SALMO 78

Traductor: P. Miguel Fuertes Lanero, OSA

Sermón al pueblo

Entre los años 414 y 416

1. [v.1]. No creo que debamos detenernos en el título, tan breve y sencillo de este salmo. La profecía anunciada que aquí leemos, sabemos sin duda que se ha cumplido. Pero cuando se cantaban estos hechos en tiempos del rey David, nada de ello había sucedido todavía a la ciudad de Jerusalén, por parte de la animosidad de los gentiles, ni tampoco al templo de Dios, puesto que aún no había sido edificado. ¿Quién ignora que fue Salomón quien edificó a Dios el templo, después de la muerte de David? Se narra, pues, como pretérito lo que en espíritu se veía como futuro: Oh Dios, los gentiles han entrado en tu heredad. Con esta forma habitual de hablar se profetizó también aquello de la pasión del Señor: Me dieron hiel por comida, y para mi sed me dieron a beber vinagre1, y otras cosas que en el mismo salmo eran futuras, y se narran como ya sucedidas. Y no hay que extrañarnos de que se digan estas cosas a Dios, ya que no se le narran a alguien que las desconoce, cuando en realidad es por su revelación como se conocen de antemano. En realidad es el alma que le habla a Dios con piadoso afecto, conocido ya por Dios. Cuando los ángeles anuncian algo a los hombres, lo hacen a quienes lo ignoran; pero lo que le manifiestan a Dios, se lo hacen a quien ya lo sabe, como cuando, por ejemplo, le presentan nuestras oraciones, y cuando de modo inefable consultan a la eterna verdad sobre sus actos. Y también, en el salmo, este hombre de Dios le dice a Dios lo que de Dios aprendió, como el discípulo que habla a su maestro no como si no supiera, sino para que juzgue, y así dará su aprobación a lo que enseñó, o desaprobará lo que no enseñó; sobre todo teniendo en cuenta que el profeta personifica en sí, como un orante, a los que vendrán cuando sucedan estas cosas. También suelen manifestar a Dios los profetas en su discurso lo que va a hacer castigando, y añadir una petición de misericordia y perdón. Así es como en este salmo de dicen las cosas por quienes las predicen, como dirigiéndose a quienes ya les acontecieron; este lamento y súplica son también profecía.

