Traducción: Miguel F. Lanero, o.s.a y Enrique Aguiarte Bendímez, o.a.r.
1. Acabamos de oír en el evangelio cuánto nos ama nuestro Señor y Salvador Jesucristo, Dios junto al Padre, hombre entre nosotros, uno de nosotros; y cuando ya estaba próximo a ir a la derecha del Padre, habéis oído cuánto nos ama. Él mismo nos manifestó y nos dejó bien precisado cuál era su mandamiento, diciéndonos que consistía en amarnos unos a otros1. Y para que no anduviéramos dudando e inquietos por saber cuánto nos debemos amar unos a otros, y cuál sería la perfecta medida de la caridad que le agrada a Dios, él mismo expresó, enseñándonos cuál es la perfecta medida, ya que mayor que ella no puede existir: Nadie tiene, dijo, mayor caridad, que el que da la vida por sus amigos2. Él realizó lo que había enseñado; los apóstoles realizaron también lo que de él habían aprendido, y nos predicaron a nosotros lo que debíamos hacer. Hagámoslo también nosotros: si no somos lo que es él, como creador nuestro, sí somos lo que él se hizo por nosotros. Si únicamente lo hubiera puesto él en práctica, quizá nadie de nosotros debería atreverse a imitarlo. Pero como era hombre, los siervos imitaron a su Señor, los discípulos a su Maestro; esto hicieron nuestros predecesores, miembros de su familia, nuestros padres, sí, pero también consiervos nuestros. Y nunca nos habría mandado Dios que realizáramos esto, si lo creyera imposible de realizar para el hombre. Y tú, al ver tu debilidad, ¿te acobardarás ante este precepto? ¡Siéntete fuerte ante el ejemplo por ellos dado! Y, a pesar de todo, ¿ese ejemplo será demasiado para ti? Pero tenemos a nuestro lado el que nos dio el ejemplo y nos proporciona la ayuda. Pongamos atención a este salmo: hay una coincidencia oportuna —es cosa del Señor—, de que el evangelio leído coincida con el salmo en recomendarnos el amor de Cristo, que dio su vida por nosotros, para que también nosotros ofrezcamos la vida por nuestros hermanos3. Hay una consonancia entre ambos, lo que nos hace ver cómo el Señor dio su vida por nosotros. De hecho, este salmo canta su pasión. Y puesto que el Cristo total es la cabeza y el cuerpo, lo cual conocéis bien, lo sé, la Cabeza es nuestro mismo Salvador, que padeció bajo Poncio Pilato, y que una vez resucitado de entre los muertos, está sentado a la derecha del Padre. Y su cuerpo es la Iglesia; no esta o aquella, sino la Iglesia extendida por todo el mundo. Ni tampoco la integrada por los hombres que están viendo su vida en este momento, sino que a ella pertenecen todos los que vivieron antes que nosotros, y los que vivirán después hasta el fin de los tiempos. La Iglesia entera la componen todos los fieles, ya que todos ellos son miembros de Cristo; su cabeza, que gobierna todo su cuerpo, está establecida en los cielos. Aunque separada del cuerpo en cuanto a nuestra visión, está unida por la caridad. Y como el Cristo total es la Cabeza y su cuerpo, en cada salmo al oír la voz de la Cabeza, oigamos también la del cuerpo. No quiso hablar por separado, ya que no se quiso separado, y por eso dice: Mirad que yo estoy con vosotros hasta el fin del mundo4. Si con nosotros está, se expresa en nosotros, se expresa desde nosotros, habla por medio de nosotros, puesto que nosotros también hablamos en él. Por eso nosotros hablamos la verdad porque hablamos en él. De ahí que cuando pretendamos hablar en nosotros y desde nosotros, estaremos en la mentira.
2. [v.1] Puesto que este salmo canta la pasión del Señor, mira qué título tiene: Hacia el fin. El fin es Cristo5. ¿Por qué se dice fin? No en el sentido de consumir, agotar, sino de consumar. Consumir significa anular, perder; consumar es perfeccionar. Todo lo que llamamos finalizado, lo referimos al fin. Pero le damos diversos sentidos; por ejemplo: Se ha terminado el pan, tiene diverso sentido de: Se ha terminado la túnica. Se terminó el pan que comíamos, pero: se ha terminado de tejer la túnica. El pan se terminó, quiere decir que se consumió; la túnica en cambio se ha consumado, se ha perfeccionado. El fin de nuestras aspiraciones es Cristo, porque todos nuestros intentos los llevamos a término en él y gracias a él. Y aquí está nuestra perfección, en llegar a Cristo, y cuando ya has llegado a él, no sigues buscando, has llegado a tu destino, a tu fin. Como cuando has llegado al lugar adonde ibas caminando, ese es el fin de tu caminar, y en él te quedas. Así el fin de tus esfuerzos, de tus anhelos, de tus impulsos, de tus intenciones es aquel a quien te diriges; y cuando ya hayas llegado a él, no deseas nada más, puesto que nada mejor vas a conseguir. Él es quien nos ha dado ejemplo de cómo vivir en esta vida, y, según la hayamos vivido, nos dará el premio en la vida futura.
