SALMO 52

Traducción: Miguel F. Lanero, o.s.a y Enrique Aguiarte Bendímez, o.a.r.

1. [v.1] Me propongo comentar este salmo con vosotros, según el Señor me vaya sugiriendo. Un hermano me manda que lo haga, y ora para que no haya obstáculos. Si por la prisa omitiera algo, lo completará en vosotros el mismo que se ha dignado darme lo que haya logrado deciros. He aquí su título: Para el fin, en favor de Maelet, para que lo entienda el mismo David. Para Maelet: como hemos encontrado en la traducción de los nombres hebreos, parece decir: «Por quien está de pato, o por quien tiene sus dolores». Los fieles saben quién está de parto y con dolores, ya que de ahí proceden. Cristo es quien está en este mundo de parto y tiene aquí dolores; su Cabeza está en los cielos, pero sus miembros están aquí abajo. Si no estuviera de parto y dolorido, no diría: Saulo, Saulo, ¿por qué me persigues?1 Lo estaba dando a luz durante la persecución, y una vez convertido, le hizo a él también pasar por ese estado de parto. De hecho, él mismo, una vez iluminado, y hecho uno más de los miembros por él antes perseguidos, impregnado de misma caridad, les decía: Hijitos míos, a quienes doy a luz nuevamente hasta que Cristo esté formado en vosotros2. Así pues, este salmo lo cantamos por los miembros de Cristo, por su cuerpo, que es la Iglesia3, por la unidad del hombre, es decir por la unidad del cuerpo, cuya cabeza está en el cielo. Pero le cuesta gemidos, y se duele este hombre en su parto. ¿Por qué y entre quiénes, sino porque le ha venido el conocimiento de su Cabeza, que dice: Abundará la iniquidad, y se enfriará la caridad de muchos? Y si abundará la iniquidad, y se enfriará la caridad de muchos, ¿quién quedará para seguir con los dolorosos partos? Y el texto continúa: El que persevere hasta el final, se salvará4. ¿De dónde le viene el gran mérito a la perseverancia, sino de que necesariamente ha de ser en medio de molestias, de tentaciones, sustos y escándalos? Porque a nadie se le manda que tolere las cosas buenas. Pero dado que a él se dirige, y a él se le canta, veamos su contenido. A propósito de esto se reprende aquí a los hombres entre los que gime y padece dolores, pero el consuelo del dolorido con dolores de parto, se deduce y se aclara al final del salmo. Quiénes son estos entre los que estamos pariendo y gimiendo, si somos parte del cuerpo de Cristo, si vivimos gobernados por su Cabeza, si nos contamos entre sus miembros. Escucha, pues, de quiénes se trata.

2. Dijo el necio en su corazón: No hay Dios. Esa es la clase de hombres entre los que se duele y gime el cuerpo de Cristo. Si es así este grupo humano, no serán abundantes nuestros partos; pero según mi opinión, son bien pocos; es difícil encontrarnos con un hombre que diga en su corazón: No hay Dios5. No obstante, los que no se atreven a decirlo en presencia de muchos, sí, son pocos, aunque lo dicen en su corazón, no atreviéndose a decirlo con su boca. En realidad no son muchos los que estamos obligados a tolerar; apenas se encuentra alguno; raro es el grupo humano que diga en su corazón: No hay Dios. Pero si lo que pensamos es que este razonamiento directo y crudo que existe en pocos, incluso en ninguno, ¿no nos parece que, con otros matices y otros razonamientos, sí lo hay en mucha gente? Que den un paso adelante los que viven mal; fijémonos en la conducta de los que son malvados, facinerosos, criminales; de estos hay un gran número; los que mantienen a diario sus pecados, los que la costumbre ya les ha hecho perder la vergüenza de sus hechos. Es una multitud tan numerosa de hombres, que entre ellos se encuentra el Cuerpo de Cristo, que apenas se atreve a reprender lo que de ningún modo se pude admitir, y prefiere conservar la integridad de su inocencia, no sea que no se atreva a condenar lo que se comete por la costumbre, o si se atreve, más fácilmente estalle el alboroto y la protesta de los que viven mal, que la voz sincera de los que viven bien. Y así son estos tales que dicen en su corazón: No hay Dios. Vamos a ver si los puedo convencer. ¿Cómo lo podré lograr? Ellos creen que su conducta es agradable a Dios. No dice: Algunos dicen, sino: Dijo el necio en su corazón: No hay Dios. Pero el Dios que ellos admiten es un dios tal, que creen agradarle con su conducta. Pero si tienes en cuenta al sensato, dado que el necio dijo en su corazón: No hay Dios, si te fijas, si comprendes, si razonas, el que piensa que a Dios le agrada la mala conducta, no piensa que este sea realmente Dios. Porque si es Dios, es un Dios justo; y si es justo, le repugna la injusticia, le repugna la maldad. De ahí que cuando tú piensas que le agrada la maldad, estás negando a Dios. Si Dios es aquel a quien desagrada la maldad, tú no crees que es Dios al que te parece que sí le agrada. No, no hay otro Dios más que aquel que rechaza la maldad, y cuando en tu corazón estás diciendo: «Dios está a favor de mis maldades», no estás asegurando otra cosa que: No hay Dios.

