SALMO 84

Traductor: P. Miguel Fuertes Lanero, OSA

Sermón al pueblo

Hipona. Después del 410. Según el CC habría tenido lugar en Cartago en fecha no determinada.

1. He rogado al Señor nuestro Dios que nos muestre su misericordia, y nos conceda su salvación. Esto se dijo, sin duda, proféticamente cuando en un principio se cantaban y escribían estos salmos; y en lo que se refiere a nuestro tiempo, ya ha manifestado el Señor a las gentes su misericordia, y les ha dado su salvación. Él sí la dio a conocer, pero muchos no han querido ser sanados, para poder ver lo que les ha mostrado. Pero como él sana los ojos del corazón para que lo puedan ver, por eso, después de haber dicho: Muéstranos tu misericordia, como si fuera dirigido a un grupo de ciegos, que iban a replicar: ¿Cómo la veremos cuando comience a mostrarla?, añadió: y danos tu salud. Dándonos la salud cura en nosotros aquello con lo que podemos ver lo que nos muestra. Él no cura como un médico humano, que les hace ver esta luz a los que cura los ojos, de modo que una cosa es la luz que el médico les muestra, y otra es la persona del médico mismo. No obra así el Señor nuestro Dios. Él es al mismo tiempo el médico que cura nuestros ojos para que podamos ver, y la luz que se nos concede ver. De todos modos, recorramos brevemente —dado el escaso tiempo con que contamos— todo este salmo con atención, según nuestras posibilidades, y en cuanto nos lo conceda el Señor.

2. [v.1]. Su título es: Para el fin, salmo para los hijos de Coré. Como ?fin? debemos entender únicamente el que nos dice el Apóstol: El fin de la ley es Cristo, para justificación de todo el que cree1. Luego como ya desde el principio nos ha puesto en el título del salmo para el fin, nos ha enderezado el corazón hacia Cristo. Si nos encaminamos hacia él, no erraremos, porque él es la meta hacia la cual nos apresuramos; él es el camino por el que vamos corriendo2. ¿Y qué significa para los hijos de Coré? El sentido de la palabra hebrea, en latín es calvo. Luego para los hijos de Coré sería ?para los hijos del calvo?. ¿Y quién es este ?calvo?? No nos riamos de él, sino más bien debemos llorar en su presencia. Hubo algunos que se burlaron de él y fueron exterminados por los demonios; nos narra el libro de los Reyes que se burlaron unos muchachos del calvo Eliseo, el profeta, que le iban gritando a sus espaldas: ¡calvo, calvo!, y saliendo unos osos del bosque, los devoraron3. Ellos se reían y sus padres tuvieron que llorarlos. Este hecho simbolizó proféticamente que sería burlado nuestro Señor Jesucristo. Porque los judíos se mofarían de él como de un calvo, teniendo en cuenta que lo crucificarían en un lugar llamado de la Calavera o el Calvario4. Pero nosotros, si creemos en él, somos sus hijos. Y por eso este salmo se nos canta a nosotros, al expresarse en el título: para los hijos de Coré. Nosotros somos los hijos del esposo5. El esposo es él, que a su esposa, como arras, le dio su propia sangre y el Espíritu Santo, con el cual nos ha enriquecido ya durante nuestra peregrinación; sus riquezas nos las reserva todavía ocultas. El que nos dio tales prendas, ¿qué será lo que nos tiene reservado?

3. [v.2]. Digamos que el profeta le canta como futuro, pero usando los tiempos de los verbos en pasado, diciendo como pasado lo que ha de suceder, ya que para Dios lo futuro ya ha sucedido. Veía en Dios la profecía como futuro para nosotros, pero como ya acontecido en su providencia y en su infalible predestinación. Como se dice en ese salmo, en el que todos reconocen a Cristo; pues se recita como si se leyera el Evangelio: Han taladrado mis manos y mis pies, y han contado todos mis huesos; ellos me miraron y me observaron; repartieron entre sí mi ropa, y echaron a suerte mi túnica6. ¿Quién al oír al lector este salmo no reconoce el Evangelio? Y sin embargo, al ser expuesto en el salmo, no se dijo: Taladrarán mis manos y mis pies, sino: Han taladrado mis manos y mis pies; ni tampoco: Se repartirán mi ropa, sino: Se repartieron entre ellos mi ropa. Todo esto que el profeta veía como futuro, lo expresaba como ya sucedido. Pues bien, también se dice en este salmo: Has bendecido, Señor, a tu tierra, como si ya la hubiera bendecido.

