EXPOSICIÓN DEL SALMO 45

Traducción: Miguel F. Lanero, o.s.a y Enrique Aguiarte Bendímez, o.a.r.

1. [v.1] Hablo a veces a vuestra caridad algunos temas, que me parecen muy conocidos, en los que no debo demorarme, puesto que lo que ya sabéis debe recordarse con brevedad. Entendamos que nosotros somos los hijos de Coré. Os recuerdo lo que ya sabéis, que Coré significa calvicie; y que nuestro Señor, al ser crucificado en el lugar de la Calavera, atrajo muchos hacia sí, como el grano, que si no muere queda solo1; y también que aquellos que fueron atraídos, se les llamó hijos de Coré. Esto tengámoslo como un misterio. Por lo demás hubo unos hijos de Coré, para mí desconocidos, en el tiempo en que se cantaban estas cosas2. Pero debe ser el espíritu el que nos dé vida, no dejar que la letra nos oculte el sentido3. Veámonos, pues, aquí, y mirad a ver si lo que sigue, es decir, el contexto del salmo se nos puede aplicar a nosotros; y lo que descubrimos es que aquí estamos nosotros; por supuesto, si estamos unidos a los miembros de aquel cuya cabeza está en el cielo, habiendo subido tras su pasión, para llevar consigo a la abundancia a quienes yacían en la indigencia, dando fruto por su paciencia. Así reza el título: Salmo para el fin, en favor de los hijos de Coré, para los secretos. Es, pues un secreto; pero el mismo que fue crucificado en el lugar llamado la Calavera, sabéis cómo rasgó el velo, para dejar al descubierto los secretos del templo4. Por tanto, como la cruz de nuestro Señor fue la llave para abrir lo que estaba cerrado, creamos que él nos asistirá para revelarnos estos secretos. Para el fin: esa locución debemos siempre aplicarla a Cristo. Porque el fin de la Ley es Cristo, para justificación de todo el que cree5. Se dice que es el fin, no en el sentido del que termina, sino del que perfecciona. Decimos, por ejemplo, que se ha terminado la comida, y que se ha terminado la túnica que se estaba tejiendo: Lo primero se entiende como agotar, y lo segundo como perfeccionar. Porque cuando nos hayamos encontrado con Cristo, ya no tenemos nada más allá adonde llegar: él es la meta final de nuestro camino. Ni tampoco debemos creer que tras haber llegado a él, deberemos esforzarnos todavía para llegar al Padre. Así pensaba Felipe, cuando le dijo: Señor, muéstranos al Padre y nos basta. Al decir nos basta, está buscando la cumbre de la saciedad, y de la perfección. Y Cristo le respondió: Hace tanto tiempo que estoy con vosotros, ¿y aún no me conocéis? Felipe, quien me ve a mí, ve también al Padre6. Así que en él tenemos al Padre, ya que él está en el Padre, y el Padre en él; el Padre y él son una misma cosa7.

2. [v.2] ¿A qué nos invita aquí el que canta, en cuya voz debemos reconocer la nuestra, si es que estimamos lo que canta esta voz? Dios es nuestro refugio y nuestra fortaleza. Existen refugios donde no hay fortaleza. Cuando alguien se refugia en ellos, más bien se debilita que se fortalece. Buscas, por ejemplo, el amparo de alguien importante en el mundo, para conseguirte un amigo poderoso; te parece un refugio. Pero es tan grande la incertidumbre de este mundo, y crecen de tal forma cada día las ruinas de los poderosos, que después de conseguir un tal refugio, más se va agrandando en él tu temor. Porque antes temías sólo por ti; pero cuando te has refugiado en alguien así, tu temor es también por él. De hecho, muchos que se ampararon en tales refugios, al derrumbarse aquellos en quienes se refugiaron, también ellos eran buscados, cosa que no habría sucedido si no hubieran buscado el amparo de tales individuos. No es de esta clase nuestro refugio; el nuestro es la fortaleza. Si allí nos refugiamos, estamos seguros.

