Traductor: P. Miguel Fuertes Lanero O.S.A.
Sermón II
1. Ayer insinué a vuestra Caridad cómo en este salmo se recomienda la gracia de Dios, por la que nos salvó gratuitamente, sin atender a los méritos de nuestras obras anteriores, a las que sólo se debía el castigo. Y como no pude terminar toda la exposición del salmo, dejé su última parte para hoy, prometiéndoos en nombre del Señor que os pagaría la deuda. Como llegó el tiempo de pagar, preparad el ánimo, para que, como en campo fértil, multipliquéis en él la semilla, y no os hagáis estériles a la lluvia de la gracia. Ayer os dí a conocer el título del salmo. Pero con el fin de renovar vuestra atención, y de informarles a los que no asistieron ayer, lo recordaré brevemente, para que no lo olviden quienes lo oyeron, y lo sepan quienes lo ignoran. El salmo es de los hijos de Jonadab; y ese nombre significa "Espontáneo del Señor", puesto que ha de servirse al Señor con espontaneidad, es decir, con buena, recta, sincera y perfecta voluntad, y no con fingido corazón. Es lo que se dice en un salmo: Te ofreceré un sacrificio voluntario1. Este salmo se canta por los hijos de Jonadab, es decir, por los hijos de la obediencia; y también por los que primeramente fueron llevados cautivos, a fin de aquí se reconozca nuestro gemido, y le baste a cada día su propia maldad2. Si acaso, en nuestra soberbia hemos abandonado a Dios, no obstante volvamos a él, aunque sea fatigados. Y esto no se puede hacer si no es por la gracia. La gracia se da gratuitamente, puesto que si no fuese gratuita, no sería gracia. Y por eso, si es gracia, por ser gratuita, no precedió mérito alguno tuyo para que la recibieras. Si hubieran precedido algunas buenas obras, entonces recibiste la paga, no el don gratuito; la paga que se nos debía era el castigo. Luego el ser liberados no se debe a nuestros méritos, sino a la gracia. Alabémosle, pues, ya que a él le debemos todo lo que somos y nuestra salvación. De ahí que, después decir muchas cosas, concluyó el salmista diciendo: Señor, me acordaré solamente de tu justicia. Hasta este versículo llegó la exposición de ayer. Y los primeros cautivos, somos los que pertenecemos al primer hombre, pues fuimos cautivos debido al primer hombre, en el cual todos morimos; porque no es primero lo espiritual, sino lo animal, y después lo espiritual3. Por el primer hombre, los primeros fueron cautivos; y los siguientes fueron redimidos por el segundo hombre. Nuestra misma redención exige una anterior cautividad. ¿Cómo íbamos a ser redimidos, si antes no estuviéramos cautivos? Hemos aludido y recordado, y ahora repetimos ciertas palabras del Apóstol, en su carta a los Romanos, donde explicita claramente esta cautividad: advierto otra ley en mis miembros que se opone a la ley de mi razón, y me esclaviza a la ley del pecado que está en mis miembros4. Esa es nuestra primera cautividad, en la cual la carne tiene deseos contra el espíritu5. Como pena del pecado, viene que el hombre, que no quiso someterse al Uno, esté dividido y en contradicción en su interior. Nada le conviene tanto al alma como obedecer. Y si al alma le conviene obedecer: en el siervo, a su señor, en el hijo al padre, en la esposa, al esposo, ¿cuánto más en el hombre, que obedezca a Dios? Adán quiso experimentar el mal. Pero resulta que todo hombre es Adán, igual que todo hombre que cree es Cristo, porque todos son miembros de Cristo. Adán cayó en el mal, que nunca debió experimentar, si hubiera obedecido a quien le dijo: No toques6. Experimentó el mal; obedezca por lo menos después los preceptos del médico para levantarse, ya que no quiso creer al médico para no enfermar. Porque has de saber que el médico bueno y sincero aconseja antes de la enfermedad, para que no lo necesites. Pues no necesitan el médico los sanos, sino los enfermos7. Los médicos buenos y afables, que no quieren poner en venta su ciencia médica, y que se alegran más ante los sanos que ante los enfermos, dan ciertos consejos a los sanos para prevenir la enfermedad. Es verdad que los sanos que despreciaron los consejos médicos, cuando caen enfermos, llaman al médico. ¡A quien despreciaron sanos, lo llaman ahora enfermos! ¡Y ojalá lo llamen, no sea que, perdido el conocimiento por la fiebre, llegan a matar también al médico! Acabáis de oír, cuando se leía el Evangelio, cómo se les aplicaba a éstos (los judíos) la parábola pronunciada por el Señor. ¿Estaban en su sano juicio los que dijeron: Este es el heredero; venid, matémoslo y nos quedaremos con su herencia?8 Cierto que no. Piensa que quienes mataron al hijo matarían también al padre. Esto no estar en su sano juicio. Mira cómo, por fin, mataron al hijo, pero el hijo resucitó, y la piedra rechazada por los constructores se transformó en piedra angular9. En ella tropezaron y quedaron despedazados. Caerá sobre ellos y los pulverizará. Pero no le aconteció tal cosa a este que canta en el salmo y dice: Me introduciré en el poder del Señor; no en el mío, sino en el del Señor. ¡Oh Señor!, me acordaré sólo de tu justicia. No reconozco justicia mía alguna; recordaré tu sola justicia. De ti me viene lo que de bueno tengo. Lo que tengo malo es mío. No castigaste mis méritos con el suplicio, sino que me diste gratuitamente la gracia. Me acordaré de tu sola justicia.
