EXPOSICIÓN DEL SALMO 57

Traducción: Miguel F. Lanero, o.s.a y Enrique Aguiarte Bendímez, o.a.r.

1. [v.1.2] Las palabras que hemos cantado, deberían más bien ser escuchadas que proclamadas. La verdad grita a todos, a todo el género humano, como si estuviera reunido: Si verdaderamente habláis sobre la justicia, juzgad con rectitud, oh hijos de los hombres. ¿A qué injusto no le resulta fácil hablar de la justicia? ¿O quién, interrogado sobre la justicia, cuando él no está implicado en la causa, no es capaz de responder lo que es justo? Y sobre todo cuando la verdad, por mano de nuestro Creador, dejó escrito en nuestros corazones: Lo que no quieres que te hagan a ti, no lo hagas tú a otro1. A nadie se le permitió ignorar este principio, incluso antes de la promulgación de la Ley, para que pudieran ser juzgados también aquellos que no habían recibido la Ley. Y para que nadie se lamentase de que le faltaba algo, se escribió en tablas lo que no leían en su corazón. No es que no lo tuvieran escrito, sino que rehusaban leerlo. Se les puso ante sus ojos lo que estaban obligados a leer en su conciencia. Como por una voz de Dios venida de fuera, fue el hombre impulsado a entrar en su interioridad, según dice la Escritura: sobre los pensamientos del impío habrá un interrogatorio2. Donde hay interrogatorio es que hay ley. Pero como los hombres, ansiosos de lo que hay fuera, se han desterrado hasta de sí mismos, se promulgó también una ley escrita; no porque no estuviera grabada en los corazones, sino porque tú te habías exiliado de tu propio corazón, y así cayeras en las manos del que está en todas partes, para ser devuelto al interior de ti mismo. Entonces, ¿qué les grita la ley escrita a quienes se han distanciado de la ley grabada en sus corazones?3 Volved, prevaricadores, al corazón4. ¿Quién te ha enseñado a rechazar el que otro hombre se llegue a tu esposa? ¿Quién te ha enseñado a no querer que nadie te robe? ¿Quién a rehusar las injurias, y a todas las demás cosas que podríamos decir sea en general o en particular? Sí, hay muchas cosas sobre las que, preguntados una por una los hombres, dirán con decisión que no las quieren sufrir. Me parece bien que no quieras sufrir todo esto; ¿pero acaso estás tú solo? ¿No vives formando parte del género humano? El que fue creado contigo, es tu compañero. Y todos han sido hechos a imagen de Dios, a no ser que por las apetencias terrenas echen a perder lo que él formó. Por eso, lo que no quieres que te hagan a ti, no lo hagas tú a otro. Tienes como un mal lo que no quieres padecer; y esto te obliga a reconocer que existe una ley íntima, grabada en tu mismo corazón. Tú hacías el mal y el afectado gritaba entre tus manos. ¿Cómo no verte obligado a volver a tu corazón, cuando tengas que padecer esto de manos ajenas? ¿Es bueno el hurto? No. Te pregunto: ¿Es bueno el adulterio? Todos claman: No. ¿El homicidio es bueno? Todos gritan que lo detestan. ¿Desear alguna cosa del prójimo está bien? La voz unánime es que no. Y si todavía no lo has reconocido, mira que se acerca uno con intención de llevarse tus cosas; si te parece bien, responde lo que quieras. De hecho, cuando se les pregunta a todos sobre estas cosas, dicen a voces que no son buenas. Y ahora tratemos de las cosas benéficas, no nos quedemos sólo en las perjudiciales, sino miremos a lo que hay que dar y repartir. Dialogamos con todo el que tiene hambre: Tú pasas hambre; el otro tiene pan, pan en abundancia, hasta sobrarle; sabe que tú lo necesitas, pero no te lo da: eso no te gusta si eres tú el hambriento; pues bien, que te parezca mal cuando tú estás saciado, si sabes que otro pasa hambre. Viene a tu tierra un forastero y no se le recibe. Se pondrá a gritar que esa ciudad es inhumana, que él habría podido encontrar hospedaje más fácilmente entre los bárbaros. Le parece injusticia porque la sufre; a ti, quizá, no te parece así; pero es preciso que te sientas tú forastero, y veas cómo te podría disgustar que no te ofrecieran lo que tú, en tu tierra no has querido ofrecer al forastero. Pregunto a todos: ¿Son verdaderas estas cosas? Son verdaderas. ¿Son justas estas cosas? Son justas.

2. Pero escuchad el salmo: Si verdaderamente habláis de la justicia, juzgad con rectitud, oh hijos de los hombres. Que no sea una justicia de palabra, sino de hechos. Porque si actúas de una manera y hablas de otra, hablas bien, pero juzgas mal. Y si obras mal, ¿cómo vas a juzgar bien? Si te preguntan qué es mejor, el oro o la fe, tú no eres tan perverso y alejado de toda verdad, como para contestar que es el oro; lógicamente antepondrás la fe al oro. Has hablado según la justicia. ¿Has oído el salmo? Si verdaderamente habláis de la justicia, juzgad con rectitud, hijos de los hombres. ¿Y cómo probaré que tú no juzgas tal como hablas? Tengo ya una respuesta tuya que antepone la fe al oro. Pero ha venido un amigo tuyo de no sé dónde, que sin testigo alguno te da en depósito una cantidad de oro; sólo lo sabe él y tú, en lo que se refiere a los hombres. Porque hay allí otro testigo invisible que sí ve; un testigo que está presente, aunque no entre las cuatro paredes de la habitación, sino en la morada de vuestras conciencias. Y una vez depositado el oro, tu amigo se marcha, sin decirle nada a los suyos de esta encomienda, esperando volver y recuperar lo que le había consignado al amigo. Pero como ocurre en los acontecimientos humanos, murió durante el viaje. Tiene un heredero, ha dejado un hijo, el cual ignora lo que el padre poseía y el depósito que a ti te había dejado. Vamos, vuélvete, prevaricador, vuélvete a tu corazón, donde está grabada esta ley: Lo que no quieras que te hagan a ti, no lo hagas tú a otro. Imagina que fuiste tú el que se lo encomendaste a un amigo, sin decírselo a nadie de los tuyos, y que has muerto, dejando un hijo: ¿Qué es lo que tú querrías que el amigo le entregase? Responde, juzga la causa, en tu mente está el tribunal del juez; ahí está Dios sentado, y está presente, como acusadora, tu propia conciencia, y el temor como verdugo. Estás tratando asuntos humanos, te hallas envuelto en la humana sociedad. Piensa a ver qué es lo que quieres que tu amigo le dé a tu hijo. Sé bien lo que te va a contestar tu conciencia: juzga según lo que en ella estás oyendo. «Vamos, juzga», te dirá esa voz. Porque la voz de la verdad no se calla; no clama con los labios, pero da gritos desde el corazón; aplica el oído; estate así presente junto al hijo de tu amigo. Lo verás, quizá, como un indigente vagabundo, que ignora lo que poseía su padre, dónde lo depositó, a quién se lo encomendó. Suponte ahora que se trata de tu propio hijo, haz vivir al que despreciabas como muerto, y piénsate tú muerto para que tengas vida. Pero la avaricia nos induce a algo diverso, nos da órdenes contradiciendo a Dios. A una cosa nos impulsa Dios, a otra distinta la avaricia; una cosa en el paraíso ordenó nuestro Creador, y otra contraria, cruzándose la seductora serpiente. Ponte a pensar en tu primera caída: como consecuencia de ella morirás, tienes que pasar fatigas, comer el pan con el sudor de tu rostro, la tierra te produce espinas y abrojos5. Aprende por la experiencia lo que no quisiste aprender por el mandato. Pero la que vence es la codicia; ¿y por qué no la verdad? ¿Dónde ha quedado lo que antes hablabas? Mira que estás pensando en negarte a entregar el oro, en ocultárselo totalmente al heredero de tu amigo. Preguntaba poco ha qué es más valioso, qué es mejor, si el oro o la fe. ¿Por qué dices una cosa y haces otra? ¿Es que no temes esta voz que dice: Si verdaderamente habláis de la justicia, juzgad con rectitud, hijos de los hombres? El caso es que tú me has dicho a mí que es mejor la fe, y en tu juicio has tenido el oro como preferible. No has juzgado como hablaste; has hablado la verdad, pero tu juicio ha sido falso. Luego cuando hablabas de la justicia, no hablabas rectamente: Si verdaderamente habláis de la justicia, juzgad con rectitud, oh hijos de los hombres. Cuando me respondías sobre la justicia, me hablabas con sonrojo, no con sinceridad.

