Traductor: P. Miguel Fuertes Lanero O.S.A.
Sermón I
1. Hemos nacido y hemos sido agregados al pueblo de Dios en este mundo en el tiempo en que aquel arbusto, nacido del grano de mostaza, ha extendido sus ramas; y en el tiempo en que aquella levadura, primero insignificante, ha fermentado ya las tres medidas de harina1, es decir, todo el orbe de la tierra, restaurado por los tres hijos e Noé2; porque del oriente y del occidente, del norte y del mediodía vienen los que se sentarán con los patriarcas, siendo echados fuera los nacidos de ellos según la carne, pero que no han imitado su fe3. Nosotros hemos abierto los ojos ante toda esta gloria de la Iglesia de Cristo; y hemos visto a la estéril, a la que se le anunció y pronosticó la alegría de que tendría más hijos que la que tenía marido4. Y ya la hemos encontrado olvidada del oprobio de su viudez. Por eso quizá podemos admirarnos si leemos en alguna profecía las voces de la flaqueza de Cristo o de la nuestra. Puede también suceder que apenas nos conmuevan, porque no hemos aparecido en el tiempo en que se leían con gusto estas cosas, cuando era abundante la tribulación. No obstante, si pensáramos en el cúmulo de tribulaciones, y caemos en la cuenta de cuán estrecho es el camino por el que transitamos5 (si es que por él caminamos), y que por las aflicciones y los sufrimientos se llega al descanso eterno; aunque la que en las cosas humanas se llama felicidad, debe ser más temida que la misma desgracia; puesto que la desgracia casi siempre da buen fruto, debido a la tribulación, y la felicidad, por el contrario, corrompe el alma, debido a una funesta seguridad, dando lugar a que el diablo nos tiente; por eso, si pensáramos prudente y rectamente, como víctima ya sazonada, que la vida humana sobre la tierra es una prueba6, y que nadie está totalmente seguro, ni debe pensar que lo está, hasta que llegue a aquella patria, de donde no se va ningún amigo, ni se admite a ningún enemigo, incluso ahora, en el mismo esplendor de la Iglesia, reconoceríamos las voces de nuestra tribulación; y como miembros de Cristo, unidos entre nosotros por la caridad, y sometidos a nuestra cabeza, hablaríamos sobre los salmos lo que aquí encontrásemos que hablaron los mártires, anteriores a nosotros, porque el sufrimiento es común a todos, desde el principio hasta el final. Sin embargo, este salmo que he comenzado a exponeros, y que en el nombre del Señor me he propuesto comentar a vuestra Caridad, reconozcámoslo simbolizado en el grano de mostaza. Apartemos un momento el pensamiento del crecimiento del arbusto, y de la extensión de sus ramas, así como de aquella gloria en la que las aves del cielo vienen a descansar, y pongamos la atención en cómo la grandeza del arbusto que nos impresiona, o de qué pequeño origen ha surgido. Quien habla aquí es Cristo (lo estoy diciendo a los que ya lo saben); y habla no sólo como cabeza, sino también como cuerpo. Lo sabemos por sus mismas palabras. El que Cristo habla aquí no lo podemos dudar lo más mínimo. He ahí las palabras que se han cumplido exactamente en su pasión: En mi comida me echaron hiel, y para mi sed me dieron a beber vinagre7. Estas palabras se cumplieron al pie de la letra, y tal como fueron predichas, así se cumplieron. Estando Cristo pendiente de la cruz, dijo: tengo sed, y al decir esto, le acercaron una esponja empapada en vinagre. Y cuando la hubo gustado, dijo: todo está cumplido, e inclinando la cabeza, entregó su espíritu8, dando a entender que todo esto que se había predicho, se había realizado en ese momento en él. No es posible entender aquí otra cosa. También los Apóstoles, hablando de Cristo, adujeron testimonios de este salmo. ¿Quién se atreverá a separarse de su testimonio? ¿Y qué corderos no seguirán a los carneros? Es cierto, pues, que Cristo habla aquí; y a nosotros toca mostrar dónde hablan sus miembros, para dejar en claro que aquí habla el Cristo total, puesto que no hay duda de que aquí habla Cristo.
2. [v. 1]. El título del salmo es: Hacia el fin, por aquellos que han de ser cambiados, para el mismo David. Entiende aquí el cambio para mejor: porque un cambio puede ser para peor o para mejor. El de Adán y Eva fue para peor; los nacidos de Adán y Eva, que se han incorporado a Cristo, han cambiado a una situación mejor. Pues así como por un hombre vino la muerte, así también por un hombre vino la resurrección de los muertos; y como en Adán todos mueren, así también en Cristo volverán todos a la vida9. De tal como Dios lo había formado, Adán se cambió, pero a una situación peor, la de su pecado; los fieles, sin embargo, de la situación a la que los había llevado el pecado, se cambian, pero a una condición mejor por la gracia de Dios. Fue nuestra maldad la causante de que cambiásemos a una condición peor. Pero que para fuéramos cambiados a una situación mejor, no se debe a nuestra justicia, sino que nos lo da la gracia de Dios. Por tanto, de los cambios para nuestro mal, culpémonos a nosotros; y de los sean para nuestro bien, démosle gloria a Dios. Por aquellos, dice este salmo, que han de ser cambiados. ¿De dónde se ha originado este cambio, sino de la pasión de Cristo? La palabra Pascua en latín significa "paso", tránsito. Es hebrea, no griega. En griego sería pasjein, pero significa "padecer", no el significado hebreo de "paso". S. Juan evangelista nos lo dice claramente en su evangelio, cuando estando inminente la pasión, el Señor se disponía a la cena en la que encomendó el Sacramento de su cuerpo y sangre a los discípulos; habla así: Habiendo llegado la hora de pasar Jesús de este mundo al padre10. Cita explícitamente el paso de la pascua. Pero si él, que vino por nosotros, no hubiera pasado de aquí al Padre, ¿cómo habríamos podido nosotros, que no hemos venido a levantar a nadie, sino que hemos caído, salir de nuestra vida de pecado? Él no cayó, sino que descendió para levantar al que había caído. Luego se trata de su tránsito y del nuestro, de aquí al Padre; de este mundo al reino de los cielos, de la vida mortal a la vida eterna, de la vida terrena a la vida celeste, de la vida corporal a la incorruptible, de una vida llena de sufrimientos, al descanso seguro y definitivo. Por lo tanto: Para aquellos que han de ser cambiados, es el título del salmo. Reconozcamos, pues, descrita en el texto del salmo la causa de nuestro cambio, es decir, la pasión del Señor, y descubramos nuestra voz en medio de las tribulaciones en el texto del salmo: que la advirtamos, la reconozcamos, y la acompañemos con nuestros gemidos. Y así, oyendo, reconociendo y gimiendo con él, cambiemos, y se cumpla en nosotros el título del salmo: Para los que han de ser cambiados.
