Traducción: Miguel F. Lanero, o.s.a y Enrique Aguiarte Bendímez, o.a.r.
1. [v.1] La Escritura acostumbra a ocultar misterios en los títulos de los salmos y a decorar el frontispicio del salmo con la sublimidad del misterio. De esta manera, los que vamos a entrar en él, como en una mansión, podremos leer ya a la entrada, qué actividades hay dentro, o quién es el dueño de la casa, o a quién pertenece la hacienda. Así es como en este salmo, al inicio, hay un título que dice: Hasta el fin, no borres en el título la inscripción de David. Es lo que ya he dicho: un sobretítulo. El evangelio nos indica cuál es la inscripción de este título que prohíbe borrar. Cuando el Señor fue crucificado, el título puesto por Pilato fue este: Rey de los judíos1, en las tres lenguas: hebreo, griego y latín2, las más conocidas en todo el mundo. Ahora bien, si el rey de los judíos fue crucificado, fueron los judíos quienes crucificaron a su rey; y al crucificarlo, más que matarlo, lo que lograron fue hacerle rey de las naciones. Por cierto que en lo que a ellos se refiere, a Cristo lo perdieron, pero ellos, no nosotros, puesto que murió por nosotros, y con su sangre nos redimió. Y hasta ahora no se ha destruido el letrero, porque sigue siendo rey, no sólo de los gentiles, sino también de los mismos judíos. ¿Y por haberlo rechazado, lograron acaso anular el dominio de su rey? Él reina, y reina también sobre ellos. En sus manos lleva este rey un cetro de hierro, con el cual reina y quiebra. Dice en el salmo: Yo he sido constituido por él rey en Sión, su monte santo, para proclamar el precepto del Señor. El Señor me ha dicho: Tú eres mi hijo, yo te he engendrado hoy. Pídemelo, y te daré en herencia las naciones, y en posesión los confines de la tierra. Los gobernarás con vara de hierro, los quebrarás como jarro de loza3. ¿A quiénes gobernará? ¿A quiénes quebrará? Gobernará a los obedientes, quebrará a los rebeldes. Por tanto el No borres está muy bien y es profético. En algún momento los judíos le pidieron a Pilato: No escribas, «Rey de los judíos», sino más bien: «Este se ha proclamado rey de los judíos», porque este título, dijeron, confirmaría que él es nuestro rey. Pilato respondió: Lo que escribí, escrito está4. Con ello cumplió lo de: No borres.
2. Y no es sólo este salmo el que lleva en su inscripción la consigna de no borrar el título. También algunos otros tienen al principio esta inscripción5, y en todos ellos se anuncia la pasión del Señor. Así que veamos aquí aludida también la pasión del Señor, y que nos habla Cristo como cabeza y como cuerpo. Siempre o casi siempre que oigamos aquí las palabras de Cristo que nos habla en el salmo, no lo veamos sólo como la cabeza, el único mediador entre Dios y los hombres, el hombre Cristo Jesús6, que como Dios en el principio era la Palabra, Dios con Dios, Palabra que se encarnó y habitó entre nosotros7, de la descendencia corporal de Abrahán, y descendiente de David, nacido de María Virgen. No, no lo pensemos sólo como cabeza, cuando habla Cristo; pensemos en Cristo como cabeza y cuerpo, un varón completo y total. Se nos dice así: Vosotros sois el cuerpo de Cristo y sus miembros8, según las palabras del apóstol Pablo. Y el mismo Apóstol dice también que es la cabeza de la Iglesia9. Si, pues, él es la cabeza y nosotros el cuerpo, el Cristo total es la cabeza y el cuerpo. A veces te encontrarás con palabras que no se adaptan a la cabeza, y si no las atribuyes al cuerpo, puede vacilar tu comprensión; en cambio otras veces encontrarás palabras que no se adaptan al cuerpo, y es Cristo quien habla. No hay por qué temer aquí ningún error; en seguida se le atribuye a la cabeza lo que se ve que no es propio del cuerpo. Así, cuando estaba clavado en la cruz, se expresó en la persona del cuerpo: Dios mío, Dios mío, mírame; ¿por qué me has abandonado?10. Porque Dios no había abandonado a Cristo, del cual tampoco fue Dios abandonado. ¿O es que acaso vino Cristo a nosotros, abandonando a Dios, o Dios lo mandó apartándose de él? Pero como el hombre fue abandonado por Dios, es decir, Adán, que solía gozarse en la presencia de Dios, al pecar sintió terror en su conciencia, y huyó de su propia alegría. Realmente Dios lo abandonó, porque él se había alejado de Dios. Pues bien, por haber tomado Cristo la carne de Adán, exclamó esto en la persona de su misma carne, porque entonces nuestro hombre viejo estaba clavado en la cruz junto con él11.
3. Oigamos, pues, cómo sigue el título: Cuando Saúl envió a vigilar su casa para matarlo. Esto no pertenece a la cruz del Señor, sino a su pasión. Cristo fue crucificado, muerto y sepultado. Aquella sepultura era como una casa, que se ordenó custodiarla por la autoridad real judaica, cuando se enviaron custodios al sepulcro de Cristo12. En la Escritura hay una historia en el Libro de los Reyes; nos dice cómo Saúl envió vigilantes a la casa de David para matarlo13; pero dado que lo que estamos tratando es el título del salmo, sólo debemos exponer lo que el autor del salmo tomó de dicha fuente. ¿Nos quiso manifestar únicamente el envío para custodiar la casa, y luego matar a David? ¿Cómo es que fue la casa custodiada con este fin, y —dado que David figuraba a Cristo—, ser luego muerto Cristo? Porque Cristo no fue puesto en el sepulcro, sino después de ser muerto en la cruz. Esto aplícalo al cuerpo de Cristo; matar a Cristo significaba borrar el nombre de Cristo, para evitar que se creyese en él, si hubiera prevalecido la mentira de los guardianes, sobornados para que dijesen que habían venido sus discípulos y se lo habían llevado14. Esto es realmente querer matar a Cristo, borrar el recuerdo de su resurrección, hacer prevalecer la mentira sobre el evangelio. Pero, así como Saúl no logró realizar sus planes de eliminar a David, tampoco la autoridad judía pudo hacer valer el testimonio de los custodios dormidos, sobre el de los apóstoles que estaban despiertos. ¿Qué se les inculcó a los custodios que dijeran? «Os damos el dinero que queráis, con tal de atestiguar que mientras dormíais, vinieron sus discípulos y se lo llevaron». Ya veis qué clase de testigos mentirosos presentaron sus enemigos contra la verdad y la resurrección de Cristo; estaban prefigurados en Saúl. Pregunta, pregunta tú, oh infidelidad, a testigos dormidos; que te respondan lo que ocurrió en el sepulcro. Porque si estaban dormidos, ¿cómo se enteraron? Y si despiertos, ¿cómo no apresaron a los ladrones? Que responda lo que sigue.
