EXPOSICIÓN DEL SALMO 47

Traducción: Miguel F. Lanero, o.s.a y Enrique Aguiarte Bendímez, o.a.r.

1. [v.1] El título del salmo es: Cántico de alabanza a los hijos de Coré, en el segundo día después del sábado. Lo que sobre esto se digne concedernos el Señor, recibidlo como hijos del firmamento. El día segundo del sábado, es decir, el siguiente al primero, que llamamos domingo, y que tiene también el nombre de feria segunda, fue creado el firmamento del cielo, o mejor dicho, el firmamento o cielo. Porque al cielo también lo llamó Dios firmamento1. El día primero había creado la luz, y la separó de las tinieblas; a la luz la llamó día y a las tinieblas noche. Como se ve en el texto de este salmo, algo dejó anunciado Dios en aquella su obra, que había de cumplirse en nosotros; y conforme a la naturaleza de esta creación, los siglos se han ido sucediendo. No en vano dijo de Moisés el Señor: Él escribió sobre mí2. De hecho, todo lo escrito, incluyendo la creación del mundo, puede interpretarse con una significación de futuro. Y así puedes entender que Dios creó la luz, significando la resurrección de Cristo de entre los muertos. Y la verdadera separación de la luz y las tinieblas, sucedió cuando tuvo lugar la división entre inmortalidad y mortalidad. Y la consecuencia es que a la cabeza se le dio un cuerpo, que es la Iglesia. Hay también un salmo del primer día después del sábado en el que con toda claridad se habla de la resurrección del Señor; Así se dice en él: Que vuestros príncipes abran las puertas, levantaos puertas de la eternidad, y entrará el rey de la gloria3. ¿Qué hay más evidente que el rey de la gloria es Cristo? De él se dijo: Si lo hubieran conocido, nunca habrían crucificado al Señor de la gloria4. En el segundo día del sábado no debemos de ver sino a la Iglesia de Cristo; pero la Iglesia de los santos, la Iglesia de los que están inscritos en el cielo, la Iglesia de los que no han caído en las tentaciones de este mundo. Son estos los que deben llevar el nombre de firmamento. Luego la Iglesia de Cristo se realiza en aquellos que están firmes, de los que dice el Apóstol: Nosotros, los fuertes, debemos sobrellevar las debilidades de los débiles5. Se le está llamando firmamento a la Iglesia. Sobre esto se canta en el salmo; escuchémoslo, reconozcámoslo, estemos unidos, seremos glorificados y reinaremos. Mira cómo en las cartas apostólicas se le llama también firmamento a la Iglesia: Ella, la Iglesia del Dios vivo, es la columna y el firmamento de la verdad6. De este firmamento se le canta a los hijos de Coré, que, como ya sabéis, son los hijos del Esposo crucificado en el Calvario, ya que Coré significa calvicie. Continúa la inscripción de este salmo: El segundo día el sábado.

2. [v.2] Grande es el Señor y muy digno de alabanza. Sí, grande es el Señor y muy digno de alabanza. Pero ¿alaban al Señor los infieles? Y también ¿alaban al Señor los que creen, pero viven mal, y por su causa el nombre de Dios es blasfemado entre los gentiles? ¿Alabarán estos al Señor?7 Y si lo alabaran, ¿aceptaríamos su alabanza, cuando está escrito que No es hermosa la alabanza en la boca del pecador?8 Has dicho: Grande es el Señor y muy digno de alabanza. ¿Pero dónde? En la ciudad de nuestro Dios, en su monte santo. De él se dice en otro lugar: ¿Quién subirá al monte del Señor? El hombre de manos inocentes y puro corazón9. En ellos sí, grande es el Señor y muy digno de alabanza; es decir: en la ciudad de nuestro Dios, en su monte santo. Esta es la ciudad puesta sobre el monte, que no es posible ocultarla, esta es la lámpara que no se pone bajo el celemín, conocida por todos, y que a todos ilumina10. Pero no todos son ciudadanos de esta ciudad; solamente aquellos para quienes grande es el Señor y muy digno de alabanza. Pero vamos a ver cuál es esta ciudad, no sea que al haberse dicho: En la ciudad de nuestro Dios, en su monte santo, debamos buscar este monte, desde el cual podamos también ser oídos. Por algo se dice en otro salmo: Alcé mi voz al Señor, y él me escuchó desde su monte santo11. Este monte te ayudó a ser oído. Si no hubieras subido a él, clamarías desde abajo, pero no llegarías a ser oído. Entonces ¿cuál es este monte, hermanos? Con mucho cuidado debemos buscarlo, con gran solicitud investigar, y poner esfuerzo también para subirlo y establecernos en él. Pero si se halla en alguna parte de la tierra, ¿qué haremos? ¿Tendremos que peregrinar desde nuestra tierra hasta encontrar el monte? No, más bien peregrinamos si no estamos en él. Esa es nuestra ciudad, si somos miembros del rey, que es la cabeza de su ciudad. ¿Dónde, pues, está este monte? Si está situado en algún lugar, deberemos esforzarnos, como he dicho, para llegar hasta él. Pero ¿por qué estás preocupado? Ojalá no seas tú perezoso en ascender al monte, así como él tampoco tardó en venir a quien estaba dormido. Pues hubo una piedra angular, despreciada, en la que tropezaron los judíos12, desprendida de un monte sin intervención humana, es decir, del reino de los judíos sin mediación humana, sin ninguna intervención de hombre que se acercara a María, de la que nació Cristo13. Pero si esta piedra, en la que tropezaron los judíos, hubiera permanecido allí, no tendrías monte al que subir. ¿Qué sucedió entonces? ¿Qué dice la profecía de Daniel? Dice que esta piedra creció y llegó a hacerse un monte grande. ¿Cuán grande se hizo? Tanto que cubrió toda la superficie terrestre14. Y es así como llegó a nosotros: creciendo hasta llenar la superficie de la tierra. ¿Por qué vamos a andar buscando el monte como algo lejano, y no comenzamos ya a subir el que tenemos al lado, para que esté entre nosotros el Señor grande y muy digno de alabanza?