4. Apartaste la cautividad de Jacob. Jacob es su antiguo pueblo, el pueblo de Israel, descendiente de Abrahán, heredero de Dios en el futuro, según la promesa. Este fue el pueblo al que se le dio el Antiguo Testamento, en el cual estaba prefigurado el Nuevo. Aquel era imagen; éste es la manifestación de la realidad. En aquella imagen, según una cierta predicción del futuro, se le dio a aquel pueblo la tierra de promisión, en una cierta región donde se estableció el pueblo judío, donde está también la ciudad de Jerusalén, cuyo nombre todos conocemos. Después de tomar posesión aquel pueblo de esta tierra, tuvo que soportar muchas molestias de sus enemigos vecinos, que la rodeaban; y cuando pecaba contra su Dios, era llevado a la cautividad, no para su exterminio, sino para su corrección; no como por un padre que condena, sino que corrige castigando. Y tras estar un tiempo bajo el dominio extranjero, varias veces sufrió la cautividad y fue liberado aquel pueblo. Ahora también está en cautividad, debido al enorme pecado de haber crucificado a su Señor. Teniéndolos a ellos en cuenta, ¿cómo interpretaremos estas palabras: Apartaste la cautividad de Jacob? ¿O tal vez se trata aquí de otra cautividad, de la que todos deseamos ser liberados? Porque todos pertenecemos a Jacob, si somos de la descendencia de Abrahán. Así dice el Apóstol: Por Isaac llevará tu nombre la descendencia; es decir, no son hijos de Dios los hijos de la carne, sino los hijos de la promesa son los considerados como descendencia7. Si se tienen como hijos los de la promesa, los judíos, habiendo ofendido a Dios, se han degenerado. Nosotros, en cambio, habiendo obtenido el favor de Dios, hemos llegado a ser de la estirpe de Abrahán, no según la herencia corporal, sino abrazando la fe. Imitando su fe, nos hicimos hijos suyos; ellos, por el contrario, rechazando la fe, han merecido ser privados de su herencia. Así es, y para que sepáis que perdieron el ser hijos de Abrahán, recordad aquel pasaje evangélico, en que ellos, en presencia del Señor Jesucristo se jactaban arrogantemente de ser hijos de Abrahán según la sangre, no por la vida, y le dijeron al Señor: Nosotros tenemos como padre a Abrahán. Pero Jesús les respondió como a hijos degenerados: Si sois hijos de Abrahán, haced las obras de Abrahán8. Si ellos, pues, dejaron de ser hijos de Abrahán porque no practicaban sus obras, nosotros sí lo somos, porque las practicamos. ¿Cuáles son esas obras de Abrahán que practicamos? Abrahán Creyó a Dios y le fue reputado como justificación9. Luego todos pertenecemos a Jacob, al imitar la fe de Abrahán, que creyó en Dios, y se le reputó como justificación. ¿Y cuál es, entonces, aquella cautividad, de la cual queremos ser liberados? Pienso que hoy por hoy ninguno de nosotros se halla bajo el dominio de los bárbaros, y que ninguna nación ha irrumpido armada y nos ha llevado cautivos. Sin embargo, os muestro ahora una cierta cautividad, en la que nos hallamos gimiendo, y de la que deseamos librarnos. Que venga el Apóstol Pablo y nos lo diga; sea él nuestro espejo, que hable él y nos veamos reflejados en él, puesto que no hay quien aquí no se reconocerá. Así dice el santo Apóstol: Me complazco en la ley de Dios según el hombre interior; es decir, interiormente me deleita la ley de Dios; pero veo otra ley en mis miembros que rechaza la ley de mi alma. Has oído la ley, y también la lucha; te falta por oír la cautividad; escucha lo que sigue; así dice: Una ley que se rebela contra la ley de mi alma, y me hace esclavo de la ley del pecado que hay en mis miembros. Hemos conocido ya la cautividad. ¿Quién de nosotros no desea verse libre de esta cautividad? ¿Y cómo se librará? Porque esto lo canta el salmo como algo futuro: Has apartado la cautividad de Jacob. ¿A quién se refiere? A Cristo, como consta en el título: para el fin, por los hijos de Coré. Es él, Cristo, quien aparta la cautividad de Jacob. Escucha nuevamente a Pablo, que se sincera. Al decir que se siente como arrastrado, cautivo de la ley que hay en sus miembros, y que rechaza la ley de su razón, exclamó bajo aquella cautividad, diciendo: ¡Pobre de mí! ¿Quién me librará de este cuerpo de muerte? Reflexionó sobre quién podría liberarlo, y al instante le vino a la mente la respuesta: La gracia de Dios por medio de nuestro Señor Jesucristo10. Precisamente de esta gracia de Dios, es de la que el profeta dice a este Señor nuestro Jesucristo: Has apartado la cautividad de Jacob. Fijaos en la cautividad de Jacob; fijaos que se trata de esto: has apartado nuestra esclavitud, pero no por librarnos de los bárbaros, —que ahora precisamente no nos invaden—, sino en librarnos de las malas obras, de nuestros pecados, por los cuales estábamos bajo el dominio de Satanás. Porque cuando uno es librado de sus pecados, ya no habrá modo de ser dominado por el príncipe de los pecadores.

5. [vv.3-4]. ¿Y cómo podrá apartar la cautividad de Jacob? Fijaos que se trata de una liberación espiritual, y de algo que opera en el interior: Has perdonado, dice, la culpa de tu pueblo; has sepultado todos sus pecados. He aquí cómo apartó la cautividad: perdonando las culpas. Ellas te mantenían cautivo; una vez perdonadas, estás libre. Confiesa, pues, que estás en cautividad, para que merezcas ser librado; porque si uno no identifica a su enemigo, ¿cómo podrá invocar al libertador? Has sepultado todos sus pecados. ¿Qué significa: Has sepultado? Los cubriste para no verlos. ¿Y esto por qué? Para que no sufrieras el merecido castigo. No has querido ver nuestros pecados; no los viste porque no has querido verlos. Has sepultado todos sus pecados. Has reprimido toda tu cólera; has frenado el incendio de tu ira.