2. Oh Dios, los gentiles han entrado en tu heredad; han profanado tu santo templo, han reducido Jerusalén a chozas de manzanar; echaron los cadáveres de tus siervos en pasto a las aves del cielo, y las carnes de tus santos a las bestias de la tierra. Derramaron su sangre como agua en torno a Jerusalén, y nadie la enterraba. Si alguno de los nuestros piensa que en esta profecía se hace alusión a la destrucción de Jerusalén llevada a cabo por el emperador Tito, cuando ya nuestro Señor Jesucristo, después de su resurrección y ascensión a los cielos, era predicado entre los gentiles, no veo cómo podrá llamar heredad de Dios a aquel pueblo, que no tenía a Cristo, a quien había reprobado y matado, convirtiéndose a sí mismo en réprobo, ya que ni siquiera después de la resurrección quiso creer en él. Y para colmo dio muerte a los que fueron sus testigos, los mártires. Cierto que todos los miembros de este pueblo de Israel que creyeron en Cristo, a quienes se hizo la presentación de Cristo, y en cierto modo la dádiva saludable y fructuosa de la promesa; y de ellos el mismo Señor dice: Yo sólo he sido enviado a las ovejas descarriadas de la casa de Israel2; éstos son de entre ellos, los hijos de la promesa, y son contados como descendencia3, y pertenecen a la herencia de Dios. De este pueblo es José, el hombre justo y la Virgen María, que dio a luz a Cristo4, de aquí proviene Juan Bautista, el amigo del esposo, y sus padres, Zacarías e Isabel5. De él son el anciano Simeón y la viuda Ana, que oyeron a Cristo, aunque no hablaba todavía corporalmente, como infante que era, pero lo reconocieron guiados por el Espíritu6; de aquí eran los santos Apóstoles; de aquí Natanael, en quien no había doblez7; de él es José de Arimatea, que esperaba también el reino de Dios8; de él es aquella multitud que acompañaba a Jesús montado en el borrico y cantaban: Bendito el que viene en nombre del Señor9, a la que pertenecía el grupo de niños, en los cuales se dice que se cumplieron aquellas palabras: de la boca de los niños y de los lactantes has hecho una perfecta alabanza10. Asimismo de este pueblo son aquellos que, después de la resurrección, fueron bautizados en un día tres mil y en otro cinco mil11, y que el fuego de la caridad los fundió en un solo corazón y en una sola alma; y nadie de ellos llamaba propia a cosa alguna, sino que todo lo tenían en común12; y de aquí eran también los santos diáconos, uno de los cuales, Esteban, fue coronado con el martirio antes que los Apóstoles13; a él pertenecían las muchas comunidades eclesiales de Judea que creían en Cristo, para quienes Pablo era corporalmente desconocido14, aunque sí lo era por su crueldad famosísima, y todavía lo fue más por la gracia que Cristo le dio en su gran misericordia. A él pertenecía el mismo Apóstol, según la anunciada profecía que a él se refería: Lobo rapaz, que por la mañana saquea, y por la tarde reparte los alimentos15; es decir, primero saqueará, persiguiendo a muerte, y después apacentará predicando la vida. Todos éstos, que pertenecían a aquel pueblo, eran heredad de Dios. Por eso el menor de los Apóstoles16 y doctor de los gentiles, dice: Pues bien, digo yo: ¿Acaso rechazó Dios a su pueblo? De ninguna manera. Porque yo también soy israelita, del linaje de Israel, de la tribu de Benjamín. No ha rechazado Dios a su pueblo, que tenía conocido de antemano. Este pueblo, que, proveniente de aquella gente judía, se incorporó a Cristo, es la heredad de Dios. Pues lo que dice el Apóstol: No rechazó Dios al pueblo suyo, que había conocido de antemano, corresponde a lo que dice aquel salmo: Porque el Señor no rechazará a su pueblo; y continúa el texto: Y no abandonará a su heredad17, donde aparece evidente que este pueblo es la heredad de Dios. Antes de afirmar esto el Apóstol, había antes conmemorado el oráculo profético sobre la futura incredulidad del pueblo de Israel: todo el día estuve tendiendo mis manos a un pueblo que no creía y contradecía18. Aquí muestra a qué pueblo se refiere; sin duda al primer pueblo, el del Antiguo Testamento, puesto que si Dios hubiera reprobado y condenado a todo el pueblo, no sería él, sin duda, apóstol de Jesucristo, siendo, como era, israelita de la estirpe de Abrahán, de la tribu de Benjamín. Cita todavía otro testimonio, muy oportuno, de Elías, cuando dice: ¿Pero no sabéis lo que dice la Escritura por boca del profeta Elías; cómo se dirige a Dios contra Israel? Señor, han matado a tus profetas, han derribado tus altares, y he quedado yo solo, y buscan quitarme la vida. Pero ¿cuál es la respuesta divina? Me he reservado siete mil hombres, que no han doblado sus rodillas ante Baal. De igual modo, pues, también en este tiempo se ha salvado un resto por elección de la gracia. Este resto, que pertenece a aquel pueblo, es heredad de Dios; pero no aquellos de los que poco después dice: En cuanto a los otros, han quedado ciegos. De hecho dice así: ¿Y entonces qué? Lo que buscaba Israel no lo consiguió; pero los elegidos sí lo consiguieron; en cambio los restantes quedaron ciegos19. Ahora bien, estos elegidos, este resto, este pueblo de Dios, no rechazado por él, se llama su heredad. Y aquel otro Israel que esto no lo consiguió, es decir, los que fueron cegados, no era ya la heredad de Dios, de la cual pudiera decirse después de la ascensión de Cristo a los cielos, en tiempo del emperador Tito: Oh Dios, las gentes han entrado en tu heredad, y lo demás que aparece en este salmo como profetizado sobre la destrucción de aquel pueblo, y la devastación de la ciudad y del templo.

