SALMO 61

COMENTARIO

Traductor: P. Miguel Fuertes Lanero O.S.A.

Sermón al pueblo

1. [v. 1]. ¡Qué agradable es la palabra de Dios, y qué dulce el comprenderla! Él, con su ayuda, nos regala esta suavidad, para que nuestra tierra dé sus frutos1, y nos anima: a mí a hablaros, y a vosotros a poner atención. Me doy cuenta de que estáis escuchando sin cansancio, y me alegro de ese gusto de vuestro corazón, que no rechaza lo que es saludable, sino que lo recibe con avidez, y lo retiene con provecho. Os hablaré, pues, también hoy, según el Señor me conceda, de este salmo que acabamos de cantar. Su título es éste: Para el fin, a favor de Íditho, salmo para el mismo David. Recuerdo haberos dicho ya algo sobre lo que significa Íditho. Según el significado de la lengua hebrea que a mí me ha llegado, Íditho en latín significa "el que los atraviesa". El cantor, por lo tanto, de este salmo, pasa entre algunos que, desde arriba, los desprecia. Vamos a ver hasta dónde pasó, a quiénes pasó, y dónde se ha situado una vez efectuado este paso. Desde ese lugar espiritual y seguro, se contemplaría el abismo. Más no lo mira con peligro de caer en él, sino para que el que ha atravesado, mueva a los perezosos a que lo sigan, y alabe el lugar adonde llegó atravesando. Así pues, este que atraviesa está sobre algo, y al mismo tiempo debajo también de algo. Y nos quiso indicar primeramente bajo qué se siente seguro, de manera que lo que atravesó no le lleve a ensoberbecerse, sino que le sea provechoso.

2. [vv. 2—3]. Estando, pues, en un lugar fortificado, dice: ¿No va a estar mi alma sometida a Dios? Se ve que había oído decir: El que se ensalza, será humillado, y el que se humilla, será ensalzado2; y temeroso de engreírse por atravesar al otro lado, sin vanagloriarse, viendo lo que había debajo, y humilde al saber quién estaba arriba, responde a los envidiosos que le amenazaban con su ruina, dolidos por haberles pasado: ¿No va a estar mi alma sometida a Dios? ¿Intentáis ponerme trampas a mí por haberos sobrepasado? Queréis derrocarme con vuestros escarnios, o engañarme con vuestras seducciones. ¿Pensáis que sólo tengo en cuenta la altura sobre la que estoy, sin pensar bajo quién estoy? ¿No va a estar mi alma sometida a Dios? Por mucho que me acerque, por mucho que ascienda, por mucho que atraviese, estaré debajo de Dios, no contra Dios. Paso seguro por las demás cosas, cuando me tiene sometido él, que está sobre todas las cosas. ¿No va a estar mi alma sometida a Dios? De él viene mi salvación. Porque él es mi Dios y mi salvación, mi protector, no vacilaré jamás. Sé quién está sobre mí, sé quién extiende su misericordia sobre los que le conocen, sé bajo qué alas estoy confiado: no vacilaré jamás. Les dice a algunos, los mismos a quienes va pasando: Andáis tratando de que yo vacile, pero que no me pisotee el pie de la soberbia. Y por eso mismo sucede lo que sigue en el mismo salmo: Ni me remueva la mano de los pecadores3. Coincide con lo ya dicho: No vacilaré jamás; así como lo que allí se dice: Que no me pisotee el pie de la soberbia, se corresponde aquí con: ¿No va a estar mi alma sometida a Dios?

3. Así que desde esa altura, protegido y seguro, él, cuyo refugio es el Señor, para quien el mismo Dios es su lugar de protección, mira a los que ha pasado, y les habla con desprecio, como encaramado en una alta torre; porque se ha dicho también de ese lugar: Torre fortificada frente al enemigo4; así que les echa una mirada, y les dice: ¿Hasta cuándo arremeteréis contra un hombre? Insultando, escarneciendo, poniendo insidias, persiguiendo; amontonáis cargas sobre el hombre, le cargáis pesos hasta el límite; pero su fuerza está en someterse a aquel que ha creado al hombre. ¿Hasta cuándo arremeteréis contra un hombre? Si miráis al hombre, matadlo todos. Sí, sobrecargadle, ensañaos con él, matadlo todos. Como a una pared que cede, y a una tapia ruinosa: atacad, empujad, como quien va a derribarla. Pero ¿y dónde queda aquello: ¿No vacilaré jamás? Aquí está: Porque el mismo Dios es mi salvación, mi protector. Claro, los hombres podréis poner cargas sobre el hombre, ¿pero acaso las podréis poner sobre el Dios que protege al hombre?

4. [v. 4]. Matadlo todos. ¿Tanto espacio tiene el cuerpo de un hombre, que podrá ser matado por todos? Pero debemos entender aquí que nuestra persona es la persona de nuestra Iglesia, la persona de Cristo. Porque Jesucristo, cabeza y cuerpo, es un hombre solo, salvador del cuerpo y de sus miembros, dos en una sola carne5, con una misma voz y una misma pasión; y cuando ya haya pasado la maldad, en un mismo descanso. Los sufrimientos de Cristo, no están sólo en Cristo; mejor, los padecimientos de Cristo sólo están en Cristo: si por Cristo entiendes la cabeza y el cuerpo, sus padecimientos sólo residen en Cristo, pero si dices que sus padecimientos los sufre sólo Cristo, sólo como cabeza, ¿cómo es que uno de sus miembros, Pablo apóstol, dice: Sufro para suplir en mi carne lo que falta a los padecimientos de Cristo?6 Dice bien, porque si tú eres uno de los miembros de Cristo, cualquiera que seas, tú, hombre, que esto estás oyendo, y tú también, que no lo oyes (pero también lo oyes, si formas parte de sus miembros); todo lo que padezcas de parte de aquellos que no son miembros de Cristo, le faltaba a los sufrimientos de Cristo. Por eso se suple, porque faltaba; cumples la medida, no la rebasas. Padeces lo que había que añadir con tus sufrimientos a la pasión completa de Cristo, el cual padeció en nuestra cabeza, y padece ahora en sus miembros, es decir, en nosotros mismos. A esta común república nuestra (llamémosla así), cada uno, según nuestra capacidad, pagamos nuestra deuda, y según nuestras fuerzas, contribuimos como con el canon de padecimientos. La liquidación completa de todos los sufrimientos, no tendrá lugar sino cuando el mundo haya llegado a su fin. ¿Hasta cuándo arremeteréis contra un hombre? Todo cuanto han padecido los profetas, desde la sangre del justo Abel, hasta la sangre de Zacarías7, ha sido cargado sobre el hombre, porque precedieron a la encarnación de Cristo algunos miembros de Cristo; como en algunos partos, en que sin haber salido a luz la cabeza, se adelanta una mano8, la cual, no obstante, está unida a la cabeza. Por eso, hermanos, no penséis que todos los justos que han padecido persecuciones de los malvados, incluidos aquellos que fueron enviados antes de la venida del Señor, para anunciarla, no penséis, digo, que no han pertenecido a los miembros de Cristo. De ninguna manera. También ellos pertenecen a la ciudad que tiene a Cristo como rey. Esa única ciudad es la Jerusalén celestial, la ciudad santa; esta singular ciudad tiene un rey. El rey de esta ciudad es Cristo; es él quien le dice: Madre Sión la llamará el hombre. Le dice: Madre; pero es el hombre. Pues bien, el hombre la llamará Madre Sión; y se ha hecho hombre en ella, y el mismo Altísimo la ha fundado9. Su rey es, pues, su fundador, el Altísimo; él se ha hecho en ella un hombre humildísimo. Él mismo, antes de su llegada por la encarnación, envió por delante de sí a algunos miembros suyos, y después de haber sido anunciada su venida, vino también él, unido a esos miembros. Compáralo a aquel parto que adelantó la mano antes de la cabeza, pero unida a la cabeza y bajo el control de la cabeza10. De hecho se dijo de Cristo, al ensalzar la excelencia del primer pueblo y lamentando el desgajamiento de algunas de sus ramas naturales11, esto dijo Pablo de sus congéneres, los judíos: De ellos es la adopción filial, y las alianzas, y la legislación; de ellos son los patriarcas, de los que proviene Cristo, según la carne, que está sobre todas las cosas, Dios bendito por los siglos12. De los cuales proviene Cristo, según la carne, como si dijera de Sión, porque se ha hecho hombre en ella, puesto que Cristo está sobre todas las cosas, Dios bendito por los siglos, porque el Altísimo en persona la ha fundado13. De ellos es Cristo según la carne, el hijo de David; que está sobre todas las cosas, Dios bendito por los siglos, y esSeñor de David. Por eso toda aquella ciudad habla, desde la sangre del justo Abel, hasta la sangre de Zacarías14. Y a partir de aquí, desde la sangre de Juan Bautista, pasando por la sangre de los Apóstoles, por la de los mártires, por la sangre de los fieles de Cristo, esta única ciudad habla, este único hombre dice: ¿Hasta cuándo arremeteréis contra un hombre? Matadlo todos. Veamos si lo aniquiláis, si lo extermináis; veamos si borráis de la tierra su nombre, veamos si los pueblos no estáis conspirando en vano15, y diciendo: ¿Cuándo morirá y se borrará su nombre?16 Como a pared inclinada o tapia ruinosa arrojaos sobre ella, empujadla. Escuchad lo que dijimos antes: Protector mío, no vacilaré jamás17, porque como un montón de arena fui empujado para caer, y el Señor me protegió18.