3. Pero tratemos ya el punto que nos ocupa, si os parece bien. Dulce y bien conocida por la Iglesia es aquella voz, la voz de nuestro Señor Jesucristo y la de su cuerpo, la voz de la Iglesia que sufre, que peregrina en la tierra, y vive entre peligros de quienes la maldicen y quienes la adulan. No temerás a quien te amenaza, si no tienes afecto al adulador. El autor de estas palabras, se fija y ve que todos hablan de justicia. ¿Quién rehusará pronunciarla, para no ser tenido como injusto? Y como percibiendo las voces de todos, y mirando a sus labios, les gritaba: Si verdaderamente habláis de justicia (si no habláis falsamente sobre la justicia, si los labios no pronuncian una cosa y otra se esconde en el corazón), juzgad con rectitud, oh hijos de los hombres. Escucha la propia voz del evangelio, la misma que está expresada en este salmo: Hipócritas, decía el Señor a los fariseos, ¿cómo podéis hablar cosas buenas, siendo malos? Presentad un árbol bueno, y su fruto será bueno, o bien presentad un árbol malo, y su fruto será malo6. ¿Por qué quieres blanquearte, pared enfangada? Conozco tu interior, no me engaña tu revoque; conozco tus pretensiones, sé muy bien lo que ocultas. No le hacía falta, dice el evangelista, que nadie le diera testimonio del hombre; él conocía lo que hay en el hombre7. Conocía lo que hay en el hombre el que había hecho al hombre, y se había hecho hombre para buscar al hombre. Mirad a ver si no están de acuerdo estas expresiones: Hipócritas, ¿cómo podéis hablar cosas buenas, siendo malos? Si verdaderamente habláis, pues, de justicia, juzgad con rectitud, hijos de los hombres. ¿Es que no habéis hablado justamente, cuando dijisteis: Maestro, sabemos que eres justo y no tienes acepción de personas?8 ¿Por qué escondíais el engaño en el corazón? ¿Por qué mostrabais la imagen del César a vuestro Creador, y la de él la borrabais de vuestro corazón? ¿Es que no se oyeron vuestras palabras, ni se supo perfectamente cómo juzgabais? ¿Acaso no crucificasteis al que habíais llamado justo? Si, pues, verdaderamente habláis de justicia, juzgad con rectitud, hijos de los hombres. ¿Cómo es que oigo de vuestros labios: Sabemos que eres un hombre justo, presintiendo vuestra sentencia: ¡Crucifícale, crucifícale!9? Si verdaderamente habláis de justicia, juzgad con rectitud, oh hijos de los hombres. ¿Qué fue lo que lograsteis ensañándoos contra Dios, que se había hecho hombre, y matando a vuestro rey? Porque no por haberlo matado iba a dejar de ser rey, puesto que matasteis a quien había de resucitar. Sobre el letrero, en el que se había escrito: Rey de los judíos10, en las tres lenguas, hebreo, griego y latín11, un juez hombre supo afirmar: Lo que he escrito, escrito queda12; ¿y Dios no habrá sabido decir: Lo que he escrito, escrito queda? Efectivamente, es vuestro rey: vivo, es vuestro rey; muerto, es vuestro rey. He aquí que resucitó, y en el cielo es vuestro rey. ¡Mirad que ha de venir, y ay de vosotros, porque él es vuestro rey! Seguid, pues, hablando de justicia y negaos a juzgar con rectitud, hijos de los hombres. Vosotros que no queréis juzgar justamente, seréis justamente juzgados. Vuestro rey, efectivamente, está vivo, y ya no muere más, la muerte ya no tiene dominio sobre él13. He aquí que viene; volveos, prevaricadores, a vuestro corazón14. He aquí que vendrá; corregíos antes de que venga, anticipaos a su presencia con vuestra confesión15. Mirad que viene; es vuestro rey. Recordad el título puesto en la cruz. Aunque no lo veáis escrito, no obstante permanece; en la tierra no se lee, pero sí se conserva en el cielo. ¿Pensáis que aquella inscripción se destruyó? ¿Qué es lo que dice el título de este salmo? Hacia el fin, no destruyas a David en la inscripción del título. No se destruye aquella inscripción del título. Vuestro rey es Cristo, puesto que Cristo es el rey de todos. Porque suyo es el reino, y él dominará las naciones16. Ahora bien, si él es el rey, mirad que antes de venir os dice: «Todavía estoy hablando, aún no me he puesto a juzgar; y si clamo así, con amenazas, es que no quiero herir juzgando». Si, pues, verdaderamente habláis de justicia, juzgad con rectitud, oh hijos de los hombres.

4. [v.3] Y ahora ¿qué hacéis? ¿Por qué os digo esto? Porque en la tierra estáis obrando maldades en vuestro corazón. Pero esas maldades ¿sólo en el corazón? Escucha lo que sigue: Al corazón le siguen las manos, las manos están al servicio del corazón; primero se piensa y luego se obra. Y si no se lleva a la práctica, no es por no querer, sino porque no podemos. Lo que quieres hacer, pero no puedes, Dios te lo imputa como realizado. Porque en la tierra estáis obrando maldades en vuestro corazón. ¿Y cómo sigue? Vuestras manos van enlazando maldades. ¿Qué quiere decir: van enlazando? Que de un pecado nace otro pecado, y que el pecado lleva al pecado, impulsado por el pecado. ¿Cómo es esto? Sí, uno ha cometido un robo, es un pecado; fue sorprendido por alguien, y ahora busca eliminar al que lo vio: a un pecado sigue otro pecado. Suponiendo que Dios, por un oculto designio, le permitiera matar al que ya él buscaba para matarlo; luego se da cuenta de que se conoce su delito, y planea matar al que lo conoce: ha enlazado un tercer pecado. Mientras va maquinando todo esto, quizá para no ser descubierto, o no ser declarado culpable de estos delitos, consulta a un astrólogo. Ya hay un cuarto pecado. Puede ser que el astrólogo le dé una respuesta adversa y dura; recurre entonces a un arúspice, para que su pecado sea expiado; el adivino responde que no es posible la expiación; y va en busca de un hechicero. ¿Quién podría numerar los pecados que se derivan el uno del otro? Vuestras manos van enlazando maldades. Mientras las enlazas, vas uniendo pecado a pecado: ¡Deslígate de los pecados! —Pero no puedo, me contestas. Grítale a Dios: ¡Pobre de mí! ¿Quién me librará de este cuerpo de muerte?17 Vendrá entones la gracia de Dios y sentirás placer por la bondad, como antes te deleitaba la maldad; y tú, hombre libre ya de tus ataduras, exclamarás a Dios: Rompiste mis ataduras18. ¿Qué significan estas palabras, sino que has perdonado mis pecados? Mira cómo son ataduras; responde la Escritura: Cada uno queda sujeto con las amarras de sus pecados19. No sólo ataduras, sino también son amarras. Las amarras se hacen retorciendo fibras; es esto lo que hacías enlazando unos pecados a otros. ¡Ay de aquellos —clama Isaías— que arrastran pecados como una larga maroma! ¡Ay de aquellos que arrastran pecados como una larga maroma!20 ¿Qué significa esto, sino: ¡Ay de aquellos cuyas manos van entrelazando la maldad!? Y como cada uno queda encadenado por sus propios pecados, y por sus propios pecados se castiga, por eso a los que estaban indebidamente traficando en el templo, el Señor los echó con un látigo hecho de cuerdas21. El problema es que no quieres ahora romper tus ataduras, porque no las sientes como ataduras; incluso te agradan, y te producen placer; pero las sentirás al final, cuando se diga: Atadlo de pies y manos, y arrojadlo a las tinieblas exteriores; allí será el llanto y el rechinar de dientes22. Te horrorizas, tienes miedo, te golpeas el pecho; afirmas que los pecados son malos y buena la justicia. Si, pues, verdaderamente habláis de justicia, juzgad con rectitud, hijos de los hombres. Que por vuestra vida se reconozcan vuestras palabras, y por vuestros hechos lo que hablan vuestros labios. No se os ocurra entrelazar la maldad; porque todo lo que entretejáis, se usará para sujetaros a vosotros. No escuchan, aunque algunos sí; los que no lo escuchan son conocidos de antemano.

