Traductor: P. Miguel Fuertes Lanero O.S.A.
Sermón al pueblo
1. Por consideración a aquellos que quizá no están todavía bien instruidos en el nombre de Cristo, puesto que de todas partes va reuniendo discípulos el que por todos ha derramado su sangre, diré algo breve para que lo oigan con gusto los que ya lo saben, y lo puedan aprender los que aún lo desconocen. Estos salmos que cantamos fueron recitados y escritos bajo la inspiración del Espíritu Santo, antes de que Cristo naciese de la Virgen María. David fue rey del pueblo judío, que adoraba a un solo Dios, el que hizo el cielo y la tierra, el mar y todo lo que hay en ellos, tanto los seres visibles como los invisibles. Los demás pueblos daban culto a los ídolos, obra de sus manos, o bien a alguna criatura de Dios, no a su Creador, por ejemplo al sol, a la luna, las estrellas, el mar, los montes o los árboles. Todas estas cosas las ha hecho Dios, y quiere ser alabado en ellas, no que se las alabe en lugar suyo. Así pues, el rey de esta nación de los judíos fue David, de cuya descendencia nació el Señor nuestro Jesucristo1, de María Virgen; también de David procedía la Virgen María, madre de Cristo2. Y se compusieron estos salmos, en los que se profetizaba que Cristo vendría después de muchos años; y por esos profetas, que existieron antes de que Cristo Señor nuestro naciese de María Virgen, se iba diciendo lo que iba a suceder en nuestros tiempos. Y es esto lo que ahora leemos y ven nuestros ojos, y nos alegramos profundamente de que nuestra esperanza fue ya anunciada por los santos que no lo veían cumplido todavía, sino que lo veían en espíritu como algo que había de suceder. Nosotros ahora lo leemos y se lo escuchamos a los lectores; lo exponemos, y tal como se hallan en las Escrituras, así lo vemos que se cumple por todo el mundo. ¿Quién no va alegrarse de esto? ¿Quién no va a tener esperanza en que se cumplirán las cosas que todavía no se han realizado, dado que tantas ya se han cumplido? Ya veis, hermanos, cómo ahora todo el mundo, toda la tierra, todas las naciones y los continentes corren en busca del nombre de Cristo, y creen en él. Y ahora veis claramente cómo por todas partes se echan abajo las falsedades de los paganos; esto lo estáis viendo y comprobando. ¿No es verdad que todo esto que os leemos del Libro, ha sucedido ya por adelantado ante vuestros ojos? Porque todo esto que vuestros ojos ven, fue escrito muchísimos años antes por estos autores que leemos ahora, cuando ya lo vemos cumplido. Pero también hay cosas escritas que aún no han sucedido, por ejemplo, que vendrá nuestro Señor Jesucristo a juzgar el mundo, él, que vino primero a ser juzgado. Primero vino humilde, después vendrá majestuoso; vino para dar un ejemplo de paciencia, después vendrá a juzgar a todos, buenos y malos, según los méritos de cada uno. Ahora bien, como todavía no se ha cumplido lo que esperamos, es decir, que Cristo ha de venir como juez de vivos y muertos, debemos creerlo. Cuando vemos ya cumplidas ahora tantas cosas que entonces en un futuro debían cumplirse, creamos en lo poco que aún queda por realizarse. Sería insensato el que se niega a creer lo poco que queda, después de ver que se han cumplido tantas cosas que no existían cuando eran profetizadas.
2. Este salmo se recita en la persona del Señor nuestro Jesucristo, tanto de la cabeza como de los miembros. Pues aquel único que nació de María, padeció, fue sepultado, resucitó, ascendió al cielo, y ahora está sentado a la derecha del Padre, e intercede por nosotros, es nuestra cabeza. Si él es la cabeza, nosotros somos los miembros: su Iglesia entera, difundida por todas partes, es su cuerpo, cuya cabeza es él. Y no sólo los fieles que viven ahora, sino también los que vivieron antes que nosotros, y los que vendrán detrás de nosotros hasta el fin del mundo, todos ellos pertenecen a su cuerpo; de ese cuerpo, él, que ascendió al cielo, es la cabeza3. Y puesto que ya conocemos la cabeza y el cuerpo, la cabeza es él, y el cuerpo somos nosotros. Por eso, cuando oímos su voz, debemos oír no sólo la voz de la cabeza, sino también la del cuerpo; porque todo cuanto él padeció, lo hemos padecido en él nosotros también; y lo que nosotros padecemos, también lo padece él en nosotros. Es como si a alguien le doliera la cabeza, ¿podría decir la mano que ella no sufre? O al revés, si le duele a alguien la mano, ¿podría decir su cabeza que ella no sufre? O si le duele un pie, ¿podrá decir la cabeza que ella no sufre? Cuando sufre alguno de nuestros miembros, todos los miembros se apresuran a socorrer al miembro herido. Pues bien, si cuando él sufrió, nosotros lo sufrimos en él, y él ya ascendió al cielo, y está sentado a la derecha del Padre, todo cuanto padece su Iglesia, en las tribulaciones de este mundo, en las pruebas, en las necesidades, en las angustias (porque así conviene que sea adiestrada, para ser purificada como el oro en el crisol) todo esto que sufre la Iglesia, lo sufre él mismo. Podemos probar que nosotros hemos padecido en él, por las palabras del Apóstol: Si habéis muerto con Cristo, ¿por qué os ocupáis de este mundo, como quien todavía vive de él?4 Y dice también: Nuestro hombre viejo ha sido crucificado juntamente con él, para ser anulado el cuerpo del pecado5. Y añade el mismo Apóstol: Si habéis resucitado con Cristo, gustad las cosas de arriba, buscad lo de arriba, donde está Cristo sentado a la derecha de Dios6. Porque si en él hemos muerto, en él también hemos resucitado, así como también él muere en nosotros, y en nosotros resucita (porque es él la unidad de la cabeza y del cuerpo). Con razón decimos que su voz es también la nuestra, y la nuestra es también su voz. Escuchemos, pues, el salmo, y caigamos en la cuenta de que en él es Cristo quien habla.