3. [v.2] Detengámonos en el enfoque hacia el mismo Cristo nuestro Señor, como Cabeza nuestra. Él, de hecho, habiéndose en la tierra manifestado en forma de siervo, dijeron los que lo crucificaron: No es Dios. Sí, era Dios, por ser Hijo de Dios. Pero ellos, al estar corrompidos y hacerse abominables, ¿qué dijeron? No es Dios, démosle muerte, no es Dios; sus palabras las tienes en el Libro de la Sabiduría; pero antes mira su corrupción, por la que dicen en su corazón: No hay Dios. Una vez dicho este versículo: dijo el necio para sí: No hay Dios, como buscando las causas por las que dice esto el necio, añade: Se han corrompido, se han hecho abominables con sus iniquidades. Escucha a esos corrompidos. Se decían para sí, pensando con mala intención; la corrupción comenzó con la mala fe, de ahí se pasa a las costumbres torpes, y de ahí a las más detestables iniquidades, todo gradualmente. ¿Qué es lo que se dijeron entre ellos, maquinando maldades? Corta y triste es nuestra vida. De esta mala fe se pasa a lo que ya dijo el Apóstol: Comamos y bebamos, que mañana moriremos6. En el mismo libro de la Sabiduría se amplía más esta sensualidad: Coronémonos de rosas, antes que se marchiten; dejemos en todas partes constancia de nuestra alegría. Y después de describir con mayor amplitud esta sensualidad, ¿cómo sigue? Matemos al pobre que es justo7; esto equivale a decir: No hay Dios. Nos parecían más suaves las palabras anteriores: Coronémonos de rosas, antes que se marchiten. ¿Qué expresión hay más delicada, más agradable? ¿Se podía esperar de ella cruces y espadas? No te extrañes, también las raíces de las espinas son suaves; si las tocas con tus manos, no te punzarás, pero de ahí nacen las espinas que te punzarán. Así que estos tales Se han corrompido, se han hecho abominables con sus iniquidades. Dijo el necio en su corazón: No hay Dios. Si es Hijo de Dios, que baje de la cruz8. Esto es decir abiertamente: No es Dios.