3. [v. 2]. Sálvame, Señor, que me han entrado las aguas hasta el alma. El grano aquel de mostaza es ahora despreciado, pues parece que da gritos humillado. Está sepultado en el huerto, y el mundo ha de admirarse de la grandeza del arbusto, cuya semilla ha sido despreciada por los judíos. Considerad con atención el grano de mostaza: diminuto, oscuro, despreciable por completo; así se cumple en él aquella profecía: Lo hemos visto y no tenía belleza ni aspecto agradable11. Dice el salmo que las aguas han penetrado hasta su alma, porque aquellas turbas, designadas con el nombre de aguas, han acrecentado su poder hasta dar muerte a Cristo. Se insolentaron hasta despreciarlo, apresarlo, atarlo, insultarlo, abofetearlo, escupirlo, hasta... ¿qué más? Hasta matarlo. Luego las aguas han penetrado hasta mi alma. Le da a esta vida el nombre de "su alma", a la cual pudieron acercársele ensañándose con él. Pero ¿podrían haberle hecho todo esto, si él no se lo hubiera permitido? ¿Cómo es que clama, entonces, como quien sufre contra su voluntad, sino porque en la cabeza están representados los miembros? Sí, él padeció porque quiso, pero los mártires también padecieron aunque no querían. A Pedro, por ejemplo le predijo su martirio con estas palabras: Cuando seas viejo, otro te ceñirá, y te llevará adonde no quieras12. Por más que deseemos estar unidos a Cristo, no queremos morir; y si decididamente, o, más bien, con resignación, sufrimos, es porque no nos queda otro camino para unirnos a Cristo. De hecho, si pudiéramos por otro camino llegar a Cristo, es decir, a la vida eterna, ¿quién querría morir? El Apóstol, en un cierto lugar, explicando nuestra naturaleza, a saber, la unión del cuerpo y del alma, y la íntima trabazón de ambos, dice que nosotros tenemos una mansión eterna en el cielo, no hecha por manos humanas; es decir, una inmortalidad preparada para nosotros, de la que seremos revestidos al fin, cuando resucitemos de entre los muertos; y añade: Nosotros no quisiéramos ser despojados de la vida mortal, sino sólo revestidos, de modo que nuestro ser mortal sea absorbido por la vida13. Si fuera posible, dice él, preferiríamos hacernos inmortales, de manera que la inmortalidad llegara a nuestro cuerpo sin pasar por la muerte, siendo absorbida nuestra condición mortal, como la tenemos ahora, por la vida, para recibirla al fin nuevamente. O sea, que aunque pasemos de los males a los bienes, el paso es más bien amargo, y tiene la hiel que los judíos dieron a beber al Señor en la pasión. Tiene una acidez repulsiva, que hay que tolerar, y en ella están representados los que le dieron a beber vinagre14. Prefigurándonos, pues, y como transformándonos en sí mismo a nosotros, dice así: Sálvame, oh Dios, que las aguas me llegan hasta el alma. Los que lo perseguían pudieron llegar hasta quitarle la vida; pero ya no podrán nada más. El mismo Señor se adelantó amonestándonos: No temáis a los que matan el cuerpo, y no pueden hacer nada más; temed, mas bien, al que tiene poder para matar el cuerpo y el alma en el fuego del infierno15. Por un mayor temor despreciaremos las cosas menores, y desdeñaremos todo lo temporal por el ansia mayor de la eternidad. Porque en esta vida las delicias temporales son dulces, y las tribulaciones amargas; pero ¿quién no beberá la copa de las tribulaciones temporales, si teme el fuego del infierno? ¿y quién no despreciará las dulzuras mundanas, si suspira por la dulzura de la vida eterna? Luego clamemos desde aquí para ser librados, no sea que en las dificultades consintamos en la maldad, y seamos irreparablemente absorbidos por ella: Sálvame, oh Dios, que las aguas me han llegado hasta el alma.