5. [v.4] Se han alejado los pecadores desde el útero, están equivocados desde vientre materno, han dicho falsedades. Cuando hablan maldades, dicen falsedades, porque la maldad es una mentira; y cuando dicen cosas buenas, también mienten, porque con la boca profieren una cosa, y en su corazón ocultan otra. Se han alejado los pecadores desde el útero. ¿Qué quiere esto decir? Investiguémoslo con diligencia. Tal vez dice esto porque Dios conoce a los pecadores con antelación, ya desde el útero materno. En efecto, estando Rebeca todavía embarazada, y llevando gemelos en el vientre, se dijo: He amado a Jacob y odiado a Esaú23. Y también: El mayor servirá al menor. Hay ahí un misterioso juicio de Dios; sin embargo, desde el útero, es decir, desde su mismo origen se han alejado los pecadores. ¿De dónde se han alejado? De la patria feliz, de la vida feliz. ¿Se apartaron, acaso, del útero? ¿Y qué pecadores se han apartado de él? ¿Quiénes nacerían, si no hubiesen permanecido allí? ¿O quiénes vivirían hoy, para poder escuchar sin poner en práctica todo esto, si no hubieran nacido? Tal vez, quizá, se han apartado los pecadores de un cierto útero, en el que la caridad sufría dolores, expresándose así por el Apóstol: A quienes os doy a luz de nuevo, mientras Cristo se vaya formando en vosotros24. Espera, pues; déjate formar. No te arrogues un juicio que quizá no conoces. Eres todavía carnal, has sido concebido; por lo mismo que has recibido el nombre de Cristo, has nacido por un cierto sacramento en las entrañas maternas. Porque el hombre no sólo nace de las entrañas, sino también en las entrañas. Primero nace en las entrañas, para que pueda luego nacer de ellas. Por eso se dijo de María: Lo que en ella ha nacido, es obra del Espíritu Santo25. Todavía no había nacido de ella, y sin embargo ya en ella había nacido. Así pues, en las entrañas de la Iglesia nacen algunas criaturas, y es necesario que salgan ya formadas, no sea que terminen en abortos. Que te engendre la madre, que no te aborte. Si tienes paciencia, las entrañas maternas deben retenerte hasta que sea segura en ti la doctrina sobre la verdad. Pero si por tu impaciencia comienzas a golpear el seno materno, sin duda que te expulsará con dolor, pero el daño será mayor para ti que para ella.

6. Se han alejado los pecadores desde el útero, están equivocados desde el vientre materno, han dicho falsedades. ¿Han errado desde su nacimiento por haber hablado falsedades, o más bien han hablado falsamente por haber estado errados desde el vientre materno? En el seno de la Iglesia ciertamente permanece la verdad. Todo el que se haya separado de este seno de la Iglesia, necesariamente hablará con falsedad. Sí, es inevitable, insisto, que hable con falsedad el que, o no quiso ser concebido, o bien el que, una vez concebido, la madre lo ha expulsado del vientre. Por eso los herejes vociferan contra el evangelio. Hablemos ahora de ellos, ya que nos duele que hayan sido abortados. Nosotros les insistimos: Mirad que Cristo dijo, Era necesario que Cristo padeciese y resucitase de entre los muertos al tercer día. Yo veo ahí a nuestra cabeza, veo ahí a nuestro esposo; reconoce tú también conmigo a la esposa. Pon atención a lo que sigue: Y era necesario predicar en su nombre la conversión y el perdón de los pecados a todas las naciones, comenzando por Jerusalén26. Ven acá, ven acá. Mira que la Iglesia está extendida por todas las naciones, comenzando por Jerusalén; no soy yo el que digo: Ven acá; es ella misma la que a ti viene. Pero ellos, haciéndose sordos contra el evangelio, no nos permiten leerles la palabra de Dios, que se jactan de haber librado de las llamas, pero que quieren destruir con la lengua. Dicen sus propias doctrinas, hablan cosas insensatas: Que si aquel entregó, y aquel otro también entregó las Escrituras. Pero yo también te puedo replicar: Y aquel, y aquel otro también las entregaron; y estoy diciendo la verdad. Pero ¿qué me importa esto? Ni tú me lees del evangelio los que estás nombrando, ni yo tampoco he tomado del evangelio los que he nombrado. Quitemos de en medio nuestros escritos, y que el centro lo ocupe el libro de Dios. Escucha a Cristo que habla, escucha a la verdad que dice: Predíquese en su nombre la conversión y el perdón de los pecados por todos los pueblos, empezando por Jerusalén. «No», dicen ellos; «Escuchad más bien lo que nosotros decimos; no queremos oír lo que dice el evangelio». Sí, se han extraviado los pecadores desde el útero, están equivocados desde el vientre materno, han dicho falsedades. Digamos nosotros la verdad, porque lo que hemos oído es la verdad; lo que dice el Señor, no lo que el hombre dice. Puede ser que el hombre mienta, pero no es posible que mienta la verdad misma. Por boca de la verdad reconozco a Cristo, que es la verdad personificada; por boca de la verdad reconozco la Iglesia, partícipe de la verdad. Que no me hable falsedades en las entrañas de la Iglesia nadie que esté equivocado desde el seno materno: antes tendría que ver qué es lo que me quiere enseñar. Veo a uno extraviado desde el útero, lo veo equivocado desde el vientre materno: ¿qué voy a oír de él, sino falsedades? Están equivocados desde el vientre materno, han dicho falsedades.

7. [v.5.6] Su indignación se parece a la de la serpiente. Vais a oír una gran cosa. Su indignación se parece a la de la serpiente. Y como si le hubiéramos preguntado: ¿Qué has dicho? continúa el salmista: Como la (indignación) de la víbora sorda. ¿Por qué sorda? Y que cierra sus oídos. Es sorda porque cierra sus oídos. Y que cierra sus oídos, y que no obedece la voz de los encantadores y del medicamento que el sabio les ha medicado27. Como hemos oído, esto lo dicen los hombres, que han aprendido estas cosas con el conocimiento que les ha sido posible, aunque realmente es el Espíritu de Dios quien las conoce mucho mejor que todos los hombres. No en vano dijo esto, sino porque puede darse el caso de que sea verdad lo que hemos oído de la víbora. Cuando la víbora comienza a sentir la influencia del hechicero marso, que la va atrayendo con ciertos cánticos especiales, como también hay otras muchas magias, escuchad lo que hace. Pero mientras tanto, fijaos en esto, hermanos; conviene decirlo antes, para prevenir las perplejidades que a alguien le puedan surgir al escucharlo. Cuando se propone una semejanza en la Escritura, no siempre se alaba el tema que allí se trata, sino que se aduce solamente como una semejanza. Por ejemplo, no alaba al juez injusto que se negaba a escuchar a aquella viuda, y que no temía a Dios ni respetaba a los hombres; sin embargo el Señor ofrece allí un ejemplo28. Ni tampoco alabó a aquel perezoso que por fin dio tres panes no por amistad, sino por aburrimiento, ante la insistencia del que se los pedía. Y sin embargo aprovechó esa imagen29. Así que también se aprovechan algunas semejanzas de las realidades que no son laudables, valiéndose de un determinado método. Y si pensáis por ello que se debe acudir a los hechiceros marsos, por haber escuchado este episodio en la Escritura, habrá también que acudir a los espectáculos teatrales, puesto que dice el Apóstol: No practico el pugilato como quien golpea al aire; el pugilato es entrar en lucha. Y por habernos aducido esta comparación, ¿deberemos complacernos en estos espectáculos? O porque dijo también: El atleta, cuando compite, se priva de todo30, ¿ya por eso deberá el cristiano estar interesado en estas competiciones vanas y ridículas? Fíjate en lo que se te dice como semejanza, y qué se te recomienda como prohibición. Así es como se ofrece aquí la semejanza tomada del hechicero marso, que encanta a la víbora para sacarla de su oscura caverna: cierto que la quiere sacar a la luz; pero ella prefiere estar envuelta en sus tinieblas para esconderse, y según dicen, cuando se niega a salir, y no quiere percibir aquellas voces por las que se siente atraída, pega un oído a la tierra, y tapa el otro con la cola, y así, evitando en lo posible aquellas voces, no sale al encuentro del hechicero. A esta víbora dijo el Espíritu de Dios que se parecen algunos que no prestan oído a la palabra de Dios, y no sólo no la practican, sino que se niegan en absoluto a prestarle atención.