3. Por tanto, o bien debemos entender que esto se refiere a otros enemigos, antes de la encarnación de Cristo, ya que entonces no había otra heredad de Dios, y había santos profetas, y tuvo lugar la deportación a Babilonia, en la que fue asolado duramente aquel pueblo20, o cuando los Macabeos, que padeciendo bajo Antíoco horribles torturas, fueron gloriosamente coronados21. En este salmo, efectivamente, se narran hechos que normalmente suceden en las guerras sangrientas; o bien, si la heredad de Dios aquí conmemorada, debemos entenderla como la comunidad posterior a la resurrección y ascensión del Señor, en tal caso las torturas aquí aludidas han de referirse a los innumerables sufrimientos padecidos por la Iglesia en tantos de sus mártires, de parte de los idólatras y de los enemigos del nombre de Cristo. Pues aunque Asaf signifique ?sinagoga?, que es ?asamblea?, y este nombre se suela aplicar comúnmente al pueblo judío, no obstante, a nuestra Iglesia cristiana también se la puede llamar asamblea; y también el antiguo pueblo judío recibe el nombre de ?iglesia?, como ya hemos expuesto claramente en otros salmos22. Así pues, esta Iglesia, esta heredad de Dios ha sido congregada por la fusión de aquella de la circuncisión y la del prepucio, es decir, del pueblo de Israel y de las demás naciones, por obra de la piedra que desecharon los constructores, y que vino a ser la piedra angular23, en cuyo ángulo se juntaron las dos paredes que venían de distinto origen. Porque ella es nuestra paz, ella hizo de dos realidades una sola, para hacer en sí misma de los dos un solo hombre nuevo, haciendo las paces, y para reunir a ambos en un solo cuerpo unido a Dios24; en este cuerpo somos hijos de Dios y clamamos: Abba, Padre25; ?Abba? hablando en su lengua; y ?Padre? en la nuestra, ya que las dos tienen el mismo significado. Por eso el Señor, que había dicho: No he sido enviado sino a las ovejas perdidas de la casa de Israel26; y dando a entender que, con su presencia, mantenía la promesa hecha a aquel pueblo, dice no obstante en otro lugar: tengo otras ovejas que no son de este redil; y es necesario que yo las traiga, para que haya un solo rebaño y un solo pastor27, manifestando así a los gentiles que había de reunir, no con su presencia corporal, para que fuera verdadero lo que dijo: No he sido enviado más que a las ovejas descarriadas de la casa de Israel, y esto sería por obra de su Evangelio, que habían de propagar los pies hermosos de los que anuncian la paz, de los que anuncian el bien28. Pues a toda la tierra llega su pregón, y hasta los límites del orbe sus palabras29. De ahí que también dice el Apóstol: Afirmo que Jesucristo fue ministro de la circuncisión para manifestar la verdad de Dios, para confirmar las promesas hechas a los Padres. Esto quiere decir: No he sido enviado sino a las ovejas descarriadas de la casa de Israel. Y a continuación añade el Apóstol: Y en cuanto a los gentiles, por la misericordia glorifican a Dios; queriendo afirmar esto: Tengo otras ovejas que no son de este redil, y yo las debo traer, para que haya un solo rebaño y un solo pastor. Ambas sentencias están dichas brevemente en el texto que el mismo Apóstol cita del profeta: alegraos, gentes, juntamente con su pueblo30. Por lo tanto, esta única grey, bajo un solo pastor, es la heredad de Dios, no sólo del Padre, sino también del hijo. Porque son voz del Hijo las siguientes palabras: Los cordeles de la suerte me han caído en un lote hermoso; me encanta mi heredad31; y asimismo la voz de su heredad se encuentra en el profeta cuando dice: Señor, Dios nuestro, toma posesión de nosotros32. Esta herencia no se la dejó el Padre al Hijo; sino que el mismo Hijo la adquirió de forma admirable con su muerte, y tomó posesión de ella con su resurrección.

4. Hemos, pues, de referir a esta heredad lo que se canta en la profecía de este salmo: Oh Dios, los gentiles han entrado en tu heredad, de modo que esta llegada de los gentiles la entendamos como venidos a la Iglesia, pero no creyendo, sino irrumpiendo en ella y persiguiéndola, es decir, con el deseo de destruirla y aniquilarla por completo, como lo demuestran tantos casos de persecución. Es así como hay que interpretar la frase que sigue: Han profanado tu santo templo, no refiriéndose a las obras de madera y a las piedras, sino a los hombres, de quienes como piedras vivas, dice el apóstol Pedro que está construida la casa de Dios33. También el apóstol Pablo dice claramente: El templo de Dios es santo, y ese templo sois vosotros34. Los perseguidores profanaron ciertamente este templo en aquellos que con terror y torturas los forzaban a renegar de Cristo, instigándoles con furiosa vehemencia a que dieran culto a los ídolos. Muchos de ellos se convirtieron y renovaron por la penitencia, que los purificó de estas sus iniquidades. He aquí la voz de un arrepentido: Lávame del todo mi delito; y también: Crea en mí, ¡Oh Dios! un corazón puro, y renuévame por dentro con un espíritu recto35. Y en cuanto a la frase que sigue: Redujeron Jerusalén como a una cabaña de pomar, en la palabra ?Jerusalén? debemos entender la Iglesia, como dice el Apóstol: La Jerusalén libre es nuestra madre, de la que está escrito: regocíjate estéril, que no das a luz; prorrumpe en alabanzas, tú que no tienes partos; porque son muchos más los hijos de la abandonada, que los de la que tenía marido36. Y la frase antes citada sobre la reducción de Jerusalén a una choza de pomar, debemos entenderla, según mi opinión, referida al estrago que ocasionó la multitud de las persecuciones, es decir, que Jerusalén quedó reducida a una choza de fruteros, que se abandona cuando la fruta se termina. Efectivamente, cuando por las persecuciones de los gentiles, parece que la Iglesia quedó abandonada, se ofrecieron los espíritus de los mártires como frutos deliciosos y abundantes del huerto del Señor en la mesa celestial.

5. [v.2]. Echaron, dice el salmo, los cadáveres de tus siervos como pasto a las aves del cielo, y las carnes de tus santos a las bestias de la tierra. El término cadáveres equivale al de carnes, como el de siervos equivale al de santos. La única diferencia es la de las aves del cielo y la de las bestias de la tierra. Pero indudablemente el término ?morticina? (cadáveres) está mejor utilizado aquí, que el término ?mortalia? (mortales), usado por algunos. Porque el primero se refiere a los cuerpos ya muertos, mientras que el segundo (los mortales) puede que estén todavía vivos. Cuando dije yo que se ofrecieron al Agricultor los espíritus de los mártires como frutos, y el salmo dice que sus cadáveres fueron echados a las aves del cielo, y sus carnes a las bestias de la tierra, no ha de entenderse como si alguno de ellos hubiera de desaparecer en la resurrección, sin ser reintegrado totalmente de los ocultísimos abismos de la naturaleza por aquel que tiene contados hasta los cabellos de nuestra cabeza37.