3. [v. 1]. Este salmo lleva por título: Del mismo David, cuando estaba en el desierto de Idumea. Con el nombre de Idumea se entiende este mundo. Idumea era un pueblo nómada que daba culto a los ídolos. No se escribe aquí esta palabra "Idumea" en buen sentido. Si es así, hay que entenderla como esta vida, con sus muchas fatigas, y en la que estamos sometidos a tantas necesidades: esto es lo que quiere indicar el nombre de Idumea. En ella está el desierto, donde se siente una gran sed. Vais a oír ahora la voz de quien tiene sed en el desierto. Si nos reconocemos como sedientos, nos reconoceremos también como quienes beben. Porque el que está sediento en este mundo, se saciará en el futuro, según lo que dice el Señor: Dichosos los que tienen hambre y sed de justicia, porque serán saciados7. Luego en este mundo no debemos llegar a ansiar la saciedad como quien la ama. Aquí debemos estar sedientos; en el otro mundo seremos saciados. Pero a fin de que no desfallezcamos en este desierto, Dios nos envió el rocío de su palabra, y no permite que caigamos en la aridez total, para no estar pendientes de nuestras necesidades, sino que de tal manera sintamos sed, que podamos beber. Pero él nos rocía con alguna gracia suya para que bebamos; no obstante, seguimos sintiendo sed. ¿Y qué le dice nuestra alma a Dios?
4. [v. 2]. Oh Dios, Dios mío, por ti estoy en vela desde el amanecer. ¿Qué es estar en vela? Lo sabemos: no dormir. ¿Y qué es dormir? Hay un sueño del alma y hay un sueño del cuerpo. Todos necesitamos el sueño del cuerpo, porque sin él, el hombre desfallece, y desfallece el mismo cuerpo. No puede nuestro frágil cuerpo mantener por largo tiempo al alma en vela y atenta al trabajo; si estuviera largo tiempo el alma con atención a las actividades, el cuerpo, frágil y terreno, no sería capaz de seguirla, no la podrá sostener en continua actividad; desfallecería y se vendría abajo. Por eso Dios le concedió el sueño al cuerpo, para reparar sus miembros y que sean capaces de mantener el alma en vela. Una cosa sí debemos evitar: que nuestra alma se duerma. Mala cosa es el sueño del alma. El sueño corporal sí es bueno, para reparar las fuerzas del cuerpo. Pero el sueño del alma es el olvidarse de su Dios. Cuando el alma se olvida de su Dios, está dormida. De ahí que el Apóstol se dirija a algunos que se olvidaron de su Dios, y, como entregados al sueño, se rindieron a los delirios del culto a los ídolos. Los que adoran a los ídolos son como los que ven fantasías en sueños; si su alma está en vela, comprenderá por quién ha sido hecha, y no adorará a lo que ella misma fabricó. He aquí lo que les dice el Apóstol: Despierta, tú que duermes, y levántate de entre los muertos, y Cristo te iluminará8. ¿Acaso el Apóstol trataba de despertar a uno que dormía corporalmente? Lo que quería era despertar a un alma que dormía, y lo hacía para que fuera iluminada por Cristo. Es a esta vigilia a la que se refiere el salmista: Oh Dios, Dios mío, por ti estoy en vela desde el amanecer. No estarías en vela si no brillase la luz que te despertaría del sueño. Cristo ilumina las almas y las hace estar en vela; pero si retira su luz, se entregan al sueño. Por eso se le dice en otro salmo: Da luz a mis ojos, para que nunca me duerma en la muerte9. Puede suceder también que estando las almas apartadas de él, estén dormidas, y aunque la luz las esté iluminando, no la pueden ver, porque están dormidas. Es como uno que está durmiendo durante el día: el sol ya salió, ya está cálido el día, pero él está como de noche, porque no está en vela y no ve que el día ya ha despuntado. Esto es lo que les sucede a algunos: Cristo ya se ha hecho presente, ya se ha predicado la verdad, pero el sueño todavía mantiene el alma dormida. A éstos vosotros, si estáis en vela, les diréis día tras día: Despierta tú que duermes, y levántate de entre los muertos, y Cristo te iluminará. Vuestra vida y vuestra conducta deben ser en Cristo algo vigilante, para que otros, los dormidos paganos, lo perciban, y con el rumor de vuestra vida en vigilia, se despierten, desperecen su sueño, y comiencen en Cristo a decir con vosotros: Oh Dios, Dios mío, por ti estoy en vela desde el amanecer.
5. Mi alma tiene sed de ti. He aquí el desierto de Idumea. Mirad cómo aquí siente sed, pero fijaos cómo esta sed es buena: Tiene sed de ti. Porque hay quienes tienen sed, pero no de Dios. Todo el que desea conseguir alguna cosa, arde en deseos de ella: este deseo es la sed del alma. Y fijaos cuántos deseos hay en el corazón de los hombres: uno desea oro, otro plata; éste desea propiedades, aquél otro herencias; uno dinero en abundancia, el otro abundantes ganados; éste desea una casa grande, el otro tener una esposa; uno honores, el otro hijos. Ya veis cómo todos estos deseos están en el corazón del hombre. Todos los hombres arden en estos deseos; y apenas se encuentra uno que diga: Mi alma tiene sed de ti. Tienen los hombres sed del mundo, sin darse cuenta de que se encuentran en el desierto de Idumea, donde su alma debe sentir sed de Dios. Al menos digamos nosotros: Mi alma tiene sed de ti; digámoslo todos, puesto que unidos de corazón a Cristo, todos somos un sola alma. Que esta alma sienta sed en Idumea.
