EXPOSICIÓN DEL SALMO 60

Traducción: Miguel F. Lanero, o.s.a y Enrique Aguiarte Bendímez, o.a.r.

1. [v.1] Me dispongo a comentar este salmo acompañado de vuestra Caridad. Es breve; que me ayude el Señor a exponerlo debidamente y con brevedad. En la medida que me ayude el que me manda hablar, trataré de condescender con los que están dispuestos, para no ser molesto a los más tardos, ni pesado a algunos, ni oneroso con los que tienen ocupaciones. El título no nos va a entretener mucho. Es así: Para el fin, en los himnos, para el mismo David. En los himnos, quiere decir, sin duda, en las alabanzas. Para el fin, o sea, dirigido a Cristo. Porque el fin de la ley es Cristo, para justificación de todo el que cree1. En la expresión para el mismo David, no debemos entender a otro que el venido de la descendencia de David, para ser hombre entre los hombres, y hacer de los hombres seres iguales a los ángeles. En este salmo, si es que pertenecemos a su cuerpo y somos sus miembros, como nos atrevemos a creerlo, por su propio testimonio, debemos reconocer nuestra voz, no la de cualquier extraño. Y me refiero a nuestra voz no como la de quienes estamos aquí presentes, sino la de quienes estamos esparcidos por todo el mundo, desde oriente a occidente. Y para que reconozcáis que esta es nuestra voz, se habla en este salmo como un solo hombre; pero no es uno sólo el hombre, sino que es la unidad la que habla. De hecho, nosotros en Cristo somos todos un solo hombre, ya que la cabeza de este único, está en el cielo, y los miembros todavía están sufriendo en la tierra. Mirad, pues, lo que dice sobre este sufrimiento.

2. [v.2—3] Escucha, oh Dios, mi clamor, atiende a mi plegaria. ¿Quién habla? Parece uno; pero mira a ver si es uno sólo: Te invoqué desde el confín de la tierra, con el corazón angustiado. Luego no es uno sólo; pero sí lo es, porque Cristo es uno sólo, de quien todos somos miembros. ¿Pero quién es este hombre único que clama desde los confines de la tierra? Nadie clama desde los confines de la tierra, sino aquella herencia de la que se dijo: Pídeme y te daré en herencia las naciones, y en posesión los confines de la tierra2. Luego esta posesión de Cristo, esta herencia de Cristo, este cuerpo de Cristo, esta única Iglesia de Cristo, esta unidad que somos nosotros, clama desde los confines de la tierra. ¿Y qué es lo que clama? Lo que he dicho antes: Escucha, oh Dios, mi clamor, atiende mi plegaria; te invoqué desde el confín de la tierra. Es decir, esto te lo he gritado desde el confín de la tierra; o sea, desde todas partes.

3. ¿Y por qué he elevado este mi clamor? Por estar angustiado mi corazón. Se muestra estar con una gloria sublime entre todos los pueblos, por toda la tierra, pero bajo una gran prueba. Nuestra vida, en la actual peregrinación, no puede estar sin pruebas, puesto que nuestro progreso se realiza a través de la tentación. Nadie se conoce a sí mismo si no es tentado, y nadie podrá ser coronado sin vencer, ni podrá vencer si no hay lucha, por falta de enemigo y tentaciones. Este que clama desde el confín de la tierra está angustiado, pero no abandonado. Y esto porque quiso prefigurarnos a nosotros en aquel cuerpo suyo, en el cual ya ha muerto y resucitado, y ya ha ascendido al cielo, para que confíen los miembros en que han de llegar adonde ya les precedió la cabeza. Por eso quiso que nos viéramos transfigurados en él cuando quiso ser tentado por Satanás3. Escuchábamos ahora en el evangelio que el Señor Jesucristo era tentado en el desierto por el diablo. Sin duda, Cristo era tentado por el diablo. Tú eras tentado en Cristo, puesto que Cristo tomó de ti la carne, y a ti te vino de él la salvación; de ti le vino a él la muerte, y a ti la vida de él; de ti a él los ultrajes, y a ti de él los honores. Por eso asumió de ti la tentación, para darte él su victoria. Si somos en él tentados, en él venceremos al diablo. No te fijes sólo en que Cristo fue tentado, fíjate también en que venció. Reconócete tentado en él, y también reconócete en él vencedor. Bien podía por sí mismo haber impedido que el diablo le tentase; pero si no se hubiera dejado tentar, no te habría enseñado a vencer cuando tú seas tentado. Nada tiene, pues, de extraño que el salmista, en medio de las tentaciones, clame desde los confines de la tierra. ¿Y por qué no es vencido? Sobre la roca me has levantado. Ahora nos damos cuenta de quién es el que clama desde los confines de la tierra. Repasemos el evangelio: Sobre esta roca edificaré mi Iglesia4. La que clama, pues, desde los confines de la tierra, es la que él ha querido que sea edificada sobre roca. Pero para ser edificada la Iglesia sobre roca, ¿quién se ha hecho roca? Escucha a Pablo: Y la roca era Cristo5. En él fuimos edificados. Por tanto, la roca en la que hemos sido edificados, fue antes batida por los vientos, por los ríos, por la lluvia6, cuando Cristo era tentado por el diablo. Fíjate en qué firmeza sólida te quiso edificar. Por eso nuestro clamor no es en vano, sino que es escuchado. Sobre una firme esperanza estamos colocados: Sobre la roca me has levantado.