6. [v.5]. Y puesto que todo esto se refiere al futuro, a pesar de que las formas verbales están en pretérito, continúa y dice: Conviértenos, ¡Oh Dios, autor de nuestra salvación! ¿Cómo es que ahora ruega que suceda lo que hasta ahora narraba como ya sucedido, sino porque quiere manifestar que habló en pretérito, pero como una profecía? Es aquí donde muestra claramente que no ha sucedido lo que ya da como hecho, al orar para que suceda: Conviértenos, ¡Oh Dios, autor de nuestra salvación!, y aparta de nosotros tu indignación. No hace mucho decías: Apartaste la cautividad de Jacob; sepultaste todos sus pecados; has reprimido toda tu cólera; has frenado el incendio de tu ira. ¿Cómo dices ahora: Aparta de nosotros tu indignación? El profeta te responde: Expreso como realizadas las cosas que veo que han de suceder; pero como no se han cumplido, ruego para que se cumpla lo que ya he visto. Aparta de nosotros tu indignación.

7. [v.6]. No estés eternamente enojado con nosotros. Por la ira de Dios somos mortales, y por la ira de Dios comemos en esta tierra el pan con escasez, y con el sudor de nuestro rostro. Esto fue lo que oyó Adán cuando pecó11, y aquel Adán éramos todos nosotros, porque en Adán todos mueren. Lo que él oyó, nos acontece también a nosotros. Nosotros aún no existíamos, pero estábamos en Adán. Por lo tanto, cuanto a él le sucedió, también repercutió en nosotros, y por eso hemos de morir, ya que nos hallábamos todos en él. Cuando ya han nacido los hijos, los pecados que cometen los padres no se les imputan a sus hijos. Tanto los padres como los hijos ya nacidos, son responsables de sus actos. De ahí que si los hijos si van por el mal camino de sus padres, cargarán también con su culpa, pero si cambian y no imitan a sus malos padres, comienzan a tener su propio mérito, no el de sus padres. Hasta tal punto no te perjudica el pecado de tu padre, si tú has cambiado, que ni a tu mismo padre le perjudicará, si se convierte. Pero lo que arrastró nuestra raíz respecto a la mortalidad, lo ha recibido de Adán. ¿Qué es lo que ha arrastrado? Esta fragilidad de la carne, el tormento del dolor, la miseria que nos rodea, la muerte a la cual estamos sujetos, y las tentaciones con sus asechanzas. Todo esto lo lleva nuestra carne, y es ira de Dios, porque es su castigo. Pero un día vendría en que seríamos regenerados, y por la fe llegásemos a ser hombres nuevos, y por la resurrección toda aquella mortalidad quedase eliminada, y tendría lugar la restauración total del hombre; y así, lo mismo que todos mueren en Adán, así también todos recuperarán la vida en Cristo12. Al ver todo esto, el profeta exclama: No estés eternamente enojado con nosotros, ni extiendas tu ira de generación en generación. Si la primera generación fue mortal debido a tu ira, vendrá otra generación inmortal, por donación de tu misericordia.

8. [v.7]. ¿Entonces qué? ¿Te has ganado, oh hombre, la misericordia de Dios, por haberte convertido a él, de manera que quienes no se convirtieron no alcanzaron misericordia, sino que se encontraron con la ira de Dios? ¿Cómo habrías podido convertirte si no hubieras sido llamado? Y el que te llamó cuando estabas alejado, ¿no te ayudó a convertirte? No te arrogues la conversión, no; porque si no te hubiera llamado, cuando tú eras un fugitivo, no habrías podido convertirte. Por eso, el profeta, atribuyendo a Dios el beneficio de la conversión, ora y dice: ¡Oh Dios!, volviéndote tú a nosotros, nos darás la vida. Y no como si nosotros, por iniciativa nuestra, sin la mediación de tu misericordia, nos convertimos a ti, y tú nos darás la vida, sino que volviéndote tú a nosotros, nos darás la vida, de suerte que no sólo se debe a ti nuestra vivificación, sino también la misma conversión para ser vivificados. ¡Oh Dios!, volviéndote tú a nosotros, nos vivificarás; y tu pueblo se alegrará en ti. Será en perjuicio suyo si se alegra en sí mismo; y será en su beneficiosi se alegra en ti. Porque cuando uno busca en sí mismo la fuente de su alegría, se encontrará con el llanto. Ahora todo nuestro gozo está en Dios, y el que quiera tener una alegría estable, que la busque en aquel que no puede perecer. ¿Cómo es posible, hermanos, que busquemos la felicidad en el dinero? Perecerá él o perecerás tú, nadie sabe cuál de los dos será el primero. El hombre aquí no puede permanecer siempre, ni tampoco el dinero; y lo mismo hemos de decir de la plata, del oro, de los vestidos, de la casa, del capital, de los latifundios; y, en fin, digámoslo también, de esta luz. Que no se te ocurra poner tu felicidad en estas cosas de aquí abajo; no, gózate en aquella luz que no tiene ocaso; en aquella luz que no le precedió la del día de ayer, ni le seguirá la de mañana. ¿Cuál es esta luz? Dice Jesús: Yo soy la luz del mundo13. El que dice: Yo soy la luz del mundo, te está llamando a que le sigas. Cuando te llama, te convierte; cuando te convierte, te sana, y cuando te haya sanado, verás a tu conversor, al cual se le dice: Y tu pueblo se alegrará en ti.