6. Mi alma, dice, tiene sed de ti, y mi carne está suspirando ansiosamente por ti. No es suficiente que mi alma tenga sed, también la tiene mi carne. Está bien que el alma sienta sed de Dios; pero ¿cómo pude ser que la carne sienta esa misma sed de Dios? Porque cuando el cuerpo tiene sed, es sed de agua; y cuando el alma siente sed, es una sed de la fuente de la sabiduría. De esta fuente se saciarán nuestras almas, como lo describe otro salmo: Se saciarán de la abundancia de tu casa, y les darás a beber del torrente de tus delicias10. Debemos, pues, estar sedientos de la sabiduría, debemos estar sedientos de la justicia. Y no nos saciaremos de ella, ni sentiremos su hartura, hasta que termine esta vida, y se cumplan en nosotros las promesas de Dios. Dios nos ha prometido que seremos como los ángeles11; y los ángeles no tienen sed como la sentimos nosotros ahora, ni tienen hambre como nosotros; están saciados de verdad, de luz, de sabiduría inmortal. Por eso son felices; y lo son con una tan grande felicidad porque están en aquella ciudad, la Jerusalén celestial, hacia la que nosotros vamos ahora caminando, y ellos nos ven como desterrados, se compadecen de nosotros, y por mandato del Señor nos prestan auxilio para que volvamos en algún momento a aquella patria común, y allí, junto con ellos, nos saturemos por fin de la verdad y la eternidad en la fuente que el Señor nos tiene preparada. Que ahora nuestra alma tenga sed. ¿Pero cómo tendrá sed nuestra carne, y esto de una manera ardiente y ansiosa? Y mi carne, dice, está suspirando ansiosamente por ti. Tiene esto sentido porque a nuestra carne también se le ha prometido la resurrección. Así como a nuestra alma se le promete la felicidad, así también a nuestro cuerpo se le promete la resurrección. Sí, esa resurrección de la carne se nos ha prometido; oídlo y aprendedlo, guardad en la memoria cuál es la esperanza de los cristianos, por qué somos cristianos. No somos cristianos para alcanzar con nuestras súplicas una felicidad terrena, que poseen incluso muchos ladrones y delincuentes. No, los cristianos estamos destinados a otra felicidad, que la recibirnos cuando la vida de este mundo haya pasado completamente. Así que también se nos promete la resurrección de la carne, pero una resurrección tal, que este cuerpo que ahora llevamos, al final resucitará. No, no os parezca increíble. Porque si Dios nos ha creado a nosotros, que no existíamos, ¿le será muy costoso reparar lo que éramos? No os vaya, pues, a parecer increíble, al ver que los muertos se descomponen y se convierten en polvo y ceniza. O si acaso porque un muerto sea incinerado, o que los perros lo despedacen, ¿pensáis que por eso no va a poder resucitar? Todos los cuerpos que se trituran o pulverizan, para Dios están íntegros. Se convierten en los elementos del mundo de donde surgieron cuando fuimos creados. Nosotros no lo vemos, pero Dios sí los transformará de donde él sabe, puesto que ya antes de nuestra existencia, nos formó de donde él bien sabía. La resurrección de la carne que se nos promete, es tal, que aunque resucite la misma carne que ahora tenemos, no va a ser corruptible como lo es ahora. Por ejemplo, a causa de la fragilidad y corruptibilidad que ahora nos es propia, si no comemos, sentimos hambre y desfallecemos; si no bebemos, tenemos sed y desfallecemos; si estamos largo tiempo en vela, nos dormimos y nos agotamos; y si dormimos demasiado, nos cansamos, por eso despertamos. Si comemos y bebemos demasiado, aunque lo hagamos para reparar nuestras fuerzas, ese exceso en la alimentación nos trae malas consecuencias; si permanecemos mucho tiempo de pie, nos cansamos, y debemos sentarnos; y al contrario, si prolongamos demasiado el estar sentados, también nos cansamos, y debemos levantarnos. Fijaos también cómo nuestro cuerpo carnal no tiene estabilidad: de hecho, la infancia pasa volando hacia la niñez; buscas la infancia y ya no existe, está en su lugar la niñez; la misma niñez va avanzando hacia la adolescencia; si buscas la niñez, tampoco la encontrarás; y el adolescente ya se convirtió en un joven: no busques al adolescente, es inútil; y luego el joven se convierte en un hombre viejo; si buscas al joven, no lo encontrarás: y el anciano se muere, tampoco encontrarás al anciano, si lo buscas. Está claro que nuestra edad no es estable en ninguno de sus períodos. Y en todos ellos hay fatiga, en todos agotamiento, todos ellos se destruyen. Ahora bien, teniendo en cuenta la esperanza en la resurrección que Dios nos ha prometido, en cada uno de estos estados de nuestra débil existencia, estamos sedientos de esa incorrupción, y es así como nuestra carne suspira ansiosamente por Dios. En esta Idumea, en este desierto, en el que uno se fatiga de tantas maneras, de todas esas maneras siente sed; y como de muchas maneras se agota, de todas ellas siente aquella sed de la incorrupción y del descanso definitivo.
7. Los buenos cristianos y los fieles, hermanos míos, tienen sed de Dios, incluso una sed corporal en este mundo. Si el cuerpo necesita pan y agua, si necesita vino y dinero, si esta nuestra carne necesita una caballería, debe pedírselo a Dios, nunca a los demonios, o a los ídolos, o a no sé qué poderes de este mundo. Porque hay algunos que, al sentir hambre, el hambre terrena, se olvidan de Dios, e invocan a Mercurio, o bien ruegan a Júpiter que les socorra, o a una divinidad que llaman Celeste, o a algún demonio parecido: su carne no está sedienta de Dios. Los que están sedientos de Dios, lo deben estar en todos los aspectos: alma y cuerpo, puesto que Dios al alma le da su pan, que es la palabra de la verdad; al cuerpo Dios le da lo que necesita, porque Dios es quien creó alma y cuerpo. Para tu cuerpo invocas al demonio: ¿Es que a tu alma la hizo Dios, y a tu cuerpo lo hicieron los demonios? El que creó el alma, también creó el cuerpo; y el que creó a ambos, a ambos él los alimenta. Que uno y otro sientan sed de Dios, y sáciense con sencillez por su cotidiano trabajo.