3. Hacia el fin, para que no borres al mismo David de la inscripción del título, cuando se refugió en la gruta, huyendo de la presencia de Saúl. Refiriéndonos a la santa Escritura, encontramos al Santo David, el rey de Israel, del que recibió nombre el «Salterio de David». Tuvo que sufrir a su perseguidor Saúl, rey del mismo pueblo6, como muchos de vosotros ya conocéis, por haber leído u oído las Escrituras. El rey David fue perseguido por Saúl, y a pesar de que el uno era muy manso, y el otro ferocísimo; el uno benévolo y el otro envidioso; el uno paciente y el otro cruel; el uno generoso y el otro ingrato, lo soportó con tanta bondad, que cuando lo llegó a tener en sus manos, no lo tocó, no lo hirió. David había recibido del Señor Dios la posibilidad de matar al mismo Saúl, si quería, pero eligió perdonarlo en lugar de asesinarlo. A pesar de todo, Saúl no se ablandó siquiera ante un tan grande favor, dejando de perseguirlo. Tenemos, pues, que en aquel entonces Saúl perseguía al futuro rey David, que tuvo que esconderse de él en una cueva. Saúl ya estaba reprobado, y David predestinado para el reino. ¿Qué relación tiene esto con Cristo? Si todo lo que sucedía entonces eran figuras de realidades futuras, allí encontramos a Cristo, y de un modo muy particular. Por ejemplo, aquello de: Para que no lo borres de la inscripción del título, no veo cómo pueda referirse al David de entonces. No se le había puesto a David ningún título escrito que quisiera borrar Saúl. En cambio, vemos cómo en la pasión del Señor, le fue puesto un título en un letrero: Rey de los Judíos, para que les diera en el rostro a quienes no contuvieron sus manos en atentar contra su Rey. Estos estaban representados en Saúl, y en David, Cristo. En efecto, como bien sabemos y confesamos, siguiendo el evangelio apostólico, Cristo era de la descendencia de David según la carne7. Porque según su divinidad, estaba por encima de David, de todos los hombres, por encima de los cielos y la tierra, por encima de los ángeles y de todas las cosas visibles e invisibles: Todo fue hecho por él, y sin él nada se hizo8. Y cuando se dignó hacerse hombre y vivir con nosotros, lo hizo de la estirpe de David, naciendo de la tribu de David, de la que era la Virgen María, que dio a luz a Cristo9. El título, pues, que le pusieron en el letrero, es: Rey de los Judíos. Saúl, como ya hemos dicho, era el pueblo judío; David era Cristo; y el título rezaba: Rey de los Judíos. Se indignaron los judíos de que se le pusiera ese título; les daba vergüenza tener un rey a quien pudieron crucificar. No sospecharon que esa misma cruz en la que lo clavaron iba a estar en la frente de los reyes. Así indignados por ese título, fueron al juez Pilato, del que habían obtenido la pena de muerte, y le dijeron: No escribas «Rey de los Judíos», sino «Este ha dicho ser Rey de los Judíos». Y puesto que ya estaba inspirado por el Espíritu Santo en un salmo: Hacia el fin, para que no borres la inscripción del título, así les respondió Pilato: Lo que escribí, escrito queda10; ¿por qué me sugerís una mentira? Yo no destruyo la verdad.
4. Hemos oído ya lo que significa: No destruyas la inscripción del título. ¿Y qué significa: Cuando se refugió en la gruta huyendo de Saúl? Esto indudablemente lo realizó David. Ahora bien, como en él no encontramos ningún cartel con alguna inscripción, tratemos de buscar en Cristo el refugio en la cueva. Algún significado tenía aquella cueva en la que David se escondió. ¿Por qué se escondió? Para estar oculto y no ser encontrado. ¿Qué es meterse en una cueva? Meterse en la tierra. El que se refugia en una cueva, se mete bajo la tierra para no ser visto. Y Jesús llevaba tierra sobre sí: la carne que había recibido de la tierra; en ella se ocultaba, para no ser reconocido como Dios por los judíos. Porque si lo hubieran conocido, nunca habrían crucificado al Señor de la gloria11. ¿Por qué, pues, no reconocieron al Señor como Rey de la gloria? Porque se había ocultado en una cueva, es decir, lo que en él aparecía era la debilidad de la carne, y la divina majestad, bajo la capa del cuerpo, era como si estuviese escondida en una concavidad de tierra. Ellos, desconociendo que era Dios, lo crucificaron como hombre. Y sólo pudo morir como hombre, y ser crucificado en cuanto hombre, ya que sólo como hombre pudo ser apresado. Presentó la tierra a quienes lo buscaban con perversa intención, y conservó la vida para quienes lo buscaron rectamente. Huyó, pues, según la carne, de la presencia de Saúl, refugiándose en la cueva. Y si lo aceptas, hasta tal punto se refugió en la cueva ante la presencia de Saúl, que sufrió la pasión; y hasta tal punto se ocultó a los judíos, que llegó a morir. Por más que los judíos se ensañaron contra él, mientras moría, todavía pensaban que podía librarse y demostrar con algún milagro que era Hijo de Dios. Esto ya estaba profetizado en el Libro de la Sabiduría: Condenémosle a una muerte humillante, pues según sus palabras, será defendido. Si en realidad es hijo de Dios, él lo rescatará y lo librará de la mano de sus agresores12. Como fue crucificado, y nadie lo libraba, se convencieron de que él no era Hijo de Dios. Por eso, cuando colgaba del leño, insultándolo y meneando la cabeza, le decían: Si eres Hijo de Dios, baja de la cruz. A otros salvó, y no se puede salvar a sí mismo13. Diciendo estas cosas, como nos dice el Libro de la Sabiduría, así las pensaron y se equivocaron, porque los cegó su maldad14. ¿Qué tenía de extraordinario el bajarse de la cruz, para quien con facilidad resucitó del sepulcro? Pero ¿por qué quiso padecer hasta la muerte? Para refugiarse en la gruta, huyendo de la presencia de Saúl. Una gruta, de hecho, se puede considerar como una parte inferior de la tierra. Y ciertamente es manifiesto y atestiguado para todos, que su cuerpo fue colocado en un sepulcro que estaba cavado en la roca. Este sepulcro era una gruta; allí se refugió de la presencia de Saúl. Los judíos lo persiguieron hasta que fue colocado en la gruta. ¿Cómo probamos que la persecución duró hasta ese momento? Porque incluso muerto y todavía en la cruz, fue herido con la lanza15. Pero en cuanto fue envuelto y amortajado y puesto en la gruta, ya no les fue posible hacer nada contra su carne. Resucitó el Señor ileso e incorrupto de aquella gruta donde se había escondido de Saúl. Ocultándose a los impíos prefigurados por Saúl, sí se mostró a sus miembros. Los miembros del resucitado fueron tocados por sus propios miembros. Así fue, pues sus miembros, los apóstoles, tocaron al resucitado y creyeron16. He aquí cómo de nada sirvió la persecución de Saúl. Pasemos ya a escuchar el salmo, pues de su título ya hemos hablado bastante, según el Señor se ha dignado concederme.