3. [v.3] Pues bien, para que este monte no te pasara desapercibido en el salmo, y creyeras que había que buscarlo en alguna parte de la tierra, mira lo que sigue a continuación: después de haber dicho En la ciudad de nuestro Dios, en su monte santo, ¿Qué añade? Los montes de Sión, que extienden su alegría por toda la tierra. Sión es un solo monte. ¿Por qué, pues, dice los montes? ¿No será porque a Sión han pertenecido también los venidos de diversos lugares, y que han confluido en la piedra angular, formando ellos dos muros, como dos montes, uno el de la circuncisión y el otro el del prepucio; uno de los judíos y el otro de los gentiles; no ya adversos, aunque sí diversos, provenientes de diverso origen, y, unidos en el ángulo, ni siquiera diversos? Porque él, dice, es nuestra paz, que hizo de los dos pueblos uno15. Él es aquella piedra, que rechazaron los constructores, y que fue convertida en piedra angular16. Un monte unió en sí a dos montes. Una casa y dos casas: dos por el diverso origen, una por la piedra angular, en la cual las dos casas han quedado unidas. Escucha esto también: Los montes de Sión; confines del norte, ciudad del gran rey. Habías creído que Sión era un lugar, donde fue fundada Jerusalén, a la cual nadie concurría sino los del pueblo de la circuncisión; y este pueblo, por cierto, fue reunido por Cristo de los restos de la gran mayoría, aventada como paja. Por lo cual está escrito: Un residuo sólo se salvará17. Pero mira también a los gentiles, y fíjate cómo el acebuche es injertado en el grueso tronco del olivo18. He aquí a los gentiles: Confines del norte; fueron agregados los confines del norte de la ciudad del gran rey. Suele ser inverso el norte a Sión: Sión ciertamente está al sur, y el Septentrión en el norte. ¿Quién es este Septentrión, sino el que dijo: Pondré mi asiento en el vértice septentrional, y seré semejante al Altísimo?19 El diablo había tenido el reino de los impíos, y se había adueñado de los gentiles, que servían a los simulacros y adoraban a los demonios; y todo el género humano, esparcido por el mundo, se había convertido en aquella región septentrional. Pero dado que el vencedor encadena al fuerte, le arrebata sus tesoros y los hace botín propio20, en cuanto los hombres fueron liberados del engaño y superstición del demonio, al creer en Cristo fueron dirigidos a aquella ciudad y se encontraron en el ángulo con el otro muro que venía de la circuncisión; así quedó constituida la ciudad de gran rey, por quienes antes habían constituido los confines del Septentrión. De ahí que se diga en otro lugar de la Escritura: Del Septentrión llegan nubes con resplandores de oro, que envuelven la soberana majestad y el honor de Omnipotente21. Grande es la gloria del médico, cuando logra curar a un enfermo desahuciado. Del Septentrión llegan nubes, no oscuras, no tétricas, sino de color dorado. ¿Y a qué se debe, sino a su origen de la gracia iluminadora de Cristo? Así es: Los confines del Septentrión, ciudad del gran rey. Ciertamente los del entorno, porque habían estado asociados con el diablo. A todo el que se asocia con alguien le dicen su entorno. Así solemos decirlo de algunos hombres: Es un buen hombre, pero está rodeado de un mal entorno; es decir, él sobresale por su honestidad, pero son malvados los que están en su compañía. De ahí que los confines del Septentrión, estaban asociados con el diablo, de donde vino aquel hijo, del que hemos oído hace poco que estaba muerto y volvió a la vida, que estaba perdido y fue encontrado. Se fue a una región lejana, había llegado también al Septentrión, y allí, como habéis oído, se entregó a un principal de aquella comarca. Se hizo, pues, del entorno del Septentrión, asociándose al notable de aquella región. Pero dado que la ciudad del gran rey se forma también de los provenientes del entorno del Septentrión, recapacitando, dijo: Voy a levantarme y a volver a mi padre. Y le salió al encuentro el padre, que dijo de él: Estaba muerto y revivió; estaba perdido y lo hemos encontrado. El ternero cebado fue la piedra angular. Por fin el hijo mayor que se resistía a participar en el banquete22, insistiéndole el padre, entró; y ya tenemos de algún modo los dos muros, los dos hijos, que vinieron al festín del becerro cebado, y constituyeron la ciudad del gran rey.

