EXPOSICIÓN DEL SALMO 51

Traducción: Miguel F. Lanero, o.s.a y Enrique Aguiarte Bendímez, o.a.r.

1. El salmo que me he propuesto comentar a vuestra Caridad es breve; pero el título tiene alguna dificultad. Así que aguantadme con paciencia hasta que pueda aclararlo, según mis posibilidades y con la ayuda del Señor. No hay que pasar por alto estas cosas, ya que es voluntad de los hermanos no sólo escucharlo con el oído y el corazón, sino también grabar por escrito lo que voy diciendo. No debemos pensar sólo en el oyente, sino también en quien desea leerlo. El origen de este salmo fue un acontecimiento que se os ha leído del Libro de los Reyes. El rey Saúl fue elegido rey por el Señor no para que tuviese una dinastía duradera en el trono, sino por la dureza y maldad del corazón del pueblo, y para su corrección, no porque le fuera útil1; así dice aquella sentencia de la Escritura santa, refiriéndose a Dios: Hace reinar a un hombre hipócrita por la perversidad del pueblo2. Al ser Saúl un hombre de tal condición, perseguía a David3, en el que Dios había prefigurado el reino de la salvación eterna, y a quien había elegido para permanecer en su descendencia; de hecho el que iba a ser nuestro Rey, el Rey de los siglos, con el cual habremos de reinar eternamente, vendría de la estirpe de David según la carne4. Dios, pues, eligió, preeligió y predestinó a David al trono; pero no quiso que reinase antes de ser liberado de sus perseguidores; y así también en esto nos simbolizase a nosotros, es decir al cuerpo cuya Cabeza es Cristo5. Ahora bien, si nuestra misma Cabeza no quiso reinar en el cielo, sino después de concluir sus padecimientos en la tierra, ni quiso elevar a las alturas el cuerpo que había tomado aquí abajo, sino por el camino del sufrimiento, ¿cómo van a esperar sus miembros la posibilidad de ser más afortunados que la Cabeza? Si al paterfamilias le han llamado Belcebú, ¿cuánto más a sus servidores?6 No esperemos, pues, un camino más cómodo; vayamos por el que nos precedió, sigámoslo por el camino que él trazó. Si nos desviamos de sus huellas, estamos perdidos. Según esto ya veis en qué nos prefiguraba David, y en qué también Saúl: el reino mal llevado lo representa Saúl; el reino bueno, David; la muerte Saúl, la vida David. Porque a nosotros no nos persigue más que la muerte, de la cual hemos de triunfar al fin, cuando digamos: ¿Dónde está, muerte, tu victoria? ¿Dónde está, muerte, tu aguijón?7 ¿Por qué digo que nos persigue sólo la muerte? Porque si no fuéramos mortales, nada nos podría hacer el enemigo. ¿Acaso a los ángeles les hace algo? Incluso la misma muerte, de la que somos especialmente perseguidos, cesará en su lucha al final, cuando resucitemos de entre los muertos, y como terminó en nuestra Cabeza, así también terminará en nosotros, si es que somos hallados justos. Porque ese muerto fue el que mató a la muerte, siendo en él la muerte muerta, más bien que él víctima de la muerte.

2. Pues bien, si consideramos el mismo nombre, no deja de encontrarse en él un misterio. Saúl significa «deseo», es decir, apetencia. ¿Y cómo vamos a dudar de que nosotros nos hemos causado esta muerte? Sí, ha sido el pecado el que ha originado la muerte. Con razón, pues, el mismo hombre es quien ha apetecido la muerte, y por tanto un nombre de la muerte es «deseo». Así está escrito: Dios no hizo la muerte, ni se goza en la destrucción de los vivientes. Todo lo creó para que subsistiera, e hizo saludables a todos los pueblos del mundo. Y como si preguntases: ¿Y qué pasa con la muerte? responde: Pero los impíos, con palabras y gestos la llamaron, y teniéndola por amiga, la precipitaron sobre ellos mismos8. Así que, apeteciéndola, la trajeron, teniéndola por amiga; lo mismo que el pueblo, teniéndolo por amigo, pidió un rey que resultó enemigo. El pueblo importunó a Dios para tener un rey, y se le dio a Saúl, como siendo entregados en sus manos los mismos que con palabras y con los gestos de sus manos hicieron venir la muerte. Por eso en Saúl está figurada la misma muerte. De ahí que el salmo diez y siete tiene este título: En el día en que lo liberó el Señor de la mano de todos sus enemigos, y de la mano de Saúl9. Primero cita a todos sus enemigos, y luego dice: y de la mano de Saúl, puesto que el último enemigo vencido será la muerte10. ¿Qué quiere decir: y de la mano de Saúl? Que nos sacó del abismo y nos libró de la mano de la muerte.

3. Al perseguir Saúl al santo varón David, este huyó adonde se creyó seguro. Y pasando por donde se encontraba un sacerdote, llamado Aquimelec, recibió de él los panes de la proposición. Con este acto estaba representando no sólo la persona del rey, sino también la del sacerdote, ya que comió los panes de la proposición, los cuales, como dice el Señor en el evangelio, no estaba permitido comerlos más que a los sacerdotes11. Después comenzó la persecución de Saúl, que montó en cólera porque nadie quería revelar dónde se encontraba. Esto es lo que acabamos de leer en el Libro de los Reyes. Pero un tal Doeg, mayoral de los pastores de Saúl, idumeo, estaba allí cuando David vino al sacerdote Aquimelec. Y cuando vio que Saúl estaba airado contra sus servidores, por no querer nadie traicionar a David, revelando dónde estaba, Doeg sí le reveló traidoramente el lugar donde lo había visto. Entonces Saúl ordenó llamar al sacerdote y sus acompañantes, y mandó matarlos. Pero ninguno de los súbditos del rey Saúl, ni siquiera con orden real, osó poner las manos contra los sacerdotes del Señor; sólo el mayoral, que como Judas lo había traicionado, y que no se retractó de su propósito, perseverando hasta el final en dar frutos de aquella raíz (¿qué frutos, sino los que da el árbol malo?), el tal Doeg, por orden del rey y con su propia mano, mató al sacerdote y a sus acompañantes; a continuación fue también derrotada la ciudad de los sacerdotes12. Tenemos, pues, a este Doeg, enemigo del rey David y del sacerdote Aquimelec. Doeg es un hombre, pero es además el prototipo de una clase de hombres; así como también David, que encarnaba la personalidad real y la sacerdotal, como si fuera un hombre y dos personas a la vez, pero siempre el único género humano. Así pues, en este tiempo y en esta vida fijémonos en estas dos clases de hombres, para que nos sea provechoso bien sea lo que cantamos, bien sea lo que oímos cantar. Examinemos ahora a Doeg, así como la persona del rey y sacerdote, y también al grupo de hombres que están contra el rey y contra el sacerdote.

