así Hijo de Dios e hijo del hombre, un solo Dios con el Padre, y un solo hombre con los hombres. De modo que cuando hablamos a Dios, suplicando, no separemos al Hijo de la plegaria, y cuando ruega el cuerpo del Hijo, no separe su propia cabeza, siendo él mismo el único Salvador de su propio cuerpo, nuestro Señor Jesucristo, el Hijo de Dios, quien ora por nosotros, quien ora en nosotros, y quien es rogado por nosotros. Ora por nosotros como nuestro Sacerdote; ora en nosotros como nuestra cabeza, y nosotros le oramos a él como nuestro Dios. Reconozcamos en él nuestra voz, y sepamos reconocer su voz en nosotros. Y si tal vez encontramos, especialmente en los profetas, algo humillante atribuido al Señor Jesucristo, no dudemos en atribuírselo a él, ya que él no dudó en unirse a nosotros. En realidad, toda la creación está a su servicio, puesto que por él fueron creadas todas las cosas. Percibimos su divinidad y su majestad, cuando oímos: En el principio existía la Palabra, y la Palabra estaba con Dios, y la Palabra era Dios. Ella estaba en el principio junto a Dios. Todo fue hecho por ella, y sin ella nada se hizo1. Contemplamos aquí la eminentísima divinidad del Hijo de Dios, que está muy por encima de las más altas criaturas; pero también le oímos en alguna otra parte de la Escritura como que está gimiendo, suplicando y confesando su debilidad; y nos hace dudar de atribuirle a él estas palabras, como si nuestra mente sintiera rechazo en descender de aquella reciente contemplación de su divinidad, hasta esta humillación, como si fuesen ofensivas al reconocer en el hombre las palabras que dirigía a Dios cuando oraba, y por eso muchas veces se retrae e intenta cambiarles el sentido. Pero la Escritura no ofrece otra vía que la de recurrir a él sin permitir desviarse de él. Desperécese de una vez, y que su fe se despierte, y llegue a darse cuenta de que aquél que poco antes lo contemplaba en su categoría divina, tomó la condición de siervo, haciéndose como un hombre cualquiera, y presentándose como uno de tantos, y se rebajó hasta hacerse obediente hasta la muerte2; y quiso hacer suyas las palabras del salmo, cuando estaba colgado en la cruz, y exclamaba: Dios mío, Dios mío, ¿por qué me has abandonado?3 A él, pues, suplicamos por su condición divina, pero él suplica por su condición de siervo: allí como Creador; aquí como creado: él, que sin sufrir cambio alguno, asumió una naturaleza mudable, haciéndonos consigo un solo hombre, cabeza (él) y cuerpo (nosotros). Nosotros, pues, oramos a él, oramos por medio de él, y en él; hablamos con él y él habla con nosotros; recitamos en él, y él recita en nosotros la oración de ese salmo que se titula Oración de David, porque nuestro Señor, según la carne, es hijo de David; aunque según su divinidad es Señor y creador de David; pero no es sólo anterior a David, sino también a Abrahán, del que desciende David, y anterior a Adán, del que proceden todos los hombres; pero además es anterior al cielo y a la tierra, que contienen toda la creación. Que nadie, pues, al oír estas palabras del salmo, diga: No es Cristo quien habla aquí; ni tampoco diga: aquí no hablo yo; al contrario, si se reconoce a sí mismo en el cuerpo de Cristo, diga ambas cosas, a saber: es Cristo quien habla, y soy yo, que hablo. No digas nada sin él, como él no dice nada sin ti. ¿No encontramos esto en el Evangelio? Allí está claramente escrito: En el principio existía la Palabra, y la Palabra estaba con Dios, y la Palabra era Dios. Todo fue hecho por ella; y también en el Evangelio encontramos ciertamente: Y Jesús comenzó a entristecerse4; y que estaba cansado Jesús5, y que Jesús se durmió6, y que tuvo hambre7 y tuvo sed Jesús8, y que oró, y que pasó la noche en oración Jesús9. Dice así S. Lucas: [Sumido en agonía], insistía más en su oración; y unas gotas de sangre le bajaban por cuerpo10. ¿Qué manifestaba con esto, sino que su cuerpo, que es la Iglesia, ya chorreaba la sangre de los mártires?
2. Inclina, Señor, tu oído, y escúchame. Dice él esto en cuanto a su condición de siervo; tú, siervo, te diriges a su condición de Señor, y le dices: Inclina, Señor, tu oído. Él inclinará su oído, si tú no levantas, engreído tu cerviz; porque se acerca al humillado, y se aleja del que se ensalza; a no ser que sea uno a quien él ha ensalzado, por haberse humillado antes. Sí, Dios inclina su oído hacia nosotros. Él está arriba, y nosotros abajo; él está en la cumbre, y nosotros en lo profundo, pero no abandonados, porque nos muestra su amor para con nosotros; hasta el punto de que cuando éramos todavía pecadores, Cristo murió por nosotros. Apenas, dice S. Pablo, habrá alguien que muera por un justo; aunque quizá sí haya uno que se atreva a morir por una buena persona. Pero nuestro Señor por quien murió fue por los impíos11. No hubo méritos nuestros que precedieran, por los cuales muriera el Hijo de Dios: al contrario, puesto que carecíamos de todo mérito, se agrandó la misericordia de Dios. ¡Con qué seguridad y firmeza reserva a los buenos la promesa de su vida, el que por los malos había ofrecido su muerte! Inclina, Señor, tu oído, y escúchame, que soy un pobre desamparado. Luego no inclina su oído al rico, sino al pobre y al indigente, es decir, al humilde y al que reconoce su necesidad de misericordia; no al que vive en la hartura, y que se engríe y se jacta, como si nada le faltase, y dice: Gracias te doy porque no soy como ese publicano. El rico fariseo se jactaba de sus méritos; el pobre publicano confesaba sus pecados12.
3. No toméis con rigor, hermanos, lo que dije, que Dios no inclina su oído al rico, como si no prestase atención a los que tienen oro, plata, servidumbre y campos; sea que nacieron de familia adinerada, o que ocupen una tal posición social; lo único que sí quiero es que recuerden lo que dice el Apóstol a Timoteo: Dile a los ricos de este mundo que no se ensoberbezcan13. Porque los que no son soberbios, ante Dios son pobres; y es a los pobres, a los indigentes y desamparados, a los que Dios inclina su oído. Pues saben muy bien que su esperanza no puede estar en el oro, ni en la plata, ni en las cosas en que parecen abundar temporalmente. Basta con que las riquezas no les pierdan; que no les sean un obstáculo, ya que tampoco les van a beneficiar. Al contrario, es provechoso como obra de misericordia, tanto para el rico como para el pobre: para el rico, por deseo y por obra; para el pobre basta con la sola voluntad. Cuando uno tiene actitud de desprecio hacia todo aquello por lo que la soberbia se suele engreír, éste es pobre a los ojos de Dios; y entonces Dios inclina su oído hacia él, pues ve un corazón contrito y humillado. Sin duda, hermanos que leemos y creemos lo de aquel pobre cubierto de llagas, que se hallaba a la puerta del rico, y fue llevado por los ángeles al seno de Abrahán. Y en cambio el rico, que vestía de púrpura y de lino, y banqueteaba opíparamente cada día, fue llevado al infierno, al lugar de tormentos14. ¿Por ventura el pobre fue llevado por los ángeles como premio a su pobreza, y el rico, en cambio, fue llevado a los tormentos por el pecado de sus riquezas? Debemos interpretar bien que en el pobre se recompensa y se alaba la humildad, y en el rico lo que se condena es la soberbia. Por cierto, el pobre fue llevado al seno de Abrahán, del que curiosamente dice la Escritura que poseía en este mundo abundante oro y plata, y que fue rico en la tierra15. Si el rico es arrojado a los tormentos, ¿cómo es que Abrahán había precedido al pobre, para recibir en su seno al llevado por los ángeles? Está claro: Abrahán, en medio de sus riquezas, era pobre, humilde, respetuoso y cumplidor de todos los mandamientos. Hasta tal punto tenía en nada sus riquezas, que Dios le ordenó inmolar a su hijo16, para quien él las conservaba. Aprended, pues, a ser ricos y pobres a la vez, sea que tengáis algo en este mundo, o que no tengáis nada; pues os encontraréis con el mendigo que se ensoberbece, y con el acaudalado que se humilla y confiesa su miseria. Dios se opone a los soberbios, estén vestidos de seda o de harapos; pero da su gracia a los humildes17, ya posean haberes mundanos, o carezcan de ellos. Dios ve nuestro interior: allí pesa, allí examina; tú no ves la balanza de Dios, la que calibra tu pensamiento. Fijaos en el motivo que el salmista pone para ser escuchado: Porque yo soy un pobre desamparado. Cuídate, no sea que tú no lo seas; si no lo eres, no serás escuchado. Todo lo que haya en ti o a tu alrededor, que pueda hacerte presumir, arrójalo lejos de ti. Sea Dios toda tu presunción: siéntete indigente de él, y así serás de él colmado. Todo lo que poseas sin él, te causará un mayor vacío.
