EXPOSICIÓN DEL SALMO 50

Traducción: Miguel F. Lanero, o.s.a y Enrique Aguiarte Bendímez, o.a.r.

1. No sería justo defraudar la concurrencia de esta multitud, ni tampoco cansar su debilidad. Ruego silencio y tranquilidad, para que mi voz, después del esfuerzo de ayer, pueda mantenerse con la suficiente energía. Supongo que vuestra Caridad ha concurrido hoy en mayor número, no por otra finalidad, sino la de orar por aquellos que están ausentes por un sentimiento contrario y perverso. Y no estoy hablando de paganos ni de judíos, sino de cristianos; y de estos ni siquiera de los que son todavía catecúmenos, sino de muchos que ya están bautizados, y son muy afines a vosotros en cuanto al baño bautismal, y no obstante distan mucho de vosotros en el corazón. ¡Cómo pensamos y nos lamentamos de esa gran cantidad de hermanos nuestros que hoy se van a esas puerilidades y locuras engañosas, haciéndose sordos en acudir adonde son llamados! Y lo curioso es que si allí, en el circo, por alguna razón se asustan, inmediatamente se santiguan, y se mantienen en su sitio llevando ese signo en la frente, de donde se apartarían si lo llevasen en su corazón. Debemos implorar la misericordia de Dios, para que les haga entender que estos espectáculos deben ser condenados, les dé la decisión de huir de ellos, y la clemencia para que les sean perdonados. Precisamente nos viene a propósito el salmo que hoy hemos cantado sobre la penitencia. Hablemos también con los ausentes: que vuestra memoria les transmita a ellos mi voz. Para que no abandonéis a los enfermos y débiles, sino que los sanéis con más facilidad, debéis vosotros permanecer sanos. Corregidlos razonando, consoladlos con la palabra, dadles ejemplo con una buena conducta, y entonces les asistirá el que os asistió a vosotros. Pues una vez que vosotros habéis superado ya estos peligros, no por eso se ha roto el puente de la misericordia divina. Por donde vosotros habéis venido, ellos vendrán; por donde vosotros habéis pasado, ellos pasarán. Es sin duda perjudicial, y muy peligroso, más aún, pernicioso, y ciertamente funesto, el pecar a sabiendas. Porque una cosa es concurrir a estas frivolidades despreciando la voz de Cristo, y otra la de quien no sabe qué cosas se deben evitar. Pero este salmo nos muestra que ni siquiera de estas personas debemos perder la esperanza.

2. [v.1—2] Así es el título de este salmo: Salmo de David, cuando vino a verlo el profeta Natán, después de haber pecado con Betsabé. Betsabé era la esposa de otro hombre. Decimos esto con dolor y temblor, y sin embargo Dios no quiso que se ocultara y por eso quiso que quedara escrito. Diré, pues, esto no por mi propia voluntad, sino porque me veo obligado; lo digo no invitando a imitarle, sino advirtiendo para estar prevenidos. Seducido por la belleza de la mujer de otro hombre, el rey y profeta David, de cuya descendencia, según la carne, nacería el Señor1, cometió adulterio con ella. Esto no está escrito en el salmo, sino que aparece en el título, y está ampliamente descrito en el Libro de los Reyes. Ambas escrituras son canónicas, y ambas las debe aceptar la fe cristiana sin la menor duda. El adulterio fue cometido y descrito. Procuró que su marido fuera eliminado en la guerra; al adulterio añadió el homicidio; y después que esto ocurrió, el profeta Natán le fue enviado, enviado por el Señor para reprenderlo de tan enorme crimen2.

3. He dicho ya qué es lo que deben evitar los hombres; oigamos ahora lo que deben imitar si cayeran en pecado. Hay muchos que quieren caer con David, pero no levantarse con David. El ejemplo que se nos propone no es para caer, sino para levantarte si llegaras a caer. Pon cuidado, no vayas a caer. Que la caída de los más grandes no sirva de complacencia a los más pequeños, sino que la caída de aquellos sirva de temor a estos. Esta es la finalidad para la que se nos propone este hecho, con este fin ha sido escrito, esta es la razón por la que en la Iglesia se canta y se lee este salmo; óiganlo quienes no han caído, para no caer, y óiganlo también quienes ya cayeron, para que se levanten. El pecado de tan insigne varón no lo calla la Iglesia, al contrario, lo anuncia. Quienes lo escuchan con mala intención, pretenden ampararse en ello para pecar; están atentos a ver cómo pueden defender lo que planearon cometer, en lugar de conservar a salvo lo que aún no han cometido, y se dicen a sí mismos: Si David lo hizo, ¿por qué no yo? Y resulta que su alma se vuelve más perversa, ya que al obrar como David porque él lo hizo, cometió por eso algo peor que lo de David. Voy a ver si esto lo expreso con más claridad. David no se había propuesto imitar ningún ejemplo, como tú has hecho: el cayó bajo la debilidad de la concupiscencia, no por la protección de su santidad; tú te propones como modelo a un santo para pecar, no imitas su santidad, sino su ruina. Amas en David justamente lo que David odió en sí mismo. Te preparas para el pecado, te dispones a pecar. Te fijas en el Libro de Dios para pecar; Escuchas las Escrituras divinas para realizar lo que Dios rechaza. Esto no lo hizo David; fue corregido por el profeta, no cayó por causa del profeta. Hay otros, en cambio, que lo oyen para su bien, y en la caída de un fuerte, reconocen su propia debilidad; desean evitar lo que Dios condena, por lo cual mantienen a raya sus ojos de miradas sin control; no se detienen en la belleza carnal de otras personas, ni se tranquilizan con una perversa simplicidad. No dicen: He mirado con buena intención, he mirado con benevolencia, he fijado mis ojos largamente impulsado por la caridad. Recuerdan la caída de David, y ven cómo aquel grande cayó, para que los pequeños no intenten mirar lo que les pueda ser motivo de caída. Reprimen sus ojos de la petulancia, no se acercan fácilmente, no se mezclan con mujeres que no son la suya, no levantan fácilmente sus ojos a los balcones ni a las azoteas de extraños. De hecho David vio de lejos a aquella mujer por la cual quedó seducido. La mujer estaba lejos, la pasión cerca. En otro sitio estaba lo que vio, pero dentro de él la causa de su caída. Hay, pues, que poner atención a esta debilidad de la carne, y recordar las palabras del Apóstol: Que no reine el pecado en vuestro cuerpo mortal3. No dijo que no esté, sino que no reine. El pecado está cuando sientes el deleite, reina cuando lo consientes. El placer carnal, sobre todo cuando va llegando a lo ilícito y a personas ajenas, debe ser frenado, no dejado libre; hay que dominarlo con firmeza, no darle a él el mando. Considera atentamente si no tienes motivos para vacilar. Me responderás: Me mantengo firme. Sí, pero ¿eres acaso más fuerte que David?