4. [v.4] Continuando el salmo, decimos: Dios es conocido en sus moradas. Al decir sus moradas se refiere a los montes, a los dos muros, a los dos hijos. Dios es conocido en sus moradas. Pero pone de relieve la gracia, por eso añade: cuando la acoja. ¿Qué sería de la ciudad misma, si no fuera acogida por él? ¿No se derrumbaría al instante, si no tuviera ese firme fundamento? Pues nadie puede poner otro fundamento fuera del ya puesto, Cristo Jesús23. Que nadie se gloríe de sus méritos; el que se gloría, que se gloríe en el Señor24. Porque esa ciudad llega a ser grande, y en ella llegamos a reconocer al Señor, sólo cuando él la acoja; como el médico acoge al enfermo para curarlo, no lo ama como tal enfermo. El médico odia la fiebre. No ama al enfermo como enfermo, y sin embargo lo ama; si no fuera así, lo conservaría siempre como enfermo, dejándolo abandonado. Pero su amor al enfermo es para sanarlo. Acogió el Señor esta ciudad y se hizo presente en ella, es decir, su gracia se hace notar en esa ciudad; porque todo lo que ella tiene, y de lo cual se gloría en el Señor, no lo tiene de sí. He ahí por qué dijo Pablo: ¿Qué tienes que no hayas recibido? Y si lo recibiste, ¿por qué te glorías como si no lo hubieras recibido?25 Dios es conocido en sus moradas, cuando la acoja.

5. [v.5—7] Porque he aquí que los reyes de la tierra se reunieron. Ved cómo se acercan los confines del Septentrión, fijaos cómo dicen: Venid, subamos al monte del Señor; él nos ha enseñado el camino para entrar en ella26. Mirad cómo los reyes de la tierra se reunieron y formaron una unidad. ¿Cuál es esa unidad, sino la famosa piedra angular?27 Ellos, al verla, quedaron admirados. Y tras la admiración de los milagros de Cristo y de su gloria, ¿qué se siguió? Se asustaron, se conmovieron, se apoderó de ellos el temor. ¿Y cómo es que el temor se apoderó de ellos, sino por la consciencia de sus delitos? Que corran los reyes en pos del Rey, que los reyes reconozcan al Rey. Como se dice en otro lugar: Yo mismo he sido por él consagrado rey en Sión, su monte santo, predicando el precepto del Señor; él me ha dicho: tú eres mi hijo, yo te he engendrado hoy. Pídemelo y te daré en herencia las naciones, y en posesión los confines de la tierra. Los regirás con cetro de hierro, y los quebrarás como vaso de barro28. Ya sabemos quién es el rey consagrado en Sión, y le han sido entregados como propiedad los confines de la tierra. ¿Deberán los reyes tener temor de perder su reino, no se les vaya a arrebatar, como ocurrió con el miserable Herodes, que en lugar del Niño asesinó a muchos niños?29 Su temor de perder el reino, le impidió conocer al Rey. ¡Ojalá también él hubiera adorado con los Magos al Rey! Así no hubiera buscado de mala manera su reino, matado a los inocentes y pereciendo él. Pues bajo su responsabilidad degolló a los inocentes, y Cristo, aun siendo niño, coronó a los niños que por él murieron. Luego los reyes debían haber temido cuando se dijo: Yo mismo he sido consagrado rey por él, y me dará en herencia todos los confines de la tierra el mismo que me ha ungido rey. ¿Y por qué tenéis envidia, oh reyes? Abrid vuestros ojos y mirad, pero no con envidia. ¡Qué distinto es este rey! Mirad lo que dijo: Mi reino no es de este mundo30. No tengáis miedo de que se os arrebate el reino de este mundo; se os dará un reino, pero es el reino de los cielos, allí donde él es rey. ¿Cómo sigue el texto? Y ahora, reyes, entended. Ya empezabais a inquietaros: entended; se trata de otro rey, cuyo reino no es de este mundo. Con razón los reyes de la tierra se reunieron, se conmovieron, se apoderó de ellos el temor. Y es a ellos a quienes se les dice: Y ahora, reyes, entended, aprended todos los que juzgáis la tierra. Servid al Señor con temor, aclamadlo con temblor31. ¿Y qué fue lo que hicieron? Hubo allí dolores como de parto. ¿Cuáles son estos dolores, sino los del arrepentimiento? Mira la misma concepción del dolor y del parto: Por tu temor —nos dice Isaías— hemos concebido y dado a luz al Espíritu de salvación32. Es así como los reyes concibieron por el temor a Cristo, y en el parto de la salvación, dieron a luz creyendo en el que habían temido. Hubo allí dolores como de parto. Donde oyes los gemidos de una parturienta, espera la criatura. Quien da a luz es el hombre viejo, pero el que nace es el hombre nuevo. Hubo allí dolores como de parto.