5. [v.2] Ten piedad de mí, oh Dios, ten piedad de mí, que mi alma en ti confía. Cristo en su pasión dice: Ten piedad de mí, oh Dios. Dios dice a Dios: Ten piedad de mí. El que junto con el Padre se compadece de ti, clama en ti: Ten piedad de mí. Porque lo que en él clama: Ten piedad de mí, es tuyo; de ti lo ha tomado; para liberarte a ti se ha revestido de carne. La misma carne es la que clama: Ten piedad de mí, oh Dios, ten piedad de mí; es el hombre, cuerpo y alma, el que clama. El Verbo ha asumido al hombre entero, y se ha hecho plenamente hombre. Pero como el evangelista dice: El Verbo se hizo carne y habitó entre nosotros17, no vaya alguien a pensar que el alma estaba ausente: no, al decir carne, es como si dijera hombre, como en otro lugar la Escritura dice: Y toda carne verá la salvación de Dios18. ¿Acaso la verá sólo la carne, y el alma estará ausente? Y también dice de nuevo el Señor refiriéndose a los hombres: Le diste poder sobre toda carne19. ¿Acaso el poder recibido era sobre la sola carne, y no principalmente sobre las almas, a las que liberaba en primer lugar? Luego allí estaba el alma, allí estaba la carne, allí estaba todo el hombre, y todo el hombre con el Verbo, y el Verbo con el hombre; hombre y Verbo eran un único hombre, y el Verbo y el hombre un solo Dios. Que diga, por tanto: Ten piedad de mí, oh Dios, ten piedad de mí. No nos asusten las palabras del que pide misericordia y la ofrece. La pide precisamente porque la da. Y justamente se hizo hombre por ser misericordioso, no por verse obligado por necesidad, sino para librarnos a nosotros del estado de necesidad. Ten piedad de mí, oh Dios, ten piedad de mí, que mi alma en ti confía. Estás oyendo orar al maestro: aprende tú a orar. Si oró, lo hizo para enseñarnos a orar; como también padeció, para enseñarnos a padecer; y para esto resucitó, para enseñarnos a esperar la resurrección.
6. Y a la sombra de tus alas esperaré, mientras pasa la iniquidad. Esto es, sin duda, el Cristo total quien lo dice; aquí está también nuestra voz. No ha pasado todavía la iniquidad, está todavía efervescente. Es más, el mismo Señor predijo que al final la iniquidad aumentaría: Y puesto que la iniquidad crecerá, se enfriará la caridad de muchos. Pero el que persevere hasta el final, se salvará20. ¿Y quién será el que persevere hasta el final, hasta que pase la iniquidad? El que esté incorporado a Cristo, el que sea uno de los miembros de Cristo, y aprenda de la cabeza la perseverancia paciente. Pasas tú y contigo pasaron tus tentaciones; y si eres santo irás a la otra vida, a la que fueron los santos. A ella fueron los mártires: si llegas a ser mártir, también tú irás a esa vida. Nacen otros malvados, como también otros malvados mueren. Sí, lo mismo que mueren unos malos, nacen otros; como también desaparecen unos justos, y aparecen otros. Hasta el fin del mundo no faltará ni la injusticia que oprime, ni la justicia que soporta. Y a la sombra de tus alas esperaré mientras pasa la iniquidad; Es decir, tú me protegerás, me ofrecerás tu sombra, para que no me abrase el fuego de la maldad.
7. [v.3] Invocaré al Dios Altísimo. Si es altísimo, ¿cómo puede oírte cuando clamas a él? Su confianza nació de la experiencia: Al Dios, dice, que ha sido generoso conmigo. Si antes de buscarlo me ha hecho bien, ¿no me va a oír cuando lo llame? Nos ha colmado de bienes el Señor enviándonos a nuestro Salvador Jesucristo, para morir por nuestros pecados, y resucitar para nuestra justificación21. ¿Por quiénes quiso que muriese su Hijo? Por los impíos. Los impíos no buscaban a Dios, y fue Dios el que los buscó a ellos. Es altísimo, pero de tal manera que nuestra miseria y nuestro gemido no están lejos de él; porque cerca está el Señor de aquellos que tienen el corazón contrito22. Invocaré al Dios altísimo, al Dios que ha sido generoso conmigo.
