Traductor: P. Miguel Fuertes Lanero O.S.A.
Sermón II
1. [vv. 17—18]. Voy a exponer a vuestra Caridad la última parte del salmo que os comenté ayer y que la habíamos dejado para hoy. Veo que es el momento de pagar la deuda contraída, a no ser que su extensión me deje también hoy deudor vuestro. Os adelante esto, y os ruego que no esperéis un largo discurso en todo aquello que es fácil de comprender. Y así podremos detenernos en los puntos más oscuros, y podré satisfacer totalmente la deuda, de manera que en los días siguientes contraiga otras deudas y os las pague. Veamos ya lo que sigue. Después de haber dicho: Que el pozo no cierre su boca sobre mí, que ya comenté ayer a vuestra Caridad, para que estemos muy atentos con todo el empeño de nuestro espíritu, y una fe llena de piedad para evitar que nos sobrevenga esta maldición. Porque el pozo, es decir, la profundidad del pecado, se cierra sobre el hombre cuando no sólo está sumergido en el pecado, sino que pierde el auxilio de la confesión. Pero cuando el hombre dice: Soy un pecador, la misma profundidad del pozo se ilumina con algún rayo de luz. Y continúa el salmo expresando lo que en medio de sus sufrimientos exclama nuestro Señor Jesucristo en su cabeza y en sus miembros. Como ya os he explicado, en algunos lugares debéis reconocer las palabras de la cabeza; pero si las palabras no se adaptan a la cabeza, debéis referirlas al cuerpo. Cristo habla como uno que es, ya que uno es aquel de quien se dice: Serán dos en una sola carne1. Y si es una sola carne, ¿por qué te vas a extrañar de que la voz sea también una? Pues bien, continúa el salmo: Escúchame, Señor, porque es benigna tu misericordia. Manifiesta la causa por la que debe ser atendido: porque es benigna la misericordia de Dios. ¿No sería más lógico haber dicho: escúchame, Señor, para que tu misericordia sea benigna conmigo? ¿Por qué dice, entonces: Escúchame, Señor, porque es benigna tu misericordia? Ya ha subrayado de algún modo la bondad de la misericordia del Señor, cuando en medio de la tribulación, decía: Escúchame, Señor, porque estoy en medio del tormento. En realidad el que dice: Escúchame, Señor, porque estoy atormentado, expresa la causa por la que ruega ser escuchado; y es que al hombre que está en medio del dolor, le es necesaria la benignidad de la misericordia de Dios. De esta benignidad misericordiosa de Dios, mirad lo que se dice en otro lugar de la Escritura: Como lluvia en la sequía, así de agradable es la misericordia de Dios en la tribulación2. Lo que allí se le llama agradable, aquí se le califica como benigna. El pan no sería agradable si no le precediera el hambre. Luego cuando el Señor permite o hace que pasemos alguna tribulación, incluso entonces es misericordioso; no nos priva del alimento, sino que nos excita el deseo. ¿Cuál será el motivo para decir ahora: Escúchame, Señor, porque es benigna tu misericordia? No tardes en escucharme: estoy en un tal sufrimiento, que necesito la bondad de tu misericordia. Por esto tardabas en darme ayuda: para que me fuese más agradable tu ayuda. Pero ya no hay motivo para que difieras tu ayuda: mi sufrimiento ha llegado en cierto modo al colmo; venga tu misericordia a ejercitar su bondad. Escúchame, Señor, porque es benigna tu misericordia. Vuélvete hacia mí según la inmensidad de tu misericordia, no según la multitud de mis pecados.
2. [v. 18]. No apartes el rostro de tu muchacho. Es una manera de resaltar la humildad: de tu muchacho es como decir de tu pequeño, porque ya carezco de soberbia con el ejercicio del sufrimiento: No apartes el rostro de tu muchacho. He aquí aquella bondadosa misericordia de Dios, citada recientemente. De hecho, en el versículo siguiente explica lo que había dicho: Escúchame enseguida, porque estoy sufriendo. ¿Por qué enseguida? No hay motivo para retrasar tu ayuda: estoy sufriendo; ha precedido ya mi aflicción; que le siga tu misericordia.