8. [v. 3]. Pero cuando nuestra alma tiene sed, y, a su manera, la tiene también nuestra carne, no una sed cualquiera, sino de ti, Señor, que eres nuestro Dios, ¿dónde siente esa sed? En una tierra desierta, sin caminos y sin agua. Ya hemos dicho que se trata de este mundo: es Idumea, es esto el desierto de Idumea, de donde le vine su título al salmo. En una tierra desierta. Poco es que sea desierta, donde nadie habita; además es sin caminos y sin agua. ¡Ojalá el tal desierto tuviera al menos un camino! ¡Ojalá te encontrases por allí a un hombre, que supiese al menos por dónde salir! No ve a nadie con quien comunicarse, no encuentra camino alguno por donde abandonar el desierto. Anda errante de un lado a otro. ¡Ojalá que al menos hubiera agua, para tener algún alivio quien de allí no puede salir! ¡Penoso desierto, horrible y tremebundo! Y sin embargo Dios se ha compadecido de nosotros, y nos ha abierto un camino en el desierto: el mismo Señor nuestro Jesucristo12; y nos ha brindado un consuelo en el desierto, enviándonos predicadores de su palabra; nos dio a beber agua en el desierto, colmando del Espíritu Santo a sus predicadores, para que surgiese en ellos la fuente de agua que brota hasta la vida eterna13. Y todo esto lo tenemos aquí, aunque no proviene del desierto. Y si desde el principio ha enfatizado el salmo las características del desierto, es para que tú, al enterarte del pésimo estado en que te encuentras, si puedes llegar a encontrar alguna consolación, o amigos, o agua, no se lo atribuyas al desierto, sino a aquel que se ha dignado visitarte en el desierto.
9. Así me presenté a ti en el santuario, para ver tu poder y tu gloria. Primeramente mi alma tuvo sed de ti y mi carne te ansió profundamente en el desierto, en una tierra sin caminos y sin agua, y así me presenté a ti en el santuario para ver tu poder y tu gloria. Si uno no comienza a sentir sed en este desierto, es decir, en la mala situación en que está, jamás llegará al bien que es Dios. Me presenté a ti, dice, en el santuario. Encontrarse ya en el santuario supone una gran consolación. ¿Qué quiere decir me presenté a ti? He querido que me vieras; y tú me viste para que yo te viera. Me presenté a ti para ver. No dice: Me presenté a ti para que me vieras, sino: Me presenté a ti para ver tu poder y tu gloria. De ahí las palabras del Apóstol: Pero ahora, que ya conocéis a Dios, o mejor, que habéis sido conocidos por Dios14... Primero os presentasteis a Dios, y así Dios ha podido mostrarse a vosotros. Para ver tu poder y tu gloria. La verdad es que si en este desierto, si en este yermo solitario pretende conseguir el hombre que le proporcione el mismo yermo lo que necesita para su salvación, jamás verá el poder ni la gloria del Señor: se quedará sediento, esperando la muerte, y nunca encontrará un camino, ni el consuelo, ni el agua para sobrevivir en el desierto. Pero si se eleva hacia Dios, desde lo más profundo de sus anhelos: Mi alma tiene sed de ti, y mi carne suspira ansiosamente por ti15(no vaya a pedir tal vez a otros extraños, y no a Dios, lo necesario para el cuerpo, o deje de anhelar aquella resurrección de la carne, que Dios nos ha prometido); pues bien, si logra elevarse de esta manera, obtendrá no pequeñas consolaciones.
10. He aquí, hermanos, cómo nuestra carne, aunque sigue siendo mortal y frágil, ya antes de la resurrección tiene unos ciertos alivios, que nos permiten vivir: el pan, el agua, los frutos, el vino, el aceite (porque si todos estos suministros y alivios nos faltan, no podremos sobrevivir); y dado que esta nuestra carne no ha recibido todavía aquella salud perfecta, que elimina toda angustia, toda indigencia, también al alma le sucede que mientras está aquí en este cuerpo, rodeada de las tentaciones y peligros de este mundo, y todavía es débil, disfruta también ella de ciertos alivios, como la palabra, el alivio de la oración, el de la conversación indagatoria. Estos son los alivios de nuestra alma, como los ya hemos citado de nuestro cuerpo. Pero cuando ya nuestra carne haya resucitado, y no necesitemos estos auxilios, tendrá su lugar y su estado de incorrupción. Entonces también el alma tendrá su propio alimento, la Palabra misma de Dios, por la que fueron hechas todas las cosas16. No obstante, damos gracias a Dios, porque ya ahora en este desierto no nos ha abandonado, dándonos tanto lo necesario a nuestro cuerpo, como lo que necesita nuestra alma. Y cuando permite que suframos algunas carencias, para nuestra instrucción, lo que quiere es que le amemos más a él, no sea que a causa de la abundancia nos pervirtamos y le olvidemos a él. A veces nos priva de algo necesario, para que sepamos que él es Padre y Señor, y que lo es no sólo cuando nos acaricia, sino también cuando nos castiga. Con ello nos prepara para una herencia grandiosa e incorruptible. Si tú, por ejemplo, tienes pensado dejar a tu hijo una cuba, o un granero tuyo, o cualquier otro objeto de tu casa, le enseñas a no perderlo, le corriges con castigos para que aprenda, y no pierda nada de lo tuyo, que también él ha de dejar aquí como tú. ¿Y no vas a querer que nuestro Padre nos instruya con los azotes incluso de las necesidades y tribulaciones, él que nos tiene preparada una herencia que nunca pasará? He aquí nuestra herencia: Dios se nos dará a sí mismo, para que lo poseamos a él, y seamos poseídos eternamente por él.
