EXPOSICIÓN DEL SALMO 58

Sermón segundo

Traducción: Miguel F. Lanero, o.s.a y Enrique Aguiarte Bendímez, o.a.r.

1. [v.10] El sermón de ayer, demasiado largo, me hizo quedar deudor de hablaros hoy; y como Dios lo ha querido, llegó el tiempo de pagaros la deuda. Pero, así como yo quiero ser un fiel pagador, así debéis vosotros aprovecharos bien de la paga. Es decir, que lo que él da y yo devuelvo (porque él es el Señor, y nosotros los siervos), lo recibáis de tal modo que los frutos de vuestra atención se perciban en vuestra vida. Un campo cultivado, que no da fruto, y que se muestra ingrato al agricultor, ofreciéndole espinas en lugar de una buena cosecha, él mismo está pidiendo la hoguera en lugar del granero. Vosotros ya veis cómo el Señor nuestro Dios visita esta tierra con abundantes lluvias; pues bien, así también con su palabra se digna visitar nuestro corazón, y espera que dé frutos, puesto que conoce lo que allí siembra, y la lluvia que le envía. Y puesto que sin él nosotros realmente no somos nada, ya que antes de nuestra existencia nada éramos, y lo que ahora es el hombre, y lo que quisiera ser, nada será sino un hombre pecador; con razón se dice en este salmo: Mi fortaleza la tengo puesta en ti, ya que toda nuestra fuerza si no la custodiamos en él y para él, la perdemos al apartarnos. Nuestro corazón debe estar vigilante para no apartarse de Dios; y si antes estaba lejos, debe irse acercando más y más hasta serle próximo. Pero esto no se logra caminando con los pies, ni transportados en vehículos, ni a lomo de un veloz animal, ni elevados por alas voladoras, sino con la pureza de nuestros afectos, y la rectitud y santidad de la conducta.

2. [v.12—14] Veamos ya lo que resta de este salmo. Lo habíamos dejado cuando el salmista comenzaba a hablar de sus enemigos, y le decía a Dios: No los mates, para que no olviden tu ley. Aunque reconoce que son sus enemigos, no obstante pide a Dios que no los mate no sea que se olviden de su ley. Cierto que no es una perfección el poseer simplemente la ley, es decir, el no olvidarla, como si ello constituyera ya la seguridad del premio, y la ausencia de todo temor al castigo. Hay quien sabe la ley de memoria, pero no la hace realidad en su vida. En cambio, los que la cumplen no pueden tenerla olvidada. Por eso, quien hace vida los preceptos de la ley de Dios, y al vivir de una cierta manera, procura siempre no destruir lo que mantiene en su corazón, y rememora con la vida lo que de la ley de Dios tiene escrito en su corazón: este es el que conoce y hace fructífera la ley de Dios; este no será tenido como enemigo. Por lo que parece, este salmo quiere señalar como enemigos a los judíos, que poseen la ley de Dios, y por eso se dice de ellos: No los mates, para que no olviden tu ley, y así permanezca la nación judía, y con su permanencia crezca la multitud de los cristianos. Sin lugar a duda que permanecen en medio de los gentiles, y siguen siendo judíos, nunca dejaron de ser lo que eran; no se han rendido a la dominación romana hasta perder su estilo judío; al contrario, están sometidos a los romanos de tal modo, que mantienen también sus propias leyes, que son las leyes de Dios. ¿Pero qué ha pasado con ellas? Pagáis el diezmo de la menta y del comino, y habéis abandonado lo más importante de la ley, la misericordia y la justicia; coláis el mosquito y os tragáis el camello1. Esto les dice a ellos el Señor. Y así son efectivamente; mantienen la ley, mantienen los profetas; lo leen todo y lo cantan todo; pero no descubren allí la luz de los profetas, que es Cristo Jesús. No sólo no lo ven a él, ahora que está sentado en el cielo, sino que tampoco lo vieron entonces, cuando caminaba humilde entre ellos, y terminaron siendo reos del derramamiento de su sangre; aunque no lo fueron todos. Esto es lo que hoy queremos resaltar a vuestra Caridad. No, no lo fueron todos: muchos de ellos se convirtieron a aquel que habían matado, y creyendo en él, merecieron el perdón también de la sangre derramada; así fue como dieron ejemplo a los hombres de que no deben dudar del perdón de cualquier clase de pecados, siendo así que hasta la muerte de Cristo les fue perdonada a quienes reconocieron su culpa. Por eso se dijo: Porque Dios es mi protector; Dios mío, su misericordia se me adelantará; es decir, antes de cualquier mérito mío, se adelanta su misericordia; y aunque no encuentre nada bueno en mí, él me hace bueno, él justifica al que se convierte, y amonesta a que se convierta el que está alejado. Mi Dios, dice de nuevo, se me ha mostrado en mis enemigos: es decir, cuánto me ama, cuánto me ha beneficiado por su bondad, y me lo ha mostrado en comparación con mis enemigos. Y aunque los vasos de ira y los vasos de misericordia sean de una misma masa2, por los vasos de ira aprenden los vasos de misericordia cuánto bien les ha hecho Dios a ellos. Y dice después: No los mates, para que no olviden tu ley; esto se refiere a los judíos. Pero ¿qué vas a hacer con ellos? Dispérsalos con tu poder. Muéstrales que tú eres poderoso, y no ellos, que confiando en su fuerza, no han conocido tu verdad; no cuán fuertes son ellos, de quienes se dijo: Se arrojaron sobre mí los fuertes, sino cuán fuerte eres tú para dispersarlos. Y condúcelos, oh Señor, protector mío; es decir, dispérsalos, pero sin abandonarlos, no sea que se olviden de tu ley; y en esto mismo que yo sienta tu protección, de forma que en su dispersión yo mantenga el testimonio de tu misericordia.