4. [v.2]. Guarda mi alma, porque soy santo. No sé si alguien hubiera podido pronunciar estas palabras con toda verdad: porque soy santo, fuera de aquel que se halla sin pecado en este mundo, y que no ha cometido ninguno, sino que es perdonador de todos ellos. Reconocemos la voz del que dice: porque soy santo guarda mi alma, en su condición de siervo que había tomado, en la que hay carne y hay alma, pues no sólo había en aquella Persona, como algunos han dicho, la carne y el Verbo, sino carne, alma y Verbo; y este todo es el único Hijo de Dios, el único cristo, el único Salvador: en su condición divina igual al Padre, y en su condición de siervo, Cabeza de las Iglesia. Luego cuando oigo: porque soy santo, reconozco su voz, ¿y apartaré aquí la mía de ella? Cuando habla así, habla sin duda unido inseparablemente a su cuerpo. ¿Me atreveré, entonces a decir: porque soy santo? Si dices que lo eres, sin necesidad de que nadie te haya santificado, eres un miserable soberbio y mentiroso; pero si dices que estás santificado conforme a lo que se dijo: Sed santos, porque yo también soy santo18, entonces puede atreverse a decirlo el cuerpo de Cristo, y aquel solo hombre que clama desde los confines de la tierra19 con su cabeza y bajo su cabeza, diciendo: Porque soy santo. Porque recibió el don de la santidad, la gracia del bautismo, y el don del perdón de los pecados. Esto fuisteis vosotros, dice el Apóstol, recordando muchos pecados graves y leves, ordinarios y horribles; todo esto lo fuisteis vosotros, sin duda; pero fuisteis lavados, fuisteis santificados20. Si dice, pues, que fuimos santificados, ¿no vamos a poder decir cada uno de nosotros: soy santo? Esto no es soberbia de engreídos, sino confesión de agradecidos. Si dijeras que eres santo por ti mismo, eres un soberbio; en cambio, si eres un fiel cristiano y miembro de Cristo, y dices no ser santo, eres un ingrato. Censurando el Apóstol la soberbia, no dice que no tienes nada, sino que dice: ¿Qué tienes que no hayas recibido?21 No se te critica porque digas que tienes lo que tienes, sino por pretender que viene de ti eso que tienes. Resumiendo: reconoce todo lo que tienes, y reconoce que nada procede de ti: así no serás soberbio, ni desagradecido. Di a tu Dios: soy santo porque me santificaste; porque lo he recibido, no porque era de mi cosecha; por donación tuya, no porque yo lo haya merecido. De otro modo, comenzarías a injuriar al mismo Jesucristo nuestro Señor; pues si todos los cristianos, y los fieles bautizados en él, fueron revestidos de cristo, según dice el Apóstol: Cuantos en Cristo fuisteis bautizados, os habéis revestido de Cristo22; si se hicieron miembros de su cuerpo, y dicen que no son santos, están injuriando la Cabeza, al no ser miembros suyos santos. Fíjate ya dónde estás, y valora la dignidad de tu Cabeza. Efectivamente, dice el Apóstol: Ahora sois luz en el Señor. Pero en otro tiempo, dice, erais tinieblas23; ¿Pero permanecisteis en tinieblas? ¿A qué vino el Iluminador: a que permanecieseis en tinieblas, o a haceros luz en él? Que diga, pues, todo cristiano, que el Cuerpoentero de cristo proa lame por todo el mundo, soportando tribulaciones, y pruebas diversas, y persecuciones sin cuento; que diga: guarda mi alma, porque soy santo. Dios mío, salva a tu siervo, que confía en ti. Ya veis cómo ese santo no es soberbio, porque espera en el Señor.
5. [v.3]. Ten piedad de mí, Señor, que a ti te estoy llamando todo el día. No un solo día, sino todo el día; debemos entender ?todo el tiempo?, desde que el Cuerpo de Cristo ha comenzado a gemir en sus angustias, hasta el fin del mundo, en que pasarán estas torturas, este hombre está gimiendo y clamando a Dios; y cada uno de nosotros tiene su clamor en alguna parte de este cuerpo. Tú clamaste en tus días, que ya han pasado; te sucedió otro, que también clamó en sus días; tú aquí, él allí, y el otro allá; el cuerpo de Cristo está clamando todo el día: unos miembros han precedido y otros van sucediendo. Un solo hombre se extiende hasta el fin del mundo, pues claman los idénticos miembros de Cristo: algunos ya descansan en él; otros claman actualmente, y otros clamarán cuando nosotros hayamos muerto; y después de ellos, seguirán otros clamando. Aquí refleja el salmista la voz de todo el cuerpo de Cristo, que dice: A ti te he estado clamando todo el día. Nuestra Cabeza, que está a la derecha del Padre, intercede por nosotros24; a unos miembros los recibe, a otros los castiga, a otros los purifica, a otros los consuela, a otros los crea, a otros los llama, a otros los reclama, a otros los corrige, y a otros los restablece.
6. [v.4]. Alegra el alma de tu siervo, pues he levantado mi alma hacia ti, Señor. Alégrala, porque la he levantado hacia ti. Estaba en la tierra, y en ella sentía amargura. Para que no se consumiera en la amargura, para que no perdiera la dulzura de tu gracia, la elevé a ti. Llénala de gozo a tu lado. Tú eres sólo alegría; el mundo está colmado de amargura. Con toda razón aconseja a sus miembros que mantengan su corazón elevado. Que lo oigan y lo pongan en práctica. Eleven a él lo que se halla en mal estado en la tierra. No se corromperá el corazón si se eleva a Dios. Para que el trigo que está en los graneros subterráneos, no se pudra, lo almacenas en trojes elevados. ¿Cambias el trigo de lugar, y vas a permitir que el corazón se te pudra en la tierra? Al trigo lo depositas en almacenes altos: ¡eleva tu corazón al cielo! ¿Y cómo podré hacerlo?, me dirás; ¿Qué maromas, qué poleas, qué escaleras harán falta? Tus afectos son los peldaños; tu voluntad es el camino. Amando vas subiendo; descuidándote, desciendes. Amando a Dios, estarás en el cielo, aunque te encuentres en la tierra. No se levanta el corazón, como se levanta el cuerpo: para levantar el cuerpo, hay que cambiar su lugar; para levantar tu corazón, cambia tu voluntad. Porque he levantado hacia ti, Señor, mi alma.