4. [v. 3]. Estoy hundido en un cieno profundo, y no puedo hacer pie. ¿A qué llama cieno? ¿Tal vez a los que lo persiguieron? En realidad el hombre ha sido hecho de lodo16. Pero éstos, perdiendo la justicia, se han hundido hasta hacerse un lodo profundo. Pero todo el que no consiente en las invitaciones de los perseguidores, hace oro de su cieno, pues merecerá que su barro se convierta en una condición de vida celestial, y que se haga compañero de los que dice el título del salmo: para aquellos que han de ser cambiados. Pero siendo estos perseguidores un cieno profundo, quedé atrapado en ellos, es decir, me apresaron, prevalecieron sobre mí y me mataron. Sí, estoy hundido en un cieno profundo, y no hay dónde hacer pie ("no hay sustancia" "non est substantia"). ¿Por qué dice que no hay sustancia? ¿Es que el mismo cieno no es sustancia? ¿O es que yo, sumergido entre el fango he dejado de ser sustancia? ¿Qué quiere decir: Estoy hundido? ¿Estaba, acaso, Cristo unido así a la tierra? ¿O es que se adhirió, pero no como se lee en el libro de Job: Fue entregada la tierra en manos del impío?17 ¿O estaba hundido en cuanto al cuerpo, ya que sólo en él fue posible capturarlo y sufrir la crucifixión? Porque si no hubiera sido traspasado con clavos, no habría sido crucificado. ¿A qué viene, pues, lo de no hay sustancia? ¿No es sustancia el fango? Entenderemos el significado de la frase, si primero entendemos lo que significa la palabra sustancia. Esta palabra se la aplica también a las riquezas. Y así, decimos, por ejemplo: Tiene sustancia, o: perdió la sustancia en este sentido. ¿Pero podremos pensar que en este caso se trate de algo relacionado con las riquezas? ¿O es que quizá se dijo así porque el barro era pobreza, y no será riqueza más que cuando seamos ya partícipes de la eternidad? Porque nuestra riqueza será verdadera sólo cuando no nos falte nada. Podríamos entender con este significado la frase entera, así: Estoy hundido en un cieno profundo y no hay sustancia, como queriendo decir: he caído en la pobreza. De hecho el salmo dice más adelante: Yo soy pobre y afligido. Y el Apóstol dice también: Jesucristo, aun siendo rico, se hizo pobre, para enriqueceros a vosotros con su pobreza18. Luego tal vez, queriéndonos inculcar el Señor su pobreza, quizá dijese: No hay sustancia. Él llegó al colmo de la pobreza cuando tomó la condición de esclavo. ¿Cuáles son sus riquezas? El que siendo de condición divina, no tuvo como un tesoro muy estimable el mantenerse igual a Dios19. He aquí sus grandes, sus incomparables riquezas. ¿Y dónde está su pobreza? En que se anonadó a sí mismo, tomando la forma de siervo, haciéndose uno de tantos y presentándose como un hombre cualquiera; se humilló a sí mismo, haciéndose obediente hasta la muerte. Por eso pudo decir: Me han llegado las aguas hasta el alma. Añade, si puedes, algo más que la muerte; ¿qué más se puede añadir? La ignominia de la misma muerte. Por eso añade: Y una muerte de cruz20. ¡Suma pobreza! Pero de aquí surgirán grandes riquezas, porque se colmó su pobreza, y se colmarán nuestras riquezas con su pobreza. ¡Qué grandes son sus riquezas, para poder enriquecernos con su pobreza! ¡Cuán ricos nos hará con sus riquezas, si con su pobreza nos ha hecho ricos!
5. Estoy hundido en un cieno profundo y no hay sustancia (no hay apoyo). Aquí el término sustancia se entiende de otro modo: aquello por lo que somos lo que somos. Pero es un poco más difícil de entender, aunque su uso sea común. Sin embargo, dado que el término sustancia no es muy usado, necesita alguna explicación. Si prestáis atención, quizá no cueste mucho trabajo el exponerlo. Decimos hombre, decimos animal, decimos tierra, cielo, sol, luna, piedra, mar, aire: todo esto son sustancias, por lo mismo que son. A las mismas naturalezas se las llama sustancias. Dios es una cierta sustancia, pues lo que no es sustancia alguna, no es nada. La sustancia, por tanto es un ser. De aquí que en la fe católica nos consolidamos contra el veneno de algunos herejes, ya que afirmamos: El Padre, el Hijo y el Espíritu Santo son una sola sustancia. ¿Qué quiere esto decir? Por ejemplo: si el Padre es oro, el Hijo es oro, y también lo es el Espíritu Santo. Lo que es el Padre por ser Dios, eso mismo es el Hijo y el Espíritu Santo. Pero en cuanto a que es Padre, no lo es por ser, En realidad el Padre como tal no es para sí, sino que dice relación al Hijo. Hacia sí mismo se le llama Dios. Y por ser Dios, por eso mismo es sustancia. Y porque el Hijo es de la misma sustancia, el Hijo, sin duda, también es Dios. En cambio, en cuanto a ser Padre, puesto que esto no es una sustancia, sino una referencia al Hijo, no decimos que el Hijo es Padre, como decimos que el Hijo es Dios. Tal vez preguntes qué es el Padre y respondemos: es Dios. Preguntas qué es el Hijo, y la respuesta es: Dios. Si preguntas qué es el Padre y el Hijo, la respuesta es: Dios. Si te preguntan sólo del Padre o sólo del Hijo, responde que es Dios. Y si te preguntan de ambos a la vez, no respondas que son dioses, sino responde lo mismo: son Dios. No sucede como en los hombres. Preguntas qué es el Padre Abrahán, y se te responde: Es un hombre. Se responde con su sustancia. Si preguntas qué es su hijo Isaac, se te contesta que es hombre. Son de la misma sustancia Abrahán e Isaac. Pero si preguntas qué son Abrahán e Isaac, no se te responde: Hombre, sino: Son hombres. En las Personas divinas no sucede lo mismo. Es tanta la unión mutua de la sustancia, que llegan a la igualdad, excluyendo la pluralidad. Y si se te dijera: Cuando me dices que el Hijo es lo que es el Padre, es evidente que el Hijo es Padre. Tú respóndele: Ya te dije que en cuanto a la sustancia, el Hijo es lo que es el Padre; pero no en cuanto a la relación del uno con el otro. Atendiendo a sí mismo, se le dice Dios. Atendiendo a su relación con el Padre, se le dice Hijo. Insisto: el Padre, con relación a sí mismo, se llama Dios. Con relación al Hijo, se llama Padre. En cuanto se refiere al Hijo es Padre, no es Hijo; y en cuanto a la relación del Hijo hacia el Padre, no es Padre. En cuanto a lo que el Padre se refiere a sí mismo, y el Hijo a sí mismo, son lo mismo el uno que el otro, o sea, son Dios. ¿Qué significado tendrá, entonces, lo de no hay sustancia? Según este sentido del término "sustancia" ¿cómo podremos entender esta frase del salmo: Estoy hundido en un cieno profundo y no hay sustancia? Dios hizo al hombre; lo hizo una sustancia; ¡y ojalá hubiera permanecido en lo que Dios le hizo! Si el hombre hubiera permanecido en aquello que Dios lo hizo, no estaría hundido en el fango aquel que Dios engendró. Pero sucedió que el hombre, por su pecado cayó de su sustancia, en la cual fue creado (el pecado en sí mismo no es una sustancia; la maldad no es una naturaleza o sustancia que Dios formó, sino que el pecado es la perversidad que hizo el hombre); vino el Hijo de Dios a la profundidad del fango, y se hundió en él; y eso no era una sustancia en la cual se sumergió, porque estaba sumergido en la iniquidad de los hombres. Estoy hundido en un cieno profundo, y no hay sustancia. Todo fue hecho por él, y sin él nada se hizo21. Todas las naturalezas (sustancias) fueron hechas por él; la maldad no fue hecha por él, porque la maldad no existe como sustancia. Por medio de él fueron hechas aquellas naturalezas que lo alaban. Todas las criaturas que alaban a Dios, las recuerdan los tres jóvenes en el himno que cantaron en el horno de fuego. Desde las terrenas a las celestiales, o, mejor, de las celestiales a las terrenas llega a Dios el himno de las criaturas que lo alaban22. No porque todas ellas sean conscientes de su alabanza, sino porque bien pensado por el hombre, invitan a la alabanza, y el corazón del hombre, lleno de admiración por la creación, prorrumpe en un himno al Creador. Todo alaba a Dios, pero todo lo que Dios hizo. ¿Acaso habéis encontrado en ese himno, que la avaricia alabe a Dios? En él alaba a Dios la serpiente; pero la avaricia no lo alaba. Se nombran allí todos los reptiles entre los que alaban a Dios; se menciona, sí, a todos los reptiles, pero no se nombra allí vicio alguno. Los vicios se originan por nuestra culpa, y los tenemos por nuestra voluntad; además los vicios no son sustancia. En medio de ellos se vio inmerso el Señor, cuando sufrió la persecución; en los pecados de los judíos, que no en la sustancia de los hombres, que fue creada por medio de él. Estoy hundido, dice, en un lodo profundo, y no hay sustancia. Estoy sumergido, y no he encontrado nada de lo que yo he hecho.