6. [v.8] Con viento violento destrozarás las naves de Tarsis. O dicho más brevemente, derribarás la soberbia de los gentiles. Pero ¿cómo se deduce de aquí que se refiere al derribo de la soberbia de los gentiles? Por las naves de Tarsis. Los sabios investigaron sobre la ciudad de Tarsis, a ver qué ciudad tenía ese nombre; y según el parecer de algunos, Cilicia fue llamada Tarsis, por llamarse Tarso su capital. De esta ciudad era Pablo el apóstol, nacido en Tarso de Cilicia33. Algunos, en cambio, opinaron que se trata de Cartago; tal vez en alguna época se le llamó así, o porque con alguna otra expresión, así se le quiso significar. De hecho encontramos en el profeta Isaías: Lamentaos, naves de Cartago34. Y en Ezequiel unos traductores leen Cartago y otros Tarsis35. Así que por una tal diversidad de opiniones, podemos identificar con Tarso, la ciudad de Cartago, otrora así llamada. De todos es conocido que ya en sus comienzos el reino de Cartago sobresalió por sus naves, y esto hasta el punto de que desde el principio el reino de Cartago sobresalió sobre los demás pueblos por su comercio y su flota naviera. De hecho, cuando Dido, huyó de su hermano, desembarcó en tierras africanas, donde fundó Cartago; y las naves mercantes que, con el consentimiento de las autoridades tomaron para su fuga, siguieron utilizándolas para el comercio, después de la fundación de Cartago. De aquí que esta ciudad llegó a ser sumamente engreída, de manera que por sus naves se pueda entender, con razón, la soberbia de los gentiles, que confían en realidades inciertas, como lo es el soplo de los vientos. Dejémonos ya de confiar en la prosperidad de este mundo, como en el despliegue de las velas y en el mar. Nuestro fundamento esté en el monte Sión; allí nos debemos arraigar, no andar fluctuando a merced de cualquier viento de doctrina36. Sean, pues, derribados todos cuantos se han ensoberbecido por las incertidumbres de esta vida; toda soberbia de los gentiles sométase a Cristo, con viento violento destrozarás las naves de Tarsis. No de cualquier ciudad, sino las de Tarsis. ¿Cuál sería el viento violento? Un profundo temor. Así es como toda soberbia teme al que ha de juzgar: creyendo en él, como humilde que es, para no aterrorizarse ante el Altísimo.