4. Con este ejemplo nos amonesta a que nadie debe engreírse en la prosperidad. Muchos son los que temen las adversidades, y se sienten seguros en la prosperidad. Es más peligrosa para el alma la prosperidad, de lo que la adversidad es para el cuerpo. Las situaciones prósperas primero corrompen, y así luego la adversidad encontrará lo que ha de arruinar. Hermanos míos, debemos vigilar con más cautela y prevenirnos contra la felicidad. Por eso fijaos cómo la Palabra de Dios nos priva de la seguridad cuando estamos en la felicidad: Servid, dice, al Señor con temor, y rendidle homenaje temblando4. En el homenaje para darle gracias; en el temor para que no caigamos. Este pecado no lo cometió David cuando tuvo que sufrir la persecución de Saúl. Cuando el santo David tenía que aguantar a Saúl como enemigo, cuando tenía que sufrir por sus persecuciones, cuando iba huyendo de un lado para otro, para no caer en sus manos5, no deseó la mujer ajena, no asesinó al marido después de cometer adulterio con su esposa. En la miseria de sus padecimientos, tenía a Dios tanto más dentro de sí, cuando más parecía digno de compasión. Sin duda que tiene sus ventajas el sufrimiento; es útil el bisturí del médico, igual que lo es la tentación del diablo. Pero cuando venció a sus enemigos, se sintió seguro, se acabaron los aprietos, creció la arrogancia. Valga este ejemplo para que tengamos precaución con la felicidad. Me encontré, dice, con la tribulación e invoqué el nombre del Señor6.

5. Pero así sucedió; he dicho estas cosas dirigiéndome a quienes no las han cometido, para que pongan cuidado en guardar su integridad, y cuando ven que cayó un grande, teman los más pequeños. Pero si alguno ya ha caído y oye esto, y su conciencia le acusa de algún mal, que ponga atención a las palabras de este salmo; ponga atención a la gravedad de su herida, y no desespere de la majestad del médico. Si al pecado le añadimos la falta de esperanza, la muerte está asegurada. Así pues, que nadie diga: «Si he cometido algún mal, ya estoy condenado; Dios no perdona esta clase de pecados; ¿por qué no añadir pecados a pecados? Voy a disfrutar en este mundo del placer, de la lascivia, de mis apetencias nefastas; una vez perdida la esperanza de la reparación, que al menos posea lo que veo, si es que no puedo alcanzar lo que cree mi fe». Porque este salmo, así como hace cautos a los que aún no han caído, así también desea que no pierdan la esperanza los que ya han caído. Tú que has pecado, y dudas de arrepentirte de tu pecado, perdiendo la esperanza de tu salvación, escucha el gemido de David. El profeta Natán no te ha sido enviado, es el mismo David el que se te envía. Escucha sus clamores y clama con él; escucha sus gemidos y gime con él; escúchale llorar y llora con él; escúchale cuando ya se ha corregido, y regocíjate con él. Si no pudo impedirte el pecado, que no pierdas la esperanza del perdón. Con este fin le fue enviado el profeta Natán. Fíjate en la humildad del rey. No rechazó las palabras de quien le estaba ordenando, no dijo: ¿Y te atreves a hablarme a mí, el rey? Un rey excelso escuchó al profeta; que su pueblo humilde escuche a Cristo.

6. [v.3] Escucha, pues, esto, y di con él: Piedad de mí, oh Dios, por tu gran misericordia. Quien suplica una gran misericordia, está confesando una gran miseria. Pueden pedir sólo un poco de tu misericordia los que pecaron por ignorancia: Piedad de mí, dice, por tu gran misericordia. Cúrame de mi gran herida según la perfección de tu medicina. Grave es lo que padezco, pero recurro al Omnipotente. Debería desesperar de sanarme de esta tan mortal herida, si no encontrase un médico tan excelente. Piedad de mí, oh Dios, por tu gran misericordia; y por tu gran compasión borra mi culpa. Este borra mi culpa equivale a piedad de mí, oh Dios. Y cuando dice por tu gran compasión, es como decir por tu gran misericordia. Dado que es grande su misericordia, hay muchas clases de misericordia; y por ser grande tu misericordia, muchas son tus compasiones. Te preocupas de los que desprecian para corregirlos; te preocupas de los ignorantes para enseñarles; te preocupas de los que confiesan sus culpas para perdonarlos. ¿Que ha cometido un pecado por ignorancia? Alguno hay que ha cometido algún pecado, incluso muchos, y dice: He alcanzado misericordia, pues por ignorancia las cometí cuando no creía7. David no podría decir: Lo cometí por ignorancia. No ignoraba cuán grande era la gravedad del pecado de unirse con la esposa de otro hombre, y cuánta era la gravedad del homicidio del marido, que no estaba al tanto de lo que ocurría, y ni siquiera pudo enojarse por tal injusticia. Alcanzan la misericordia del Señor los que pecaron por ignorancia; y quienes lo hicieron a sabiendas, alcanzan no cualquier misericordia, sino la gran misericordia.

7. [v.4] Lávame más y más de mi injusticia. ¿Qué quiere decir: Lávame más y más? Que estoy muy manchado. Lava una y otra vez los pecados de quien pecaba a sabiendas, tú que lavaste los pecados de quien pecó por ignorancia. Y aun así no hay que perder la esperanza en tu misericordia. Y límpiame de mi delito. ¿Debido a qué méritos? Él es médico, ofrécele una recompensa; es Dios, ofrécele un sacrificio. ¿Qué le darás para quedar limpio? Debes fijarte en quién invocas; invocas al justo: odia los pecados, si es justo; castiga los pecados, si es justo; no puedes apartar del Señor su justicia. Implora su misericordia, pero ten en cuenta su justicia: la misericordia es para perdonar al pecador, pero la justicia es para castigar el pecado. ¿Y entonces qué? Tú buscas la misericordia, ¿pero el pecado va a quedar impune? Que los que han pecado contesten junto con David, para que merezcan como él su misericordia, y digan: «No, Señor, mi pecado no quedará impune; conozco la justicia de quien imploro su misericordia; no, no quedará impune, pero no quiero que tú me castigues, yo mismo voy a castigar mi propio pecado; por eso pido que lo perdones, ya que yo lo reconozco».