4. Ante todo fijaos en los nombres y en el misterio que encierran. Doeg significa «movimiento»; idumeo es «terrenal». Mirad ya qué clase de hombres representará este Doeg o «movimiento»; no será de los que se asientan definitivamente en un lugar, sino de los que tienen que emigrar. Y luego «terrenal». ¿Qué frutos vamos a esperar de un hombre terreno? El hombre celestial vivirá eternamente. Por decirlo en pocas palabras, existe un reino terreno en este mundo, y en él también hay un reino celestial; enseguida lo ampliaré. Ambos reinos, el terreno y el celestial, el que será arrancado y el que será plantado para toda la eternidad, tienen sus ciudadanos que están de paso, peregrinando. De momento, en este mundo, los ciudadanos de ambos reinos están mezclados; la multitud del reino terreno y la del reino celestial están entremezcladas. El reino celeste gime en medio de los ciudadanos del reino terrenal, y de vez en cuándo (y esto no debemos pasarlo por alto) el reino terreno de alguna manera se aprovecha de los ciudadanos del reino celestial, y a su vez el reino celestial se aprovecha de los del reino terreno. Ambas cosas las trataré de probar con la Divina Escritura. Daniel y tres jóvenes más, fueron puestos al frente de los asuntos del rey13. José, en Egipto, fue constituido el segundo después de rey, para administrar el Estado14, del que había de ser liberado el pueblo de Dios. A ese país era José el que de algún modo lo tenía dominado, lo mismo que aquellos tres jóvenes y lo mismo que Daniel en Babilonia. Está claro que el reino terreno se servía del dominio de los ciudadanos del reino celestial, para sus propias obras, las obras de su reino, no para sus maldades, eso no. ¿Y qué decir del reino de los cielos? ¿De qué modo se aprovecha en este mundo, temporalmente, de los ciudadanos del reino terrenal? ¿No dice de ellos el Apóstol que no anunciaban el evangelio con lealtad, pero con todo, buscando lo terreno, al fin y al cabo predicaban el reino de los cielos, y que aunque buscaban su propio interés, anunciaban a Cristo? Y para que veáis que también ellos fueron tomados como mercenarios en la propagación del reino de los cielos, dice con alegría el Apóstol de ellos: Hay algunos que por envidia y rivalidad anuncian a Cristo no lealmente, pensando que añadirán más sufrimiento a mis cadenas. ¿Qué más da? Al fin y al cabo, sea como sea, con segundas intenciones, o con sinceridad, se anuncia a Cristo. Y yo me alegro y me seguiré alegrando15. Sobre esta clase de hombres se pronuncia Cristo diciendo: Los escribas y fariseos se han sentado en la cátedra de Moisés. Haced lo que ellos dicen, pero no hagáis lo que hacen; porque dicen, pero ellos no lo cumplen16. Lo que dicen se refiere a David; en cuanto a lo que hacen, a Doeg. En sus palabras oídme a mí, pero no los imitéis. Estas dos clases de hombres los encontramos todavía hoy en nuestra tierra. Sobre estas dos clases de hombres, es el tema que canta este salmo.

5. [v.1—2] He aquí el título del salmo: Para la comprensión de David, cuando vino el idumeo Doeg, y le comunicó a Saúl: David se ha ido a la casa de Abimelec: pero leemos que fue a la casa de Aquimelec. Lo que sí veo como probable es que, dada la similitud de ambos nombres, con una sola sílaba, incluso una sola letra de diferencia, han modificado los títulos. Al consultar los códices de los salmos, he comprobado que abunda más el nombre de Abimelec, que el de Aquimelec. En otro lugar te encontrarás con un salmo distinto y bien claro, en que no se trata de nombres parecidos, sino de dos totalmente distintos. Por ejemplo, cuando David fingió disimulando la expresión de su cara ante el rey Aquis, no ante el rey Abimelec. Entonces lo dejó y se marchó; en cambio el título del salmo está así escrito: Cuando disimuló su rostro ante Abimelec17; en tal caso el mismo cambio de nombres nos hace pensar en el misterio, no que vayamos únicamente siguiendo un hecho histórico, dejando a un lado las realidades sagradas que hay allí escondidas. Examinado en aquel salmo, el nombre de Abimelec, vimos que su significado es «El reino de mi padre». ¿Cómo es que David abandonó el reino de su padre y se fue, a no ser que recordemos a Cristo, que dejó el reino de los judíos, y se pasó a los gentiles? Esta puede ser la razón por la que el espíritu profético, al ponerle título a este salmo, quiso que no se escribiera Aquimelec, sino Abimelec, porque al venir David al reino de su padre, es cuando fue traicionado; y esto es como cuando nuestro Señor Jesucristo, al llegar al reino de los judíos constituido por su Padre, del que se dice: Se os quitará a vosotros el reino de Dios, y se le dará a un pueblo que dé sus frutos en la justicia18, entonces fue entregado a la muerte, que es lo que significa Saúl. (David), en cambio, no fue muerto, como tampoco Isaac, aunque también este simbolizaba la pasión del Señor; no obstante, el símbolo no terminó sin sangre, sea allí en la muerte del carnero19, sea aquí en la del sacerdote Aquimelec. Porque no fue oportuno matar a quienes tampoco era oportuno resucitarlos entonces; pero Jesús, librando su vida del peligro de muerte, mas no sin la efusión de sangre, estaba significando ante todo la resurrección, que de este modo se figuraba en ellos, pero que se reservaba al Señor. Muchas cosas se podrían decir sobre esto, si me hubiera propuesto tratar en este sermón el examen detallado de los misterios contenidos en aquellos acontecimientos.