4. [v.2] Líbrame de mis enemigos, Dios mío, y sálvame de los que se levantan contra mí. Esto sucedió en la carne de Cristo, y sucede también en nosotros. Porque el diablo y sus ángeles, enemigos nuestros, no cesan de levantarse diariamente contra nosotros, pretendiendo burlarse de nuestra debilidad y flaqueza, con engaños, incitaciones y tentaciones, y de querer enredarnos en cualquier clase de trampas, mientras vivimos en la tierra. Pero nuestra voz debe estar atenta dirigida a Dios, clamando en los miembros de Cristo, sometidos a la cabeza que está en el cielo: Líbrame de mis enemigos, Dios mío, y sálvame de los que se levantan contra mí.
5. [v.3] Líbrame de los que obran iniquidad y sálvame de los hombres sanguinarios. Eran hombres sanguinarios los que mataron al Justo, en quien no encontraron ninguna culpa; eran hombres sanguinarios porque cuando un extranjero quiso dejar libre a Cristo, lavándose las manos, ellos gritaron: ¡Crucifícale, crucifícale! Eran hombres sanguinarios, porque cuando ya se les acusó de ser responsables del crimen de la sangre de Cristo, respondieron echándola encima de sus descendientes: Caiga su sangre sobre nosotros y sobre nuestros hijos15. Pero ni siquiera han cesado de atacar a su cuerpo estos hombres sanguinarios, ya que después de la resurrección y ascensión de Cristo, ha tenido la Iglesia que sufrir persecuciones. Y precisamente la primera fue aquella Iglesia que floreció en el seno del pueblo judío, y a la que pertenecieron nuestros apóstoles. Allí el primer mártir fue Esteban, lapidado16, que recibió lo que significa su nombre. Pues Esteban significa «corona». Con humillación fue apedreado, pero fue coronado gloriosamente. Más tarde, entre los gentiles se desencadenaron persecuciones de los reinos paganos, antes de que se cumpliera en ellos lo anunciado proféticamente: Lo adorarán todos los reyes de la tierra, todos los pueblos le servirán17. Bramó la violencia de su poder contra los testigos de Cristo; fue mucha e importante la sangre de los mártires que se derramó: y así derramada, se convirtió como en siembra que produjo una cosecha de la Iglesia con mucha más pujanza, y que se extendió por todo el mundo, como ahora podemos observar. Fue de estos hombres sanguinarios de los que Cristo es liberado, no sólo como cabeza, sino también en su cuerpo. Es liberado Cristo de los hombres sanguinarios, de los que hubo, de los que hay, y de los que habrá. Sí, es liberado el Cristo que fue antes, que es ahora y que vendrá. Porque Cristo es todo el cuerpo de Cristo; y cuantos ahora son buenos cristianos, y los que lo fueron antes que nosotros, y los que lo serán después, el Cristo total, es liberado de los hombres sanguinarios. No son palabras vacías las de esta invocación: Y sálvame de los hombres sanguinarios.
6. [v.4] Mira que se han apoderado de mi vida. Pudieron apresarlo, pudieron matarlo, se han apoderado de mi vida. ¿Y dónde queda lo de: Rompiste mis cadenas?18. ¿Y dónde aquello de: La trampa se rompió y escapamos? ¿Y dónde: bendecimos a Dios, que no nos entregó como presa a sus dientes?19. Ellos ciertamente persiguieron, pero no los ha dejado caer en manos de los cazadores el que custodia a Israel. Mira que se han apoderado de mi vida; los fuertes se abalanzaron sobre mí. No debemos pasar por alto a estos fuertes; con todo cuidado debemos seguirles el rastro a ver quiénes son estos fuertes que se han levantado en contra. ¿Con quiénes se muestran fuertes, sino con los impotentes, con los frágiles, con los que no son fuertes? Y sin embargo quienes son ensalzados son los débiles, y los fuertes son condenados. Si entendemos bien quiénes son los fuertes, tenemos que ver en primer lugar, que el Señor llamó fuerte al diablo, cuando dijo: Nadie puede entrar en casa de uno fuerte y robarle sus posesiones, si antes no amarra al fuerte20. De ahí que Cristo sujetó al fuerte con las ataduras de su poder; y le arrebató sus posesiones, y se adueñó de ellas. Todos los pecadores eran las posesiones del diablo, y después, por la fe, han pasado a ser posesiones de Cristo. A ellos se refiere el Apóstol cuando dice: En otro tiempo fuisteis tinieblas, pero ahora sois luz en el Señor21, que ha dado a conocer sus riquezas en los tesoros de su misericordia22. Son estos, pues, los que pueden ser considerados fuertes. Pero entre los hombres hay algunos fuertes, cuya fortaleza es digna de reprensión y condenación, que se jactan, sí, pero de una felicidad temporal. ¿No os parece que fue un «fuerte» el rico aquel de que nos habla el evangelio de hoy, por haberle producido su campo una enorme cantidad de frutos? Después de pensarlo, tomó una decisión: destruir los viejos graneros y construir otros más amplios para guardar la cosecha, y una vez repletos, decirse a sí mismo: Tienes ya muchas riquezas: ánimo, ponte a banquetear, a pasarlo bien y a saciarte23. ¿Qué clase de fuerte estás viendo ahora? Mirad al hombre que no puso a Dios como su ayuda, sino que confió en sus muchas riquezas. Mira lo fuerte que es este: Y se envalentonó, dice, en su vanidad24.