4. [v.3—4] Me has guiado, porque te has hecho mi esperanza. Si no se hubiera hecho nuestra esperanza, no se habría hecho nuestro guía. Nos conduce como guía, y en sí nos lleva como camino, y hacia él nos conduce como patria nuestra que es. Nos guía, sí; Pero ¿cómo? Porque se ha hecho nuestra esperanza. ¿Y cómo se hizo? Del modo que habéis oído: porque fue tentado, porque padeció, porque resucitó. Es así como se hizo nuestra esperanza. ¿Y qué nos decimos, cuando leemos estas cosas? Dios no nos va a condenar, ya que por nosotros envió a su Hijo a ser tentado, crucificado, a morir y resucitar; Dios realmente no nos desprecia, por quien no perdonó a su propio Hijo, sino que lo entregó por todos nosotros7. Es así como se constituyó en nuestra esperanza. En él puedes ver tus esfuerzos y tu recompensa; tus esfuerzos en la pasión, y tu recompensa en la resurrección. He ahí cómo se hizo él nuestra esperanza. Tenemos dos vidas: una la que ahora vivimos, y la otra la que esperamos. La que ahora estamos viviendo, nos es conocida; la que esperamos la desconocemos. Soporta con paciencia la que ahora vives, y conseguirás la que todavía no tienes. ¿Cómo la soportas? Si no te dejas vencer por el tentador. Con sus fatigas, sus tentaciones, sus sufrimientos y su muerte, te dio Cristo a conocer la vida que ahora vives; con su resurrección te manifestó la vida futura. Nosotros, los humanos, sólo conocíamos que el hombre nace y que muere; la resurrección del hombre y la vida eterna la desconocíamos; él tomó lo que tú conocías, y te mostró lo que ignorabas. Por eso se ha hecho nuestra esperanza en las tribulaciones, en las tentaciones. Mira lo que dice el Apóstol: Más aún, hasta nos gloriamos en las tribulaciones, sabiendo que la tribulación engendra la paciencia, la paciencia la probación, y la probación la esperanza; pero la esperanza no defrauda, porque la caridad de Dios ha sido derramada en nuestros corazones por el Espíritu Santo que se nos ha dado8. Luego se ha hecho nuestra esperanza quien nos dio el Espíritu Santo; y ahora caminamos hacia la esperanza; no caminaríamos, si no tuviéramos esperanza. ¿Qué dice el mismo Apóstol? Lo que uno está viendo ¿cómo lo va a esperar? Pero si esperamos lo que no vemos, lo esperamos con paciencia. Dice también: Estamos salvados en esperanza9.