7. [v.5]. Porque tú, Señor, eres suave y compasivo. Por eso, alégrame. Disgustado por la amargura de las cosas terrenas, quiso endulzarse, y buscaba la fuente de la dulzura en la tierra, pero no la encontró. A cualquier parte que se dirigía, se encontraba con escándalos, temores, tribulaciones y tentaciones. ¿Quién entre los hombres tiene la seguridad? ¿De quién podemos esperar un gozo cierto? Si nadie lo tiene de sí mismo, ¿cuánto menos podremos esperarlo de otro? O son malos, y hay que tolerarlos, y esperar porque pueden cambiar; o son buenos y entonces debemos amarlos, y dudar, no sea que cambien y se vuelvan malos, porque también ellos pueden cambiar. En los primeros su maldad es la causa de la amargura del alma; y en estos otros, la preocupación y el temor de que caiga el que va por el buen camino. Adonde quiera que se vuelva, encontrará amargura en las cosas terrenas. No encontrará dulzura si no es dirigiéndose a Dios: Porque tú, Señor, eres suave y compasivo. ¿Qué significado tiene aquí eres compasivo? Que me soportas hasta llevarme a la perfección. Voy a hablaros, hermanos, como hombre entre hombres, y que procede de los hombres; mire cada uno su corazón, y fíjese en él sin halagos ni adulaciones. No hay cosa más necia que adularse y engañarse uno a sí mismo. Que atienda y vea cuántas cosas piensa el corazón humano, y se dé cuenta de cómo los vanos pensamientos impiden muchas veces la oración, de suerte que apenas permiten elevar a Dios el corazón; y queriéndose mantener en su presencia, huye en cierto modo de sí mismo, y no encuentra dónde encerrarse, ni cómo contener sus distracciones y pensamientos errantes, para conseguir ser alegrado por Dios. Es difícil encontrar la oración oportuna entre una multitud de oraciones. Alguno dirá que a él eso le sucede; otro dirá que a él no. Pero encontramos en las divinas Escrituras a David, que en cierto pasaje ora diciendo: He encontrado, Señor, mi corazón para rogarte25. Dice que encontró su corazón, como si acostumbrase a huir de él, y debía buscarlo como a un fugitivo, sin poder encontrarlo; por eso clama a Dios: Mi corazón me ha abandonado26. Por eso, hermanos, considerando lo que dice aquí: Tú eres bueno y compasivo, me parece comprender el sentido de la palabra compasivo. Alegra el alma de tu siervo, porque tú eres bueno y compasivo; me parece que se dijo que Dios es compasivo porque soporta todas estas miserias nuestras, y no obstante espera de nosotros la oración para perfeccionarnos, y cuando se la dirigimos, le presta atención, y no se acuerda de tantas veces como de cualquier manera y sin fervor le hemos orado, y acepta la única que apenas hemos encontrado. ¿Quién toleraría, hermanos míos, al amigo que le ha comenzado a hablar, y, al quererle responder, se da cuenta de que se aparta de él, y se pone a hablar de otra cosa con una tercera persona?O si quizá fuiste a un juez, interrumpiéndole su trabajo, y obligándole a sentarse en el tribunal, para que oiga tu requerimiento, y, de repente, abandonando la conversación, te pones a charlar con un amigo tuyo, ¿quién tolerará este desacato? ¡Y sin embargo Dios tolera a tantos corazones que se ponen a orar, y se distraen locamente en tantas cosas!.. Y no quiero referirme aquí a pensamientos malos, ni a los que pueden ser ofensivos o contrarios a Dios. Admitir pensamientos superfluos ya es una irreverencia a aquél con quien habías comenzado a hablar. Tu oración es una comunicación con Dios. Cuando lees, Dios te habla; cuando oras, tú hablas a Dios. ¿Y entonces qué? ¿Hemos de perder toda esperanza en el género humano, condenando a todo hombre a quien en su oración le asalten distracciones, que a veces le interrumpirán la misma oración? Si esto llegamos a decir, hermanos, no veo que nos quede esperanza alguna. Pero como nuestra esperanza la tenemos puesta en Dios, ya que su misericordia es grande, digámosle: Alegra el alma de tu siervo, pues he levantado mi alma hacia ti, Señor. ¿Y cómo la he levantado? Como pude; porque tú me ayudaste, y he podido contenerla cuando emprendía la fuga. Se apartó de ti, porque cuantas veces has estado ante mí, (mira que es Dios quien habla), tantas veces has tenido pensamientos vanos e inútiles, que apenas me dirigiste una oración serena y atenta. Porque tú, señor, eres bueno y compasivo: eres compasivo tolerándome a mí. Por mi debilidad, caigo; sáname, y resistiré; fortaléceme, y me mantendré firme. Hasta tanto que logres esto, me toleras: Porque tú, Señor, eres bueno y compasivo.
8. Y muy misericordioso. No sólo eres misericordioso, sino muy misericordioso; abunda nuestra maldad, ciertamente, pero se multiplica también tu misericordia. Eres muy misericordioso con todos los que te invocan. ¿Cómo entender, entonces, lo que dice en muchos lugares la Escritura: Me invocarán y no los escucharé?27 Sin duda que sigue siendo cierto que eres misericordioso con todos los que te invocan; lo que sucede es que invocan, sí, pero no es a Dios a quien invocan. De hecho se les dice a éstos: No invocaron a Dios28. Invocas lo que amas; invocas todo lo que deseas para ti. Si a Dios lo invocas para conseguir dinero, herencias, gloria mundana, lo que estás invocando son estas cosas que deseas conseguir, poniendo a Dios como ayuda para tus ambiciones, pero no como escuchador de tus deseos. ?Dios es bueno? si te da lo que quieres. Pero si quieres algo malo, ¿no será más misericordioso negándotelo? Y así sucede que si no te lo concede, Dios ya no es nada para ti, y dices: ¡Cuánto rogué y rogué sin cesar, y no fui atendido! Pero ¿Qué es lo que pedías? Tal vez la muerte de tu enemigo. ¿Y si él pedía la tuya? El que te creó a ti, también lo creó a él; eres hombre, y él también lo es; Dios, que es juez, oye a ambos, pero no le presta atención a ninguno. Estás triste por no ser atendido en tu petición contra él. ¡Alégrate, porque él no fue escuchado contra ti! Sí, podrás decir; pero yo lo que pedía no era la muerte de nadie, sino la vida de mi hijo. ¿Qué mal pedía? Ninguno, según tu parecer; Pero ¿Y si él fue arrebatado para que la malicia no corrompiese su alma?29 Era pecador, dices, y lo que yo quería era que viviera, para que se corrigiese; sí, eso querías tú, pero ¿Qué dirás si Dios conocía que si vivía sería peor? ¿Cómo sabrás si le sería mejor el vivir o morir? Si no lo sabes, vuelve a tu corazón, y deja Dios que tome sus decisiones. ¿Y qué voy a hacer?, dices. ¿Qué pediré? ¿Qué pedirás? Lo que te enseñó el Señor, lo que te enseñó el maestro celestial. Invoca a Dios, como Dios que es. Ama a Dios, como Dios. No hay nada mejor que él. Deséalo, anhélalo. Mira cómo uno invoca a Dios en otro salmo: Una sola cosa pido al Señor, y esa buscaré: ¿Qué es lo que pide? Habitar en la casa del Señor todos los días de mi vida. ¿Y esto para qué? Para contemplar el disfrute del Señor30. Si quieres amar al Señor, ámalo sincera y entrañablemente, quiérelo con los más profundos y castos anhelos; ámalo, inflámate en su deseo; arde por su búsqueda; no vas a encontrar nada más grato, ni mejor, ni más deleitable, ni más perdurable. ¿Qué hay más duradero que lo eterno? No vas a temer que en algún momento perezca para ti el que, gracias a él, tú no pereces. Si invocas a Dios en cuanto Dios, es decir, sólo por ser Dios, estate seguro: serás atendido. Perteneces a los que se refiere en este versículo: Es muy misericordioso con todos los que lo invocan.
9. No vayas a decir: no me concedió esto o aquello. Vuelve a tu conciencia; sondea, interroga, no la perdones. Si verdaderamente invocaste a Dios, estate seguro de que quizá no te dio lo temporal que buscabas, porque no te iba a beneficiar. Hermanos, que vuestro corazón, el corazón fiel, el corazón de cristianos, se afiance en esto. No caigáis en la tristeza, como habiendo sido defraudados en vuestros deseos, e indignándoos contra Dios. No, no conviene dar coces contra el aguijón31. Recurrid a las Escrituras. El diablo es oído, y no lo es el Apóstol. ¿Qué os parece? ¿Cómo fueron oídos los demonios? Pidieron entrar en los puercos, y se les concedió32. ¿Cómo fue oído el diablo? Pidió tentar a Job, y se le dio permiso33. ¿Y cómo es que no fue escuchado el Apóstol? Para que no me ensoberbeciese, dice, con la sublimidad de las revelaciones, se me dio el aguijón de mi carne, un ángel de Satanás que me abofetee; por lo cual tres veces invoqué al Señor, para que lo apartase de mí, y me dijo: te basta mi gracia, porque la virtud se perfecciona en la flaqueza34. Oyó al que se disponía a condenarle, y no oyó al que quería sanarle. También a veces el enfermo pide muchas cosas al médico, que el médico no le concede. No lo oye según su voluntad, sino según su salud. Pon a Dios como tu médico, y pídele la salud del alma, y él será tu salvación; no como si fuera algo distinto de tu salvación; él mismo es tu salvación. Además, no ames otra salvación fuera de él mismo; como se dice en otro salmo: Di a mi alma: Yo soy tu salvación35. Y a ti ¿qué te importa lo que te diga, si él se te da? ¿Quieres que él se entregue a ti? ¿Y si lo que quieres tener, no quiere él que lo tengas, para entregarse él mismo a ti? Él aparta los obstáculos para entrar en ti. Considerad y reflexionad, hermanos, sobre los bienes que da Dios a los pecadores, para que por ellos veáis qué será lo que reserva a sus siervos. A los pecadores, que continuamente blasfeman de él, les da el cielo y la tierra, las fuentes, los frutos, la salud, los hijos, la abundancia, las riquezas; todos estos bienes los da únicamente Dios. El que da todos estos bienes a los pecadores, ¿qué os parece que reservará a sus fieles? ¿vamos a creer que quien da tales bienes a los malos, no va a reservar nada a los buenos? Al contrario, les reserva no la tierra, sino el cielo. Puede ser que diga demasiado poco, cuando nombro el cielo; en realidad les tiene reservado a sí mismo, que hizo el cielo. Hermoso es el cielo, pero lo es más el autor del cielo. Quizá digas: veo el cielo, pero no veo a su Creador. Tienes ojos para ver el cielo, pero aún no tienes corazón para ver a su constructor. Por eso vino del cielo a la tierra, para purificar el corazón, y poder ver al que hizo cielo y tierra. Pero ten paciencia y espera la salvación; él conoce bien con qué medicamentos, con qué incisiones, con qué cauterios te va a curar. Tú adquiriste la enfermedad pecando; él vino no sólo a calmar, sino también a sajar y a cauterizar. ¿No ves cuánto soportan los hombres bajo las manos del médico, teniendo puesta la esperanza incierta en el hombre que promete? Sanarás, dice el médico, si te hago un tajo. Lo dice un hombre, y se lo dice a un hombre. El que lo dice no está seguro, ni tampoco el que lo escucha; porque lo dice al hombre quien no conoce al hombre, y no sabe con exactitud lo que se realiza en el hombre; y sin embargo el hombre cree las palabras del hombre que ignora, y con mucho, lo que se realiza en el hombre, y le somete sus miembros, y le permite vendarlos, y muchas veces que los saje y los cauterice. Quizá recobra la salud por algún tiempo, y ya curado, no sabe cuándo ha de morir; si es que no muere mientras es curado; o quizá no puede ser curado. ¿A quién prometió Dios algo, y le engañó?