3. [v. 19]. Atiende a mi alma y rescátala. No necesita explicación. Veamos lo que sigue. Líbrame por causa de mis enemigos. Esta sí es una súplica digna de admiración, y no hay que resumirla brevemente, ni pasarla deprisa; debemos fijarnos en ella: Líbrame por causa de mis enemigos. ¿Qué significado tiene la frase? Que queden confundidos y atormentados por mi liberación. ¿Entonces qué? Si no hubiera enemigos que fueran atormentados con mi liberación, ¿no debería socorrerme? ¿y sólo te es aceptable la liberación, cuando corresponda la condenación de otro? Supongamos que no hay enemigos que se confundan y atormenten con tu liberación; ¿entonces permanecerías así? ¿No serías liberado? ¿O sólo lo serás cuando tu liberación tenga como efecto la conversión de tus enemigos? Pero lo que es de admirar es si esto lleva consigo algún motivo de súplica. ¿Porque acaso la libración del siervo de Dios por el Señor su Dios, es para que aproveche a otros? Y si faltasen aquellos que se aprovecharían, ¿el siervo de Dios no debería ser liberado? A cualquiera de las dos opiniones que me incline, no le encuentro motivo a esta súplica: Por causa de mis enemigos líbrame, Señor; a no ser que queramos entender lo que voy a deciros con la ayuda del Señor, y lo veáis claro personalmente, gracias al que habita dentro de vosotros. Hay una cierta liberación de los santos oculta: ésta es en su favor personal. Y hay una pública y manifiesta: ésta tiene lugar en atención a sus enemigos, sea para castigarlos, o bien para liberarlos. Por ejemplo, Dios no liberó a los hermanos Macabeos de las torturas y del fuego de sus perseguidores. Antíoco, para ensañarse más con ellos quiso valerse del amor de la madre, para que con su ternura les hiciera desistir de su propósito, y viviendo para los hombres, muriesen para Dios. Pero aquella mujer, más semejante a la madre Iglesia que a Eva, a los que había parido con dolor, los vio con gozo morir, para conservarlos vivos; y por eso los exhortó a que eligiesen más bien morir por las leyes paternas del Señor su Dios, que vivir quebrantándolas. ¿Qué hemos de creer aquí, hermanos, sino que fueron liberados? Pero su liberación fue oculta. A Antíoco, que los martirizó, le pareció haber hecho algo que le dictaba, o más bien le impulsaba su crueldad3. En cambio aquellos otros tres jóvenes del horno, fueron liberados pública y manifiestamente del fuego4, ya que sus cuerpos salieron ilesos de él. Los otros fueron ocultamente coronados, éstos patentemente liberados, aunque todos fueron salvados. ¿Cuál fue el fruto de la liberación de los tres jóvenes? ¿Por qué se les dilató su corona? El mismo Nabucodonosor se convirtió al Dios de ellos, y a quien antes había despreciado, lo alabó, c puesto que salvó a sus siervos, a quienes él arrojó en el horno ardiente. Hay, pues, una liberación oculta, y una liberación manifiesta. La primera pertenece al alma, y la segunda abarca también el cuerpo. El alma queda liberada ocultamente, el cuerpo visiblemente. Por lo tanto, si es así, reconozcamos en este salmo la voz del Señor, y entonces diremos que pertenece a la liberación oculta lo dicho arriba: Atiende a mi alma y rescátala. Falta la liberación del cuerpo, pero ésta llegará, puesto que cuando él resucitó, ascendió a los cielos, y envió desde lo alto el Espíritu Santo5, se convirtieron creyendo en él quienes se habían ensañado contra él causándole la muerte, y de enemigos se hicieron amigos por la gracia de Cristo, no por su propia justicia. Por eso el salmo continúa: Líbrame a causa de mis enemigos. Atiende a mi alma se refiere a la liberación oculta; sin embargo Líbrame a causa de mis enemigos, se refiere también al cuerpo. Nada les aprovechará a mis enemigos si sólo liberas mi alma. Han de creer que se hizo algo más, que se realizó algo más. ¿Qué provecho habrá en derramar mi sangre, si yo me hundo en la corrupción?6 Luego atiende a mi alma y rescátala, eso tú sólo lo conoces; y después también a causa de mis enemigos líbrame, para que mi carne no conozca la corrupción.
4. [vv. 20—21]. Porque tú conoces mi oprobio, mi confusión y mi vergüenza. ¿Qué es el oprobio? ¿Qué la confusión? ¿Qué la vergüenza? El oprobio es lo que el enemigo me echa en cara. La confusión es lo que me remuerde la conciencia. La vergüenza es el sentimiento que hace ruborizar el rostro por la imputación de un falso crimen. No hay crimen, y si lo hay no es de aquel a quien se le imputa. Sin embargo la debilidad del alma humana muchas veces se ruboriza, cuando se le imputa una cosa falsa, no porque se le ha imputado, sino porque se ha creído que es verdad. Todo esto se da en el cuerpo del Señor. La confusión no podía darse en él, ya que no se le podía encontrar culpa alguna. Se le echaba en cara a los cristianos el hecho de ser cristianos. Y precisamente esta era su gloria. Los valientes lo recibían con agrado, y de tal modo lo recibían, que por nada se avergonzaban del nombre de su Señor. Al revés, les había cubierto el rostro un cierto descaro, teniendo el coraje de Pablo, que decía: No me avergüenzo del Evangelio, que es fuerza de Dios para la salvación de todo el que cree7. ¿No eres tú, Pablo, adorador del crucificado? Poco es para mí, dice, no avergonzarme de esto; más aún, sólo me glorío de aquello que piensa el enemigo que me ruboriza. Lejos de mí, dice, el gloriarme si no es en la cruz de nuestro Señor Jesucristo, por quien el mundo está crucificado para mí, y yo para el mundo8. Contra un tal rostro sólo se le podían echar oprobios insultantes. Porque la confusión tampoco era posible en una conciencia ya sana, ni vergüenza en una frente tan libre. Pero cuando a algunos se les echó en cara el haber matado a Cristo, con razón se compungieron de su mala conciencia, y sufrieron una saludable confusión y se convirtieron, hasta poder decir: Tú has conocido mi confusión. En efecto, tú, Señor, conoces no sólo mi oprobio, sino también mi confusión; y en algunos también la vergüenza; son aquellos que, aunque crean en mí, se avergüenzan de confesarlo públicamente delante de los malvados, teniendo para ellos más fuerza la lengua humana que la promesa divina. Al verlos, encomendadlos a Dios, para que no les deje así, sino que los ayude y los perfeccione. Alguien dijo creyendo, aunque titubeando: Creo, Señor; pero ayuda mi incredulidad9. En tu presencia están todos los que me atormentan. Tú sabes por qué siento el oprobio, por qué la confusión, por qué la vergüenza; tú lo sabes; por eso líbrame a causa de mis enemigos, puesto que tú sí conoces mis cosas, pero ellos las ignoran, y como están en tu presencia, si ignoran todo esto, no podrán sentir confusión y corregirse, a no ser que me libres claramente a causa de mis enemigos.