5. Me has guiado, porque te has hecho mi esperanza, torre fortificada frente a mi enemigo. Mi corazón se angustia, dice esta «unidad» desde los confines de la tierra, y sufro en medio de tentaciones y escándalos. Los paganos me miran mal, porque han sido vencidos; me ponen trabas los herejes, amparados bajo el nombre de cristianos; dentro, en el seno de la misma Iglesia, el trigo sufre el acoso de la paja. En medio de todo esto, cuando se angustia mi corazón, clamo desde los confines de la tierra. Pero no me abandona el que me levantó sobre la roca, para conducirme hasta él; porque aunque tengo que sufrir de parte del diablo, que en todo tiempo, lugar y ocasiones me pone asechanzas, en Cristo tengo la torre de mi fortaleza. Cuando en él me refugio, no sólo evitaré los dardos del enemigo, sino que también podré lanzar con seguridad los dardos que quiera. Cristo mismo es la torre; él mismo se ha hecho para nosotros la torre frente al enemigo. Él es también la roca, sobre la cual está edificada la Iglesia. ¿Quieres evitar las heridas del diablo? Refúgiate en la torre: jamás en esa torre te alcanzarán los dardos diabólicos; allí estarás protegido y seguro. ¿Y cómo lograrás refugiarte en esa torre? Que a nadie se le ocurra, cuando esté en la tentación, buscar corporalmente la torre; como no la va a encontrar, se descorazonará, o cederá a la tentación. La torre está en tu presencia: acuérdate de Cristo, y entra en la torre. ¿Cómo lo conseguirás? No te olvides de que todo lo que tú padeces, antes lo padeció él; piensa con qué finalidad lo padeció: para morir y resucitar. Espera tú también esa misma meta conseguida antes por él, y así habrás entrado ya en la torre, no dando consentimiento al enemigo. Si consientes a sus insinuaciones, entonces debes entender que te han alcanzado los dardos del asaltante. Al contrario, sé tú quien le lanzas flechas, quien lo hieres y lo vences. ¿Qué flechas son estas? Las palabras de Dios, tu fe, tu misma esperanza y tus buenas obras. No te digo que estés tranquilo en esta torre, sin esforzarte, como que bastara con que no te llegaran los dardos del enemigo. No, haz algo allí, no estés mano sobre mano; tus buenas obras son las espadas que eliminan a tu enemigo.

6. [v.5] Seré huésped para siempre en tu tienda. Ya veis cómo el que clama es el mismo de quien hemos venido hablando. ¿Quién de nosotros es ese huésped por los siglos? Vivimos aquí pocos días, y nos vamos; somos huéspedes aquí; habitantes lo seremos en el cielo. Eres un huésped allí donde esperas oír la voz del Señor tu Dios, que te dice: Emigra. Porque de aquella mansión eterna en el cielo, nadie te ordenará emigrar. Así que aquí eres huésped. Por eso se dice también en otro salmo: Huésped y extranjero soy ante ti, como todos mis padres10. Sí, somos aquí huéspedes; Dios nos dará allá unas mansiones eternas. En la casa de mi Padre, dice, hay muchas moradas11. Dichas moradas no nos las dará como a huéspedes, sino como a ciudadanos que han de permanecer eternamente. Aquí, sin embargo, hermanos, dado que la Iglesia no había de permanecer por poco tiempo en esta tierra, sino hasta el fin del mundo, dice: Seré huésped para siempre en tu tienda. Que el enemigo se enfurezca a su voluntad, que me ataque, que me prepare insidias, que acumule escándalos, y acongoje a mi corazón: Yo seré huésped para siempre en tu tienda. No va a ser vencida la Iglesia, ni será aniquilada, ni va a ceder ante cualquier tipo de tentaciones, hasta el final de este mundo, y desde esta morada terrenal nos reciba aquella mansión eterna, a la que nos conducirá el que es nuestra esperanza. Seré huésped para siempre en tu tienda. Si vas a vivir largo tiempo como huésped —esto le diríamos más o menos—, te esperan muchas penalidades en la tierra; pues si la Iglesia estuviera aquí pocos días, terminarían pronto las insidias del tentador. Bien; te gustaría que las tentaciones durasen pocos días. Pero ¿cómo podría la Iglesia reunir a todos los nacidos, si no permaneciese largo tiempo en este mundo, si no se prolongase hasta el final? Que no te den envidia los que vendrán detrás de ti; no les cortes el puente de la misericordia, porque tú ya lo has pasado; déjalo que siga hasta el fin del mundo. ¿Y qué decir de las tentaciones, que inevitablemente abundarán, cuanto más lleguen los escándalos? Efectivamente, dice el Señor: Porque abundará la iniquidad, se resfriará la caridad de muchos. Sin embargo, esa Iglesia que clama desde los confines de la tierra, está entre aquellos de quienes dice a continuación: Pero el que persevere hasta el fin, se salvará12. ¿Y cómo lograrás la perseverancia? ¿Con qué fuerzas contarás, en medio de tantos escándalos, tantas tentaciones, tantas luchas? ¿Con qué fuerzas vencerás al enemigo invisible? ¿Quizá con las tuyas? Y puesto que este huésped permanecerá aquí hasta el final de los tiempos, ¿en qué se apoya su esperanza para resistir? Me refugiaré al amparo de tus alas. He aquí por qué estamos seguros en medio de tantas pruebas, hasta que venga el fin del mundo y nos reciban los siglos eternos, porque estamos refugiados al amparo de sus alas. Hace un calor ardiente en este mundo, pero hay una fresca sombra bajo las alas de Dios: Me refugiaré al amparo de tus alas.