8. Esto ocurrió ya en los primeros tiempos de la fe. El mártir Esteban predicaba la verdad, y para sacar a la luz aquellas tenebrosas mentes, causaba en ellas como un encanto; pero cuando les recordó a Cristo, a quien ellos de ninguna manera quisieron escuchar, ¿qué dice de ellos la Escritura? ¿Qué nos cuenta de ellos? Que se taparon los oídos. Qué fue lo que perpetraron después, lo declara el relato de la pasión de Esteban. No eran sordos, se hicieron los sordos. Y como no tenían abiertos los oídos del corazón, al irrumpir con fuerza la palabra por los oídos carnales, forzaban incluso a los oídos del corazón; por eso cerraron los oídos corporales y se pusieron a apedrearlo31. No oyeron la voz del encantador ni el medicamento que el sabio les había medicado. ¿Qué quiere decir esto del medicamento medicado por el sabio? Tal vez le llama así al medicamento ya preparado ¿O es que buscamos algo más? De hecho, un medicamento se puede entender como algo ya preparado. En los profetas ya había medicamentos, los había en la Ley, los mismos mandamientos eran todos medicamentos. Y sin embargo este medicamento no estaba todavía medicado: fue con la venida del Señor, como se hizo medicinal el medicamento; esto no lo pudieron ellos preparar. Y porque con este medicamento no se podían curar, el medicamento se hizo curativo con la venida del Señor. Esteban ya encantaba con medicamento medicado, pero ellos no le quisieron escuchar ese encanto; se taparon los oídos contra este medicamento curativo. Así hicieron cuando fue nombrado Cristo. Su indignación fue como la indignación de la serpiente. ¿Por qué tapáis vuestros oídos? Esperad y poned atención; y luego, si podéis, ensañaos contra Esteban. Y como no pretendían más que ensañarse, no pusieron atención. Si hubieran atendido, probablemente se habrían calmado. Su indignación fue como la indignación de la serpiente.

9. Ahora tenemos también que soportar a estos sordos. Primeramente les parecía que poseían la verdad; pero Dios no cesó, no se quedó inmóvil. La verdad ha sido predicada en su Iglesia; en sus entrañas maternas se han manifestado las mentiras de estos herejes. Lo que brilla se pone de manifiesto; quedó a la vista la ciudad edificada sobre el monte, la cual no se puede esconder, y quedó a la vista la lámpara puesta sobre el candelabro, alumbrando a todos los de la casa32. ¿Dónde, entonces, se esconde la Iglesia de Cristo? ¿Dónde se oculta la verdad de Cristo? ¿No es él el monte, crecido de la más pequeña piedra, que llenó toda la superficie de la tierra?33 Esto para ellos son pruebas irrefutables, y no tienen que decir nada contra la Iglesia. ¿Y qué es lo que les ha quedado? «¿Por qué nos buscáis?», dicen ellos, «¿Qué queréis de nosotros? ¡Apartaos de nosotros!». Y también, refiriéndose a nosotros, dicen a sus seguidores: «Que nadie hable con ellos, nadie se les acerque, que nadie los escuche». Su indignación es como la de las serpientes: Como la de la víbora sorda, que se tapa los oídos, que no escucha la voz de los encantadores y del medicamento (es decir, la voz del medicamento) medicado por el sabio. Porque ya vino Cristo, que dio cumplimiento a la Ley y los profetas34, que estableció claramente la verdad: de cuyos dos preceptos depende toda la Ley y los profetas.

10. ¿Buscamos quizá algún significado en el hecho de que la víbora, según se dice, cierra sus oídos, apretando el uno contra la tierra, y tapando el otro con la cola? ¿Qué significado tiene esto? Por cola entendemos, sin duda, lo último, lo de atrás; y por ello conviene darle la espalda al pasado, y encaminarnos a lo que se nos promete; luego no nos debemos complacer en nuestra vida pasada ni tampoco en la presente. Esto nos lo sugiere el Apóstol, cuando dice: ¿Qué fruto habéis cosechado de aquellas cosas, de las que ahora os avergonzáis?35 Nos invita a apartarnos del recuerdo complaciente de las cosas pasadas, para que no nos dejemos llevar del deseo de disfrutarlas, volviendo así con el corazón a la cautividad de Egipto. ¿Y de las cosas presentes? ¿Cómo nos exhorta a despreciarlas también? No mirando, dice, lo que se ve, sino lo que no se ve. Lo que se ve es temporal; lo que no se ve es eterno36. Y dice, además, de la vida presente: Si sólo en esta vida tenemos puesta nuestra esperanza en Cristo, somos los más dignos de compasión de todos los hombres37. Olvídate, por tanto, de las cosas pasadas, en las que viviste mal; desprecia el presente, en el que vives de transitoriamente, no sea que te apegues a él, y te impida llegar a las realidades futuras. Si te deleita la vida presente, ya has pegado el oído a la tierra; y si te complaces en tu vida pasada, que también se ha deslizado y quedado atrás, has tapado tu oído con la cola. Debes, pues, moverte hacia la luz, salir de las tinieblas, habiendo oído la voz del medicamento medicado por el experto, y así, caminando en la luz, digas lleno de alegría: Olvidándome de lo que quedó atrás, me lanzo a lo que está por delante38. No dice: Olvidándome de lo que quedó atrás, y deleitándome en el presente. Al decir: olvidándome de lo que quedó atrás, no se tapó el oído con la cola; y cuando dice: Me lanzo a lo que está por delante, no se hizo sordo ni a las realidades futuras ni a las presentes. Con razón oye, predica, se alboroza su legua, predicando la verdad en la luz nueva, desprendido de la vieja túnica. Para esto sirve la astucia de la serpiente, cuya astucia nos mandó imitar el Señor. Así dice: Sed astutos como serpientes. ¿Qué es astutos como serpientes? Ofrece todos tus miembros al que te golpea, mientras conserves intacta la cabeza. La cabeza del varón es Cristo39. Pero resulta gravoso como el peso de un cierto cuero, o la vejez del hombre viejo. Escucha al Apóstol: desnudándoos del hombre viejo, revestíos del nuevo40. ¿Y cómo me despojo yo, dirás, del hombre viejo? Imita la astucia de la serpiente. ¿Qué hace la serpiente para despojarse de sus viejas escamas? Se contrae y pasa por un estrecho agujero. ¿Y dónde encontraré, replicas, el estrecho agujero? Escucha: Estrecho y angosto es el camino que lleva a la vida, y pocos son los que transitan por él41. ¿Te asusta este camino, y no quieres transitarlo, porque son pocos los que caminan por él? Ahí es donde tienes que dejar la vieja túnica, ya que en otro lugar no es posible. Ahora bien, si prefieres que te estorben, que te pesen, que te opriman tus viejos hábitos, no vayas por la vía angosta. Si te encuentras cargado con una cierta vejez de tu pecado y de la vida pasada, por ahí no puedes pasar. Y puesto que el cuerpo corruptible oprime al alma42, hay que evitar que nos opriman las inclinaciones corporales, o desnudarse de los deseos carnales. ¿Y cómo desnudarse de ellos, si no caminas por la vía estrecha, si no tienes la astucia de la serpiente?

11. [v.7] Dios les rompió sus dientes en la boca. ¿La boca de quiénes? De aquellos cuya ira es como la de la serpiente, y como la de la víbora que tapa sus oídos para no percibir la voz del encantador, y del medicamento medicado por el sabio. ¿Qué les ha hecho a estos el Señor? Les rompió sus dientes en la boca. Así ha pasado; y esto sucedió al principio, y sucede ahora. Pero sería suficiente, hermanos míos, con decir: Dios les rompió sus dientes. ¿Por qué añade en la boca? No querían los fariseos oír la Ley, no querían oír de Cristo los preceptos de la verdad, eran semejantes a la serpiente y a la víbora. Se complacían en sus pecados pasados, y no querían dejar su vida presente, es decir, cambiar los gozos terrenos por los eternos. Se tapaban un oído con la complacencia en el pasado, y el otro con el placer del presente: o sea, que no querían oír. Y si no, ¿de dónde procede aquella afirmación: Si le dejamos libre, vendrán los romanos y nos destruirán el lugar santo y la nación?43 Cierto que no querían perder aquel lugar: tenían su oído pegado a la tierra: por eso no quisieron oír aquellas palabras medicadas por el sabio. Se decía de ellos que eran avaros y aficionados al dinero; toda su vida, incluyendo su vida pasada, la describió el Señor en el evangelio. Quien lea con atención el evangelio, encontrará por qué tenían tapados ambos oídos. Ponga atención vuestra Caridad: ¿Qué fue lo que hizo el Señor? Les rompió sus dientes en la boca. ¿Por qué dice en la boca? Para que las palabras de su boca se volvieran contra ellos: les obligó a dictar con su propia boca la sentencia en su contra. Querían acusarlo por el tema del tributo al César. Pues bien, él no les contestó si era lícito o no pagar el tributo. Quería destrozarle los dientes con los que ellos estaban rabiosos por morderle; pero lo quiso hacer en su propia boca. Si hubiera dicho: «Sí, páguese el tributo al César», le habrían acusado de humillar al pueblo judío, haciéndolo tributario. De hecho, por su pecado pagaban, humillados, el tributo, según había sido ya predicho en la Ley. «Si nos manda pagar el tributo», dijeron, «lo arrestamos por maldecir a nuestra nación. Pero si llega a decir: No paguéis, lo arrestamos por ponerse contra nosotros, que somos sumisos al César». Esta doble trampa le pusieron al Señor, como para hacerle caer en ella. Pero ¿con quién se encontraron? Con quien sabía romper los dientes en su propia boca. Mostradme la moneda del tributo, les dijo. ¿Por qué me tentáis, hipócritas? ¿Estáis dudosos sobre el pago del tributo? ¿Queréis obrar con justicia? ¿buscáis un consejo sobre la justicia? Si en verdad habláis de justicia, juzgad con rectitud, hijos de los hombres. Pero ahora habláis una cosa y juzgáis otra: sois unos hipócritas; ¿por qué me tentáis? Voy a romperos los dientes en vuestra propia boca: mostradme una moneda. Y se la presentaron. Jesús no dijo: Es del César; sino que les pregunta: ¿De quién es?, para que sus dientes se pulverizaran en su propia boca. Preguntándoles él de quién era la imagen del denario y su inscripción, le dijeron que del César. Con esta respuesta les rompe los dientes en su propia boca. Ya habéis respondido, ya habéis roto vuestros dientes en vuestra propia boca. Dad al César lo que es del César, y a Dios lo que es de Dios44. El César busca su imagen, ¡devolvédsela! Dios busca la suya, ¡devolvédsela! Que el César no pierda su moneda por causa vuestra; que Dios no vaya a perder la suya que está en vosotros. Y ellos no encontraron qué responderle. Fueron enviados para acusarlo, y volvieron diciendo que nadie le pudo responder. ¿Por qué? Porque sus dientes estaban destrozados en su propia boca.