6. He llegado a lo profundo del mar, y la tempestad me ha sumergido. Demos gracias a la misericordia de quien se dignó llegar hasta lo profundo del mar, y ser engullido por el cetáceo marino; pero, por fortuna, fue vomitado al tercer día23. Llegó hasta la profundidad del mar, y en esa profundidad estábamos hundidos nosotros; habíamos sufrido un naufragio, que nos llevó a ese abismo del mar; él mismo vino al lugar donde estábamos, y la tempestad lo sumergió; porque fue allí donde padeció el oleaje humano, las tempestades, las voces de los que gritaban: ¡Crucifícalo, crucifícalo! Y al replicar Pilato: Yo no encuentro causa alguna por la que deba ser ejecutado, se alzaban con más fuerza todavía las voces que gritaban: ¡Crucifícalo, crucifícalo!24 La tempestad iba arreciando, hasta sumergir en lo profundo del mar al que había venido. Y el Señor sucumbió a manos de los judíos, cosa que no sufrió cuando anduvo sobre las aguas25, y no fue sólo él quien no lo padeció, sino que tampoco le permitió que le sucediera a Pedro. Llegué hasta lo profundo del mar, y la tempestad me sumergió.
7. [v. 4]. Estoy agotado de gritar; tengo ronca la garganta. ¿Dónde y cuándo pasó esto? Preguntémosle al Evangelio. Ya tenemos conocimiento de la pasión de nuestro Señor en este salmo. Las aguas le inundaron hasta su alma, porque el gentío lo persiguió hasta darle muerte; esto lo leemos y lo creemos y ya conocemos, sin duda, que él padeció; fue arrollado y hundido por la tempestad, porque triunfó la rebelión para matarlo; pero que se cansó gritando, y que su garganta quedó ronca, no sólo no lo leemos, sino que leemos lo contrario, es decir, que no les contestó palabra alguna, y así se cumplió lo que está escrito en otro salmo: Soy como uno que no oye, y no tiene respuesta en sus labios26. Y lo que está profetizado en Isaías: Como oveja fue llevado al matadero, y como cordero ante el esquilador, no abrió su boca27. Si se hizo como uno que no oye, y no tiene respuestas en sus labios, ¿cómo es que se cansó de gritar, y se le puso ronca la garganta? ¿O acaso se callaba entonces porque estaba ronco, él que tanto había gritado inútilmente? Conocemos también aquel su grito de un salmo, que lo dio en la cruz: Dios mío, Dios mío, ¿por qué me has abandonado?28 Pero ¿cuán fuerte fue aquel grito, o cuánto duró, para que su garganta quedase ronca? Sí que clamó repetidamente: ¡Ay de vosotros, escribas y fariseos!29 Y también clamó muchas veces: ¡Ay del mundo por los escándalos!30 Y cierto que clamaba como un ronco, y por eso no era comprendido, cuando decían los judíos: ¿Qué es lo que dice? Duras son estas palabras; ¿quién las podrá escuchar? No sabemos lo que dice31. Él pronunciaba todas las palabras; pero para ellos tenía ronca la garganta, porque no entendían sus voces. Me he cansado de gritar; tengo ronca la garganta.
8. Mis ojos se me nublan de tanto aguardar a mi Dios. ¡Lejos de nosotros el aplicar estas palabras a la persona de nuestra cabeza! Lejos de nosotros el pensar que sus ojos hayan desfallecido de esperar a su Dios. Más bien en él estaba Dios reconciliando el mundo consigo32, y cuya Palabra se había hecho carne y habitó entre nosotros33, de modo que no sólo Dios estaba en él, sino que él mismo era Dios. No, no fue así; no se nublaron los ojos de nuestra cabeza, por esperar a su Dios. Los ojos que se nublaron fueron los de su cuerpo, es decir, los de sus miembros. Esta voz es de sus miembros, es la voz de su cuerpo, no de la cabeza. ¿Y cómo encontraremos esta voz en su cuerpo, en sus miembros? ¿Qué más tendré que decir? ¿Qué más hará falta recordar? Cuando sufrió la pasión, cuando murió, todos los discípulos desconfiaron de que fuera el Mesías. Los Apóstoles quedaron por debajo del ladrón: él creyó, mientras ellos desfallecieron34. Mira sus miembros sin esperanza; fíjate cómo aquellos dos discípulos, uno de los cuales era Cleofás, con quienes se encontró después de su resurrección, que iban de camino, hablando entre sí, cuyos ojos estaban velados, y no lo podían reconocer. ¿Y cómo iban a poder reconocerlo con sus ojos, cuando su alma estaba insegura de él? Les pasaba en sus ojos algo parecido a su espíritu. Iban comentando entre ellos, y cuando les preguntó de qué hablaban, le respondieron: ¿Eres tú el único forastero en Jerusalén? ¿No sabes lo que ha ocurrido: cómo Jesús el Nazareno, poderoso en hechos y palabras, ha sido muerto por los ancianos y los príncipes de los sacerdotes? Nosotros esperábamos que iba a librar a Israel35. Habían esperado, pero ya no esperaban. Sus ojos se nublaron esperando a su Dios. Jesús, por tanto, los transfiguró en sí mismo al decir: Mis ojos se consumen de esperar a mi Dios. Esta esperanza se restauró cuando les ofreció sus cicatrices para que las palparan; cuando Tomás las tocó, retornó a la esperanza que había perdido, y exclamó: Señor mío y Dios mío. Se nublaron tus ojos de tanto esperar a tu Dios; palpaste su condición de siervo, y conociste a tu Señor. Y el Señor, por eso, le dice: Porque me has visto, has creído. Y refiriéndose anticipadamente a nosotros, con el tono de su misericordia, dijo el mismo Señor: Dichosos los que, sin ver, creen36. Se han nublado mis ojos esperando a mi Dios.