9. [v.8]. Muéstranos, Señor, tu misericordia. Esto lo hemos cantado, y ya he hablado sobre ello. Muéstranos, Señor, tu misericordia, y danos tu salvación. Tu salvación, tu Cristo. Feliz aquel a quien Dios le mostró su misericordia. Es justamente el que no puede ensoberbecerse, aquél a quien Dios ha mostrado su misericordia. Porque al mostrarle su misericordia, le hace ver que cuanto de bueno tiene el mismo hombre, no tiene otro origen sino de aquel de quien es todo nuestro bien. Y al ver el hombre que todo el bien que tiene no lo es por sí mismo, sino que viene de su Dios, ve que todo lo que en él se alaba no es por sus méritos, sino que viene de la misericordia de Dios: y viendo esto no se ensoberbece, y así no se eleva, y no poniéndose en lo alto, no cae; no cayendo, se mantiene en pie, y con ello se une a Dios, y uniéndose, permanece estable, con lo cual disfruta y se alegra en su Dios. Y sus delicias serán el mismo que lo ha creado; y esas delicias nadie conseguirá turbarlas, nadie llegará a interferirlas, nadie se las arrebatará. ¿Qué poderoso amenazará quitártelas? ¿Qué mal vecino, qué ladrón, qué malhechor podrá robarte a Dios? Te podrá quitar todo lo material que posees, pero nunca te quitarán a quien posees en tu corazón. Él es la misericordia, que ojalá Dios nos muestre. Muéstranos, Señor, tu misericordia, y danos tu salvación. Digámosle nosotros también: danos tu Cristo. Por cierto que ya nos lo ha dado; pero digámosle de nuevo: ¡Danos a tu cristo! Danos a tu Cristo, porque también le decimos: Danos hoy nuestro pan de cada día14. ¿Y quién es nuestro pan, sino el mismo que dijo: Yo soy el pan vivo que he bajado del cielo?15 Digámosle, sí: Danos a tu Cristo. Porque nos ha dado a Cristo, pero a Cristo hombre; y al mismo hombre que nos ha dado, nos lo dará también como Dios. Dado que somos hombres, nos dio un hombre, porque dio a los hombres lo que pudiera ser aceptado y comprendido por los hombres; pues a Cristo Dios ningún hombre habría sido capaz de aceptarlo y comprenderlo. Se hizo hombre para los hombres, y reservó su divinidad para los dioses. ¿He hablado, acaso, con arrogancia? Sería, sí, arrogancia, si él mismo no hubiera dicho en otro salmo: Yo dije: sois dioses, e hijos del Altísimo todos16. Por la adopción nos renovamos, para llegar a ser hijos de Dios. De hecho ya lo somos, pero por la fe; sí, lo somos en esperanza, pero todavía no en realidad. Nosotros hemos sido salvados en esperanza, como dice el Apóstol, pero una esperanza que se ve, ya no es esperanza; porque lo que uno ve, ¿cómo lo va a esperar? Pero si esperamos lo que no vemos, lo esperamos con paciencia17. ¿Y qué esperamos con paciencia, sino ver lo que creemos? Puesto que ahora creemos lo que no vemos; permaneciendo creyentes en lo que no vemos, mereceremos contemplar lo que creemos. ¿Qué dice al respecto S. Juan en su primera Carta? Queridos, somos hijos de Dios, y aún no se ha manifestado lo que seremos. ¿Qué desterrado, ignorante de su abolengo, que sufre alguna necesidad y se halla en algún infortunio o padecimiento, no se alborozaría, si de repente alguien le dijera: eres hijo de senador; tu padre posee un extenso patrimonio: quieres que te lleve a tu padre? ¿Cómo saltaría de gozo, si esto se lo dijera un hombre sincero y sin engaño? Pues bien viene a nosotros el verídico apóstol de Cristo, y dice: ¿Por qué desesperáis de vosotros? ¿Por qué tanta aflicción y angustia? ¿Por qué vais en pos de vuestras pasiones, y pretendéis arruinaros en la miseria de vuestras ambiciones? ¡Tenéis un padre, tenéis una patria, tenéis un patrimonio! ¿Quién es este padre? Carísimos, somos hijos de Dios. ¿Y por qué no vemos ya a nuestro padre? Porque todavía no se ha manifestado lo que seremos. Somos sus hijos ya, pero en esperanza. Y ¿qué seremos? Sabemos, dice, que cuando se manifieste, seremos semejantes a él, porque lo veremos tal cual es18. Esto lo dijo del Padre; ¿Y no lo dijo también del Hijo, nuestro Señor Jesucristo? ¿Pero es que viendo sólo al Padre y no al Hijo, seremos felices? Escucha lo que dice el mismo Cristo: Quien me ve a mí, está viendo al Padre. Porque cuando se ve al Dios único, se ve la Trinidad, al padre, al Hijo y al Espíritu Santo. Fíjate más claramente cómo la visión del Hijo nos hace bienaventurados, y cómo no hay diferencia alguna entre la visión del Hijo y la del Padre. Él mismo lo dice en el Evangelio: El que ama cumple mis mandamientos, y yo lo amaré y me manifestaré a él19. ¿Por qué? ¿No era el mismo que estaba hablando? Ciertamente, pero la carne veía sólo la carne; el corazón no veía la divinidad. La carne ve la humanidad de Cristo, y así el corazón por la fe se purificase y fuera capaz de ver a Dios. De hecho, se dijo del Señor que con la fe él purifica sus corazones20; y el mismo Señor dijo: bienaventurados los limpios de corazón, porque ellos verán a Dios21. Luego nos prometió que se nos mostraría. Pensad, hermanos, cuál será su belleza. Todo lo bello que vosotros veis y amáis, son obra suya. Si ellas son hermosas, ¿cuánta será su hermosura? Si éstas son grandiosas, ¿cuál no será su magnificencia? Luego entonces, si amamos aquí estas cosas, amémosle y suspiremos mucho más por él; y despreciando todo esto de aquí, entreguémosle a él todo nuestro amor; y de esta forma, por la fe purificaremos nuestro corazón, y así purificado, pueda contemplar su presencia. La luz que se nos mostrará, debe encontrarnos puros. Esto ahora lo consigue la fe. Es esto lo que hemos pedido al Señor: Danos tu salvación. Danos a tu Cristo. Haznos conocer a tu Cristo; que veamos a tu Cristo, pero no como lo vieron los judíos, que lo crucificaron, sino como lo ven los ángeles, que están llenos de gozo.