12. Algo parecido quieren también decir aquellas palabras: ¿Con qué poder haces estas cosas? Yo también os voy a hacer una pregunta; respondedme. Y les preguntó sobre Juan: de dónde procedía el bautismo de Juan, si del cielo, o de los hombres. Cualquiera que fuese la respuesta, se volvería contra ellos. No quisieron responder, «De los hombres», temiendo ser lapidados por los que tenían a Juan como profeta; y decir, «Del cielo», peor todavía, pues sería reconocerlo a él mismo como el Mesías, puesto que Juan lo había predicado como el Mesías. Acorralados por ambos lados, de una parte y de otra, ellos, que tramaban acusarle de un crimen, respondieron ser ignorantes: No lo sabemos45. Preparaban una calumnia cuando le preguntaron: ¿Con qué poder haces estas cosas? De forma que si él respondía: «Yo soy el Mesías», arremeterían contra él, tachándole de arrogante, soberbio y sacrílego. No quiso decir que era el Mesías, sino que les preguntó sobre Juan, que había dicho que él era el Mesías. Ellos no se atrevieron a censurar a Juan, por temor a que el pueblo los matase; tampoco se atrevieron a decir que Juan había dicho la verdad, para que no se les replicase: entonces creedle. Enmudecieron, dijeron que no lo sabían; eran ya incapaces de morder. ¿Y por qué? Ya se os ocurre a vosotros por qué: sus dientes habían sido rotos en su propia boca.

13. El Señor desagradó al fariseo aquel que lo había invitado a comer, por habérsele acercado a sus pies la mujer pecadora; y lo criticó diciendo: Si este fuera profeta, sabría qué clase de mujer se le ha acercado a sus pies. ¡Eh, tú, que no eres profeta!, ¿de dónde sabes que él ignora quién es la mujer que se le ha acercado a sus pies? Sospechaba esto del Señor, porque [Jesús] que se alegraba en su corazón, no observaba los ritos de purificación de los judíos, aquellos ritos que ellos cumplían exteriormente en su cuerpo. Pero el Señor, que conocía los pecados de la mujer, también escuchaba los pensamientos de su anfitrión, y le respondió lo que ya sabéis. Y, para no extenderme más, también en esta ocasión quiso romperle los dientes en su propia boca. Esta proposición le hizo: Había dos deudores del mismo acreedor: uno le debía quinientos denarios, y el otro cincuenta. Ninguno de ellos tenía con qué pagar; y les perdonó a ambos la deuda. ¿Quién de los dos le amará más? Le pregunta para que responda, y su respuesta es para que sus dientes sean despedazados en su boca. Respondió confundido y quedó excluido; en cambio aquella mujer, que había entrado en casa ajena, aunque no se había acercado a un Dios ajeno, fue admitida y recibió misericordia46. El Señor les rompió los dientes en su boca.

14. El Señor quebró las muelas de los leones. No sólo de las víboras. ¿Y qué decir de las víboras? Las víboras buscan insidiosamente inocular el veneno, esparcirlo e inyectarlo silbando. Las turbas claramente se ensañaron, y rugieron como leones. ¿Por qué se amotinaron las naciones, y los pueblos planearon cosas inútiles?47 Cuando ponían asechanzas al Señor, preguntándole: ¿Es lícito pagar tributo al César o no? Eran víboras, eran serpientes; sus dientes fueron quebrados en sus bocas. Después gritaron: ¡Crucifícalo, crucifícalo!48; aquí ya no se trata de la lengua de la víbora, sino del rugido del león. Pero también el Señor quebró las muelas de los leones. Quizá aquí no carece de sentido el no añadir «en su boca». Porque al ponerle trampas con preguntas capciosas, ellos mismos, en sus respuestas quedaban derrotados; en cambio, los otros que abiertamente se ensañaban, ¿podrían ser convencidos con preguntas? Sin embargo les fueron quebradas sus muelas: el crucificado resucitó y ascendió al cielo. Cristo fue glorificado, y ahora es adorado por todas las naciones, es adorado por todos los reyes. Que se ensañen ahora los judíos, si pueden. No, no se ensañan. El Señor quebró las muelas de los leones.

15. Así mismo con los herejes tenemos una prueba y un ejemplo de esto. Vemos que ellos también son serpientes ensordecidas por la indignación, que se niegan a oír el medicamento medicado por el sabio; y en su boca les rompió el Señor sus dientes. ¡Cómo se ensañaban contra nosotros, ultrajándonos como si fuésemos sus perseguidores, y como si los hubiéramos expulsado de las basílicas! Pregúntales ahora: ¿deben ser excluidos los herejes de las basílicas, o no? Que respondan ahora. Que digan que no se debe: los maximianistas reclaman la devolución de las basílicas. Y para que no las recuperen, dicen que se debe expulsar de ellas a los herejes. ¿Qué es entonces lo que decíais contra nosotros? ¿O es que vuestros dientes han sido quebrados en vuestra boca? ¿Qué tenemos nosotros que ver, dicen ellos, con los reyes, ni con los emperadores? Vosotros sí que presumís de vuestra relación con los emperadores. Y yo a mi vez pregunto: ¿Qué tenéis que ver vosotros con los procónsules, enviados por los emperadores? ¿Tenéis algo que ver con las leyes que contra vosotros promulgaron los emperadores? Los emperadores que están en comunión con nosotros han promulgado leyes contra todos los herejes; y llaman herejes a todos los que no están en comunión con ellos, entre los cuales no hay duda que estáis vosotros. Si son leyes verdaderas, han de servir también contra vosotros, herejes; y si son leyes falsas, ¿cómo es que tienen valor contra vuestros herejes? Hermanos, fijaos un poco, y comprended lo que acabo de decir: cuando los donatistas presentaron sus causas contra los maximianistas, condenados y declarados herejes por ellos, para que fueran arrojados de los templos que poseían desde antiguo, y cuyos obispos habían sucedido a sus predecesores; queriendo ellos expulsarlos de allí, necesitaron leyes públicas y acudieron a los jueces; dijeron que eran católicos, para poder expulsar a los herejes. ¿Por qué te dices católico, para expulsar al hereje, y no te haces católico, para no ser expulsado tú, como hereje? Resulta que ahora eres católico, para poder arrojar al hereje. El juez, claro, no puede juzgar más que por sus leyes. Afirmaron ser católicos: su denuncia fue admitida para llevar adelante la causa; acusaron a los otros de herejes; y al pedirles pruebas el juez, le leyeron las decisiones del concilio Bagaitano, en el que fueron condenados los maximianistas; fue insertado en las actas proconsulares, quedó demostrado que los herejes, una vez condenados, no debían poseer basílicas, y el procónsul dictaminó según la ley. ¿Según qué ley? La que se había promulgado contra los herejes. Y si fue contra los herejes, lo fue también contra ti. «¿Y por qué contra mí»?, me dices. «Yo no soy hereje». Bien, si tú no eres hereje, esas leyes son falsas; porque han sido promulgadas por los emperadores que no son de tu comunión. A todos los que no son de su comunión, los llaman ellos herejes. A mí me dices, «no me importa si son falsas o verdaderas». Bueno, dejemos a un lado esa cuestión, si todavía existe; pero mientras tanto, siguiendo tu procedimiento, te voy a preguntar ahora: ¿Son leyes auténticas, o son leyes falsas? Si son verdaderas, hay que acatarlas. Y si son falsas ¿por qué las utilizas? Dijiste al Procónsul: «Yo soy católico, expulsa al hereje». Preguntó él cómo se prueba que el otro es hereje; le adujiste los documentos de tu concilio, le mostraste que lo habías condenado. Y él, sea por connivencia contigo, sea porque no entendió, aplicó la ley como juez, y lograste del juez lo que no quieres que se haga contigo. Si el juez aplicó la ley del emperador por sugerencia tuya, ¿por qué tú no te sirves de ella para tu corrección? Fíjate que él expulsó a tu hereje siguiendo la ley de tu emperador; ¿por qué te resistes a que según la misma ley te expulse también a ti? Volvamos a vuestros hechos: las basílicas eran poseídas por los maximianistas, y ahora las tenéis vosotros; fueron excluidos de ellas los maximianistas. Sí, constan las órdenes de los procónsules, constan las actas de los gestores; son bien recibidos los ordenanzas, se convulsionan las ciudades, son arrojadas las personas de sus templos. ¿Por qué? Porque son herejes. ¿En virtud de qué ley son arrojados? ¡Responde! Veamos si aún no se os han quebrado los dientes en vuestra boca. ¿Es falsa la ley? Entonces tampoco valdrá contra tu hereje. ¿Es verdadera? En ese caso tendrá vigencia también contra ti. No saben qué responder: El Señor les ha quebrado los dientes en su boca. Por eso, como no pueden deslizarse, como víboras, por la resbaladiza senda de la mentira, con manifiesta violencia rugen como leones. Irrumpen entre la gente las turbas armadas de los circunceliones con toda clase de crueldades; causan los estragos que pueden, y hasta donde pueden. Pero también ahora el Señor quebró las muelas de los leones.