11. Presentémonos, por tanto, ante Dios en el santuario, para que él se nos presente a nosotros. Presentémonos a él en el santo deseo, para se nos manifieste en el poder y la gloria del Hijo de Dios. A muchos no se les manifiesta; que entren en el santuario para que se les dé a conocer. Porque muchos creen que fue sólo un hombre: se lo predica nacido de un hombre, crucificado y muerto, que caminó por la tierra, comió y bebió, y que obró las demás cosas propias de los hombres, y creen que él fue como el resto de los hombres. Pero vosotros habéis oído en el Evangelio que se os ha leído hoy, cómo él ha mencionado su majestad: El Padre y yo somos uno17. ¡Ya veis qué gran majestad y qué igualdad con el Padre, y cómo descendió y se hizo carne por nuestra debilidad! ¡Ya veis cuánto hemos sido amados, antes de que nosotros amásemos a Dios! Y si antes de amar nosotros a Dios, él nos ha amado tanto, que a su Hijo, igual a él, lo hizo hombre por nosotros, ¿qué no tendrá reservado para nosotros, que ya le amamos? Muchos hay que tienen por algo insignificante el haber aparecido en la tierra el Hijo de Dios. Como no están en el santuario, no se les manifiesta su poder y su gloria; es decir, como no tienen todavía santificado su corazón, no pueden comprender la excelencia de su poder, ni dar gracias a Dios, por su humillación hasta venir a esta tierra, él, que es infinito, y cómo nació y cuánto padeció por ellos. Así no pueden ver su gloria y su poder.
12. [v. 4]. Porque tu misericordia vale más que las vidas. Hay muchas clases de vidas humanas, pero Dios nos promete una sola, y ésa nos la da no por nuestros méritos, sino por su misericordia. ¿Qué buenas obras hemos hecho para merecerla? ¿O qué buenas acciones nuestras han precedido, para que Dios nos haya otorgado su gracia? ¿Por ventura encontró obras de justicia que premiar, y no más bien delitos que perdonar? Si los delitos que perdonó los hubiera querido castigar, cierto que no habría sido injusto. ¿Qué hay más justo que castigar a un pecador? Al ser, pues, justo el castigo de un pecador, el no castigarlo, sino, al contrario, justificarlo, y de un pecador hacer un justo, y de un malvado un hombre bueno, esto es obra de la misericordia de Dios. Luego su misericordia vale más que las vidas. ¿Qué vidas? Las que han elegido para sí los hombres. Uno elige ser un negociante, otro cultivar la tierra; éste prefiere la vida de los negocios bancarios, aquél ser militar; en fin, cada uno elige una clase de vida. Hay vidas diversas, pero tu misericordia vale más que nuestras vidas. Mejor es lo que das a los convertidos, que lo que se eligen los malvados. Tú das una vida, que debe anteponerse a cualquier otra que podamos elegir en el mundo. Porque tu misericordia vale más que las vidas, te alabarán mis labios. No te alabarían mis labios, si se me adelantara tu misericordia. El que yo te alabe es un don tuyo, te alabo por tu misericordia. Porque yo no podría alabar a Dios, si él no me diera la posibilidad de alabarlo. Porque tu misericordia vale más que las vidas, te alabarán mis labios.
13. [v. 5]. Así quiero bendecirte en mi vida, y levantar mis manos en tu nombre. Así quiero bendecirte en mi vida. Pero en la vida que me diste, no en la que yo, junto con los demás, elegí según el mundo, entre las muchas clases de vida posibles; no, sino en la que tú me has dado por tu misericordia, para que te alabase. Así quiero bendecirte en mi vida. ¿Qué quiere decir: así? Que atribuyo a tu misericordia, y no a mis méritos, esta mi vida en la que te alabo. Y levantar mis manos en tu nombre. Levanta, sí, tus manos en la oración. Por nosotros levantó nuestro Señor sus manos en la cruz, y las extendió por nosotros. Si él extendió sus manos en la cruz, fue para que nosotros las extendamos hacia las buenas obras, puesto que su cruz fue la que nos proporcionó su misericordia. Helo ahí con sus manos alzadas: se ofreció a sí mismo a Dios por nosotros, y por ese sacrificio se borraron nuestros pecados. Levantemos también nosotros las manos a Dios en actitud suplicante, y no quedarán decepcionadas así levantadas, si se ejercitan en obras buenas. ¿Qué hace el que levanta sus manos? ¿De dónde viene el mandato de orar con las manos levantadas? Sí, porque dice el Apóstol: Levantando piadosamente las manos, sin ira ni discusiones18. Dice esto para que cuando levantas las manos a Dios, te traigan a la memoria tus obras. Y dado que levantas así las manos para conseguir de Dios lo que pretendes, tu intención es que esas manos se ejerciten en buenas obras, no sea que tengan vergüenza en levantarse hacia Dios. Quiero levantar mis manos en tu nombre. Estas nuestras súplicas tienen lugar en esta Idumea, en este desierto, en una tierra sin agua, sin caminos, en la que Cristo es nuestro camino19, pero no un camino de esta tierra. Quiero levantar mis manos en tu nombre.