3. Y continúa el salmo: Los delitos de su boca, la palabra de sus labios. ¿Con qué se une, con qué se hilvana esta frase? Los delitos de su boca, dice, la palabra de sus labios. Las frases que siguen no se conectan, no nos indican adónde hay que unir esta frase. Los delitos, dice, de su boca, la palabra de sus labios; y queden apresados por su misma soberbia. Y por la maldición y la mentira se darán a conocer las consumaciones, en la ira de la consumación, y ya no estarán. Ya decíamos ayer que esto es oscuro, y por eso postergamos la explicación para cuando vuestras mentes estuvieran frescas. Ahora, pues, que todavía no estáis cansados de oírme, levantad vuestro corazón, para que con la atención me ayudéis a mí, no sea que tal vez en esta oscuridad y confusión del salmo, no baste mi palabra a satisfacer vuestra atención. Debéis aportar algo vosotros, para que vuestra inteligencia supla lo que mi palabra no llegue a completar. Pues bien, esta frase está puesta en medio, sin que se vea fácilmente con cuál unirla: Los delitos de su boca, la palabra de sus labios. Tratemos de volver a lo anterior. Allí se decía: No los mates, para que no se olviden de tu ley, y a los que había llamado enemigos, les añade, no obstante, dos versículos: Dispérsalos con tu poder, y guíalos, Señor, protector mío; y a continuación dice: Los delitos de su boca, la palabra de sus labios, o sea, mátala a ella, no a ellos. No los mates, para que no se olviden de tu ley. Pero hay algo en ellos que debes matar, para cumplir lo que se dice más arriba: No te compadezcas de ninguno de los que obran la maldad. Por tanto, dispérsalos y guíalos; en otras palabras: no los abandones cuando los disperses, porque al no abandonarlos, podrás hacer algo en ellos, si no los matas. ¿Qué es lo que vas a matar? Los delitos de su boca, la palabra de sus labios. ¿Qué vas a matar en ellos? ¡Crucifícalo, crucifícalo!3; lo que gritaron, no a los que lo gritaron. Ellos en realidad a Cristo lo quisieron eliminar, matar, anular, pero tú, resucitando a Cristo, a quien ellos pretendieron eliminar, matas los delitos de su boca, la palabra de sus labios. De hecho, a quienes gritaron para anularlo, espantados lo vieron vivo; y a quien despreciaron en la tierra, lo ven con admiración adorado por todas las naciones; de esta forma se les matan los delitos de su boca, y la palabra de sus labios.