16. [v.8] Desaparezcan como agua que fluye. No os asusten, hermanos, ciertos ríos, llamados torrentes; van rebosantes de agua en invierno; no les tengáis miedo; poco después pasan, el agua se escurre, por un tiempo hacen ruido, pronto cesarán; no pueden durar mucho. Numerosas herejías ya han muerto: se fueron deslizando por sus arroyos el tiempo que pudieron; se secaron los arroyos, apenas queda recuerdo de ellos, ni de su existencia. Desaparezcan como agua que fluye. Pero no sólo ellos: todo este mundo durante un tiempo hace ruido, y busca quien le siga. Que no os asusten todos los impíos, todos los soberbios, que como torrentes irrumpen y confluyen con estrépito contra la roca de su soberbia. Son aguas invernales, no estarán para siempre. Necesariamente afluirán a su lugar, a su término. Y sin embargo de este torrente del mundo se empapó el Señor: aquí padeció, y de este torrente bebió; pero bebió de pasada, estando en camino, porque no se detuvo en la senda de los pecadores49. Pero ¿qué dice de él la Escritura? En su camino beberá del torrente, por eso levantará la cabeza50; es decir, fue glorificado porque murió; y por eso resucitó, porque sufrió la pasión. Si en su camino no hubiera bebido del torrente, no habría muerto; y sin morir no habría resucitado; y si no hubiera resucitado, no habría sido glorificado. Por tanto, en su camino beberá del torrente, por eso levantará la cabeza. Nuestra cabeza ha sido ya levantada, síganle sus miembros. Desaparezcan como agua que fluye. Tensa su arco hasta que se debiliten. Las amenazas de Dios no cesan: el arco de Dios son sus amenazas. Se tensa el arco, todavía no hiere. Tensa su arco hasta que se debiliten. Muchos, atemorizados por la tensión de su arco, se han debilitado. Esto fue lo que provocó el debilitamiento de aquel que dijo: ¿Qué quieres que haga? Yo soy, se le responde, Jesús Nazareno, a quien tú persigues51. El que le llamaba desde el cielo tensaba el arco. Y así, muchos que fueron enemigos, perdieron su fuerza, y no quisieron erguir por más tiempo sus cabezas contra la persistencia del arco en tensión. Fue así como se debilitó aquel que, para que no tengamos miedo en debilitarnos, dijo: Cuando soy débil, entonces soy fuerte. Y al pedir que se le apartase aquel aguijón de la carne, ¿cuál fue la respuesta? La fortaleza se perfecciona en la debilidad52. Tensa el arco hasta que se debiliten.

17. [v.9] Desaparecerán como cera que se derrite. Tú ibas a decir: No todos sufren debilidad como yo para creer; muchos perseveran en sus maldades y en su malicia. Tampoco temas a estos: Desaparecerán como cera que se derrite. No van a ser tus enemigos, no van a durar mucho: serán devorados por ese fuego de sus deseos. Porque aquí hay un cierto castigo escondido; a él se va a referir el salmo hasta el final. Son unos pocos versículos, estad atentos. Hay un castigo, el fuego del infierno, el fuego eterno, porque el castigo futuro es de dos clases. Uno el de los infiernos, donde estaba ardiendo aquel rico que suspiraba por una gota de agua que le cayese en la lengua del dedo del pobre, a quien a su puerta lo había despreciado. Así se expresaba: Porque me torturan estas llamas53. Y el otro el que tendrá lugar al final de los tiempos, cuando los que sean puestos a la izquierda, tendrán que oír: Id al fuego eterno, que fue preparado para el diablo y sus ángeles54. Estas penas tendrán su manifestación al fin de esta vida, o bien al fin del mundo, cuando llegue la resurrección de los muertos. Por tanto, ¿es cierto que ahora no hay castigo alguno, y Dios deja los pecados absolutamente impunes, hasta que llegue ese día? No, también aquí en esta vida hay un cierto castigo oculto; de él precisamente estamos tratando ahora. El Espíritu Santo nos lo quiere poner de relieve; sepamos entenderlo, sepamos temerlo, sepamos evitarlo, y así no caeremos en los otros castigos mucho más terribles. Quizá alguien me diga: También aquí hay castigos: cárceles, destierros, torturas, muertes, diversas clases de dolores y tribulaciones. No hay duda que los hay, aplicados según el designio de Dios. Pero muchos de ellos son una prueba, y otros muchos un castigo. Y hay veces que vemos a los justos sumidos en estos sufrimientos, y libres de ellos a los malvados; de ahí que le vacilaron los pies a aquel que luego se alegra diciendo: ¡Qué bueno es el Dios de Israel con los rectos de corazón! Pero mis pies por poco dieron un tropezón, porque envidiaba a los pecadores, viendo la paz de que disfrutaban. Veía la felicidad de los malvados, y le había apetecido ser malo, viendo que los malos triunfaban, que les iba bien, que abundaban en toda clase de bienes temporales, bienes que él, ya desde niño, deseaba obtener del Señor; y sus pies le tambalearon hasta que vio lo que había que esperar o temer al final de la vida. Se dice, por eso, en el mismo salmo: He aquí un desafío para mí, hasta que entre en el santuario de Dios y comprenda las cosas últimas55. No se trata, pues, de las penas del infierno, ni de las penas de aquel fuego eterno que tendrá lugar después de la resurrección, ni tampoco de los sufrimientos que todavía en este mundo padecen tanto justos como pecadores, y con frecuencia más intensos los justos que los pecadores; lo que no sé es qué sufrimiento de la vida presente quiso destacar el Espíritu de Dios. Poned atención, me oiréis decir algo que ya conocíais; pero se hace más agradable cuando se explica en un salmo que se pensaba oscuro antes de explicarlo. Voy, pues, a mostraros lo que ya sabíais; pero como os lo muestro desvelándolo de donde aún no lo veíais, vais a disfrutar de él como si fuese algo nuevo. Mirad cuál es el castigo de los malvados: Desaparecerán, dice, como cera derretida. Ya os dije que todo esto era por sus ambiciones. El mal deseo es como el ardor del fuego. El fuego consume el vestido; y el deseo del adulterio ¿no va a consumir el alma? Cuando la Escritura habla de la intención adulterina, dice: ¿Puede uno recoger fuego en su seno, sin quemar sus vestidos? Si llevas brasas en tu regazo, queda perforada la túnica; si en tu pensamiento tramas el adulterio, ¿va a quedar intacta tu alma?56