6. Pasemos ya a examinar estas dos clases de hombres, ya que hemos concluido la explicación del título de este salmo, aunque con esfuerzo y tal vez con demasiada palabrería, pero como el Señor me lo ha concedido. Fijaos en las dos clases de hombres: una los que sufren, y la otra la de quienes están en medio de los que sufren; unos tienen su pensamiento puesto en la tierra, los otros en el cielo; unos tienen su corazón que se va hundiendo en el abismo; los otros intentan elevar su corazón hasta unirlo con los ángeles; unos tienen su esperanza puesta en las cosas que tienen importancia en este mundo, los otros confiando en las realidades celestiales que Dios, el veraz, ha prometido. Pero lo cierto es que estas dos clases de hombres están mezclados. Podemos encontrarnos con un ciudadano de Jerusalén, ciudadano del reino de los cielos, metido en la política, como por ejemplo uno con toga de púrpura: un magistrado, un edil, un procónsul, hasta emperador incluso, que gobierna el Estado terrenal. Pero su corazón lo mantiene en las alturas, si es cristiano, si es fiel, si es piadoso, si desprecia las realidades en que se halla implicado, y espera en las que aún no posee. A esta clase pertenece la santa mujer Ester, que siendo esposa del rey, llegó a exponerse al peligro por interceder en favor de sus compatriotas; y en oración a Dios, ante quien no se puede mentir, dijo que los adornos reales que llevaba, eran para ella como un paño menstrual20. No hay por qué desesperar de los ciudadanos del reino de los cielos, cuando los veamos administrando algún negocio de Babilonia, algún asunto terreno en la sociedad terrena; ni tampoco nos entusiasmemos enseguida por todos los que vemos trabajar en las realidades celestiales. A veces en la cátedra de Moisés también están sentados hijos de la pestilencia, de los que se ha dicho: Haced lo que dicen, pero no hagáis lo que ellos hacen; porque dicen y no hacen21. Los primeros, envueltos en asuntos terrenos, levantan su corazón al cielo, y los segundos, con palabras celestiales, arrastran su corazón por la tierra. Pero llegará el tiempo de la bielda, y entonces una clase de hombres quedará bien separada de la otra, no sea que algún grano se pierda en el montón de la paja que ha de ser quemada, ni tampoco alguna mota de paja se mezcle con el trigo que ha de ser almacenado en el granero22. Ahora bien, mientras existe la mezcla de unos y otros, escuchemos nuestra voz, es decir, la de los ciudadanos del reino de los cielos. Debemos también estar atentos a tolerar aquí a los malos, evitando el tener que ser tolerados por los buenos. Estemos unidos a esta voz con el oído, con la lengua, con el corazón y con las obras. Si hacemos esto, estamos hablando nosotros en aquellos que oímos. Pues bien, hablemos ahora en primer lugar, del cuerpo malo del reino terrenal.

7. [v.3] ¿Por qué se gloría de su maldad el poderoso? Fijaos, hermanos míos, en la gloria de la perversidad, en la gloria de los hombres malvados. ¿Qué es la gloria? ¿Por qué se gloría de su maldad el poderoso? Es decir, el que es poderoso en la maldad, ¿por qué se gloría? Hace falta tener poder, sí, pero en la bondad, no en la malicia. ¿Tiene algo de grandeza gloriarse en la maldad? Construir una casa es cosa de pocos; destruirla lo puede hacer cualquier ignorante. Sembrar el trigo, cultivar la mies, esperar su maduración, alegrarse en la cosecha que tanto trabajo costó, es cosa de pocos; pero cualquiera puede con una chispa ponerle fuego a toda la mies. Tener un hijo, alimentar al recién nacido, educarlo, guiarlo hasta la juventud, es de una gran responsabilidad; matarlo, en cambio, cualquiera lo puede lograr en un instante. Sí pues, toda obra que conduce a la destrucción, es facilísima de hacer. El que se gloría, que se gloríe en el Señor23: el que se gloría, que se gloríe en algo bueno. Tú te glorías porque eres fuerte para el mal. ¿Qué lograrás, tú, poderoso, qué lograrás con tu gran jactancia? Planeas matar a un hombre; esto mismo lo logra un escorpión, lo logra una fiebre, lo logra una seta venenosa. ¿Hasta esto llega tu poder, que te equiparas a una seta maligna? Los buenos ciudadanos de Jerusalén, que no se glorían en el mal, sino en el bien; lo que hacen es: en primer lugar no gloriarse de sí mismos, sino en el Señor; luego, las cosas que hacen orientadas a edificar, las hacen con empeño, de forma que sean consistentes y perduren; y cuando tienen que destruir algo, lo hacen para enseñanza de los aprendices, no para oprimir a los inocentes. Si a este maligno poder se le compara aquella clase de hombres terrenales, ¿por qué no se fijan en estas palabras: Por qué se gloría de su maldad el poderoso?