10. [v.6]. Graba en tus oídos, Señor, mi súplica. Intenso es el deseo del que ora. Graba en tus oídos, Señor, mi oración, es decir, que no salga de tus oídos mi oración; imprímela en ellos. ¿Cómo ha de proferirla, para que se grabe su oración en los oídos de Dios? Que responda Dios, y nos diga: ¿Quieres que se imprima tu súplica en mis oídos? Imprime tú mi ley en tu corazón. Graba, Señor, en tus oídos mi oración, y presta atención a mi plegaria.
11. [v.7]. En el día de mi angustia grité a ti, porque tú me has escuchado. La razón de haberme escuchado, fue que en el día de mi angustia grité a ti. Poco antes había dicho: Estuve clamando todo el día, estoy afligido todo el día. Por eso, que no haya cristiano que diga: algún día no estoy atribulado. Por ?todo el día? entendemos todo el tiempo. Durante todo el tiempo se sufre. ¿Pero cómo? ¿También hay tribulación cuando uno está bien? Así es, ciertamente. ¿Y por qué? Porque mientras estamos en el cuerpo, somos forasteros, lejos del Señor36. Por mucho bienestar y abundancia que haya en este mundo, no nos hallamos todavía en aquella patria, a la cual ansiamos llegar. A quien el exilio le resulta agradable, no ama la patria; y cuando es dulce la patria, el exilio es amargo; y si el exilio es amargo, todo el día habrá tribulación. ¿Cuándo no la habrá? Cuando llegue la dulzura de la patria. A tu derecha hay alegría para siempre. Me colmarás de gozo, dice, con tu rostro37, contemplando la alegría del Señor38. Allí desaparecerá el gemido y el dolor; no habrá plegaria, sino alabanza; allí se entonará el Aleluya y el Amén, con una voz al unísono con los ángeles; allí tendrá lugar la contemplación sin cesar, y un amor sin hastío. Hasta que no lleguéis allá, veréis que no os halláis en el bien. ¿Y si me sonríe la abundancia? ¡Que abunden, que abunden! Pero mira a ver si estás seguro de que ninguna de ellas va a perecer Pero ahora, dices, tengo lo que antes no tenía; me llegó el dinero, del que antes carecía. Quizá también has experimentado un temor que antes no tenías. Tal vez estabas más tranquilo cuando eras más pobre. En fin, que te abunden las riquezas, que te inunde la afluencia de los honores mundanos; que se te dé la seguridad de que no han de perecer; diga Dios desde lo alto: Vivirás eternamente con todo esto, contigo permanecerán eternamente; pero tú no verás jamás mi rostro. Nadie debe consultar a la carne; consultad al espíritu; que os responda vuestro corazón, vuestra fe, la esperanza y la caridad que comenzó a existir en vosotros. Si nos dieran la seguridad de vivir siempre en abundancia de los bienes terrenos, y Dios nos dijera: No veréis más mi rostro, ¿encontraríamos la alegría en aquellos bienes? Tal vez alguien podría elegir esa alegría, y decir: Abundo en estas cosas, me va bien, no quiero más. Aún no ha comenzado a amar a Dios, a sollozar como desterrado. ¡No lo permita Dios, no, no! Lejos de nosotros todo lo seductor, lejos todo lo que falsamente nos halaga; apártense todas las cosas que cada día nos dicen: Dónde está tu Dios? Derramemos sobre nosotros el alma, confesemos con lágrimas, gimamos en la confesión, sollocemos en las miserias39. Todo lo que está junto a nosotros que no sea nuestro Dios, no es dulce. No queremos nada de todo lo que nos dio, si no se nos da él mismo, que nos lo ha dado todo. Graba en tus oídos, Señor, mi oración, y atiende a la voz de mi súplica. En el día de mi angustia grité a ti, porque me escuchaste.
12. [v.8]. No hay semejante a ti entre los dioses, Señor. ¿Qué ha dicho? No hay semejante a ti entre los dioses, Señor. Que los paganos se fabriquen los dioses que quieran. Que llamen a los orfebres, a los aurífices, a los pulidores, a los expertos en esculturas, y que fabriquen dioses. ¿Qué dioses? Los dioses que tienen ojos y no ven...40 y todo lo demás que dice el salmo a propósito de ellos. Pero a estas cosas, dice el pagano, no les damos culto; estas cosas son sólo signos. ¿Y qué veneráis, entonces? Algo peor, Porque —como dice un salmo— los dioses de los gentiles son demonios41. Entonces, ¿Qué adoráis? No adoramos, dice, a los demonios. La verdad es que en los templos sólo tenéis demonios, sólo ellos inspiran a vuestros adivinos. ¿Y qué decís? Adoramos a los ángeles; a los ángeles los tenemos por dioses. En realidad, no conocéis bien a los ángeles; pues los ángeles adoran a un solo Dios, y no protegen a los hombres que quieren adorarlos a ellos, y no a Dios. Sabemos que al intentar algunos hombres adorar a los ángeles, se lo prohibieron, ordenándoles que adorasen a Dios42. Pero aun cuando se llame dioses a los ángeles o a los hombres, puesto que se dice en un salmo: Yo dije: sois dioses e hijos del Altísimo todos43, sigue siendo cierto que no hay semejante a ti entre los dioses, Señor. Piense lo que piense el hombre, nada de lo creado es semejante al Creador. Excepto Dios, todo lo demás que existe en la naturaleza de las cosas fue hecho por Dios. ¿Y quién podrá calcular la diferencia que hay entre el Creador y lo creado? Por eso dijo el salmista: No hay semejante a ti entre los dioses, Señor; no dijo lo diferente que es Dios; no lo dijo porque es imposible decirlo. Ponga atención vuestra Caridad: Dios es inefable. Nos cuesta menos decir lo que no es, que lo que realmente es. Piensa, por ejemplo en la tierra; Dios no es esto; piensa en el mar: tampoco es esto; piensa en todo lo que hay en la tierra: los hombres, los animales...Dios no es esto; todo lo que hay en el mar, lo que vuela por los aires: no es Dios esto; mira lo que brilla en el cielo: las estrellas, el sol, la luna... tampoco esto es Dios; piensa en el mismo cielo: esto no es Dios; piensa en los ángeles, en las Virtudes, en las Potestades, en los Arcángeles, en los Tronos, en las Sedes, en las Dominaciones: tampoco esto es Dios. ¿Y qué es? Sólo os he podido decir lo que no es. Y tú preguntas ¿Qué es? Lo que ni el ojo vio, ni el oído oyó, ni ha podido imaginar el corazón humano44. ¿Cómo pretendes que diga la lengua, lo que no ha podido llegar al corazón? No hay semejante a ti entre los dioses, Señor, ni hay obras como las tuyas.