14. [v. 6]. ¿Y qué diré cuando levante mis manos en tu nombre? ¿Qué he de pedir? Bien, hermanos, cuando levantáis las manos, mirad bien lo que vais a pedir: hacéis una petición al Omnipotente. Pedidle algo grande, no como le piden quienes aún no creen. Ya veis lo que se les otorga incluso a los malvados. ¿Vas a pedir dinero a tu Dios? ¿Es que no ves cómo se lo da también a los delincuentes, que no creen? ¿Cómo es que le quieres pedir algo grande, si se lo da incluso a los malvados? No, no vayas a pensar que está mal, el que otorgarlo a ellos te parezca tan sin valor, que sea digno de dárselo a los malvados; más aún, que no vaya a parecerte importante aquello que se puede conceder a los malos. También, sin duda, pertenecen a Dios los bienes terrenos; pero tened en cuenta que los bienes concedidos a los malos, no deben considerarse como importantes. Es algo diferente lo que reserva para nosotros. Pensemos en lo que da a los malos, y de ahí deduciremos lo que reserva para los buenos. Fijaos en lo que otorga a los malos: les da, por ejemplo, esta luz; pero ya veis cómo la ven tanto los buenos como los malos; la lluvia que desciende sobre la tierra: ¡cuántos bienes produce! Y se les concede tanto a malos como a buenos, como dice el Evangelio: Dios hace salir su sol sobre buenos y malos, y hace llover sobre justos e injustos20. Si él concede todo lo que producen tanto la lluvia como el sol, claro que debemos pedírselo a nuestro Señor, puesto que son necesarios para nosotros; pero no pidamos sólo estas cosas, puesto que se dan a buenos y a malos. ¿Qué debemos, entonces, pedir, cuando levantamos las manos? El salmo lo ha expresado como ha podido. ¿Qué he querido decir con esto? Que lo ha expresado como es capaz la palabra humana a oídos humanos. Lo han dicho los labios humanos, y lo expresan con unas ciertas semejanzas, de manera que las puedan entender todos: los ignorantes y hasta los niños. ¿Qué es lo que ha dicho? ¿Qué ha pedido? Quiero, dice, levantar mis manos en tu nombre. ¿Y cuál es lo que va a recibir? Mi alma se saciará como de enjundia y de manteca. ¿Pensáis, hermanos míos, que el alma estaba deseando alguna carne mantecosa? No, no estaba deseando como algo importante que le mataran corderos y cerdos cebados; o irse a alguna taberna donde encontrar vituallas pingües con que hartarse. Si esto lo creyéramos, seríamos dignos de oír este lenguaje. Luego debemos entender que aquí se trata de algo espiritual. Tiene nuestra alma algún alimento enjundioso. Hay una cierta saciedad de sabiduría. De hecho, las almas que carecen de esta sabiduría, quedan agotadas; y de tal modo enflaquecen, que muy pronto carecen de fuerza para toda obra buena. ¿Y por qué se quedan en seguida sin fuerzas para toda obra buena? Porque les falta la enjundia para llegar a esta saturación. Escucha lo que dice el Apóstol del alma bien nutrida, ordenando que todos obren el bien. ¿Qué dice? Dios ama al que da con alegría21. ¿Y de dónde le viene al alma el estar rolliza, si no fuera saturada por el Señor? Y sin embargo, por muy oronda que esté aquí, ¿cómo estará en el siglo futuro, en el que nuestro Dios será quien nos alimente? Mientras tanto, en este destierro ni podemos decir cómo seremos entonces. Y no obstante, cuando levantamos nuestras manos, estamos anhelando aquella hartura, donde seremos talmente saciados de alimentos pingües, que desaparecerá totalmente nuestra indigencia y no desearemos ya más, porque tendremos a nuestro alcance todo lo que aquí deseamos, todo lo que aquí estimamos como grande. Nuestros padres ya han muerto, pero Dios vive; aquí no hemos podido tener a los padres siempre; pero allí, en nuestra patria, tendremos vivo a un Padre. En la patria terrena no podemos permanecer siempre; es necesario que nazcan otros, y nacen los hijos de sus ciudadanos precisamente para ocupar el lugar de sus padres. Cada niño nacido dice a su progenitor: ¿Qué haces aquí? Necesariamente los que suceden, y los que van naciendo, ocuparán el lugar de los que les precedieron. En cambio allá, en la otra patria, todos viviremos igualmente: no habrá sucesores, puesto que no habrá progenitores. ¿Cómo será aquella patria? ¿Y tú sigues amando aquí las riquezas? El mismo Dios será tu fortuna. ¿Y amas la fuente pura? ¿Qué hay más transparente que aquella sabiduría? ¿Qué hay más lúcido? Lo que aquí se puede amar, quedará reemplazado por aquel que ha creado todas las cosas. Mi alma se saciará como de enjundia y de manteca; y mis labios alabarán con júbilo tu nombre. En este desierto, levantaré las manos en tu nombre: Mi alma se saciará como de enjundia y de manteca; y mis labios alabarán con júbilo tu nombre. Ahora es tiempo de suplicar, mientras estás sediento; cuando pase la sed, pasará la súplica, y le sucederá la alabanza: Y mis labios alabarán con júbilo tu nombre.