7. [v.9] Como habíamos oído, lo hemos visto. ¡Oh bienaventurada Iglesia! Lo que había oído en su momento, luego lo llegó a ver. Oyó en promesas, lo ve cumplido: lo oyó en profecías, lo está viendo en el evangelio. Sí, todo lo que ahora se cumple, antes fue profetizado. Levanta tus ojos y recorre el mundo con tu mirada: contempla cómo la heredad llega hasta los confines de la tierra. Date cuenta de cómo se ha cumplido ya lo que se había anunciado: Lo adorarán todos los reyes de la tierra, todos los pueblos le servirán37. Mira también realizado aquello otro que se dijo: Elévate, oh Dios, sobre el cielo, y tu gloria sobre toda la tierra38. Pon tu atención en aquel cuyos pies y manos fueron clavados; colgado de un leño se pudieron contar sus huesos; sus vestidos los echaron a suertes39; mira reinando a quien sus discípulos vieron colgado en la cruz; míralo sentado en el trono celeste a quien despreciaron cuando caminaba sobre la tierra. Mira ya realizado aquello de: Lo recordarán y volverán al Señor todos los confines de la tierra, y se postrarán en su acatamiento todas las familias de los pueblos40. Al ver todo esto, levanta tu voz con alegría: Como lo habíamos oído, lo hemos visto. Con razón se dirigen a esta Iglesia los gentiles diciendo: Escucha, hija, mira: olvida tu pueblo y la casa de tu padre41. Tu padre fue el norte, ven al monte Sión. Escucha y mira: no mira y escucha, sino escucha y mira: primero escucha, luego verás. Primero oirás lo que no ves, y luego verás lo que habías oído. Un pueblo —dice— que no conocía, me servía: me escuchaba con atención y me obedecía42. Si escuchaba con atención, es que no veía. ¿Y qué decir de esta otra cita: A quienes no se les anunció sobre él, lo verán; y quienes no oyeron, comprenderán?43 A quienes no les fueron enviados profetas, primero los oyeron, y luego los entendieron; aquellos que en principio no los oyeron, luego oyéndolos, se quedaron admirados. En cambio, a quienes los profetas fueron enviados, eran portadores de los códices, pero no entendieron la verdad; tenían las tablas del Testamento, pero no poseyeron la herencia. En cambio nosotros tal como lo habíamos oído, lo hemos visto. En la ciudad del Señor de los ejércitos, en la ciudad de nuestro Dios. Allí fue donde lo oímos, y fue allí donde lo vimos. Quien esté fuera de ella, ni oye ni ve; quien está en ella, ni es sordo ni ciego. Como lo habíamos oído, lo hemos visto. ¿Y dónde lo oyes, dónde lo ves? En la ciudad del Señor de los ejércitos, en la ciudad de nuestros Dios. Que Dios la ha fundado para siempre. No nos insulten los herejes, divididos en bandos; no se engrían los que dicen: Mira que Cristo está aquí, mira que está allá44. El que diga esto está induciendo a la división en facciones. Lo que Dios prometió fue la unidad; los reyes se han congregado en uno, no se han dispersado en cismas. Pero tal vez esta ciudad que ha contenido al mundo, en algún momento podría ser arrasada. No, en absoluto: Dios la ha fundado para siempre. Así que si Dios la edificó para siempre, ¿por qué temes que se desmorone su cimiento?

8. [v.10] Hemos recibido, oh Dios, tu misericordia en medio de tu pueblo. ¿Quiénes y dónde lo recibieron? ¿No fue tu pueblo el que recibió tu misericordia? Y si fue tu pueblo el que la recibió ¿cómo es que nosotros recibimos tu misericordia, y además en medio de tu pueblo, como si fueran unos quienes la recibieron, y otros aquellos en cuyo medio la recibieron? Gran misterio este, pero conocido. Cuando desde aquí, desde estos versículos sea extraído y desentrañado lo que ya sabéis, no os resultará extraño, sino agradable. Porque ahora el pueblo de Dios está constituido por los que poseen sus sacramentos, pero no todos participan de su misericordia. Todos los que reciben el sacramento del bautismo de Cristo, se llaman cristianos; pero no todos viven dignamente ese sacramento. Hay algunos de quienes dice el Apóstol: Tienen la apariencia de ser piadosos, pero reniegan de su fuerza45. Por esta apariencia de piedad se les tiene como miembros del pueblo de Dios, como sucede en la era mientras se trilla no sólo el grano, sino también la paja. Pero ¿llegarán a formar parte del granero? En medio de este pueblo malvado, está el pueblo bueno, que ha recibido la misericordia de Dios. La misericordia de Dios la vive dignamente el que oye, retiene y cumple lo que dice el Apóstol: Como colaboradores suyos que somos, os rogamos que no recibáis en vano la gracia de Dios46. Entonces, el que no recibe inútilmente la gracia de Dios, ese es el que recibe no sólo el sacramento, sino también la misericordia de Dios. ¿Y qué le puede perjudicar el vivir en medio de un pueblo desobediente, hasta que llegue el momento de la bielda, hasta que los buenos sean separados de los malos? ¿Qué les puede perjudicar el vivir en medio de este pueblo? Que sean de los que se llaman firmes, y que reciben la misericordia de Dios; que sea un lirio entre espinas. Porque también las espinas pertenecen al pueblo de Dios. ¿Lo quieres oír? Fíjate en esta semejanza: Como lirio entre espinas, así es mi amada en medio de las hijas47. ¿Acaso dice ?en medio de las extrañas?? No; dice en medio de las hijas. Hay hijas que son malas, y entre ellas es un lirio en medio de espinas. Así pues, a los que recibieron los sacramentos, y su conducta no es buena, se les cree pertenecer a Dios, pero no es cierto; se les tiene como hijos suyos, pero son extraños: hijos por haber recibido el sacramento del bautismo, extraños por su conducta viciosa. Así también las hijas son extrañas: hijas por la apariencia de piedad, ajenas por la pérdida de la virtud. Que esté allí el lirio, que reciba la misericordia de Dios, mantenga su raíz de hermosa flor, que no sea ingrato a la lluvia dulce, caída del cielo. Ingratas sean las espinas, que crecen con la lluvia: pero crecerán para el fuego, no para el granero. Hemos recibido, oh Dios, tu misericordia en medio de tu pueblo. En medio de tu pueblo, que no recibió tu misericordia, nosotros sí la hemos recibido. Vino a los suyos, a su propiedad, y los suyos no lo recibieron. Pero a cuantos, estando en medio de ellos, sí lo recibieron, les dio el poder llegar a ser hijos de Dios48.