3. Ayuda en las tribulaciones que se encuentran en abundancia. Muchos son los sufrimientos, y en cada uno hay que buscar refugio en Dios; sea un dolor por cuestiones familiares, o de la salud corporal, o algún peligro de las personas queridas, o de alguna otra cosa necesaria para el sustento de esta vida, no debe haber en absoluto otro refugio para el cristiano que su Salvador, que su Dios; si en él se refugia, se sentirá seguro. El hombre por sí no será fuerte, no será su propia fortaleza. El que se ha hecho su refugio, ese será su fortaleza. Sin embargo, carísimos, entre todos los sufrimientos del alma humana, ninguno es mayor que la conciencia de las culpas. Pues si en el alma no hay herida ninguna, y está sano el interior del hombre, que llamamos conciencia, en cualquier clase de tribulaciones que no sea en la conciencia, en ella se refugiará y allí encontrará a Dios. Pero si en su conciencia no hay paz, por las numerosas culpas, Dios está ausente, y entonces ¿qué hará el hombre? ¿Adónde buscará amparo cuando comience a sufrir? Huirá del campo a la ciudad, de los lugares públicos a su casa, y en la casa a su aposento, pero el sufrimiento continúa. De su aposento ya no tiene adónde huir, si no es a su morada interior. Pero si allí hay tumulto, si se respira el humo de la maldad, si arde la llama del delito, allí no se puede refugiar. Se siente expulsado, y si de allí es expulsado, lo es de sí mismo. Pero he aquí que se encuentra con su enemigo precisamente donde se había ido a refugiar. ¿Adónde huirá de sí mismo? Vaya donde vaya, se lleva a sí mismo consigo; y adonde quiera que se lleve en tal estado, sufrirá la tortura de sí mismo. Esos son los muchos sufrimientos que llegan a los hombres, de los que habla el salmo; y no son los más crueles: tanto menos lo son, cuanto son menos íntimos. Sabéis, carísimos, que cuando los carpinteros cortan los árboles y los examinan, a veces parece que la corteza está dañada y corrompida; pero lo que mira el carpintero es el tronco interior del madero, y si lo ve sano por dentro, asegura que durará largo tiempo en la construcción; no se preocupa mucho de que esté dañada la superficie, si advierte sano el tronco. En el hombre no encontramos nada más íntimo que su conciencia; ¿qué le aprovecha el tener sano su exterior, si está corrompida la médula de su conciencia? Angustiantes, fuertes en demasía, y, como dice el salmo, muchos son los sufrimientos. Y sin embargo, también en ellos se nos ha ofrecido como ayuda el Señor por el perdón de los pecados. No sana las conciencias de los malvados sino por el perdón. Si uno que se reconoce deudor del fisco dice pasar grandes apuros, y comprobando la escasez de sus haberes familiares, ve que no es posible el pago, dice que cada año cuando llegan los recaudadores exigiendo, sufre una enormidad, y no recibe respiro sino en la esperanza de la remisión de la deuda terrena, ¿cuánto más el deudor de penas por sus acumulados delitos, cuando tenga que rendir cuentas de su mala conciencia, es más, si las rindiese él mismo perecería? En efecto, pagar esta deuda es expiar las penas. Sólo nos queda estar seguros de su perdón; si es que, una vez recibida esa indulgencia, no volvamos a contraer nuevas deudas.

4. Estos hijos de Coré podrían interpretarse como aquellos a quienes Pedro se dirigió en los Hechos de los Apóstoles, cuando quedaron admirados de las maravillas de la venida del Espíritu Santo, al ver que todos a quienes había venido hablaban en todas las lenguas. Les anunció a Cristo, el que tanto poder demostró enviando al Espíritu Santo. Ellos, pensando que había sido muy digno de desprecio, lo habían crucificado con sus propias manos y lo habían asesinado, y ahora veían cómo había sido enaltecido y ensalzado por Dios, hasta el punto de llenar del Espíritu Santo a aquellos ignorantes, y hacer elocuentes las lenguas de quienes eran incapaces de hablar. Al oír esto, compungidos de corazón, dijeron: ¿Qué debemos hacer? He ahí los fuertes sufrimientos que los habían asaltado. En realidad no fueron ellos quienes descubrieron sus pecados, sino que se les manifestaron por las palabras de los Apóstoles. Así que no fueron ellos quienes se encontraron con los sufrimientos, sino que los sufrimientos le salieron al encuentro. Pues cuando alguien, sin amonestación de nadie, sino por su propia iniciativa, examina un acto suyo, y ruega a Dios, ¿qué le dice? Encontré tribulación y dolor, e invoqué el nombre del Señor8. Es distinta la angustia que tú encuentras, de la que te sorprende a ti. Pero tanto en una como en la otra, sea en la que te sorprende, como en la que tú encuentras, hay que rogar a aquel que es nuestra ayuda en las tribulaciones, para que te libre de ellas. Pues tanto el que las encontró y dijo: Invoqué el nombre del Señor, como aquellos que manifestaron ser sorprendidos por ellas, así se expresaron: Dios es nuestro refugio y nuestra fortaleza, ayuda en las tribulaciones que se encuentran en abundancia. Pero ya que fue nuestra ayuda, ¿por qué lo fue? Lo dice: Compungidos de corazón, dijeron: ¿qué debemos hacer? Como presas de una gran desesperación. Habiendo matado a una persona de tal magnitud, ¿qué será de nosotros? Y Pedro: Convertíos y que se bautice cada uno en el nombre de nuestro Señor Jesucristo, y así quedarán borrados vuestros pecados9. No eran capaces de pensar en un pecado mayor que este. ¿Qué pecado habrá mayor en un enfermo, que matar a su médico? ¿Qué cosa más grave pudo cometer el enfermo que matar a su médico? Y si esto se perdona ¿qué no se podrá perdonar? Así fue como se quedaron con una gran tranquilidad, recibida de aquel a quien se le llamó refugio y fortaleza. Que cada uno de vosotros se bautice en el nombre de nuestro Señor Jesucristo: bautizaos en el nombre de aquel a quien matasteis, y quedarán borrados vuestros pecados. Aunque habéis conocido tarde al médico, bebed ya seguros la sangre que derramasteis.