6. [v.3]. Derramaron su sangre como agua, es decir, abundante y vilmente, en torno a Jerusalén. Si por Jerusalén nos referimos aquí a la ciudad terrena, deberemos entender que a su alrededor fue derramada la sangre de aquellos a quienes los enemigos encontraron fuera de las murallas. Pero si por Jerusalén entendemos la ciudad de la que se dijo: Muchos más son los hijos de la abandonada que los de la que tiene marido, su alrededor es toda la tierra; puesto que a la sentencia profética: Muchos más son los hijos de la abandonada que los de la que tiene marido, poco después se le añade: Y el que te liberó a ti se llamará Dios de Israel en toda la redondez de la tierra38. El entorno, pues, de esta Jerusalén ha de entenderse en este salmo que se dilató hasta donde se extendió la misma Iglesia, fructificando y creciendo en todo el mundo, mientras por todos lados se iba ensañando la persecución, y tenía lugar la matanza de los mártires, y se derramaba su sangre como agua con inmensas ganancias de tesoros celestiales. En cuanto a lo que se añadió: Y no había quien la sepultase, nos muestra cómo no debe parecer increíble que en algunos lugares el terror fuera de tal magnitud que faltasen totalmente quienes dieran sepultura a los cuerpos de los santos, o también que en muchos lugares pudieron permanecer insepultos los cadáveres por un largo tiempo, hasta que algunas personas piadosas los hurtasen, digamos, para darles sepultura.

7. [v.4]. Hemos llegado a ser, dice el salmo, una afrenta para nuestros vecinos. De aquí que la muerte de los santos ha sido preciosa a los ojos de Dios39, no de los hombres, ya que para ellos era una afrenta. Irrisión y burla, o, como algunos traducen, mofa para los que están en nuestro entorno. Es una repetición de la frase anterior, ya que afrenta puede equivaler a irrisión y burla; y la expresión anterior: nuestros vecinos, equivale a los que están en nuestro entorno. Por lo tanto, si nos referimos a la Jerusalén terrena, los vecinos y los que están alrededor son los gentiles; pero si nos referimos a la Jerusalén libre, nuestra madre, los vecinos y los que están en su entorno son los enemigos de los que está rodeada la Iglesia por todo el mundo.

8. [v.5]. A continuación comienza claramente a recitar una plegaria para dar a entender que el recuerdo de la anterior desgracia no es una exposición, sino un lamento. Dice así: ¿Hasta cuándo, Señor, vas a estar siempre enojado? ¿Va a arder como fuego tu cólera? Pide claramente que Dios no prolongue su ira para siempre, es decir, que aquella grave angustia, tribulación y desolación no continúen hasta el fin, sino que suavice su castigo, según lo que se dice en otro salmo: Nos alimentarás con el pan de las lágrimas, y nos darás a beber lágrimas con medida40. El decir: ¿Hasta cuándo, Señor? ¿Vas a estar siempre enojado? Es como si dijera: — No te enojes, Señor, para siempre. Y en lo que sigue: ¿Va a arder como fuego tu cólera? Debe sobreentenderse hasta cuándo y para siempre, como si dijera: ¿Hasta cuándo arderá como fuego tu cólera para siempre? Pues aquí deben sobreentenderse estas dos expresiones, como más arriba, al decir una sola vez echaron los cadáveres como pasto a las aves del cielo, omite este verbo en la segunda frase, donde dice: y las carnes de tus santos a las bestias de la tierra; pero se sobreentiende fácilmente el término echaron. En cuanto a la ira y a la cólera (zelus) de Dios, no son alteraciones de Dios, como mantienen algunos que no comprenden las Escrituras; sino que bajo el nombre de ?ira? se entiende el castigo de la maldad; y bajo el nombre de ?cólera? o ?celo?, el reclamo de la pureza de costumbres, para que el alma no desprecie la ley de su Señor, ni perezca siendo infiel a su Dios. En los hombres estos sentimientos producen turbación y aflicción, pero en cuanto a Dios, son tranquilos, según lo que de él se dice: Pero tú, Señor de los ejércitos, juzgas con tranquilidad41. Pero en estas palabras queda suficientemente claro que estas tribulaciones son consecuencia de los pecados de los hombres, aunque sean fieles, por más que de aquí surja la gloria de los mártires por el don de la paciencia, conservando virtuosamente la conducta educativa en el castigo del Señor. Esto lo atestiguan los Macabeos en medio de crueles tormentos42; esto lo confirman los tres jóvenes en medio de las inofensivas llamas43, y esto lo refrendan los santos profetas en la cautividad. Aunque soportaron con gran piedad y fortaleza la corrección paterna, no omiten, sin embargo, que esto sucedía por causa de los pecados; de ellos es este clamor que aparece también en los salmos: Me castigó, me castigó el Señor, pero no me entregó a la muerte44. Pues castiga a todo hijo que recibe; ¿y qué hijo hay, a quien su padre no le imponga una disciplina?45