10. [v.9]. Voy a escuchar lo que el Señor Dios habla en mi interior. Esto lo dijo el profeta. Dios hablaba en su interior, y al mismo tiempo el mundo le hacía oír por fuera su estrépito. Recogiéndose, pues, lejos del mundo estrepitoso, y concentrándose en sí mismo, y desde su intimidad dirigiéndose a aquél, cuya voz oía en su interior; y como tapándose el oído a la inquietud alborotada de esta vida, al alma oprimida por el cuerpo corruptible, y a la mente, abrumada por la tienda terrenal y que se pierde en muchas fantasías22, dice: voy a escuchar lo que el Señor Dios dice en mi interior. ¿Y qué es lo que oyó? Que va a anunciar la paz a su pueblo. La voz de Cristo, sin duda, como la voz de Dios, es paz e invita a la paz. ¡Adelante, pues!, dice; los que todavía no estáis en paz, amad la paz. ¿Qué cosa mejor podréis hallan en mí, que la paz? ¿Y qué es la paz? La ausencia total de la guerra. ¿Y qué se entiende por esto? Una vida donde no hay contradicción alguna, donde no hay resistencia, donde nada es adverso. Mirad a ver, hermanos, si ya nos encontramos en ese estado; a ver si no hay que luchar contra el diablo, si todos los santos y las almas buenas no tenemos que luchar contra el príncipe de los demonios. ¿Pero cómo se puede luchar con alguien a quien no se lo ve? Luchando contra las malas inclinaciones, en las cuales el demonio insinúa el pecado. No consintiendo lo que él sugiere, y aun cuando no sea vencido, hay lucha. No hay, pues, paz, donde hay combate. O si no, presentadme a un hombre que no tenga que soportar tentaciones en su carne, y pueda decirme, por tanto, que ya vive en paz. Quizá no tenga que soportar tentaciones de ilícitos placeres, pero al menos soporta las mismas sugestiones; y entonces, o se le sugiere lo que él rechaza, o le agrada aquello por lo que se contiene. Supongamos que ya nada ilícito le agrada: al menos tiene que luchar contra el hambre y la sed de cada día: ¿Hay alguna buena persona, que esto no le afecte? Luchan, pues, el hambre y la sed, lucha contra nosotros el cansancio corporal, la satisfacción del sueño, lucha la opresión. Queremos estar en vela, y nos viene el sueño; queremos ayunar, y sentimos hambre y sed; deseamos estar en pie y nos cansamos, buscamos asiento; Pero si esta postura se prolonga mucho, no podemos más. Todo lo que habíamos previsto como reparación, se convierte en un nuevo decaimiento. Viene uno y te pregunta si tienes hambre; le contestas: sí, la tengo; y te trae el alimento para tu refección; continúa mucho tiempo comiendo; sin duda que querías reparar tus fuerzas: prueba seguir siempre comiendo, y verás que haciendo eso encontrarás el hastío en lo que hacías para reponerte. Permaneciendo mucho tiempo sentado, te cansas; entonces te levantas, y caminando, descansas. Pero continúa en el ejercicio con que te repusiste, y si caminas largo tiempo te fatigarás: buscas de nuevo sentarte. Muéstrame algo que te restablece, y que si lo prolongas largamente no te cansará de nuevo. ¿Qué paz es esta que tienen los hombres aquí en esta vida, haciendo frente a tantas molestias, codicias, miserias y fatigas? No, no es esta una paz verdadera, no es una paz perfecta. ¿Cuál será la paz perfecta? Es necesario que este ser corruptible se revista de incorruptibilidad, y que esto mortal se revista de inmortalidad; entonces se cumplirá lo que está escrito: la muerte ha sido anulada en la victoria; ¿dónde está, muerte, tu aguijón? ¿Dónde está, muerte, tu vehemencia?23 Porque donde aún impera la mortalidad, ¿cómo va a haber una paz total? Efectivamente, de la muerte nos viene el cansancio que hallamos en todos nuestros refrigerios. Proviene de la muerte, porque llevamos un cuerpo mortal, del que dice el Apóstol que está muerto antes de la separación del alma. Así dice: El cuerpo, por cierto, está muerto a causa del pecado24. Por lo tanto, si prolongas mucho tiempo aquello con que te alivias, llegas a morir. Estate mucho tiempo comiendo: eso mismo te matará; estate mucho tiempo ayunando: morirás. Si estás siempre sentado, sin levantarte, te causará la muerte; ponte a caminar, sin descansar nunca, y terminarás muriendo; si estás en vela, sin dormir nunca: te caerás muerto. Si te pones a dormir, sin estar nunca en vela, también morirás. Pero cuando la muerte sea anulada en la victoria, esto no sucederá; habrá una paz total y eterna. Viviremos en aquella ciudad: cuando de ella me pongo a hablar, no quiero terminar nunca, y máxime cuando se acrecientan los escándalos. ¿Quién no va a desear aquella ciudad, donde el amigo no se ausenta, donde no entra el enemigo, ni hay tentador alguno, ni existe ningún revolucionario, ni alborotador, que cause divisiones en el pueblo de Dios; ni nadie que atormente a la Iglesia, haciendo un oficio diabólico; cuando el mismo príncipe de los demonios sea arrojado al fuego eterno, y con él todos sus seguidores, sin poder salir de allí jamás? Habrá, por tanto una paz auténtica entre los hijos de Dios, amándose mutuamente, viéndose llenos de Dios, cuando Dios será todo en todos25. Tendremos una común visión, Dios; nuestra común posesión será Dios; una paz común tendremos: Dios; todo lo que ahora se nos da, será sustituido por él mismo. Él será la absoluta y perfecta paz. De ella habla a su pueblo, y era ella la que deseaba oír el que dice: Prestaré atención a lo que me va a decir el Señor Dios en mi interior. Porque va a anunciar la paz a su pueblo, y a los santos, y a los que se convierten de corazón. Entonces, hermanos, ¿queréis que también sea vuestra esa paz de que habla Dios? Convertid a él vuestro corazón; no a mí, ni a aquél, ni a cualquier otro hombre. Todo hombre que quisiera dirigir a él los corazones de sus semejantes, caerá junto con ellos. ¿Qué será mejor: que caigas con aquel a quien te has convertido, o bien, que te mantengas en pie junto con quien te hayas convertido? Nuestro gozo, nuestra paz, nuestro descanso, el cese de todas nuestras molestias es Dios, sólo Dios. Dichosos los que dirigen al él su corazón.