13. [v.9]. Todas las naciones que has creado vendrán a adorarte en tu presencia, Señor. Todas las naciones que has creado. Aquí se está anunciando la Iglesia. Si hay algún pueblo que él no haya creado, no lo adorará; pero no hay ninguno que él no haya hecho, porque Dios creó a Adán y Eva, que son el origen y la fuente de todo ser humano; de allí proceden todas las gentes. Luego Dios ha creado odas las naciones. Luego todas las naciones que has creado, vendrán a adorarte en tu presencia, señor. ¿Cuándo se dijo esto? Cuando solamente le adoraban unos pocos santos del pueblo hebreo; pero ahora se ve ya cumplido lo que entonces se dijo, es decir: Todos los pueblos que has creado, vendrán a adorarte en tu presencia, Señor. Cuando se decían estas cosas, no se veían, pero se creían. ¿Por qué se niegan ahora que se ven? Todas las naciones que creaste, vendrán a adorarte en tu presencia, Señor, y glorificarán tu nombre.
14. [v.10]. Porque tú eres grande y haces maravillas; tú, oh Dios, eres el único grande. Habían de aparecer hombres que se llamarían grandes. Contra éstos se dice: Tú, oh Dios, eres el único grande. ¿Qué tiene de extraordinario llamarle grande a Dios, siendo así que sólo él, Dios, es grande? ¿Quién ignora la grandeza de Dios? Pero dado que habían de aparecer que a sí mismos se hicieran grandes, haciendo pequeños a Dios, por eso se escribió: Tú sólo, Dios, eres grande. Lo que tú dices, se cumple, no lo que dicen aquellos que se llaman grandes. ¿Qué dijo Dios, por medio de su Espíritu? Todos los pueblos que has creado, vendrán a adorarte en tu presencia, Señor. ¿Qué dice un cierto individuo, que a sí mismo se llama grande? No es cierto, dice; no adoran a Dios todas las naciones, han perecido todos los pueblos; sólo se ha salvado África. Esto dices tú, que te llamas grande; pero Dios, el único que es grande, no dice esto. ¿Qué dice Dios, el único grande? Todas las naciones que has creado, vendrán, y te adorarán en tu presencia, Señor. Y a veo lo que dice Dios, el único grande; que calle ese hombre falsamente grande, y tanto más falsamente, cuanto que ha desdeñado el ser pequeño. ¿Quién renuncia a ser pequeño? Ese que dice estas cosas. Porque así habla el Señor: El que entre vosotros quiera ser el mayor, que sea vuestro siervo45. Si este individuo quisiera ser servidor de sus hermanos, no los separaría de su madre. Pero como quiere ser grande, y no saludablemente pequeño, Dios, que se opone a los soberbios y da su gracia a los humildes46, ya que sólo él es grande, cumple todo lo que predijo, y contradice a los maldicientes. Ofenden a Cristo quienes dicen que pereció la iglesia en todo el orbe de la tierra, y ha quedado sólo en África. Si le dijeras a ése: vas a perder tu hacienda, quizá te golpearía con su mano; ¡y él se atreve a afirmar que Cristo perdió su herencia redimida con su sangre! Ya veis, hermanos, qué gran ofensa le hace. Dice la Escritura: En el pueblo numeroso está la gloria del rey; en la escasez de la plebe, la ruina del príncipe47. Así injurias a Cristo, diciendo que su pueblo ha sido reducido a esta minoría. ¿Para esto naciste, para esto te llamas cristiano, para echar por tierra la gloria de Cristo, cuyo signo dices llevar en tu frente, y lo has borrado de tu corazón? Pueblo numeroso, gloria del rey; reconoce a tu rey, glorifícalo, dale un pueblo numeroso. ¿Qué pueblo grande, preguntas, le asignaré? No siguiendo los sentimientos de tu corazón. Así lo harás como es debido. ¿Y de dónde lo reuniré, te preguntas? Mira, tómalo de aquí: Todos los pueblos que has creado, vendrán y se postrarán en tu presencia, Señor. Di esto, proclama esto, y así le habrás dado un pueblo numeroso. Porque todos los pueblos unidos forman uno solo, y esto es la unidad. Lo mismo que Iglesia y las Iglesias son lo mismo; como también Iglesias e Iglesia, así también los pueblos y el pueblo es lo mismo. Antes eran pueblos, muchos pueblos; ahora es un solo pueblo. ¿Por qué uno solo? Porque sólo hay una fe, una esperanza, una caridad, una dirección, adonde vamos. En fin, ¿Por qué ha de haber un solo pueblo, si hay una sola patria? La patria es la patria del cielo; la patria es Jerusalén. Quien no sea ciudadano de ella, no pertenece a este pueblo. Y el que sea su ciudadano, pertenece al único pueblo de Dios. Este pueblo se extiende por las cuatro partes del mundo: del oriente al occidente, y desde el septentrión hasta mar. Así lo dijo Dios: Dad gloria a Dios desde el oriente al occidente, desde el septentrión hasta el mar. Esto lo predijo y lo cumplió el que sólo él es grande. Que deje de hablar contra el único grande el que no quiso ser pequeño, porque no pueden existir dos grandes, Dios y Donato.
15. [v.11]. Guíame, Señor, en tu camino, y caminaré en tu verdad. Cristo es tu camino, tu verdad y tu vida. Luego el cuerpo va hacia él, y el cuerpo viene de él. Yo soy el camino, la verdad y la vida48. Guíame, Señor, en tu camino. ¿En qué camino? Y caminaré en tu verdad. Una cosa es guiar hacia el camino, y otra guiar en el camino. Ves a un hombre en total pobreza, que necesita urgente ayuda. Los que están fuera del camino no son cristianos, o todavía no son católicos; que sean conducidos al camino; pero tan pronto como fueren llevados a él, y se hayan hecho católicos en Cristo, sean guiados por él en ese mismo camino, para que no caigan. Cierto que ya andan por el camino. Guíame, Señor, en tu camino: ya estoy realmente en tu camino, guíame en él. Y andaré en tu verdad. Siendo tú quien me conduces, no erraré; si me abandonas, me equivocaré. Ruega, pues, para que no te abandone, sino que te guíe hasta el fin. ¿Cómo guía? Aconsejándote continuamente, dándote siempre la mano. Y el brazo del Señor ¿a quién ha sido revelado?49 Al darte a su Cristo, te da su mano; y al darte su mano te da a su Cristo. Guía hacia el camino llevando hacia su Cristo. Guía en el camino llevando en su Cristo, y Cristo es la verdad. Luego guíame, Señor, en tu camino, y andaré en tu verdad. En aquel, por cierto, que dice: Yo soy el camino, la verdad y la vida. Si guías en el camino y en la verdad, ¿adónde llevarás, sino a la vida? Luego en él guías hacia él. Guíame, Señor, en tu camino, y andaré en tu verdad.
16. Alégrese mi corazón en el temor de tu nombre. Luego en la alegría hay temor. Pero ¿cómo puede haber alegría, si hay temor? ¿Acaso no suele ser triste el temor? Vendrá en algún tiempo la alegría sin temor; pero por ahora la alegría se da con el temor, pues aún no existe la completa seguridad ni la perfecta alegría. Si no hay alegría, nos venimos abajo; y si hay plena seguridad, no nos alegramos bien. Que derrame alegría e infunda temor, para que de la dulzura de la alegría, nos conduzca a la morada de la seguridad. Dándonos temor, hará que no nos regocijemos mal y nos apartemos del camino. Por eso dice el salmo: Servid al señor con temor, y festejadle temblando50. Así dice también el apóstol: Trabajad con temor y temblor por vuestra salvación, ya que es Dios el que obra en vosotros51. Así pues, hermanos, debemos tener más temor cuando las cosas nos resulten muy prósperas; porque lo que pensáis que es prosperidad, más bien es tentación. Supongamos que nos cae en suerte una heredad, y nos sobrevienen abundantes riquezas, con una inesperada felicidad...todo esto es tentación; guardaos, no sea que os corrompan. Se tiene como próspero todo lo que está de acuerdo con Cristo y con la auténtica y fraterna caridad cristiana. Si quizá, por ejemplo, tú has ganado para la Iglesia a tu esposa, que había pertenecido a la secta de Donato; si has logrado convertir a tus hijos, que eran paganos, a la fe; si tal vez te ganaste a tu amigo, que pretendía llevarte al teatro, y tú pudiste llevarlo a la iglesia; o un posible adversario y opositor tuyo, que se enfurecía rabiosamente, y dejando la furia se hace manso, y reconoce a Dios, y no te critica, sino que contigo desprecia lo malo, dirás que éstas son cosas dignas de gozo. ¿De qué nos vamos a alegrar, si no es de estas cosas? ¿O qué otros gozos tenemos fuera de éstos? Pero como abundan las tribulaciones, las tentaciones, las disensiones, los cismas y el resto de los males, sin los cuales no puede estar este mundo; hasta que desaparezca la iniquidad, no nos creamos seguros en aquel regocijo, sino alégrese nuestro corazón de tal modo, que tema el nombre del Señor, para que no se alegre por un lado y sea herido por otro. No esperéis la felicidad en el exilio. Pretender poseerla aquí más bien será una trampa para el cuerpo, que seguridad para el hombre. Alégrese mi corazón en el temor de tu nombre.