9. Y aquí surge la pregunta: y bien, este pueblo que recibe la misericordia de Dios en medio su pueblo, ¿de cuántos miembros consta? ¡Qué pocos son! Apenas nos encontramos con algunos. ¿Se quedará Dios satisfecho con ellos, y permitirá que se pierda la multitud restante, tan numerosa? Esto se dicen quienes se prometen a sí mismos, sin haber oído las promesas de Dios. ¿Será verdad que si vivimos mal, si disfrutamos de los placeres de este mundo, si nos dejamos esclavizar por nuestras pasiones, Dios nos condenará? ¿Cuántos son, en realidad, los que parecen cumplir los mandatos de Dios? Apenas se encontrarán uno o dos, en todo caso muy pocos. ¿Será verdad que sólo a estos los salvará, y condenará al resto? No puede ser, afirman. Cuando vuelva, y vea una tan ingente multitud a su izquierda, tendrá compasión y los perdonará. Esto mismo fue precisamente lo que prometió la famosa serpiente al primer hombre. Dios le había amenazado con la muerte si probaban el fruto prohibido49; pero la serpiente replicó: ¡Ni pensarlo!; no moriréis. Dieron crédito a la serpiente, y tuvieron que experimentar que fue verdadera la amenaza de Dios, y falso lo que el diablo les había prometido. Así sucede también ahora; imaginaos la Iglesia como si estuviera en el paraíso; la serpiente no cesa de incitar a lo mismo que antaño. Pero la caída del primer hombre debe servirnos de escarmiento a nosotros para no imitarlo en el pecado. Precisamente si él cayó, es para que nosotros nos levantemos. Respondamos nosotros a tales incitaciones como respondió Job. Job fue tentado por una mujer, como el hombre fue tentado por Eva; pero el hombre que fue vencido en el paraíso, aquí venció en el estercolero50. No prestemos, pues, oídos a tales voces, ni creamos que estos son pocos; son muchos; lo que pasa es que están ocultos entre la multitud. No podemos negar que son muchos los malos; tantos, que los buenos ni se vislumbran entre ellos, como los granos de trigo no se ven en la era. El que mira la trilla, puede pensar que allí sólo hay paja. Pongamos un hombre inexperto, y pensará que los bueyes dan vueltas inútilmente en la trilla, y que allí están los hombres bajo el peso del calor para moler la paja. Pero lo que hay allí es la parva que debe ser aventada. Entonces aparecerá el montón de trigo que estaba escondido entre la mucha paja. ¿Quieres todavía encontrar a los buenos? Sé bueno tú, y los encontrarás.

10. [v.11] Contra este pesimismo, pon atención a lo que sigue en el salmo. Porque al decir: Hemos recibido, oh Dios, tu misericordia en medio de tu pueblo, dio a entender que había un pueblo que no recibía la misericordia de Dios, en medio del cual sí hay quienes reciben su misericordia; y para que no se creyeran los hombres que estos son tan pocos, que diera la impresión de que casi no hay nadie, mira cómo los consuela con las palabras que siguen: Como tu nombre, oh Dios, así tu alabanza en los confines de la tierra. ¿Qué quiere decir esto? Grande es el Señor y muy digno de alabanza en la ciudad de nuestro Dios, en su monte santo. Y su alabanza no puede darse sino entre sus santos. Los de mala vida no alaban a Dios; porque aunque lo prediquen con la lengua, lo blasfeman con su vida. Y porque su alabanza no existe sino entre sus santos, que no se digan entre ellos los herejes: Su alabanza ha permanecido en nosotros, ya que somos pocos y estamos segregados de la multitud. Nuestra vida es buena, nosotros alabamos a Dios no sólo de palabra, sino con nuestra conducta. La respuesta está también en este salmo: ¿Cómo es que decís que en vuestro grupo alabáis a Dios, a quien se le ha dicho: Como tu nombre, oh Dios, así tu alabanza en los confines de la tierra? Es decir, así como eres conocido en todas las regiones, así eres también alabado en todas ellas; no falta quien te alabe ahora en todos los rincones de la tierra. Pero a Dios lo alaban quienes viven bien. Pues como tu nombre, oh Dios, así tu alabanza (llega) no a un grupo, sino hasta los confines de la tierra. Tu diestra está llena de justicia; en otras palabras: serán muchos también los que estarán a su derecha. No han de ser muchos sólo quienes estarán a su izquierda, sino que también allí habrá una nutrida multitud colocada a su derecha: Tu diestra está llena de justicia.