5. [v.3] Y después de recibir una tal seguridad, ¿qué dicen? Por eso no temeremos cuando se estremezca la tierra. Poco antes estaban ansiosos, y de repente se sintieron seguros, pasando de un fuerte sufrimiento a una gran paz. Cristo, como en la barca, estaba para ellos dormido, por eso estaban angustiados. Se despertó Cristo, como acabamos de oír en el evangelio, dio una orden a los vientos y se calmaron10. Porque Cristo está en todos los corazones por la fe, y aquí hay un significado: si el corazón de alguien por olvidarse de su fe, se siente zarandeado como una nave por la tempestad de este mundo, se inquieta como cuando Cristo dormía; pero una vez despertado Cristo, llega la tranquilidad. ¿Y qué dice Cristo? ¿Dónde está vuestra fe?11 Despertado Cristo, él despertó la fe, para que lo sucedido en la barca, sucediera también en sus corazones. Ayuda en las tribulaciones que se encuentran en abundancia; esto lo hizo para que allí la tranquilidad fuera plena.

6. Ved ahora la calma: Por eso no tememos cuando se estremezca la tierra, y los montes sean trasportados al corazón del mar. Entonces no temeremos. Busquemos a ver cuáles son esos montes trasladados; y si podemos encontrarlos, está claro cuál es nuestra seguridad. El Señor dijo a los discípulos: Si tuvierais fe como un grano de mostaza, diríais a este monte: Quítate de ahí y arrójate al mar; y sucedería12. Quizá en este monte se estaba refiriendo a sí mismo. De hecho se le llama monte: Sucederá en los últimos tiempos que se manifestará el monte del Señor. Pero este monte está colocado sobre otros montes; pues también los apóstoles son montes que llevan sobre sí este monte. Por eso dice a continuación: Sucederá en los últimos tiempos que se manifestará el monte del Señor, asentado en la cima de los montes13. Sobresale pues, sobre la cresta de todas las montañas, y está asentado sobre la cima de todos los montes; puesto que montes son los que dan a conocer el monte. El mar significa este mundo, en cuyo mar el pueblo judío aparecía como la tierra. No estaba cubierto por la amargura de la idolatría, sino que a la tierra la rodeaba como un mar la amargura de los gentiles. El futuro era que la tierra, es decir, el pueblo judío, debía estremecerse para que sean transportados los montes al corazón del mar, o sea, en primer lugar el gran monte puesto sobre la cima de las montañas. Y como el pueblo judío desertó, pasó a los gentiles: se trasladó de la tierra al mar. ¿Y quién lo trasladó? Los apóstoles, a quienes había dicho: Si hubiera en vosotros fe como un grano de mostaza, diríais a este monte: Quítate de ahí y arrójate al mar, y así sucedería. Es decir, que por vuestra fidelísima predicación, sucederá que este monte, o sea yo mismo, sea predicado entre los gentiles, glorificado en medio de los gentiles, reconocido por los gentiles, y suceda lo que de mí se profetizó: Un pueblo que no conocía se ha puesto a mi servicio14. ¿Y cuándo fueron trasladados los montes? También esto nos lo responderá la Escritura Divina. Cuando el apóstol predicaba a los judíos, rechazaron su palabra, y entonces el Apóstol les dijo: A vosotros habíamos sido enviados, pero como habéis rechazado la palabra de Dios, nos vamos a los gentiles15. Fueron trasladados los montes al corazón del mar. Y realmente los gentiles creyeron a los montes, y así fue como los montes aquellos se quedaron en el corazón del mar; no como los judíos, de quienes se dijo: Este pueblo me honra con los labios, pero su corazón está lejos de mí16. Esto también lo pronosticó el Señor sobre el Nuevo Testamento por boca del profeta: Pondré mis leyes en sus corazones17. Estas leyes y mandamientos fueron expuestas a la fe y credulidad de los gentiles en pleno, por medio de los Apóstoles, que son los montes trasladados al corazón del mar. Así que no debemos temer nosotros. ¿Quiénes no debemos temer? Los que nos hemos convertido de corazón, para no ser del número de los judíos réprobos, que fueron arrancados como ramas del tronco. Pero sí hubo algunos de ellos que creyeron y se adhirieron a la predicación de los Apóstoles. Teman, pues, aquellos que abandonaron los montes; nosotros de los montes no nos hemos apartado; y cuando han sido trasladados al corazón del mar, los hemos seguido.