4. Pero, ¿de qué forma gime el cuerpo de Cristo en medio de ellos? Tuvieron que gemir entre ellos los apóstoles que había entonces, además de los discípulos de Cristo: ¿Tienen que ver ellos algo con nosotros? ¿De qué forma estamos nosotros implicados en ese parto? Todavía hay quien dice: Cristo no es Dios. Esto lo dicen los paganos que todavía quedan; esto lo dicen los mismos judíos, que, para testimonio de su confusión, están dispersos por todo el mundo; lo dicen también muchos herejes. Por ejemplo, los arrianos han afirmado: No es Dios; Los eunomianos han dicho Cristo no es Dios. A estos se añaden, hermanos, los que ya he citado antes, que son malvivientes, y no hacen más que afirmar con su vida: No hay Dios. Cuando les decimos que Cristo vendrá como juez a juzgar, cosa que afirman las Escrituras, que son infalibles, ellos prefieren aplicar su oído a la serpiente, que les dice: No moriréis9, siendo así que lo había dicho en el paraíso contra la verdad divina, que había decretado y sentenciado: Morirás sin remedio10; y ellos no cesan de hacer el mal, diciéndose a sí mismos: Cristo vendrá, sí, pero su perdón alcanzará a todos. Y según eso, miente el que dice que separará a los malos a su izquierda y a los buenos a su derecha; y a estos les dirá: Venid, benditos de mi Padre, recibid el reino que os ha sido preparado desde la creación del mundo; y dirá a los malos: Id al fuego eterno, que ha sido preparado para el diablo y sus ángeles11. ¿Cómo es que a todos les concederá el perdón? ¿De verdad que no condenará a nadie? Luego aquí se está mintiendo. Esto equivale a decir: No hay Dios. Mira a ver si tú quizá no estás mintiendo. Tú eres hombre, él es Dios; y Dios es veraz, pero según la Escritura, todo hombre es un mentiroso12. ¿Y qué será, oh Cuerpo de Cristo, de todos tus miembros, en relación con esta gente? Tú, ahora ya sepárate de ellos de corazón y con tu vida; nada de imitarlos, ni de familiarizarte con ellos, ni de darles tu beneplácito, ni de aprobarlos; al contrario, más bien refútalos. ¿Por qué les prestas atención a quienes hacen tales afirmaciones? Se han corrompido, se han hecho abominables con sus iniquidades; no hay quien obre bien.

5. [v.3] Dios observa desde el cielo a los hijos de los hombres, para ver si hay alguno que entienda o que busque a Dios. ¿Cuál es el alcance de estas palabras: Se han corrompido y se han hecho abominables todos estos que dicen: No hay Dios? ¿Cómo? ¿Es que acaso se le ocultaba a Dios que estos tales se habían hecho abominables? ¿O no se nos habrían manifestado sus pensamientos interiores, si él no los hubiera manifestado? Si, pues, teniendo esto en cuenta los conocía, si lo sabía, ¿qué quiere decir que mira desde el cielo a los hijos de los hombres, para ver si hay alguno que entienda o que busque a Dios? Estas son palabras más bien de quien investiga, no de quien lo sabe: Dios mira desde el cielo a los hijos de los hombres, para ver si hay alguno que entienda o que busque a Dios. Y como si hubiera encontrado lo que andaba investigando y mirando desde el cielo, pronunció esta afirmación: Todos se descarriaron, todos se han vuelto vanos; no hay quien obre el bien; no hay ni uno solo. Surgen aquí dos cuestiones un tanto difíciles. Si Dios mira desde el cielo para ver si hay alguno que entienda o que busque a Dios, le surge al insensato el pensamiento de que Dios no lo sabe todo. Esta es la primera cuestión; ¿Y la segunda? Es esta: Si no hay quien obre el bien, ni siquiera uno sólo, ¿quién es el que da a luz en medio de los malos? La primera se resuelve por el hecho de que la Escritura frecuentemente habla de que Dios realiza lo que el hombre lleva a cabo por don suyo; por ejemplo, el que Dios se compadece de los pobres, cuando lo haces tú por don suyo; cuando te conoces quién eres, porque él te ilumina, y eres capaz de afirmar: Tú enciendes mi lámpara, Señor Dios