2. [v. 17]. Oh Dios, me has instruido desde mi juventud. ¿Qué me enseñaste? Que debo recordar sólo tu justicia. Considerando mi vida pasada, veo qué se me debe y qué he recibido por lo que se me debía. Se me debía el castigo, y se me dio la gracia. Se me debía el infierno, y se me dio la vida eterna. Oh Dios, me has instruido desde mi juventud. Desde el mismo comienzo de mi fe, por la que me has renovado, me enseñaste que ningún mérito precedió en mí, para que yo no dijera que me diste lo que se me debía. ¿Quién se convierte a Dios, sino saliendo de la culpa? ¿Quién es redimido, a no ser que se halle cautivo? ¿Quién puede decir que fue injusta su cautividad, cuando abandonó al Emperador, poniéndose en manos del desertor? Dios es el Emperador; el diablo el desertor. El Emperador había dado un mandato, y el desertor sugirió un engaño10. ¿A quién prestaste oídos, hallándote entre el mandato y el engaño? ¿Será mejor el diablo que Dios? ¿Mejor el que te engañó, que el que te creó? Creíste lo que te prometía el diablo, y te encontraste con lo que Dios había amenazado. Y después, una vez liberado de la cautividad, pero todavía en la esperanza, no ya en la realidad, camina en la fe, y no en la visión, sigue diciendo el salmista: Oh Dios, me instruiste desde mi juventud. Desde cuando me he vuelto a ti, fui renovado por ti, que me creaste; fui renovado porque fui creado; fui reformado porque fui formado. Desde el instante de mi conversión, aprendí que no precedieron méritos algunos míos, sino que me diste gratuitamente tu gracia, para que me acordase de tu sola justicia.
3. ¿Y qué sucedió después de mi juventud? Me has instruido —dice— desde mi juventud. ¿Y qué sucedió después de mi juventud? En tu primera conversión aprendiste que antes de ella no eras justo, sino que a ella le precedió el pecado; pero borrado el pecado, le sucedió la caridad. Y así, hecho un hombre nuevo, (en esperanza, no todavía en realidad), aprendiste que no precedió bien alguno tuyo, sino que fue por la gracia de Dios como te convertiste al Señor. ¿Y una vez convertido, quizá tendrás algo propio, por lo que puedas presumir de tus propias fuerzas? Algo así como suelen decir los hombres: — Déjame ya; necesitaba que me mostrases el camino; es suficiente; lo continuaré yo solo. Pero el que te muestra el camino, ¿qué dice? ¿Realmente no quieres que te acompañe y te guíe? Y tú, si eres soberbio, le contestas: —No, gracias, me basta con lo indicado; yo caminaré. Vas a quedar solo, y vas de nuevo a desorientarte, dada tu fragilidad. Habría estado bien que te guiase el que te colocó en el camino. En definitiva, si él no te guía, de nuevo vas a errar el camino; dile, pues: Guíame, Señor por tu camino, y andaré en tu verdad11. Entrar en el camino es la juventud, es la vida nueva, es el comienzo de la fe. Antes andabas extraviado, por parajes llenos de maleza, por caminos pedregosos, quedabas herido en todos tus miembros. Buscabas la patria, es decir, la tranquilidad de tu espíritu, donde pudieras decir: —¡Qué bien se está aquí! Y lo dijeras seguro, libre de toda molestia, de toda tentación, en fin, de toda cautividad; y no la encontrabas. ¿Qué diré? ¿Vino a ti el que te había de mostrar el camino? Sí, vino a ti el mismo camino, y fuiste colocado en él sin preceder mérito alguno tuyo, porque estabas extraviado. Pues bien, desde que entraste en él ¿ya te guías por ti mismo? ¿Ya te abandonó el que mostró el camino? No, pues dice el salmista: Me has instruido desde mi juventud, y hasta ahora publicaré tus maravillas. Es sorprendente lo que todavía haces conmigo, al guiarme, y protegerme, después de haberme colocado en el camino. Estas son tus maravillas. ¿Cuáles piensas que son las maravillas de Dios? ¿Qué cosa más admirable, entre las maravillas de Dios, que resucitar a los muertos? Pero dirás: ¿Soy yo, acaso un muerto? Si no fueras un muerto, no te diría el Apóstol: Despierta, tú que duermes, y levántate de entre los muertos, y te iluminará Cristo12. Muertos están todos los infieles y todos los malvados. Viven corporalmente, pero su corazón está muerto. El que resucita a un muerto físicamente, le devuelve esta luz visible, y el aire de la atmósfera. Pero no es la luz y el aire de que disfruta el resucitado, pues el resucitado comienza a ver como veía antes. No es así como se resucita el alma. Pues el alma es resucitada por Dios, aunque también lo sea por Dios el cuerpo. Pero cuando Dios resucita el cuerpo, se lo devuelve al mundo; y cuando resucita al alma, se la entrega a sí mismo. Si falta el aire del mundo, el cuerpo se muere. Si Dios que la resucitó, le falta al alma, ella no puede vivir resucitada. No la resucita, y se desliga de ella para que viva por sí misma. Cuando fue resucitado Lázaro, a los cuatro días de su muerte, resucitó por la presencia