7. Hay otra clase de fuertes, cuya presunción no está en sus riquezas, ni en su energía física, ni en algún otro poder temporal de relevancia, sino que presumen de su justicia. Hay que tener cuidado con esta clase de hombres fuertes, hay que temerlos, evitarlos y no imitarlos. Su orgullo, repito, no está en lo corporal, ni en las riquezas, ni en su estirpe, ni en los honores. ¿Quién no se da cuenta de que todo esto son realidades temporales, pasajeras, efímeras, y etéreas? No, su confianza reside en su propia bondad. Esta fortaleza fue la que impidió a los judíos entrar por el ojo de la aguja25. Al presumir de sí mismos como justos, y creerse sanos, rechazaron la medicina y mataron al médico. A esta clase de fuertes, que no se tienen como débiles, no vino a llamarlos el que dijo: No tienen necesidad del médico los sanos, sino los enfermos. No he venido a llamar a los justos, sino a los pecadores a la conversión. Estos eran los fuertes que reprochaban a los discípulos de Cristo, porque su Maestro visitaba a los pecadores y comía con ellos. ¿Por qué vuestro maestro, decían, come con publicanos y pecadores?26. ¡Oh fuertes, que no necesitan el médico! Esta fortaleza no viene de la salud, sino de la demencia. Nadie es más fuerte que el que es víctima del frenesí; tienen más fuerza que los sanos; pero cuanta más energía parecen tener, tanto más se avecina su muerte. Que Dios nos libre de imitar a esta clase de fuertes. Es peligroso que alguien pretenda imitarlos. Pero el Maestro de la humildad, partícipe de nuestra debilidad, que nos hizo partícipes de su divinidad, que se abajó para enseñarnos el camino, y hacerse él mismo camino27, tuvo a bien recomendarnos sobre todo su humildad; por eso no desdeñó ser bautizado por un siervo28, para enseñarnos a confesar nuestros pecados, y a debilitarnos para ser fuertes, y hacer nuestras las palabras del Apóstol: Cuando me hago débil, entonces soy fuerte29. Ya vemos cómo no quiso ser fuerte. Estos, en cambio, han pretendido ser fuertes, o sea, que intentando presumir de su fortaleza, como si fueran justos, tropezaron contra la piedra de tropiezo30; entonces el Cordero les pareció cabrito, y al matarlo como cabrito, no merecieron ser redimidos por el Cordero. Estos son los poderosos que arremetieron contra Cristo, proclamando su propia justicia. Oíd a estos fuertes. Algunos naturales de Jerusalén fueron enviados por ellos a prender a Cristo, pero no se atrevieron a prenderlo (porque él, que era verdaderamente fuerte, sólo se dejó prender cuando quiso), y les dijeron: ¿Por qué no habéis podido arrestarlo? Y respondieron: Nadie jamás ha hablado como este hombre. Y le replicaron ellos, los «fuertes»: ¿Acaso ha creído en él alguno de los fariseos o de los escribas? Sólo ha creído este populacho, ignorante de la Ley31. Se impusieron al pueblo débil, que acudía al médico, y porque eran fuertes, y, lo que es más grave, por su fortaleza, arrastraron tras de sí a toda la multitud, y mataron al médico. Pero él, precisamente por haber sido muerto, convirtió su sangre en medicamento para los enfermos. Los fuertes se abalanzaron sobre mí. Observad a los más fuertes; y fijaos si de algo puede el hombre presumir, cuando ni de la justicia se debe presumir. Ya veis adónde van a parar los arrogantes por sus riquezas, por su fortaleza corporal, por su nobleza de sangre, por sus honores mundanos, cuando el que es arrogante de la misma justicia, como si fuera suya propia, cae. Los fuertes se abalanzaron sobre mí. Uno de esos fuertes era el que se engreía de sus propias fuerzas, cuando decía: Te doy gracias porque no soy como los demás hombres, injustos, ladrones, adúlteros, ni como este publicano. Ayuno dos veces por semana, entrego el diezmo de todo lo que poseo. Ahí tienes a un fuerte jactándose de sus fuerzas; y como contraste mira al débil, allá de pie, lejos, pero cercano por su humildad. El publicano, en cambio, estaba lejos de pie, y ni siquiera se atrevía a levantar los ojos al cielo, sino que se golpeaba el pecho diciendo: Oh Dios, apiádate de mí, que soy un pecador. Os aseguro que el publicano bajó a su casa justificado, más bien que el fariseo. Y mira dónde está la justicia: Porque todo el que se ensalza será humillado, y el que se humilla será enaltecido32. Se abalanzaron esta clase de fuertes, los soberbios, que desconociendo la justicia de Dios, y queriendo hacer valer la suya propia, no se sometieron a la justicia de Dios33.
8. [v.5] ¿Y qué más viene después? Sin culpa mía, y sin pecado de mi parte, Señor. Se me abalanzaron los fuertes que presumían de su propia justicia, se me abalanzaron, sí, pero en mí no encontraron ningún delito. Porque en realidad, aquellos «fuertes», los que se tenían por justos, ¿por qué razón iban a perseguir a Cristo, sino por creerlo un pecador? Pero ellos habrán visto lo fuertes que son por el ardor de su fiebre, no por la fortaleza de su salud; que vean lo fuertes que son, ensañándose como si fueran justos contra el pecador. Pero la realidad es que sin culpa mía, y sin pecado de mi parte, Señor. He corrido y he avanzado sin maldad. Ellos, los fuertes, no han podido seguirme en mi carrera; de ahí que me tuvieron por un pecador, al no encontrar mis huellas.