5. [v. 21]. Oprobio y miseria esperó mi corazón. ¿Qué significado le damos a esperó? Previó que le habían de suceder estas cosas, y las predijo como futuras. No vino al mundo para otra cosa. Si no hubiera querido morir, nacer tampoco lo hubiera querido: pero vivió ambas cosas por causa de la resurrección. Dos cosas nos eran conocidas en el género humano, y una tercera desconocida. Cierto que los hombres conocíamos el nacer y el morir; pero ignorábamos el resucitar y la vida eterna. Para darnos a conocer lo que ignorábamos, asumió las dos realidades que conocíamos. A esto vino. Oprobio y miseria esperó mi corazón. ¿Pero la miseria de quién? Sí, esperó la miseria, pero más bien de los que le crucificaron, más bien de sus perseguidores, y así se hallase en ellos la miseria, y en él la misericordia. Compadeciéndose de ellos cuando colgaba de la cruz, dijo: Padre, perdónalos, porque no saben lo que hacen10. Oprobio y miseria esperó mi corazón; yo esperaba que alguno se entristeciese conmigo, y no lo hubo. ¿De qué sirvió el esperar? Es decir, ¿de qué sirvió el haberlo predicho? ¿De qué sirvió el haber dicho que vine a esto? Sucedió para que se cumpliese lo que dije: Esperé que alguien se entristeciese conmigo, y no lo hubo; y consoladores, y no los encontré, es decir, no los hubo. Lo que dice en el versículo anterior: Esperé que alguien se entristeciese conmigo, y no lo hubo; esto mismo lo repite en el siguiente: y consoladores. Lo del versículo anterior, y no lo hubo, es lo del siguiente: y no los encontré. No son, pues, dos proposiciones distintas, sino la misma repetida. Pero si queremos considerarla detenidamente, puede suscitarnos alguna pregunta. ¿No se entristecieron sus discípulos, cuando fue llevado a la pasión, cuando fue suspendido en la cruz, y cuando murió? Hasta tal unto se entristecieron, que María Magdalena, que fue la primera en verlo resucitado, al anunciarles gozosa lo que había visto, los encontró llorando11. Esto nos dice el Evangelio, no es una invención mía, no es una sospecha: consta que se dolieron, consta que lloraron los discípulos. Y también lloraron aquellas mujeres no allegadas a Cristo, cuando era conducido a la pasión; a las que Jesús se volvió y les dijo: Llorad, sí, pero por vosotras, no por mí12. ¿Cómo es, entonces, que esperó que alguien se entristeciese y no lo hubo. Si nos fijamos, entramos a tristes, a algunos que sollozaban y gemían; por eso nos extraña la expresión: Confié que alguno se entristeciese conmigo, y no lo hubo; y que hubiera consoladores, y no los encontré. Examinemos con más diligencia, y veremos que esperó que alguno se entristeciese con él, y no lo hubo. Aquellos de quienes hemos hablado, se entristecían corporalmente, por la vida que había de ser cambiada con la muerte, y restaurada con la resurrección. De aquí procedía aquella tristeza. La tristeza debería haber sido por aquellos que, ciegos, mataron al médico; que enfebrecidos y frenéticos llenaron de injurias a aquél por quien se les ofrecía la salvación. Él lo quería curar, y ellos no paraban de ensañarse; de aquí vine la tristeza del médico. Mira a ver si encontró un compañero de esa tristeza. No dijo: Esperé que alguno se entristeciese, y no lo hubo, sino: Esperé que alguno se entristeciese conmigo, es decir, por lo que yo estaba entristecido, y no lo encontré. Pedro, sin duda alguna lo amaba muchísimo, y se arrojó sin titubear a las aguas del lago para caminar sobre ellas, y a la voz del Señor fue librado13; y cuando era conducido a la pasión, llevado Pedro de su intrepidez amorosa, le siguió; sin embargo, asustado, lo negó tres veces. ¿Por qué, sino porque la muerte le parecía un mal? Trataba de evitar lo que le parecía un mal. Y a él le dolía que al Señor le llegase lo que él trataba de evitar. Por esto, ya anteriormente le había dicho al Señor: ¡Lejos de ti esto, Señor! No seas cruel contigo, esto no sucederá. Y fue cuando mereció ser llamado: satanás, después que había oído del mismo Señor: Bienaventurado eres, Simón, hijo de Jonás14. Así que en la tristeza que tenía el Señor por aquellos por quienes oró, diciendo: Padre, perdónalos, porque no saben lo que hacen15, no encontró compañero alguno de su tristeza. Y esperaba que alguno se entristeciese conmigo, y no lo hubo. No hubo nadie, en absoluto. Y consoladores, y no los encontré. ¿Quiénes con los consoladores? Los que prestan ayuda, ellos son los que nos consuelan, son el consuelo para todos los predicadores de la verdad.