11. [v.10]. Su salvación está ya cerca de los que le temen. Había entre los judíos quienes ya lo temían. Por todas partes se daba culto a los ídolos, y se temía al demonio, no a Dios; sin embargo entre los judíos se temía a Dios. ¿Y por qué era temido? En el Antiguo Testamento había temor de que fueran entregados a la cautividad, de que les quitase su tierra, de que el granizo les arruinase sus viñas, de que sus esposas fueran estériles, de que les privase de sus hijos. Estas promesas terrenales de Dios contenían a las almas, todavía pusilánimes, y por ellas se daba honra a Dios. No obstante estaba a su lado, aunque fuera honrado por estos motivos. El pagano era al diablo a quien le pedía la tierra; el judío se lo pedía a Dios; la petición era la misma, pero no se la hacían al mismo; el judío pedía lo mismo que el pagano, pero la diferencia está en que el judío se lo pedía al autor de todas las cosas. Por lo cual Dios, que estaba lejos de los gentiles, estaba cerca de ellos. Sin embargo, volvió su mirada tanto a los lejanos como a los cercanos, como dice el Apóstol: Y viniendo, anunció la paz a vosotros que estabais lejos, y paz a los que estaban cerca26. ¿De quiénes dice que estaban cerca? De los judíos, porque adoraban al único Dios. ¿Y a quiénes se refiere, al decir que estaban lejos? A los gentiles, que se habían alejado de su creador, y adoraban algo que ellos mismos habían fabricado. Nadie se halla lejos de Dios por el espacio o la región, sino por el afecto del corazón. ¿Amas a Dios? Estás cerca. ¿Le odias? Estás alejado. En el mismo lugar uno puede estar cerca o lejos de Dios. Pues bien, hermanos; era esto lo que tenía presente el profeta; y aunque contempló la universal misericordia de Dios sobre todos, vio, no obstante, algo especial y propio en el pueblo judío, y por eso dice: Efectivamente, voy a prestar atención a lo que va a decir en mi interior el Señor Dios; porque va a anunciar la paz a su pueblo. Pero su pueblo no será únicamente la nación Judía, sino que se formará congregado de todas las naciones; porque anunciará a todos sus santos, y a todos aquellos que se convierten a él de corazón, y los que se convertirán a él de corazón, proceden de todo el orbe de la tierra. Ciertamente su salvación esta ya cerca de los que le temen, para que la gloria habite en nuestra tierra; es decir, para que goce de la mayor gloria la tierra en que nació el profeta, porque ahí comenzó a ser anunciado Cristo. De allí fueron enviados primeramente los apóstoles, y a ellos fueron enviados antes que a otras gentes. De allí son los profetas; allí se edificó primeramente el templo; allí se ofrecían sacrificios a Dios; allí vino él mismo, que era de la estirpe de Abrahán; allí se manifestó y apareció Cristo; pues de allí era también la Virgen María, que engendró a Cristo; por allí caminó a pie, y allí obró maravillas; en fin, tanto honor le tributó a aquel pueblo, que, al retenerle en su camino una mujer cananea, pidiéndole la salud para su hija, le contestó: Yo he sido sólo enviado a las ovejas que han perecido de la casa de Israel27. En vista de esto, dice el profeta: Ciertamente su salvación está ya cerca de los que le temen; para que la gloria se establezca en nuestra tierra.