8. [v.5] Pues yo reconozco mi culpa, tengo siempre presente mi pecado. No he echado mis obras a mis espaldas; no me fijo en otros, olvidándome de mí mismo; no pretendo sacar la paja del ojo de mi hermano, cuando tengo una viga en el mío8; tengo siempre delante mi pecado, no detrás. Estaba, sí, a mis espaldas cuando me fue enviado el profeta, y me propuso aquella parábola de la oveja del pobre. Esto fue lo que le dijo el profeta Natán a David: Había un rico que tenía muchas ovejas; y un vecino suyo pobre tenía una sola ovejita, que cuidaba en su regazo y la alimentaba de su propia mesa. Vino a casa del rico un huésped; y no tomó ninguna res de su rebaño, sino que le apeteció la ovejita de su vecino pobre, y la mató para ofrecérsela a su huésped. ¿Qué es lo que merece? Y David indignado proclamó la sentencia. No habiéndose dado cuenta el rey en absoluto de la trampa en que estaba envuelto, dijo que el rico era digno de muerte, y que debía devolver el cuádruplo de la oveja robada9. Sentencia muy severa y muy justa. Pero su pecado no lo tenía presente todavía, su proceder estaba a sus espaldas; aún no reconocía su culpa, y por eso no perdonaba la ajena. Pero el profeta, enviado precisamente para esto, tomó el pecado de sus espaldas y se lo puso ante sus ojos, para que comprobara que aquella sentencia tan severa la había proclamado contra sí mismo. Para cortar y sanar la herida de su corazón, utilizó su lengua como bisturí. Esto fue lo que el Señor hizo a los judíos, cuando le presentaron a la mujer adúltera, tendiéndole una trampa para ponerlo a prueba; y cayeron ellos en la trampa que le habían tramado. Le decían: Esta mujer ha sido sorprendida en adulterio; Moisés nos mandó lapidar a estas mujeres; ¿Qué te parece a ti que debemos hacer con ella? Intentaban atrapar a la Sabiduría de Dios en una doble trampa: si mandaba matarla, perdería la fama de su mansedumbre; y si mandaba liberarla, lo habrían calumniado como transgresor de la Ley. ¿Qué fue lo que respondió? No dijo: «Matadla»; no dijo tampoco: «Dejadla libre»; sino que dijo: «El que se crea sin pecado, que le arroje la primera piedra». Justa es la ley que manda ajusticiar a la adúltera; pero esta ley justa necesita tener unos ejecutores inocentes. Ponéis la atención en el reo que presentáis: ponedla también en quiénes sois vosotros. Ellos, después de oír esto, se fueron marchando uno tras otro. Quedaron sólo la adúltera y el Señor, quedaron la enferma y el médico, quedó la gran miseria y la gran misericordia. A los que la presentaron les dio vergüenza, y ni siquiera pidieron perdón; la mujer traída se avergonzó y quedó curada. Dijo el Señor: Mujer, ¿nadie te ha condenado? Y ella: Nadie, Señor. Y añadió Jesús: Yo tampoco te condeno; vete, y en adelante no peques más10. ¿Acaso Cristo obró en contra de su ley? Pues su Padre no había promulgado la Ley sin el Hijo. Si el cielo, la tierra, y todo cuanto hay en ellos fueron creados por medio de él, ¿Cómo la Ley iba a ser promulgada sin el Hijo? No, Dios no obraba en contra de su ley, ya que ni siquiera el emperador actúa en contra de sus leyes, cuando les da el indulto a quienes confiesen sus delitos. Moisés es ministro de la ley; Cristo su promulgador; Moisés ajusticia por lapidación como juez, Cristo da el indulto como rey. Dios se ha compadecido según su gran misericordia, como aquí ruega, como aquí pide, como aquí exclama y se duele el salmista, cosa que no quisieron hacer los que presentaron a la sorprendida en adulterio; cuando el médico les descubrió sus heridas, ellos no las reconocieron, no pidieron la curación al médico. Así son muchos, que no les da vergüenza pecar, pero sí les ruboriza el hacer penitencia. ¡Qué increíble locura! De tu herida no te avergüenzas, ¿y sí te avergüenzas de que te venden la herida? ¿Acaso no es más repulsiva y pestífera estando al descubierto? Ve corriendo al médico, y arrepiéntete. Dile: Reconozco mi culpa, tengo siempre presente mi pecado.

9. [v.6] Contra ti solo pequé, y en tu presencia cometí la maldad. ¿Qué significa esto? ¿Es que no cometió el adulterio con la esposa ajena y asesinó al marido en presencia de los hombres? ¿No conocían todos lo que había hecho David? ¿Qué significa, pues: Contra ti solo pequé, y en tu presencia cometí la maldad? Porque sin pecado sólo estás tú. El que castiga, lo hace con justicia cuando no tiene nada en sí digno de castigo; el que reprende lo hace con justicia cuando no hay nada de qué reprenderle. Contra ti, dice, solo pequé, y en tu presencia cometí la maldad; así en tu sentencia quedarás justificado, y saldrás victorioso cuando te juzguen. A quién se lo dice, hermanos, no es fácil saberlo. Sin duda que se dirige a Dios, y está bien claro que Dios Padre no es juzgado. ¿Qué querrá decir: Contra ti solo pequé, y en tu presencia cometí la maldad; así en tu sentencia quedarás justificado, y saldrás victorioso cuando te juzguen? Está viendo a un futuro juez que ha de ser juzgado, un justo juzgado por los pecadores, saliendo vencedor porque no se hallaba en él nada de qué juzgarlo. Sólo uno entre los hombres, el hombre Dios, ha podido decir con verdad esto: Si habéis encontrado en mí algún pecado, decídmelo11. ¿O es que quizá había algo oculto a los hombres, y no encontraban en él lo que realmente existía, pero no era manifiesto? Dice en otro lugar: Mirad, que viene el príncipe del mundo, sagaz observador de todos los pecados; mirad que viene el príncipe de este mundo, que, como príncipe de la muerte, castigará con la muerte a los pecadores; por la envidia del diablo entró la muerte en el mundo entero12. Mirad, dice, que viene el príncipe de este mundo (decía esto cuando estaba próximo a su pasión), y no encontrará nada en mí, nada de pecado, nada digno de muerte, nada digno de condena. Y como si alguien le replicara: Entonces ¿por qué has de morir?, continúa diciendo: Pero para que todos sepan que cumplo la voluntad de mi Padre, levantaos, vámonos de aquí13. Yo, inocente, sufro por los culpables, para hacerlos a ellos merecedores de mi vida, por quienes sin culpa alguna padezco su propia muerte. En presencia, pues, de quien no tenía pecado alguno, dice el profeta David: Contra ti solo pequé, y en tu presencia cometí la maldad; así en tus sentencias quedarás justificado, y saldrás victorioso cuando te juzguen. Porque tú superas a todos los hombres, a todos los jueces, y quien se cree justo, en tu presencia es injusto; sólo tú juzgas con justicia, tú que fuiste injustamente juzgado, que tienes el poder de entregar tu vida y el poder de volverla a recuperar14. Quedas, pues, vencedor cuando eres juzgado. Superas a todos los hombres, porque eres más que los hombres, ya que por ti fueron creados los hombres.

