SALMO 81

Traductor: P. Miguel Fuertes Lanero, OSA

Entre los años 414 y 416

1. [v.1]. Salmo para el mismo Asaf. El título asignado a este salmo, o bien indica, como otros que llevan la misma inscripción, el nombre del autor que lo escribió, o bien declara el significado del mismo nombre, de modo que su conocimiento tiene como fin la sinagoga, que es lo que significa la palabra Asaf; y sobre todo porque esto es lo que recomienda el primer versículo del salmo. Pues así comienza: Dios ha estado en la sinagoga de los dioses. No pensemos que se trata de los dioses de los gentiles, de los ídolos, o de alguna criatura celeste o terrestre que no sea un hombre; ya que poco después de este versículo, el mismo salmista declara a qué dioses se refiere, y en qué asamblea se halla Dios cuando dice: Yo he dicho: vosotros sois Dioses, e hijos del Altísimo todos. Sin embargo, vosotros, como hombres, moriréis, y caeréis como cualquier príncipe. Luego Dios se puso en la sinagoga o asamblea de los hijos del Altísimo, de los que el mismo Altísimo dice por boca de Isaías: Yo he engendrado hijos y los he enaltecido: pero ellos me han despreciado1. Por sinagoga entendemos el pueblo de Israel, porque así suele llamarse propiamente, aunque también se llame Iglesia. Los Apóstoles nunca llamaron a nuestro pueblo o asamblea ?sinagoga?, sino siempre Iglesia; ya fuera para distinguirla, ya porque haya alguna diferencia entre ?congregación?, de donde tomó el nombre la sinagoga; y ?convocación? de donde lo tomó la Iglesia. Congregar suele aplicarse a los animales, y por tanto suele aplicarse a lo que más conviene congregar, esto es, a los rebaños; y convocar se emplea más entre los seres racionales, entre los hombres. De aquí que en otro salmo se canta en la persona de Asaf: Yo era como un animal ante ti, y yo siempre estaré contigo2. Esto se decía cuando, aunque apareciese como entregado a un solo Dios, trataba de obtener de él como bienes supremos las cosas temporales y terrenas. Vemos, no obstante, que son llamados hijos no por la gracia propia del Nuevo Testamento, sino por la que se acomodaba al Antiguo. De hecho, por esta gracia eligió a Abrahán, de cuya carne formó a un gran pueblo, y por ella amó también a Jacob, no habiendo aún nacido, y odió a Esaú3; por ella sacó al pueblo de entre los egipcios, y después de expulsar a los gentiles, lo introdujo en la Tierra prometida. Si ella no fuera gracia, poco después en el Evangelio no se diría de nosotros, a quienes se dio la potestad de ser hijos de Dios, para conseguir un reino no terreno, sino el reino de los cielos, que habíamos recibido una gracia sobre otra gracia4, es decir, las promesas del Nuevo Testamento sustituyendo a las del Antiguo. Queda así aclarado, según creo, en qué sinagoga o asamblea de dioses estuvo Dios.

2. Y ahora debemos investigar si fue el Padre, el Hijo, o bien el Espíritu Santo, o fue la misma Trinidad quien asistió a la sinagoga de los dioses; y en medio de ellos ha juzgado. Porque cada Persona de por sí es Dios, y la misma Trinidad es un solo Dios. No es esto, por cierto, fácil de dilucidar; porque Dios está presente en todas las cosas creadas, con una presencia no corporal, sino espiritual, como conviene a su sustancia, y de un modo admirable y apenas inteligible por pocos, y del cual se dice en un salmo: Si subo al cielo, allí estás tú; si desciendo al abismo, tú estás presente5. De donde se deduce con razón que Dios se halla de un modo invisible en la congregación de los hombres, dado que él llena el cielo y la tierra, lo cual manifiesta de sí mismo por el profeta Jeremías6. Y no sólo esto lo conocemos por revelación, sino conforme a la capacidad de la mente humana, se llega a descubrir de algún modo que se halla presente en todas las cosas por él creadas, si, a su vez, el hombre está presente a su lado y lo escucha, y se alegra de oír su íntima voz7. Sin embargo, según mi opinión, este salmo pretende insinuarnos algo más: lo sucedido desde un momento histórico, para que Dios estuviera presente en la sinagoga de los dioses. Porque aquella presencia, por la que llena cielo y tierra, ni pertenece propiamente a la sinagoga, ni cambia con el tiempo. En consecuencia, el Dios que asistió a la sinagoga de los dioses, es el que dijo de sí mismo: No he sido enviado sino a las ovejas que perecieron de la casa de Israel8. Y se dice también el motivo de su presencia en la sinagoga: En medio, pero para juzgar a los dioses. Reconozco, pues, que Dios ha estado en la sinagoga de los dioses, de aquellos cuyos padres son los antecesores de los que Cristo descendió según la carne. Para que estuviera Dios en medio de la sinagoga de los dioses, procedió de ellos según la carne. Pero este Dios ¿Qué es? No es como aquellos que había en la sinagoga donde él se halló, sino conforme a lo que dice el Apóstol: el que está por encima de todas las cosas, Dios bendito por los siglos9. Reconozco, sí, que se halló allí; reconozco que estuvo en medio el Dios esposo, de quien dijo un cierto amigo: En medio de vosotros se halla uno a quien no conocéis10; y de estos últimos dice el salmo un poco más adelante: Ellos, ignorantes e insensatos, caminan a oscuras; lo cual atestigua también el Apóstol diciendo: Porque la ceguera parcial que le sobrevino a Israel, durará hasta que entre la plenitud de los gentiles11. De hecho, hallándose en medio, los suyos no lo veían como Dios, como él quería ser visto, según lo que él mismo decía: El que me ve a mí, ve también al Padre12. Él hace un discernimiento de los dioses, pero no en virtud de sus méritos, sino por su gracia, pues de la misma hornada y de la misma masa, a unos los hace vasos para usos nobles, y a otros para usos viles13. ¿Quién es el que juzga? ¿Qué tienes que no hayas recibido? Y si lo has recibido, ¿Por qué te glorías, como si no lo hubieras recibido?14