9. [v. 5]. Se han multiplicado más que los cabellos de mi cabeza los que me odian sin razón. ¿Cuánto se han multiplicado? Hasta el punto de agregárseles uno de los doce37. Se han multiplicado más que los cabellos de mi cabeza los que me odian sin razón. Compara a sus enemigos con los cabellos de su cabeza. Con razón le fueron rasurados, cuando fue crucificado en el lugar llamado de la Calavera. Reciban los miembros estas palabras como dichas a ellos; que aprendan a ser odiados sin motivo. Porque si necesariamente, oh cristiano, el mundo te ha de odiar, ¿por qué no haces que sea sin motivo, para que en el cuerpo de tu Señor, y en este salmo, que de él profetizó, reconozcas tu propia voz? ¿Y cómo sucederá que el mundo te va a odiar sin motivo? Si no perjudicas a nadie, y, no obstante te odian. Este es un odio gratuito, sin causa. Que sea poco el ser odiado sin causa; ve más allá: haz que te devuelvan males por los bienes que les has hecho. Se han hecho fuertes mis enemigos, los que me persiguen injustamente. Primero dice: Se han multiplicado más que los cabellos de mi cabeza, y después añade: Se han hecho fuertes mis enemigos; y lo que dijo antes: los que me odian sin razón, lo repite después: los que me persiguen injustamente. Lo que antes dijo con la expresión sin razón, ahora lo expresa con la palabra injustamente. He aquí la voz de los mártires, no por la pena que sufren, sino por la causa que los persiguen. La gloria no está en sufrir persecución, en ser apresados, azotados, encarcelados, proscritos, asesinados, pero cuando esto se padece por una causa justa, eso sí es una gloria. La gloria está en la bondad de la causa, no en la crueldad de la pena. Pues por grandes que sean los suplicios de los mártires, ¿se igualarán a los de todos los bandidos, los sacrílegos, de todos los criminales? ¿También el mundo odia a estos individuos? Claro que los odia. Sobrepasan la media de la malicia común del mundo, y de alguna manera son extraños a la sociedad humana, trastornando la paz terrena. Padecen, sí, muchos males, pero no sin motivo. Ahora fíjate en la voz de aquel ladrón colgado de la cruz al lado del Señor, cuando desde la otra parte insultaba uno de los dos ladrones al Señor crucificado, diciéndole: Si eres el Hijo de Dios, líbrate a ti. Y el otro lo reprimió y le dijo: ¿Ni tú temes a Dios, sufriendo, como sufres la misma condena que él? Nosotros sufrimos el justo castigo de nuestra conducta38. Ya veis cómo no padecía sin motivo, pero por la confesión arrojó fuera de sí la podredumbre de su mal, haciéndose capaz del alimento del Señor. Echó fuera su maldad, la acusó y quedó libre de ella. He ahí a dos malhechores, y con ellos también el Señor; ellos crucificados, y él también crucificado. El mundo los odió a ellos, pero no sin motivo, y también odió al Señor, pero sin causa alguna. Yo estaba devolviendo entonces lo que no había robado. Esto es sin motivo. No había robado, y lo estaba devolviendo; no pequé y sufrí los castigos. Sólo esto le sucedió a él, nada realmente había él robado. No sólo nada había robado, sino que incluso lo que no tenía como producto de la rapiña, de esto se vació para llegar a nosotros. En efecto, no consideró como una rapiña el ser igual a Dios; y, sin embargo, se anonadó a sí mismo, tomando la forma de siervo39. No, nada en absoluto había robado. Entonces, ¿quién fue el que robó? Adán. ¿Y quién fue el primero en robar? Aquel que engañó a Adán. ¿Cómo robó el diablo? Alzaré mi trono hacia el aquilón, y seré semejante al altísimo40. Él sí robó lo que no había recibido: Esa es la rapiña. Se usurpó el diablo para sí lo que no había recibido, y perdió lo que sí había recibido. Y del mismo cáliz de su soberbia le dio a beber al que quería engañar: Probad, les dijo, y seréis como dioses41. Quisieron rapiñar la divinidad, y perdieron la felicidad. El diablo usurpó lo que no había recibido, y por eso tuvo que devolver. Yo, en cambio, dice, devolvía entonces lo que no había robado. El mismo Señor, ya cercano a la pasión, habla así en el Evangelio: Mirad que llega el príncipe de este mundo, es decir, el diablo, que no encontrará nada en mí, es decir, ninguna razón para matarme; pero para que sepan todos que cumplo la voluntad de mi Padre, levantaos, vámonos de aquí42; y se fue a la pasión, a pagar lo que no había robado. ¿Qué significa: no encontrará nada en mí? Ninguna culpa. ¿Acaso había perdido el diablo algo de su casa? Que mire a ver entre los ladrones; en mí nada encontrará. Refiriéndose al pecado, dice que él nada había robado, nada había arrebatado que no fuese suyo; esto sería el robo, la iniquidad; pues le arrebató al diablo los que él había robado. Nadie, dice el Señor, entra en casa de uno fuerte, y le arrebata sus posesiones, si antes no sujeta al fuerte43. Amarró al fuerte y se llevó sus cosas, pero en realidad no fue un robo; te lo dice a ti: Estas pertenencias de mi gran palacio ya habían desaparecido; no hice hurto ninguno; recuperé lo que me había sido robado.