9. [v.6]. Lo que añade: derrama tu ira sobre los pueblos que no te conocen, y sobre los reinos que no han invocado tu nombre, es también una profecía, no un deseo. No se dicen estas cosas con un mal deseo, sino que se anuncian con espíritu profético. Así sucedió con Judas el traidor: se le profetizaron los males que le habían de sobrevenir por sus merecimientos, como si se tratase de un deseo. Ni tampocoel Profeta da órdenes a Cristo aunque le diga de modo imperativo: Cíñete al flanco tu espada, ¡oh valiente!, con tu aspecto y tu belleza, decídete, avanza victorioso, y reina46. Del mismo modo no es un deseo, sino una profecía la expresión del que dice: Desata tu ira contra las gentes que no te conocen. Y siguiendo su costumbre, repite diciendo: y contra los reinos que no han invocado tu nombre; de hecho se repiten los reinos en las gentes, y que no lo han conocido se repite en que no han invocado su nombre. ¿Cómo, entonces, habrá que entender lo que dice el Señor en el Evangelio: El siervo que no conoce la voluntad de su señor, y hace cosas dignas de castigo, recibirá pocos azotes; en cambio, el siervo que conoce la voluntad de su señor y comete actos dignos de castigo, recibirá muchos47, si la ira de Dios es mayor hacia las naciones que no conocieron al Señor? En realidad, con esta expresión: Desata tu ira queda bien claro que pretendió expresar una gran ira; de ahí que después dice: Págales siete veces más a nuestros vecinos. ¿O será que hay mucha diferencia entre los siervos que aun sin conocer la voluntad de su Señor, invocan, no obstante, su nombre, y los extraños a la familia de un tan grande Señor, que de tal modo desconocen a Dios, que ni siquiera lo invocan? Lo que sí hacen es invocar en su lugar a los ídolos, a los demonios, o a cualquier criatura, pero no al Creador que es bendito por los siglos. A quienes profetiza esto les declara ignorantes de su Señor, pero no de que a pesar de todo, le teman; sino que de tal manera ignoran al Señor, que no sólo no lo invocan, sino que, además, son enemigos de su nombre. Hay una gran diferencia entre los siervos que ignoran la voluntad de su señor, pero viven en su casa y en su familia, y los enemigos, que no sólo no quieren conocer a su Señor, sino que rehúsan invocar su nombre, y, además, golpean a sus siervos.

10. [v.7]. Así continúa: Han devorado a Jacob, y han devastado su morada. Jacob es imagen de la Iglesia, como Esaú lo es de la antigua sinagoga. Por eso se dijo: El mayor servirá al menor48. Bajo este nombre de morada puede entenderse aquella heredad de Dios de la que hablábamos, a la que persiguiendo se acercaron gentiles, invadiéndola y asolándola después de la resurrección y ascensión del Señor. Pero veamos cómo ha de interpretarse la morada de Jacob. Parecería que la interpretación más oportuna sería la de aquella ciudad en la que se hallaba el templo, adonde había ordenado el Señor que concurriese todo aquel pueblo a hacer sacrificios, a adorar y celebrar la Pascua. Porque si el profeta hubiera querido referirse a las comunidades cristianas, apresadas y maltratadas por los perseguidores, más bien debería haber dicho moradas devastadas, en lugar de morada, en singular. Pero podemos también aceptar que escribió el singular en lugar del plural, según la costumbre de hablar no sólo del vulgo, sino también de grandes maestros de la elocuencia, que, por ejemplo, dicen vestido en lugar de vestidos, soldado en lugar de soldados, animal en lugar de animales, y otras muchas locuciones semejantes. Tampoco la divina Escritura es ajena a este modo de expresarse, pues también ella escribió rana en lugar de ranas, langosta por langostas49; y muchas otras locuciones semejantes. En cuanto a la expresión devoraron a Jacob, se entiende fácilmente, ya que a muchos, atemorizándolos, les obligaron a pasarse a su malvado cuerpo, es decir, a su comunidad.

11. [v.8]. Nos recuerda, sin duda, el salmista que, aun cuando los perseguidores, por su mala voluntad merecían castigos de la ira de Dios, sin embargo no habrían podido hacer nada contra la heredad de Dios, a no ser que él hubiera querido corregirla y castigarla por sus pecados. Por eso añade: No te acuerdes de nuestras iniquidades antiguas. No dice de nuestras iniquidades pasadas, que podrían ser también recientes, sino antiguas, es decir, de los antepasados; y éstas no pueden ser corregidas, sino castigadas. Que tu misericordia se adelante pronto. Que se adelante, sí, a tu juicio: pues la misericordia se siente superior al juicio; el juicio, no obstante, podrá ser sin misericordia, pero para aquel que no practicó la misericordia50. Y en lo que añade: Porque estamos en extrema miseria, quiere dar a entender su deseo de que la misericordia de Dios se nos anticipe, y así nuestra miseria, es decir, nuestra debilidad encuentre, por su misericordia, una ayuda para cumplir sus preceptos, y no lleguemos al juicio reos de condenación.