10. [v.7] Contra ti solo pequé, y en tu presencia cometí la maldad; así en tu sentencia quedarás justificado, y saldrás victorioso cuando te juzguen. Mira que fui concebido en pecado. Como si se dijera: Son derrotados también los que hicieron lo mismo que hiciste tú, David; porque no es un mal pequeño ni un pecado sin importancia el adulterio y el homicidio; ¿Y qué es de los que desde el nacimiento del vientre materno jamás han cometido algo así? ¿También a estos les imputas algunos pecados, para que él quede vencedor sobre todos cuando comience a ser juzgado? David personificó en sí mismo a todo el género humano, se fijó en cómo estamos todos vinculados, tuvo en cuenta la propagación de la muerte, el origen del mal, y dice: Mira que fui concebido en pecado. ¿Es que David había nacido de algún adulterio de Jesé, varón justo, y de su esposa?15. ¿Por qué se dice concebido en pecado, sino porque el pecado se arrastra desde Adán? La misma herencia de la muerte tuvo su origen en el pecado. Todo nacido arrastra consigo un castigo, la culpa de un castigo. Dice el profeta también en otro lugar: Nadie es puro en tu presencia sobre la tierra, ni siquiera el recién nacido con un solo día de vida16. Sabemos también que por el bautismo de Cristo se perdonan los pecados, y que el bautismo de Cristo es eficaz para la remisión de los pecados. Si los infantes son completamente inocentes, ¿por qué las madres corren a la Iglesia cuando los niños se enferman? ¿Qué se perdona con aquel bautismo, con aquella remisión? Yo veo al niño inocente más bien llorar que airarse. ¿Qué es lo que lava el bautismo? ¿Qué elimina aquella gracia? Elimina la raíz del pecado. Porque si ese niño pudiese hablar, y si tuviera un razonamiento como el de David, te respondería: ¿Por qué me consideras como un niño inocente? No ves mis delitos; pero yo he sido concebido en pecado, y en pecado me crio mi madre en su vientre. Cristo nació sin este vínculo masculino de la concupiscencia carnal, de una virgen que concibió por obra del Espíritu Santo. De él no se puede decir que fue concebido en pecado; no se puede decir que en pecado lo crio su madre en el vientre, pues a ella se le dijo: El Espíritu Santo vendrá sobre ti, y el poder del Altísimo te cubrirá con su sombra17. Ahora bien, los hombres no son concebidos en pecado, y criados en pecado en el vientre materno, porque sea pecado la unión conyugal, sino porque lo que se realiza es de una carne sujeta al castigo. Y el castigo de la carne es la muerte, y ciertamente le es inherente la mortalidad. De ahí que el Apóstol no dijo que el cuerpo iba a morir, sino que ya está muerto: El cuerpo, dice, ya está muerto por el pecado; pero el espíritu es vida por la justificación18. ¿Cómo, pues, va a nacer sin la herencia del pecado, lo que se concibe y se germina de un cuerpo muerto por el pecado? Esta obra, que en el cónyuge es casta, no tiene la culpa, sino que el origen del pecado lleva consigo la deuda del castigo. No es que el marido, por ser marido, deja de ser mortal, y si es mortal, lo es sólo por el pecado. El Señor era mortal, pero no le venía del pecado; tomó nuestro castigo y así pagó nuestra culpa. Con toda razón, pues, en Adán todos mueren, y en Cristo todos recibirán la vida19. Por un hombre, dice el Apóstol, entró el pecado en el mundo, y por el pecado la muerte, y así pasó a todos los hombres, ya que en él todos pecaron20. La sentencia está bien precisada: En Adán, dice, todos pecaron. Sólo pudo haber un niño inocente: el que no nació por obra de Adán.