10. [v. 6]. Tú conoces, Oh Dios, mi torpeza. De nuevo habla en nombre del cuerpo. ¿Qué torpeza va a haber en Cristo? ¿No es él el poder y la sabiduría de Dios? ¿O acaso se refiere a aquella necedad de la que dice el Apóstol: Lo necio de Dios es más sabio que los hombres?44 Mi torpeza: es decir, aquello por lo que se burlaron de mí los que se tenían a sí mismos por sabios. Tú sabías por qué sucedió: Tú conoces mi torpeza. En efecto, ¿Qué hay más semejante a la torpeza, que teniendo él el poder de, con una voz suya, derribar por tierra a sus perseguidores, y luego consentir el ser apresado, flagelado, escupido, abofeteado, coronado de espinas y clavado en un madero? Sí, se parece a una necedad, parece una torpeza: pero esta necedad supera a todos los sabios. Es, evidentemente, una torpeza; pero también si no se conoce la agricultura y sus ciclos, cuando el grano cae en tierra parece algo sin sentido. Con gran esfuerzo se siega, hay que llevarlo a la era, hay que trillarlo, y luego se bielda; y después de tantos riesgos de las estaciones, de las tormentas, y de los esfuerzos de los trabajadores, y de tantos desvelos de los dueños, se mete en el granero el trigo ya limpio. Llega el invierno, y lo que ya estaba limpio, se saca del granero y se arroja a la tierra; parece una torpeza. Pero el que no lo sea se debe a la esperanza. Tampoco Jesús se perdonó a sí mismo, porque el Padre no lo perdonó, sino que lo entregó por todos nosotros45. Y el Apóstol dice también de él: Me amó y se entregó a sí mismo por mí46; porque el grano si no cae en tierra y muere, dijo el mismo Jesús, no da fruto47. He aquí la necedad; pero tú la conoces; en cambio, si los judíos la hubieran conocido, nunca habrían crucificado al Señor de la gloria48. Oh Dios tú conoces mi torpeza, y no se te ocultan mis delitos. Es claro y evidente que esto está dicho en nombre del cuerpo. Cristo no cometió ningún delito; Cristo cargó con nuestros delitos, pero no cometió ninguno. Y no se te ocultan mis delitos; o sea, te he confesado todos mis delitos; ya antes de que despegara mis labios, ya los viste en mi pensamiento, viste las heridas que debías curar. Pero ¿dónde? Sin duda en el cuerpo, en los miembros; en aquellos fieles a los que ya estaba unido aquel miembro que confesaba sus pecados. Y no se te ocultan, dice, mis delitos.
11. [v. 7]. Que no se avergüencen por mí los que esperan en ti, Señor, Señor de los ejércitos. De nuevo la voz de la cabeza: Que no se avergüencen por mí; que no se les diga: ¿Dónde está aquel en quien confiabais? Que no se les diga: ¿Dónde está aquel que os decía: Creed en Dios, y creed también en mí?49 Que no se avergüencen por mí los que esperan ti, Señor, Señor de los ejércitos. Que no queden confundidos por mi causa los que te buscan, Dios de Israel. Puede también esto entenderse como dicho por el cuerpo, con tal de que no lo entiendas como formado por un hombre solo, porque su cuerpo no lo compone un miembro pequeño, un solo hombre; no, el cuerpo consta de muchos miembros. El cuerpo total de Cristo es toda la Iglesia. Por eso, con razón dice la Iglesia: que por mí no se avergüencen los que esperan ti, Señor, Señor de los ejércitos. Que no sea afligida de esta manera por los perseguidores que se levantan contra mí; que no sea pisoteada de esta manera por mis enemigos envidiosos y detractores, por los herejes que se separaron de mí, porque no eran de los míos; pues si lo fueran, probablemente habrían permanecido conmigo50. Que no sea herida así por sus escándalos, de manera que se avergüencen por mí los que esperan ti, Señor, Señor de los ejércitos. Que no queden confundidos los que te buscan, Dios de Israel.
12. [v. 8]. Por ti he soportado afrentas, la vergüenza cubrió mi rostro. No es algo extraordinario el decir: he soportado, sino lo que dice: por ti lo he soportado. Si soportas, por haber pecado, lo soportas por ti, no por Dios. ¿Cuál es vuestra gloria, dice Pedro, si por pecar soportáis el castigo?51 Pero si lo soportas por haber cumplido el mandato de Dios, entonces sí sufres por Dios; y tú recompensa permanecerá eternamente, ya que las afrentas las has sufrido por Dios. Por eso quiso él sufrirlas primero, para que nosotros aprendiésemos a sufrirlas. Y si él que nada tenía de qué ser acusado, las soportó, ¿cuánto más nosotros, que, aunque no tengamos el pecado que nos acusa el enemigo, sí tenemos algún otro, que nos hace merecedores de castigo, debemos soportarlas? Algún desconocido te llama ladrón, y tú no lo eres; oyes la afrenta; no eres ladrón, pero no hasta el punto de no ser algo que desagrada a Dios. Ahora bien, si aquel que no había robado absolutamente nada, y que con toda verdad había dicho: Eh aquí que ya llega el príncipe de este mundo, y nada encontrará en mí52, fue llamado pecador, fue llamado delincuente53, fue llamado Belcebul54, fue llamado perverso; y tú, siervo, ¿te indignarás al oír, de acuerdo con tus merecimientos, lo que el señor oyó sin mérito alguno? Él vino a darte ejemplo. Y habría sido casi inútilmente, si tú no sacaras ningún provecho. ¿Para qué oyó todo esto, sino para que cuando tú las tengas que oír, no desfallezcas? Quizá tú lo oyes y se hunde tu ánimo; no permitas que él lo haya oído en vano, porque no lo oyó por él, sino por ti. Por ti he soportado afrentas, y la desvergüenza cubrió mi rostro. La desvergüenza, dice, cubrió mi rostro. ¿La desvergüenza qué es? Es el no avergonzarse. Parece como una falta cuando decimos de alguien: Es un irreverente. Gran irreverencia es el no avergonzarse. Luego la irreverencia es como un atrevimiento o falta de rubor. Conviene que el cristiano tenga esta irreverencia cuando se encuentre entre hombres que no simpatizan con Cristo. Porque si se avergonzase de Cristo, merecería ser borrado del libro de la vida. Es necesario, pues, que tengas esta entereza, sin ruborizarte, cuando sufras algún insulto por causa de Cristo; cuando se te diga: adoras a un crucificado, rindes culto a uno que murió ignominiosamente, veneras a un ajusticiado; si entonces te avergüenzas. Estás perdido. Fíjate en lo que dijo él mismo, que a nadie engaña: Si alguien se avergonzase de mí ante los hombres, yo también me avergonzaré de él delante de los ángeles de Dios55. Atención, pues: que haya en ti desvergüenza, sé descarado cuando tengas que oír algún desprecio por Cristo. ¿Qué temes por tu frente, cuando la armaste con la cruz ce Cristo? Esto quieren decir las palabras: Por ti he soportado afrentas, y la desvergüenza cubrió mi rostro. Por ti he soportado afrentas; y como no me avergoncé de ti, cuando por ti me ultrajaban, la desvergüenza cubrió mi rostro.