8. [v.4] Estás todo el día con tu lengua maquinando injusticias en tu maldad. Todo el día en tu maldad, es decir, siempre, sin descanso, sin intervalo, sin parar. Y cuando no lo realizas, lo estás pensando; cuando alguna maldad está lejos de tus manos, no lo está de tu corazón. O estás haciendo el mal, o cuando no lo puedes hacer, lo dices, es decir, maldices; incluso cuando esto tampoco lo puedes, deseas y estás pensando en hacer el mal. Todo el día, pues, quiere decir sin interrupción. Para un hombre así suponemos todos que habrá castigo. ¿Pero es que él es un castigo pequeño para sí mismo? Tú lo amenazas; y al amenazarlo, ¿a qué castigo lo quieres someter? Déjalo a sí mismo. En tu duro ensañamiento, lo entregarías a las bestias; pero él consigo es peor que las bestias. Sí, porque una bestia a lo que puede llegar es a despedazarte el cuerpo; pero él no puede menos de herir su corazón. Él se ensaña en su interior, ¿y tú andas buscando cómo herirlo exteriormente? No; lo que debes hacer es orar por él, para que se libere de sí mismo. Y sin embargo, hermanos míos, el contenido de este salmo no es la oración por los malos o contra ellos, sino que es una profecía de lo que les sobrevendrá a los malos. No vayáis a pensar que el salmo diga algo con mala intención: su contenido está expresado con espíritu profético.

9. ¿Cómo sigue el salmo? Todo tu poder, y todo tu pensamiento de iniquidades durante el día entero, y la maquinación maligna de tu lengua sin descanso, ¿qué ha logrado? ¿Qué ha conseguido? Has cometido engaños como navaja afilada. Esto es lo que les hacen los malvados a los santos; les afeitan el cabello. ¿Qué he dicho? Si los ciudadanos de Jerusalén oyen la voz de su Señor, de su rey que les dice: No tengáis miedo a los que matan el cuerpo, pero no pueden matar el alma24; aquellos que oigan la voz del evangelio que acabamos de leer: ¿De qué le sirve al hombre ganar todo el mundo, si se arruina a sí mismo?25 despreciarán todos estos bienes presentes, y hasta la misma vida. ¿Y qué puede hacer la navaja de Doeg a quien en esta tierra medita en el reino de los cielos, y en él vivirá, teniendo a Dios consigo, y permaneciendo con él? ¿Qué le puede hacer esa navaja? Podrá rapar la cabeza, y dejar a uno calvo. Y esto lo acercará a Cristo, que fue crucificado en el lugar de la calavera o Calvario. Lo convertirá en hijo de Coré, que significa «calvo». Por otra parte, estos cabellos representan lo superfluo de esta vida. Es verdad que los cabellos no fueron inútilmente creados por Dios en el cuerpo del hombre, sino para que le sirvieran de adorno; y como no se siente nada al cortarlos, aquellos cuyo corazón está unido al Señor, estiman las cosas terrenas como si fueran cabellos. No obstante, se puede lograr algún bien de estos cabellos, como por ejemplo cuando partes tu pan con el hambriento, le das posada en tu casa al pobre sin techo, o si ves a algún desnudo, lo vistes26; y como lo más admirable también, los mártires, imitando al Señor, derraman su sangre por la Iglesia, después de oír aquella voz: Como Cristo dio su sangre por nosotros, así también nosotros debemos dar la vida por nuestros hermanos27. De algún modo nos han beneficiado con sus cabellos, es decir, con todo lo que aquella navaja puede cortar o rasurar. Y que con los mismos cabellos se puede hacer algún bien, lo puso en claro aquella pecadora, que, llorando sobre los pies del Señor, limpió con su cabellera las lágrimas derramadas28. ¿Qué nos quería decir? Que cuando te compadezcas de alguien, debes también socorrerlo, si puedes. Así, cuando te compadeces, es como si derramaras lágrimas; cuando le ayudas le secas con tus cabellos. Y si esto se puede hacer con cualquiera, ¿cuánto más con los pies del Señor? ¿Y quiénes son los pies del Señor? Los santos evangelistas, de quienes se dijo: ¡Qué hermosos son los pies de los que anuncian la paz, de los que trae buenas noticias!29 Que afile Doeg su lengua como una navaja; que prepare el engaño con toda la sutileza que pueda: lo que ha de llevarse son las cosas temporales y superfluas; ¿podrá quitarnos las necesarias, las eternas?