5. [v. 5]. Han tramado quitarme la honra. Los homicidas se dan por vencidos: multiplican los fieles con la sangre de los muertos, rindiéndose ante ellos, y no siendo capaces de matarlos. Han tramado quitarme la honra. Y como ahora al cristiano no se le puede matar, se trama su deshonra. Ahora, por el honor de que gozan los cristianos, sufren los corazones de los impíos. Ya el José aquel de la Escritura, tras ser vendido por sus hermanos, tras la deportación de su patria a Egipto, tierra de gentiles, tras la humillación de la cárcel, y la conspiración de un falso testigo, (después de haber realizado en él lo que estaba dicho: Un hierro traspasó su alma19, ya es honrado, ya no está sometido a sus hermanos que lo vendieron, sino que distribuye el trigo a los hambrientos20. Los vencidos por su humildad y castidad, por su incorruptibilidad, por las tentaciones y sufrimientos que le causaron, ahora lo ven honrado, y traman cómo arruinar su honra. En sus pensamientos se esconde lo de aquellas palabras: Lo verá el pecador; sí, no puede menos de verlo, puesto que no se puede esconder una ciudad edificada sobre un monte21. Así pues, lo verá el pecador y se enfurecerá; rechinará los dientes hasta consumirse22. Se esconde en el corazón, queda oculto en el pensamiento el veneno de los que se ensañan y se irritan. Por eso en el salmo descubre sus pensamientos, y dice: Han tramado quitarme la honra. No se atreven a revelar de palabra sus pensamientos. Deseémosles nosotros bienes, aunque ellos nos deseen males. Júzgalos, oh Dios; que desistan de sus pensamientos23. ¿Qué cosa mejor para ellos, qué puede haber más útil que caerse de donde están mal puestos en pie, para que puedan también ellos decir, una vez corregida su posición: asentaste mis pies sobre la roca?24

6. Tramaron quitarme la honra. ¿Todos contra uno, o uno contra todos? ¿O bien todos contra todos, o uno contra uno? En principio, cuando dice: arremetéis contra un hombre, parece referirse a uno solo; y cuando dice: Matadlo todos, sería todos contra uno. Y sin embargo son todos contra todos, pues se trata de todos los cristianos, pero reunidos en uno. ¿Y qué decir de los diversos errores en contra de Cristo? ¿Diremos solamente que son todos los errores? ¿No diremos también que se trata de uno? Me atrevo sin dudarlo a decir que es uno, puesto que la ciudad es una y es otra, el pueblo es uno y otro, y uno y otro es el rey. ¿Qué quiero decir con "una y otra ciudad"? Una es Babilonia, y la otra Jerusalén. Con cualesquiera otros nombres místicos que las llamemos, son una y otra ciudad: en una su rey es el diablo, y en la otra reina Cristo. Me dirijo a un cierto pasaje del Evangelio, y me conmueve; pienso que también a vosotros. Después de haber invitado a la boda a muchos, buenos y malos, y de haberse llenado los asientos de los comensales (ya que, según el mandato, los siervos enviados invitaron a buenos y malos), entró el rey para visitar a los comensales, y encontró a uno que no tenía la vestidura nupcial; y le dijo lo que ya conocéis: Amigo, ¿cómo has entrado aquí sin la vestidura nupcial? Y el otro se quedó mudo25. Entonces el rey mandó que lo ataran de pies y manos, y lo arrojaran a las tinieblas exteriores. Fue echado del banquete, y arrojado a los tormentos no sé qué individuo, en medio de una gran multitud de comensales. Sin embargo, queriendo el Señor dar a conocer que aquel solo hombre representaba a un cuerpo, compuesto de muchos miembros, en cuanto dio la orden de arrojarlo fuera y enviarlo a los tormentos merecidos, añadió de inmediato: Porque muchos son los llamados, pero pocos los elegidos26. ¿Cómo se entiende esto? Has reunido multitudes, acudió un enorme gentío; anunciaste, hablaste, se multiplicaron sobremanera, se llenó la boda de comensales27; sólo fue de allí arrojado un hombre, y tú dices: Muchos son los llamados, pero pocos los elegidos. ¿Por qué no decir más bien: Todos son llamados, muchos elegidos, y uno rechazado? Si hubiera dicho: Muchos son los llamados, un gran número los elegidos, y pocos los réprobos, sería más fácil que en estos "pocos" pudiéramos entender aquel uno. En cambio, lo que aquí dice es que de allí fue arrojado uno solo, y añade: Porque son muchos los llamados, pero pocos los elegidos. ¿Quiénes son los elegidos, sino los que permanecieron en el banquete? Echado uno, los elegidos se quedaron. ¿Cómo es que siendo uno el excluido entre tantos, los elegidos son pocos? Sólo porque en ese uno había muchos. Todos los aficionados a los goces terrenos, todos los que anteponen la felicidad terrena a Dios, todos los que buscan su propio interés y no el de Jesucristo28, pertenecen a esa única ciudad, llamada místicamente Babilonia, y que tiene como rey al diablo. Sin embargo, todos aquellos cuya alegría está en las cosas de arriba, que meditan en las realidades celestiales, que viven en el mundo preocupados de no ofender a Dios, que se esfuerzan en no pecar, que no se avergüenzan de confesarse pecadores, que son humildes, mansos, santos, justos, piadosos, buenos; todos éstos pertenecen a la única ciudad que tiene como rey a Cristo. La primera es más antigua en el tiempo, pero no en sublimidad ni en honor. Aquélla nació primero, ésta después. Aquélla comenzó con Caín, ésta con Abel. Estas dos corporaciones, al mando de dos reyes, pertenecen a cada una de las dos ciudades. Están mezcladas las dos, y son enemigas entre sí hasta el fin del mundo, mientras no se realice la separación, siendo puestos unos a la derecha y los otros a la izquierda, y se les diga: Venid, benditos de mi Padre, tomad posesión del reino que os está preparado desde el principio del mundo; y a los otros también: Id al fuego eterno, que fue preparado para el diablo y sus ángeles29. Es Cristo el que dice: Venid, benditos de mi Padre, tomad posesión del reino que os está preparado desde el principio del mundo. Es el rey de su ciudad, el vencedor universal. En cambio los de la izquierda son enviados a la ciudad de los malvados: Id, les dice, al fuego eterno. ¿Los separa, acaso, de su rey? No, no, porque añadió: Que fue preparado para el diablo y sus ángeles.