12. [v.9]. Y continúa el salmo: ¡Socórrenos, Dios, salvador nuestro! Con esta palabra salvador nuestro, deja bien claro a qué miseria quería referirse, cuando dijo: Porque estamos en extrema miseria. Ella es, sin duda, la debilidad que necesita un salvador. Al desear ayudarnos, ni se opone a la gracia, ni nos priva de nuestro libre albedrío; porque el que es ayudado también obra algo por sí mismo. Añade, además: Por la gloria de tu nombre, líbranos, Señor. Y así, el que se gloríe, que no se gloríe en sí mismo, sino en el Señor51. Y sé benévolo, dice, con nuestros pecados, por tu nombre, no por nosotros; porque ¿qué otra cosa merecen nuestros pecados, sino dignos y justos castigos? Pero tú serás misericordioso con nuestros pecados a causa de tu nombre. Es así como nos libras y nos arrancas del mal, cuando nos ayudas a obrar justamente y perdonas nuestros pecados, sin los cuales no nos libramos en esta vida, porque nadie será justificado en tu presencia52. El pecado, en realidad, es un delito53; y si llevas cuenta de los delitos ¿quién podrá resistir?54

13. [v.10]. La frase que añade: No vaya a decirse entre los gentiles: ¿Dónde está su Dios? hay que tomarla más bien como dirigida a los gentiles mismos. Porque van a la perdición los que desconfían del Dios verdadero, sea porque creen que no existe, o que no ayuda a sus fieles ni los perdona. Y en cuanto a lo que sigue: Y que en nuestra presencia se conozca entre los gentiles la venganza de la sangre de tus siervos derramada, podría interpretarse así: los que perseguían la heredad de Dios y que ya creen en el verdadero Dios; puesto que es una auténtica venganza la que destruye la maldad cruel con la espada de la palabra de Dios, de la que se dijo: Cíñete al flanco la espada55; o bien que los enemigos, perseverando en su maldad, al final son castigados. Porque los males corporales que se padecen en este mundo, pueden soportarlos junto con los buenos. Hay también otra clase de venganza, y es cuando el enemigo, el incrédulo, el pecador, al ver la ampliación y la vitalidad de la Iglesia en este mundo, después de tantas persecuciones, por las que pensaba que habría perecido, se indigna y rechina los dientes hasta consumirse56. ¿Quién se atreverá a negar que éste es un castigo gravísimo? Pero no sé si se podrá interpretar con toda normalidad lo que dice: en nuestra presencia (ante nuestros ojos), si pensamos que esta clase de castigo se da en la intimidad del corazón, y atormenta también a los que nos adulan lisonjeramente, y no podemos ver lo que padecen en su intimidad. No obstante, sin reparo alguno se entiende lo que se dijo: Que se conozca ante nuestros ojos la venganza en las naciones, sea referida a que la iniquidad se destruye en los que han creído, o que se da el último suplicio a los que permanecen en la maldad.