6. [v. 22]. Y por comida me dieron hiel, y para mi sed me dieron a beber vinagre. El evangelio nos indica que esto se cumplió al pie de la letra. Pero hay que caer en la cuenta, hermanos, que esto mismo de no encontrar consoladores, de no encontrar quien se entristeciese conmigo, fue ya mi hiel, mi amargura, mi vinagre: amargura por la aflicción; vinagre por motivo de su hombre viejo. Leemos, de hecho en el Evangelio que le ofrecieron hiel16, pero en bebida, no comida. Sin embargo, así debe entenderse y así se cumplió lo que estaba predicho aquí tanto tiempo antes: Y por comida me dieron hiel. No sólo en este dicho, sino también en este hecho, debemos indagar el misterio, tratar de averiguar los secretos; entrar en el santuario, rasgando el velo del templo; ver allí el misterio e investigar lo que así se dijo o así se hizo. Por comida, dice, me dieron hiel. Lo que le dieron no era comida, sino bebida, puesto que ya el Señor había tomado la comida, y en ella le echaron hiel. Había tomado la comida pacífica y sabrosa, cuando comió la pascua con sus discípulos. En ella ofreció el sacramento de su cuerpo17. En esta comida, tan suave y deliciosa de la unidad de Cristo, que el Apóstol destaca diciendo: Porque uno solo es el pan, y, aun siendo muchos, somos un solo cuerpo18. En esta agradable comida, ¿quién es el que le da la hiel, sino los contradictores del Evangelio, al estilo de aquellos perseguidores de Cristo? Porque menor fue el pecado de los judíos que crucificaron al que andaba por la tierra, que el de los que desprecian al que se halla ya sentado en el cielo. Luego la bebida amarga que le dieron los judíos en aquella comida que ya había tomado, esto mismo lo hacen los que viviendo mal escandalizan a la Iglesia. Es lo que hacen los herejes que irritan a Dios; pero que no se engrían en sí mismos19. Echan hiel en una comida tan sabrosa y festiva. ¿Y qué es lo que hace el Señor? No lo admite para su cuerpo. Encerrando un misterio, el Señor, al ofrecerle la hiel, lo gustó, pero no lo quiso beber20. Si no tolerásemos a los herejes, tampoco los gustaríamos; pero como es necesario tolerarlos, también lo es el gustarlos. Como no pueden formar parte de los miembros de Cristo, pueden ser gustados, pero no pueden ser recibidos en el cuerpo. Y por comida me dieron hiel, y en mi sed me dieron a beber vinagre. Tenía sed, y me dieron vinagre; es decir, deseaba su fe, y lo que me encontré fue su hombre viejo, su vejez.
7. [vv. 23—24]. Que su mesa se les convierta en una trampa en su presencia. La trampa que me tendieron, dándome tal bebida, se les haga en su presencia una trampa para ellos. ¿Por qué en su presencia? Habría bastado decir: Que su mesa se les convierta en una trampa. Tales son quienes conocen su iniquidad, y con toda obstinación perseveran en ella. Y de tal modo en ella persisten, que en su presencia se les convierte en su propia trampa. Son demasiado peligrosos esta gente, que bajan vivos al infierno21, como dice un salmo. ¿Y qué se ha dicho de los perseguidores? Si el Señor no hubiera estado con nosotros, nos habrían tragado vivos22. ¿Qué significado tiene: vivos? Que a sabiendas se consiente con aquellos a quienes no debemos hacerles caso. Por eso en su presencia se convierte en una trampa, y no se corrigen. Con todo, siéndoles trampa delante de ellos, ¿no caerán? Conocieron, sí, la trampa, y meten el pie y ofrecen el cuello para ser apresados. ¡Cuánto mejor les habría sido apartarse de la trampa, reconocer el pecado, condenar el error, apartarse de la amargura, integrarse en el cuerpo de Cristo, buscar la gloria de Dios! Pero es tan poderosa la presunción, que estando la trampa a la vista, caen ella. Oscurézcanse sus ojos para que no vean, continúa diciendo el salmo; y así, como vieron sin que les sirviera de nada, la vista se les convierta en ceguera. Que su mesa, pues, en su presencia, se les convierta en una trampa. En su presencia se les convierta en una trampa. No expresan un deseo, sino son como una profecía. No es para que les suceda, sino porque les va a suceder. Muchas veces os he recordado esto, y debéis de tenerlo siempre presente, a fin de que lo que dice la mente profetizante, movido por el Espíritu de Dios, no aparezca como una imprecación de mala voluntad. Sucederá, sin duda, y no podrá menos de acontecer que le sobrevengan a ellos estas cosas. Y nosotros, al ver que estas cosas se predicen que han de acontecer a los malos, escarmentemos en cabeza ajena, evitando nosotros tales daños. Esto es lo que nos conviene entender y sacar provecho de los enemigos. Que a ellos les sirva como retribución y como tropiezo. ¿Será esto injusto? No, es justo. ¿Por qué? Porque se les da lo que merecen. Luego les sirve de retribución y de tropiezo, porque ellos mismos son un tropiezo, un escándalo para sí mismos.