17. [vv.12-13]. Te alabaré de todo corazón, Señor, Dios mío, y glorificaré tu nombre por siempre; por tu gran misericordia para conmigo, porque sacaste mi alma del infierno más profundo. No os sintáis molestos, hermanos, si no os expongo con toda certeza lo que acabo de deciros. Yo soy un hombre, y sólo me atrevo a decir cuanto se me conceda entender de la Sagrada escritura; no esperéis nada propio de mí. Del infierno ni vosotros ni yo tenemos experiencia alguna. Quizá tenga esto otro sentido, y no se refiera al infierno. Este pasaje no es nada claro. Sin embargo, como la Escritura, a la cual no se puede contradecir, dice: Sacaste mi alma del infierno más profundo, entendemos que hay dos infiernos (o abismos): uno más abajo, inferior, y el otro más arriba, superior. Porque ¿cómo habla de un infierno más profundo, si no hay otro más alto? Parece claro, hermanos, que existe una cierta morada celeste de los ángeles; ella es la vida de gozos inefables; allí se da la inmortalidad y la incorrupción; allí todas las cosas son permanentes conforme al don y a la gracia de Dios. Aquella es la región superior de los seres. Si aquella es la región superior, ésta de aquí abajo, donde habita la carne y la sangre, donde está la corrupción, el nacimiento y la muerte, la precedencia y la sucesión, la mutabilidad y la inconstancia, el temor, la codicia, el horror, las alegrías inciertas, la esperanza débil y los bienes perecederos, es la terrena; y creo que esta nuestra morada no puede compararse con el cielo, del que poco antes hablaba. No obstante, sin comparar esta parte con la otra, aquélla está en lo alto, es superior, y ésta está en el abismo. Después de la muerte, ¿adónde iremos, si no hay un ?infierno? más abajo que ese infierno, en el que vivimos con nuestra carne y nuestra mortalidad? Pues el cuerpo, dice el Apóstol, está muerto por el pecado52. Luego también hay muertos en este mundo. No te admires de que se llame infierno, si hay muertos en abundancia. No dice que el cuerpo va a morir, sino el cuerpo está muerto. Nuestro cuerpo todavía está vivo, pero en comparación con el cuerpo que ha de ser semejante al de los ángeles, vemos que el cuerpo del hombre se lo puede llamar muerto, aunque todavía viva unido al alma. Pero además de este ?infierno?, es decir, de esta parte inferior, hay otro más abajo, adonde irán los muertos, y de donde quiso sacar nuestras almas, enviando hasta allí a su Hijo. En efecto, hermanos, a estas dos clases de ?infierno? fue enviado el Hijo de Dios para librarnos de uno y del otro. A este nuestro infierno fue enviado al nacer, y al otro al morir. Por tanto, es la voz suya la que se oye en el salmo, y no porque sea una imaginación de cualquier hombre, sino porque lo afirma el Apóstol cuando explica el versículo del salmo, donde dice: Porque no abandonarás mi alma en el infierno53. Luego entonces, o es su voz la del que dice: Libraste mi alma del infierno profundo, o bien es la nuestra, proferida por el mismo Cristo Señor nuestro; puesto que él llegó hasta el infierno para que no quedásemos nosotros en él.
18. Os voy a exponer otra interpretación. Quizá en esas regiones abismales hay alguna parte inferior, adonde van a parar los impíos que más gravemente han pecado. Pues no podemos asegurar con precisión que Abrahán no estuviese en alguno de esos lugares infernales, ya que aún no había descendido el Señor al infierno, para sacar de allí las almas de todos los santos que habían vivido anteriormente, y sin embargo Abrahán se encontraba en pleno descanso. Por otra parte, aquel rico, que era atormentado en los infiernos, al ver a Abrahán, levantó los ojos. Lo cual no habría sido posible si Abrahán no estuviera arriba y el rico más abajo. Y a la súplica del rico, que le dijo: Padre Abrahán, envía a Lázaro, para que con su dedo mojado, refresque mi lengua, porque estoy atormentado en estas llamas, así le respondió Abrahán: Hijo, recuerda que en tu vida recibiste bienes, y Lázaro males; ahora, en cambio, descansa él aquí, y tú eres atormentado. Y además, añadió, entre nosotros y vosotros se interpone un gran abismo, de modo que ni nosotros podemos pasar de aquí a vosotros, ni de ahí puede nadie venir hasta nosotros54. Luego, quizá teniendo en cuenta estos dos ?infiernos?, en uno de los cuales descansaban las almas de los justos, y en el otro eran atormentadas las almas de los impíos, el salmista que ora aquí, sintiéndose ya parte del cuerpo de Cristo, y orando con la voz de Cristo, dijo que Dios libró a su alma del infierno más profundo, porque lo libró de aquellos pecados por los que habría podido ser arrojado a los tormentos del infierno inferior. Es como si un médico, al ver que puedes caer en una enfermedad a la que arriesgas por algún peligro, te dice: Cuídate, pórtate de esta manera, descansa y tómate estos alimentos; porque si no, te vas a enfermar. Y tú, siguiendo su consejo, te ves libre de la enfermedad, y le dices al médico con toda razón: Me has librado de la enfermedad; no de la que habías contraído, sino de la que podías contraer. Lo mismo sucede con alguien que teniendo un pleito complicado, por el que podía terminar en la cárcel, y viene un abogado que se lo soluciona, ¿Qué le dice al darle gracias? Me has librado de la cárcel. Y si un deudor debía ser ahorcado, y se presenta alguien que le cancela la deuda, también se dice: Lo libró de la horca. En todos estos casos no estaban ya condenados, pero al ser reos de tales culpas, que, de no haber sido socorridos, se encontrarían ya en tales penas, por eso se dice con razón que fueron librados de tales castigos, adonde se impidió que fueran llevados, gracias a sus liberadores. Así pues, hermanos, sea ésta, o sea la otra, la verdadera interpretación, reconoced en mí, en este pasaje bíblico, un investigador, no un aseverador temerario. Y libraste mi alma del infierno más profundo.
19. [v.14]. ¡Oh Dios!, los transgresores de la ley se han levantado contra mí. ¿A quiénes llama transgresores de la ley? No a los paganos, que no recibieron la ley. Nadie traspasa la ley que no ha recibido. El Apóstol dice terminantemente: Donde no hay ley, no hay transgresión55. Llama transgresores a quienes la han violado. ¿Quiénes son éstos, hermanos? Si tomamos esta voz, como la voz del Señor, entonces los prevaricadores eran los judíos. Se han levantado contra mí los transgresores de la ley. No observaron la ley, y acusaron a Cristo como si él la hubiera violado. Los transgresores de la ley se levantaron contra mí. Y el Señor tuvo que padecer lo que ya conocemos. ¿Crees que nada de esto padece ahora su cuerpo? ¿Cómo será posible? Si al cabeza de familia le han llamado Beelcebul, ¡cuánto más a sus empleados domésticos! No es el discípulo más que el maestro, ni el siervo más que su señor56. Sí, también padece el cuerpo de los ataques de los transgresores de la ley, y de cuantos se levantan contra el cuerpo de Cristo. ¿Y quiénes son los transgresores de la ley? ¿Acaso los judíos osan levantarse ahora contra Cristo? No; no son ellos los que nos hacen sufrir mucho. No han creído todavía, ni han reconocido la salvación. Los que se levantan contra el cuerpo de Cristo son los malos cristianos, de quienes diariamente tiene que soportar sufrimientos. Todos los cismas, todas las herejías, todos los que viven pésimamente en su interior, y pretenden imponer sus costumbres a los que viven bien, y arrastrarlos a su mala conducta, y corromper las buenas costumbres con perversas conversaciones57, todos éstos son los que, transgrediendo la ley, se levantaron contra mí. Que hable el alma piadosa; que lo diga toda alma cristiana. La que no padezca esto, que no hable. Si el alma es cristiana, conoce bien que tiene que padecer males; y si reconoce en sí los padecimientos, reconozca su voz en este salmo. Pero si los sufrimientos no le han llegado, no reconocerá aquí su voz. Y para no estar fuera de los padecimientos, que camine por el sendero estrecho58 para vivir piadosamente en Cristo, e inevitablemente sufrirá esta persecución. Puesto que, como dice el Apóstol, todos los que desean vivir piadosamente en Cristo, sufrirán persecuciones59. ¡Oh Dios!, los transgresores de la ley se levantaron contra mí; y la sinagoga de los poderosos han buscado mi alma. La sinagoga de los poderosos son los soberbios. La sinagoga de los prepotentes se ha levantado contra la cabeza, es decir, contra nuestro Señor Jesucristo, gritando y diciendo a una sola voz: ¡Crucifícalo, crucifícalo!60, de estos hombres se dijo en otro salmo: sus dientes son lanzas y flechas, su lengua es una espada afilada61. No golpearon, sino que gritaron; gritando lo hirieron, gritando lo crucificaron. La voluntad de los que clamaban se cumplió cuando el Señor fue crucificado. La sinagoga de los prepotentes ha atentado contra mi alma, sin tenerte en cuenta a ti. ¿Cómo fue para no tenerte en cuenta? No han reconocido que era Dios. ¡Que lo hubieran perdonado al menos como hombre, que era lo que veían, lo que tenían cerca. Supongamos que no era Dios, sino hombre: ¿por eso había que matarlo? Perdona al hombre, y reconoce a Dios.