8. [v.4] Ha enviado desde el cielo y me ha salvado. Está claro que el hombre, la carne misma, el Hijo de Dios en lo que participó de nuestra condición, ha sido salvado. El Padre lo envió desde el cielo y lo salvó, lo envió desde el cielo y lo resucitó. Pero para que sepáis que también el Señor se resucitó a sí mismo, ambas expresiones están en la Escritura: que el Padre lo resucitó, y que él mismo se resucitó. Escuchad cómo lo resucitó el Padre. Dice el Apóstol: Se hizo obediente hasta la muerte, y una muerte de cruz; por eso Dios lo exaltó, y le dio un nombre que está sobre todo nombre23. Habéis oído al Padre que resucita y exalta al Hijo; oíd también cómo él mismo resucitó a su propia carne. Les habla a los judíos figurativamente del templo, y dice: Derribad este templo, y en tres días yo lo levantaré. Y nos explica el evangelista lo que quería decir: Decía esto del templo de su cuerpo24. Ahora, pues, en la persona del que ruega, en la persona del hombre, en la persona de la carne, dice: Ha enviado desde el cielo y me ha salvado.
9. Cubrió de vergüenza a los que me pisoteaban. Los que lo pisoteaban, los que lo insultaron, aun después de muerto, los que lo crucificaron como si fuese sólo hombre, puesto que no lo reconocieron como Dios, a estos los cubrió de vergüenza. Mirad cómo esto ha sucedido; no lo creemos como algo futuro, sino lo conocemos como ya sucedido. Se ensañaron los judíos contra Cristo, se ensoberbecieron contra Cristo. ¿Dónde? En la ciudad de Jerusalén. Donde ellos reinaban, donde se engreían, donde levantaron la cerviz. Y Después de la pasión del Señor fueron arrojados de allí, perdieron el reino en el que no quisieron reconocer a Cristo como rey. Y mirad cómo fueron humillados: fueron dispersados por todas las naciones, sin tener estabilidad en ningún sitio, sin tener un asiento fijo en ningún lugar. Y son judíos todavía de tal manera, que para su propia confusión, son portadores de nuestros libros. De hecho, cuando queremos mostrar que Cristo fue anunciado por los profetas, les presentamos estos escritos. Y para que, obstinados ellos en no creer, no vayan a decir que los hemos compuesto nosotros, los cristianos, inventando a los profetas cuando predicamos el evangelio, para que aparezca predicho lo que predicamos, les demostramos que todos estos escritos en los que Cristo está profetizado, están con los judíos, todos estos escritos los tienen los judíos. Presentamos los libros de unos enemigos para rebatir a otros enemigos. ¿Qué oprobio, pues, cargan judíos? Son portadores del libro por el que creen los cristianos. Son nuestros libreros, al estilo de los siervos, que llevan los códices en pos de sus señores: se fatigan cargando con ellos, y los otros se benefician leyéndolos. Hasta ese oprobio se han rebajado los judíos. Así han cumplido lo que mucho tiempo atrás estaba anunciado: Cubrió de vergüenza a los que me pisoteaban. ¿Qué vergüenza es esta, hermanos, que llegan a leer esta frase, y, ciegos ellos, miran a su propio espejo? Esta imagen dan los judíos de la Escritura Santa que llevan consigo: pasa como con la cara de un ciego en el espejo: los demás la ven, él no la ve. Cubrió de vergüenza a los que me pisoteaban.
10. [v.4] Cuando decía el salmo: Ha enviado desde el cielo y me ha salvado, te preguntabas: ¿Qué envió del cielo? ¿A quién envió desde el cielo? ¿Envió a un ángel para salvar a Cristo, y así por medio de un siervo se salvó el Señor? Porque cada ángel es una criatura al servicio de Cristo. Para rendirle homenaje tal vez pudieron serle enviados ángeles a su servicio, mas no para ayudarle. Como escrito está que los ángeles le servían25, no como ejerciendo la misericordia con un necesitado, sino como servidores sometidos al omnipotente. ¿Qué fue entonces lo que envió desde el cielo y me salvó? Escuchamos ahora en otro versículo qué fue lo que envió desde el cielo: Ha enviado desde el cielo su misericordia y su verdad. ¿Con qué finalidad? Libró mi alma de en medio de los cachorros de leones. Envió, dice, desde el cielo, su misericordia y su verdad; y es el mismo Cristo quien dice: Yo soy la verdad26. Ha sido enviada, pues, la verdad para rescatar mi alma de aquí, de entre los cachorros de leones; fue enviada la misericordia. El mismo Cristo sabemos que es la misericordia y la verdad; la misericordia que se compadece de nosotros, y la verdad que nos dará la recompensa. Es esto lo que poco ha dije, a saber, que Cristo resucitó por sí mismo. Si la verdad fue la que resucitó a Cristo, y la verdad libró su alma de en medio de los cachorros de los leones, así como fue misericordioso en morir por nosotros, así también fue veraz al resucitar para nuestra justificación. Él había dicho que iba a resucitar, y la verdad no pudo mentir; y porque es la verdad y es veraz, mostró sus cicatrices verdaderas, porque había sufrido verdaderas heridas. Estas cicatrices las palparon, las tocaron con sus manos, las manifestaron unos a otros; y el que metió sus dedos en el pecho lacerado, exclamó: Señor mío y Dios mío27. Por misericordia había muerto por él, y así mismo por verdad había por él resucitado. Envió desde el cielo su misericordia y su verdad; y libró mi alma de en medio de los cachorros de leones. ¿Quiénes son los cachorros de los leones? El pueblo aquel ordinario, malamente engañado por los jefes de los judíos: estos eran los leones, y el pueblo los cachorros. Todos vociferaron, todos lo mataron. Escucharemos también aquí, en los versículos siguientes del salmo, la muerte de ellos.