7. [v.4] ¿Y qué sucede luego, una vez que los montes han sido trasladados al corazón del mar? Poned atención y conoceréis la verdad. Cuando estas cosas se escribían, eran oscuras, porque todavía no habían sucedido; pero ahora ¿quién es el que desconoce los hechos? Sea un libro para ti la página divina, y escucharás estas cosas; sea un libro para ti el orbe de la tierra, y verás todo esto. En los códices nuestros sólo puede leer el que conoce las letras; en el del mundo entero puede leer el más ignorante. Entonces, ¿qué sucedió cuando fueron los montes fueron trasladados al corazón del mar? Resonaron y se estremecieron sus aguas. Cuando se predicaba el Evangelio ¿Qué es esto? Parece ser este un predicador de divinidades extranjeras18. Así hablaban los de Atenas. Pero los de Éfeso ¡qué tumulto organizaron, queriendo matar a los Apóstoles, cuando en el teatro, defendiendo a su diosa Diana, armaron un enorme escándalo vociferando: Grande es la Diana de los efesios!19 En medio de este oleaje y el sonido del mar, no tuvieron miedo quienes acudieron a este refugio. Y al mismo Pablo, que pretendía entrar al teatro, le disuadieron sus discípulos, porque era todavía necesaria su presencia corporal entre ellos. Y no obstante resonaron y se estremecieron sus aguas; los montes se estremecieron por su fortaleza. ¿Fortaleza de quién? ¿Acaso la del mar, o más bien la de Dios, de quien se dijo: Nuestro refugio y fortaleza, ayuda en las tribulaciones que se encuentran en abundancia? Se estremecieron, los montes, es decir, los poderes del mundo. Porque unos son los poderes del mundo, y otros los de Dios. Aquellos tienen como cabeza al diablo; y estos, los de Dios, tienen como cabeza a Cristo. Pero a causa de estos se estremecieron los otros. Y es entonces cuando gritaron contra los cristianos, cuando se estremecieron los montes y rugieron las olas; los montes se estremecieron, y se formó un gran terremoto con movimiento de aguas. ¿A quién le sucedió todo esto? A aquella ciudad fundada sobre roca. Resuenan las aguas, se estremecen los montes, una vez que fue anunciado el evangelio. Y tú, ciudad de Dios, ¿qué es de ti? Pon atención a lo que sigue.