corporal del Señor, que se acercó al sepulcro y exclamó: ¡Lázaro, sal fuera! Resucita Lázaro y sale atado con vendas del sepulcro; después fue desatado, y se fue caminando de allí13. Resucitó estando presente el Señor, pero también siguió viviendo estando él ausente. Aun cuando lo resucitó corporalmente, en cuanto a lo visible, en realidad quien lo resucitó fue la presencia de su majestad, la cual nunca se apartó de él. De hecho, el Señor resucitó a Lázaro con su presencia corporal, pero al apartarse de la ciudad o de aquel lugar, ¿acaso no siguió vivo Lázaro? El alma no es resucitada de este modo; Dios la resucita; pero si Dios se aparta de ella, muere. Os diré algo, hermanos, con atrevimiento, pero es verdad. Hay dos vidas: una la del cuerpo, y la otra la del alma. Así como la vida del cuerpo es el alma, así la vida del alma es Dios; y lo mismo que si el alma se ausenta, muere el cuerpo, así también el alma muere si le falta Dios. En esto consiste su gracia: en que Dios nos resucite, y permanezca con nosotros. Y precisamente porque nos resucita de nuestra muerte pretérita, y nos da, en cierto modo, una nueva vida, es por lo que le decimos: Oh Dios, me has instruido desde mi juventud. Y porque no se aparta de los que resucita, para que no mueran, le decimos también: Y hasta ahora publico tus maravillas; porque cuando tú permaneces conmigo, yo vivo, y tú eres la vida de mi alma, que moriría si la abandonas. Luego mientras está presente mi vida, es decir, mi Dios, esto quiere decir hasta ahora. ¿Y después, qué pasará?
4. [v. 18]. Y hasta la vejez y decrepitud. Estos son dos nombres de la ancianidad. Pero en griego se distingue la madurez, que sucede a la juventud, y que tiene un nombre propio: presbýtes (maduro, adulto); y después de la adultez viene la última edad, que tiene un nombre propio: géron (anciano, decrépito). Pero como el latín carece de términos que distingan estas dos edades, para designar la ancianidad se pusieron estas dos palabras: senecta y senium (vejez y decrepitud). Sabéis bien que existen las dos edades. Me enseñaste tu gracia desde mi juventud; y hasta ahora, después de mi juventud, publicaré tus maravillas, porque estás conmigo para que no muera, tú que viniste a resucitarme. Y hasta la vejez y las canas; es decir, si hasta el último momento de mi vida no me acompañases, no tendré mérito alguno de mi parte: que tu gracia permanezca siempre conmigo. Esto mismo lo diría cualquier hombre: tú, aquél, yo; y como esta voz es la de un solo gran hombre, es decir, de la misma unidad, esta es, por lo tanto, la voz de la Iglesia. Busquemos, pues, cuál es la juventud de la Iglesia. Cuando vino Cristo, fue crucificado y muerto; resucitó y llamó a las gentes; comenzó la conversión, hubo mártires valientes de Cristo, fue derramada la sangre de los fieles, brotó abundante la mies de la Iglesia: he aquí su juventud. Pero con el pasar de los tiempos, deberá la Iglesia confesar y decir: Hasta ahora anunciaré tus maravillas. No sólo en su juventud, cuando Pablo, cuando Pedro, cuando los primeros apóstoles, las publicaron, sino que, pasada ya esta edad, yo mismo, es decir, tu unidad, tus miembros, tu cuerpo, digan también: Publicaré tus maravillas. Y después... ¿qué? Y hasta la vejez y las canas, anunciaré tus maravillas; hasta el fin del mundo la Iglesia permanecerá aquí. Si no fuera a permanecer hasta el fin de los siglos, ¿a quiénes le dijo, entonces, el Señor: Mirad que yo estaré con vosotros todos los días hasta el fin del mundo?14 ¿Por qué era necesario que constaran estas palabras en las Escrituras? Porque habían de aparecer más tarde enemigos de la fe cristiana15, que dirían: Los cristianos van a existir por un breve tiempo; luego desaparecerán, y volverán los ídolos; volverá lo que había antes. ¿Hasta cuándo habrá cristianos? Hasta la vejez y la decrepitud, es decir, hasta el final de los tiempos. Tú, desventurado infiel, que esperas que desaparezcan los cristianos, desaparecerás tú sin los cristianos, y ellos permanecerán hasta el final de los siglos; y tú, con tu infidelidad, cuando termines tu corta vida, ¿con qué cara irás al encuentro del juez, contra el cual viviendo blasfemaste? Luego desde mi juventud, hasta ahora, y hasta la vejez y las canas, no me abandones, Señor. No por un cierto tiempo, como dicen mis enemigos. No me abandones hasta que anuncie tu brazo poderoso a todas las generaciones que vendrán. Y el brazo del Señor ¿a quién le fue revelado?16 El brazo poderoso del Señor es Cristo. No me desampares, pues; que no se alegren los que dicen: Los cristianos sólo existirán un corto tiempo. Que haya quienes anuncien tu brazo. ¿A quién? A toda generación que venga en el futuro. Si es, pues, a toda generación futura, es hasta el fin del mundo: terminado el mundo, ya no habrá más generaciones.