11. [v. 5] Y libró mi alma, dice, de en medio de los cachorros de leones. ¿Por qué dices: y libró mi alma? ¿Cuáles fueron tus padecimientos, para que tu alma fuera liberada? Me dormí atormentado. Con esto manifestó Cristo su muerte. Es cierto que leemos que David huyó a refugiarse en la gruta, pero no que durmió en ella. Hay otro David en la gruta, es otro David el que dice: Me dormí atormentado. Conocemos su tormento; no fue él quien se atormentó, sino ellos fueron quienes lo estaban atormentando. Dijo que estaba atormentado según la creencia de los que vociferaban, no según la conciencia del que se dejaba atormentar. Creyeron haberlo perturbado, creyeron haberlo vencido. Pero él, atormentado, se durmió. Tan tranquilo estaba este atormentado, que cuando él quisiera, se dormía. No hay quien duerma atormentado. Todos los que están perturbados, o se despiertan, o no son capaces de conciliar el sueño. Pero él, atormentado como estaba, pudo dormir. Gran humildad mostró por haber sufrido, y gran poder porque se durmió. ¿De qué poder le venía el dormirse? Del que él mismo dijo: Tengo poder para entregar mi vida, y tengo poder para recuperarla; nadie me la quita; soy yo quien la entrega y yo el que la vuelvo a recuperar28. Lo atormentaron y él se durmió a sí mismo. Figura de él fue Adán, cuando Dios le infundió un profundo sueño, para formar de su costado a su esposa29. ¿No podía haber formado de su costado la esposa al primer hombre, estando despierto? ¿O es que quiso dormirlo para que no sintiese el dolor al extraerle la costilla? ¿Pero quién es capaz de dormir tan profundamente, que no sienta que le arrancan un hueso? Sí, el que pudo extraerle la costilla dormido, lo podía también habérselo hecho despierto. ¿Pero por qué prefirió hacerlo estando dormido? Porque mientras Cristo dormía en la cruz, fue formada la esposa de su costado. En efecto, fue herido con una lanza el costado del crucificado30, y de allí brotaron los sacramentos de la Iglesia. Me dormí, dice, atormentado. Y en otro salmo expresa esto mismo: Me dormí y concilié el sueño. Ahí manifiesta su poder. Podía haber dicho ahí, como dijo aquí: Me dormí. ¿Qué significa: Me dormí? Que me dormí porque quise. No me infundieron ellos el sueño a la fuerza, sino que yo voluntariamente me dormí, según aquella cita: Tengo poder para entregar mi vida, y poder para recuperarla de nuevo. Por eso sigue diciendo: Me dormí y concilié el sueño, y me levanté, porque el Señor me sostiene31.
12. Me dormí atormentado. ¿Atormentado cómo? ¿Por quiénes? Veamos cómo deja marcada la mala conciencia de los judíos, que pretendían excusarse de la muerte del Señor. Según nos narra el evangelio, lo entregaron al juez, precisamente para que no pareciera que fueron ellos mismos quienes lo mataron. Cuando el entonces juez, Pilato, les dijo: Tomadlo vosotros y juzgadlo según vuestra ley, le respondieron: Nosotros no estamos autorizados a dar muerte a nadie32. Matar no les está permitido, ¿y entregarlo para que lo maten sí lo está? ¿Quién es en realidad el que mata? ¿El que cede ante el griterío, o el que gritando extorsionó al que lo condenó? Que el mismo Señor dé testimonio de quiénes fueron los que lo mataron: si acaso fue Pilato quien lo mató contra su voluntad, y por eso lo flageló, lo cubrió con una vestidura ignominiosa, y así, torturado por los azotes, lo presentó ante sus ojos, a ver si satisfechos con este castigo, no lo forzasen a matarlo. Pero al ver que seguían en su empeño, como leemos, se lavó las manos y dijo: Soy inocente de la sangre de este justo33. Si dudas de la inocencia de quien cedió ante el griterío, mucho más culpables fueron los que con sus gritos se empeñaron en llevarlo a la muerte. Pero preguntémonos y escuchemos al Señor a ver a quiénes atribuyó su muerte, porque dice: Me dormí atormentado. Preguntémosle: «Si te dormiste atormentado, ¿quiénes te persiguieron?, ¿quiénes te mataron? ¿Fue acaso Pilato, que te entregó a los soldados, para ser colgado del madero, y atravesado por los clavos?» Mirad quiénes fueron: Los hijos de los hombres. Esos dice que fueron los perseguidores que tuvo que soportar. Pero ¿cómo le pudieron matar quienes no llevaban arma alguna? No desenvainaron ninguna espada, no ejercieron violencia alguna mortal sobre él; ¿cómo, entonces, lo mataron? Sus dientes son armas y flechas, su lengua es una espada afilada. No te fijes sólo en las manos inermes, sino en su boca armada; de aquí salió la espada que asesinó a Cristo. Como también de la boca de Cristo saldrá la condena a muerte de los judíos. Él tiene una espada de doble filo34, y al resucitar los ha herido, separándolos de los que llegarían a ser sus fieles. Ellos tenían una espada maligna, él una buena; ellos unas flechas malvadas, él las buenas. Pues él tiene también unas flechas buenas, buenas palabras con las que asaetea el corazón del fiel para moverlo a amar. Sí, son bien distintas las flechas de ellos, y bien distinta es la espada ellos. Los dientes de los hijos de los hombres son armas y flechas, su lengua una espada afilada. La lengua de los hijos de los hombres es un sable afilado, y sus dientes armas y flechas. ¿Y cuándo lo hirieron, sino cuando gritaron: ¡Crucifícale, crucifícale!35?