9. [v.6] He corrido y he avanzado sin maldad. Levántate, sal a mi encuentro y mira. Se le dice a Dios: He corrido y he avanzado sin maldad. Levántate, sal a mi encuentro y mira. ¿Cómo es esto? ¿Es que si no sale al encuentro no podrá ver? Es como si tú fueses caminando, y desde lejos no puedes ser conocido por alguien, y entonces le llamas: «Ven acá, y mira cómo voy caminando; si me miras desde lejos, no puedes ver mi marcha». ¿Será así también con Dios, que, si no salía a su encuentro, no podía distinguir cómo este avanzaba sin maldad, y corría sin pecado? Podemos también tomar estas palabras: Levántate, sal a mi encuentro, como si dijera: ayúdame. Y en lo que se refiere a la palabra siguiente: y mira, debe entenderse «haz que se vea que corro», «haz que conozcan que voy avanzando», según aquella imagen por la que se le dijo a Abrahán: ahora conozco que temes a Dios34. Lo que Dios dice: Ahora conozco, ¿qué sentido tiene, sino que «ahora te he dado a conocer»? Porque uno se desconoce a sí mismo antes de ser puesto a prueba. Como ocurrió con Pedro, que en su presunción se desconocía, y cuando negó a Cristo, aprendió cuáles eran realmente las fuerzas con que contaba; entendió en sus vacilaciones cómo había presumido falsamente de sí mismo. Rompió a llorar35, y en sus lágrimas mereció el fruto de conocer lo que fue, y de ser lo que no fue. Luego Abrahán, en su prueba, llegó a conocerse a sí mismo, y Dios le dijo: Ahora conozco, es decir, ahora te he dado a conocer. Es como cuando decimos que un día ha sido alegre porque nos hace alegres, y a la amargura la llamamos triste porque entristece al que la prueba; también decimos que Dios ve cuando nos hace ver. Así pues, Levántate, sal a mi encuentro y mira. ¿Qué quiere decir y mira? Su sentido es «ayúdame»; ayúdame en ellos, para que vean mi caminar y me sigan, que no les parezca malo lo que es bueno, ni torcido lo que se adapta a la regla de la verdad. Porque he corrido y avanzado sin maldad; levántate, sal a mi encuentro y mira.
10. Al llegar a este punto, la sublimidad de nuestra Cabeza me está invitando a que diga algo; en efecto, él se ha hecho débil hasta la muerte, y asumió la flaqueza de nuestra carne, para congregar bajo sus alas a los polluelos de Jerusalén, como la gallina clueca, que se enferma por sus pequeños. No hemos observado esto nunca en ninguna otra ave, incluso de las que anidan a nuestra vista, como por ejemplo en los pájaros que hacen sus nidos en nuestras paredes, o en las golondrinas, que son nuestros huéspedes cada año, o también las cigüeñas, y más y más aves, que hacen sus nidos ante nuestros ojos, incuban sus huevos, y alimentan a sus polluelos, como pasa con las palomas, que diariamente vemos. No hemos observado, no tenemos noticia, no hemos visto ninguna otra ave enfermarse por sus pequeños. ¿Cuál es la causa de que experimente esto la gallina? Sin duda que hablo de algo bien conocido, que sucede a diario entre nosotros. Cómo es que su voz se vuelve ronca, y se eriza todo su cuerpo, se le caen las alas, se le marchitan sus plumas, y puedes ver como a alguien enfermo entorno a los polluelos: es el amor de madre que se vuelve debilidad. ¿Y por qué el Señor querría hacerse como una gallina, si no es por esta causa? Él nos dice en la Santa Escritura: ¡Jerusalén, Jerusalén! ¡Cuántas veces quise congregar a tus hijos como la gallina bajo sus alas a sus polluelos, y no has querido!36 Sin embargo ha congregado a todos los pueblos, como la gallina a sus pollitos, haciéndose débil por nosotros, tomando nuestra carne, es decir, la del género humano; crucificado, despreciado, abofeteado, flagelado, clavado en un madero, herido por la lanza. Esto es algo propio de la debilidad maternal, no de la majestad perdida. Al ser realmente así Cristo, y por ello despreciado, y por ello piedra de tropiezo y piedra de escándalo, muchos tropezaron en él37; y habiéndose hecho así, y habiendo tomado la carne, pero sin pecado, se hizo partícipe de nuestra debilidad, no de nuestra maldad. Y así, precisamente por haber compartido con nosotros la debilidad, destruyó nuestro pecado. De ahí que he corrido y avanzado sin maldad. ¿Qué hacer entonces? ¿No habremos de reconocerlo como Dios que es, fijándonos sólo en lo que se ha hecho por nosotros, sin mirar que fue él nuestro creador? Evidentemente que no; ha de ser tenido en cuenta también lo que él es, puesto que es un gran testimonio de amor reconocer quién es, y cuánto sufrió por ti. No se trata de un pequeño cualquiera, que lo hizo por ti, como por un grande; se trata del sumo ser, que sufrió por ti, débil. ¿Y qué sucedió? Que se hizo pequeño: Se humilló haciéndose obediente hasta la muerte. ¿Quién? Escucha lo que está escrito antes: El cual, teniendo la categoría de Dios, no consideró como un tesoro adquirido el ser igual a Dios. Así que siendo igual a Dios, se anonadó a sí mismo tomando la condición de esclavo, asumiendo la semejanza humana, y apareciendo en su porte como hombre38; y de tal manera se anonadó, que tomó la condición de lo que no era, pero sin perder lo que era. ¿De qué manera se rebajó? Mostrándose a ti de este modo; no mostrándote a ti la dignidad que tiene con el Padre, sino presentando ante ti en este mundo su debilidad, reservándote su gloria para el futuro, cuando estés purificado. Siendo igual al Padre, se ha hecho así, débil. Y sin embargo hay que reconocerlo en su misma