12. [v.11]. La misericordia y la verdad corrieron a encontrarse. La verdad en nuestra tierra, en la persona de los judíos, y la misericordia en tierra de los gentiles. ¿Dónde, pues, estaba la verdad? Donde estaba la palabra de Dios. ¿Y dónde la misericordia? Entre aquellos que habían abandonado a su Dios, y se dirigieron a los demonios. ¿Acaso a éstos los despreció? No, al contrario; es como si dijera: llama a estos fugitivos que se han apartado lejos de mí; llámalos para que me encuentren a mí, que los estoy buscando, porque ellos no quisieron buscarme. Luego la misericordia y la verdad corrieron mutuamente a su encuentro; la justicia y la paz se besaron. Practica la justicia y tendrás paz; y así la justicia y la paz se besarán. Porque si no amas la justicia, no tendrás paz; estas dos virtudes, la paz y la justicia, se aman mutuamente y se besan, de forma que quien obra la justicia se encuentre con la paz que besa la justicia. Las dos son amigas. Tú, tal vez, quieres a una y a la otra no la pones en práctica. Nadie hay que no desee estar en paz, pero no todos quieren practicar la justicia. Pregúntale a cualquiera: — ¿Quieres la paz? Y unánimes te responderán todos: Sí, la deseo, la quiero, suspiro por ella, la amo. Ama también la justicia, porque las dos son amigas entre sí; y si no amas a la amiga de la paz, la misma paz no te amará, y no vendrá a tu encuentro. ¿Qué tiene de extraordinario desear la paz? Cualquiera, por malo que sea, desea la paz. Es, sin duda, algo muy bueno la paz; Pero tú debes practicar la justicia, ya que la paz y la justicia se besan, no están en discordia. Y tú, ¿por qué no estás de acuerdo con la justicia? Por ejemplo, te dice la justicia: no robes, y tú no le haces caso; no cometas adulterio, y te haces el sordo; no hagas a otro lo que tú no quieres que te hagan; no comentes de otros lo que no quieres que comenten de ti. Te dice la paz: eres enemigo de mi amiga; ¿Por qué me buscas? Yo soy amiga de la justicia, y si encuentro a alguien que es enemigo de mi amiga, no me acercaré a él. ¿Quieres encontrarte con la paz? Practica la justicia. Por eso te dice otro salmo: Apártate del mal y haz el bien. (Esto es amar la justicia); y cuando ya te hayas apartado del mal y hagas el bien, busca la paz y corre tras ella28. Ya no andarás mucho tiempo buscándola, porque ella misma saldrá a tu encuentro para besar la justicia.

13. [v.12]. La verdad ha brotado de la tierra, y la justicia ha mirado desde el cielo. La verdad ha brotado de la tierra: es Cristo que ha nacido de una mujer. La verdad brota de la tierra: el Hijo de Dios ha nacido de la carne. ¿Qué es la verdad? El Hijo de Dios. ¿Qué es la tierra? La carne. Pregunta a ver de dónde nació Cristo, y verás que la verdad nació de la tierra. Pero esta verdad, nacida de la tierra ya existía antes que ella. Incluso, gracias a la verdad, vinieron a la existencia el cielo y la tierra. Pero para que justicia nos mirase desde el cielo, es decir, para que recibieran los hombres la justificación por la gracia divina, al verdad nació de María Virgen, y así pudiera ofrecer el sacrificio por los que habían de ser justificados, el sacrificio de su pasión, el sacrificio de la cruz. ¿Y cómo podría ofrecer el sacrificio por nuestros pecados, sino con su muerte? ¿Y cómo habría podido morir, si no hubiera tomado de nosotros la posibilidad de la muerte? Es decir, si Cristo no hubiera tomado de nosotros la carne mortal, no habría podido morir, porque el Verbo es inmortal, como inmortal es la divinidad; no muere el poder ni la Sabiduría de Dios. ¿Y cómo habría podido ofrecer el sacrificio, como víctima por nuestra salvación, si no hubiera muerto? Y no habría muerto si no se hubiera revestido de carne. ¿Y cómo revestirse de carne si la verdad no hubiera brotado de la tierra? La verdad ha brotado de la tierra, y la justicia ha mirado desde el cielo.

14. Podemos dar otro sentido a estas palabras. La verdad ha brotado de la tierra, se podría interpretar así: del interior del hombre ha surgido la confesión. Tú eras un hombre pecador. Tú, ¡Oh tierra! que, cuando pecaste, tuviste que oír: Polvo eres, y al polvo volverás29, deja que salga de ti la verdad, para que la justicia mire desde el cielo. ¿Cómo nace de ti la verdad, si eres un pecador, si eres un malvado? Confiesa tus pecados, y de ti nacerá la verdad. Porque si eres malvado, y te confiesas justo, ¿Cómo va a brotar de ti la verdad? Pero si, aunque seas malvado te declaras malvado, la verdad brota de la tierra. Fíjate en aquel publicano, que oraba en el templo, lejos del fariseo, y que no se atrevía ni siquiera a levantar los ojos al cielo, sino que se golpeaba el pecho, diciendo: Ten piedad de mí, Señor, que soy un pecador. Ahora sí, la verdad ha brotado de la tierra, porque el hombre ha realizado la confesión de los pecados. ¿Y qué más sigue? Os aseguro que el publicano aquel descendió del templo justificado, más bien que el otro, el fariseo; porque todo el que se ensalza será humillado, y el que se humilla será ensalzado30. La verdad ha brotado de la tierra, en la confesión de los pecados; y la justicia ha mirado desde el cielo, para que el publicano descendiera justificado, más que el fariseo. Y para que sepáis que la verdad pertenece a la confesión de los pecados, dice Juan el evangelista: Si decimos que no tenemos pecado, nos engañamos a nosotros mismos, y la verdad no estás en nosotros. ¿Y de qué modo la verdad brota de la tierra, para que la justicia mire desde el cielo? Escucha al mismo S. Juan, que dice a continuación en su Carta: Si confesamos nuestros pecados, fiel y justo es Dios, que nos perdona nuestros pecados, y nos purifica de toda maldad31. Así pues, la verdad ha brotado de la tierra, y la justicia miró desde el cielo. ¿Qué justicia es la que miró desde el cielo? La de Dios: es como si él dijera: Perdonemos a este hombre, que no se ha perdonado a sí mismo; excusémoslo, ya que él no se ha excusado; se ha convertido para castigar su pecado; voy a volverme yo a él para liberarlo. La verdad brota de la tierra, y la justicia mira desde el cielo.