14. Estas palabras, como hemos dicho, son una profecía, no un deseo; pero teniendo en cuenta aquello que está escrito en el Apocalipsis, es decir, que bajo el altar de Dios los mártires gritan diciendo: ¿Hasta cuándo, Señor, vas a dejar de vengar nuestra sangre?57 No hay por qué pasar por alto de qué modo deberán ser interpretadas; no vaya a creerse que los santos deseaban la venganza para saciar su odio, lo que no condice ni de lejos con su perfección. Y sin embargo está escrito: Se alegrará el justo al ver la venganza de los impíos, y lavará sus manos en la sangre del pecador58. Y el Apóstol dice: No os venguéis, carísimos, por vosotros mismos, sino dad lugar a la ira, pues está escrito: Mía es la venganza, y yo pagaré, dice el Señor59. Con estas palabras no es que prohíba la venganza, sino que manda no hacerlo por sí mismos, y den lugar a la ira de Dios, que dijo: Mía es la venganza, y yo pagaré lo merecido. Y el Señor en el Evangelio pone como ejemplo aquella viuda que deseando ser reivindicada, acudía a aquel juez injusto, que por fin, movido no por la justicia, sino por el fastidio de su insistencia, la escuchó60. Propuso el Señor esta parábola para mostrar que mucho más pronto hará justicia de sus elegidos que claman a él día y noche. Con esto se relaciona también aquel clamor de los mártires que sale de la base del altar de Dios, para ser vengados por el juicio de Dios. Entonces, ¿dónde queda aquello de: Amad a vuestros enemigos, haced el bien a los que os odian, orad por los que os persiguen?61 ¿Y dónde aquello otro de: no devolváis mal por mal por mal, ni insulto por insulto62; y también aquello de: sin devolver a nadie mal por mal?63 Si no debe devolverse a nadie mal por mal, no sólo no debe devolverse un acto malo por otro acto malo, pero, según esta norma, ni siquiera tampoco un mal deseo por un hecho o deseo malo. Ahora bien, devuelve un mal deseo quien, aun cuando él mismo no se vengue, espera y desea que Dios castigue a su enemigo. Por lo tanto, dado que el bueno y el malo desean que Dios se vengue de sus enemigos, ¿cómo se distinguirán el uno del otro, sino porque el justo desea que su enemigo sea más bien corregido que castigado; y cuando ve que es castigado por Dios, no se deleita en la pena, puesto que no lo odia, sino en la divina justicia, ya que ama a Dios? En fin, que el justo si ve castigado al malvado en este mundo, o bien se alegra porque se corrige, o bien se alegrará por otros más porque temerán seguir su mala conducta. Así pues, él mejora no por deleitarse en el mal, propio del castigo y la venganza, sino por alegrarse de la corrección, y lava sus manos, es decir, purifica su conducta, en la sangre, que es como decir, en la ruina del pecador, en cuanto tal. Y aquí vive no el gozo del mal ajeno, sino el ejemplo de la divina amonestación. Pero si en la otra vida su castigo es en el juicio final de Dios, entonces al justo le place lo mismo que a Dios: que a los malos no les vaya bien, que los impíos no gocen de los premios de los buenos. Lo contrario, evidentemente, sería injusto y contrario a la regla de verdad, que el justo ama. Cuando el Señor nos exhorta a amar a los enemigos, nos propone el ejemplo de nuestro Padre que está en los cielos, que hace salir el sol sobre buenos y malos, y derrama la lluvia sobre justos e injustos64. ¿Pero acaso por esto no corregirá con castigos temporales, ni condenará en el juicio final a los pecadores obstinados en su maldad? Ámese, pues, al enemigo, de modo que no estemos en contra de la justicia de Dios que castiga; pero también no nos gocemos del castigo, por ser castigo, sino de la bondad del juez. El malvado se entristece si ve que su enemigo se corrige sin sufrir castigo; y cuando ve que es castigado, se goza del castigo, no de la justicia de Dios, que no ama, sino de la desgracia de aquel a quien odia; y cuando deja a Dios el juicio, lo hace para que Dios lo castigue más severamente de lo que pudiera hacerlo él; y cuando da de comer y beber al enemigo hambriento y sediento, interpreta maliciosamente lo que está escrito: Haciendo esto amontonarás carbones ardientes sobre su cabeza. Obra, de hecho, buscando agravarle más y promover contra él la ira de Dios, que piensa hallarse significada en los carbones ardientes, sin entender que aquel fuego es el dolor ardiente de la penitencia, que dura hasta que, mediante los beneficios recibidos del enemigo, que arrastran a una saludable humildad, se quebranta la cerviz erguida por la soberbia, y de esta forma queda vencido el mal de éste por el bien de aquél. Por eso, con mucha sabiduría añade el Apóstol: No te dejes vencer por el mal; vence el mal a fuerza de bien65. Pero ¿cómo podrá vencer el mal con el bien uno que es aparentemente bueno, pero malo en el fondo de su corazón; que en su obrar parece perdonar, pero se ensaña en su corazón; de mano suave, pero de voluntad cruel? Luego en la fisonomía profetizada en este salmo de quien pide los futuros castigos contra los impíos, debemos entender que los santos varones de Dios amaron a sus enemigos, y que no desearon a nadie otra cosa sino el bien, que consiste en el perdón en este mundo y la eternidad en el futuro. Y en cuanto a los castigos de los malos, no se alegraron del mal aplicado a los culpables, sino de los justos juicios de Dios. Donde se lea en las Escrituras que los justos odiaron a los hombres, debemos entender que odiaron sus maldades, que cada uno debemos odiar en nosotros, si es que nos amamos.

15. [v.11]. Lo que añade a continuación: Llegue a tu presencia —o, como dicen otros códices, entre en tu presencia— el gemido de los prisioneros. Difícilmente se encontrará a los santos encarcelados y sujetos en los cepos por sus perseguidores; y si llega a suceder en una tan grande y numerosa variedad de torturas que esto se dé, es tan raro el caso, que no hay por qué creer que el profeta haya querido referirse a ello expresamente en este versículo. Al contrario, los verdaderos cepos son la debilidad y la corruptibilidad del cuerpo, que sobrecargan el alma. De ahí que, sirviéndose de ellos como base de ciertos dolores e incomodidades, podría valerse el perseguidor para inducir a la impiedad. De estos cepos quería verse libre el Apóstol y estar con Cristo; pero le era necesario permanecer en la carne por aquellos a quienes anunciaba el Evangelio66. Luego mientras esto corruptible no se vista de incorrupción, y esto mortal no se vista de inmortalidad67, la carne débil mantiene como en un cepo preso al espíritu, que sí está libre y dispuesto. Estas ataduras las sienten sólo aquellos que gimen en su interior al sentirse oprimidos68, anhelando la morada celeste y suspirando por revestirse de ella; porque la muerte infunde terror, y la vida mortal tiene su tristeza. A estos gemidos se refería el profeta, cuando pedía con lamentos que llegaran a su presencia. Puede también entenderse que están sujetos los que se hallan sometidos a los preceptos de la sabiduría, que, soportados con paciencia, se convierten en honra. Por eso está escrito: Mete tu pie en su cepo69. Y sigue el salmo: Con tu brazo poderoso recibe en adopción a los hijos de los condenados a muerte, o como se lee en otros códices: toma en posesión a los hijos de los condenados a muerte. En estas palabras me parece que muestra claramente la Escritura cuál fuera el gemido de los cautivos, que por el nombre de Cristo sufrieron gravísimas persecuciones, y que en este salmo se profetizan con toda claridad. Pues sometidos a diversas torturas, oraban por la Iglesia, a fin de que su sangre no fuera infructuosamente derramada para los venideros, y así la cosecha del Señor, por aquello que los enemigos pensaban que iba a arruinarse, precisamente por ello se multiplicó más abundantemente. Llama, en efecto, hijos de los condenados a muerte a los que no sólo no se aterraron por los sufrimientos de los mártires que les precedieron, sino que comprendiendo la lección que recibían de su gloria, conocieron a aquél por cuyo nombre ellos padecieron, se encendieron en el deseo de imitarles, formando un numeroso ejército. Por eso dice: Por el poder de tu brazo. Se dio, pues un fenómeno de tal magnitud en los pueblos cristianos, que no eran capaces de creerlo quienes pensaron que iban a lograr algo muy distinto con las persecuciones.