20. [v.15]. Y tú, Señor Dios, eres compasivo y misericordioso, lento a la cólera y de gran misericordia y veraz. ¿Por qué lento a la cólera y de gran misericordia? Porque pendiente de la cruz, dijo: Padre, perdónalos, porque no saben lo que hacen62. ¿A quién pide? ¿Quién es el que pide, y por quiénes y dónde pide? El Hijo al padre; el crucificado por los impíos; el que pende de la cruz, en medio de las injurias, no de palabras, sino sufriendo realmente la pena de muerte. Como si para ello tuviera extendidas las manos. Para orar así por ellos, dirigiendo su oración como incienso en presencia del Padre, y elevadas sus manos como sacrificio vespertino63. Es, por tanto, lento para el enojo y de gran misericordia y veraz.
21. Si, pues, tú eres veraz, mírame y ten piedad de mí; da poder a tu siervo. Puesto que eres veraz, da poder a tu siervo. Pase el tiempo de la paciencia y venga ya el tiempo del juicio. ¿Cómo dará poder a su siervo? El Padre no juzga a nadie, sino que ha entregado todo juicio a Hijo. El que resucitó, ese mismo vendrá a la tierra como juez, se mostrará terrible el que se había mostrado despreciable. Mostrará poder el que había mostrado paciencia; en la cruz estaba la paciencia, en el juicio aparecerá el poder. Juzgando se mostrará como hombre, pero en gloria; porque así como le habéis visto subir —dijeron los ángeles—, así vendrá64. De la misma forma vendrá al juicio, y, por eso mismo, lo verán los impíos, los cuales no verán su dignidad divina, pues dichosos los limpios de corazón, porque ellos verán a Dios65. Mostrándose allí como hombre, dirá: Id al fuego eterno, para que se cumpla lo que dijo Isaías: Sea quitado el impío, para que no vea la gloria del Señor66. Sea quitado para que no vea la dignidad de Dios. Verán, pues, la forma humana. Al que siendo de condición divina, era igual a Dios67; a éste no lo verán los impíos. En el principio existía la Palabra, y la palabra estaba junto a Dios, y la Palabra era Dios68. Esto no lo verán los impíos. Porque si la Palabra es Dios, y dichosos son los limpios de corazón, porque ellos verán a Dios, los impíos son inmundos de corazón, sin duda alguna a Dios no lo pueden ver. Entonces, ¿por qué se dijo: Mirarán al que traspasaron?69 Porque verán su condición de hombre, con la que aparecerá al juzgarlos, porque la condición divina sólo la verán los que estén a su derecha. En efecto, a los que sean puestos a su derecha, les dirá: venid, benditos de mi Padre, recibid el reino que os está preparado desde la creación del mundo. ¿Y qué dirá a los impíos, colocados a su izquierda? Id al fuego eterno, que mi padre preparó para el diablo y sus ángeles. Y, terminado el juicio, ¿cómo concluye? E irán los impíos al fuego eterno, y los justos a la vida eterna70. De la visión de la condición humana, se encaminan los justos a la visión de su condición de Dios. Esta es la vida eterna, dice Jesús, que te conozcan a ti, único Dios verdadero, y a tu enviado Jesucristo71. Se sobreentiende que también él es el único Dios verdadero; puesto que el Padre y el Hijo son el único y verdadero Dios; este es, pues el sentido: Te conozcan a ti y a tu enviado Jesucristo como único Dios verdadero. Luego serán conducidos a la visión del Padre, y en él conocerán al Hijo. Si no fuera así, no habría dicho el mismo Hijo a sus discípulos que el Hijo está en el Padre, y el Padre en el Hijo. Le dijeron los discípulos: Muéstranos al Padre, y eso nos basta. Y esta fue la respuesta: Tanto tiempo hace que estoy con vosotros, ¿y todavía no me conocéis? Felipe, el que me ve a mí, ve también al Padre. Ya veis cómo en la visión del Padre, se también al Hijo, y en la del Hijo, la del Padre. Por eso añade a continuación: ¿No sabéis que yo estoy en el Padre, y el Padre está en mí? Es decir, que viéndome a mí, se ve al Padre, y viendo al Padre, se ve también al Hijo. No se pueden separar la visión del Padre y del Hijo. Al no poder separarse la naturaleza y la sustancia, tampoco puede separarse la visión. Como ya sabéis, es necesario preparar el corazón para ver la divinidad del Padre, del Hijo y del Espíritu Santo, en la que creemos sin haberla visto, y creyendo, purificamos nuestro corazón para poder verla; nos dice a propósito el Señor en otro lugar: El que acepta mis mandamientos y los cumple, ése es el que me ama, y el que me ama será amado por mi Padre, y yo también lo amaré y manifestaré a él72. Y aquellos, con quienes conversaba, ¿no lo veían? Lo veían y no lo veían. Veían algo y creían algo; lo veían como hombre, y lo creían Dios. En el juicio verán al mismo Señor nuestro Jesús, hombre, junto con los impíos; y después del juicio, verán sólo ellos a Dios, no los impíos. Da potestad a tu siervo.
22. Y salva al hijo de tu esclava. El Señor es hijo de la esclava. ¿De qué esclava? De aquella que, cuando se le anunció que iba a nacer de ella, respondió: He aquí la esclava del Señor; hágase en mí según tu palabra73. Salvó Dios al Hijo de su esclava y a su propio Hijo: a su Hijo en cuanto a su condición divina, y al Hijo de su esclava, en su condición de siervo. De la sierva de Dios nació el Señor en su condición de siervo; y dijo: Salva al hijo de tu esclava. Y fue salvado de la muerte, como sabéis, por la resurrección de su cuerpo, que había muerto. Pero para que veáis que era Dios, y que no fue resucitado sólo por el Padre, sino también por sí mismo, puesto que él también resucitó su cuerpo, tenemos escrito en el Evangelio: destruid este templo, y en tres días lo edificaré; y para evitar que lo interpretáramos en otro sentido, el evangelista añadió: Esto lo decía refiriéndose al templo de su cuerpo74. Se salvó, pues, el Hijo de la esclava. Que repita ahora también cada cristiano, que es parte del cuerpo de Cristo: Salva al hijo de tu esclava. Quizá no pueda decir: Da poder a tu siervo, porque el Hijo recibió el poder. Pero ¿Por qué no podrá decirlo también? ¿Acaso no se dijo a los siervos: Os sentaréis sobre doce tronos, para juzgar a las doce tribus de Israel?75; ¿Y no dicen también los siervos: ¿No sabéis que hemos de juzgar a los ángeles?76 Luego cada uno de los santos recibió el poder, y cada uno de ellos es también hijo de la esclava. Y si uno ha nacido de una mujer pagana, y luego se hizo cristiano, ¿cómo podrá ser hijo de su esclava? Sí, lo podrá ser, porque es hijo de mujer pagana según la carne, pero espiritualmente es hijo de la Iglesia. Y salva al hijo de tu esclava.