7. [v.6] Porque tú, oh Dios, has escuchado mi oración. ¿Cuál? La que dice al comienzo: Escucha, oh Dios, mi clamor, atiende a mi plegaria; te invoqué desde el confín de la tierra13. Es esto lo que he clamado desde el confín de la tierra. Por eso me refugiaré al amparo de tus alas, porque escuchaste mi clamor. Se nos advierte, hermanos, que no dejemos de orar mientras duren las tentaciones. Has dado la heredad a los que temen tu nombre. Perseveremos, por tanto, en el temor del nombre de Dios: el eterno Padre no nos engaña. Se esfuerzan los hijos para recibir la herencia de sus padres, a quienes han de suceder después de su muerte. ¿Y nosotros no nos vamos a esforzar para recibir la herencia de aquel Padre, a quien no sucederemos muerto, sino que la disfrutaremos viviendo en su compañía por toda la eternidad? Has dado la heredad a los que temen tu nombre.

8. [v.7] Añadirás días y días a los años del rey. Se refiere al rey de quien somos miembros. Es Cristo Rey, nuestra cabeza, nuestro rey. Le has concedido días y más días; no sólo días de estos, temporales y que se marchitan, sino además de estos, los días sin término. Habitaré, dice, en la casa del Señor a lo largo de los días14. ¿Por qué dice a lo largo de los días, sino porque ahora los días son cortos? Todo lo que tiene fin es breve; pero este rey tendrá días sobre días, para que Cristo no reine en su Iglesia solamente durante estos días caducos, sino para que los santos reinen con él por los días que no tienen fin. Allí hay un solo día y también muchos días. Que hay muchos días, lo he dicho ya: A lo largo de los días. Que haya uno solo, se deduce de esta frase: Tú eres mi hijo, yo te he engendrado hoy15. El día único lo expresó en la palabra hoy. Pero este día no se sitúa entre ayer y mañana, y su comienzo no es el fin de ayer, y su final el inicio de mañana. A los años de Dios se les llama también así: Tú eres siempre el mismo, y tus años no se acabarán16. Para Dios es lo mismo decir años, que días, o que un solo día. Sobre la eternidad puedes decir lo que quieras. Sí, puedes decir lo que quieras, porque digas lo que digas, siempre te quedarás corto. Pero hay que decir algo de ella, para que puedas descubrir lo que es inexpresable. Añadirás días y días a los años del rey, hasta el día de la generación y generación. De esta generación, y de la generación futura. De esta generación que se la compara con la de la luna, puesto que la luna nace, crece, se llena, mengua y muere. Así son las generaciones mortales. La otra generación es aquella por la que nos regeneramos resucitando y permaneceremos eternamente con Dios, cuando ya no será como la luna, sino como dice Dios: Entonces los justos brillarán como el sol en el reino de su Padre17. En el lenguaje figurado de la Escritura, la luna se usa para expresar la mutabilidad de esta nuestra mortalidad. Y por eso bajaba de Jerusalén a Jericó aquel hombre que cayó en manos de bandidos; Jericó es una palabra hebrea, que en latín se traduce por «luna». De ahí que descendía de la inmortalidad hacia la mortalidad. No tiene nada de extraño que le sucediera como a aquel Adán, padre de todo el género humano, que en su camino cayó en manos de bandidos, dejándolo medio muerto18. Pues bien, añadirás días y días a los años del rey,