11. [v.8] He aquí que amaste la verdad; me has manifestado lo incierto y lo oculto de tu sabiduría. Amaste la verdad, es decir, no has dejado impunes los pecados de aquellos a quienes perdonas. Amaste la verdad: otorgaste la misericordia de modo que mantuvieses la verdad. Perdonas al que confiesa sus faltas; lo perdonas, sí, pero si se castiga a sí mismo. De este modo se conserva la misericordia y la verdad: la misericordia porque el hombre queda liberado; la verdad porque el pecado se castiga. He aquí que amaste la verdad; me has manifestado lo incierto y lo oculto de tu sabiduría. ¿Qué cosas ocultas?, y ¿qué cosas inciertas? El que Dios perdona incluso tamaños pecados. Nada tan oculto, nada tan incierto. Los ninivitas hicieron penitencia sobre lo incierto. Dijeron, en efecto, aunque fuera tras las amenazas del profeta, y después de oír aquella voz: Dentro de tres días. Nínive será destruida; se dijeron entre sí que había que implorar misericordia; se dijeron entre sí, reflexionando: ¿Quién sabe si Dios se arrepentirá y cambiará para bien su sentencia, y se compadecerá? Era algo desconocido, cuando lanzan la expresión ¡quién sabe! Por haber hecho penitencia en la incertidumbre, merecieron una misericordia cierta; se humillaron con lágrimas, con ayuno, vestidos de saco, y se postraron sobre ceniza, gimieron, lloraron y Dios los perdonó21. ¿Quedó en pie o fue arrasada Nínive? No hay duda de que uno es el parecer de los hombres, y otro el de Dios. Yo, no obstante, creo que se cumplió la predicción del profeta. Mira lo que fue Nínive, y fíjate cómo fue destruida, destruida en su maldad y edificada en la bondad, como fue destruido Pablo el perseguidor, y nacido el Pablo predicador22. ¿Quién no diría que la ciudad en que estamos habría sido felizmente destruida, si todos sus insensatos, dejando sus frivolidades, se acercasen a la Iglesia con el corazón contrito, invocando la misericordia de Dios sobre todos sus actos pasados? ¿No decimos acaso: Dónde está la Cartago de antaño? Porque ya no es lo que era, fue arrasada; pero si no es lo que antes era, es que ha sido reedificada. Es lo que se le dice a Jeremías: Mira, te doy el poder de arrancar, socavar, derrocar y dispersar, para luego edificar y plantar23. De ahí aquella voz del Señor: Yo heriré y yo sanaré24. Hiere la podredumbre del delito y sana el dolor de la herida. Es lo que hacen los médicos cuando sajan: hieren, pero sanan; toman las armas para herir, llevan el bisturí consigo, pero vienen a curar. Los pecados de los ninivitas eran graves, por eso dijeron: ¡Quién sabe! Esta incertidumbre Dios se la había aclarado a David su siervo. Porque cuando se le presentó el profeta y lo reprendió, él respondió: He pecado. E inmediatamente oyó de boca del profeta, es decir, del Espíritu de Dios que estaba en el profeta: Tu pecado te ha sido perdonado25. Le manifestó lo desconocido y oculto de su sabiduría.

12. [v.9] Rocíame con el hisopo, dice, y quedaré limpio. Sabemos que el hisopo es una planta humilde, pero medicinal; se dice que sus raíces se adhieren a la roca. De esto se ha tomado la semejanza en el misterio de la purificación del corazón. Fija también tú la raíz del amor en tu roca. Sé humilde en el Dios tuyo humilde, para que seas excelso en tu Dios glorificado. Serás rociado con el hisopo, y la humildad de Cristo te purificará. No desprecies esta hierba, fíjate que es medicinal. Diré también algo sobre lo que solemos oír a los médicos, o de las experiencias en los enfermos. Dicen que el hisopo purifica los pulmones. En el pulmón se suele colocar la soberbia: allí tiene lugar la hinchazón, el jadeo respiratorio. Se decía del perseguidor Saulo, queriendo manifestar un Saulo arrogante, que iba a apresar a los cristianos respirando muerte26; buscaba la muerte, buscaba la sangre, antes de ser purificado su pulmón. Escucha también aquí a un humilde, por ser purificado con el hisopo: Rocíame con el hisopo y quedaré limpio; me lavarás, es decir, me limpiarás, y quedaré más blanco que la nieve. Dice el profeta Isaías: Aunque vuestros pecados sean rojos como la púrpura, los dejaré blancos como la nieve27. De estos ya purificados, quiere Cristo presentárselos a sí mismo como esposa suya sin mancha ni arruga28. De ahí que con sus vestidos en el monte Tabor, que resplandecieron blancos como la nieve29, quiso significar la Iglesia, limpia de toda mancha.

13. [v.10] Pero ¿dónde está la humildad del hisopo? Escucha lo que sigue: Me harás oír el gozo y la alegría, y exultarán los huesos humillados. Me harás oír el gozo y la alegría: gozaré oyéndote a ti, no hablando contra ti. Pecaste; ¿por qué te defiendes? Deseas hablar; ten paciencia, escucha, ríndete ante las divinas palabras, no sea que te perturbes y te hieras todavía más; el pecado está cometido, no hay que defenderlo, que venga a confesarlo y no a defenderlo. Te propones como defensor de tu propio pecado: vas a resultar vencido; no has propuesto un defensor inocente, de nada te sirve tu propia defensa. ¿Quién eres tú para defenderte? Tú eres el indicado para acusarte. No se te ocurra decir: Yo no he hecho nada; ni tampoco: ¿Qué tiene de importancia lo que he cometido? Ni digas: Otros lo han hecho también. Si cometiendo el pecado, dices que no has hecho nada, no serás nada y nada recibirás. Dios está dispuesto a darte el perdón, y tú te cierras en tu contra; él está dispuesto a dar, no le pongas el obstáculo de la defensa, sino abre la intimidad de tu confesión. Me harás oír el gozo y la alegría. Que el Señor me conceda decir lo que siento. Son más felices los que escuchan que los que hablan. El que aprende es humilde; pero el que enseña se esfuerza para no ser soberbio, no sea que se le introduzca solapadamente el deseo de agradar, no sea que desagrade a Dios deseando agradar a los hombres. Hay un gran miedo en el que enseña, hermanos míos, grande es mi temor en estas palabras que os estoy diciendo. Dad crédito a mi corazón, ya que no lo podéis ver. Que sea benigno, que sea indulgente conmigo el que sabe con cuánto temor os hablo a vosotros. Cuando en mi interior oigo al Señor que me sugiere y me enseña algo, entonces estoy seguro, me alegro sin temor; porque estoy bajo la guía del Maestro, busco su gloria, lo alabo a él que me enseña; me alegra su verdad en mi interior, donde nadie oye ni hace ruido; ahí es donde el salmista dice que está su gozo y su alegría. Me harás oír, dice, el gozo y la alegría. Y porque es humilde, oye. Y el que oye, el que realmente oye, y oye bien, escucha con humildad; porque la gloria en él viene de quien dice lo que él oye, y en lo mismo que oye. Después de haber dicho: Me harás oír el gozo y la alegría, aclara a continuación qué efecto produce la escucha: Exultarán los huesos humillados. Los huesos están humillados, los huesos del oyente no tienen altanería, no tienen la hinchazón que apenas puede vencer en sí el que está hablando. Por eso aquel gran humilde, mayor del cual no ha surgido ningún hijo de mujer30, aquel que se humilló hasta decir que era indigno de desatar las sandalias de su Señor31, el famoso Juan Bautista, que daba gloria a su Maestro, y por tanto a su amigo, cuando sucedió que fue tenido por Cristo, y de lo cual podría haberse enorgullecido y engrandecido, no es que él se hubiera llamado Cristo, pero podía haber utilizado el error de los que lo tenían por tal, y le querían rendir este honor32; pero rechazó el honor falso para llegar a la gloria verdadera; mira cuál fue su humildad ante tal rumor, he aquí sus palabras: El que tiene esposa es el esposo; pero el amigo del esposo, le asiste y lo escucha. Habéis visto ya lo que es el oír; ¿dónde está el gozo y la alegría? Dice a continuación: Le asiste y lo escucha, y se alegra mucho con la voz del esposo33. Me harás oír el gozo y la alegría, y exultarán los huesos humillados.