18. Pero estos castigos internos son pocos los que los ven; y he ahí por qué el Espíritu Santo los quiere resaltar de modo especial. Mira lo que dice el Apóstol: Dios los entregó a las apetencias de su corazón. He aquí el fuego, en cuya presencia se derretirán como cera: se desligan de una cierta perseverancia en la castidad; van en pos de sus liviandades, y se les llama disolutos y flojos. ¿Por qué disolutos? ¿Por qué flojos? Por el fuego de sus apetitos. El Señor los entregó a las apetencias de su corazón, para que rebosantes de toda maldad, realicen lo que no les conviene. Y va enumerando muchos actos que son pecado, y dice también los castigos de esos pecados. El primero que nombra es la soberbia; o mejor, no lo llama castigo, sino que pone la soberbia como el primer pecado. La soberbia es el primer pecado, y el último castigo el fuego eterno, o fuego del infierno, el de los ya condenados. Entre ese primer pecado y la última pena, hay algunos intermedios, que son pecados y penas a la vez. Tan grandes son los pecados cometidos por ellos, tan detestables son, que no obstante el Apóstol los llama castigos. Por eso, dice, Dios los entregó a las apetencias de su corazón, hasta una inmundicia tal que hacen lo que no conviene. Y para que nadie pensase que había de ser torturado con las mismas penas que ahora le causa placer, sin temer lo que llegará al final, recordó el último castigo: Habiendo conocido la justicia de Dios, dice, no comprendieron que los que realizan tales cosas son dignos de muerte; y no sólo quienes las ponen en práctica, sino también quienes las aprueban. Los que tales cosas realizan son dignos de muerte. ¿Qué cosas son estas? Las que más arriba enumeró entre los castigos; pues Dios, dice, los entregó a las apetencias de su corazón, para que realizaran lo que no conviene. Ser un adúltero es ya un castigo; ser un mentiroso, un avaro, un defraudador, un homicida, son ya castigos. ¿Castigos de qué pecado? De la primera apostasía, de aquella soberbia: El comienzo del pecado del hombre es apostatar de Dios; y también: El principio de todo pecado es la soberbia57. Por eso, antes habló del pecado como tal: Ellos, habiendo conocido a Dios, no lo glorificaron como a Dios, ni le dieron gracias; sino que se ofuscaron en sus razonamientos, y se entenebreció su insensato corazón. Ya vemos cómo es un castigo la oscuridad del corazón. ¿Y cuál es su origen? Diciendo que eran sabios, se volvieron necios58. Porque decían que era suyo lo que habían recibido de Dios; o si lo supieron, no glorificaron a aquel de quien sabían haberlo recibido; esto es lo que significa: Dijeron que eran sabios. Y allí inmediatamente le sigue el castigo: Se volvieron necios y se entenebreció su insensato corazón. Dijeron ser sabios y se volvieron necios. ¿Es pequeña esta pena? Si alguien, al cometer un robo perdiera allí mismo un ojo, todos dirían que recibió un justo castigo de Dios, que estaba allí presente. Pierde el ojo del corazón, ¡y se cree que Dios lo ha perdonado! Desaparecerán como cera que se derrite.

19. Les cayó fuego encima, y no vieron el sol. Ya veis cómo se refiere a un cierto castigo de oscuridad. Les cayó fuego encima: el fuego de la soberbia, un fuego humeante, el fuego de la concupiscencia, el fuego de la ira. ¿Cuán grande es este fuego? Aquel sobre el que caiga, no verá el sol. De ahí que se dijo: que no se ponga el sol sobre vuestra ira59. Así que, hermanos, temed el fuego de los malos deseos, si no queréis derretiros como cera, y perecer lejos de la presencia de Dios. Porque este fuego cae de arriba, y ya no veréis el sol. ¿A qué sol se refiere? No a este sol que ves tú, y las bestias, y las moscas; el sol que ven buenos y malos, puesto que Dios hace salir su sol sobre buenos y malos60. Hay otro sol, del que dirán ellos: El sol no salió para nosotros. Todas aquellas cosas pasaron como una sombra. Luego nos hemos extraviado del camino de la verdad, y no nos ha brillado la luz de la justicia, ni nos ha salido el sol a nosotros61. ¿Por qué, sino porque les cayó fuego encima, y no vieron el sol? Les vencieron los apetitos carnales. Y estos apetitos ¿de dónde proceden? Poned atención. Naciste de un brote que te hace llevar contigo algo que debes vencer: no te acumules más enemigos, vence el que ya traes de nacimiento. Con él entraste en el estadio de esta vida. Y sin haberlo vencido, ¿por qué excitas el tropel de las apetencias carnales? El placer carnal, hermanos, nace con el hombre. Pero el que está bien instruido, enseguida descubre a su enemigo, lo ataca, lo combate y pronto lo vence, puesto que tiene fuerzas para ello, mientras sus enemigos no hayan crecido. Pero el que no se preocupa de dominar esas apetencias carnales con las que nació de la estirpe del pecado, y todavía excita y desencadena otras muchas sensualidades, difícilmente las superará, está divido contra sí mismo, se abrasa en su propio fuego. Por lo tanto no vayas a pensar que sólo existen aquellas penas futuras; pon atención a las presentes. Les cayó fuego encima y no vieron el sol.

20. [v.10] Antes de que broten vuestras espinas de la zarza, los absorberá como a vivientes, como en un arrebato de ira. ¿Qué es la zarza? Una planta espinosa, toda ella cubierta de espinas. Al principio es una hierba, y como tal es tierna y hermosa; pero en ella brotarán más tarde las espinas. Y de momento los pecados causan placer, no punzan todavía. Esa hierba es una zarza, y ya es espinosa. Antes de que broten las espinas de la zarza: antes de que los miserables placeres y deleites produzcan las innegables torturas. Pregúntense a sí mismos aquellos que ansían alguna cosa, y no la pueden conseguir; miren a ver si no son torturados por ese deseo; y cuando logren realizar lo que deseaban ilícitamente, fíjense si no les atormenta el remordimiento. Dense cuenta, pues, de que aquí hay también castigos antes de la resurrección, cuando una vez resucitados en la carne, ya no serán transformados. Porque todos resucitaremos, pero no todos seremos transformados62. Pasarán por una corrupción de la carne, que les hará sufrir, pero no morir; de todas formas, también esos dolores terminarán. Entonces brotarán las espinas de la zarza, a saber, aparecerán todos los dolores y las punzadas de los tormentos. ¿Qué espinas sufrirán los que han de decir: Estos son aquellos de los que antaño nos burlábamos?63 Serán espinas de arrepentimiento, pero tardías e infructuosas, como la aridez de las espinas. El arrepentimiento de ahora es un dolor medicinal; pero el de ese otro tiempo es un castigo doloroso. ¿No quieres soportar esas espinas? Púnzate aquí con las espinas de la conversión, para que hagas lo que ya se dijo: Me he convertido en una miseria, al clavárseme la espina. Reconozco mi pecado, y no he ocultado mi malicia. Dije: Confesaré al Señor en mí contra mi delito, y tú perdonaste la impiedad de mi corazón64. Hazlo ahora, duélete ahora; que no te ocurra a ti lo que se dijo de algunos indeseables: Se apartaron, y no se arrepintieron65. Los veis alejados, pero no los veis arrepentidos. Ahí están, fuera de la Iglesia, y no les duele, para volver de nuevo al lugar de donde se apartaron. Pronto producirá espinas su zarza. Rehúsan ahora tener el punzamiento curativo; tendrán más tarde el punitivo. Pero también ahora, antes de producir espinas la zarza, les ha venido encima un fuego que les impide ver el sol, un fuego que, aun en vida, los devora por la ira de Dios: el fuego de los malos deseos, de los honores vanos, de la soberbia, de su avaricia. ¿Y dónde está el castigo? En no conocer la verdad, en no darse por vencidos, en que ni la misma verdad los logra someter. ¿Hay algo más glorioso, hermanos, que someterse y rendirse a la verdad? Sométete con gusto a la verdad, pues si no, ella te vencerá a la fuerza. Por tanto el fuego de los malos deseos que les vino encima, impidiéndoles ver el sol, devoró la zarza antes de producir las espinas que los pudieran punzar: en otras palabras, oculta su mala vida, antes de que esa misma vida produzca los consabidos tormentos del final; pero este fuego oculta la zarza en la ira de Dios. No es despreciable el castigo de no ver ahora el sol, y no creer en las espinas que después les han de brotar de esta su mala vida. Porque vosotros sois, dice, la zarza; a la cual, a vosotros mismos, que estáis vivos, es decir, que estáis todavía en esta vida, antes de que produzca en el juicio futuro las espinas de vuestros ya conocidos tormentos, las consume ahora en su ira, algo así como si las absorbiese y no las dejara aparecer. De ahí que, en mi opinión, el orden de las palabras sería más claro poniéndolas como sigue: Les cayó fuego encima, y no vieron el sol; y este fuego, como en la ira, os consume a vosotros, como a vivientes, como si fuerais la zarza, antes de que produzca vuestras espinas. Es decir, a vosotros, que os halló ser zarza, os consumió antes de la muerte, antes de que la zarza haga brotar después de la muerte vuestras espinas, en aquella resurrección de condena. ¿Y por qué no dijo simplemente «vivientes», sino «como a vivientes»? Sin duda porque es falsa esta vida de los impíos. No es que vivan, sino que a ellos les parece que viven. ¿Y por qué no dice «en la ira», sino como en la ira? Porque Dios hace todo esto con tranquilidad. En efecto, así está escrito: Tú, Señor de todo poder, juzgas con tranquilidad66. Por eso, cuando amenaza, no se encoleriza, ni se perturba, sino que parece airarse, porque castiga y da su merecido. Y así también los que no quieren corregirse, parece que viven, pero en realidad no viven. Pues el castigo del primer pecado, y de los que le siguieron, pesa sobre ellos; y es a este castigo al que se le llama ira de Dios, porque procede del juicio de Dios. Y por eso el Señor, refiriéndose al que no cree, dice: La ira de Dios permanece sobre él67. Y nosotros, los mortales, nacemos con la ira de Dios. Dice sobre esto el Apóstol: Hemos sido también nosotros en un tiempo hijos de la ira por naturaleza, como los demás68. ¿Qué significa hijos de la ira por naturaleza, sino que somos portadores de la pena del primer pecado? Pero si nos convertimos, desaparece la ira y se nos brinda la gracia. ¿Que no quieres convertirte? Estás añadiendo culpas a la que ya tienes por nacimiento: serás consumido como por la ira en el tiempo presente.