10. [v.5] Amaste más la malicia que la benignidad. Ante ti estaba la benignidad, debías haberla preferido. No tendrías que pagar nada por ella; ni emprender un largo viaje por mar para traerla de un lejano país. Ante ti están la benignidad y la maldad: compáralas y elige. Pero tal vez tu ojo ve la maldad y te falta el ojo que ve la benignidad. ¡Ay del corazón endurecido, y lo que es peor, del que se da vuelta para no ver lo que puede ver! ¿Qué se ha dicho de estos malvados en otro lugar? No quiso entender para hacer el bien. No dice que no pudo, sino: No quiso entender para hacer el bien, cerró los ojos a la luz que tenía delante. ¿Y cómo sigue? Meditó iniquidad en su lecho30, es decir, en lo profundo, en lo secreto de su corazón. Esto es lo que se le echa en cara a este Doeg, el idumeo, a esta raza maligna, a este de los movimientos terrenos, que no permanece, que no es celestial. Amaste más la malicia que la benignidad. ¿Quieres saber cómo ve el malvado uno y otro, y cómo prefiere el mal, volviendo la espalda al bien? ¿Por qué grita cuando le toca sufrir algo injustamente? ¿Por qué exagera cuanto puede la injusticia sufrida y alaba la benignidad, reprendiendo al que lo ha tratado con maldad y no con benignidad? Sea él su propia norma de vida: él será juzgado según su propio comportamiento. Si pone en práctica lo que está escrito: Amarás al prójimo como a ti mismo31, y también: El bien que queréis que hagan los hombres con vosotros, hacedlo también vosotros con ellos32, en sí mismo encontrará el modo de conocer, puesto que lo que él no quiere que se le haga, tampoco él lo debe hacer a los demás33. Prefieres el mal al bien. Con malicia, desordenadamente, perversamente quieres que el agua flote sobre el aceite; el agua irá al fondo, y el aceite flotará. Pretendes que la luz se ponga bajo las tinieblas; las tinieblas huirán, y permanecerá la luz. Te empeñas en colocar la tierra sobre el cielo; la tierra se precipitará a su lugar. Así que tú te hundirás, prefiriendo la malicia a la benignidad. Jamás la maldad estará sobre la benignidad. Amaste más la malicia que la benignidad, la injusticia más que el hablar con rectitud. Ante ti está la rectitud, y ante ti la iniquidad; tienes una sola lengua, y la puedes volver hacia donde quieras; ¿por qué usarla para la maldad, en lugar de para la rectitud? A tu vientre no le das comidas amargas, ¿y le vas a dar a tu lengua maligna manjares de iniquidad? Así como eliges lo que has de comer, elige también lo que has de hablar. Antepones la iniquidad a la rectitud, y antepones la malicia a la benignidad. Sí, tú la antepones, pero ¿qué puede haber por encima, sino la benignidad y la rectitud? Pero tú, poniéndote en cierto modo sobre lo que inevitablemente ha de ir al fondo, no conseguirás que eso suba por encima del bien, al contrario, tú te hundirás con ello en el mal.

11. [v.6] Por eso continúa el salmo: Te gustan todas las palabras que causan hundimiento. Líbrate, pues, si puedes, de ese hundimiento. ¡Huyes del naufragio, pero te abrazas al plomo! Si no quieres hundirte, abrázate a una tabla, carga el leño, que la cruz te guíe. Y ahora que eres Doeg el idumeo, el de movimientos terrenos, ¿qué es lo que haces? Te gustan todas las palabras que causan hundimiento, lengua engañosa. Va delante esta lengua engañosa, y le siguen las palabras que sumergen. ¿Qué es una lengua engañosa? Es la servidora de la mentira, la de los que gestan en su corazón una cosa, y profieren otra distinta. Y como en ellos hay destrucción, habrá hundimiento.

12. [v.7] Por eso Dios te destruirá para siempre, aunque ahora te parezca que verdeas como la hierba del campo antes del bochorno solar. Pues toda carne es heno, y el esplendor del hombre como flor del heno: se seca el heno y cae la flor; pero la palabra del Señor permanece para siempre34. He aquí en qué debes apoyarte: en lo que permanece eternamente. Porque si confías en el heno y en la flor del heno, dado que el heno se seca, y la flor cae, Dios te destruirá para siempre; quizá no lo haga ahora, pero sí serás destruido al final, cuando llegue la bielda, cuando el montón de paja sea separada del trigo. ¿No irá el trigo al hórreo, y la paja al fuego?35 ¿Y todo este Doeg, no será puesto a la izquierda, cuando el Señor diga: Id al fuego eterno, preparado para el diablo y sus ángeles?36 Así que Dios te destruirá para siempre; te arrancará y te hará emigrar de tu tienda. Porque de momento Doeg, el idumeo, habita en la tienda; pero el siervo no permanece en la casa para siempre37. No obstante, también este realiza alguna cosa buena, aunque no con sus obras, sino cuando utiliza alguna palabra de Dios, de manera que cuando busca su propio interés en la Iglesia38, al menos hablará de lo que pertenece a Cristo. A pesar de todo, te hará emigrar de tu tienda. En verdad os digo que ya recibieron su recompensa39. Y arrancará tus raíces de la tierra de los vivientes. Luego nosotros debemos enraizarnos en la tierra de los vivientes. Allí debe estar nuestra raíz. La raíz está oculta; los frutos son visibles, pero la raíz no es posible verla. Nuestra raíz es nuestra caridad, los frutos son nuestras obras; es necesario que tus obras procedan de la caridad: es entonces cuando tu raíz está en la tierra de los vivientes. De ahí será arrancado el tal Doeg, y de ninguna manera podrá permanecer allí, porque allí sus raíces no han alcanzado la profundidad. Es como aquellas semillas caídas sobre las rocas: aunque broten las raíces, como no tienen humedad, cuando salga el sol inmediatamente se secan40. No es como los que echan raíces profundas: ¿Qué les dice el Apóstol? Doblo mis rodillas por vosotros ante el Padre de nuestro Señor Jesucristo, para que estéis radicados y cimentados en el amor. Y como la raíz ya está en esa tierra, Para que seáis capaces, sigue diciendo, de comprender cuál es la longitud y la anchura, la altura y la profundidad; y conocer también la eminentísima ciencia del amor de Cristo, y seáis colmados de toda la plenitud de Dios41. Digna de tales frutos es esta gran raíz tan simple, tan vigorosa, tan profundamente arraigada en sus ramificaciones. En cambio, su raíz (de Doeg) será arrancada de la tierra de los vivientes.