8. Que sus ojos se nublen y que no vean; y encorva para siempre su espalda. Esto último es consecuencia de lo anterior. Porque aquellos a quienes se les han oscurecido los ojos, quedándose sin ver, es natural que se les encorve el espinazo. ¿Por qué? Porque al cesar de pensar en las cosas de arriba, necesariamente pensarán en las de abajo. El que oye bien: "Levantemos el corazón", no tiene encorvada la espalda. Tiene erguido su cuerpo, y su esperanza está puesta en el cielo; máxime si por delante ha enviado allí su tesoro, al que le seguirá su corazón23. Por el contrario, quienes no quieren saber nada de la vida futura, ya están cegados, y piensan en las cosas de abajo. Es esto tener la espalda encorvada, de cuya enfermedad curó el Señor a una mujer, a quien satanás la había tenido encadenada durante diez y ocho años; pero el Señor la curó y la enderezó, y como lo hizo en sábado, los judíos se escandalizaron. Con razón se escandalizaron ellos, encorvados24, al verla enderezada. Y encorva para siempre su espalda.
9. [v. 25]. Descarga tu ira sobre ellos, y que los alcance el incendio de tu furor. El sentido está claro. Pero al decir que los alcance, nos da la impresión de que estuvieran huyendo. ¿Pero adónde van a huir? ¿Al cielo? Tú estás allí25. ¿Al infierno? Estás allí presente. Se niegan a recibir sus alas para volar en la dirección justa: Que los alcance el incendio de tu ira, y no les permita huir.
10. [v. 26]. Quede desierta su morada. Esto ya sucede en público. Anteriormente había dado a conocer su liberación no sólo la oculta, cuando dijo: Atiende a mi alma y rescátala, sino también la manifiesta, la del cuerpo, cuando dijo: Líbrame a causa de mis enemigos26. Así también ahora les predice a éstos ciertas calamidades ocultas, de las que poco antes hablaba. Porque ¿quiénes con capaces de conocer la desgracia del hombre que tiene ciego el corazón? Si le faltan los ojos del cuerpo, todo el mundo lo tiene por desgraciado. Pero supongamos que le faltan los ojos del alma, y está rodeado de abundantes bienes terrenos: le llaman feliz, pero son aquellos que también están ciegos en su alma. Luego ¿qué falta de darse a conocer claramente, para que a todos se muestre que el Señor se ha vengado en ellos? Porque la ceguera de los judíos es un castigo oculto. ¿Y cuál es el manifiesto? Quede desierta su morada, y que nadie habite en sus tiendas. Esto sucedió en la ciudad de Jerusalén, en la que se creyeron omnipotentes, gritando contra el Hijo de Dios: ¡Crucifícalo, crucifícalo!27, imponiéndose, porque pudieron matar al que resucitaba a los muertos.¡Qué poderosos, qué grandes se creyeron! Y después sobrevino el castigo del Señor; fue tomada por asalto la ciudad, fueron sometidos los judíos, asesinados incontables miles de hombres. Y ahora no se le permite a ningún judío acercarse allá; donde les fue posible gritar contra el Señor, no les permite el Señor habitar. Perdieron el lugar de su furor, ¡y ojalá que ahora puedan conocer el lugar de su paz! ¿De qué les sirvió lo que dijo Caifás: Si le dejamos así, vendrán los romanos y nos arrebatarán el templo y la nación?28 De hecho lo mataron; él sigue vivo, y los romanos vinieron y se apoderaron del templo y de la nación. Lo hemos oído hace un momento, cuando leíamos el Evangelio: ¡Jerusalén, Jerusalén! ¡Cuántas veces he querido reunir a tus hijos como la gallina reúne a sus polluelos bajo sus alas, y no has querido! He aquí que vuestra casa quedará desierta. Es lo que aquí se dice: Que quede desierta tu morada29, y que nadie habite en tus tiendas. Que nadie las habite, pero ninguno de ellos. Porque todos aquellos lugares están llenos de gente, pero vacíos de judíos.