4. Que sean apresados en su propia soberbia. ¿Qué significa esta frase? Que los fuertes se abalanzaron, pero en vano: parecería como que el Señor cedió ante ellos, y que pudieron lograr algo, prevaleciendo contra él. Pudieron, sí, crucificar al hombre; pudo la debilidad sobreponerse, y ser muerta la fortaleza; y a ellos les parecía ser algo, como fuertes, poderosos, como quien se impone, como león dispuesto a la presa, o como toros robustos, según se los cita en otro lugar: Me acorralaron toros cebados4. ¿Qué fue lo que hicieron a Cristo? No mataron la vida, sino la muerte. Fue extinguida la muerte en el que murió, y la vida resucitó de la muerte en el que recobró la vida. En realidad él se resucitó a sí mismo, puesto que en él residía el no poder morir. ¿Qué es, entonces, lo que lograron hacer? Escucha lo que hicieron: destruyeron el templo. ¿Y qué fue lo que hizo Jesús? En tres días lo levantó5 . Fue así como fueron muertos los delitos de su boca y la palabra de sus labios. ¿Y qué se realizó después en los que se convirtieron? Que sean apresados en su propia soberbia. Se les comunicó que aquel a quien habían matado, resucitó. Creyeron que había resucitado, porque lo vieron allá en el cielo, y que desde allí envió el Espíritu Santo, del cual quedaron llenos los que habían creído en él6. Y así se encontraron con que en nada habían causado perjuicio, ni habían conseguido nada. Su acción terminó anulada, pero el pecado permaneció. Y como el hecho se desvaneció, aunque el pecado sí quedó sobre los que lo perpetraron, quedaron atrapados en su soberbia, y se vieron bajo su maldad. Faltaba, pues, que confesaran su pecado, y el que se había entregado en las manos de los pecadores, y había sido muerto por los muertos, les perdonase su muerte, dándoles vida a los muertos. Así pues, quedaron apresados en su propia soberbia.

5. Y por la maldición y la mentira, se darán a conocer las consumaciones, en la ira de la consumación, y ya no estarán. También es difícil de entender con qué se conecta la expresión y ya no estarán. ¿Qué significa ya no estarán? Vamos ver el texto anterior. Cuando hayan sido apresados en su misma soberbia, por la maldición y la mentira, se darán a conocer las consumaciones. ¿Qué son las consumaciones? Las perfecciones. Consumar es perfeccionar. Una cosa es consumar y otra consumir. Se consuma lo que se termina en la perfección; se consume lo que se termina porque desaparece. La soberbia no le permitía al hombre perfeccionarse: nada como la soberbia impide la perfección. Ponga un poco de atención vuestra caridad a lo que estoy diciendo; y fijaos cómo este mal es en extremo perjudicial, y debe ser evitado a toda costa. ¿A qué mal pensáis que me refiero? ¿Cuándo lograría yo enfatizar suficientemente el mal que hay en la soberbia? El castigo del diablo le viene sólo de aquí. Sin duda que él está a la cabeza de todos los pecadores, y que es el seductor que induce a pecar; a él no se le imputa el adulterio, ni la embriaguez, ni la fornicación, ni el robo de propiedades ajenas; su caída fue únicamente por la soberbia. Y como la compañera de la soberbia es la envidia, no puede ser que un soberbio no tenga envidia. Por este vicio, que necesariamente sigue a la soberbia, el que está caído envidia al que se mantiene firme, y ha puesto empeño en seducir al hombre, para evitar que sea encumbrado al lugar de donde él fue precipitado. De ahí que se esfuerce en persuadir a cometer pecados reales, puesto que tenemos un juez tal, con el cual no valen acusaciones falsas. Porque si nuestra causa fuera presentada ante un juez humano, a quien se le pudiera engañar con falsas imputaciones, no se esforzaría mucho para que pecásemos: bastaría con engañar al juez para oprimir a los inocentes, arrastrándolos consigo, y haciéndolos condenar juntamente con él. Pero como sabe que el juez no puede ser engañado, y que es justo y no tiene acepción de personas, quiere llevarle unos reos que los condene sin remedio, porque es justo. Su empeño, pues, en que pequemos, es sólo por envidia, una envidia que necesariamente acompaña a la soberbia. He aquí la maldad de la soberbia, que impide la perfección. Gloríese, entonces, el que quiera de sus riquezas, gloríese de su belleza y de su vigor corporal: todo esto es algo perecedero. Hacen el ridículo quienes se jactan de las cosas caducas, las cuales frecuentemente se pierden en vida, o al morir necesariamente se abandonan. Pero la soberbia es un vicio capital, que cuando uno ha progresado en el bien, es tentado por ella, para que pierda todo lo que había conseguido. Los demás vicios son de temer por sus malas obras; la soberbia, en cambio, hay que temerla más en las buenas obras. Por eso no debe extrañarnos que el Apóstol sea tan humilde, que llegue a decir: Cuando me siento débil, entonces soy fuerte. Así que para no ser tentado él por este vicio, ¿cuál fue el medicamento que contra el tumor le aplicó el médico que sabía lo que había que curar? Él nos lo dice: Para que no me engría por la magnitud de las revelaciones, me fue dado un aguijón a mi carne, un ángel de Satanás, que me abofetea. Por ello he rogado tres veces al Señor que se apartara de mí; y así me respondió: Te basta mi gracia, puesto que la fortaleza se perfecciona en la debilidad7. Mirad cuáles son las consumaciones. El Apóstol, el doctor de los gentiles, el padre de los creyentes por medio del evangelio, recibió el aguijón de la carne, que le abofeteaba. ¿Quién de nosotros se atrevería a decir esto, si él no lo hubiera confesado sin vergüenza? Si dijéramos que esto no lo pasó Pablo, queriendo por ello hacerle un honor, lo haríamos un mentiroso. Pero como es veraz, y ha dicho la verdad, es necesario creer que le fue dado un ángel de Satanás, para no caer en la arrogancia por la grandeza de las revelaciones. ¡Fijaos cuánto hay que temer a la serpiente de la soberbia! ¿Y qué les sucedió a aquellos de los que venimos hablando? Que quedaron presos de su mismo pecado, ya que mataron a Cristo, y fueron más humillados por la magnitud de su pecado, y ante una mayor humillación, merecieron ser levantados. Es decir: queden apresados en su soberbia. Y por sus maldición y mentira, se conocerán las consumaciones; lo que quiere decir: Tanto más serán perfeccionados, por haber sido sorprendidos en la maldición y la mentira. La soberbia no les permitía perfeccionarse; el delito quitó de en medio la soberbia por el reconocimiento de su culpa; el perdón ha cancelado el crimen, por la misericordia de Dios, y por la maldición y la mentira, se han dado a conocer las consumaciones; es decir, se le dijo al hombre: «Has visto lo que eres, lo has palpado con la mano, te equivocaste, te cegaste, pecaste y caíste, reconociste tu enfermedad; suplica al médico, no se te ocurra creerte sano. ¿Hasta dónde llegó tu locura? Has matado al médico, pero con su muerte no has logrado eliminarlo. Con todo, en lo que a ti concierne, lo mataste». Por la maldición y la mentira se conocerán las consumaciones. Vosotros, judíos, perpetrasteis lo que está dentro de la maldición: Maldito el que cuelga de un madero8. Crucificasteis a Cristo; lo tuvisteis por maldito. Añade la mentira a la maldición: pusisteis guardias para custodiar el sepulcro; les disteis dinero para que mintieran9. Pero he aquí que Cristo resucitó: ¿En qué ha quedado la maldición de la cruz que perpetrasteis? ¿En qué la mentira de los custodios que sobornasteis?