5. [v. 19]. Tu poder y tu justicia. Este es el significado del anuncio de tu brazo a las futuras generaciones. ¿Y qué nos ha dado tu brazo? Nuestra liberación gratuita. Esto anunciaré: la gracia a toda generación que ha de venir. Diré a todo hombre que nace: Tú nada tienes, invoca a Dios; los pecados son tuyos; los méritos, de Dios. A ti se te debe el castigo, y cuando se te ofrezca el premio, galardonará a sus dones, no a tus méritos. Diré a toda generación que venga: Has venido de la cautividad, pertenecías a Adán. Diré a toda generación que ha de venir, que no se debe a mis fuerzas ni a mi justicia, sino a tu poder y a tu justicia, ¡Oh Dios!, hasta las más grandes maravillas que hiciste. ¿Hasta dónde han llegado tu poder y tu justicia? ¿Hasta la carne y la sangre? ¡No, mucho más! Hasta las más altas maravillas que has realizado. Están en lo más alto del cielo. En esas alturas están los Ángeles, los tronos, las Dominaciones, las Potestades: a ti te deben lo que son, a ti te deben la vida, te deben el que viven la justicia, y que viven la felicidad. Tu poder y tu justicia, ¿Hasta dónde? Hasta las más sublimes maravillas que has hecho. No pienses que sólo el hombre pertenece a la gracia de Dios. ¿Qué era el Ángel, antes de ser creado? ¿Qué es el Ángel, si abandona al que lo creó? Luego tu poder y tu justicia hasta las más sublimes maravillas que has hecho.
6. ¡Y el hombre se engríe! Y para seguir perteneciendo a la primitiva cautividad, presta oídos a la serpiente que le sugiere: ¡Probad y seréis como dioses!17 ¡Los hombres como dioses! ¡Oh Dios, ¿quién será semejante a ti? Nadie, ni en el abismo, ni en el infierno, ni en la tierra, ni en el cielo; porque todo lo has hecho tú. ¿Por qué se enfrenta la obra con su artífice? ¡Oh Dios!, ¿quién hay semejante a ti? Pero yo, dice el mísero Adán, y en Adán todo hombre, al querer perversamente ser semejante a ti, ya ves en qué me he convertido; por eso clamo a ti desde mi cautividad. Yo, que vivía bien, bajo el buen rey, me hice prisionero, sometido a mi seductor; y ahora te invoco a ti, porque he caído lejos de ti. ¿Y cómo fue para caer alejado de ti? Al querer perversamente ser como tú. ¿Pero qué? ¿No nos invita Dios a asemejarnos a él? ¿No es él mismo quien dice: Amad a vuestros enemigos; orad por los que os persiguen; haced el bien a los que os odian? Al decir esto, nos exhorta a imitar a Dios. ¿Y qué añade? Para que seáis hijos de vuestro Padre que está en los cielos. ¿Y qué es lo que él hace? Precisamente esto: que salga el sol sobre buenos y malos, y que la lluvia caiga sobre justos y pecadores18. El que desea el bien a su enemigo, es semejante a Dios; y esto no es soberbia, sino obediencia. ¿Por qué? Porque fuimos creados a imagen de Dios: Hagamos al hombre —dice— a nuestra imagen y semejanza19. Luego teniendo la imagen de Dios en nosotros, no hay nada desordenado. ¡Y ojalá que no la perdamos por la soberbia! Pero ¿qué es pretender por soberbia ser semejante a Dios? ¿Por qué nos parece que habrá exclamado el cautivo: Señor, ¿quién hay semejante a ti? ¿En qué consiste esa perversa semejanza? Escuchad y tratad de entender, si podéis. Creo que el mismo que me iluminó para poder decirlas a vosotros, os dará también a vosotros el poderlas entender. Dios no necesita bien alguno. Él es el sumo bien, y todo bien existe por él. Nosotros para ser buenos necesitamos de Dios; y él para ser bueno, no necesita de nosotros; y no solamente de nosotros, sino ni siquiera de las maravillas más excelsas que ha creado, ni de las celestes, ni de las supercelestes, ni de lo que se dice "cielo del cielo" necesita Dios para ser mejor, o más poderoso, o más feliz. Pues ¿Qué sería todo lo que existe, excepto él, si no lo hubiera creado? ¿Qué necesita, pues, de ti el que existía antes que tú, y tan poderoso, que, sin que existieras, te creó? ¿Pero acaso lo hace como los padres tienen hijos? Ellos, mediante una cierta concupiscencia carnal, engendran, más bien que crean; ellos engendran, pero Dios crea. Si tú creas de la misma manera, dime qué va a parir tu mujer. ¿Por qué digo: Dime tú? Que lo diga ella, que no sabe lo que lleva en su seno. Los hombres engendran a los hijos para su consuelo, y para que sean su ayuda en la vejez. ¿Acaso Dios creó todas las cosas, para ser