11. [v.12] Alégrese el monte Sión y regocíjense las hijas de Judá por tus juicios, Señor. ¡Oh monte de Sión, oh hijas de Judá!, ahora estáis aguantando entre la cizaña, entre la paja, entre las espinas; pero regocijaos por los juicios de Dios. No se equivoca Dios al juzgar. Vivid separadas, aunque hayáis nacido mezcladas; no en vano ha salido de vuestra boca y de vuestro corazón esta súplica: No arrebates mi alma con los impíos, ni mi vida con los hombres sanguinarios51. El gran experto bieldará teniendo el bieldo en la mano, y ni un grano de trigo caerá en el montón de la paja, destinada al fuego, y ni una brizna de paja se colará al montón de trigo, destinado a almacenarse en el granero52. Regocijaos, hijas de Judá, por los juicios de Dios, que no se equivoca; y no hagáis ahora juicios temerarios. A vosotras os pertenece recoger, a él le pertenece separar. Alégrese el monte Sión, y regocíjense las hijas de Judá por tus juicios, Señor. No vayáis a creer que las hijas de Judá son los judíos. Judá significa confesión. Todos los hijos de la confesión son hijos de Judá. Tengamos en cuenta que aquello de: La salvación proviene de los judíos, no quiere decir sino que Cristo proviene de los judíos53. Esto dice también el Apóstol: Porque el ser judío no está en algo externo, ni circuncisión es tampoco la exterior del cuerpo; no, judío se es por dentro, y circuncisión es la del corazón, hecha por el Espíritu, no por la letra de la Ley; ese es el que recibe de Dios la gloria, no de los hombres54. Sé tú judío así: que tu gloria esté en la circuncisión del corazón, aunque no tengas la de la carne. Regocíjense las hijas de Judá por tus sentencias, Señor.

12. [v.13] Dad vuelta en torno a Sión y abrazadla. Dígaseles a quienes viven mal, y que tienen entre ellos a ese pueblo que ha recibido la misericordia de Dios: En medio de vosotros hay un pueblo que vive bien: Dad la vuelta en torno a Sión. Pero ¿cómo? Abrazadla. No la rodeéis con escándalos, sino con amor; y así a los que viven bien en medio de vosotros, los imitéis, e imitándolos, os incorporéis a Cristo, de quien ellos son miembros. Dad vuelta en torno a Sión y abrazadla. Hablad desde sus torreones. Desde lo alto de sus baluartes predicad sus alabanzas.

13. [v.14] Poned vuestros corazones en su fortaleza. No por tener apariencia de piedad rechacéis su fortaleza55, sino Poned vuestros corazones en su fortaleza ¿Cuál es la fortaleza de esta ciudad? El que quiera entender la fortaleza de esta ciudad, piense en la fuerza de la caridad. He ahí la fortaleza que nadie vence. Ningún vaivén de este mundo, ninguna riada de tentaciones extinguirá su fuego. De ella se dijo: Fuerte es el amor como la muerte56. Como a la muerte, cuando llega, no se le puede hacer frente con ninguna clase de habilidades, ni medicamentos a los cuales recurras; no, el ímpetu de la muerte no la puede evitar quien ha nacido mortal, así contra el ímpetu del amor nada puede el mundo. Hemos puesto un ejemplo contrario, el de la muerte: porque como la muerte es impetuosísima para arrebatar, así la caridad es impetuosísima para salvar. Impulsados por este amor, muchos han muerto a este mundo para vivir para Dios. Ardiendo los mártires en este fuego del amor, no fingiendo, no hinchados de vanagloria, no como aquellos de quienes se dijo: Aunque entregara mi cuerpo a las llamas, si no tengo caridad, de nada me sirve57, sino que su amor a Cristo y a la verdad los llevó al martirio. ¿Y en qué les cambiaron las crueldades de sus torturadores? Más duro les fueron las lágrimas de sus familiares, que la violencia de sus perseguidores. ¡A cuántos no retenían sus hijos para que no sufrieran el martirio! ¡Cuántas esposas no les rogaban a sus maridos de rodillas que no las dejasen viudas! ¡Cuántos hijos no trataron de impedir a sus padres que murieran, como sabemos y leemos en el martirio de santa Perpetua! Esta es la realidad. Pero esas lágrimas, por muy abundante y fuerte que fuese su caudal, ¿cuándo lograron extinguir el fuego de la caridad? He aquí la fortaleza de Sión, de la que en otro pasaje se dice: Que haya paz en tu fortaleza y abundancia en tus torreones58. Hablad desde sus torreones: poned vuestros corazones en su fortaleza, distinguid sus palacios.