7. Poned atención, hermanos, poned atención, por favor. Voy a hablaros un poco más todavía sobre esta dulce ciudad, cosa que me agrada mucho. ¡Qué cosas tan gloriosas se han dicho de ti, ciudad de Dios!30 Y también: Si me olvido de ti, Jerusalén, que se me paralice la mano derecha31. ¡Qué dulce es la única patria, y realmente la única, la sola patria! Lejos de ella, para nosotros todo es un destierro. Os voy a decir algo que ya conocéis, con lo que estaréis de acuerdo; os recordaré lo que sabéis; no voy a enseñaros algo desconocido. Como dice el Apóstol: No es primero lo espiritual, sino lo animal; luego viene lo espiritual32. Por eso aquella ciudad es más antigua, porque primero nació Caín, y después Abel33; pero también entre ellos sucedió que el mayor servirá al menor34. Aquella ciudad es mayor en edad, ésta mayor en dignidad. ¿Por qué la primera es mayor en edad? Porque no es primero lo espiritual, sino lo animal. ¿Y por qué ésta es mayor en dignidad? Porque el mayor servirá al menor. Cierto que Caín edificó una ciudad, como podemos leer en la Escritura35. Y la construyó antes de que existiese ciudad alguna, como primicia de los acontecimientos humanos. Sin duda alguna que ya deduces que había muchos hombres, nacidos de ellos dos, y de sus hijos, hasta formar un grupo suficiente para poderle llamar ciudad. Así pues, Caín edificó una ciudad donde no había ciudad alguna. Y después fue edificada también Jerusalén, el reino de Dios, la ciudad santa, la ciudad de Dios; y fue establecida como una sombra simbólica de la ciudad futura. Fijaos que hay aquí un gran misterio, y no perdáis de vista lo que antes os dije: que lo primero no es lo espiritual, sino lo animal, y luego lo espiritual. Caín edificó el primero una ciudad, y la edificó donde no había ninguna otra. Pero en el caso de Jerusalén, no se edificó donde no había ninguna otra ciudad. Había, sí, otra ciudad anterior, llamada Jebus, de donde viene el nombre de los Jebuseos. Fue conquistada, vencida, sometida, edificada de nuevo otra ciudad en el lugar de la antigua, y se la llamó Jerusalén, visión de paz, ciudad de Dios36. Todo el nacido de Adán todavía no pertenece a Jerusalén: lleva consigo la herencia del mal, la pena del pecado, y está destinado a morir. De alguna manera pertenece a la primera ciudad. Pero si ha de formar parte del pueblo de Dios, debe destruir el viejo y edificar uno nuevo. Por eso Caín construyó una ciudad donde no había ciudad alguna. El comienzo de todo hombre viene de la mortalidad y de la maldad, y luego debe hacerse bueno. Porque así como por la desobediencia de un solo hombre, todos quedaron constituidos pecadores, así también por la obediencia de un hombre, todos quedarán justificados37. Y todos morimos en Adán38; y todos nosotros hemos nacido de Adán. Pasemos todos a Jerusalén; que se destruya lo viejo y se edifique lo nuevo. Como cuando fueron derrotados los jebuseos, para edificar Jerusalén, se nos dice: Despojaos del hombre viejo y vestíos del nuevo39. Y cuando ya estemos edificados en Jerusalén, y resplandezcamos con la luz de la gracia, se nos dice: Fuisteis en otro tiempo tinieblas, pero ahora sois luz en el Señor40. La ciudad malvada perdura desde el principio hasta el fin de los tiempos, y la buena se va edificando por la conversión de los malos.

8. Estas dos ciudades ahora están mezcladas, y serán separadas al final; están en lucha permanente: una a favor de la maldad, y la otra a favor de la justicia; una por la vanidad, y la otra por la verdad. Sucede a veces que esta misma mezcla temporal hace que algunos pertenecientes a la ciudad de Babilonia, administren las cosas que pertenecen a Jerusalén; y al revés, que algunos miembros de Jerusalén administren asuntos propios de Babilonia. Me parece que os he prometido algo difícil de comprender. Tened paciencia, que os lo explicaré con ejemplos. Como escribe el Apóstol, todo en el pueblo antiguo les acontecía en figura, y fue escrito para amonestación de los que vivimos en la plenitud de los tiempos41. Mirad, pues, a aquel pueblo primero como puesto para significar el que le sucederá, y veréis allí realizado lo que os digo. Hubo reyes malos en Jerusalén, es cosa sabida; se los va enumerando y se los va citando. Todos estos malvados eran ciudadanos de Babilonia, y administraban los asuntos de Jerusalén; todos ellos han de ser separados de allí, como pertenecientes al diablo. Pero también encontramos ciudadanos de Jerusalén que administraron asuntos propios de Babilonia. Por ejemplo, aquellos tres jóvenes, a quienes Nabucodonosor, convicto por el milagro del horno ardiente, los nombró administradores del reino, por encima de sus sátrapas. Ya vemos cómo unos ciudadanos de Jerusalén administraban los asuntos de Babilonia42. Podéis ver cómo ahora sucede esto mismo y tiene lugar en la Iglesia de nuestros días. Todos aquellos de quienes se dijo: Haced lo que os dicen, pero no hagáis lo que ellos hacen43, son ciudadanos de Babilonia, que gobiernan la nación y la ciudad de Jerusalén. Porque si no tuvieran poder alguno en la administración de Jerusalén, ¿a qué vendría decir: Haced lo que ellos dicen? ¿Y qué sentido tendría: Están sentados en la cátedra de Moisés?44 Y al revés, si son ciudadanos de la misma Jerusalén, que reinarán eternamente con Cristo, ¿por qué: No hagáis lo que ellos hacen, sino porque un día habrán de oír: Alejaos de mí, todos los autores de iniquidad?45 Ya os queda claro cómo hay ciudadanos de la ciudad malvada, que administran asuntos de la ciudad santa. Veamos si también en nuestros días algunos ciudadanos de la ciudad santa ostentan algunos poderes en la ciudad malvada. Todo estado terreno, pronto o tarde se vendrá abajo; su reino cesará cuando llegue aquel otro reino para el que pedimos: Venga a nosotros tu reino46, del que está anunciado: Y su reino no tendrá fin47. Ahora bien, la república terrena tiene nuestros ciudadanos, que son sus administradores. ¡Cuántos fieles, cuántos excelentes magistrados hay en sus ciudades, investidos con el rango de gobernadores, jueces, consejeros reales, y hasta reyes! Todos ellos son justos y buenos, que en su corazón no tienen otra cosa más que las gloriosas excelencias que de ti se han dicho, ciudad de Dios48. Y sobrellevan las cargas palaciegas en la ciudad transitoria, les mandan los doctores de la santa ciudad que sean en ella fieles a sus autoridades, sea al rey como soberano, sea a los gobernantes enviados por él como castigo de los culpables y honra de los buenos49. Se les ordena a los siervos que se sometan a sus señores, y a los cristianos que se sometan a los paganos; que guarde fidelidad el mejor al que es peor, ya que es un servicio temporal, y luego vendrá un señorío eterno. Esto sucede mientras pase la iniquidad50. Se manda a los siervos soportar a amos injustos y difíciles: se ordena que los ciudadanos de Babilonia sean soportados por los de Jerusalén, incluso que muestren una sumisión más perfecta que si fuesen ciudadanos de la misma Babilonia. Sería cumplir la Escritura: Al que te obligue a acompañarlo una milla, vete con él otras dos más51. A toda esta ciudad dispersa, esparcida, mezclada, le habla con estas palabras y le dice: ¿Hasta cuándo arremeteréis contra un hombre? Matadlo todos, y los que estáis fuera, como las espinas de una cerca, o como árboles sin fruto en los bosques, los que estáis dentro, como la cizaña, o como la paja en la era; todos los que estáis, sea separados o mezclados, que debéis tolerarlos ahora, y más tarde ser separados, matadlo todos, como a una pared que cede, o a una tapia ruinosa. A pesar de todo, tramaron quitarme la honra. No lo dijeron, pero lo pensaron. Tramaron quitarme la honra.