13. [vv. 9—10]. Me he hecho un extraño para mis hermanos, un forastero para los hijos de mi madre. Llegó a ser un forastero para los hijos de la sinagoga. De hecho, en su propia patria se decía de él: ¿Es que no sabemos que es hijo de María y de José?56 Y en otro pasaje: Éste no sabemos de dónde es57. Me he convertido, pues, en un forastero para los hijos de mi madre. Ignoraron de dónde era, y cuál era mi descendencia según la carne; desconocían que mi descendencia venía de Abrahán; de aquí que mi carne ya se ocultaba, cuando el siervo aquel poniendo su mano bajo el muslo de Abrahán, juró por el Dios del cielo58. Me he convertido en un forastero para los hijos de mi madre. ¿Por qué sucedió esto? ¿Por qué no lo reconocieron? ¿Por qué lo llamaron extranjero? ¿Por qué se atrevieron a decir: Éste no sabemos de dónde es?59 Porque el celo de tu casa me devoró; es decir, porque perseguí sus delitos, porque no soporté con paciencia a los que corregí con azotes, porque procuré la gloria de tu casa, porque castigué en el templo a los que se portaban mal, cumpliendo lo que está escrito: El celo de tu casa me devora. Por esto soy un extranjero, por esto soy un forastero; por esto dijeron: No sabemos de dónde es. Sabrían de dónde soy, si hubieran conocido lo que tú ordenaste. Si los hubiera encontrado cumpliendo tus mandatos, no me habría devorado el celo de tu casa. Y las afrentas de los que te ultrajan cayeron sobre mí. De este mismo testimonio hizo uso también el apóstol Pablo (acabamos de leer sus palabras): Todo cuanto es escribió anteriormente, dice, se escribió para nuestra enseñanza; a fin de que por el consuelo de las Escrituras60, nos mantengamos en la esperanza. Dijo, pues, que esta fue la voz de Cristo: Las afrentas de los que te ultrajan cayeron sobre mí. ¿Por qué dice que te ultrajan? ¿Acaso al ultrajar al Padre, no se ultraja también al mismo Cristo? ¿Por qué las afrentas de los que te ultrajan cayeron sobre mí? Porque el que me conoce a mí, conoce también al Padre61; porque nadie ofendió a Cristo, sin ofender a Dios; y porque nadie honra al Padre, sin que honre también al Hijo62. Las afrentas de los que te ultrajan cayeron sobre mí, porque fue a mí a quien encontraron.
14. [v. 11]. Me he mortificado con ayuno, y se han burlado de mí. Ya en otro salmo he hecho alusión a vuestra Caridad el carácter espiritual del ayuno de Cristo. Para él era un ayuno cuando todos los que habían creído en él se acobardaron; porque su hambre era que creyeran en él; y cuando le dijo a la samaritana: Tengo sed, dame de beber63, la sed que tenía era de su fe. Y cuando gritó desde la cruz: Tengo sed64, de lo que estaba sediento era de la fe de aquellos por quienes había dicho: Padre, perdónalos, porque no saben lo que hacen65. ¿Y qué le ofrecieron aquellos hombres para calmar su sed? Vinagre. Al vinagre se le llama también vino agriado, envejecido. Con razón le propinaron algo del hombre viejo, ya que no quisieron ser hombres nuevos. ¿Y por qué no lo quisieron? Porque no pertenecían a los que se dice en el título del salmo: Por aquellos que han de ser cambiados. Así que me he mortificado con ayuno. Incluso rechazó la hiel que le ofrecieron; prefirió ayunar antes que tomar la amargura. No forman parte de su cuerpo los ultrajantes, de quienes se dice en otro lugar del salmo: los que causan amargura que no se exalten a sí mismos66. Así pues: Me he mortificado con ayuno, y se han burlado de mí. Se han burlado por no estar de acuerdo con ellos, porque me abstuve, o sea, ayuné de ellos. El que no consiente con los que le incitan al mal, ayuna de ellos; y por eso este ayuno merece su burla, porque no consiente en el mal.
15. [v. 12]. Y me he vestido de saco. Ya he comentado algo en el salmo 34 (II,3) sobre el saco y el cilicio como vestidura, por eso dice allí: Mas yo, cuando me molestaban, me vestía de cilicio, y humillaba mi alma con el ayuno67. Y me he vestido de saco: es decir, ocultando mi divinidad68, les ofrecí mi carne para que se ensañaran. Dice saco porque era una carne mortal, y así el problema del pecado, quedase condenado en la carne de pecado69. Me he vestido de saco, y me he convertido para ellos en una parábola, es decir, en una mofa. Se dice parábola o mofa, cuando hay una semejanza con algo, pero en sentido peyorativo. Por ejemplo: que éste se termine como aquél; sería una parábola, es decir, una comparación junto con una maldición. Me he convertido, pues, para ellos en una parábola.