6. Por la maldición y la mentira se darán a conocer las consumaciones, en la ira de la consumación, y ya no estarán. ¿Qué significa: En la ira de la consumación se darán a conocer las consumaciones? Hay una ira de consumación, y una ira de consunción. A todo castigo de Dios se le llama ira; pero a veces Dios castiga para perfeccionar, y otras veces para condenar. ¿Cómo castiga Dios para perfeccionar? Dios azota a todo el que recibe como hijo10. ¿Y cómo castiga para condenar? Cuando ponga a los malvados a su izquierda, y les vaya diciendo: Id al fuego eterno, que fue preparado para el diablo y sus ángeles11. Esta ira será de consunción, no de consumación. Se darán a conocer las consumaciones en la ira de la consumación; es decir, predicarán los apóstoles que donde abundó el pecado, sobreabundó la gracia12, y que la misma debilidad del hombre, formaba parte de la medicina de la humillación. Pensando ellos esto, y comprobando y reconociendo sus maldades, y ya no estarán. ¿En qué no estarán? Dejarán de permanecer en su soberbia. Antes había dicho: Queden apresados en su soberbia. Y por la maldición y la mentira, se darán a conocer las consumaciones, en la ira de la consumación, y ya no estarán; ya no estarán instalados en su soberbia, en la cual quedaron presos.