debilidad, no por la visión, sino por la fe; y así lo que aún no podemos ver, al menos lo creamos, y creyendo en lo que no vemos, merezcamos también verlo. Con razón, ya resucitado, le dijo a María Magdalena, a quien se dignó aparecerse primeramente: No me toques, que todavía no he subido al Padre39. ¿Qué significa esto? Poco después las mujeres le tocaron. En efecto, al volver del sepulcro, les salió al encuentro: lo adoraron y le abrazaron los pies40. Los discípulos también le tocaron sus cicatrices41. ¿Qué sentido tiene, pues, lo de: No me toques, que todavía no he subido al Padre? No creas de mí únicamente lo que ves, ni tu mirada se quede sólo con lo que tocas. A tu vista parezco humilde, ya que todavía no he subido al Padre, de donde descendí a vosotros, y del cual no me he separado; todavía no he subido a él, puesto que no os he dejado. Vino sin apartarse, y sube sin abandonarnos. ¿En qué consiste, entonces, el haber subido al Padre? En habérsenos dado a conocer como igual al Padre. Porque como nosotros subimos es progresando, para llegar a ver esta realidad, para comprenderla, para ser capaces, de alguna manera, de entenderla. Por eso difiere el tocarle, no lo prohíbe, no lo rechaza, no se niega a ello. Porque todavía, dice, no he subido al Padre. Dice otro salmo: Su salida es desde la cumbre del cielo, y su órbita llega hasta la cumbre del cielo42. La cumbre del cielo, es decir, la cumbre de todas las cosas espirituales, es el Padre: de allí procedía él, y allá, a la cumbre del cielo, debía llegar. Llegar hasta la cumbre no se dice sino de quien es igual. Cuando juntamos cosas desiguales, y ponemos al lado de una cosa grande otra pequeña, para ver la diferencia entre las dos, al encontrarlas desiguales, solemos comentar así: «No llega». Y, al contrario, cuando son iguales, decimos: «Sí llega». Por tanto su órbita llega hasta la cumbre del cielo, puesto que es igual al Padre. Así quería darse a conocer a sus fieles quien había dicho: No me toques. Esto quería que el Padre concediera a sus fieles el que decía: Levántate, ven a mi encuentro y mira; manifiesta que soy igual a ti. Y mira; ¿Qué significa: «y mira»? Haz que vean que soy igual a ti. ¿Hasta cuándo Felipe me estará diciendo: Muéstranos al Padre y esto nos basta? Hasta que yo le diga: ¿Tanto tiempo llevo con vosotros y no conocéis al Padre? Felipe, quien me ha visto a mí, ha visto al Padre; ¿no crees que yo estoy en el Padre, y el Padre está en mí?43. Y quizá todavía no lo cree igual al Padre. Levántate, ven a mi encuentro y mira. Haz que me vean, haz que te vean, haz conocer a los hombres nuestra igualdad. Que no crean los judíos haber crucificado a un hombre. Aunque él sólo fue crucificado en cuanto hombre, no obstante no se dieron cuenta de quién era el que habían crucificado. Si lo hubieran conocido, jamás habrían crucificado al Señor de la gloria44. A fin de que mis fieles conozcan al Señor de la gloria, levántate, ven a mi encuentro y mira.
11. Y tú, Señor Dios de los ejércitos, el Dios de Israel. Tú, el Dios de Israel, que eres tenido sólo como Dios de Israel, a quien creen sólo el Dios de una nación que te da culto, mientras todas las naciones adoran a sus ídolos, tú, el Dios de Israel, ven a visitar a todas las naciones. Cúmplase la profecía, en la que Isaías habla en tu persona a tu Iglesia, a tu ciudad santa, a la estéril aquella, abandonada, pero con muchos más hijos que la que tiene marido. A ella se le dijo: Alégrate estéril, tú que no tienes partos, levanta tu voz y exclama, la que no das a luz; porque muchos más son los hijos de la abandonada, que los de la que tiene marido; que los de la nación judía, que tiene marido, que ha recibido la Ley; más numerosos que los de la nación que tuvo un rey visible. Porque tu rey se halla oculto, y tus hijos habidos del esposo oculto, son más numerosos. Por eso se le dice a ella: Muchos son los hijos de la abandonada, más que la que tiene marido. Y a esto añade el profeta: Ensancha el espacio de tu tienda, planta tus pabellones; no te detengas; alarga más tus cuerdas, y clava estacas fuertes, extiéndete más y más a derecha e izquierda. Coloca a la derecha los buenos, y a la izquierda los malos45, hasta que venga el tiempo de la bielda. De todos modos, entra en posesión de todas las naciones. Sean invitados a las bodas buenos y malos, que se llenen los salones de comensales46. A los criados les toca invitar, y al Señor hacer la separación. Extiéndete más y más a derecha e izquierda. Tu descendencia heredará las naciones, y habitarás las ciudades que estaban desiertas. Desiertas de Dios, sin profetas, sin apóstoles, sin el evangelio, y llenas de demonios. Habitarás las ciudades que estaban desiertas. No tienes nada que temer, porque vencerás; ni te avergüences si llegaran a detestarte. No, no te avergüences, puesto que los fuertes se levantaron contra mí: cuando se dictaban leyes contra el nombre cristiano, cuando el ser cristiano era una ignominia y una infamia; no te avergüences si llegaran a detestarte; llegarás a olvidar para siempre tu confusión; no te acordarás de la ignominia de tu viudez. Porque yo, el Señor soy tu hacedor: su nombre es el Señor; el que te rescata es el mismo Señor Dios de Israel, y se llamará Dios de toda la tierra47. Y tú, Señor Dios de los ejércitos, Dios de Israel, ven a visitar todas las naciones. Ven, insisto, a visitar todas las naciones.