13. [v.8] Lo verán los justos y temerán, y se reirán de él. ¿Cuándo temerán? ¿Cuándo se reirán? Comprendamos y distingamos bien estos dos tiempos, el de temer y el de reír. Mientras estemos en este mundo, no debemos reírnos, no sea que después lloremos. Leemos lo que le espera a este Doeg al final; lo leemos, y puesto que lo comprendemos y lo creemos, lo vemos, sí, pero nos infunde temor. Porque esto es lo que se dice: Lo verán los justos y temerán. ¿Por qué al ver lo que les sobrevendrá al final a los malos, estamos temerosos? Por lo que dijo el Apóstol: Trabajad con temor y temblor por vuestra salvación42; y también se dice en un salmo: Servid al Señor con temor, rendidle homenaje temblando43. ¿Por qué con temor? Porque aquel que se cree estar seguro, tenga cuidado no caiga44. ¿Por qué temblando? Porque en otro lugar dice: Hermanos, si alguno es sorprendido en una falta, vosotros, los espirituales, corregidle con mansedumbre, fijándote en ti mismo, no sea que también tú seas tentado45. Por tanto, los que ahora son justos, y que viven de la fe, ven lo que le va a suceder al tal Doeg, y tienen miedo también de sí mismos; porque saben lo que hoy son, pero ignoran lo que serán mañana. Ahora, pues, lo verán los justos y temerán. ¿Y reírse? ¿Cuándo se reirán? cuando desaparezca la maldad, cuando haya pasado, como ya ha pasado en gran parte, el tiempo de la incertidumbre, cuando hayan huido las tinieblas de este mundo, en medio de las cuales ahora no podemos movernos, sino con la lámpara de las Escrituras; de ahí que tengamos miedo como se tiene miedo a la noche. Recurrimos a la profecía, de la que dice el apóstol Pedro: Tenemos también la firmísima palabra de los profetas, a la que hacéis bien en prestar atención como a una lámpara que luce en un lugar oscuro, hasta que despunte el día y nazca en vuestros corazones el lucero de la mañana46. Así pues, mientras nos movemos a la luz de esta lámpara, es inevitable vivir con temor. Pero cuando llegue nuestro día, es decir, la manifestación de Cristo, de la que dice el Apóstol: Cuando aparezca Cristo, vuestra vida, entonces también vosotros apareceréis con él en la gloria47; y es entonces cuando los justos se reirán de este Doeg. Entonces ya no será necesaria la ayuda; no como ahora, que cuando ves a alguien que vive mal, pones esfuerzo en corregirlo, ya que el malvado es posible que se convierta a una vida recta. Así como también el bueno se puede corromper y convertirse en un malvado. Por tanto, ni presumas de ti, ni desconfíes de él, y pon todo el esfuerzo posible, si es que eres bueno, y no prefieres la maldad a la benignidad, para que si uno va caminando por mal camino, o por un camino errado, lo conduzcas al buen camino. Porque cuando llegue el momento del juicio, ya no habrá lugar a la corrección, sino únicamente a la condenación; habrá, sí, arrepentimiento, pero ya es tarde, será infructuoso. ¿Quieres que sea fructuosa? Procura que no sea tarde: corrígete hoy mismo. Tú eres el reo, él es el juez: corrige tus pecados y te alegrarás ante el juez. Hoy él te exhorta, para que no tenga de qué juzgarte; el que mañana va a ser tu juez, hoy es tu abogado. Entonces, hermanos, será el tiempo de reír. La irrisión que los justos han de hacer de los malvados, la puso de manifiesto el libro de la Sabiduría. De aquellos mismos, en cuyas almas se ha asentado la sabiduría, ha de realizar lo que dijo: Yo os reprendía y no me escuchabais; hablaba y no atendías a mis palabras; entonces yo me burlaré de vuestra perdición48. Esto será lo que los justos realizarán con nuestro Doeg. Así que, durante este tiempo, andemos atentos y temamos, no sea que lleguemos nosotros a lo mismo que estamos diciendo de él; y si éramos así, dejemos de serlo, y viviendo ahora con temor, en el futuro reiremos.

14. [v.9] ¿Y qué dirán los que se rían entonces? Y se reirán de él diciendo: Mirad al hombre que no puso a Dios como su ayuda. Fijaos cómo piensa el grupo de los terrenos: Tanto vales cuanto tienes. Un refrán típico de avaros, de rapaces, de los explotadores de gente inocente, de los invasores de propiedades ajenas, de los que no devuelven lo que les confiaron. ¿Cómo era el refrán? Tanto vales cuanto tienes. Es decir, cuanto dinero tengas, cuanto más puedas adquirir, tanto mayor es tu poderío. Mirad al hombre que no puso a Dios como su ayuda, sino que confió en sus muchas riquezas. Que el pobre que, supongamos, es malvado, no vaya a decir: Yo no pertenezco a este grupo. Lo que oyó del profeta es: Confió en sus muchas riquezas; Si se trata de un pobre, enseguida mira sus propios andrajos, y ve que a su lado hay uno que quizá es rico, y que en medio del pueblo de Dios está elegantemente vestido, y dice en su interior: «Se refiere a este; ¿por ventura se va a referir a mí?» No te excluyas, no te distancies de los que dice el salmo, a no ser que al considerar esto sientas temor, para que puedas reír después. ¿De qué te sirve carecer de recursos, si estás ardiendo de ambición? Cuando nuestro Señor Jesucristo le había dicho al rico aquel que se alejó triste de él: Vete, vende todo lo que tienes y dalo a los pobres, y tendrás un tesoro en el cielo, y luego ven y sígueme, y había también expresado su profunda falta de esperanza en los ricos, hasta el punto de decir que le era más fácil a un camello pasar por el ojo de una aguja, que a un rico entrar en el reino de los cielos, inmediatamente los discípulos se llenaron de preocupación, y se decían entre ellos: ¿Entonces quién podrá salvarse?49. Y al decirse esto, ¿pensaban en el reducido número de ricos, sin fijarse en la gran cantidad de pobres? Si es difícil, más aún, imposible que los ricos entren en el cielo, como imposible es que un camello pase por el ojo de una aguja, ¿todos los pobres entrarán en el cielo, y habrá que excluir solamente a los ricos? ¿Pero cuántos ricos hay? En cambio, los pobres son miles y miles. Pero no; en el reino de los cielos no tendremos en cuenta las túnicas que se lleven puestas, sino que el vestido que allí se tendrá en cuenta, será el fulgor de la justicia de cada uno. Habrá, por tanto, pobres iguales a los ángeles de Dios; con la sola indumentaria de la inmortalidad, brillarán como el sol en el reino de su Padre50; ¿Por qué, pues, lamentar o preocuparnos por el reducido número de ricos? Efectivamente, no fue esta la opinión de los apóstoles. Cuando dijo el Señor: Es más fácil que un camello pase por el ojo de una aguja, que un rico entre en el reino de los cielos, y ellos comentaron entre sí: ¿Quién podrá salvarse?, ¿en qué estaban pensando? No en los caudales, sino en la ambición. Se daban cuenta de que también los pobres, aun sin dinero, podían tener avaricia. Y para que sepáis que lo que se condena no es el dinero del rico, sino la avaricia, escuchad lo que os digo: tú te fijas en el rico que está a tu lado, y tal vez tiene dinero pero no es avaro; en cambio tú no tienes dinero, pero sí tienes avaricia. Aquel pobre cubierto de llagas, desgraciado, lamido por los perros, sin recursos, hambriento, quizá sin vestido, fue llevado por los ángeles al seno de Abrahán51. Atención, tú, que, por ser pobre, te alegras ahora, ¿estás dispuesto a soportar también las llagas? ¿No tienes por tu buena salud un magnífico patrimonio? En Lázaro el mérito no estaba en su pobreza, sino en su piedad. Te fijas quien fue llevado, pero no miras adónde fue llevado. ¿Quién fue el llevado por los ángeles? Un pobre, miserable, ulceroso. ¿Pero a dónde fue llevado? Al seno de Abrahán. Lee la Escritura y verás que Abrahán fue rico52. Y podrás comprobar cómo no se le culpa por sus riquezas, pues Abrahán tenía mucho oro, gran cantidad de plata, de ganado, de siervos; era rico, y el pobre Lázaro fue llevado a su seno; ¿No habrá que decir que ambos eran ricos de Dios, y pobres de ambición?