7. Y sabrán que Dios dominará en Jacob y en los confines de la tierra. Antaño los judíos se tenían por justos, porque su nación había recibido la ley, y porque había observado los preceptos de Dios. Pero se les demuestra que no la observó, ya que en los mismos preceptos de Dios no reconoció a Cristo, porque Israel sufrió en parte una ceguera13. Los mismos judíos se han dado cuenta de que no deben despreciar a los gentiles, a quienes tenían como perros y pecadores; y de que así como unos y otros se han visto manchados por el pecado, también conseguirán igualmente la salvación. No sólo entre los judíos, dice el Apóstol, sino también entre los gentiles14. Por eso, la piedra que desecharon los constructores, se ha convertido en piedra angular15, para unir en sí a los dos pueblos: como el ángulo une dos paredes. Los judíos se veían a sí mismos encumbrados y grandes; a los gentiles los tenían por débiles, pecadores, sometidos a los demonios, adoradores de los ídolos; y sin embargo, los dos pueblos eran pecadores. Quedaron convictos los judíos de que también ellos eran pecadores, puesto que no hay quien practique el bien, ni uno siquiera16; depusieron su soberbia, y no envidiaron la salvación de los gentiles, al reconocer que su debilidad era como la de ellos, y unidos en la piedra angular, adoraron juntos al Señor. Y sabrán que Dios dominará en Jacob y en los confines de la tierra. Su dominio no será sólo en los judíos, sino en toda la tierra. Esto no lo sabrían si continuasen todavía instalados en su soberbia; y continuarían todavía en su soberbia, si se tuviesen por justos. Pero para que no se tuvieran por justos, se les anunciaron las consumaciones desde la maldición y la mentira, en la ira de la consumación; habían sido presa de su soberbia, por la maldición que perpetraron, cuando mataron a Cristo. Y mirad lo que hizo nuestro Señor Jesucristo: fue muerto a manos de los judíos, y redimió a la muchedumbre de los pueblos; aquí se derramó la sangre, aquí surtió su efecto, pero ese efecto aprovechó a todos los convertidos. Porque también ellos reconocieron a quien habían matado, y así de él merecieron el perdón del gran delito de su propia muerte.

8. [v.15] ¿Y qué será de ellos? Lo que dice el salmo más arriba: Se convertirán a la tarde, es decir, se convertirán, sí, pero más tarde, después de la muerte de Jesucristo, Señor nuestro. Se convertirán a la tarde, y pasarán un hambre de perros. Hambre, pero como los perros, no como las ovejas o los terneros: como perros, como gentiles, como pecadores, ya que también ellos, que se tenían por justos, reconocieron su pecado. De ellos se dice en otro salmo: Después se apresuraron17, lo mismo que se dice aquí: A la tarde. Así se dice en el otro salmo: Sus enfermedades se han multiplicado, y después se apresuraron. ¿Por qué se apresuraron después? Porque sus enfermedades se multiplicaron. Si se hubieran creído sanos, no se habrían echado a correr. Lo que allí se dijo, a saber: Se han multiplicado sus enfermedades, es lo que aquí se dice: queden apresados en su soberbia, y por la maldición y la mentira se darán a conocer las consumaciones, en la ira de la consumación. Y lo que allí se dijo: Y después se apresuraron, también aquí se dice: Y ya no estarán erguidos en su soberbia. Y sabrán que Dios dominará sobre Jacob y todos los confines de la tierra, y se convertirán a la tarde. Es provechoso, pues, humillar al pecador; nadie es más incurable que el que se cree sano. Y recorrerán la ciudad. Ya expliqué ayer el sentido de esta «ciudad», es decir, lo que rodea la ciudad, todos los pueblos.

9. [v.16] Andarán dispersos para buscar alimento; es decir, para conquistar a otros, y, por la fe, hacerlos parte de su cuerpo. Pero si no quedan saciados, andarán murmurando. Ya más arriba hizo alusión a este murmullo, de los que decían: Porque ¿quién ha oído? Y añade: Y tú, Señor, te burlarás de ellos, de los que dicen: ¿Quién ha oído? ¿Por qué te burlarás? Porque en nada tendrás a todos los pueblos. Así también se dice aquí: Pero si no quedan saciados, andarán murmurando.