8. [v.5] Los caudales del río alegran la ciudad de Dios. Cuando se estremecen los montes, cuando se embravece el mar, Dios, por medio de los caudales del río, no abandona su ciudad. ¿Cuáles son estas aguas caudalosas del río? Aquella inundación del Espíritu Santo, del que decía el Señor: Quien tenga sed que venga a beber; a quien crea en mí brotará de su seno ríos de agua viva. Estos son, pues, los ríos que brotaban del seno de Pablo, Pedro, Juan, de los demás Apóstoles y Evangelistas fieles. Al proceder estos ríos de uno solo, los muchos caudales alegran la ciudad de Dios. Y para que veas que esto se refiere al Espíritu Santo, en el mismo Evangelio se dice a continuación: Esto lo decía del Espíritu que habían de recibir los que creyeran en él. Porque el Espíritu aún no se había dado, ya que Jesús todavía no había sido glorificado20. Glorificado Jesús después de la resurrección, glorificado después de la ascensión, el día de Pentecostés vino el Espíritu Santo y llenó a los creyentes, hablaron en lenguas21, y comenzaron a predicar el evangelio a los gentiles. Por eso se alegraba la ciudad de Dios, mientras el mar se embravecía por el ruido de las aguas, mientras los montes se estremecían, cavilando cómo habrían de hacer para rechazar la nueva doctrina, y el modo de erradicar de la tierra aquella estirpe cristiana. ¿Contra quién? Contra los caudales impetuosos del río que alegraban la ciudad de Dios. Por ello se ve también a qué río se refiere, ya que estaba significando el Espíritu Santo en estas palabras: Los canales del río alegran la ciudad de Dios. ¿Y cómo sigue el salmo? El altísimo santificó su tienda. Si lo que sigue habla de santificación, queda claro que esas aguas caudalosas del río hay que entenderlas del Espíritu Santo, por quien se santifica toda alma piadosa que cree en Cristo para hacerse ciudadano de la ciudad de Dios.

9. [v.6] Estando Dios en medio de ella, no se conmoverá. Enfurézcase el mar, estremézcanse los montes: Estando Dios en medio de ella, no se conmoverá. ¿Qué quiere decir: en medio de ella? Algo así como que Dios está en el centro de un lugar, y a su alrededor están todos los que creen en él. ¿Entonces Dios está rodeado en un lugar, con amplios espacios para quienes lo circundan, y el circundado está en un espacio reducido? No, en absoluto. No penséis así de Dios, que no está limitado por espacio alguno, cuya morada es la conciencia de los hombres piadosos. Y la forma en que su sede es el corazón de los hombres, es esta: si el hombre se aparta de él, Dios permanece en sí mismo, no sucede que él es arrojado, y ande buscando un lugar. Es él quien te levanta para que estés en él, en lugar de descansar él en ti, de manera que si tú te apartases, él caería. Al revés, si él se aparta, quien cae eres tú; pero él no cae si tú te apartas. ¿Qué es, pues, Dios en medio de ella? Que Dios es igual para todos, sin acepción de personas. Así como el estar en medio es equidistar de todos los extremos, así el estar Dios en medio quiere decir que se preocupa igualmente de todos. Estando Dios en medio de ella, no se conmoverá. ¿Por qué no se conmoverá? Porque en medio de la ciudad está Dios. Dios la socorre con su presencia. Él es ayuda en las tribulaciones que se encuentran en abundancia. Dios la socorre con su rostro. ¿Qué significa con su rostro? Manifestándose. ¿Y cómo se manifiesta hasta que advirtamos su presencia? Os lo recordaré: sabréis que Dios está presente, lo sabemos todos por las obras. Cuando recibimos alguna ayuda suya, de suerte que no dudemos haberla recibido del Señor, su presencia está con nosotros. Dios la socorre con su rostro.

10. [v.7] Se han conmovido las gentes. ¿Cómo y para qué se han conmovido? ¿Para derribar la ciudad de Dios, en cuyo centro está él? ¿Para echar abajo la tienda santificada, a la que Dios socorre con su rostro? No. Se trata de una conmoción saludable de las gentes. ¿Cómo sigue el salmo? Se han inclinado los reinos. Dice que se han inclinado los reinos, no que se han levantado para ensañarse, sino que se han inclinado para adorar. ¿Y cuándo se inclinaron? Cuando se realizó lo que predijo otro salmo: Lo adorarán todos los reyes de la tierra, todas las gentes le servirán22. ¿Qué fue lo que provocó esta inclinación de los reinos? Escucha el motivo: Levantó su voz el Altísimo, y se estremeció la tierra. Los adoradores de los ídolos croaban como ranas desde las lagunas, y con tanto mayor alboroto, cuanto más sucias estaban de lodo y de cieno. ¿Y qué tiene que ver el croar de las ranas con el trueno de las nubes? Por eso dice: Levantó su voz el Altísimo, y se estremeció la tierra: Es que tronó desde sus nubes. ¿Cuáles son sus nubes? Sus apóstoles, sus predicadores, desde los cuales con sus preceptos tronaba, y con sus milagros relampagueaba. Son los mismos las nubes que los montes: montes por su altitud y solidez; nubes por la lluvia y la fertilidad. Regaron, sí, la tierra estas nubes, de las que se dijo: Levantó su voz el Altísimo, y se estremeció la tierra. Desde estas nubes se amenaza a aquella viña estéril, desde donde los montes fueron trasladados al corazón del mar: Daré orden a mis nubes que no lluevan más sobre ella23. Esto se cumplió en lo que hemos recordado, de que los montes fueron trasladados al corazón del mar, en aquel pasaje: A vosotros hemos sido enviados, pero dado que habéis rechazado la palabra de Dios, nos vamos a los gentiles24. Se cumplió: Daré orden a mis nubes que no lluevan más sobre ella. Así es, ahora el pueblo judío se ha quedado como vellón seco sobre la era. Porque sabéis que esto aconteció en un milagro: primero sólo el vellón estaba húmedo, mientras la era estaba seca, y luego llovió y en el vellón ninguna humedad apareció25. Así también en el pueblo judío no se ha manifestado el misterio cristiano. Lo que allí fue un vellón, aquí es un velo. Estaba oculto el misterio en el vellón. En cambio en la era, es decir en todas las naciones el evangelio de Cristo está patente. La lluvia es evidente, ya que a la vista está la gracia de Cristo, no la cubre ningún velo. Y para sacar de él la lluvia, se ha exprimido el vellón. En efecto, ellos, por presión, excluyeron de sí a Cristo, y el Señor fue cuando de sus nubes hizo llover sobre la era, quedando seco el vellón. Fue así cómo levantó su voz el Altísimo desde estas nubes, y al oírla los reinos se inclinaron y adoraron.