15. ¿Qué es lo que la Escritura le reprocha a este Doeg? No dice: Mirad al hombre que fue rico, sino: Mirad al hombre que no puso a Dios como su ayuda, sino que confió en sus muchas riquezas. No se trata de que tuvo riquezas, sino de que puso su confianza en ellas, y no en Dios. Por eso se le condena, por eso se le castiga, por eso se le aparta de su tienda, como esa tierra movediza, como ese polvo que arrebata el viendo de la superficie de la tierra53; por eso su raíz es arrancada de la tierra de los vivientes. No son como este esos ricos de que habla Pablo apóstol, cuando dice: Ordena a los ricos de este mundo, que no se ensoberbezcan, (como sucedió con Doeg); ni que pongan su confianza en lo incierto de sus riquezas, como él, que confió en sus muchas riquezas, sino en el Dios vivo, no como hizo Doeg, que no puso a Dios como su ayuda. ¿Y qué fue lo que les ordenó? que sean ricos en buenas obras; que den con generosidad, que compartan54. ¿Y si dan con generosidad, y comparten con los que no tienen? ¿Pasarán por el ojo de la aguja? Claro que sí, pues ya había pasado en su nombre el Camello. Sí, había entrado antes aquel que, como a un camello, nadie le habría podido cargar con el peso de la pasión, si él mismo no hubiera descendido a la tierra. Porque fue él quien dijo: Lo que a los hombres es imposible, para Dios es fácil55. Sea, pues condenado este Doeg, tengan miedo de ser como él ahora los buenos, y ríanse de él al final. Con razón es condenado quien no puso a Dios como su ayuda, como tú, que tal vez abundas en dinero; pero tú confías en Dios, no en las riquezas. Y confió en sus muchas riquezas; se parece a aquellos que, al decir: Dichoso el pueblo que es dueño de todo esto, es decir, de estas riquezas terrenas, inmediatamente sale a decir el que insulta a Doeg: Dichoso el pueblo, cuyo Dios es el Señor. Pues ese mismo salmo va diciendo cuáles son las cosas por las que al pueblo lo proclaman dichoso. En realidad hablan como si fueran hijos extraños, como este Doeg el idumeo, o sea, terreno: Su boca dice vanidades, su diestra, es diestra de iniquidad. Sean sus hijos como plantas nuevas lozanas en su juventud; sus hijas arregladas y adornadas a semejanza de un templo: sus silos están repletos, rebosantes completamente; sus ovejas, fecundas, se multiplican en sus partos, sus bueyes están cebados; no hay brechas ni aberturas en sus muros, ni quejidos en sus plazas56. Todo da la impresión de que disfrutan de una gran felicidad y paz en la tierra. Pero aquel que es terreno, es también movedizo, como el polvo que se lleva el viento de la superficie de la tierra. En resumidas cuentas, ¿qué es lo que hay de reprensible en ellos? No el haber sido dueños de todo esto, porque los buenos también lo tienen. ¿Qué es, entonces? Poned atención: no reprendáis a los ricos sin más ni más, ni confiéis en que sois pobres, en que carecéis de todo. Si no hay por qué confiar en las riquezas, ¿cuánto menos hay que confiar en la pobreza? Sólo nuestra confianza debe estar en el Dios vivo. ¿Y qué es lo que sobresale en ellos? El hecho de haber llamado dichoso al pueblo que tiene todo esto. De ahí que sean hijos extraños, y por eso su boca dice vanidades, su diestra, es diestra de iniquidad. ¿Y tú qué opinas? Dichoso el pueblo cuyo Dios es el Señor.