15. [v. 7—8.] Si en el lecho me he acordado de ti, en las madrugadas medito en ti, porque te has hecho mi auxilio. Llama su lecho a su descanso. Cuando uno está en quietud, acuérdese de Dios. Cuando uno está en descanso, no se vaya a disipar y a olvidarse de Dios; si se acuerda de Dios cuando está en reposo, pensará en Dios durante sus actividades. A sus actividades las llama madrugadas, pues todo hombre comienza temprano sus labores. ¿Qué es, pues, lo que dice? Si en mi lecho me acordaba de ti, también pensaba en ti en las madrugadas. Por tanto, si no me acordaba en el descanso, tampoco meditaba en la madrugada. Si cuando uno está ocioso no piensa en Dios, ¿podrá pensar en él cuando está trabajando? Pero cuando se piensa en él durante el descanso, lo tiene presente en su pensamiento, para no desalentarse en el trabajo. Por eso, ¿qué es lo que añadió: Y en las madrugadas medito en ti, porque te has hecho mi auxilio. En efecto, si Dios no nos ayuda en nuestras buenas obras, no podrán ser llevadas a término por nosotros. Y nuestras obras deben ser dignas, es decir, como hechas en plena luz, como quien obra imitando a Cristo. Quien ora mal, lo hace de noche, no de día, según lo que dice el Apóstol: Los que se emborrachan, lo hacen de noche; los que duermen, de noche duermen; pero nosotros, que somos del día, portémonos con sobriedad. Nos exhorta a que andemos como en pleno día, con honestidad: Andemos, dice, como en pleno día, con honestidad22. Y dice también: Vosotros sois hijos de la luz e hijos del día; no lo somos de la noche ni de las tinieblas23. ¿Quiénes son los hijos de la noche y de las tinieblas? Quienes ejecutan toda clase de males. De tal modo son hijos de la noche, que tienen miedo de que se vean sus obras; y cuando sus maldades las obran en público, es porque eso lo hace mucha gente; cuando son pocos los que obran así, eso lo hacen a escondidas. Sin embargo, quienes hacen tales barbaridades en público, lo hacen, sí, a la luz del sol, pero en las tinieblas de su corazón. De ahí que nadie obrará algo en la madrugada, si no es en Cristo. Pero quien en su ocio se acuerda de Cristo, en él piensa en todas sus actividades. Y él le ayuda en el bien obrar, para que no desfallezca en su debilidad. Si en mi lecho me he acordado de ti, en las madrugadas medito en ti, porque te has hecho mi auxilio.
16. Y a la sombra de tus alas estaré jubiloso. Me alegro en las buenas obras, porque sobre mí está el amparo de tus alas. Si no me proteges, dado que soy un polluelo, me arrebatará el milano. En un pasaje de la Escritura dice el mismo Señor nuestro, dirigiéndose a Jerusalén, la ciudad donde fue crucificado: Jerusalén, Jerusalén, ¡cuantas veces he querido reunir a tus hijos, como la gallina a sus polluelos, y no has querido!24Somosniños: que Dios, pues, nos cobije a la sombra de sus alas. ¿Y cuando seamos mayores? Bien nos estará que nos siga protegiendo también entonces, y así, bajo el que es mayor, seamos siempre polluelos. Porque por mucho que crezcamos, él siempre será mayor. Nadie debe decir: Que me proteja mientras soy pequeño; como si algún día llegara a ser tan grande, que se baste a sí mismo. Nada eres sin la protección de Dios. Optemos siempre por estar bajo su protección; entonces será cuando en él podremos ser siempre grandes, si siempre somos párvulos bajo su protección. Y a la sombra de tus alas estaré jubiloso.
17. [v. 9]. Mi alma está pegada a ti. Mirad qué ansioso, qué sediento está de Dios, y cómo se une a él. Que nazca en vosotros este sentimiento. Si ya está brotando, sea regado y que crezca; que llegue a un tal vigor, que digáis también vosotros de todo corazón: Mi alma está pegada a ti. ¿Con qué pegamento? El de la caridad. Ten caridad, y con ese adhesivo tu alma estará pegada a Dios. No en igualdad con Dios, sino en pos de Dios, de modo que sea él quien preceda y tú le sigas. El que intente preceder a Dios, quiere vivir según su arbitrio, no seguir los preceptos de Dios. De ahí que hasta el mismo Pedro fue rechazado, cuando pretendió dar un consejo a Cristo, que debía padecer por nosotros. Pedro era todavía débil, e ignoraba la gran utilidad que tendría para el género humano la sangre de Cristo. En cambio el Señor, que había venido a redimirnos y a dar su sangre en rescate por nosotros, comenzó a anunciar su pasión. Pedro quedó horrorizado, al imaginar que iba a morir el Señor, a quien lo quería aquí siempre vivo, como lo estaba viendo; se dejaba llevar por la visión de los ojos carnales, y sentía hacia el Señor un afecto carnal; por eso le dijo: Ni pensarlo, Señor; sé benévolo contigo. Y le contestó el Señor: Ponte detrás de mí, Satanás; no tienes los sentimientos de Dios, sino los de los hombres25. ¿Por qué los de los hombres? Porque quieres anteponerte a mí, ponte detrás de mí, para que me sigas, y en el seguimiento de Cristo, poder decir: Mi alma está pegada a ti. Con razón añade: Tu diestra me ha sostenido. Mi alma está pegada a ti; tu diestra me ha sostenido. Esto lo dijo Cristo en nosotros, es decir, en el hombre que él había asumido por nosotros, y que ofrecía por nosotros. También la Iglesia dice esto mismo en la persona de Cristo, lo dice en su cabeza; porque también ella ha padecido aquí grandes persecuciones, y ahora también las padece esporádicamente. ¿Quién, realmente, seguidor de Cristo, no es molestado en pruebas diversas? ¿Quién no es hostigado a diario por el diablo y sus ángeles, para que se pervierta con algún vicio, con alguna sugestión, alguna promesa de lucro, con alguna amenaza terrorífica, con la promesa halagadora de vida, o de pánico a la muerte, o con la enemistad o la amistad de algún poderoso? Por todos los medios continúa el diablo acometiéndonos, para tratar de derribarnos. Vivimos en medio de persecuciones, tenemos perpetuos enemigos: el diablo y sus ángeles; el diablo y sus ángeles son como milanos; estamos bajo las alas de la gallina, y no nos pueden tocar; la gallina que nos protege es poderosa. Nuestro Señor Jesucristo es débil por nosotros; pero en sí es fuerte, es la misma sabiduría de Dios. Luego también dice esto la Iglesia: Mi alma está pegada a ti, y tu diestra me sostiene.