ayudado por ellas den su vejez? Dios conoce lo que crea, y sabe, por su bondad cómo es, y lo que llegará a ser por el ejercicio de su propia voluntad. Dios conoce y ordena todas las cosas. Para que el hombre sea algo, se dirige al que lo creó. Si se aparta de él, se queda frío; si se acerca a él, recupera el calor. Si se aleja, se queda en tinieblas; y acercándose, se ilumina. Sólo de aquel que le dio el ser, podrá, cerca de él encontrar su bien. En fin, el hijo menor de la parábola, que quiso disponer de su herencia, la cual su buen padre con todo cuidado conservaba para él, se adueñó de ella, se marchó a una región lejana, se sometió a un mal amo, y se puso a apacentar puercos. Pero el hambre corrigió al que, soberbio, se apartó con hartura20. Luego todo el que quiera de este modo ser semejante a Dios, esté cerca de él, y junto a él conserve su fortaleza, según está escrito21; no se aparte de él. Uniéndose a él, sea marcado, como la cera, por el sello del anillo; adhiriéndose a él, conserve su imagen, cumpliendo lo que está escrito: Para mí lo bueno estar junto a Dios22. Así conservará la imagen y semejanza, según la cual fue hecho. Por contrario, si el hombre quiere perversamente imitar a Dios, de suerte que así como Dios, que no tiene quien le haya creado, ni quien le gobierne, quisiera usar de su propio dominio y libertad, para vivir a su arbitrio, ¿qué le resta, hermanos, sino el helarse de frío, apartándose del calor; envanecerse, al alejarse de la verdad; y, degradado cada vez peor, desfallecer, al huir de quien es el sumo e inconmutable bien?
7. Esto es lo que hizo el diablo: pretendió ser semejante a Dios, pero perversamente. No quiso estar bajo su dominio, sino enfrentarse contra él y tenerlo bajo su poder. El hombre, colocado bajo su mandato, oyó del Señor Dios: No debes tocarlo. ¿Qué es lo que no debo tocar? Este árbol23. ¿Y qué tiene este árbol? Si es bueno, ¿por qué no lo puedo tocar? Y si es malo, ¿qué hace aquí en el paraíso? Precisamente porque es bueno está en el paraíso; pero no quiero que lo toques. ¿Y por qué no lo puedo tocar? Porque quiero que seas obediente, no rebelde. Tú, siervo, sométete a esto, y no te portes mal. Primero atiende el mandato del Señor, y después entenderás el consejo de quien te manda. Bueno es el árbol: pero no quiero que lo toques. ¿Por qué? Porque yo soy el Señor, y tú eres siervo. Esta es la suprema razón. Si es pequeña, ¿te desdeñarás de ser siervo? ¿Qué te convendrá a ti, sino el estar al servicio del Señor? ¿Y cómo lo estarás, sino bajo su mandato? Por tanto, si te conviene estar sometido al Señor y a su mandato, ¿qué te habrá mandado Dios? Porque ¿busca él algo de ti? ¿Te diría: Ofréceme un sacrificio? ¿No ha hecho él todas las cosas, entre las que estás tú también? ¿Te había de decir: préstame tus servicios: sea en el lecho, cuando estoy descansando; o bien sírveme a la mesa, cuando repongo mis fuerzas; o cuando vaya a los baños a lavarme? ¿O puesto que Dios nada necesita de ti, no debió mandarte nada? Y si debió darte alguna orden, para que te sintieses estar bajo el Señor, lo cual te conviene, debió, entonces, prohibirte alguna cosa; no por la maldad de aquel árbol, sino para demostrar tu obediencia. No pudo Dios mostrar mejor cuán grande sea el bien de la obediencia, que al prohibir algo que en sí no era malo. En esto únicamente la obediencia consigue la victoria; y únicamente la desobediencia merece el castigo. Es una cosa buena, pero no la toques; porque si lo tocas, morirás. ¿Acaso el que prohibió tocar el fruto de aquí, hizo desaparecer las otras cosas? ¿No está el paraíso lleno de árboles frutales? Qué es lo que te falta? Éste quiero que no lo toques; de aquí quiero que no pruebes su sabor. Sí, es bueno, pero la obediencia es mejor. Por tanto, si lo llegaras a tocar, ¿se volverá malo, para que mueras? No, es la desobediencia la que te sometió a la muerte, por haber tocado lo que estaba prohibido. Y este árbol se le ha llamado del conocimiento del bien y del mal24, no porque fuesen así los frutos que pendían de él, sino porque, fueran cuales fueran sus frutos, el hombre que no quisiera distinguir el bien del mal por los preceptos, lo iba distinguir por experiencia propia, de suerte que tocando lo prohibido, encontraría el castigo. ¿Y