16. [v.12]. A nuestros vecinos, dice, págales, al menos, siete veces más. No desea el mal, sino que anuncia la justicia y profetiza el futuro. En cuanto al número siete, es decir, en la retribución siete veces mayor, quiere que se entienda la perfección de la pena, ya que en este número se suele significar la plenitud. De aquí que también para los bienes se emplea esta expresión: Recibirá en este mundo siete veces más70, lo que se refiere a todas las cosas, como dice el apóstol: Como quien nada tiene, pero poseyéndolo todo71. Habla de los ?vecinos?, porque entre ellos habita la Iglesia, hasta el día de la separación, ya que ahora no hay separación corporal. Dice en su seno, esto es, ahora en lo oculto, a fin de que el castigo otorgado secretamente en esta vida, después se conozca entre las naciones ante nuestros ojos. Porque cuando el hombre se abandona a sus perversos sentimientos, va acumulando en su interior la condena de los futuros suplicios. La afrenta con que te afrentaron, Señor. Devuélveles esto siete veces más en su interior. Es decir, por esta afrenta condénalos totalmente, pero en su interior. Es allí donde afrentaron tu nombre, creyendo que lo borrarían de la tierra en la persona de tus siervos.

17. [v.13]. Pero nosotros somos tu pueblo. Tomemos esta expresión en sentido universal, como referido a toda clase de piadosos y verdaderos cristianos. Nosotros, a quienes ellos pensaron que iban a eliminar, somos tu pueblo y ovejas de tu rebaño; y así, el que se gloría, que se gloríe en el Señor72; te alabaremos por los siglos. Otros códices dicen: Te alabaremos eternamente. Esta diferencia del texto viene de la expresión griega eìs tòn aióna, que puede traducirse de ambas maneras, según se prefiera. Aquí, por el contexto, la forma más oportuna me parece que debe ser por los siglos, es decir, hasta el fin del mundo. El versículo siguiente, siguiendo la costumbre de las Escrituras, y especialmente de los salmos, es repetición del anterior, cambiando el orden, es decir, diciendo en primer lugar aquí lo que allí va después, y viceversa. Por eso, lo que en el primero se dice: Te alabaremos, en el segundo se repite así: Anunciaremos tu alabanza. Y también, lo que allí se dice: Por los siglos, en el segundo lo expresa así: De generación en generación. Esta repetición del término generación significa perpetuidad, o bien —como algunos interpretan— que hay dos generaciones: la antigua y la nueva, siendo así que las dos se suceden en este mundo, ya que el que no haya renacido del agua y del Espíritu, no entrará en el reino de los cielos73; y además, porque en este mundo se anuncia la alabanza del Señor, puesto que en el mundo futuro, cuando le veamos tal cual es74, no habrá ya a quien se anuncie. Pues bien, nosotros, pueblo tuyo y ovejas de tu rebaño, a las que, persiguiendo aquéllos, creyeron que las podían exterminar, te alabaremos por los siglos, y, permaneciendo hasta el fin la Iglesia, que ellos intentaron exterminar, anunciaremos tu alabanza de generación en generación; alabanza que ellos, queriendo hacer callar, intentaron aniquilarnos. Hemos ya insinuado que en muchos pasajes de las Sagradas Escrituras se utiliza el término ?confesión? por ?alabanza?, como en aquella cita del Eclesiástico: Diréis esto en confesión: Todas las obras del Señor son muy buenas75; y sobre todo aquello que dice el mismo Salvador, que no tenía en absoluto pecado alguno que confesar: Te confieso (alabo) Padre, Señor del cielo y de la tierra, porque escondiste estas cosas a los sabios y prudentes, y se las revelaste a los pequeños76. He dicho esto para que quede más claro que al decir: Anunciaremos tu alabanza, repite lo dicho anteriormente: Te confesaremos.