18. [v. 10]. Pero ellos en vano han buscado mi vida. ¿Qué me hicieron los que intentaron quitarme la vida? ¡Ojalá hubieran buscado mi vida para creer conmigo! Pero buscaron mi vida para arruinarme. ¿Qué van a hacer? No han de despegar el aglutinante con que mi alma se adhirió a ti. ¿Quién nos separará del amor de Cristo? ¿La tribulación, la angustia, la persecución, el hambre, la desnudez, la espada?26 Tu diestra me ha sostenido. Luego debido al aglutinante de la caridad, y a tu poderosísima diestra, en vano intentaron quitarme la vida. Esto puede entenderse de cuantos persiguieron o intentan perseguir a la Iglesia. Esto podemos entenderlo especialmente de los judíos que intentaron quitarle la vida a Cristo, y lo consiguieron en nuestra cabeza, crucificándolo, y en los discípulos a quienes persiguieron después. Intentaron quitarme la vida. Bajarán a lo profundo de la tierra. No quisieron perder la tierra, y por eso crucificaron a Cristo, y por ello bajaron a lo profundo de la tierra. ¿Qué significa a lo profundo de la tierra? Las codicias terrenas. Mejor es caminar con la carne vivos sobre la tierra, que ir con la codicia bajo la tierra. Todo el que codicia lo terreno contra su salvación, se halla en lo profundo de la tierra, porque prefiere la tierra a sí mismo, porque coloca sobre sí mismo la tierra, y él se pone debajo de ella. ¿Qué dijeron los judíos de nuestro Señor Jesucristo, al temer perder la tierra, cuando veían que le seguían las multitudes, porque hacía milagros? Si le dejamos vivir, vendrán los romanos y nos quitarán el lugar santo y la nación27. Temieron perder la tierra, y se fueron al fondo de ella. Les sucedió lo que temían: ya que quisieron matar a Cristo para no perder la tierra, y la perdieron porque lo mataron. Habiendo matado a Cristo, les había dicho: Se os quitará a vosotros el reino, y se entregará a otra nación que obre con justicia28. Y les sobrevinieron grandes calamidades y persecuciones. Fueron vencidos por los emperadores romanos y por los reyes de naciones extranjeras. Fueron arrojados del mismo lugar en que crucificaron a Cristo; y ahora aquel lugar está lleno de personas que alaban a Cristo, sin que haya allí ningún judío. Carece de enemigos de Cristo, y está lleno de devotos de Cristo. Ved cómo, por haber matado a Cristo, perdieron el lugar sagrado, al ser conquistado por los romanos, quienes lo mataron para no perderlo a manos de los romanos. Así, pues, bajarán a lo profundo de la tierra.
19. [v. 11]. Serán castigados al filo de la espada. En efecto, así aconteció visiblemente, pues al caer los enemigos sobre ellos, fueron vencidos. Serán presa de los zorros. Llama zorros a los reyes que existían en el mundo cuando fue arruinada Judea. Oíd esto, para que conozcáis y veáis cómo los llama zorros. El mismo Señor llamó zorro al rey Herodes: Id —dice Jesús— y decid a ese zorro29... Fijaos, hermanos míos, cómo no queriendo tener por rey a Cristo, se hicieron presas de zorros. Cuando el presidente Pilato, lugarteniente del César en Judea, sentenció a Cristo, por el griterío de los judíos, les dijo: ¿A vuestro rey he de crucificar? Le llamaba rey de los judíos y lo era realmente. Pero ellos, rechazando a Cristo, dijeron: Nosotros no tenemos otro rey sino el César30. Rechazaron al cordero, y eligieron al zorro; con razón se hicieron presas de los zorros.
20. [v. 12]. Pero el rey... se expresó con este nombre porque ellos eligieron el zorro y rechazaron al rey. Pero el rey, es decir, el verdadero rey, para quien se escribió el título en la pasión, pues Pilato colocó sobre la cabeza de Cristo este título: Rey de los judíos, escrito en hebreo, griego y latín, para que todos los transeúntes se percataran de la gloria del rey, y de la vergüenza de los judíos, que rechazando al verdadero rey, eligieron el zorro del César. Pero el rey se regocijará en Dios. Ellos se hicieron presas de zorros, pero el rey se alegrará en Dios. A quien les pareció que habían vencido crucificándolo, una vez crucificado, entregó el precio con el que compró el orbe de la tierra. El rey, en cambio, se alegrará en Dios. Será alabado todo el que jura por él. ¿Y esto por qué? Porque eligió para sí a Cristo y no al zorro, ya que cuando los judíos le insultaban y lo ofendían, fue entonces cuando él pagó el precio con el que seríamos redimidos. Luego pertenecemos al que nos redimió, al que por nosotros venció al mundo, no con armas de guerra, sino con la burla de la cruz. El rey, en cambio, se alegrará en Dios. Alabado será todo el que jura por él. ¿Quién jura por él? El que le ofrece su vida, el que le promete y cumple sus promesas, el que se hace cristiano. Esto es lo que significa todo el que jura por él. Porque les fue tapada la boca a los que proferían iniquidades. ¡Cuántas cosas inicuas no profirieron los judíos! ¡Cuántas cosas perversas dijeron no sólo ellos, sino también todos los que por la idolatría persiguieron a los cristianos! Cuando se ensañaban con los cristianos, pensaban que podían acabar con ellos; y con estos pensamientos, los cristianos crecieron y ellos se acabaron. Fue tapada la boca de los que hablaban perfidias. Ahora ya nadie se atreve a hablar públicamente contra Cristo, ya todos temen a Cristo. Porque fue tapada la boca de los que hablaban perfidias. Cuando el Cordero era débil, todos los zorros se atrevían a atacar al Cordero. Pero ahora que ha vencido el León de la tribu de Judá31, todos los zorros se han callado. Porque fue tapada la boca de los que hablaban perfidias.