9. He corrido sediento. Me devolvían males por bienes52. Me rechazaban, me mataban; yo sentía sed de ellos; y ellos tramaron quitarme la honra; yo tenía sed de introducirlos en mi cuerpo. ¿Qué hacemos al beber, sino introducir en nuestro cuerpo un líquido que está fuera, y enviarlo a nuestros miembros? Esto hizo Moisés con aquella cabeza del becerro. Esta cabeza encerraba un gran misterio. En efecto, la cabeza del becerro simbolizaba el conjunto de los impíos; ellos, a semejanza de becerro que se alimenta de hierba53, buscan las cosas terrenas; porque toda carne es heno54. Como ya he dicho, aquel becerro simbolizaba el grupo de los impíos. Moisés, lleno de ira, lo arrojó al fuego, lo pulverizó, lo mezcló con agua, y se lo dio a beber al pueblo55. Ese acto airado del profeta, nos brindó una profecía. Así es: aquel cuerpo, el grupo de los impíos, es arrojado al fuego de las tribulaciones, y reducido a polvo por la palabra de Dios. De hecho, poco a poco se van separando de la unidad de ese cuerpo que formaban. Pasa como con el vestido, que uno se lo pone por un tiempo. Y todos los que se van haciendo cristianos, se separan de aquel pueblo, y como que se desmenuzan, saliéndose de la masa. Unidos en conspiración, tenían odio; al desmenuzarse, ya creen. ¿Y qué hay más parecido con lo que estamos diciendo, que para entrar en el cuerpo aquel, la ciudad de Jerusalén, del que era imagen el pueblo del Israel, habían de pasar los hombres por el agua del bautismo? Se esparció por eso en el agua para darlo a beber. Esta es la sed que tiene el que aquí habla, una sed hasta el fin; corre y siente sed. Bebe a muchos, pero nunca calmará su sed. De ahí aquellas palabras: Mujer, tengo sed; dame de beber56. La samaritana aquella vio al Señor sediento junto al pozo, pero fue ella saciada por el sediento. Fue ella la que percibió primero al sediento, para beberla él, haciéndola creyente. Clavado en la cruz, exclamó: Tengo sed57, aunque los verdugos no le dieron lo que deseaba beber. De quienes tenía sed era de ellos, pero ellos le dieron vinagre; no le dieron el vino nuevo con el que se llenan los odres nuevos58, sino el viejo, de mala solera. Se les llama vinagre viejo a los hombres viejos, de quienes se dijo: No hay enmienda para ellos59: había que arrasar a los jebuseos, para edificar a Jerusalén60.

10. Así también el cuerpo de esta cabeza está corriendo desde el principio hasta el fin. Y como si le dijeran: ¿Por qué estás sediento? ¿Qué te falta, oh cuerpo de Cristo, oh Iglesia de Cristo? Con tanto honor, con tanta sublimidad, con tanta grandeza como tienes, incluso en este mundo, ¿qué es lo que te falta? Se cumple en ti lo que estaba anunciado: Lo adorarán todos los reyes de la tierra; todos los pueblos le servirán61. ¿Por qué entonces tienes sed? ¿De qué estás sediento? ¿No calmas la sed con tantos pueblos? ¿Pero de qué pueblos estás hablando? Porque con su boca bendecían, y con su corazón maldecían. Muchos son los llamados, pero pocos los elegidos62. La mujer que padecía flujo de sangre, tocó la orla de su vestido y quedó curada; y al mirar el Señor quién lo había tocado, pues sintió que de él había salido una energía para curar a la mujer, dijo: ¿Quién me ha tocado? Y extrañados sus discípulos, le preguntaron: Por todos lados la gente te está oprimiendo, y preguntas: ¿Quién me ha tocado? Pero él replicó: Alguien me ha tocado63. Como diciendo: Tocarme sólo una persona me ha tocado; la multitud me oprime. Quienes llenan las iglesias en las solemnidades de Jerusalén, llenan los teatros en las solemnidades de Babilonia. Y no obstante, hacen servicios, prestan honores, rinden homenajes; y esto lo hacen no sólo aquellos que reciben los sacramentos de Cristo, y al mismo tiempo odian sus preceptos, sino también aquellos que ni reciben los sacramentos, como pueden ser los paganos y los judíos. Todos éstos honran, alaban, predican, pero con su boca bendicen. Yo no presto atención a los labios; sabe muy bien aquel que me instruyó, que con su corazón maldicen. Maldecían cuando tramaban quitarme la honra.

11. [v. 6]. Y tú, Íditho, cuerpo de Cristo, ¿qué harás sobrepasándolos a ellos? ¿Qué vas a hacer en medio de todo esto? ¿Qué vas a hacer? ¿Te vendrás abajo? ¿No vas a perseverar hasta el final? ¿No oyes que quien persevere hasta el fin se salvará, a pesar de que por la abundancia del pecado, se enfriará la caridad de muchos?64 ¿Dónde queda, entonces, el haberlos pasado? ¿Dónde aquello de que tu mansión está en el cielo?65 Ellos están pegados a las cosas de la tierra; como terrícolas, saborean la tierra y son tierra, que es comida de serpientes. ¿Qué haces en medio de todo esto? — No obstante todo esto, aunque su comportamiento sea así, aunque piensen de esta forma, aunque hagan fuerza, aunque empujen contra el que se está cayendo, aunque reconozcan al que permanece firme, y tramen arruinar mi honor, aunque con sus labios bendigan y con su corazón maldigan, aunque tramen insidias donde pueden, y calumnien siempre que puedan: A pesar de todo, mi alma se someterá a Dios. ¿Y quién llegará a tolerar tantas adversidades, sean en guerra declarada, o en ocultas asechanzas? ¿Quién podrá aguantar entre enemigos declarados, y entre falsos hermanos? ¿Quién podrá soportar todo esto? ¿Un hombre, acaso? Y si es un hombre, ¿podrá por sí mismo? No, no he atravesado para engreírme y luego caer: Mi alma se somete a Dios, porque de él me viene la paciencia. ¿Y de qué servirá la paciencia en medio de tantos escándalos? Sólo por aquello de que si lo que no vemos lo esperamos, esperamos por la paciencia66. Llega ahora mi dolor, y llegará luego mi descanso; viene mi tribulación, y vendrá luego mi purificación. ¿Brilla, acaso, el oro en el horno del orfebre? Pero brillará en el collar, lucirá en el adorno. Ahora deberá soportar el horno, para purificarse de la escoria, y poder así llegar a la luz. El horno son estas realidades de ahora: en él hay paja, está el oro, el fuego, y lo trabaja el orfebre; en el horno se quema la paja y se purifica el oro; aquélla se convierte en ceniza, éste queda libre de la escoria. El horno es el mundo, la paja los malvados, el oro son los justos, el fuego las tribulaciones, y el orfebre es Dios. Yo hago lo que quiere el orfebre; me mantengo en el puesto donde me puso el artífice; a mí se me pide la paciencia, él sabe cómo purificar. Que arda la paja para quemarme, como para consumirme; se convertirá en ceniza, y yo quedo libre de mis impurezas. ¿Por qué? Porque mi alma se somete a Dios, porque de él me viene la paciencia.

12. [v. 7]. ¿Quién es para ti éste, de quien te viene la paciencia? Porque él es mi Dios y mi salvación, mi refugio, no me alejaré de él. Porque él es mi Dios: Luego él me llama; y mi salvación: luego me justifica; y mi refugio: luego me glorifica. Aquí es cuando soy llamado y justificado, allí soy glorificado; no me alejaré de donde soy glorificado. Ni tampoco permaneceré en mi destierro; me alejaré de aquí, para llegar al lugar de donde ya no me alejaré. Aquí en la tierra soy para ti un huésped, como todos mis padres67. Por eso emigraré de mi hospedaje, pero nunca de la mansión celestial.