14. [v.11] Aparta de mis pecados tu vista, y borra todas mis culpas. Ahora ya exultan los huesos humillados, ya estoy limpio por el hisopo, ya he llegado a ser humilde. Aparta no de mí, sino de mis pecados tu vista. En otro pasaje dice orando: No apartes de mí tu rostro34. El mismo que no quiere que de él se aparte el rostro de Dios, quiere que se aparte la mirada de Dios de sus pecados; el pecado del cual no aparta Dios su mirada, es el que está viendo; y si lo ve es que lo tiene en cuenta. Aparta de mis pecados tu vista, y borra todas mis culpas. Lo que le preocupa es aquel gran pecado; y confía en algo más: quiere que le sean borrados todos sus pecados; confía en la mano del médico, en aquella gran misericordia que invocó al principio del salmo: Borra todos mis pecados. Si Dios aparta la vista de ellos, quedan borrados; apartando su vista, anula los pecados, fijándola quedan escritos. Ya has oído cómo apartando Dios su vista, quedan destruidos los pecados; escucha ahora lo que pasa cuando él se fija en ellos. Los ojos del Señor están puestos en los que obran el mal, para borrar de la tierra su memoria35; no destruye así sus pecados. ¿Cuál es, entonces, su ruego? Aparta de mis pecados tu vista. Es buena esta súplica. Porque él no aparta su mirada de sus pecados, cuando dice: Porque yo reconozco mi pecado. No sin razón ruegas, y ruegas bien para que Dios aparte su vista de tu pecado, si tú no la apartas de él; pero si tú echas tu pecado a tus espaldas, allí pone Dios su mirada. Tú vuelve a poner tu pecado ante tu rostro, si quieres que Dios aparte de él su mirada; así rogarás confiadamente, y Dios te escuchará.

15. [v.12] ¡Oh Dios!, crea en mí un corazón puro. Al decir crea, no pretende como decirle: «forma en mí algo nuevo», sino que como el que habla es un arrepentido, que había sido inocente antes de haber cometido el pecado, aclara en qué sentido dice crea: Renueva en mi interior el espíritu recto. Por el hecho que cometí, se me había degradado y torcido la rectitud de mi espíritu. Dice, de hecho, en otro salmo: Han torcido mi alma36. Y cuando el hombre se empieza a inclinar a los placeres terrenos, de alguna manera se tuerce; pero cuando se levanta de nuevo hacia las realidades sublimes, su corazón se vuelve recto, y Dios es bueno con él. ¡Qué bueno es el Dios de Israel para los rectos de corazón!37. Por eso, hermanos, poned atención. A veces Dios castiga en este mundo a quien perdona en el futuro. Así ocurrió con el propio David, a quien ya le había dicho el profeta: Tu pecado está perdonado; le sobrevinieron algunas desgracias con que Dios le había amenazado por su pecado. Por ejemplo, su hijo Absalón desencadenó una cruenta guerra contra él, y humilló a su propio padre en muchas ocasiones38. Caminaba lleno de dolor, en el martirio de su humillación, sometido a Dios, hasta el punto de que todo se lo atribuía a su propia culpa con justicia, y que nada de lo que estaba sufriendo le parecía injusto, teniendo ya el corazón recto, agradable a Dios. Oía con paciencia las duras maldiciones que le lanzaba en su propia cara un soldado del enemigo, partidario de su despiadado hijo. Y al lanzarle aquel individuo tales maldiciones al rey, montó en cólera uno de los acompañantes de David, y quiso ir a eliminarlo; pero David se lo prohibió. ¿Y de qué manera? Diciéndole: Dios lo ha enviado para que me maldiga39. Reconocía su culpa y aceptó su propio castigo, no buscando su propia gloria; alabando al Señor en lo que tenía de bueno, alabando al Señor en sus sufrimientos, bendiciendo al Señor en todo momento, teniendo siempre en su boca su alabanza40. Así son los rectos de corazón; no esos perversos que se tienen por rectos a sí mismos, y a Dios como perverso; esos que cuando hacen algo malo, se alegran; y cuando tienen que padecer algún mal, blasfeman; es más, cuando se ven envueltos en algún sufrimiento o castigo, dicen desde su corazón torcido: «¡Oh Dios! ¿Qué te he hecho yo?» Sí, es verdad; como nada hicieron por Dios, resulta que todo lo que les sucede se lo han hecho ellos. Y renueva en mi interior el espíritu recto.

16. [v.13] No me arrojes lejos de tu rostro. Aparta de mi pecado tu vista; y también no me arrojes lejos de tu rostro; y no me quites tu santo espíritu. El Espíritu Santo está presente en quien confiesa sus pecados. Eso pertenece ya al Espíritu Santo, puesto que te desagrada lo que hiciste. Al espíritu inmundo le agradan los pecados, al Espíritu Santo le desagradan. Y aunque todavía estés implorando el perdón, no obstante, como por otro lado te desagrada el mal que cometiste, estás unido a Dios; ya te desagrada lo mismo que a él. Ya sois dos para suprimir la fiebre: tú y el médico. Y puesto que no puede haber confesión del pecado y el correspondiente castigo por obra de sí mismo, cuando uno se enoja consigo mismo y se disgusta, eso no sucede sin el don del Espíritu Santo. No dice: Dame el Espíritu Santo, sino: no me lo quites. Y no me quites tu santo espíritu.