3. [vv.2-3]. Oye la voz del Dios que discierne, y oye también la voz del Señor que separa la llama del fuego15: ¿Hasta cuándo juzgaréis injustamente, y os dejaréis engañar por los pecadores? Como dice en otro lugar: ¿Hasta cuándo seréis duros de corazón?16 ¿Quizá hasta la venida del que es la luz del corazón? Os he dado la ley; y os opusisteis obstinadamente a ella. Os he enviado profetas; los llenasteis de improperios, los matasteis, o tolerasteis a los perpetraban estos delitos. Pero como es indigno el hablar a los que mataron a los siervos de Dios enviados a ellos, vosotros, que callasteis cuando se ejecutaban estos crímenes, es decir, que quisisteis imitar, como si fuerais inocentes, a los que callaron entonces, ¿hasta cuándo juzgaréis injustamente, y os haréis cómplices de los pecadores? ¿Es que acaso, también ahora, cuando venga el heredero, hay que matarlo? ¿No quiso estar por vosotros sin padre, como si fuera huérfano? ¿Acaso no pasó hambre y sed por vosotros, como un indigente? ¿No os exhortó, diciendo: aprended de mí, que soy manso y humilde de corazón?17 ¿No se hizo pobre, siendo rico, para enriqueceros con su pobreza?18 Haced justicia al huérfano y al necesitado; dad lo justo al humilde y al pobre. Tened como justo y proclamadlo como justo al que por vosotros es humilde y pobre, no a los que por sí mismos son ricos y soberbios.

4. [v.4]. Lo envidiarán y de ningún modo le perdonarán. Dirán: Este es el heredero; venid, matémosle y quedémonos con su herencia19. Salvad, pues, al pobre, y librad al necesitado de las manos del pecador. Esto se dijo para que se supiera que en el pueblo en que nació y murió Cristo, no fueron inmunes de culpa en tan enorme crimen aquellos que, aun siendo tantos que, como dice el Evangelio, les tuvieron temor los judíos, y por eso mismo no se atrevieron a echarle mano a Cristo20, y después, haciendo la vista gorda, consintieron que fuera asesinado por los malvados y envidiosos jefes de los judíos. Si ellos hubieran querido, siempre habrían sido temidos, de manera que jamás hubiera prevalecido la perfidia de los criminales contra él. De ellos ya se dice también en el profeta Isaías: Eran perros mudos que no supieron ladrar21; y un poco más adelante también se dice de ellos: Mirad cómo perece el justo, y nadie se preocupa22. Llegó a la perdición por el hecho de que estaba en poder de los que querían perderlo. Pues, ¿cómo pudo perecer muriendo aquel que de este modo buscaba más bien lo que estaba perdido? En una palabra, si son éstos con razón inculpados, y justamente acusados de que con su silencio permitieron que se cometiera tamaño crimen, ¿cómo habrán de ser censurados, mejor dicho, con qué severidad no habrán de ser condenados los que lo tramaron, y con toda crueldad lo perpetraron?