12. No te compadezcas de ninguno de los que obran la maldad. Estas palabras son ciertamente aterradoras. ¿A quién no le aterrarán? ¿Quién no se echará a temblar si entra en su conciencia? Porque, aunque lo que reconozca tener sea la piedad, sería extraño que no encontrase también alguna maldad. Todo el que peca comete maldad48. Si tienes en cuenta los pecados, Señor, ¿quién podrá resistir?49. Y sin embargo estas palabras son verdaderas, y no están pronunciadas en vano, y de ninguna manera carecen ni podrán carecer de sentido: No te compadezcas de ninguno de los que obran la maldad. Pero también se compadeció de Pablo, el llamado antes Saulo, que había cometido maldades. ¿Qué bien había hecho, para merecer a Dios? ¿A sus santos no los llevaba a la muerte? ¿No era portador de cartas de las autoridades sacerdotales, para apresar y castigar a los cristianos, dondequiera que los encontrase? ¿No fue obrando así, yéndolos a buscar, anhelando ansiosamente todo esto, según nos lo atestigua la Escritura, como fue llamado del cielo por una sublime voz, y fue arrojado a tierra y levantado, cegado e iluminado, muerto y vivificado, perdido y recuperado?50. ¿Por qué méritos? Callémonos nosotros, y escuchémosle a él: Yo, que primero fui blasfemo, perseguidor e insolente; pero he alcanzado misericordia51. Sin duda que las palabras: No te compadezcas de ninguno de los que obran la maldad, pueden interpretarse de dos modos: o bien que Dios no deja ningún pecado impune; o bien que existe algún pecado, de cuyos autores jamás el Señor tendrá misericordia. Hablaré algo brevemente a vuestra Caridad de estas dos interpretaciones, según lo permita el tiempo.
13. Toda maldad, por pequeña o grande que sea, necesariamente ha de ser castigada, o bien por el mismo hombre que se arrepiente, o bien por Dios que da su merecido. Porque el que se arrepiente, se castiga a sí mismo. Por tanto, hermanos, castiguemos nuestros pecados si deseamos obtener la misericordia de Dios. No puede Dios apiadarse de todos los pecadores, como pasando por alto los pecados, o no borrándolos de raíz. O tú los castigas, o los castiga él. ¿Quieres que no sea él quien los castigue? Castígalos tú. Porque eres tú quien cometiste lo que no puede quedar impune; sea más bien castigado por ti, poniendo en práctica lo que está escrito en aquel salmo: Adelantémonos en su presencia por la confesión52. ¿Qué significa: Adelantémonos en su presencia? Antes de que él se fije para castigarlo, adelántate tú confesándolo y castígalo. Que no encuentre él nada que castigar. Porque cuando tú castigas la iniquidad, realizas la equidad, la justicia. Y por tanto Dios se apiadará de ti, al encontrarte obrando la justicia. ¿Qué sentido tiene «obrando la justicia»? Que has odiado en ti lo que él odia, y así comiences a agradar a Dios, al castigar en ti lo que le disgusta a él. Pues no es posible dejar impune el pecado, puesto que sigue siendo verdad que: No te compadezcas de ninguno de los que obran la maldad.
14. Pero veamos ya la otra forma en que puede entenderse esta frase. Existe una maldad cuyo autor no puede lograr que Dios se apiade de él. ¿Preguntáis, quizá, cuál es? Es la defensa misma del pecado. Cuando alguien defiende sus propios pecados, comete una gran maldad: está defendiendo lo que Dios odia. Date cuenta de cuán perverso, cuán injusto es esto. Si hace algo bueno, pretende atribuírselo a sí mismo; y si obra algún mal, a Dios. Porque de este modo defienden los hombres sus pecados: atribuyéndolos —lo que es mucho peor—, a Dios mismo. ¿Cómo es esto? Nadie se atreve a decir que es bueno el adulterio, que es bueno el homicidio, que es bueno el fraude, que es bueno el perjurio. No, ningún hombre se atreve. Porque incluso los que cometen estos delitos, ponen el grito en el cielo cuando ellos los padecen. No encontrarás a ningún ser humano tan perverso, tan excéntrico de la sociedad humana y de la común participación de la sangre de Adán, que opine ser bueno, como ya he dicho, el adulterio, el fraude, el robo, el perjurio. Pero ¿de qué modo los defienden? Diciendo: «Si Dios no lo hubiera querido, yo no lo habría hecho. ¿Qué voy a hacer con mi destino?» Ya te estás preguntando por el destino: recurres a las estrellas. Te preguntas a ver quién habrá creado y puesto en orden las estrellas: ha sido Dios. Y así es como defiendes tu pecado y le echas a Dios la culpa. Termina el reo excusándose y culpando al juez. Dios no se compadecerá de los que cometen tamaña maldad. No te compadezcas de ninguno de los que obran la maldad. Persigue, dice, tus pecados, castígalos, hiérelos, pon de frente a sí mismos, a los que se ponen a sus propias espaldas, para que se avergüencen de sí, y se gocen de ti. No te compadezcas de ninguno de los que obran la maldad.