10. [v.17] Terminemos el salmo. Mirad la alegría del ángulo, que se goza de unir ambas paredes18. Se habían ensoberbecido los judíos: han sido ya humillados. Los gentiles estaban sin esperanza: ya han sido levantados de su postración. Que vengan al ángulo, que se encuentren allí y allí se reúnan. Allí encontrarán el ósculo de la paz. Que vengan de lados distintos, pero no con intenciones opuestas: los unos de la circuncisión, estos de la incircuncisión. Estaban distanciadas las paredes, pero sólo antes de llegar al ángulo. Manténganse, pues, en el ángulo, y la Iglesia entera, formada ya por ambas paredes, ¿qué dirá? Yo, en cambio, cantaré tu fuerza, y me alegraré de mañana de tu misericordia. De mañana, pasadas las tentaciones; de mañana, cuando haya pasado la noche de este mundo; de mañana, cuando ya no tendremos miedo a las asechanzas de los ladrones y del diablo y sus ángeles; de mañana, cuando ya no caminamos a la luz de la profecía, sino que contemplamos como el sol la misma Palabra de Dios. Y me alegraré de mañana de tu misericordia. Por algo se dice también en otro salmo: Por la mañana me acercaré a ti y te veré19. Por algo también fue de madrugada la resurrección del Señor, para que se cumpliese lo dicho en otro salmo: Al atardecer tendremos llanto, y por la mañana júbilo20. De hecho los discípulos por la tarde lloraron a nuestro Señor Jesucristo muerto; y por la mañana se llenaron de júbilo ante el Señor resucitado. Me alegraré de mañana de tu misericordia.

11. [v.17—18] Porque te has hecho mi protector y mi refugio en el día de mi tribulación. Te cantaré salmos a ti, socorro mío, porque tú, oh Dios, eres mi protector. ¿Qué habría sido de mí sin tu ayuda? ¿En qué desesperación habría caído, si tú no me hubieras curado? ¿Cuál sería mi postración, si no hubieras venido? Estaba ciertamente en peligro por una herida grave, y esa mi herida andaba a la búsqueda de un médico todopoderoso. Para él nada hay insanable; no abandona a nadie; se necesita, sí, que tú quieras ser curado, que no rechaces su mano. Y aunque no quieras curarte, tu herida te invita a que te dejes curar. Al que se ha alejado lo llama, y al que huye lo empuja en cierto modo, y lo atrae para que vuelva a él. En todos cumple lo que está dicho: Su misericordia se me adelanta21. Pensad en lo que se ha dicho: Se me adelanta. Si tú has puesto algo tuyo primero, y por algún bien tuyo anticipado has merecido la misericordia de Dios, entonces no se te ha adelantado. ¿Cuándo llegarás a entender que se te ha adelantado, sino cuando comprendas lo que dice el Apóstol: ¿Qué tienes que no hayas recibido? Y si lo has recibido, ¿por qué te glorías, como si no lo hubieras recibido?22 Es esto lo que quiere decir: Su misericordia se me adelanta. En fin, poniendo la mirada en todos los bienes de cualquier clase que podamos tener, sea en la naturaleza, o en nuestra clase de vida, en nuestro comportamiento, en la fe, la esperanza, la caridad, en la buena conducta, o en la justicia, en el temor de Dios, no son todos ellos sino un don suyo, así concluye: Dios mío, misericordia mía. Colmados de los dones de Dios, no encontró otro apelativo con el que invocar a Dios, sino su misericordia. ¡Dichoso nombre, bajo el cual nadie debe desesperar! ¡Dios mío, exclama, misericordia mía! ¿Qué significado tiene: Misericordia mía? Si dijeras: «Mi salvación», entiendo que es el que te salva; si dices: «Refugio mío» entiendo que te acoges a él; si dices: «Mi fortaleza» comprendo que es el que te fortalece; pero misericordia mía ¿qué significa? Que todo lo que soy es un don de tu misericordia. Podrás decir: «¡Pero te he merecido invocándote!». ¿Qué hice para existir? Para ser alguien que te pudiera invocar, ¿qué realicé? Si es que hice algo para existir, ya existía antes de ser. Pero si era una nada absoluta antes de mi existencia, ningún mérito tuve para existir. Tú hiciste que yo existiera, ¿y no fuiste tú quien hizo que también fuera bueno? Me regalaste el ser, ¿y pudo algún otro hacer que fuera bueno? Si tú me diste el ser, y fue otro el que me dio el ser bueno, es mejor este otro, que el que me dio el ser. Pero como nadie hay mejor que tú, ni nadie más poderoso, nadie te supera a ti en la generosidad de tu misericordia, de la que he recibido el ser, y de quien he recibido el ser bueno. ¡Oh Dios mío, misericordia mía!».