por qué lo tocó, hermanos míos? ¿Qué le faltaba? Decidme, ¿qué le faltaba, hallándose en el paraíso, en medio de la abundancia, en medio de las delicias, para quien era un inmenso placer la visión de Dios, de cuyo rostro, después de pecar, huyó como de un enemigo? ¿Qué le faltaba, para atreverse a tocar el árbol? Sólo el usar de su libertad y gustar el placer de quebrantar el precepto, y así, no sujetándose a nadie, llegase a ser como Dios, ya que Dios a nadie está sometido. ¡Pobre vagabundo, desgraciado presumido, que te condenabas a morir apartándote del camino de la justicia! Quebrantó el precepto, sacudió de su cuello el yugo de la disciplina, y con saltos desenfrenados rompió las riendas que lo gobernaban. ¿Y ahora dónde está? Sin duda que grita prisionero: Señor, ¿Quién es semejante a ti? Quise perversamente parecerme a ti, y me hice semejante a una bestia. Bajo tu dominio, bajo tu mandato, era realmente semejante; pero el hombre en medio de los honores no entendió; se comparó a los animales irracionales, y se ha hecho semejante a ellos25. Y ahora, desde la semejanza de los animales, aunque sea tarde, levanta tu voz y di: ¿Quién hay, ¡Oh Dios!, semejante a ti?
8. [v. 20]. ¡Cuántas, y cuán graves tribulaciones me has mostrado! ¡Y con razón, esclavo soberbio!: Quisiste de un modo perverso ser semejante a tu Señor, tú, que habías sido creado a imagen de tu Señor. ¿Querías que te fuera bien apartándote de aquel Bien? Dios te dice sin rodeos: Si te apartas de mí, y te sientes bien, yo ya no soy tu bien. Por tanto, si Dios es bueno, y es sumamente bueno, y lo es por sí mismo, no por una bondad venida de otra parte, y es él nuestro sumo bien; apartándote de él, ¿qué vas a ser, sino un malvado? Por otra parte, si él es nuestra felicidad, ¿con qué se encontrará el que de él se aparta, sino con la miseria? Pues bien, después de la miseria, vuélvete a él y dile: Señor, ¿quién es semejante a ti? ¡Cuántas y cuán graves tribulaciones me has mostrado!
9. [vv. 20—21]. Pero fue una lección, una admonición, no un abandono. Y por fin, dando gracias, ¿qué dice? Y volviéndote hacia mí, me has devuelto la vida, y de nuevo me has sacado de los abismos de la tierra. ¿Cuándo lo sacó anteriormente? ¿Qué significa este de nuevo? ¡Caíste de tu altura, tú, hombre, siervo rebelde, enfrentado contra el Señor; caíste! Se realizado en ti la máxima evangélica: Todo el que se exalta será humillado; realícese también en ti la otra: Todo el que se humilla será exaltado26. Vuelve al abismo. —Ya vuelvo, dice; sí, vuelvo, lo conozco: ¡Oh Dios! ¿Quién hay semejante a ti? ¡Cuántas y cuán graves tribulaciones me has mostrado! Y volviéndote hacia mí, me has devuelto a la vida, y de nuevo me has sacado de los abismos de la tierra. Entendemos, oigo decir. Me rescataste de los abismos de la tierra; me rescataste de la profundidad y del hundimiento del pecado. Pero ¿por qué de nuevo? ¿Cuándo lo había hecho anteriormente? Pongamos, pues, atención: ¡Cuántas y cuán graves tribulaciones me has mostrado! Y vuelto hacia mí me has devuelto la vida, y de nuevo me has rescatado de los abismos de la tierra. ¿Y cómo sigue después? Has multiplicado tu justicia, y volviéndote me has consolado, y de nuevo me has sacado de los abismos de la tierra. He aquí otro de nuevo. Si nos costaba solucionar el primero, que era uno solo, ¿quién podrá resolver ahora uno repetido? Ya el adverbio en sí mismo significa repetición, y además se nos repite otra vez. Que nos ayude aquel de quien nos viene la gracia; que nos ayude el brazo poderoso que anunciamos a toda generación venidera. Nos asista él, y como con la llave de su cruz, nos abra el misterio ahí encerrado. No en vano, tras su crucifixión el velo del templo se rasgó por el medio27, para demostrarnos que por su pasión quedaron patentes los secretos de todos los misterios. Nos asista, pues, él mismo, a quienes vamos pasando hacia él; que sea retirado el velo28; que nos diga nuestro Señor y Salvador Jesucristo por qué fue proferido un tal mensaje profético: Me has mostrado muchas y graves tribulaciones; y volviéndote hacia mí, me diste la vida, y de nuevo me rescataste de los abismos de la tierra. Aquí tenemos el primer de nuevo. Veamos qué significa éste, y encontraremos la razón de segundo de nuevo.