13. [v. 8]. En Dios está mi salvación y mi gloria. Dios será quien me salve; Dios será mi gloria; no sólo me salvará, sino que me glorificará. Mi salvación vendrá porque de impío que era, él me ha justificado68; y mi gloria porque no sólo me ha justificado, sino que me ha honrado. A los que predestinó, los llamó. ¿Y qué hace con los llamados? A los que llamó, los justificó, y a los que justificó, los glorificó69. La justificación trae consigo la salvación, y la glorificación el honor. Que la glorificación se refiere al honor, no es necesario aclararlo. Sin embargo busquemos algún testimonio de que la justificación pertenece a la salvación. He aquí uno del Evangelio: había algunos que se tenían por justos, y le echaban en cara al Señor que no tenía reparo en mezclarse en los banquetes con pecadores, y que comía con publicanos y pecadores. A estos arrogantes, a estos fuertes de la tierra, bien empinados, que se gloriaban sobremanera de su salvación, una salvación creída por ellos, pero que no tenían, ¿qué les respondió el Señor? No son los sanos quienes necesitan al médico, sino los enfermos. ¿A quiénes llama sanos y a quiénes enfermos? Continúa diciendo: No he venido a llamar a los justos, sino a los pecadores a la conversión70. Luego llama sanos a los justos, no porque los fariseos lo fueran, sino porque se lo creían. En su soberbia, hallándose enfermos, rechazaban al médico; y al agravarse su enfermedad, llegaron a matar al médico. Llamó, pues, sanos a los justos, y enfermos a los pecadores. Así que el ser yo justificado y glorificado — dice éste que va pasando — me viene de él: En Dios está mi salvación y mi gloria. Mi salvación para que yo logre salvarme, y mi gloria para alcanzar mi honra. Esto sucederá entonces; y ahora ¿qué? Dios es mi auxilio, y mi esperanza está puesta en Dios, hasta que llegue a la perfecta justificación y salvación. Porque estamos salvados en esperanza: y una esperanza que se ve, no es esperanza71. Hasta que llegue a aquella justificación, donde los justos brillarán como el sol en el reino de su Padre72. Mientras tanto me encuentro ahora rodeado de tentaciones, de injusticias, de escándalos, en medio de agresiones declaradas, de ocultas habladurías, entre aquellos que con su boca bendicen, pero con su corazón maldicen, entre los que traman deshonrarme. ¿Qué he de hacer? Dios es mi auxilio: sí, presta su auxilio a los que luchan. ¿A los que luchan contra qué enemigos? Nuestra lucha no es contra la carne y la sangre, sino contra los principados y las potestades73. Por eso Dios es mi auxilio, y mi esperanza está puesta en Dios. Una esperanza que dura hasta que llegue lo prometido, con una fe que cree lo que aún no se ve. Pero cuando esto se realice, tendrá lugar la salvación y la glorificación. Y aunque todo esto se prolongue, no estamos abandonados: porque Dios es mi auxilio, y mi esperanza está puesta en Dios.

14. [v. 9]. Confiad en él todo su pueblo. Imitad a Íditho; dejad atrás a vuestros enemigos, a todos los que se os oponen en vuestro caminar, id más allá de los que os odian. Confiad en él, todo su pueblo; desahogad ente él vuestro corazón. No cedáis ante quienes os dicen: ¿Dónde está vuestro Dios? Mis lágrimas, dice, son mi pan noche y día, mientras todo el día me repiten: ¿Dónde está tu Dios? ¿Pero qué replica a estas quejas? He meditado todo esto, y he desahogado mi alma conmigo74. He pensado lo que oigo: ¿Dónde está tu Dios? He recordado todo esto, y he desahogado mi alma conmigo. Buscando a mi Dios, he desahogado mi alma conmigo a ver si lo encontraba. No me he quedado en mí mismo. Por lo tanto, confiad en él, todo su pueblo. Desahogad ante él vuestro corazón, suplicando, confesando, esperando. No mantengáis encerrados en sí mismos vuestros corazones: Desahogad ante él vuestro corazón. No se perderán esos desahogos: porque él es mi refugio. Si él te acoge, ¿por qué vas a temer desahogarte con él? Encomienda a Dios tus preocupaciones75 y espera en él. Desahogad ante él vuestro corazón: Dios es nuestro auxilio. ¿Por qué tenéis miedo a los criticones, a los detractores, que son detestados por Dios76; a los que cuando pueden agreden a las claras, y cuando no, andan poniendo insidias a escondidas; a los que alaban con cinismo, cuando son enemigos declarados? ¿Qué vais a temer por estar entre esa gente? Dios es nuestro auxilio. ¿Podrán, quizá, competir con Dios? ¿Es que son más fuertes que él? Dios es nuestro auxilio: Estad tranquilos. Si Dios está con nosotros, ¿quién estará contra nosotros?77 Desahogad ante él vuestro corazón, pasando por en medio hacia él, elevando vuestra alma: Dios es nuestro auxilio.

15. [v. 10]. Y una vez establecidos en lugar seguro, en un baluarte, a salvo del enemigo, compadeceos de los que antes temíais; debéis correr sedientos tras ellos. No les deis ya importancia, una vez situados en aquel lugar, y decid: Realmente los hijos de los hombres son como un soplo, los hombres son unos mentirosos. ¿Hasta cuándo, humanos, tendréis el corazón endurecido? Vanos y mentirosos hijos de los hombres, ¿por qué amáis la vanidad, y buscáis el engaño?78 Decid estas cosas saboreándolas con misericordia. Si los habéis sobrepasado, si amáis a vuestros enemigos, si deseáis destruir para edificar de nuevo, si amáis al que juzga las naciones y lo llena todo de ruinas79, entonces decid estas cosas sin sentir odio, sin devolver mal por mal80. Hombres mentirosos en la balanza, para engañar todos a una por su vaciedad. Cierto que son muchos; pero son uno solo, aquel uno solo que fue arrojado de la multitud de los invitados a la boda81. Todos coinciden en andar tras de lo temporal: los carnales tras lo carnal, y los que esperan, lo esperan para el futuro; y aunque haya entre ellos diversidad de opiniones, están todos unidos en cuanto a la vanidad. Sus errores son muchos y de muchas clases, y por tanto, un reino dividido en sí mismo no podrá mantenerse en pie82; pero todos tienen una voluntad parecida en cuanto a la futildad y la mentira, que pertenece al único rey, con el que será arrojada al fuego eterno83. En la vanidad son uno solo.

16. [v. 11]. Mirad cómo tiene sed de ellos. Ved cómo va corriendo sediento. Y así, sediento, se vuelve hacia ellos y les dice: No confiéis en la maldad. Porque mi esperanza está puesta en Dios. No confiéis en la maldad. Vosotros, los que no queréis acercaros y pasar de este mundo, no confiéis en la maldad. Yo ya he pasado, y mi confianza está puesta en Dios; ¿y por ventura hay en Dios alguna maldad?84 No, no confiéis en la maldad. Hagamos esto, hagamos aquello; vayamos pensando cómo tender insidias; hagámonos uno en las cosas vanas. Tú tienes sed: los que maquinan todo esto contra ti, quedan descubiertos por aquellos a quienes tú bebes. No confiéis en la maldad. Vacía es la maldad, queda reducida a nada. Poderosa es sólo la justicia. La verdad podrá estar oculta por un tiempo, pero nunca podrá ser vencida. La maldad podrá florecer por un tiempo, pero no puede permanecer. No confiéis en la maldad; no pongáis ilusiones en el robo. No eres rico, ¿y quieres robar? ¿Qué vas a encontrar? ¿Qué vas a perder? ¡Oh lucro maldito! ¡Encuentras el dinero y pierdes la justicia! No pongáis ilusiones en el robo. Soy pobre, no tengo nada. ¿Y por eso quieres robar? Ves lo que robas, ¿pero no ves por quién eres robado? ¿Es que no sabes que el enemigo anda rondando como león rugiente, buscando a quién devorar?85 La presa que quieres arrebatar se halla en la trampa; tú le echas mano, y ella te atrapa a ti. ¡Tú, pobre, no pongas ilusiones en el robo! Ambiciona a Dios, que nos da en abundancia para que disfrutemos86. Te alimentará el que te creó. El que alimenta al ladrón, ¿no va a alimentar al inocente? Te alimentará el que hace salir el sol sobre buenos y malos, y hace llover sobre justos e injustos87. Si alimenta a los que han de ser condenados, ¿no va alimentar a los que se salvarán? Por tanto no pongas ilusiones en el robo. Esto se dijo al pobre, que quizá robe algo por necesidad. Que hable ahora el rico: No tengo —dice—necesidad de robar; no me falta nada; nado en la abundancia. Pero escucha tú también: Aunque abunden las riquezas, no les deis el corazón. El otro nada tiene; éste sí; que aquél no busque robar lo que no tiene, y que éste no ponga su corazón en lo que tiene. Aunque abunden las riquezas, es decir, aunque fluyan como el agua de una fuente. No les deis el corazón: no presumas de ti mismo, no pongas en ellas tu apoyo. Más bien, teme si abundan las riquezas. ¿No te das cuenta de que si pones en ellas el corazón, también tú te desvanecerás como ellas? Bien, eres rico y ya no ambicionas tener más, porque tienes mucho. Escucha esto: Recomienda a los ricos de este mundo que no sean altaneros. ¿Y qué significa: No pongáis en ellas el corazón? Que no pongan su esperanza en lo inseguro de las riquezas88. Por tanto: Aunque abunden las riquezas, no les deis el corazón, no confiéis en las riquezas, no presumáis de ellas, no pongáis en ellas la esperanza, no sea que se diga: Mirad al hombre que no puso en Dios su apoyo, sino que confió en sus muchas riquezas, y se insolentó en sus frivolidades89. Así pues, hombres frívolos y mentirosos, nada de robar, y si abundan las riquezas, no pongáis en ellas el corazón. Dejaos de amar la vaciedad, y de ir en pos de la mentira. Dichoso aquel que ha puesto su esperanza en el Señor su Dios, y no fue en pos de vanidades y locuras engañosas90. Deseáis engañar, deseáis defraudar. ¿De qué os valéis para ello? De las balanzas tramposas. Hombres mentirosos en la balanza, dice, que engañan con falsas balanzas. Con falsas pesas engañáis a quienes las miran. ¿Es que no sabéis que uno es el que pesa, y otro el que calcula el peso? No ve la trampa el cliente, pero lo ve el que te pesa a ti y a él. Así que no busquéis el fraude, no busquéis la rapiña. No pongáis la esperanza en lo que tenéis. Os lo he advertido, os lo he anunciado, dice el tal Íditho.