15. [v.13]. El Señor nos dará su dulzura, y nuestra tierra dará su fruto. Nos queda sólo un versículo. Os pido que no aparezca el cansancio en lo que os voy a decir. Poned atención, hermanos míos a una cosa muy necesaria; atención; entendedla bien, grabadla y llevadla con vosotros, y que la siembra divina no quede infecunda en vuestros corazones. La verdad, dice, ha brotado de la tierra, (y se refiere a la confesión de los pecados que ha surgido del hombre), y la justicia miró desde el cielo; es decir, a aquel que ha reconocido sus pecados, Dios le ha concedido la justificación, a fin de que el impío reconozca que no podría haberse convertido en justo, si no lo hubiera hecho el mismo a quien confesó sus pecados, y creyó que justifica al impío32. Tú puedes tener pecados; pero no tendrás buen fruto si no te lo concede aquel a quien se los confiesas. Por eso, después de haber dicho: La verdad ha brotado de la tierra, y la justicia miró desde el cielo; como si alguien lo preguntase: ¿Qué significa lo que has dicho: La justicia miró desde el cielo? Añade: El Señor nos dará su dulzura, y nuestra tierra dará su fruto. Examinémonos, pues, a nosotros mismos; y si lo que encontramos sólo son pecados, odiemos el pecado, y busquemos con vivo deseo la justicia. Cuando odiemos el pecado, ya habremos comenzado a parecernos a Dios, pues odiamos lo mismo que odia Dios. Y si además le confesamos a Dios nuestros pecados, cuando los placeres ilícitos te arrastren a lo que te perjudica, entonces gime ante Dios; y confesándole tus pecados, merecerás que él te dé el deleite y la dulzura de la justicia operativa a ti, a quien antes te seducía la maldad. Y tú que primero te gozabas en la embriaguez, ahora lo hagas en la sobriedad; y si antes te alegrabas en el hurto, quitando al hombre lo que no tenías, ahora busques dar al prójimo que carece de algo, lo que tú sí tenías, y el gusto por el robo, lo sustituyas por el gusto de dar. Y asimismo, a quien deleitaban los espectáculos teatrales, le deleite la oración; y en lugar de los cánticos frívolos y lascivos, le recite himnos a Dios; y quien iba corriendo al teatro, ahora vaya apresurado a la iglesia. ¿De dónde surgió ese gusto, sino de que el Señor nos dará su dulzura, y nuestra tierra dará su fruto? Fijaos en lo que os estoy diciendo: yo os he anunciado la palabra de Dios; os he esparcido la semilla sobre vuestros corazones bien dispuestos, habiendo encontrado vuestros corazones como surcados por el arado de la confesión. Con atención y devoción recibisteis la semilla; reflexionad sobre la palabra que habéis oído, no sea que las aves del cielo os coman la semilla. Sed como tierra arada y trillada, para que pueda germinar allí lo que se sembró. Pero si Dios no envía la lluvia, ¿de qué sirve el haber sembrado? Este es el sentido de lo que se preguntaba: El Señor nos dará su dulzura [la lluvia], y nuestra tierra dará su fruto. Que venga, sí, el Señor, a visitar vuestro corazón: En vuestro descanso, en el trabajo, en casa, en el lecho, en vuestras comidas, en vuestras conversaciones, en los paseos, en todos los lugares donde yo no voy a estar. Que venga la lluvia de Dios y produzca sus frutos lo que allí se sembró. Y allí donde yo no esté, sea porque descanse confiado, o porque me dedique a otras ocupaciones, dé Dios el incremento a las semillas que he sembrado, para que, viendo después vuestra buena conducta, me alegre del fruto. Porque el Señor nos dará su dulzura, y nuestra tierra dará su fruto.

16. [v.14]. Delante de él irá la justicia, y en el camino pondrá sus pasos. La justicia de la que aquí se habla es la confesión de los pecados: es la verdad misma. Tú debes ser justo contigo, incluso castigándote; pues la primera justicia del hombre consiste en castigarte a ti mismo, por ser malo, y así Dios te hará bueno. Y esta primera justicia del hombre le abre el camino a Dios, para que venga a ti. Ábrele el camino por la confesión de tus pecados. Así actuaba San Juan, cuando bautizaba con el agua de la penitencia, y quería que vinieran a él los arrepentidos de sus acciones pasadas, y les decía: Preparad el camino al Señor, haced rectos sus senderos33. Si tú, hombre, te complacías en tus pecados, que ahora te desagrade eso que eras, para que puedas ser lo que no eras. Preparad el camino al Señor; que preceda esta justicia, por el reconocimiento de tus pecados; vendrá él a visitarte, puesto que pondrá en el camino sus pasos; ya tiene dónde poner sus pies, y por dónde puede acercarse a ti. En cambio, antes de confesar tus pecados, el camino estaba obstruido a Dios para llegar a ti. No tenía senda para acercarse. Confiesa tu vida, y abrirás la vía, y a ti vendrá Cristo, pondrá sus pasos en el camino; y así te instruirá para que sigas sus huellas.