13. [v.6] ¿Y qué te hicieron, oh Señor? Que exulte aquí el profeta. En los versículos anteriores era el Señor quien hablaba. En realidad era el profeta, pero en la persona del Señor, puesto que en el profeta está el Señor. Y cuando habla el profeta por su propia persona, el mismo Señor habla por él, puesto que le inspira la verdad que debe hablar. Y ahora escuchad, hermanos míos, al profeta en su propia persona. Este profeta, inspirado por el Espíritu, vio al Señor humillado, herido, flagelado, abofeteado, golpeado a puñetazos, escupido, coronado de espinas, suspendido en una cruz; vio a sus enemigos que se ensañaban, mientras él los soportaba; los vio alborotados de gozo, y el Espíritu le hizo verlo a él como derrotado. Pero tras toda aquella humillación, y el furor de sus enemigos, vio que había resucitado, y todos los ensañamientos de los judíos quedaron en nada. Por eso él, sublimado por el gozo, como si fuera testigo de lo sucedido, dice: Elévate sobre los cielos, oh Dios. Como hombre estás en la cruz, y como Dios, sobre los cielos. Que continúen sobre la tierra ellos con sus crueldades; tú permanece en el cielo como juez. ¿Dónde están los que se enfurecían? ¿Dónde sus dientes, como armas y flechas? ¿Sus heridas no fueron acaso como las de las flechas de los niños? Dice esto en otro lugar del salmo, queriendo mostrarles que se han ensañado inútilmente, y que inútilmente se precipitaron con sus furias; nada pudieron hacerle a Cristo, crucificado unas horas y luego resucitado y sentado en el trono del cielo: sus heridas fueron como las de las flechas de los niños36. ¿Cómo se hacen sus flechas los niños? De cañas. ¿Pero qué clase de flechas son? ¿Qué fuerza tienen? ¿Cómo es su arco? ¿Qué puntería logran? ¿Qué heridas causan? Elévate sobre los cielos, oh Dios, y llene la tierra tu gloria. ¿Por qué te elevas, oh Dios, sobre los cielos? Hermanos, no vemos a Dios elevado sobre los cielos, pero sí lo creemos; que su gloria se difunde por toda la tierra no sólo lo creemos, sino que incluso lo vemos. Os ruego que os fijéis en la locura que invade a los herejes. Ellos, separados de la unidad de la Iglesia de Cristo, formando un grupo aparte, lo han perdido todo, y se niegan a participar del orbe entero, en el cual está difundida la gloria de Cristo. Nosotros, los católicos, en cambio, estamos difundidos por todo el mundo, porque estamos en comunión con cualquier zona, porque allí se difunde la gloria de Cristo. Vemos, pues, cómo entonces ya fue cantado, y ahora se ha cumplido. Fue exaltado sobre los cielos nuestro Dios, y su gloria se difunde sobre toda la tierra. ¡Oh locura herética! Crees conmigo lo que no ves, y niegas lo que ves. Conmigo crees que Cristo fue exaltado sobre los cielos, cosa que no vemos, y niegas su gloria extendida por toda la tierra, cosa que sí vemos. Elévate sobre los cielos, oh Dios, y llene la tierra tu gloria.