14. ¿Qué sentido tienen estas frases: Poned vuestros corazones en su fortaleza, y distinguid sus palacios? Este es su sentido: distinguid una morada de otra, no las confundáis. Porque hay una morada que tiene una piedad aparente, pero allí no hay piedad; en cambio otra tiene la apariencia y la piedad. Distinguidlas, no las confundáis. Y las distinguís, sin confundirlas, cuando ponéis vuestro corazón en su fortaleza, es decir, cuando lleguéis a ser hombres de espíritu por la caridad. Entonces no juzgaréis temerariamente; entonces veréis que no son ningún obstáculo los malos contra los buenos, mientras estamos en esta tierra: Distinguid sus palacios. Puede también haber otra interpretación. Se les dijo a los apóstoles que distinguiesen entre dos moradas: la de la circuncisión y la de la incircuncisión. Cuando Saulo recibió la llamada y se convirtió en el Apóstol Pablo, conviniendo en la unidad de doctrina con sus compañeros de apostolado, obtuvo el beneplácito de ellos, para dirigirse él a los incircuncisos59, mientras ellos se dirigirían a los circuncisos. Con esta planificación de su apostolado, se distribuyeron las moradas del gran rey, y coincidiendo en la piedra angular, dividieron la evangelización en cuanto a la programación, pero la unieron en la caridad. Y en realidad, me parece que debe interpretarse mejor así. En efecto, el salmo sigue y pone en claro que fue esto lo que se le dijo a los predicadores: Distinguid sus palacios para decírselo a la futura generación, es decir, que en el futuro llegase incluso a nosotros esa distribución del evangelio. Pues su trabajo no llegó sólo a sus contemporáneos en esta vida; ni tampoco el Señor se dirigió únicamente a los apóstoles, a quienes se dignó aparecerse vivo después de la resurrección, sino también a nosotros. A ellos les hablaba, y se refería a nosotros, cuando dijo: Mirad, yo estoy con vosotros todos los días hasta el fin del mundo60. ¿Es que ellos iban a permanecer en esta vida hasta el fin del mundo? Y también cuando dijo: No sólo ruego por estos, sino también por los que han de creer en mí por su palabra61. Luego nos tenía en su mira el que por nosotros padeció. Con razón, pues, se dice: Para decírselo a la futura generación.

15. [v.15] ¿Y qué es lo que le vais a decir? Que este es Dios, nuestro Dios. Se veía la tierra, pero no se veía a su Creador; se admitía un cuerpo de carne, pero no se reconocía a Dios encarnado. Se admitía la carne procedente de aquellos de quien la habían recibido, ya que María procedía de la estirpe de Abrahán; pero se quedaron en la carne, no reconocieron la divinidad. ¡Oh apóstoles, oh ciudad gloriosa! Desde sus torres tú predica y di: Este es Dios, nuestro Dios. Así, así como fue despreciado, así como la piedra estaba caída a los pies de los que iban a tropezar, para humillar los corazones de quienes lo confesasen, así este es Dios, nuestro Dios. Sin duda que fue visto, según se dice en aquellas palabras: Después apareció en la tierra y convivió con los hombres62. Este es Dios, nuestro Dios. Es un hombre, pero ¿quién es el que lo conoce? Porque este es Dios, nuestro Dios. Pero quizá por un tiempo, como los dioses falsos. Sí, se les llamará dioses, pero como no lo pueden ser, se los invoca durante algún tiempo. ¿Y qué les dice el profeta, o qué manda que se les diga? Esto les diréis. ¿Qué les diréis? Los dioses que no crearon el cielo y la tierra, desaparezcan de la tierra y de lo que hay bajo el cielo63. Este Dios no es así, porque nuestro Dios está sobre todos los dioses. ¿Cuáles son todos esos dioses? Porque todos los dioses de los gentiles son demonios, mientras que el Señor ha hecho el cielo64. Él es nuestro Dios, este es nuestro Dios. ¿Por cuánto tiempo? Eternamente, por los siglos de los siglos; él nos regirá por siempre jamás. Si es nuestro Dios, también es nuestro rey; nos protege, para que no muramos, porque es Dios; nos gobierna para que no caigamos, porque es rey. Aunque nos gobierne, no nos destruye; porque a quienes no gobierna los destruirá. Los gobernarás, dice, con cetro de hierro, los quebrarás como vaso de arcilla65. Se refiere a los que no gobierna; a ellos no los perdona, destrozándolos como vaso de barro. Elijamos, pues, ser por él regidos y liberados; porque este es nuestro Dios para siempre, por los siglos de los siglos; él será quien nos gobierne eternamente.