17. [v.14] Devuélveme la alegría de tu salvación. Devuélveme la que tenía, la que había perdido por el pecado; Devuélveme la alegría de tu salvación; sí, la salvación de tu Cristo. ¿Quién puede salvarse sin él? Pues ya antes de nacer de María, al principio existía la Palabra, y la Palabra estaba con Dios, y la Palabra era Dios41; y los santos patriarcas creían en el designio de la encarnación como algo futuro, lo mismo que nosotros lo creemos como ya realizado. Los tiempos han cambiado, la fe no. Devuélveme la alegría de tu salvación; y afiánzame en el más elevado espíritu. Algunos han entendido aquí el Dios Trinidad, exceptuando la encarnación; de hecho está escrito: Dios es espíritu42. Lo que no es corporal, y no obstante existe, sólo le queda ser espíritu. Por eso algunos ven aquí una alusión a la Trinidad: en el espíritu recto, el Hijo; en el santo espíritu, el Espíritu Santo; y en el más elevado espíritu, el Padre. Ya sea esto así, ya sea que el espíritu recto lo entendió como el espíritu humano, al decir: Renueva en mi interior el espíritu recto, el cual yo había torcido y distorsionado pecando, y que el espíritu más importante sea el Espíritu Santo, que no quiso el salmista le fuese quitado, y en el cual quería él ser reafirmado, ninguno de estos pareceres es herético.

18. [v.15] Pero fijaos lo que añade: Afiánzame en el espíritu principal. ¿Afiánzame en qué? Porque me has perdonado, porque estoy seguro de que no me será imputado lo que me condonaste, por esto estoy tranquilo, y reafirmado en esta gracia, no seré ingrato. ¿Qué debo, pues, hacer? Enseñaré a los malvados tus caminos. Yo, malvado, enseñaré a los malvados, sí, yo que también fui malvado, y que ahora ya no lo soy, no habiéndoseme privado del Espíritu Santo, y afianzado en el más alto espíritu, enseñaré a los malvados tus caminos. ¿Qué caminos vas a enseñar a los malvados? Y los impíos volverán a ti. Si el pecado de David se le atribuye a la impiedad, no tienen por qué desanimarse los impíos, ya que Dios perdonó a un impío; pero siempre que se conviertan a él, si aprenden sus caminos; pero si el comportamiento de David no se le atribuye a la impiedad, sino que la impiedad como tal es el apostatar de Dios, el no dar culto al único Dios, o no habérselo dado nunca, o apartarse del culto que se le rendía, para todo este cúmulo de pecados vale lo que expresa: Y los impíos volverán a ti. Tan lleno estás de la abundancia de misericordia, que los que a ti se conviertan, no sólo cualesquiera sean los pecadores, sino incluso los impíos no tienen por qué perder la esperanza. Y los impíos volverán a ti. ¿Para qué? Para que creyendo en el que justifica al impío, les sea tenida en cuenta su fe para la justificación43.

19. [v.16] Líbrame de las sangres, ¡Oh Dios, Dios Salvador mío! El traductor latino prefirió expresar la fidelidad al vocablo griego, aunque con un término poco latino. Todos sabemos que en latín no se dice «las sangres» pero dado que el griego lo tiene en plural, no por otra razón, sino porque así lo encontró en la lengua original hebrea, prefirió el traductor latino ser más fiel al sentido que a la gramática. ¿Por qué razón, pues, lo dice en plural: de las sangres? Quiso dar a entender en «muchas sangres» muchos pecados, como en el origen de la carne de pecado. Refiriéndose el Apóstol a esos pecados, provenientes de la corrupción de la carne y de la sangre, dice: La carne y la sangre no pueden heredar el reino de Dios. Así es; siguiendo la fe verdadera de dicho Apóstol, esta carne resucitará y merecerá la incorrupción, según sus mismas palabras: Es necesario que esto corruptible se vista de incorrupción, y esto mortal se vista de inmortalidad44. Y puesto que esta corrupción tiene su origen en el pecado, con su mismo nombre se denominan los pecados; es lo mismo que se llama lengua al miembro de carne que se mueve en la boca, y le aplicamos el significado de las palabras, llamando lengua a lo que tiene lugar por medio de la lengua, y llamamos a una lengua griega, a otra lengua latina; no se trata de diferencias en la carne, sino en los sonidos. Así que lo mismo que llamamos lengua a la locución que tiene lugar por su medio, así también se le llama sangre a la maldad que tiene lugar por la sangre. Refiriéndose, pues, a sus muchos pecados, dice más arriba: borra todos mis pecados; y atribuyéndolos a la corrupción de la carne y de la sangre, se expresa así: líbrame de las sangres; es decir: líbrame de mis pecados, límpiame de toda corrupción. Suspira por la incorrupción el que dice: Líbame de las sangres; porque la carne y la sangre no pueden heredar el reino de Dios, ni tampoco la corrupción heredar la incorrupción. Líbrame de las sangres, ¡Oh Dios, Dios Salvador mío! Nos deja en claro que cuando tenga lugar la salvación perfecta en este cuerpo, no habrá en él corrupción, designada con el nombre de carne y sangre; esta es, pues, la perfecta salud del cuerpo. Pues, ¿cómo va a ser sano ahora lo que se deteriora, lo que tiene necesidad, lo que tiene una especie de continua enfermedad de hambre y de sed? Todo esto desaparecerá entonces; porque el alimento es para el vientre, y el vientre para el alimento45. Pero Dios pondrá fin a uno y a otro. La forma perfecta nos vendrá de Dios, cuando la muerte haya sido asumida por la victoria46, no quedando ninguna corrupción, ni le venga alguna indisposición subrepticiamente, sin cambio alguno por la edad, ni cansancio alguno por el trabajo para buscar el sustento que le dé fortaleza, y el alimento que le reponga las fuerzas. Pero no, no estaremos sin comida ni bebida: el mismo Dios será nuestro alimento y nuestra bebida. Sólo este alimento es el que fortifica y nunca falta. Líbrame de las sangres, ¡Oh Dios, Dios Salvador mío! Porque ahora ya estamos en esta salvación. Mira lo que dice el Apóstol: Estamos salvados en esperanza. Y fíjate cómo refiriéndose a la salvación del cuerpo, decía: Gemimos en nuestro interior esperando la adopción, la redención de nuestro cuerpo. Porque hemos sido salvados en esperanza. Y una esperanza que se ve, ya no es esperanza: porque lo que uno ve ¿cómo lo va a esperar? Pero si estamos esperando lo que no vemos, aguardamos con paciencia47. Esa tal paciencia está en el que persevera hasta el fin: ese se salvará48; esta es la salvación que todavía no tenemos, pero que la tendremos. Todavía no es una realidad, pero la esperanza es segura. Y cantará mi lengua tu justicia.