11. [v.8] El Señor de los ejércitos está con nosotros, nuestro defensor es el Dios de Jacob. No cualquier hombre, ni cualquier poder, ni siquiera un ángel, o alguna criatura, sea terrena o celestial, sino el Señor de los ejércitos está con nosotros, nuestro defensor es el Dios de Jacob. El que envió a los ángeles vino después de los ángeles, vino para que le sirvieran los ángeles, vino para hacer a los hombres iguales a los ángeles. ¡Qué gracia tan grande! Si Dios está a nuestro favor, ¿quién estará en nuestra contra? El Señor de los ejércitos está con nosotros. ¿Cuál es el Señor de los ejércitos, que está con nosotros? Si Dios nos defiende, repito, ¿quién estará contra nosotros? El que no perdonó a su propio Hijo, sino que lo entregó por todos nosotros, ¿cómo no nos lo va a haber entregado todo juntamente con él?26 Sintámonos, pues, seguros, y con tranquilidad interior alimentemos la buena conciencia con el pan del Señor. El Señor de los ejércitos está con nosotros, nuestro defensor es el Dios de Jacob. Sea cual sea tu flaqueza, mira quién te sostiene. Si alguien se enferma, se llama al médico, y este tiene como protegido suyo al enfermo. ¿Quién lo protege? Él. Gran esperanza hay de salvación, si un gran médico lo ha protegido. ¿Qué médico? Todo el que no sea el Señor es un puro hombre; todo médico que atiende un enfermo, puede enfermar al día siguiente, excepto el Señor. Nuestro defensor es el Dios de Jacob. Hazte enteramente un niño pequeño, como los que son tomados en brazos por sus padres. Los que no son tomados, quedan abandonados; los que lo son, reciben el alimento. ¿Piensas que Dios te sostiene, como lo hizo tu madre en sus brazos cuando eras niño? No, no es como ella, sino por toda la eternidad. Tu voz está expresada en aquel salmo: Porque mi padre y mi madre me han abandonado, pero el Señor me ha asumido. Nuestro defensor es el Dios de Jacob.