14. [v.7] Vuelve el salmista a las palabras del Señor, y el mismo Señor comienza a explicarnos, como si conversase con nosotros, y lleno de alegría también el profeta, con estas palabras: Elévate sobre los cielos, oh Dios, y llene la tierra tu gloria. El mismo Señor nos infunde valor, como diciéndonos: ¿Qué lograron hacerme los que me persiguieron? ¿Y por qué se dirige a nosotros con estas palabras? Porque también a nosotros nos sucede esto. Pero nada conseguirán los que nos persigan también a nosotros. Fíjese vuestra Caridad cómo se vuelve hacia nosotros el Señor y nos alienta con su ejemplo. Han puesto una red a mis pies y abatieron mi alma. Quisieron como hacerla caer del cielo y precipitarla al abismo: Abatieron mi alma. Me han cavado delante una fosa, pero han caído en ella. ¿Me han perjudicado a mí o se han perjudicado a ellos mismos? Porque ha sido Dios el exaltado sobre los cielos, y su gloria está por toda la tierra. Vemos el reino de Cristo; ¿dónde está el reino de los judíos? Y puesto que hicieron lo que no debían, les ha sobrevenido el castigo que debían sufrir: ellos fueron quienes han cavado una fosa, pero han caído en ella. El haber perseguido a Cristo no le perjudicó a él, sino que ellos fueron los perjudicados. Pero no vayáis a pensar, hermanos, que sólo esto les sucedió a los judíos. Todo el que cava una fosa a su hermano, necesariamente caerá en ella. Poned atención, hermanos míos, tened ojos de cristianos, y no os dejéis alucinar por las cosas aparentes. Quizá a algunos de vosotros, al haber yo dicho esto, le viene a la mente alguien que quiso defraudar a su hermano, y prepararle algunas asechanzas. Se las preparó y las llevó a cabo. Y el hermano cayó en ellas, fue despojado o llevado preso a la cárcel, o envuelto en una nefasta acusación por falso testimonio. Parece, sí, que este es el oprimido y el otro el opresor; este el vencido y el otro el vencedor, con lo cual pensamos que es falso lo que hemos dicho, de que todo el que cava una fosa a su hermano, termina cayendo en ella. Y ahora os invito yo como a cristianos que sois, que toméis alguno de los ejemplos que ya conocemos. Los paganos persiguieron a los mártires, que fueron capturados, encadenados, arrojados a las cárceles: unos fueron víctimas de las fieras, otros heridos a espada, y otros quemados vivos. ¿Os parece que vencieron los perseguidores, y fueron derrotados los mártires? En absoluto. La gloria de los mártires búscala ante Dios, la fosa de los paganos búscala cavada en su conciencia: ahí está la fosa en la que cae el malvado, en su mala conciencia. ¿Piensas que no ha caído en la fosa el que perdió la luz de Cristo y tropezó por su ceguera? No caería en ella si viera el camino por donde va. El ciego no sabe por dónde va. Es como el que va por el camino, y, por haberse salido de él, cae en un hoyo. Veis cómo todos los malhechores, enredados en sus crímenes han perdido el camino. Pero quizá ya te entregó en manos de algún ladrón, o de algún malvado, o de un juez por él sobornado. Tú estás en una gran angustia, mientras él se alegra y salta gozoso. No tengas, ya te lo he dicho, no tengas ojos de pagano: ten ojos cristianos. Estás viendo al que grita alborozado: ese mismo alborozo es su fosa. Es preferible la tristeza injusta del que padece injusticias, que la alegría del que hace atrocidades. Esa misma alegría del que se complace en las atrocidades, es su fosa. Cuantos caen en ella han perdido sus ojos. Te afliges porque has perdido tus vestiduras; ¿y no te dolerá que el otro haya perdido su fe? ¿Quién de vosotros ha sufrido un golpe más duro? Es verdad que él asesina y tú eres asesinado; ¿Será cierto que él vive y tú estás muerto? De ningún modo. ¿Dónde está vuestra fe de cristianos? ¿Dónde está el que muere temporalmente? Que escuche a su Señor: El que cree en mí, aunque muera, está vivo37. Luego el que no cree, aunque viva, está muerto. Me han cavado delante una fosa, pero han caído en ella. A todos los malvados, inevitablemente les sucederá así.
15. [v.8] Pero la paciencia de los buenos acoge la voluntad de Dios con un corazón bien dispuesto, y se glorían en las tribulaciones, recitando lo que sigue del salmo: Preparado está mi corazón, oh Dios, preparado está mi corazón; cantaré y salmodiaré. ¿Qué me ha podido hacer el malvado? Me preparó una fosa: mi corazón está preparado. Él me preparó una fosa para enredarme, ¿y yo no prepararé mi corazón para soportarlo? Me preparó una fosa para derribarme, ¿y yo no prepararé mi corazón para tolerarlo? Por eso él caerá en la fosa, pero yo estaré cantando salmos. Mira cómo estaba preparado el corazón del Apóstol: Nos gloriamos, dice, en las tribulaciones, porque la tribulación produce paciencia, la paciencia probación, la probación esperanza, y la esperanza nunca defrauda; porque la caridad de Dios ha sido derramada en nuestros corazones por el Espíritu Santo que se nos ha dado38. Se hallaba en medio de angustias, encadenado, encarcelado, llagado, con hambre y sed, frío y desnudez, con toda clase de trabajos y dolores39; no obstante decía: Nos gloriamos en las tribulaciones. ¿Cómo era esto posible, sino porque su corazón estaba dispuesto? Por eso cantaba y salmodiaba: Preparado está mi corazón, oh Dios, preparado está mi corazón; cantaré y salmodiaré.