11. [v. 27]. ¿Por qué todo esto? Porque a quien tú heriste, ellos lo han perseguido, y han añadido dolor al dolor de mis heridas. ¿En qué pecaron persiguiendo al que Dios había herido? ¿Qué se les puede imputar culpablemente? La malicia. En cristo sucedió lo que era conveniente. Ciertamente había venido a padecer, y castigó a aquel por quien padeció. Judas, como traidor fue castigado, y Cristo crucificado; pero nos redimió con su sangre, y castigó a Judas por haberle puesto un precio. Arrojó el precio de plata con el que había vendido al Señor30, y no supo reconocer el precio por el cual era él redimido por el Señor. Esto sucedió con Judas. Pero vemos que hay una cierta medida de retribución en todos, y que a nadie se le permite ensañarse más de lo que le ha sido concedido, ¿Cómo es que añadieron ellos dolor a dolor? ¿O cuál es la herida infringida por el Señor? No hay duda de que habló en persona de aquel de quien recibió el cuerpo, de quien había tomado la carne, es decir, del género humano, del mismo Adán, que fue herido el primero con la muerte por causa de su pecado31. Los hombres nacen en este mundo mortales por castigo. Por tanto, los que persigan a los hombres, añaden otro castigo a éste. El hombre no habría muerto aquí, si Dios no lo hubiera herido; ¿Por qué tú, hombre, te ensañas más en él con nuevos castigos? ¿Te parece pequeño castigo para el hombre que un día tenga que morir? Cada uno de nosotros lleva su propio castigo, y a éste intentan añadir otro quienes nos persiguen. El que todos llevamos es un castigo del Señor. Efectivamente, el Señor castigó al hombre con una sentencia. Refiriéndose al fruto prohibido, le dijo: El día que lo toquéis, moriréis sin remedio32. De esta muerte había recibido él la carne, y nuestro hombre viejo fue crucificado juntamente con él33. Y con la voz de este viejo Adán, dijo estas palabras: Al que tú heriste ellos lo han perseguido, y han añadido dolor al dolor de mis heridas. ¿A qué dolor, y de qué heridas? Al dolor de los pecados ellos añadieron más: llama heridas a los pecados de ellos. Pero no te fijes en la cabeza, pon atención al cuerpo, ya que en su nombre dijo él mismo haciendo oír su voz en el primer versículo de aquel salmo, gritando desde la cruz: ¡Oh Dios, Dios mío!, mírame; ¿ Por qué me has abandonado? Y dice allí a continuación: Lejos de mi salvación están las palabras de mis delitos34. Estas son las heridas causadas por los ladrones a aquel israelita que fue asaltado en el camino, y que llevó en su jumento el samaritano, y al cual el sacerdote y el levita, pasando por el camino, lo encontraron y desdeñaron, y no pudo ser curado por ellos; y en cambio, el samaritano, que pasaba, se compadeció, se acercó y lo montó en su propia cabalgadura35. En latín Samaritano significa custos (protector, guardián). ¿Quién es el verdadero guardián y protector, sino el Salvador, nuestro Señor Jesucristo? El cual, puesto que resucitó de entre los muertos, ya no ha de morir36. No, no duerme ni dormita el guardián de Israel37. Y añadieron dolor al dolor de mis heridas.
12. [v. 28]. Añádeles iniquidad a su iniquidad. ¿Qué significa esto? ¿Quién no se estremece al oírlo? Se le dice a Dios: Añádeles iniquidad sobre su iniquidad. ¿Cómo Dios va a poner maldad? ¿Es que tiene Dios iniquidad para ponerla? Sabemos que es cierto lo que en la carta a los Romanos dijo el apóstol Pablo: ¿Qué diremos, entonces? ¿Que en Dios hay iniquidad? No, en absoluto38. ¿Cómo es posible, entonces, lo del salmo: Añade maldad sobre maldad? ¿Cómo deberemos entenderlo? Que el Señor ayude a mis palabras, para que os lo explique, y que, dado vuestro cansancio, lo pueda hacer brevemente. La iniquidad de ellos consistió en que mataron a un hombre justo; y a ésta se le añadió otra más: que crucificaron al Hijo de Dios. Su ensañamiento se dirigió contra un hombre. Pero si lo hubieran conocido, jamás habrían crucificado al Señor de la gloria39. Ellos, por su maldad, lo quisieron matar como hombre, pero añadieron otra iniquidad a su iniquidad crucificando al Hijo de Dios. ¿Quién añadió esta nueva culpa? Aquel que dijo: Quizá respetarán a mi Hijo; lo voy a enviar40. Tenían los empleados por costumbre matar a los que les eran enviados a cobrarles la renta del alquiler y de los intereses. Y envió a su propio Hijo para que lo matasen. Añadió otra iniquidad a su iniquidad. ¿Pero esto lo hizo Dios por crueldad, o más bien como una justa retribución? Conviértaseles, dice el salmo, como retribución y tropiezo. Habían merecido ser cegados de tal modo, que no conocieran al Hijo de Dios. Y esto lo hizo Dios, añadiendo otra iniquidad a la iniquidad de ellos, no hiriéndolos, sino dejándolos sin sanar. Es como, cuando aumentas la fiebre, aumentas la enfermedad, pero no proporcionando enfermedad, sino no socorriéndola; y esto porque ellos fueron tales, que al no merecer ser curados, progresaron en la misma malicia, según lo que dice Pablo a Timoteo: Los malvados y embaucadores irán de mal en peor41; y se les añadió maldad sobre su maldad. Y no tomen parte en tu justicia. Estas palabras son bien claras.