mío, tú iluminarás mis tinieblas13, lo que tú, por su iluminación conoces, él lo conoce. ¿De dónde, si no, tiene origen esta frase: El Señor Dios vuestro os pone a prueba para saber si le amáis?14 ¿Qué quiere decir para saber? Para que, por su don, os haga saber a vosotros. Dios observa a los hijos de los hombres para ver si hay alguno que entienda o que busque a Dios. Que él nos asista, y nos conceda que lo que nuestro corazón, por su favor ha concebido, lo haga él llegar a la luz. Dice el Apóstol: Nosotros no hemos recibido un espíritu de este mundo, sino el Espíritu que procede de Dios, para que sepamos los dones que hemos recibido de Dios15. Por este Espíritu, pues, que nos hace conocer a nosotros lo que es don de Dios, distinguimos entre nosotros y aquellos que no han recibido ese don de Dios, y por nosotros los conocemos a ellos. Porque si nosotros vemos que no hemos podido recibir ningún beneficio, sino de aquel de quien proviene todo don, vemos también que no han podido recibir los demás a quienes Dios no les ha hecho tales dones. Este discernimiento nos viene del Espíritu de Dios; y por lo mismo que lo vemos nosotros, decimos que lo ve Dios; porque es él quien hace que lo veamos. Por eso se dijo también a este respecto: El Espíritu de Dios todo lo escudriña, hasta las profundidades de Dios16, no porque él, que lo sabe todo, vaya investigándolo, sino que el Espíritu se te ha concedido a ti, y te lo hace escrutar a ti; y lo que tú puedes realizar por don suyo, decimos que lo hace él, ya que sin él tú no lo podrías realizar. En resumen, decimos que hace Dios lo que te concede hacer a ti. Por el don del Espíritu filial, aquellos a quienes les ha sido dado el Espíritu de Dios, miran a los hijos de los hombres, para que vean si hay alguno que entienda o que busque a Dios; pero como lo hacen por un don de Dios y del Espíritu de Dios, se dice que es Dios quien lo hace, como si fuera él quien mira y viera. ¿Pero y por qué dice desde el cielo, si son los hombres quienes lo realizan? Nos da la respuesta el Apóstol: Pero nuestra vida está en el cielo17. ¿Cómo te las arreglas para ver, cómo para mirar y entender? ¿No es con el corazón? Si tú, cristiano, lo haces con el corazón, mira a ver si tienes tu corazón en lo alto. Si es así, entonces desde el cielo miras a la tierra. Y puesto que esto lo haces por don de Dios, Dios desde el cielo observa a los hijos de los hombres. Así que esta dificultad queda resuelta según mi entender.

6. [v.4] ¿Qué es lo que conocemos observando? ¿Qué es lo que Dios conoce observando? ¿Qué es lo que, por concederlo él, llega el hombre a conocer? Escucha: Que todos se descarriaron, todos se han vuelto vanos; no hay quien obre el bien; no hay ni uno solo. ¿Cuál es el otro problema, sino el mismo que acabo de mencionar? Si no hay uno que obre bien, ni uno solo, no queda nadie que pueda gemir en medio de los malos. Pero espera, dice el Señor; no te precipites en la solución; les he concedido a los hombres hacer el bien, pero por mi ayuda, vuelve a decir, no por sí mismos; porque de sí mismos son malos; son humanos cuando hacen el mal; y cuando el bien, son hijos míos. Dios procede así: de hijos de los hombres, hace hijos de Dios, puesto que el Hijo de Dios hizo que fuera hijo del hombre. Fijaos cuál es el intercambio: a nosotros se nos ha prometido ser partícipes de la divinidad; y miente el que promete, si no se hace él antes partícipe de la mortalidad. Efectivamente, el Hijo de Dios se ha hecho partícipe de la mortalidad, para que el hombre mortal llegue a ser partícipe de la divinidad. El que te hizo la promesa de compartir sus bienes contigo, antes él compartió contigo tus males. El que te prometió la divinidad, mostró en ti la caridad. Por tanto, si quitas de los hombres el ser hijos de Dios, sólo queda en ellos el ser hijos de los hombres: No hay uno que obre bien, ni uno solo.