17. [v. 12—13]. ¿Y cómo sigue el salmo? Dios habló una sola vez y yo he oído estas dos cosas: que Dios tiene el poder, y en ti, Señor, está la misericordia, porque das a cada uno según sus obras. Ha hablado Íditho, ha emitido un sonido desde la altura adonde se ha pasado. Algo ha oído allí, y nos lo ha transmitido. Pero precisamente por lo que nos ha dicho, yo me quedo un poco perplejo, hermanos; pero os pido atención hasta que de alguna forma os haga partícipes de mi perplejidad, o pueda tener algún alivio. Ya hemos llegado al final del salmo con la ayuda del Señor, y después de lo que voy a decir, ya no queda nada más que exponer. Así pues, esforzaos conmigo, a ver si somos capaces de entender esto; y si yo no pudiera, y alguno de vosotros llega a entender lo que yo no puedo, me alegraré en lugar de tenerle envidia. Es realmente difícil entender por qué está puesto antes: Dios habló una sola vez, y a continuación de esa única vez, dice y yo he oído dos cosas. Porque si dijera: Dios habló una vez, y yo le oí una cosa, parecería que quedaba resuelta la cuestión al menos parcialmente, quedando sólo la pregunta del significado de la frase: Dios habló una sola vez. Pero ahora debemos preguntarnos por el sentido de esta frase, y el de la que sigue: He oído estas dos cosas, siendo así que sólo habló una sola vez.

18. Dios habló una sola vez. ¿Qué dices, Íditho? ¿Tú, que los has atravesado, nos dices: Dios habló una sola vez? Porque yo consulto la Escritura y me dice en otro pasaje: En muchas ocasiones, y de muchas maneras Dios en otro tiempo habló a nuestros padres por medio de los profetas91. ¿Cómo, entonces, se entiende que Dios habló una sola vez? ¿No es Dios el que en los orígenes del género humano habló a Adán? ¿Y no es él quien habló a Caín, a Noé, a Abrahán, a Isaac, a Jacob, a todos los profetas y a Moisés? Uno era Moisés; ¿y cuántas veces le habló Dios? Ya veis cómo a uno solo Dios le habló no una, sino muchas veces. Y luego Dios le habló a su Hijo, cuando moraba en nuestra tierra: Tú eres mi Hijo amado92. Dios habló a los Apóstoles, habló a todos los santos, aunque no por medio de una resonante nube, pero sí en el corazón, donde él es el maestro. De ahí que dice un salmista: Voy a escuchar lo que en mí dice el Señor, porque va a anunciar la paz a su pueblo93. ¿Qué significa, pues: Dios habló una sola vez? Mucho había atravesado éste, para llegar adonde Dios habló una sola vez. Si os fijáis, lo he dicho brevemente a vuestra Caridad. Aquí, entre los hombres y a los hombres, numerosas veces, de muchas maneras, en muchos lugares, y por medio de las criaturas multiformes, Dios ha hablado. Es cierto que Dios a sí mismo se habló una sola vez, porque una sola fue la Palabra que Dios engendró. Pero este Íditho, atravesándolos, había atravesado con su mirada perspicaz, poderosa, firme y segura la tierra entera, con todo lo que hay en ella: el aire, todas las nubes, desde las que Dios había hablado muchas cosas, repetidas veces y a muchos; con la agudeza de la fe había incluso pasado a todos los ángeles. Como no se contentaba este ambulante con las cosas terrenas, volando como un águila, pasó de largo la niebla que cubre toda la tierra. Así dice la Sabiduría: Y con una nube he cubierto toda la tierra94. Atravesando toda la creación, en su búsqueda de Dios, llegó a una región etérea, y derramando su alma por encima de sí, llegó al principio, a la Palabra — Dios con Dios; y encontró la única Palabra del único Padre; y vio que Dios habló una sola vez. Vio la Palabra por la cual fueron creadas todas las cosas, y en la cual subsisten a la vez todas, no distintas, no separadas, no desiguales. Porque Dios no desconocía lo que hacía por su Palabra; y si ya conocía lo que estaba creando, en ella estaba, antes de crear, lo que se creaba. Pues si lo que creaba no estuviera en la Palabra antes de crearlo, ¿cómo conocía lo que estaba creando? No vas a decir que Dios creó lo que ignoraba. Dios conocía bien lo que creó. ¿Y cómo lo conoció, si no se puede conocer algo nada más que cuando ya existe? Esto es sólo así para las criaturas: sólo pueden conocer algo después que ha sido hecho; por ejemplo tú, hombre, creado aquí abajo, y aquí abajo colocado. En cambio, el que todo lo hizo, ya lo conocía antes de ser hecho: hizo lo que ya conocía. Por tanto, en la Palabra, por medio de la cual hizo todas las cosas, ya estaban todas antes de ser hechas95; y una vez hechas, allí están todas, aunque de una manera aquí, y de otra en ella: de una manera en la naturaleza propia de cada criatura, y de otra según la idea o el modelo por el que fueron hechas. ¿Quién podrá explicar esto? Podemos intentarlo: caminad con Íditho, y poned atención.

19. He expuesto ya, como he podido, el modo en que Dios habló una sola vez. Vamos ahora con la otra frase del salmista: Estas dos cosas he oído. Quizá no se sigue necesariamente que oyera sólo estas dos cosas; pero dice: He oído estas dos cosas, queriendo indicar que a nosotros nos interesa oír esas dos cosas de lo que ha oído. Puede ser que oyó otras muchas; pero no es oportuno decírnoslas. Ya el Señor había dicho también: Tengo otras muchas cosas que deciros, pero no podéis entenderlas ahora96. ¿Cuál es, pues, el sentido de: He oído estas dos cosas? Puede ser éste: Estas dos cosas que os voy a decir no son de mi cosecha, sino que os digo lo que he oído. Dios habló una sola vez: tiene una sola Palabra, su Unigénito, también Dios. En esa Palabra están todas las cosas, ya que por su Palabra todo fue creado. Tiene una sola Palabra, en la que están escondidos todos los tesoros de la sabiduría y de la ciencia97. Una sola es su Palabra; Dios habló una sola vez. Estas dos cosas, que os voy a decir, las he oído allí; no las digo por mi cuenta, no son de mi cosecha. Ése es el sentido de he oído. El amigo del esposo está a su lado y lo escucha98, para decir la verdad. Lo escucha, no sea que hablando por su cuenta, diga falsedades99. Y así no tengas que decir: ¿Quién eres tú para decirme estas cosas? ¿De dónde te viene esto que me dices? He oído estas dos cosas, y te las digo, porque las he oído, y también he conocido que Dios habló una sola vez. No desprecies al que después de oírlas, te transmite a ti dos cosas que te son necesarias; él, que habiendo traspasado toda la creación, llegó hasta la Palabra, el unigénito de Dios, donde ha sabido que Dios habló una sola vez.