13. [v. 29]. Sean borrados del libro de la vida. ¿Pero fueron inscritos en él alguna vez? No debemos entender, hermanos, que Dios escriba a uno en el libro de la vida, y que luego lo borre. Si hubo un hombre que dijo: Lo que escribí, escrito está, refiriéndose al título donde estaba escrito: Este es el Rey de los judíos42, ¿Dios escribirá a uno y luego lo borrará? Dios sabe las cosas de antemano, tiene la presciencia. Antes de la creación del mundo los predestinó a todos los que iban a reinar con su Hijo en la vida eterna43. A éstos los inscribió; éstos son los que están en el libro de la vida. ¿Qué dice en el Apocalipsis el Espíritu de Dios, cuando habla de los sufrimientos que causará el anticristo, como lo dice la misma Escritura? Consentirán con él todos los que no están escritos en el libro de la vida44. Por lo tanto no hay duda de que no consentirán los que están inscritos. Pero entonces, ¿cómo han de ser borrados de allí los nunca fueron escritos? Esto se dijo teniendo en cuenta lo que ellos pensaban, ya que creían hallarse inscritos. ¿Y entonces qué significa: Sean borrados del libro de la vida? Que les conste a ellos que no están escritos en el libro. Según este modo de hablar, se dice en otro salmo: Caerán a tu lado mil, y diez mil a tu derecha45. Es decir, muchos de los que esperaban que habían de sentarse contigo, y ser colocados a tu derecha, tropezaron, y serán separados a la izquierda con los cabritos46; no porque alguno de los que ya estaban colocados allí, caiga, o porque, estando sentado con él, sea arrojado, sino porque ya habían tropezado los que pensaban que estaban allí; es decir, muchos que esperaban sentarse contigo, muchos que pensaban ser colocados a tu diestra, habían de caer. Este es, pues, el caso de aquellos que esperaban como premio de su justicia, hallarse escritos en el libro de Dios, a los cuales se les dice: Investigad las Escrituras, en las que creéis tener vosotros la vida eterna47; cuando les fuere dada a conocer su condenación, serán borrados del libro de la vida, es decir, conocerán que no están allí. El versículo siguiente aclara lo que se dijo: Que no sean escritos con los justos. He dicho: Que sean borrados, pero conforme a su esperanza. ¿Y qué diré acomodándome a tu justicia? Que no sean escritos.
14. [v. 30]. Yo soy un pobre malherido. ¿Por qué dice esto? ¿Acaso para que conociéramos que este pobre maldice por las amarguras de su ánimo? De hecho pronunció muchas imprecaciones contra sus adversarios. Y como si le preguntáramos ¿Por qué dices todo esto? No les desees tanto mal, él responde: Yo soy un pobre malherido. Me han llevado a la miseria, y en este dolor me colocaron; por eso digo estas cosas. No es la indignación del que maldice, sino la predicción de un profeta. Nos quiere inculcar todo lo que más tarde dirá de su pobreza y de sus dolores, para que aprendamos a ser pobres y a soportar el dolor. Dichosos los pobres, porque de ellos es el reino de los cielos; y también: Dichosos los que lloran, porque serán consolados48. Todo esto nos lo ha querido demostrar él por anticipado, y por eso dijo: Yo soy un pobre malherido. Esto lo dice su cuerpo total. El cuerpo de Cristo en esta tierra, es pobre y doliente. Y por más que haya cristianos ricos, si realmente son cristianos, son pobres; en comparación con las riquezas celestes que esperan, todo su oro lo estiman como arena. Yo soy un pobre malherido.
15. [v. 31]. Y la salvación de tu rostro, oh Dios, me amparó. ¿Acaso este pobre ha quedado abandonado, siendo así que tú te dignaste sentar a tu mesa al pobre andrajoso? No, en realidad, este pobre ha recibido la salvación del rostro de Dios. En su rostro escondió su pobreza. A él, por cierto, se refiere lo que se dijo en salmo 30: Los escondes en lo secreto de tu rostro49. ¿Queréis saber cuáles son las riquezas de ese rostro? Las riquezas de este mundo te ofrecen el comer lo que quieras y cuando quieras. Aquéllas otras, el no tener hambre jamás. Yo soy un pobre malherido; y me ha amparado la salvación de tu rostro, oh Dios. ¿Con qué finalidad? Para que deje de ser un pobre y un malherido. Alabaré el nombre de Dios con cantos, lo ensalzaré con alabanzas. Ya lo habíamos dicho: este pobre alaba el nombre de Dios con cánticos, y lo ensalza con alabanzas. ¿Cuándo se habrá decidido a cantar, sino cuando fue saciada su hambre? Alabaré el nombre de Dios con cánticos, y lo ensalzaré con alabanzas. ¡Qué riquezas tan grandes! ¡Qué joyas más preciosas del tesoro interior ofrece en alabanza a Dios! Lo ensalzaré con alabanzas. Estas son mis riquezas. El Señor me las dio, el Señor me las quitó. ¿Luego se quedó en la miseria? No, en absoluto. Mira cuáles son sus riquezas: Como al Señor le agradó, así ha sucedido; sea bendito el nombre del Señor50. Alabaré el nombre de Dios con cánticos, lo ensalzaré con alabanzas.
16. [v. 32]. Y le agradará a Dios. Esta mi alabanza le agradará más que un novillo, con cuernos y pezuñas. Le será más agradable el sacrificio de alabanza, que el de un becerro. El sacrificio de alabanza me glorificará, y allí está el camino en el que le mostraré la salvación de Dios. Ofrece a Dios un sacrificio de alabanza y cumple tus votos al Altísimo51. Luego alabaré a Dios, y eso le agradará más que un novillo tierno, con sus cuernos y pezuñas. Mucho más le agradará a Dios la alabanza a él, salida de mi boca, que grandes sacrificios ofrecidos en su altar. ¿Habrá que decir algo sobre los cuernos y las pezuñas de este novillo? El que está bien instruido, y no es tacaño en la alabanza al Señor, debe tener cuernos con los que lance al aire al adversario, y pezuñas con las que clavarse en la tierra. Sabéis que esto lo hacen los novillos jóvenes, y los que quieren tener el arrojo de los toros. Pues el novillo se llama así porque es nuevo, joven. Puede ser que un hereje se ponga a contradecir. Pues bien, ¡lánceselo al aire con los cuernos! Y quizá otro individuo no contradiga, pero se presenta muy interesado en las cosas terrenas de una manera mundana. Entonces ¡aléjesele con las pezuñas! En todo caso, mi alabanza te será más grata que este novillo; y te agradará más todavía después de sufrir la pobreza y el dolor, cuando te halles en la compañía eterna de los ángeles, donde no habrá enemigo que deba ser lanzado al aire fuera en la lucha, ni perezoso alguno que deba ser removido de la tierra.