7. [v.5] ¿No llegarán a saber todos los que obran la iniquidad, los que devoran a mi pueblo como alimento de pan? ¿No llegarán a saber? ¿Es que no se les da a conocer? Habla, amenaza, habla por boca del que está de parto, con dolores. Tu pueblo es devorado como alimento de pan. Cierto, no hay uno que obre bien, ni uno solo. La respuesta es según la norma anterior: Pero este pueblo que es devorado, este pueblo que soporta a los malos, que gime y da a luz entre los malos, ya de hijos de hombres se han hecho hijos de Dios; por eso son devorados. Despreciasteis el consejo del pobre, porque el Señor es su esperanza18. Con mucha frecuencia es devorado el pueblo de Dios precisamente por esto, por despreciar que es el pueblo de Dios. «Lo voy a apresar», se dice, «para despojarlo. Si es cristiano ¿qué me va a hacer?» En su lugar habla el que habla en boca de los que están de parto, y amenaza a los devoradores: ¿No llegarán a saber todos los que obran la iniquidad? Pues el que veía a un ladrón y se juntaba con él, y se mezclaba y tomaba parte con los adúlteros, y sentándose desacreditaba a su hermano, y ponía tropiezos al hijo de su madre, dijo en su corazón: No hay Dios. Y por eso se le dice: Esto haces y me he callado; en tu depravación crees que soy como tú; es decir, que no voy a ser Dios, si soy como tú. Pero ¿cómo sigue este salmo? Te acusaré, te pondré delante de tu cara19. Así también sucederá aquí, Te acusaré, te pondré delante de tu cara. No quieres ahora reconocer lo que eres, para no llevarte un disgusto, pero te reconocerás cuando tengas que derramar lágrimas. Dios va a manifestar su maldad a los inicuos. Si no se la manifestara, ¿quiénes van a ser los que clamen: De qué nos ha servido la soberbia, y la arrogancia de nuestras riquezas; qué beneficio nos ha aportado?20 Se enterarán entonces los que ahora no han querido saber nada. ¿No llegarán a saber todos los que obran la iniquidad, los que devoran a mi pueblo como alimento de pan? ¿Por añadió como alimento de pan? Como si fuera pan, así se devoran a mi pueblo. De los demás alimentos, podemos comer hoy unos, mañana otros; no siempre el mismo tipo de verdura, no siempre la misma clase carne, no siempre la misma clase de fruta; pero el pan sí, lo comemos siempre. Entonces, ¿qué significa: devoran a mi pueblo como alimento de pan? Que lo hacen sin interrupción, sin descanso los que devoran a mi pueblo como alimento de pan.

8. [v.6—7] No invocaron a Dios. Es consolado el que llora, especialmente teniendo en cuento lo que hemos recordado, no sea que imitando a los malvados que con frecuencia prosperan, llegue a disfrutar haciendo el mal. A ti te está reservado lo que se te ha prometido; la esperanza de los malvados ya está en el presente, la tuya aguarda el futuro; pero la de ellos es incierta, la tuya segura; la suya falsa, la tuya verdadera. Porque ellos no invocaron a Dios. Pero ¿de verdad que esta gente no invoca a Dios cada día? No, no lo invoca. Poned atención, a ver si puedo explicar esto con la ayuda del mismo Dios. Dios quiere un culto gratuito, quiere ser amado gratuitamente, esto es amar castamente. No quiere ser amado Dios interesadamente, porque dé algo distinto de sí mismo, sino únicamente porque se da a sí mismo. El que invoca a Dios para ser rico, no es a Dios a quien invoca; lo que realmente invoca es el beneficio que busca. ¿Qué significa invocar, sino llamar para que venga a él? Llamar, pues, para que venga, eso es invocar. Ahora bien, cuando dices: «Oh Dios, dame riquezas», no quieres que lo que venga a ti sea Dios; lo que realmente quieres que te venga, son las riquezas. Lo que invocas es lo que quieres que vaya a ti. Si invocases a Dios, vendría a ti, y él sería tu riqueza. Pero ahora prefieres tener las arcas llenas, y vacía tu conciencia: Dios no llena las arcas, sino el corazón. ¿De qué te sirven las riquezas exteriores, si en tu interior te apremia la miseria? Luego todos estos que, por las comodidades mundanas, por los bienes terrenos, por la vida y la felicidad presente y terrena, invocan a Dios, no es a Dios a quien invocan.