16. [v. 13]. Me insultaban los que estaban sentados a la puerta. A la puerta quiere decir en público. Y me cantaban burlas los que bebían vino. ¿Creéis, hermanos, que esto le sucedió sólo a Cristo? Le sucede todos los días en sus miembros; cuando tal vez un siervo de Dios se ve obligado a oponerse a la embriaguez o a las orgías en algún barrio o ciudad, donde no se ha oído la palabra de Dios, es poco que estén cantando. Más aún, comienzan a cantar contra el que les prohíbe cantar. Comparad ahora el ayuno de él y el vino de éstos. Y me cantaban burlas los que bebían vino, el vino del error, el vino de la impiedad, el vino de la soberbia.
17. [v. 14]. Yo, en cambio, Señor, me dirigía a ti con mi oración. Estaba en tu presencia. ¿Pero cómo? Ante ti en oración. Cuando te maldicen, y no sabes qué hacer; cuando te cubren de insultos y no encuentras el modo de corregir al que te los arroja, no te queda otro camino que la oración. Pero acuérdate también de orar por él. Yo, en cambio, me dirigía a ti con mi oración. Es tiempo de gracia, oh Dios. Hay que sepultar el grano; ya despuntará el fruto. Es tiempo de gracia, oh Dios. A este tiempo aludieron también los profetas lo que recuerda el Apóstol: Ahora es el tiempo propicio, ahora es el día de la salvación70. Es tiempo de gracia, oh Dios. En la abundancia de tu misericordia. Por eso es tiempo de gracia: Por la multitud de tu misericordia. Si tu misericordia no fuera abundante, ¿qué haríamos con la multitud de nuestros pecados? En la abundancia de tu misericordia. Escúchame por la verdad de tu salvación. Ya que citó: De tu misericordia, añade también ahora la verdad, puesto que todos los caminos del Señor son misericordia y verdad71. ¿Por qué misericordia? Por el perdón de los pecados. ¿Y por qué son verdad? Porque da lo que ha prometido. Escúchame por la verdad de tu salvación.
18. [v. 15]. Sácame del cieno, que no me quede atrapado. Se refiere a lo que había dicho antes: Estoy hundido en un cieno profundo y no hay sustancia (no puedo hacer pie)72. Por tanto, como esto ya quedó explicado, y lo entendisteis bien, no hay por qué volver a insistir. Dice ahora que sea liberado de donde antes decía estar hundido: Sácame del cieno, para que no me quede atrapado. Y él mismo lo explica diciendo: que sea liberado de los que me odian. Éstos son, pues, el lodo en el que estaba hundido. Pero esto puede ser una pura sugerencia. Poco antes había dicho: Estoy hundido; y ahora dice: Sácame del cieno, para que no me quede atrapado, siendo así que según la frase anterior, debería decir: "Líbrame del fango donde me había hundido, sacándome, no impidiendo que no me hundiera". Luego se había hundido en la carne, no en el espíritu. Dice esto refiriéndose a la debilidad de sus miembros. Cuando tú eres apresado por alguien que quizá te fuerza a cometer el mal, tu cuerpo ciertamente está prisionero; es decir, estás hundido, en cuanto al cuerpo, en el cieno de la profundidad; pero si no consientes, no has quedado atrapado; si consientes, estás enfangado. Ora, pues, para que tu alma no quede apresada como lo está tu cuerpo, y quedes libre de las ataduras. Que sea liberado de los que me odian, y del fondo de las aguas.
19. [v. 16]. Que no me sumerja la tempestad. Pero ya estaba sumergido. Tú lo dijiste; sí, tú mismo dijiste (v. 3): He llegado a lo profundo del mar, y la tempestad me sumergió73. Te ha sumergido según la carne. ¡Ojalá que no te sumerja según el espíritu! A los que se les dijo: Si os persiguen en una ciudad, huid a otra74, se les dijo esto invitándoles a que no quedasen atrapados ni en el cuerpo ni en el espíritu. Pues tampoco debemos apetecer esto corporalmente; debemos evitarlo en lo posible. Pero si hubiéramos quedado inmersos corporalmente cayendo en manos de los pecadores, ya estamos sumergidos en el cieno profundo; sólo nos queda rogar por nuestra alma, para que no nos hundamos, es decir, para que no consintamos; que no nos sumerja la tempestad y vayamos a lo profundo del lodo. Ni me trague el abismo ni se cierre el pozo sobre mí. ¿Qué significa esto, hermanos? ¿Qué es lo que ruega? Grande es el pozo y un gran abismo la maldad humana. El que cae ahí, cae en el abismo. Pero el que ya se encuentre allí, si confiesa a Dios sus pecados, no se cerrará el pozo sobre él, como ya está escrito en otro salmo: Desde el abismo a ti grito, Señor; señor, escucha mi voz75. Más si pone en práctica lo que dice otro pasaje de la Escritura, a saber: Cuando el pecador llega hasta el fondo de la maldad, desprecia76, y el pozo ha cerrado su boca sobre él. ¿Por qué cerró su boca? Porque ha tapado la boca del pecador: pues éste despreció la confesión de sus culpas; realmente está muerto, y se ha cumplido en él lo que se dice en otro lugar: De un muerto, como de alguien que no existe, la confesión desaparece77. Cerró el pozo su boca sobre él. Hay que temer mucho esta situación, hermanos. Si te parece que alguien ha cometido un pecado, ha caído en el pozo; pero si le haces ver su culpa, y él dijera: Sí, lo reconozco, he pecado, no se ha cerrado el pozo sobre él. Y si te parece que él replica:¿Qué mal he cometido? Se hace defensor de su pecado, y entonces el pozo cierra su boca sobre él, no tiene por dónde salir. Sin confesión no hay lugar a la misericordia. Si tú te has hecho defensor de tu pecado, ¿cómo puede ser Dios tu liberador? Sé tú el acusador, para que él sea el liberador.