10. ¿Cristo qué es? En el principio existía la Palabra, y la Palabra estaba con Dios, y la Palabra era Dios. Ella, al principio estaba con Dios. Todo fue hecho por medio de ella, y sin ella nada se hizo29. ¡Qué grandioso, qué sublime es esto! Y tú, cautivo, ¿qué eres? ¿Dónde te encuentras caído? En la carne, sometido a la muerte. ¿Quién es, por tanto, él? ¿Y quién eres tú? ¿Y él qué será después? ¿Y por quién? ¿Quién es él, sino lo que se acaba de decir: La Palabra? ¿Qué Palabra, no sea que quizá suene y desaparezca? Es la Palabra Dios con Dios: la Palabra por medio de la cual todo ha sido hecho. ¿Y qué ha sucedido por ti? Y la Palabra se hizo carne y habitó entre nosotros30. El que no perdonó a su propio Hijo, sino que lo entregó por todos nosotros, ¿cómo no nos iba a dar con él todas las cosas?31 Aquí está qué es, quién es, y por quién. ¡El Hijo de Dios se hizo carne por el pecador, por el malvado, por el desertor, por el soberbio, por el loco imitador de su Dios! ¡Se hizo lo que tú eres, hijo de hombre, para que nosotros llegáramos a ser hijos de Dios! Hecho carne: ¿Cómo fue esto? De María Virgen32. ¿Y María Virgen de dónde procede? De Adán. Luego de aquel primer cautivo; así es, la carne de Cristo proviene de aquella agrupación de la cautividad. ¿Y esto por qué? Para darnos ejemplo. Tomó de ti aquello en lo cual moriría por ti. Tomó de ti lo que debía ofrecer por ti, con cuyo ejemplo te enseñase. ¿Qué te enseñaría? Que tú has de resucitar. ¿Cómo lo creerías, si no hubiera precedido una muestra de carne, tomada de la agrupación de tu muerte? Luego en él hemos resucitado por primera vez; porque cuando Cristo resucitó, también hemos resucitado nosotros. La Palabra no murió y resucitó; sino que fue la carne la que murió y resucitó en la Palabra. Cristo murió en aquello que tú has de morir, y resucitó en lo que tú has de resucitar. Con su ejemplo te enseñó lo que tú no debes de temer, y en lo que debes esperar. Temías la muerte: él murió. Desconfiabas de la resurrección: él resucitó. Pero me dirás: Él resucitó; ¿Y yo? Pero, atención: él resucitó en lo que tomó de ti por ti. Luego tu naturaleza te precedió en él; y lo que tomó de ti ascendió al cielo antes que tú; en él, pues, también tú ascendiste. De ahí que ascendió primero él, y en él también nosotros, porque aquella carne es la carne del género humano. Luego al resucitar él, fuimos rescatados de los abismos de la tierra. Por eso, cuando Cristo resucitó, me rescataste de los abismos de la tierra. Y cuando creemos en Cristo, de nuevo me rescataste de los abismos de la tierra. He aquí un "de nuevo". Escucha cómo esto lo cumple el Apóstol: Si habéis resucitado con Cristo, buscad las cosas de arriba, donde está Cristo sentado a la derecha de Dios; gustad las cosas de arriba, no las de la tierra33. Él, pues, nos ha precedido; ya hemos resucitado también nosotros, aunque todavía sólo en esperanza. Vuelve a oír esto mismo del apóstol Pablo, que dice: también nosotros gemimos en nuestro interior, aguardando la adopción, la redención de nuestro cuerpo. Todavía estás gimiendo, todavía esperando. ¿Qué es, pues lo que Cristo te ha dado? Mira lo que sigue: Estamos salvados en esperanza, y la esperanza que se ve no es esperanza. ¿Cómo uno va a esperar lo que ya ve? Pero si esperamos lo que no vemos, con paciencia lo esperamos34. Está claro, pues, que por la esperanza de nuevo hemos sido rescatados del abismo. ¿Y por qué de nuevo? Porque ya Cristo nos había precedido. Pero como hemos de resucitar realmente, ya que ahora vivimos en la esperanza, y caminamos por la fe, hemos sido rescatados de los abismos de la tierra, creyendo en el que antes que nosotros resucitó de los abismos de la tierra. Fue rescatada nuestra alma del pecado de la infidelidad, y se realizó en nosotros como una primera resurrección por la fe. Pero si sólo ésta tuviera lugar, ¿cómo iba a decir el Apóstol: Estamos esperando la adopción y la redención de nuestro cuerpo? ¿Dónde queda lo que dijo en aquel otro pasaje: El cuerpo está muerto por el pecado, pero el espíritu vive por la justicia? Y más todavía: Si el que resucitó a Jesucristo de entre los muertos habita en vosotros, el que resucitó a Jesucristo de entre los muertos, vivificará también vuestros cuerpos mortales, por su Espíritu que habita en vosotros35. Luego ya hemos resucitado espiritualmente, por la fe, la esperanza y la caridad; pero falta aún que resucitemos corporalmente. Has oído un "de nuevo", y también el otro: uno porque Cristo nos ha precedido; y el otro se refiere a nuestra esperanza, que todavía no se ha realizado. Has multiplicado tu justicia, ya en los creyentes, en los que primero han resucitado en esperanza. Has multiplicado tu justicia. A la misma justicia pertenece también el castigo; porque ha llegado el tiempo de comenzar el juicio por la casa de Dios36, dice Pedro, es decir, por sus santos. Dios castiga —dice la Escritura— a todo el que recibe como hijo37. Multiplicaste tu justicia, porque ni a los hijos has perdonado; sino que a aquellos a quienes has reservado la herencia eterna, no les has escatimado la disciplina. Multiplicaste tu justicia, y volviéndote hacia mí, me has consolado; y por el cuerpo, que ha de resucitar al fin, de nuevo me rescataste del abismo de la tierra.