15. [v.7] Conviértanse a la tarde. No sé a quiénes se refiere, que en otro tiempo cometieron maldades, que en otro tiempo fueron tinieblas, y que se convierten a la tarde. ¿Qué significa: a la tarde? Después, más tarde. Deberían haber reconocido a Cristo como médico, antes de crucificarlo. Porque, una vez crucificado, resucitado, ascendido al cielo, y después de enviado su Espíritu Santo, del que quedaron llenos los que estaban reunidos en una casa, y comenzaron a hablar en las lenguas de todos los pueblos, quedaron impresionados los que habían crucificado a Cristo, les remordió la conciencia y les preguntaron a los apóstoles qué debían hacer para salvarse. Ellos le contestaron: Convertíos y que se bautice cada uno en el nombre de nuestro Señor Jesucristo, y quedarán perdonados vuestros pecados53. Después que Cristo fue crucificado, después del derramamiento de la sangre de Cristo, quedan perdonados vuestros pecados. Quiso morir de tal manera, que por su sangre quedasen redimidos incluso los que la derramaron. La derramasteis con crueldad: bebedla con arrepentimiento. Con razón dice conviértanse a la tarde y sientan hambre como los perros. Los judíos les llamaban perros a los gentiles, por ser impuros. De ahí que el mismo Señor, cuando una mujer cananea, no judía, iba gritando detrás de él, queriendo lograr de su misericordia la curación de su hija, él, previéndolo todo, sabiéndolo todo, pero con la intención de mostrar su fe, retrasó su favor y la tuvo en suspenso. ¿Cómo fue su retraso? No he sido enviado, dijo, más que a las ovejas perdidas de la casa de Israel. Israel, las ovejas; y los gentiles ¿qué? No es bueno echar el pan de los hijos a los perros. Llamó, pues, perros a los gentiles, por la impureza. ¿Y qué hace aquella mujer hambrienta? No protestó por estas palabras; recibió con humildad el insulto y esto le mereció el beneficio. En realidad no hay por qué llamar insulto a lo dicho por el Señor. Si el siervo le dice algo así a su señor, es un insulto; pero si el señor dice algo parecido a su esclavo, debe ser tenido más bien como una honra. Así es, Señor, contesta la mujer. ¿Qué significa: Así es? Dices la verdad, sin duda es cierto: soy un perro. Y añade: Pero también los perros comen las migajas que caen de la mesa de sus señores. E inmediatamente le dice el Señor: ¡Oh mujer, qué grande es tu fe!54 Hace un momento era un perro ahora ya es una mujer. ¿Por qué es ya mujer la que poco antes era un perro? Por su humilde confesión, por no rechazar lo que había dicho el Señor. Luego los gentiles son perros, y por lo mismo hambrientos. Bueno es también para los judíos reconocerse pecadores; y, aunque sea a la tarde, que se conviertan, y que pasen hambre como perros. De hecho, un mal hartazgo tenía el que se expresaba así: ayuno dos veces por semana. El publicano aquel sí era un perro, y pasaba hambre; y su hambre era del favor del Señor, ya que decía: Ten compasión de mí, que soy un pecador55. Que se conviertan, pues, también ellos a la tarde, y sientan hambre como los perros. Que anhelen la gracia de Dios, que se reconozcan pecadores; que los fuertes se vuelvan débiles y los ricos se hagan pobres, que aquellos justos se reconozcan pecadores, y aquellos que se creían leones, se vuelvan perros. Que se conviertan a la tarde, pasen hambre como perros, y andarán rondando por la ciudad. ¿Por qué ciudad? Por el mundo este, al que la Escritura en varios lugares llama «la ciudad que rodea»56. Es decir, este mundo en el que todas las naciones estaban en torno al único pueblo judío, en el que se pronunciaban estas palabras, y se le llamaba «la ciudad que rodea». Esta es la ciudad que ellos, convertidos ya en perros y con hambre, andarán rondando. ¿Cómo la recorrerán? Anunciando el evangelio. Saulo, de lobo que era, a la tarde se convirtió en perro, es decir, se convirtió ya tarde, y de comer primero las migajas de su señor, luego, por su gracia se puso a correr y anduvo rondando por toda la «ciudad».
16. [v.8] Mira cómo hablarán con su boca, y tendrán una espada en sus labios. Hace referencia a aquella espada de doble filo, de la que dice el Apóstol: Y la espada del espíritu, que es la palabra de Dios57. ¿Por qué de doble filo? ¿Por qué será, sino porque hiere con ambos Testamentos? Con esta espada se daba muerte a aquellos animales, de los que se le decía a Pedro: Mata y come58. Y tendrán una espada en sus labios; porque ¿quién ha oído? Dirán con su boca: ¿Quién ha oído? Es decir, se indignarán contra los perezosos en abrazar la fe. Los mismos que poco antes se negaban a creer, tienen ahora que sufrir el rechazo de los que no creen. Esto pasa realmente, hermanos. Ahí tienes a un hombre perezoso antes de ser cristiano; le diriges tu predicación diariamente, y difícilmente se convierte; pero cuando se convierte, enseguida quiere que todos sean cristianos, es más, se admira de que no lo sean todavía. Le tocó a él convertirse a la tarde; pero como se ha vuelto como un perro hambriento, tiene también una espada en sus labios, y dice: ¿Quién ha oído? ¿Qué quiere decir: Quién ha oído? Significa: ¿Quién dio crédito a nuestro mensaje? Y el brazo del Señor ¿a quién se le ha revelado?59 Porque ¿quién ha oído? No creen los judíos. Entonces se dirigieron a los gentiles y les predicaron. Los judíos seguían sin creer; sin embargo, por medio de los judíos que creyeron, el evangelio recorrió «la ciudad», y decían: Porque ¿quién ha oído?
17. [v.9] Y tú, Señor, te reirás de ellos. ¿Quién ha oído? Todas las naciones serán cristianas, y vosotros decís: ¿Quién ha oído? ¿Qué quiere decir: Te reirás de ellos? En nada tendrás a todas las naciones; nada se opondrá ante ti; porque será sumamente fácil que crean en ti.
18. [v.10] Mi fortaleza la tengo puesta en ti. Aquellos fuertes cayeron porque su fortaleza no residía en ti; es decir, aquellos que se levantaron contra mí y me agredieron, confiaron en sí mismos; yo, en cambio, tengo puesta en ti mi fortaleza; porque si me aparto, caigo; si me acerco, aumenta mi fuerza. Fijaos, hermanos lo que sucede en el alma humana. Por sí misma no tiene luz, no tiene fuerza: todo lo que hay de hermoso en el alma, es fortaleza y sabiduría; pero ni es suyo lo que sabe, ni suya es su fuerza, ni es luz por sí misma, ni de sí misma le viene la fuerza. Hay un origen y una fuente de la fortaleza, y una raíz de la sabiduría; hay, por así decirlo, una región, si así se la puede llamar, de la verdad inmutable; si el alma se aparta de ella, entra en las tinieblas, y si se acerca, queda iluminada. Acercaos a él y quedaréis radiantes60, porque si os distanciáis quedaréis a oscuras. Por tanto, mi fortaleza le tengo puesta en ti: no me apartaré de ti, no me fiaré de mí. Mi fortaleza la tengo puesta en ti, porque tú, oh Dios, eres mi protector. ¿Dónde estaba yo antes, y dónde estoy ahora? ¿Por qué me has aceptado? ¿Qué pecados me has perdonado? ¿Dónde estaba yo hundido? ¿A dónde he sido levantado? Debo yo recordar todo esto, como se dice en otro salmo: Mi padre y mi madre me han abandonado, pero el Señor me acogió61. Mi fortaleza la tengo puesta en ti, porque tú, oh Dios, eres mi protector.