20. Que nos diga, pues, ya estas dos cosas. Son de gran interés para nosotros. Que Dios tiene el poder, y en ti, Señor, está la misericordia. ¿Son éstas las dos cosas: el poder y la misericordia? Sí, lo son. Tratad de comprender el poder de Dios; tratad de comprender su misericordia. En estas dos está contenida casi toda la Escritura. Por ellas dos vinieron los profetas, los patriarcas y la ley; por ellas dos vino el mismo Señor nuestro Jesucristo, vinieron los Apóstoles; por ellas dos llegó el anuncio y la celebración de la Palabra de Dios en la Iglesia. Sí, gracias a estas dos realidades: el poder de Dios y su misericordia. Tened temor a su poder, y amad a su misericordia. Pero no presumáis tanto de su misericordia, que lleguéis a despreciar su poder; ni temáis tanto su poder, que perdáis la esperanza en su misericordia. En él reside el poder, y en él reside la misericordia. A uno lo humilla y a otro lo exalta100. A aquél lo humilla con su poder, y a éste lo exalta con su misericordia. Si Dios, queriendo mostrar su ira, y manifestar su poder, soportó con gran paciencia a los que eran objeto de ira, destinados a la perdición. Acabas de oír su poder: busca su misericordia. Escucha lo que sigue diciendo el Apóstol: Y para dar a conocer sus riquezas con los que son objeto de su misericordia. En su poder está el condenar a los injustos. ¿Y quién osará decirle: Por qué lo has hecho? Tú, hombre, ¿quién eres para replicar a Dios?101 Ten, pues, temor y temblor ante su poder, pero confía en su misericordia. El diablo tiene un cierto poder; pero muchas veces quiere hacer daño y no puede, porque su poder está sometido a otro poder. Pues si el diablo pudiera perjudicar cuanto él quiere, no quedaría ni un justo, no habría ningún fiel en la tierra. Él empuja por medio de sus aliados, como a una tapia inclinada; pero empuja solamente cuanto se le permite. Mas el Señor sostiene la pared para que no caiga; puesto que quien da el poder al tentador, él mismo ofrece al tentado su misericordia. Porque al diablo se le permite tentar, pero con límites: Nos darás, dice un salmo, a beber lágrimas con medida102. No temas, pues, que al tentador se le haya permitido hacer algo: cuentas con un misericordiosísimo Salvador. Al diablo se le permite tentarte sólo en lo que a ti te sirve de provecho, para que te ejercites y te pongas a prueba; para que tú, que te desconocías, te descubras a ti mismo. Porque ¿dónde y cómo debemos estar seguros, si no es en el poder y en la misericordia de Dios? Como dijo el Apóstol en aquella expresión: Fiel es Dios, que no permite que seáis tentados por encima de vuestras fuerzas103.

21. Así pues, Dios tiene el poder. Porque no hay poder que no venga de Dios104. No digas: ¿Y por qué le da tanto poder? ¡Que no le dé poder! El que concede poder ¿obra con justicia? Tú puedes criticar injustamente, pero él no puede perder su justicia. ¿Hay, acaso, maldad en Dios? No, en absoluto105. Graba esto en tu corazón; que el enemigo no borre esto de tu pensamiento. Dios puede hacer algo, y tú ignorar por qué lo hace; sin embargo nada puede hacer injustamente, puesto que en él no hay injusticia. Tú reprendes a Dios como si fuera injusto (estoy hablando contigo, atiende un momento); no reprocharías la injusticia, sino teniendo presente la justicia. No puede uno reprochar de injusto si no distingue qué es la justicia. Sólo comparándola con ella puede reprender la injusticia. ¿Cómo puedes saber que algo es injusto, si no sabes lo que es justo? ¿Y si es justo lo que llamas injusto? De ninguna manera, dices; eso es injusto; y gritas como viéndolo con los ojos, y lo descalificas, como artífice que discierne lo justo de lo injusto, al comprobar que eso es injusto, debido a cierta norma de justicia, con la que confrontas esto que ves ser perverso, y que compruebas no adaptarse a la rectitud de tu norma. Y ahora yo te pregunto: ¿De dónde sabes que esto es justo? ¿Cómo ves que esto es justo, y, una vez visto, puedes reprender lo que es injusto? ¿De dónde le viene aquel no sé qué rocío luminoso a tu alma, sumida en otras muchas oscuridades, aquella no sé qué chispa que brilla en tu mente? ¿De dónde ese concepto de lo justo? ¿Es que no tiene su propia fuente? ¿Procede de ti lo que para ti es justo, y tú podrás darte a ti mismo la justicia? Nadie puede darse a sí mismo lo que no tiene. Al ser, pues, tú injusto, como eres, no podrás ser justo sino convirtiéndote a una cierta justicia que es permanente por naturaleza. Si te apartas de ella, eres injusto; si te acercas, eres justo. Porque tú te alejes, ella no mengua; si tú te acercas, no crece. ¿Y dónde está esta justicia? Búscala en la tierra. No, no la encontrarás. Buscar la justicia no es como buscar oro o piedras preciosas. Mira a ver en el mar, mira en las nubes, en las estrellas, en los ángeles; en ellos sí la encontrarás, pero también ellos la beben de una fuente. Porque la justicia de los ángeles se halla en todos ellos, pero proviene sólo de uno. Sigue, pues, mirando, vete más allá, llega hasta donde Dios ha hablado una sola vez; allí sí encontrarás la fuente de la justicia, donde está la fuente de la vida: Porque en ti está la fuente de la vida106. Y si tú, iluminado con un tenue rocío, pretendes juzgar lo que es justo y lo que es injusto, ¿acaso habrá injusticia en Dios, de donde te mana a ti la justicia, como de una fuente, y te da el sentido de lo que es justo, a pesar de que en muchos aspectos disientes injustamente? Efectivamente, en Dios está la fuente de la justicia. No vayas a buscar la maldad, donde sólo hay luz sin sombra alguna. Pero ciertamente pueden estarte ocultos los motivos de su obrar. Si se te ocultan, vuelve la mirada a tu ignorancia, fíjate en quién eres; presta atención a estas dos cosas: Que Dios tiene el poder, y en ti, Señor, está la misericordia. No busques las cosas que sobrepasen tus fuerzas, ni escudriñes realidades demasiado profundas para ti. Piensa siempre las cosas que el Señor te ha mandado107. Y a lo que Dios te ha mandado pertenecen precisamente estas dos cosas: Que Dios tiene el poder, y en ti, Señor, está la misericordia. No temas al enemigo; sólo actúa hasta donde se le ha consentido. Teme, sí, al que tiene el supremo poder; teme a quien realiza cuanto quiere, y que nada realiza injustamente, sino que todo lo que obra es justo. Pensábamos que había no sé qué injusticia: si es Dios quien lo ha hecho, cree que es justo.