12. [v.9] Venid a ver las obras del Señor. Y de esta acogida ¿qué hizo el Señor? Pon atención, tierra entera, ven a ver. Porque si no vienes, no ves; si no ves, no crees, y si no crees, estás alejado; si crees, vienes; si crees, ves. ¿Y cómo se llega a este monte? ¿Acaso a pie, o tal vez en naves, o quizá volando, o a caballo? En relación con los espacios y lugares, no te preocupes, no te turbes: es él quien viene a ti. De una piedra pequeña creció y se convirtió en una enorme montaña, hasta el punto de cubrir la tierra entera. ¿Cómo pretendes tú llegar por tierra a quien cubrió toda la superficie de la tierra? Mira que está ya viniendo. ¡Mantente en vela! El monte que crece llama también a los que duermen, a no ser que su sueño sea tan profundo, que se endurezcan contra monte que viene, sino que escuchen: Despierta tú que duermes, y levántate de entre los muertos, y te iluminará Cristo27. Suponía mucho para los judíos ver la piedra. Y la piedra entonces era pequeña; y precisamente por ser pequeña, la despreciaron; despreciándola, tropezaron; y al tropezar se quebraron; sólo les falta quedar pulverizados. Porque de esta piedra se dijo: Todo el que choque con esa piedra quedará destrozado, y sobre quien ella caiga, lo pulverizará28. Una cosa es ser destrozado y otra pulverizado: destrozado es menos que pulverizado; pero el que viene de lo alto no pulverizará a nadie, si antes no lo hubiera destrozado el que yacía humilde. Pues ahora, antes de que venga nuestro Señor, estaba con humildad entre los judíos, y chocaron contra él quedando destrozados; vendrá más tarde como juez, esplendente y sublime, magnífico y poderoso; no débil, como para ser juzgado, sino fuerte para juzgar y pulverizar a los que ya estaban destrozados por haber tropezado contra él. Porque él es la piedra de tropiezo y de escándalo para los no creyentes29. Por tanto, carísimos, nada tiene de extraño que los judíos no hayan reconocido a quien despreciaron, como piedra minúscula ante sus pies. Sí es más extraño que todavía algunos se nieguen a reconocer a un tan gigantesco monte. Los judíos, al no ver una piedra tan pequeña, tropezaron, y los herejes tropiezan en el monte. La piedra aquella ya creció; ya les decimos: Mirad que ya se ha cumplido la profecía de Daniel: La piedra (aquella piedra pequeña) se ha convertido en un gran monte que ha cubierto toda la tierra30. ¿Cómo es que te das contra él, y no lo escalas? ¿Cómo puede uno estar tan ciego que tropiece contra un monte? ¡Como si hubiese venido para que tengas contra qué tropezar, y no adónde subir! Venid, subamos al monte del Señor31. Esto dice Isaías: Venid, subamos. ¿Qué quiere esto decir? Venid es creer; subamos, progresemos. Pero estos ni quieren venir, ni subir, ni creer, ni progresar. Lanzan ladridos contra el monte. Tantas veces han tropezado, que ya se han destrozado, y no quieren subir, eligen siempre el tropiezo. Digámosles: Venid a ver las obras del Señor, las maravillas que ha hecho en la tierra. Se llaman maravillas porque presagian algo, los signos milagrosos que sucedieron cuando el mundo creyó. ¿Y qué era lo que sucedió, y lo que presagiaban?

13. [v.10] Quita las guerras hasta los confines de la tierra. Esto aún no lo vemos cumplido: todavía hay guerras, las hay entre los pueblos por un reino; las hay entre las sectas, entre los judíos, los paganos, los cristianos, los herejes. Sí, hay guerras, aumentan las guerras; unos luchan por la verdad, otros por error. Todavía no se ha cumplido lo de: Quita las guerras hasta los confines de la tierra; pero tal vez se cumplirá. ¿O es que ya ahora se ha cumplido? En algunos sí: en el trigo ya está cumplido, en la cizaña todavía no. ¿Qué significado tiene, pues: Quita las guerras hasta los confines de la tierra? ¿Llama guerra a la de quienes combaten contra Dios? ¿Y quién guerrea contra Dios? La impiedad. ¿Y qué le puede hacer a Dios la impiedad? Nada. ¿Qué le podrá hacer un vaso de barro arrojado contra una roca, aunque se lo arroje con vehemencia? Tanto peor para él cuanto con mayor furia choque. Guerras de estas las había, grandes y frecuentes. La impiedad luchaba contra Dios, y quedaban destrozados los vasos de barro; era por la presunción de los hombres, por confiar demasiado en su fuerza. Por escudarse en esto, el mismo Job dijo de cierto malvado: corrió contra Dios, confiada la cerviz en su escudo32. ¿Qué significa confiada la cerviz en su escudo? La excesiva confianza en su propia protección. ¿Eran acaso estos los que decían: Dios es nuestro refugio y nuestra fortaleza, nuestro ayuda en las tribulaciones que se encuentran en abundancia? O también en otro salmo: Porque yo no confío en mi arco, ni mi brazo me salvará33. Cuando uno conoce que por sí mismo no vale nada, y que no tiene ninguna ayuda de sí mismo, ve que sus armas están rotas, y cesan las guerras. Esas guerras son las que anuló aquella voz del Altísimo, que desde las santas nubes, hizo temblar a la tierra e inclinarse a los reinos; puso fin a estas guerras hasta el extremo del orbe. Rompe los arcos, quiebra las armas, quema con fuego a los escudos. El arco, las armas, los escudos, el fuego. El arco son las insidias; las armas la lucha de los pueblos; los escudos la inútil protección de la presunción. El fuego que los quema es aquel del que dice el Señor: He venido a poner fuego a la tierra34. De él dice el salmo: Y no hay quien se esconda de su calor35. Mientras arda este fuego, no quedará en nosotros arma alguna de impiedad, necesariamente todas serán destrozadas, pulverizadas, quemadas. Tú permanece inerme, no te apoyes nunca en ti mismo; y cuanto más débil eres, sin tener armas propias, tanto más te protegerá aquel de quien se dice: Nuestro protector es el Dios de Jacob. Cuando tu fuerza la pusiste en ti mismo, estabas preocupado. Olvida las armas de que presumías; escucha al Señor que te dice: Te basta mi gracia. Di tú también: Cuando soy débil, entonces soy fuerte. Es la voz del Apóstol. Había perdido todas las armas de su fortaleza, quien decía: Yo no me gloriaré si no es de mis debilidades36, como si dijera: No corro contra Dios, erguida mi cerviz con la protección de mi escudo, yo, que antes fui blasfemo, perseguidor e insolente; pero precisamente por eso he alcanzado misericordia, para que Cristo Jesús mostrase en mí su condescendencia con los que habían de creer en él para alcanzar la vida eterna37. Quita la guerra hasta los confines de la tierra. Y cuando el Señor nos recibe, ¿nos deja acaso inermes? Nos arma, sí, pero con otra clase de armamento, las armas evangélicas de la verdad, la continencia, la salvación, esperanza, fe, caridad. Estas serán nuestras armas, pero no provenientes de nosotros. Nuestras armas de antaño ya han ardido, si es que fuimos encendidos con aquel fuego del Espíritu Santo, del que se dice: Quema con fuego los escudos. Tú que anhelabas ser potente por ti mismo, ya ves: Dios te ha hecho débil, para darte su propia fortaleza, puesto que de ti lo que tenías era debilidad.