19. [v.11] La misericordia de mi Dios se me adelanta. He aquí el sentido de: Mi fortaleza la tengo puesta en ti: de mí nada me fío. ¿Qué cosas buenas he aportado yo, para que tú te hayas compadecido de mí, y me hayas justificado? ¿Qué encontraste en mí? Sólo pecados. Tuyo en mí nada había, sino únicamente la naturaleza que tú creaste; el resto eran mis maldades que tú borraste. No me he levantado yo antes para ir a tu encuentro, sino que tú viniste a despertarme, porque su misericordia se me adelanta. Antes de que yo haga algo bueno, su misericordia se me adelanta. ¿Qué responderá a esto el infeliz Pelagio?
20. [v.12] Mi Dios se me ha mostrado en mis enemigos. ¿Qué dice? Que toda la misericordia que había tenido conmigo, me la demostró en mis enemigos. El que ha sido acogido compárese con los abandonados, y el elegido con los rechazados; compárese el vaso de misericordia con los vasos de ira, y vea cómo de una misma masa hizo Dios a uno un vaso de honor, y a otro para uso despreciable. ¿Cuál es el sentido de: se me ha demostrado en mis enemigos? Si Dios, queriendo mostrar su indignación, y demostrar su poder, ha soportado con mucha paciencia los vasos de ira, fabricados para su perdición, ¿por qué se ha comportado así? Para manifestar las riquezas de su bondad con los vasos de misericordia62. Si, pues, ha soportado los vasos de ira, dejando de manifiesto sus riquezas para con los vasos de misericordia, con toda razón se dijo: Su misericordia se me adelantó. Mi Dios se me ha mostrado en mis enemigos; es decir, la gran misericordia que Dios ha tenido conmigo, me la ha demostrado en aquellos con quienes no la ha tenido. Si el deudor no se siente apretado por la deuda, apenas dará gracias cuando se le perdone. Mi Dios se me ha mostrado en mis enemigos.
21. Y de estos enemigos, ¿qué dice? No los mates, para que no se olviden de tu ley. Ruega por sus enemigos, cumple el precepto. ¿Cuál es el sentido de: No te compadezcas de ninguno de los que obran la maldad, y al mismo tiempo: No los mates, para que no se olviden de tu ley? ¿Cómo es que no se compadece de ningún malvado, y al mismo tiempo no mata a ninguno de ellos, para que no olviden tu ley? Pero es que aquí habla de sus enemigos. ¿Y entonces? ¿Acaso sus enemigos practican la justicia? Si sus enemigos obran según justicia, el injusto sería él. Pero como él obra con bondad, al obrar así, está soportando la maldad de sus enemigos. La conclusión, por tanto, es que los enemigos del justo obran la maldad. ¿Cómo es que ha dicho un poco antes: No te compadezcas de ninguno de los que obran la maldad, y ahora dice, refiriéndose a sus enemigos: No los mates, para que no se olviden de tu ley? Quiere decir: No tengas una tal compasión que no te deje matar sus pecados; no mates a aquellos, cuyos pecados matas. ¿Qué es ser matado? Olvidarse de la ley del Señor. Esa es la auténtica muerte: hundirse en el abismo del pecado. Puede esto entenderse también incluso de los judíos. ¿Cómo podrá referirse a los judíos: No los mates, para que no olviden tu ley? A estos enemigos míos, los mismos que me mataron a mí, tú no los mates. Que permanezca la nación judía: es cierto que ha sido vencida por los romanos, es cierto que ha sido arrasada su ciudad; no se les permite volver a su tierra, y sin embargo los judíos siguen existiendo. Todas estas provincias han sido subyugadas por los romanos. ¿Quién distingue lo que eran antes los pueblos que forman el imperio romano, dado que todos se hicieron romanos, y todos se llaman romanos? En cambio, los judíos permanecen con su distinción; y a pesar de ser vencidos, no han sido absorbidos por sus vencedores. No sin razón está el famoso Caín, que habiendo matado a su hermano, Dios le puso una señal para que nadie lo matase63. Es esta la señal que tienen los judíos: conservan los residuos de su ley; se circuncidan, mantienen la observancia del sábado, inmolan la pascua, comen los panes ácimos. Se mantienen como judíos, no fueron exterminados, como necesarios que son a los gentiles que se han hecho creyentes. ¿Por qué? Para demostrarnos Dios su misericordia en nuestros enemigos. Mi Dios se me ha mostrado en mis enemigos. En las ramas cortadas por la soberbia demostró Dios su misericordia con el acebuche en ellas injertado. Mirad dónde yacen los que eran soberbios, mira dónde has sido injertado tú, que yacías por tierra. Así que no te ensoberbezcas, no sea que haya que cortarte. Dios mío, no los mates, para que no olviden tu ley.
22. [v.12—14] Dispérsalos con tu poder. Esto ya se ha cumplido: los judíos están dispersos por todos los pueblos, como testimonio de su iniquidad y de nuestra verdad. Ellos poseen los códices en los que se profetiza a Cristo, y nosotros poseemos a Cristo. Y puede ser que alguna vez esté dudoso algún pagano, y al citarle nosotros las profecías sobre Cristo, quede asombrado ante su evidencia, y crea en su admiración que han sido escritas por nosotros. En ese caso le probamos por los códices de los judíos que ya fue profetizado mucho tiempo antes. Mirad cómo gracias a nuestros enemigos podemos refutar a otros enemigos. Dispérsalos con tu poder; arrebátales su poder, arrebátales su fortaleza. Y retíralos, oh Señor, mi protector. Delitos son de su boca las palabras de sus labios. Que queden apresados por su soberbia. Y por la blasfemia y la mentira serán anunciadas sus consumaciones, en la cólera de la consumación, y dejarán de existir. Oscuras son estas palabras, y temo que no se os expliquen bien. Ya veo que sólo con oírlas estáis cansados. Si parece bien a vuestra Caridad, dejaremos para mañana lo que resta del salmo. El Señor me ayudará a pagaros la deuda, ya que lo prometido es más bien de lo suyo que de lo mío.