22. Por lo tanto, si alguien, dices, mata a un hombre inocente, ¿obra justa o injustamente? Es evidente que injustamente. ¿Y esto por qué lo permite Dios? Pero antes mira a ver si tú tienes alguna de estas deudas: Parte tu pan con el hambriento, y al pobre sin techo dale hospedaje en tu casa; si ves a un desnudo, dale vestido108. Esta es tu justicia, esto es lo que te ha mandado el Señor: Lavaos, purificaos, quitad de mi vista las maldades de vuestro corazón; aprended a obrar el bien, haced justicia al huérfano y a la viuda; y luego venid y discutiremos, dice el Señor109. Pretendes discutir antes de realizar lo que te hace digno de tal cosa, a ver por qué ha permitido Dios esto. A ti, hombre, yo no puedo manifestarte el designio de Dios; lo que sí puedo decirte es que el hombre que mató a un inocente obró injustamente, y no lo habría hecho sin el consentimiento de Dios. Y aunque el hombre haya obrado inicuamente, Dios no lo permitió con iniquidad. Quede oculta la causa en este individuo inocente, del que te sientes inquieto, y cuya inocencia te conmueve. Te podría responder inmediatamente: No habría sido muerto si no fuese culpable; pero tú lo tienes como inocente. Esta afirmación te la podría ofrecer al instante. Tú no has escrutado su corazón, ni conocido bien sus actos, ni examinado sus pensamientos, para poder decirme: Ha sido matado injustamente. Sí, podría contestar esto fácilmente; pero se me puede objetar con el caso de un cierto justo, justo sin discusión, sin duda alguna justo, que sin tener pecado fue muerto por los pecadores, traicionado por un pecador. Se trata de Cristo el Señor, del que no podemos decir que haya cometido injusticia alguna, y que, como dice el salmo, devolvió lo que no había robado. Esta es la objeción110. ¿Y qué decir de Cristo? Contigo lo estoy tratando, me dices. Y yo contigo. Me haces una pregunta sobre él; y yo trato de resolverte esta duda. Porque en este caso conocemos el designio de Dios, cosa que ignoraríamos si él no nos lo hubiese revelado. Y cuando tú descubras el designio de Dios, por el cual permite que su Hijo inocente sea muerto por los injustos, designio que a ti te agrada, (y si eres justo no puede menos de agradarte), creas que también en otras circunstancias Dios obra lo mismo por un designio que a ti se te oculta. Bien, hermanos, sabéis que la sangre del justo era necesaria para cancelar la nota de cargo que pesaba sobre los pecadores. Era necesario su ejemplo de paciencia, su ejemplo de humildad; era necesario el signo de la cruz para derrotar al diablo y sus ángeles111; nos era necesaria la pasión de nuestro Señor, pues por ella fue redimido el mundo. ¡Cuántos bienes trajo la pasión del Señor! Y la pasión de este justo no se habría dado, si los malvados no hubieran matado al Señor. ¿Y qué decir? ¿Que este tesoro que nos ha proporcionado la pasión del Señor habrá que atribuírselo a los asesinos de Cristo? De ninguna manera. Ellos quisieron matarlo; Dios fue quien lo permitió. Ellos serían culpables, aunque sólo tuviesen voluntad de hacerlo; y Dios no lo habría permitido si no fuera algo justo. Suponte que quisieron matarlo y no pudieron: serían unos malvados, unos homicidas, ¿quién lo duda? El Señor, dice un salmo, examina al justo y al impío112; y también: El impío será interrogado en sus pensamientos113. Dios escudriña lo que cada uno quiere, no lo que puede. Luego si los asesinos de Cristo hubieran querido, pero no podido, y no lo hubieran matado, seguirían siendo culpables, y tú no te habrías beneficiado de la pasión de Cristo. Quiso, por tanto el malvado que fuese condenado el justo, y Dios lo permitió para provecho tuyo: el haberlo querido se le imputa a la maldad del impío, y el habérselo permitido se le atribuye al poder de Dios. La voluntad de aquél fue malvada, pero Dios lo permitió justamente. Así pues, hermanos míos, Judas, el traidor de Cristo, fue un malvado, como lo fueron los perseguidores de Cristo, fueron todos malvados, impíos todos, injustos, dignos de condenación todos: y no obstante el Padre no perdonó a su propio Hijo, sino que lo entregó por todos nosotros114. Armoniza esto, si puedes; haz la distinción, si puedes: cumple al Señor tus votos, los diversos votos que pronunciaron tus labios; mira a ver qué hizo aquí el injusto y qué el justo115. Aquél lo quiso, éste lo permitió; aquél lo quiso injustamente, éste justamente lo permitió. Sea condenada la voluntad injusta, y glorificada la permisión justa. ¿Qué mal le sobrevino a Cristo por morir? Son malos quienes han querido hacer el mal; pero ningún mal padeció aquel a quien se lo hicieron. Matando a la carne mortal, dieron muerte a la muerte, dando un ejemplo de paciencia, y a nosotros un modelo anticipado de la resurrección. ¡Cuántos bienes nos han venido del justo, a través de la maldad del injusto! He aquí la grandeza de Dios: él te da lo bueno que tú realizas, y de tus males él saca bienes. No te maravilles; lo que Dios permite, lo permite por un designio suyo: lo que permite, lo permite con medida, número y peso. No existe injusticia en él. Tú procura pertenecer sólo a él, pon tu confianza sólo en él; sea él tu auxilio y tu salvación; sea él tu lugar seguro, la tu bastión, tu baluarte. Sea él tu refugio, y no permitirá que seas tentado más allá de tus fuerzas116, sino que ofrece una salida en la prueba, para que puedas triunfar. El permitir la tentación es propio de su poder; el no permitir que sobrepase tus fuerzas pertenece a su misericordia: Dios tiene el poder, y en ti, Señor, está la misericordia, porque tú das a cada uno según sus obras.

(TERMINADA LA EXPOSICIÓN DEL SALMO, DADO QUE ENTRE EL PUEBLO HABÍA UN ASTRÓLOGO, REFIRIÉNDOSE A ÉL, AÑADIÓ LO SIGUIENTE):

23. Aquella sed de la Iglesia (a la que nos hemos referido antes), quiere absorber también a este hombre que veis aquí entre vosotros. Como bien sabéis, mezclados en la convivencia cristiana hay muchos que con su boca bendicen, y en su corazón maldicen117. Este hombre, habiendo sido antes cristiano y creyente, vuelve arrepentido; y atemorizado por el poder del Señor, se dirige a la misericordia del Señor. Cuando era fiel, fue engañado por el enemigo, y ejercitó durante mucho tiempo la astrología. Seducido, se hizo seductor; engañado, engañó; arrastró y embrolló a mucha gente, y profirió muchas falsedades contra Dios, que ha dado a los hombres la potestad de hacer el bien, y de no hacer lo que está mal. Decía, por ejemplo, que el adulterio no era obra de la propia voluntad, sino de Venus, y que el homicidio tampoco, sino que era obra de Marte. Además decía que al justo no era Dios quien lo hacía, sino Júpiter; y así otras muchas afirmaciones sacrílegas no despreciables. ¿A cuántos cristianos, os parece, que les habrá sacado un buen dinero? ¡Cuántos de él habrán comprado mentiras! A éstos les decíamos: Hijos de los hombres, ¿hasta cuándo seréis duros de corazón? ¿Por qué amáis la falsedad y buscáis el engaño?118 Ahora, sin embargo, tal como hemos de creerle a él, aborreció la mentira, y el que arrastró a muchos hombres, sintiéndose él arrastrado antaño por el diablo, arrepentido, se convierte a Dios. Pensamos, hermanos, que esto fue provocado por un gran temor interior. ¿Qué hemos de decir? Si el astrólogo se convirtiera del paganismo, nos causaría un gran gozo; pero podría parecer que su conversión estaba condicionada por la búsqueda de algún privilegio clerical en la Iglesia. Es un penitente, únicamente busca la misericordia. Por eso debo encomendarlo a vuestro cuidado y a vuestro corazón. Ahí lo veis: amadlo de corazón, y que vuestros ojos lo custodien. Vedlo aquí, conocedlo, y por cualquier sitio que vaya, presentadlo a los demás hermanos que no están aquí; esta misma diligencia es misericordia, y así, el que fue seductor no aparte ya su corazón y se vuelva contrario. Cuidadlo vosotros; que no se os oculte su vida, su conducta, para que vuestro testimonio me confirme que realmente se ha convertido al Señor. Así no quedará en silencio la fama de su vida, cuando él se os ofrece de esta forma a vuestra mirada y a vuestra conmiseración. Ya conocéis cómo en los Hechos de los Apóstoles está escrito que muchos pervertidos, es decir, muchos dedicados a estas artes adivinatorias, y seguidores de doctrinas nefastas, les llevaron todos sus libros a los Apóstoles. Fueron quemados tal cantad de libros, que el autor de los Hechos estimó oportuno dejar constancia del total de su precio119. Y esto sucedió por la gloria de Dios, para que estos hombres perdidos no desconfiasen de aquel que sabe buscar lo que estaba perdido120. También éste se había perdido; y ahora ha sido buscado, encontrado, y devuelto a casa. Trae consigo los libros que hay que quemar, y que le hacían merecedor de ser él quemado. Así, arrojándolos a las llamas, él pasará al lugar del descanso. Debéis saber, hermanos, que ya hace algún tiempo, antes de Pascua, llamó a las puertas de la Iglesia; antes de la Pascua comenzó a pedir la medicina de Cristo a la Iglesia. Pero como las artes que había ejercitado eran de tal categoría, que dejaban sospecha de mentira y engaño, se le dio largas, para evitar un posible perjuicio. Al fin fue admitido, no sea que fuera él tentado más peligrosamente. Rogad por él en nombre de Cristo. Elevad vuestra plegaria de hoy mismo a Dios nuestro Señor por él. Sabemos y estamos seguros de que vuestra plegaria borrará todas sus desviaciones. Que el Señor esté con vosotros.