23. [v.17]. Dame una señal propicia. ¿Qué señal, sino la de la resurrección? Dice el Señor: Esta generación malvada y provocadora pide una señal, y no le será dada otra señal, sino la del profeta Jonás. Como Jonás estuvo tres días y tres noches en el vientre del cetáceo, así estará el Hijo del hombre en el corazón de la tierra77. Ahora bien, habiéndose ya realizado en nuestra Cabeza la señal propicia, diga también cada uno de nosotros: dame a mí una señal propicia, porque al sonido de la última trompeta, en la venida del Señor, los muertos resucitarán incorruptibles, y nosotros seremos transformados78. Será esta la señal propicia. Dame una señal propicia; que la vean los que me odian y se avergüencen. En el juicio se avergonzarán para su condena los que ahora no quieren avergonzarse para su salvación. Que se avergüencen ahora, que reprueben su mal vivir, y que vivan bien. Nadie de nosotros vive sin avergonzarse, si primeramente no revive por haberse avergonzado. Dios les ofrece ahora la posibilidad de una vergüenza saludable, si no desprecian la medicina de la confesión. Si ahora no quieren avergonzarse, se avergonzarán cuando se presenten contra ellos sus iniquidades79. ¿Cómo se avergonzarán? Diciendo: Estos son los que en otro tiempo tuvimos por escarnio y como ejemplo de oprobio. Nosotros, insensatos, pensábamos que su vida era una locura. ¡Mirad cómo han sido contados entre los hijos de Dios! ¿De qué nos ha servido la soberbia? Dirán entonces esto. Que lo digan ahora, y lo dirán saludablemente. Vuélvase ahora humildemente hacia Dios cada uno, y diga: ?¿De qué me sirve la soberbia?? y escuche también las palabras del Apóstol: ¿Qué gloria habéis conseguido de aquellas cosas que ahora os dan vergüenza?80 Ya veis cómo ahora se da una vergüenza saludable en el arrepentimiento; después será tarde, inútil y sin fruto. ¿De qué nos ha servido la soberbia, o qué bien nos ha proporcionado la jactancia de las riquezas? Todas estas cosas pasaron como una sombra81. Pero ¿qué? Cuando vivías en el mundo ¿no te dabas cuenta de que todas estas cosas pasaban como una sombra? Debiste entonces abandonar la sombra y pasar a la luz. Así no te verías obligado a decir más tarde, cuando de las sombras deberás pasar a las tinieblas: Todo esto pasó como una sombra. Dame una señal propicia; que la vean los que me odian, y se avergüencen.
24. Porque tú, señor, me has ayudado y consolado. Me has ayudado, en el combate, y me has consolado, en la tristeza. Nadie busca la consolación si no se halla en la miseria. ¿No queréis ser consolados? Decid que sois felices. Y también oiréis aquellas palabras: Pueblo mío... (veo que ya respondéis, porque oigo el murmullo de los que retienen bien las Escrituras. Dios que grabó esto en vuestros corazones, lo confirme en vuestras obras. Y ya veis, hermanos, cómo los que os dicen: ?Sois felices?, os engañan). Terminaré las palabras del profeta Isaías: Pueblo mío, los que os llaman felices os están llevando al error, y están torciendo los pasos de vuestros pies82. Y viene a propósito también aquello de la Carta del apóstol Santiago: Entristeceos y llorad; que vuestra risa se convierta en llanto83. Comprendéis lo que habéis oído. ¿Cuándo se nos dirán estas cosas en la morada de la tranquilidad? La morada actual es una morada de escándalos, de tentaciones, y de toda clase de males, para que gimamos aquí, y merezcamos gozar allí, y decir: Porque libraste mis ojos de las lágrimas, mis pies de la caída; agradaré al Señor en la región de los vivientes84. La morada actual pertenece a los muertos. Desaparecerá la de los muertos, y vendrá la región de los vivos. En la morada de los muertos hay fatiga, dolor, tribulación, temor, tentación, gemido y llanto. Aquí viven los falsos felices, los verdaderos infelices, porque la falsa felicidad es verdadera miseria. Pero el que reconoce hallarse ahora en la verdadera miseria, se hallará después en la verdadera felicidad. Y, no obstante, ahora que eres miserable, escucha al Señor que dice: Dichosos los que lloran85. ¡Oh, sí, dichosos los que lloran! Nada es tan propio de la miseria, como el llanto; nada tan distante y opuesto a ella, como la felicidad. ¡Tú citas a los que lloran, y los llamas bienaventurados! Comprended, dice, lo que quiero deciros: llamo felices a los que lloran. ¿Cómo felices? En esperanza. ¿Y cómo es que lloran? Por la realidad. Efectivamente, se lamentan de esta muerte, de estas tribulaciones, en este destierro; y como reconocen estar en esta miseria, y lo lamentan, por eso son dichosos. ¿Y por qué lloran? San Cipriano se lamentó en los sufrimientos de su martirio. Y ahora, coronado, goza del consuelo. Pero, aunque consolado, todavía está triste. Pues nuestro Señor Jesucristo sigue aún intercediendo por nosotros86, y todos los mártires que viven con él interceden también por nosotros. Y sólo cesará su intercesión, cuando haya desaparecido nuestro llanto. Pero cuando se haya extinguido nuestro llanto, todos a una sola voz, formando un solo pueblo, y en una misma patria, seremos consolados, siendo miles de millares, unidos a los ángeles cantores, a los coros de las celestiales Potestades, en la única ciudad de los vivientes. ¿Quién gime allí, quién solloza, quién se angustia, quién siente necesidad, quién muere, quién se apiada, quién parte el pan con el hambriento, donde todos se sacian con el pan de la justicia? Nadie dirá allí: hospeda al peregrino, pues no habrá ninguno, ya que todos viven en su patria; nadie te dirá: reconcilia a tus amigos en discordia, pues todos gozarán en eterna paz del rostro de Dios. Nadie te va a decir: visita al enfermo, pues la salud y la inmortalidad son permanentes. Nadie te dirá: entierra a los muertos, ya que todos gozarán de vida eterna. Desaparecerán las obras de misericordia, puesto que allí no habrá miseria. ¿Y que haremos allí? ¿Nos pondremos a dormir? Si ahora luchamos contra nosotros, mientras llevamos esta nuestra casa, esta carne que tiene sueño, y nos mantenemos despiertos en medio de estas luces, y la solemnidad nos da valor para mantenernos vigilantes; aquel día, qué vigilias no nos dará? Luego vigilaremos y no nos dormiremos. ¿Qué haremos, entonces? Cesarán estas obras de misericordia, porque no habrá miseria. ¿Tal vez tendrán lugar allí estas obras necesarias de aquí, como el sembrar, arar, el cocer, moler y tejer? Ninguna de ellas, porque no serán necesarias. Así que no habrá obras de misericordia, porque se acabó la miseria. Donde no hay miseria ni necesidad, no habrá obras necesarias ni de misericordia. ¿Qué habrá, entonces, allí? ¿Cuál será nuestra ocupación? ¿Qué actividades tendremos? ¿Quizás ninguna, porque llegó el descanso? ¿Estaremos sentados, nos haremos inertes, al no hacer nada? Si se enfría nuestro amor, se entumece nuestra actividad. El amor que hay en el rostro de Dios, a quien ahora deseamos, y por quien ahora suspiramos, cuando lleguemos a estar con él, ¿de qué modo nos inflamará? ¿De qué modo nos iluminará, cuando hayamos llegado a él, por quien ahora, sin haberle visto, suspiramos? ¿Cómo nos cambiará? ¿Qué hará de nosotros? Y nosotros, hermanos, ¿Qué haremos? Que nos lo diga el salmo: Dichosos los que habitan en tu casa. ¿Por qué? Te alabarán por los siglos de los siglos87. Esta será nuestra actividad: alabar a Dios. Amas y alabas; dejarías de alabar, si dejaras de amar. Pero no cesarás de amar, porque aquel a quien ves es tal, que no te causará ningún cansancio. Te sacia y no te sacia. Extraño es lo que digo. Pero si digo que te sacia, temo que, como quien se ha saciado, quieras alejarte, sea de la comida o de la cena. ¿Qué diré, pues? ¿Que no te sacia? Temo igualmente que estés como un insatisfecho, y que parezcas un necesitado, como quien espera saciar su hambre o cualquier otra necesidad que deba ser remediada. ¿Qué diré, entonces, sino lo que puede expresarse en palabras, y apenas puede pensarse? Te sacia y no te sacia; porque ambas cosas las encuentro en la Escritura. Dice el Señor: dichosos los que tienen hambre, porque ellos serán saciados88; y en otro lugar se dice de la Sabiduría: Quienes te comen, de nuevo tendrán hambre; y quienes te beben, de nuevo tendrán sed89. Es más, no dice: de nuevo, sino que dice: todavía; pues ?de nuevo tendrá sed?, es como decir que, después de saciado, se va, digiere la comida, y vuelve de nuevo a beber. Así es lo que dice: Los que te comen, sienten todavía hambre. Es decir, que los que comen siguen teniendo hambre, y los que beben, aun bebiendo, siguen teniendo sed. ¿Qué quiere esto decir? Que nunca habrá hastío ni hartazgo. Si, pues, tendrá lugar un día esta dulzura inefable y eterna, ¿Qué exige de nosotros ahora, hermanos, sino una fe no fingida, una esperanza firme, y una caridad pura, y que el hombre vaya por el camino que el Señor le ha señalado, que soporte las pruebas, y acepte las consolaciones?