9. [v.8] Permanecerá eternamente en presencia de Dios. ¿De qué manera y por qué razón? ¿Quién buscará para el Señor su misericordia y su verdad? Dice también en otro pasaje: Todos los caminos del Señor son misericordia y verdad, para los que buscan su alianza y sus testimonios19. Gran tema este, sobre la verdad y la misericordia, pero os prometí ser breve. Aceptadme unas palabras sobre lo que es la verdad y la misericordia; porque no es poco lo que se acaba de decir: Todos los caminos del Señor son misericordia y verdad. Se dice que son misericordia porque Dios no mira nuestros méritos, sino su bondad, para perdonarnos todos nuestros pecados y prometernos la vida eterna; y se dice que son verdad porque cumple infaliblemente lo que prometió. Reconozcamos nosotros esta actitud divina y seamos consecuentes con ella. Él nos ha mostrado su misericordia y su verdad: su misericordia con el perdón de nuestros pecados, y su verdad con el cumplimiento de sus promesas. Pues bien, correspondamos también nosotros a esta misericordia y verdad: la misericordia con los débiles, con los necesitados, incluso con nuestros enemigos; la verdad evitando el pecado, no añadiendo pecado sobre pecado. Porque el que mucho se promete de la misericordia de Dios, está haciendo que se le filtre en su ánimo un Dios injusto; piensa que aunque permanezca como pecador, y se niegue a apartarse de sus maldades, cuando venga Dios lo colocará entre los que le obedecen. ¿Será esto justo? ¿Será justo que a ti, obstinado en tus pecados, te ponga en el mismo lugar de aquellos que han abandonado sus pecados? ¿Quieres tú ser tan injusto, que haces también injusto a Dios? ¿Cómo es que intentas doblegar a Dios a tu voluntad? ¡Doblégate tú a la voluntad de Dios! ¿Quién es el que consigue esto? Sólo el que forma parte de aquellos pocos, de quienes se dice: El que persevere hasta el fin, se salvará20. Con razón se dice también aquí: ¿Quién buscará para el Señor su misericordia y su verdad? ¿Por qué dice aquí para él (el Señor)? Bastaría con haber dicho ¿Quién buscará? ¿Por qué, pues, añadió para él? Porque muchos son los que buscan en las Escrituras la misericordia y la verdad, pero como un mero aprendizaje; y una vez que lo saben, viven para ellos mismos, no para él; buscan sus propios intereses, no los de Jesucristo21; predican la misericordia y la verdad, pero no las practican. Sin embargo, al predicarlas es que las saben, no podrían predicarlas sin conocerlas. Pero aquel que ama a Dios y a Jesucristo, al predicar su misericordia y su verdad, la busca para Dios, no para sí; es decir, no para tener él, como fruto de su predicación, ventajas temporales, sino para que le aproveche a los miembros de Cristo, a sus fieles. Es así como administrará con verdad lo que ha conocido; y así, el que vive, que no viva ya para sí mismo, sino para aquel que murió por todos22. ¿Quién buscará para el Señor su misericordia y su verdad?

10. [v.9] Cantaré salmos a tu nombre, oh Dios, por siempre. Así cumpliré mis votos día tras día. Si alabas el nombre del Señor, que no sea por un tiempo. ¿Quieres alabarlo por siempre? ¿Quieres cantarle eternamente? Cúmplele tus promesas día tras día. ¿Qué es cumplir las promesas día tras día? Desde el día de hoy, hasta el día eterno. Sé perseverante en cumplir tus votos en este día, hasta que llegues a aquel otro día. Esto es lo que significa: El que persevere hasta el fin, se salvará23.