21. [v.11] Fijaos, pues, en esta condena, y alegraos de no estar bajo su efecto todos los que progresáis, todos los que entendéis y amáis la verdad, todos los que preferís en vosotros la victoria de la verdad más que vuestra victoria; que no cerráis vuestros oídos a la verdad, por el disfrute de lo presente y el recuerdo del pasado, no vayáis a ser como el perro que volvió sobre su vómito69. Los que así os portéis, ved el castigo de los que así no se comportan, y alegraos. Todavía no han llegado las penas del infierno, todavía no ha llegado el fuego eterno. El que progresa según la voluntad de Dios, compárese ahora con el impío; compare un corazón ciego con un corazón iluminado; comparad los dos: el que ve y el que está privado de la visión corporal. ¿Y qué importancia tiene la visión corporal? ¿Tenía Tobías sanos los ojos corporales? Su hijo sí los tenía, pero él no; y él, ciego como estaba, le mostraba a su hijo vidente el camino de la vida70. Por eso, cuando reflexionáis sobre una tal pena, alegraos porque no entráis en ella. A este respecto dice la Escritura: Se alegará el justo viendo la venganza. No se refiere a la futura; mira cómo sigue el salmo: lavará sus manos en la sangre del pecador. ¿Qué significa esto? Ponga atención vuestra Caridad. ¿Acaso cuando un homicida es ajusticiado, deberán acudir los inocentes a lavarse allí las manos? ¿Qué sentido tiene entonces: Lavará sus manos en la sangre del pecador? Cuando el justo ve el castigo de un pecador, le aprovecha a él, y la muerte de uno aprovecha para la vida de otro. Si espiritualmente se derrama la sangre de los que mueren en su interior, tú viendo ese castigo, lava allí tus manos, vive en adelante con más pureza. Pero ¿y cómo lavará sus manos, si es justo? ¿Qué tiene que lavar de sus manos un justo? Pero el justo vive de la fe71. Luego llama fieles a los justos; desde el momento en que has creído, ya se te tiene por justo. De hecho ya ha tenido lugar la remisión de los pecados. Pero todavía quedan algunos residuos de pecados en esta vida, que no pueden por menos de penetrar como el agua del mar en la sentina de tu barca; no obstante, puesto que has creído, cuando veas que alguien, totalmente apartado de Dios, sucumbe en aquella ceguera, y que le cae encima aquel fuego, sin dejarle ver el sol, tú, que ya ves a Cristo por la fe, y lo podrás después ver cara a cara, puesto que el justo vive de la fe, contempla la muerte del impío, y purifícate de tus pecados. Así es como lavarás de algún modo tus manos en la sangre del pecador. Lavará, dice, sus manos en la sangre del pecador.

22. [v.12] Y el hombre dirá: Luego sí hay fruto para justo. Sí, antes de que suceda lo que está prometido, antes de dar la vida eterna, antes de que los malvados sean arrojados al fuego eterno, ya aquí, en esta vida, hay un fruto para el justo. ¿Qué fruto? Alegría en la esperanza, paciencia en la tribulación72. ¿Y cuál es el fruto del justo? Nos gloriamos en las tribulaciones, sabiendo que la tribulación produce paciencia, la paciencia probación, la probación esperanza, y la esperanza no defrauda; porque el amor de Dios ha sido derramado en nuestros corazones por el Espíritu Santo que se nos ha dado73. Se alegra el ebrio, ¿y no se alegrará el justo? En la caridad está el fruto del justo. Pobre del ebrio, incluso cuando se embriaga. Y dichoso el justo, aunque pase hambre y sed. El otro se llena de vino, este se nutre de la esperanza. Que vea, pues, el bueno la pena infligida a él; que vea también su alegría, y que piense en Dios. El que ahora ha otorgado un tal gozo de la fe, la esperanza y la caridad, de la verdad de sus Escrituras, ¡qué gozo no tendrá preparado para el final! El que en tu peregrinación así te alimenta, ¡cómo te saciará cuando llegues a la patria! Y el hombre dirá: Luego sí hay fruto para justo. Crean los que ven; que vean y comprendan. Se alegrará el justo cuando vea que se hace justicia. Pero si no tiene ojos para ver cómo se hace justicia, se apenará, y no podrá corregirse movido por ella. En cambio, si la llega a ver, percibirá la diferencia que hay entre el ojo entenebrecido del corazón, y el corazón con ojo iluminado; entre el bienestar de la castidad, y la llama de la lujuria; entre la seguridad de la esperanza, y el remordimiento de la culpa. Cuando vea esto, apártese y lave sus manos en la sangre del malvado. Saque provecho de este contraste, y se diga: Luego sí hay fruto para justo; hay un Dios que los juzga en la tierra: no todavía en aquella vida futura, no todavía en el fuego eterno, no todavía en los infiernos, no; sino aquí en la tierra. Ahí está el rico aquel, que todavía se viste de púrpura, y come cada día espléndidamente. Su zarza aún no le ha producido espinas; aún no ha tenido que decir: Me abraso en estas llamas74; pero su mente ya está ciega, se ha cerrado el ojo de su alma. Si un ciego corporal se sienta a la mesa, por más espléndidamente colmada que esté, tú exclamarías: ¡Pobre hombre! Y un ciego espiritual, que no ve el pan que es Cristo, ¿lo tendremos por feliz? Esto sólo lo haría otro ciego. Luego sí hay fruto para justo; luego hay un Dios que los juzga en la tierra.

23. Perdonadme, si me he prolongado demasiado. Os exhorto en el nombre de Cristo a que reflexionéis sobre lo que habéis oído, para transformarlo en fruto. Porque así como predicar la verdad de nada sirve si el corazón no está acorde con la lengua, así también es inútil escuchar la verdad, si el hombre no edifica sobre roca. El que edifica sobre roca, ese escucha y pone en práctica; pero el que no lo practica, edifica sobre arena75; y el que ni escucha ni practica, no edifica nada. Pero, así como el que edifica sobre arena, está construyendo su propia ruina, así también el que no edifica sobre roca, cuando venga la riada será arrastrado él y su casa. No hay más remedio que edificar, y hacerlo sobre la roca; es decir escuchar, y ponerlo en práctica. Y que no venga nadie diciendo: «¿Para qué ir a la iglesia? Los que van diariamente a la iglesia, no practican lo que han oído». Pero oyen, que ya es algo; con eso pueden realizar el oír y poner en práctica; tú, en cambio, ¿cuánto distas de practicar, en tu empeño de no ir a escuchar? «Pero yo» —así dices—, «no edifico sobre arena». —Entonces la riada te sorprenderá a la intemperie, ¿y no te va a llevar por eso? ¿Crees acaso que no te va a ahogar la tormenta?, ¿que los vientos no te van a derrumbar? «Bueno, entonces voy a ir a la iglesia a escuchar». Sí, pero después de haber oído, ponlo en práctica. Porque si oyes y no practicas, has edificado, sí, pero sobre arena. Sin casa estamos al descubierto, y si el edificio está sobre arena, estamos en uno ruinoso. Sólo nos queda edificar sobre roca, y que lo aquí escuchado, lo practiquemos.