16. [v.9] Despierta, gloria mía. Se refiere al que había huido de la presencia de Saúl hacia la gruta. Despierta, gloria mía: sea glorificado Jesús después de su pasión. Despertad, salterio y cítara. ¿Qué es lo que invita a despertarse? Veo que se trata de dos instrumentos musicales, pero en Cristo sólo veo un cuerpo. Resucitó una sola carne, y sin embargo resucitaron dos instrumentos musicales: uno el salterio, y otro la cítara. A todos los instrumentos musicales se les llama órganos. No sólo al que es grande, y que se infla con fuelles, sino también se llaman órganos a cuantos son aptos para acompañar el canto, y que tienen un cuerpo, usado por el que canta. Estos órganos son diferentes uno del otro; y yo quiero ahora, con la ayuda del Señor, haceros ver cómo es que son distintos y por qué lo son; además, por qué se les dice a ambos: Despierta. Ya hemos dicho que del Señor sólo resucitó una carne; sin embargo se dice aquí: Despertad, salterio y cítara. El salterio es un instrumento de cuerdas tensadas, que lo tiene en la mano el que lo toca; y este instrumento tiene una caja de resonancia en la parte superior, y por eso las cuerdas resuenan al tocarlas, ya que esa concavidad está llena de aire. En cambio, la cítara tiene la caja de resonancia en la parte inferior. Así pues, en el salterio las cuerdas reciben el sonido desde arriba, mientras que en la cítara el sonido les viene desde abajo: esta es la diferencia entre el salterio y la cítara. ¿Qué simbolismo tienen para nosotros estos dos instrumentos? Cristo el Señor nuestro Dios hace sonar su salterio y su cítara, y dice: Despertaré de madrugada. Pienso que aquí ya reconocéis al Señor que resucita. En el evangelio lo leemos, fijaos en la hora de la resurrección. ¿Cuántas veces fue buscado Jesús durante la oscuridad? Surgió la luz, reconozcámoslo; resucitó al despuntar el día40. ¿Y cuál es el salterio? ¿Y cuál la cítara? En su cuerpo el Señor cumplió dos clases de hechos, los milagros y los sufrimientos: los milagros venían de arriba, y los sufrimientos de abajo. Los milagros que hizo eran obras divinas; pero los hizo por medio del cuerpo, por medio de la carne. Entonces, la carne haciendo obras divinas, es el salterio; y la carne humana soportando los padecimientos, es la cítara. Ilumínense los ciegos, oigan los sordos, muévanse los paralíticos, caminen los inválidos, sánense los enfermos, resuciten los muertos: este es el sonido de salterio. Suene también la cítara: ha de pasar hambre, sed, deberá dormir, será apresado, flagelado, burlado, crucificado, sepultado. Cuando veas en su cuerpo sonar algo desde arriba, y sonar algo desde abajo, es una misma carne la que resucitó, y en una misma carne reconocemos el salterio y la cítara. Estas dos clases de hechos llenan el Evangelio y se predican a los gentiles, pues se predican tanto los milagros como los padecimientos del Señor.
17. [v.10—12] Por lo tanto con la aurora se despertó el salterio y la cítara, y alaba al Señor. ¿Y qué dice? Te confesaré entre los pueblos, Señor, y tocaré salmos a ti entre los gentiles; porque ha sido glorificada hasta los cielos tu misericordia, y tu verdad hasta las nubes. Los cielos están sobre las nubes, y las nubes bajo los cielos; y no obstante las nubes pertenecen a este cielo cercano. Pero hay veces que las nubes descansan sobre los montes, hasta el punto de aglomerarse en este aire cercano. El cielo, en cambio, está arriba, y es la morada de los ángeles, de las sedes, las dominaciones, principados, potestades. Parecería que quizá debería haber dicho: Ha sido glorificada hasta los cielos tu verdad, y tu misericordia hasta las nubes. Así es, en el cielo los ángeles alaban a Dios, al contemplar la belleza misma de la verdad, sin sombra alguna, sin interferencia de falsedad alguna. Ven, aman, alaban, no se cansan. Allá arriba está la verdad; aquí, sin embargo, en medio de nuestra miseria, tiene, sin duda, su lugar la misericordia. Es al miserable a quien hay que ofrecerle la misericordia. Allá arriba no hace falta la misericordia, no hay ningún miserable. He dicho esto porque parece más congruente el haber podido decir: Ha sido glorificada hasta los cielos tu verdad, y tu misericordia hasta las nubes. Por nubes entendemos los predicadores de la verdad, hombres portadores de esta carne, sombría en cierto modo, desde la que Dios brilla en sus milagros y truena en sus mandamientos. Ellos son aquellas nubes, de las que Isaías, en la persona del Señor, increpa a una cierta viña mala, estéril, llena de espinos: Daré orden a mis nubes que no derramen la lluvia sobre ella41; es decir, daré orden a mis Apóstoles que dejen a los judíos y no los evangelicen, sino que vayan a evangelizar a la tierra buena de los gentiles, donde no germinarán espinas, sino uvas. Ya vemos, pues, cómo las nubes son los predicadores de la verdad, los profetas, los apóstoles, todos los que con recta intención anuncian la palabra de la verdad, teniendo en sí oculta la luz, como la tienen las nubes, que por eso a veces fulminan sus rayos. Así pues los hombres son las nubes. Entonces, Señor, ¿qué quiere decir: Porque ha sido glorificada hasta los cielos tu misericordia, y tu verdad hasta las nubes? La verdad sobresale en los ángeles; pero también se la diste a los hombres, y la abajaste hasta las nubes. A su vez los ángeles no parecen necesitar misericordia; pero dado que tú tienes misericordia de los hombres míseros, y brindándoles tu misericordia por la participación de la resurrección, los haces ángeles, he aquí que tu misericordia llega hasta los cielos. Gloria, pues, a nuestro Señor y a su verdad, porque ni ha impedido que la misericordia nos hiciera bienaventurados por su gracia, ni nos ha privado de la verdad. En efecto, primeramente vino a nosotros la verdad revestida de carne, y por medio de su carne sanó el ojo interior de nuestro corazón, y así podamos contemplarla cara a cara42. Dándole, pues gracias, recitemos las últimas palabras del salmo, que acabo de explicar: Elévate, oh Dios, sobre los cielos, y llene la tierra tu gloria.