20. [v.17] Señor, me abrirás los labios, y mi boca proclamará tu alabanza. Tu alabanza, sí, porque he sido creado; tu alabanza, porque pecando no he sido abandonado; tu alabanza, porque he sido invitado a confesarte; tu alabanza, ya que para estar en paz he sido purificado. Me abrirás los labios, y mi boca proclamará tu alabanza.

21. [v.18—19] Porque si quisieras un sacrificio, ciertamente te lo habría ofrecido. David vivía en aquel tiempo en que se ofrecían a Dios sacrificios de animales inmolados, pero él ya veía estos tiempos futuros. ¿No nos reconocemos nosotros en estas palabras? Aquellos sacrificios eran figura y preanuncio del único sacrificio salvador. Y no es que nosotros hayamos quedado sin sacrificio que ofrecer a Dios. Escucha lo que dice preocupándose de su pecado, y anhelando verse perdonado del mal que había hecho: Si quisieras un sacrificio, ciertamente te lo habría ofrecido. Pero los holocaustos no te satisfacen. ¿Entonces no le vamos a ofrecer nada? ¿Nos vamos a acercar a Dios con las manos vacías? ¿Y cómo lo vamos a aplacar? Ofrece, sí, ofrece; tienes a tu alcance lo que debes ofrecer. No vayas fuera a comprar inciensos, más bien di: En mí están, oh Dios, las promesas de alabanza que te rendiré49. No vayas lejos a buscar un animal para matarlo; dentro de ti tienes lo que debes inmolar: Mi sacrificio es un espíritu quebrantado; un corazón contrito y humillado Dios no lo desprecia. Desprecia por completo el toro, el cabrito y el ternero; ya pasó el tiempo de ofrecerlos. Se ofrecieron cuando significaban alguna realidad, cuando eran promesa de otras cosas; pero cuando ya lo prometido ha llegado, las promesas no tienen sentido. Un corazón contrito y humillado Dios no lo desprecia. Sabéis que Dios es el Altísimo; si tú te exaltas, él se alejará de ti; si te humillas, se acercará a ti.

22. [v.20] Mirad quién es el que habla; parecía que era sólo David quien oraba; ved aquí nuestra imagen reflejada, y el prototipo de la Iglesia. Señor, por tu bondad muéstrate benigno con Sión. Sé benigno con esta Sión. ¿Qué es Sión? La ciudad santa. ¿Y qué es la ciudad santa? La que, edificada sobre el monte, ya no puede esconderse50. Sión está contemplando, porque su atención está en algo que espera. Sión se interpreta como contemplación, y Jerusalén como visión de paz. Ya sabéis que vosotros estáis en Sión y en Jerusalén, si miráis como cierta la esperanza futura, y si estáis en paz con Dios. Y se reconstruirán las murallas de Jerusalén. Señor, por tu bondad favorece a Sión, y se reconstruirán las murallas de Jerusalén. No se atribuya Sión mérito alguno propio; tú sé benigno con ella. Que se reconstruyan las murallas de Jerusalén. Que se edifiquen las defensas de nuestra inmortalidad, en la fe, la esperanza y la caridad.

23. [v.21] Entonces aceptarás el sacrificio de justicia. Ahora, en cambio, aceptas el sacrificio como desagravio de la maldad: un espíritu quebrantado y un corazón humillado; entonces aceptarás el sacrificio de justicia: únicamente la alabanza. Dichosos los que habitan en tu casa: te alabarán por los siglos de los siglos51; este es, pues, el sacrificio de justicia. Ofrendas y holocaustos. ¿Qué son los holocaustos? Son los sacrificios totalmente consumidos por el fuego. Cuando el animal se ponía entero sobre el ara, y era consumido por el fuego, se le llamaba holocausto. Ojalá nos consumiera a todos el fuego divino, y ese fervor se apoderase de todos nosotros. ¿Qué fervor? No hay quien se libre de su calor52. ¿Qué fervor? Aquel del que dice el Apóstol: Con espíritu fervoroso53. Que no sea solamente nuestra alma arrebatada por aquel divino fuego de la sabiduría, sino también nuestro cuerpo, para merecer por ello la inmortalidad; que se eleve al cielo así el holocausto, para que la muerte sea absorbida en la victoria54. Ofrendas y holocaustos. Entonces sobre tu altar se inmolarán novillos. ¿Por qué novillos? ¿Qué elegirá del altar? ¿La inocencia de la nueva vida, o los cuellos libres del yugo de la ley?

24. Hemos llegado en el nombre de Cristo al final del salmo, aunque no como yo hubiera deseado, pero sí al menos según mis posibilidades. Me resta sólo deciros unas palabras, hermanos, a causa de los muchos males entre los cuales vivimos. Y viviendo en medio de las realidades humanas, no nos es posible alejarnos de ellas. Debemos ser tolerantes viviendo entre los malos; porque cuando nosotros éramos malos, los buenos vivieron con tolerancia en medio de nosotros. Sin olvidarnos de lo que fuimos, no perderemos la esperanza sobre los que ahora son lo que nosotros fuimos. Sin embargo, carísimos, entre tanta diversidad de costumbres, y tan detestable corrupción, gobernad vuestras casas, educad a vuestros hijos, mantened el orden en vuestras familias. Lo mismo que a mí me pertenece en la Iglesia hablaros a vosotros, así mismo os pertenece a vosotros el rendir cuentas exactas de los que os están sometidos. Dios ama la educación. Perversa y dañina es la permisión, el dejar rienda suelta a los pecados. Del todo inútil y muy perniciosa es en el hijo la sensación del consentimiento del padre, para luego sentir la severidad de Dios; y esto no sólo él, sino acompañado de su negligente padre. ¿Cómo es esto? Sí, porque aunque el padre no peque, realizando lo hace su hijo, ¿no deberá mantenerlo apartado de la maldad? ¿O acaso es para que el hijo piense que su padre haría lo mismo si no hubiera envejecido? El pecado que en tu hijo no te desagrada, es que te gusta, y si no lo cometes no es por falta de ganas, sino por tu edad. Sobre todo, hermanos, cuidad de vuestros hijos cristianos, de quienes fuisteis garantes al bautizarlos. Pero puede suceder que el mal hijo no haga caso de los avisos del padre, o de su reprensión, o incluso de su severidad; tú cumple con tu deber; Dios a él le exigirá cuentas de su persona.