5. [v.5]. Sin embargo, a todos ellos se adaptan perfectamente las siguientes palabras: Ellos, ignorantes y necios, caminan en tinieblas. Puesto que si lo hubieran conocido, nunca habrían crucificado al rey de la gloria23; y si los otros lo hubieran sabido, jamás habrían consentido en la petición de libertad a Barrabás, y la condena de Cristo a la crucifixión. Pero, como ya hemos citado más arriba, les sobrevino en parte a Israel una ceguera hasta que entrase la totalidad de los gentiles, por esta misma ceguera del pueblo, Cristo fue crucificado, y se conmoverán todos los fundamentos de la tierra. De este modo se conmovieron y se conmoverán hasta que entre la plenitud predestinada de los gentiles. Porque en la muerte del Señor la tierra tembló y las peñas se quebraron24. Si por fundamentos de la tierra entendemos los que son felices por la abundancia de bienes temporales, con razón se dijo que serían conmovidos: teniendo en cuenta que quedarán estupefactos al considerar que es amada y apreciada en extremo la humildad, la pobreza y la muerte de Cristo, considerada por ellos como una inmensa infamia y miseria; o también porque ellos mismos, menospreciando la felicidad de este mundo, han amado, siguiéndola y practicándola, aquella gran miseria de Cristo. De este modo se conmovieron todos los fundamentos de la tierra: admirándose unos, y cambiando los otros su actitud. Con razón llamamos fundamentos del cielo a los santos y fieles, sobre los cuales se edifica el reino de los cielos, y a ellos les llama la Escritura Piedras vivas25, cuyo primero y principal fundamento es el mismo Cristo, nacido de la Virgen, del cual dice el Apóstol: Nadie puede poner otro fundamento fuera del que ya está puesto, que es Cristo Jesús26. Y después están los mismos Apóstoles y los Profetas, por cuya autoridad nosotros elegimos un lugar en el cielo, y siguiendo dicha autoridad, seamos parte de su edificación con ellos. Por eso dice el Apóstol a los efesios: Ya no sois extranjeros ni peregrinos, sino conciudadanos y domésticos de la casa de Dios, edificados sobre el fundamento de los apóstoles y profetas, siendo la piedra angular el mismo Cristo Jesús. Por obra suya la construcción se va levantando compacta, hasta formar el templo santo del Señor27. Por eso, no sin razón los fundamentos de la tierra se les llama a los que suscitan envidia por su abundante felicidad y potencia terrena, por considerarla poderosa y prepotente, y cuya autoridad les arrastra al deseo de los bienes de esta clase, y al conseguirlos, son edificados éstos sobre los otros, como tierra sobre tierra. Algo así como en el edificio espiritual se eleva cielo sobre cielo. Al pecador, por cierto, se le dijo: Tierra eres, y a la tierra volverás28; y también: Los cielos proclaman la gloria de Dios, cuando a toda la tierra alcanza su pregón, y hasta los confines del orbe sus palabras29.

6. [vv.6-7]. El reino de la terrena felicidad es la soberbia; contra la cual se presentó la humildad de Cristo, reprochando a los que quiere hacer hijos del Altísimo por la humildad, e increpándoles así: Yo dije: sois dioses, e hijos del Altísimo todos. Pero moriréis como hombres, y caeréis como cualquiera de los príncipes. Puede ser que se haya dirigido a los predestinados a la vida eterna, diciéndoles: Yo dije: sois dioses, e hijos del Altísimo todos; y dirigiéndose a los demás, les dijera: Pero vosotros moriréis, como hombres, y caeréis como cualquiera de los príncipes, haciendo así también distinción entre los dioses. O puede, quizá, también increpar a todos, discerniendo a los obedientes y corregidos, cuando se expresa así: Yo dije: sois dioses e hijos del Altísimo todos, es decir, yo os he prometido a todos la felicidad celestial; pero vosotros, por la debilidad de la carne, moriréis como hombres, y por el orgullo del espíritu, como cualquiera de los príncipes, es decir, como el diablo, no seréis ensalzados, sino que caeréis. Algo así como si les dijera: siendo tan pocos los días de vuestra vida, que, como hombres, vais a morir pronto, no vais a ser capaces de corregiros; sino que, como el diablo, cuyos días son muchos en este mundo, puesto que no muere corporalmente, os ensoberbecéis para caer. Precisamente por la diabólica soberbia sucedió que los ciegos y perversos príncipes de los judíos mirasen con malos ojos la gloria de Cristo. Por este vicio aconteció, y acontece que la humildad de Cristo crucificado, que llegó hasta la muerte, fue envilecida por aquellos que aman la excelencia de este siglo.

7. [v.8]. Por tanto, a fin de remediar este vicio, dice personalmente el mismo profeta: ¡Levántate, oh Dios, y juzga la tierra! La tierra se enorgulleció al crucificarte; levántate de entre los muertos y juzga la tierra. Porque tú causarás la ruina en todas las naciones. ¿Dónde, sino en la tierra? Es decir, a los que viven según la carne, ya sea arrancando de los creyentes las ambiciones terrenas, y eliminando su soberbia, o sea separando de ellos a los incrédulos, como a tierra que hay que destruir y aniquilar. Y así mediante aquellos miembros suyos, cuya vida está en el cielo, es como juzga él la tierra, y causa la ruina en todas las naciones. No debemos pasar por alto lo que se lee en algunos códices: Porque tú heredarás en todas las naciones. Esta versión se puede aceptar sin inconvenientes, y no hay contradicción entre una y la otra. Pues la heredad de Dios se consigue por la caridad, que perfeccionada misericordiosamente con sus preceptos y su gracia, destruye la codicia terrena.