17. [v. 33]. Que lo vean los pobres y se alegren.¡Que crean y se gocen en la esperanza!. Que sean todavía más pobres, a fin de que merezcan ser saturados, no sea que eructando el alimento de la soberbia, se les niegue el pan con el que vivan robustos. Pobres, buscad al Señor; tened hambre y sed52; él mismo es el pan vivo que descendió del cielo53. Buscad al Señor y vivirá vuestra alma. Buscáis pan para que viva vuestro cuerpo; buscad al Señor para que viva vuestra alma.
18. [v. 34]. Porque el Señor ha escuchado a los pobres. Escuchó a los pobres; y no los habría escuchado si no fueran pobres. ¿Quieres ser atendido? Sé pobre: que clame tu dolor, no tu indignación. Porque el Señor ha escuchado a los pobres; Y no despreció a sus encarcelados. Al ser ofendido por los siervos, los encarceló, pero no despreció a los que clamaban entre los grillos. ¿Qué clase de cadenas son éstas? La mortalidad, la corruptibilidad de la carne; estos son los grillos con que nos encontramos presos. ¿Queréis conocer el peso de estas cadenas? El cuerpo corruptible, dice la Sabiduría, sobrecarga el alma54. Cuando los hombres quieren ser ricos en este mundo, buscan andrajos para envolver estos grillos. Sean suficientes los harapos de las cadenas. Busca sólo lo indispensable para satisfacer la necesidad. Cuando buscas cosas superfluas, haces más pesadas tus cadenas. Queden en la cárcel sólo estas cadenas. A cada día le baste su afán55. Por esta aflicción clamamos a Dios: Porque el Señor ha escuchado a los pobres; y no despreció a sus encarcelados.
19. [v. 35]. Alábenlo cielos y tierra, el mar y cuanto bulle en ellos. Las verdaderas riquezas de este pobre son éstas: admirar la creación y alabar al Creador. Alábenle cielos y tierra, el mar y cuanto bulle en ellos. Ya la creación sola alaba a Dios, pero cuando la contempla el hombre, Dios es alabado.
20. [v. 36—37]. Escucha todavía algo más: Porque Dios salvará a Sión. Restaura a su Iglesia; incorpora a su Unigénito todas las naciones que han creído; no defrauda a los que creen en su promesa. Porque Dios salvará a Sión, y serán edificadas las ciudades de Judá. Estas son las iglesias. Que nadie se pregunte: ¿Cuándo serán edificadas las ciudades de Judá? ¡Oh si quisieras conocer su estructura, y ser piedra viva, para entrar a formar parte de ella! También ahora se edifican las ciudades de Judá. Judá significa "confesión". Por la confesión de la humildad se edificarán las ciudades de Judea, pero quedando fuera de ellas los soberbios, que se avergüenzan de confesar. Porque Dios salvará a Sión. ¿A qué Sión? Escucha la respuesta en las palabras siguientes: La estirpe de sus siervos la heredarán; y en ella habitarán los que aman su nombre.
21. El salmo se ha terminado. Pero no dejemos en el aire estos dos últimos versículos; a algo nos amonestan: a que no suceda que por falta de esperanza, no formemos parte de esta edificación. La estirpe de sus siervos, dice, la heredarán. ¿Y quiénes son la estirpe de sus siervos? Quizá digas: los judíos nacidos de Abrahán; pero nosotros, que no hemos nacido de Abrahán ¿cómo obtendremos esta ciudad? Sabed que no son linaje de Abrahán aquellos judíos de quienes Juan dijo en su evangelio: Si sois hijos de Abrahán, haced las obras de Abrahán56. La estirpe, pues, de sus siervos, son los imitadores de la fe de sus siervos, y éstos la ocuparán. Por fin, el último versículo explica el anterior. Para que no pienses, quizá, que se dijo refiriéndose sólo a los judíos: Y la descendencia de sus siervos la heredarán, y, como un poco confundido, digas: Nosotros linaje de los gentiles, que adoraron a los ídolos y sirvieron a los demonios, y, por lo tanto, ¿cómo hemos de esperar algún rincón de esta ciudad? Pues bien, para darte confianza y ánimo, dijo a continuación: Y los que aman su nombre morarán en ella. Este es, pues, el linaje de sus siervos: los que aman su nombre. Y porque sus siervos, han amado su nombre; entonces, todos los que no aman su nombre, que no se llamen descendencia de sus siervos; y aquellos que amen su nombre, tengan por cierto que son descendencia de sus siervos.