11. [v. 22]. Y yo te cantaré con instrumentos sálmicos por tu lealtad. Los instrumentos sálmicos son el salterio. ¿Y qué es el salterio? Un instrumento de madera con cuerdas. ¿Y Qué significado encierra? Hay una cierta diferencia entre él y la cítara; los entendidos dicen que se diferencian en que el salterio tiene en la parte superior la concavidad por donde las cuerdas tensadas resuenan; y la cítara en la parte inferior. Por lo tanto, como el espíritu proviene de lo alto, y la carne de la tierra, parecería que el salterio significa el espíritu, y la cítara el cuerpo. Y puesto que había hablado de dos rescates nuestros de los abismos de la tierra; uno según el espíritu, en esperanza, y el otro según el cuerpo, en realidad, escucha las dos liberaciones: Te cantaré con el salterio por tu lealtad. Esto en lo que se refiere al espíritu; ¿Y en cuanto al cuerpo? Tañeré para ti la cítara, ¡Oh Santo de Israel!
12. [vv. 23—24]. Escucha otra vez esto, recordando aquel de nuevo y de nuevo. Se regocijarán mis labios, cuando cante para ti. Y como de los labios se suele hablar refiriéndose al hombre interior y al exterior, no sabemos aquí a cuál se refiere. Por eso continúa diciendo: Y mi alma, que tú has redimido. Luego se refiere a los labios interiores, salvados en esperanza, rescatados de los abismos de la tierra por la fe y la caridad, esperando, no obstante, todavía, la redención de nuestro cuerpo; ¿qué vamos a decir? Ya lo ha dicho: Y mi alma que has redimido. Y porque no pensaras que sólo quedaba rescatada el alma, por la que ahora oíste un de nuevo, sigue diciendo: no obstante, todavía... ¿Por qué todavía? No obstante todavía mi lengua (y por tanto se refiere a la lengua corporal) todo el día meditará tu justicia: es decir, por toda la eternidad, sin fin. ¿Y esto cuándo será? Al fin del mundo, con la resurrección del cuerpo, y se dé nuestro cambio al estado angélico. ¿Y cómo se prueba que estas palabras se refieren al fin del mundo? Lo explica diciendo: cuando queden confundidos y avergonzados los que buscan mi daño. ¿Cuándo serán confundidos; cuándo se avergonzarán, sino al fin del mundo? De dos modos tendrá lugar esta confusión: o cuando crean en Cristo, o bien cuando venga Cristo. Porque mientras la Iglesia está en este mundo, mientras gime el trigo entre las pajas, y las espigas entre la cizaña38; mientras se lamentan los vasos de la misericordia entre los vasos de ira, hechos para afrentar39; mientras llora el lirio entre las espinas, no faltarán enemigos que digan: ¿Cuándo morirá, y desaparecerá su nombre?40 Es decir; ya vendrá el tiempo en que se terminen, y no habrá más cristianos; así como han comenzado en un cierto momento, así también durarán hasta un cierto tiempo. Pero mientras hablan así, ellos van muriendo sin límite, y la Iglesia permanece, predicando el brazo poderoso del Señor a todas generaciones venideras. Y por fin vendrá también Cristo, el último, rodeado de su esplendor: y serán separados los buenos a su derecha, y los malos a su izquierda41; y serán confundidos los que ultrajaban, y se avergonzarán los charlatanes. Y será así como mi lengua, después de la resurrección, meditará tu justicia, y todo el día tu alabanza, cuando queden confundidos y avergonzados los que buscan mi daño.