16. [v.10] Bien, ya hemos dado por condenado al que puso su confianza en sus muchas riquezas, y se envalentonó en su vanidad. ¿Qué más vano que el creer de más valor el dinero que a Dios? Una vez, pues, condenado el que dijo: Dichoso el pueblo que tiene todo esto, tú, que dices: Dichoso el pueblo cuyo Dios es el Señor, ¿qué opinas de ti?, ¿en qué tienes puesta tu esperanza? Yo en cambio —escucha ahora al otro grupo que habla— Yo en cambio, como olivo fructífero en la casa de Dios. No es un hombre el que habla, sino ese olivo fructífero, del que se le han podado las ramas soberbias, y se le ha injertado el humilde acebuche57. Como olivo fructífero en la casa de Dios, he puesto mi esperanza en la misericordia de Dios. ¿Y el otro grupo en qué en qué la ha puesto su esperanza? En sus muchas riquezas; Por eso su raíz será arrancada de la tierra de los vivientes. Yo en cambio, puesto que soy como olivo fructífero en la casa de Dios, cuya raíz al encontrar ahí su nutrición, no será arrancada, he puesto mi esperanza en la misericordia de Dios. Pero ¿también en esta vida? Porque es aquí donde los hombres a veces se equivocan. A Dios le dan culto, y en esto ya no se parecen al tal Doeg; en Dios confían, sí, pero es por intereses temporales. Se dicen para sus adentros: «Yo adoro a mi Dios, porque me va a hacer rico en la tierra, me va a dar hijos, me va a proporcionar una esposa». Es verdad que estas cosas sólo las da Dios, pero él no quiere ser amado para lograr esto. Porque también a los malos ordinariamente les da estas cosas, para que los buenos aprendan a buscar de él otras realidades. ¿Cómo es que tú dices: He puesto mi esperanza en la misericordia de Dios? ¿Será tal vez para adquirir bienes temporales? Al contrario, tu esperanza debe ser para siempre y por los siglos de los siglos. Al decir para siempre, quiso repetirlo añadiendo por los siglos de los siglos, para asegurar con esa repetición, lo enraizado que está en el amor por el reino de los cielos, y en la esperanza de la eterna felicidad.

17. [v.11] Te alabaré eternamente porque lo has hecho. ¿Qué es lo que has hecho? Has condenado a Doeg, has coronado a David. Te alabaré eternamente porque lo has hecho. Magnífica alabanza: porque lo has hecho. ¿Qué es lo que has hecho, sino todo esto que hemos dicho anteriormente, que, como un olivo fructífero en la casa de Dios, he puesto yo mi esperanza en la misericordia de Dios, para siempre, y por los siglos de los siglos? Eres tú quien lo ha hecho; El impío no se puede justificar por sí mismo. ¿Y quién es el que justifica? Dice la Escritura: Al que cree en aquel que justifica al impío58. Y también: ¿Qué tienes que no hayas recibido? Y si lo recibiste ¿por qué te glorías como si no lo hubieras recibido59, como si lo tuvieras por tus méritos? Lejos de mí el gloriarme así, dice el que se opone a Doeg, el que tolera a Doeg en la tierra, hasta que salga de su tienda, y sea arrancado de la tierra de los vivientes. No me glorío como si no lo hubiera recibido, sino que me glorío en Dios. Y te alabaré porque lo has hecho, es decir, porque eres tú quien lo ha hecho, no por mis méritos, sino por tu misericordia. Si haces memoria, yo primeramente fui un blasfemo, un perseguidor y un insolente. Tú, en cambio, ¿qué has hecho? Pero he conseguido tu misericordia, ya que actué por ignorancia60. Te alabaré por siempre, porque lo has hecho.

18. Y esperaré en tu nombre, porque es dulce. El mundo es amargo, pero tu nombre es dulce. Y aunque en el mundo haya algunas dulzuras, su digestión es amarga. Tu nombre está sobre todo, no sólo por la grandeza, sino también por la dulzura. Me contaron sus placeres los impíos, pero no son acordes con tu ley, Señor61. Si los tormentos de los mártires no se compensaran con algunas dulzuras, no habrían aguantado tamaños sufrimientos con ánimo sereno. Quienquiera que hubiese experimentado su amargura, difícilmente habría podido gustar la dulzura. En efecto, el nombre de Dios, para aquellos que lo aman, es más dulce que todas las dulzuras. Y esperaré en tu nombre, porque es dulce. ¿Y cómo le pruebas a alguien que es dulce? Dame un paladar que haya gustado su dulzura. Pondera la miel todo lo que puedas, exagera su dulzura con las palabras más rebuscadas; si no la llega a gustar, el hombre nunca sabrá lo que es la miel, tus palabras no sirven. Por eso el salmo te está invitando más que todo a una experiencia; ¿Y qué dice? Gustad y ved qué dulce es el Señor62. Si no quieres gustar, ¿cómo vas a decir que es dulce? ¿Qué es lo dulce? Y si ya lo has gustado, que se vea el fruto en ti; no te límites a las palabras, como si te quedaras sólo en el follaje, no sea que te seques por la maldición del Señor, como le pasó a la higuera63. Gustad y ved, dice, qué dulce es el Señor. Gustad y ved. Lo veréis cuando lo gustéis. A quien no lo prueba, ¿cómo se lo demuestras? Alabar la dulzura de Dios, con todo lo que seas capaz de decir, son palabras; otra cosa distinta es el gustarlo. También los malos oyen palabras de alabanza al Señor; pero gustar cuán dulce es, sólo lo gustan los santos. Este experimenta la dulzura de Dios, pretende explicarla, quiere mostrarla, pero no encuentra a quién. A los santos ya no hace falta decírselo, puesto que personalmente ya han tenido esta experiencia; los impíos no pueden sentir lo que no quieren gustar; ¿qué hacer, entonces, de la dulzura del nombre de Dios? Se aparta de la turba de los impíos, y dice: Espero en tu nombre, porque es dulce en presencia de tus santos. Dulce es tu nombre, pero no en la presencia de los impíos; yo sí sé cuán dulce es, pero para aquellos que lo han gustado.