9. Por tanto ¿qué sigue diciendo de ellos? Temblaron de temor donde no había qué temer. ¿Es que habrá que tener temor de perder las riquezas? No, no hay por qué temer, y sin embargo se teme. Si alguien perdiese la sabiduría, ahí sí que habría que temer; y sin embargo no se teme. Escucha bien, distingue, comprende a estos individuos: se le entrega, por ejemplo, a alguien una bolsa; se niega a devolverla, se adueña de ella, le parece que una ocasión como esta no se va a repetir, y la toma como algo de su propiedad y rehúsa devolverla. Que se fije a ver qué es lo que tiene miedo de perder, y qué es lo que no quiere tener; en esta duda entran en juego el dinero y la fe; lo que es de más valor, ahí es donde hay que temer un daño más grave. Tú, al contrario, por quedarte con el oro, prefieres perder la fe; un daño mayor te ha venido encima, y tú te alegras de la ganancia; ahí es donde temblaste de temor donde no había qué temer. Devuelve el dinero: no; es poco devolverlo; pierde el dinero, no vayas a perder la fe. ¡Temiste devolver el dinero, y quisiste perder la fe! Los mártires no tomaron nada ajeno, y sin embargo lo despreciaron antes que perder su fe; y poco supuso el perder su dinero, cuando fueron desterrados; llegaron a perder hasta su vida cuando sufrieron el martirio; perdieron su vida, sí, para luego encontrarla en la vida eterna21. Ellos temieron donde se debía temer. Pero aquellos que dijeron a Cristo: No es Dios, temblaron de temor donde no había qué temer. Dijeron: Si lo dejamos vivo, vendrán los romanos y se apoderarán de nuestro lugar (santo) y de nuestra nación22. ¡Qué estupidez e imprudencia el decir en su corazón: No hay Dios! Temiste perder la tierra y has perdido el cielo; Temiste que vinieran los romanos, y se apoderaran del lugar (santo) y de la nación; ¿Acaso se podrían apoderar de tu Dios? ¿Qué es lo que te queda por hacer? ¿Qué, sino el confesar que pretendías mantener lo que tenías, y por tenerlo mal lo has perdido? Al matar a Cristo has perdido el lugar (santo) y la nación. Preferiste matar a Cristo antes que perder el lugar (santo) y el país; y lo que perdiste fue el lugar (santo), la nación y a Cristo. Por temor mataron a Cristo. Pero ¿por qué este temor? Porque Dios dispersa los huesos de los que complacen a los hombres. Queriendo complacer a los hombres, temieron perder el lugar (santo). Cristo, en cambio, del que dijeron: No es Dios, prefirió desagradar a unos hombres que eran ellos; prefirió desagradar a los hijos de los hombres, no a los hijos de Dios. He ahí por qué fueron dispersados sus huesos; pero nadie fracturó los huesos de Cristo. Quedaron confundidos, porque Dios los despreció. En verdad hermanos, por lo que a ellos toca, les sobrevino la gran confusión, pues los judíos ya no están en el lugar en que crucificaron al Señor, al cual crucificaron por no perder el lugar (santo) y el reino. Dios los despreció; y sin embargo, con ese desprecio los estaba amonestando a que se convirtieran. Que ahora, por fin, conozcan a Cristo, y confiesen que es Dios, cuando antes dijeron: No es Dios. Que vuelvan a la herencia paterna, a la herencia de Abrahán, Isaac y Jacob; que con ellos lleguen a poseer la vida eterna, aunque hayan perdido la vida temporal. ¿Por qué? Porque de hijos de los hombres que son, Dios los ha hecho hijos de Dios. Pero si permanecen en su dureza y se niegan, no hay uno que obre bien, ni uno solo; y quedaron confundidos, porque Dios los despreció. Y como volviéndose a ellos, les dice: ¿Quién dará desde Sión la salvación a Israel? ¡Oh insensatos! El mismo a quien gritáis, a quien insultáis, a quien abofeteáis, a quien cubrís de salivazos, coronáis de espinas y levantáis crucificado ¿quién es? Precisamente el que dará desde Sión la salvación a Israel ¿No será el mismo de quien habéis dicho: No es Dios? Cuando Dios haga volver de la cautividad a su pueblo. Nadie hizo volver a su pueblo de la cautividad, sino el que quiso ser cautivo en vuestras manos. Pero esto ¿quién lo entenderá? Se alegrará Jacob y gozará Israel. El verdadero Jacob, y el verdadero Israel, aquel hermano menor a quien sirvió el mayor23, ese se alegrará, porque él será capaz de comprender.