14. [v.11] ¿Y cómo sigue el salmo? Tranquilizaos. ¿Para qué? Y veréis que yo soy Dios. O sea, no vosotros, sino yo soy Dios: yo he creado, y yo recreo; yo formé y yo reformo; yo hice, y yo rehago. Si no has podido hacerte a ti mismo, ¿cómo vas a poder rehacerte? Eso no lo puede contemplar el alboroto pendenciero del espíritu humano; y a ese alboroto pendenciero se le dice: Tranquilizaos, es decir, liberad vuestros ánimos de contradicciones. No empecéis a argumentar y como a armaros contra Dios; de lo contrario vuestras armas están todavía preparadas, sin ser quemadas por aquel fuego. Pero si ya han ardido, tranquilizaos, porque no tenéis contra quién luchar. Y si os tranquilizáis a vosotros mismos, me lo pediréis todo a mí, quienes antes presumíais de vosotros mismos. Tranquilizaos y veréis que yo soy Dios.

15. Seré exaltado entre las gentes, y seré exaltado en la tierra. Dije poco antes que bajo el nombre de tierra se significa el pueblo judío, y bajo el de mar el resto de los pueblos. Los montes han sido trasladados al corazón del mar; se han conmocionado las naciones y los reinos se han inclinado, levantó su voz el Altísimo y se estremeció la tierra. El Señor de los ejércitos está con nosotros, nuestro refugio es el Dios de Jacob. Se han realizado maravillas entre los gentiles, la fe de los gentiles llega a su plenitud, se consumen por el fuego las armas del orgullo humano; hay tranquilidad de corazón, para reconocer a Dios como el autor de todos sus dones recibidos. Y después de esta manifestación, ¿abandonó, por ventura, al pueblo judío? Ese pueblo del que dice el Apóstol: Os quiero decir que no os sintáis sabios, porque la obcecación de una parte de Israel durará hasta que haya entrado la totalidad de los gentiles. Es decir, hasta que los montes hayan sido trasladados para acá, y las nubes lluevan aquí, y el Señor aquí con su trueno haga inclinar a los reinos; o sea, hasta que haya entrado la totalidad de los gentiles. ¿Y qué sucederá después? Y así todo Israel será salvado38. Por eso, observando también aquí el mismo orden, dice: Seré exaltado entre los gentiles, y seré exaltado en la tierra, es decir, en el mar y en la tierra, para que todos ya digan lo que sigue: El Señor de los ejércitos está con nosotros, nuestro protector es el Dios de Jacob.