Traducción: Miguel F. Lanero, o.s.a y Enrique Aguiarte Bendímez, o.a.r.
1. [v.1] El título del salmo que hemos cantado, y que vamos a comentar, dice así: Para el fin, a Ídito, cántico de David. Vamos, pues, a poner atención y a oír las palabras de un tal Ídito. Y si cada uno de nosotros pudiera ser otro Ídito, al cantar se encontrará y se oirá a sí mismo. Sabrás, de hecho, quién se llamó Ídito por el origen primitivo de los hombres; nosotros escuchemos cómo se interpreta este nombre, y en su misma interpretación, busquemos el conocimiento de la verdad. Por lo que he podido encontrar en la indagación de tales nombres, que los estudiosos de las divinas letras nos han traducido del hebreo al latín, Ídito se interpreta: El que los sobrepasa. ¿Y quién este que sobrepasa? ¿O a quiénes sobrepasó? Porque no está escrito simplemente «el que sobrepasa», sino «el que los sobrepasa». ¿Canta, pues, sobrepasando, o sobrepasa cantando? Sea que sobrepasa al cantar, o que canta al sobrepasar, hemos cantado poco ha el cántico del que sobrepasa; si nosotros también somos o no transeúntes, eso lo verá Dios, al que hemos cantado. Y si alguno ha cantado mientras sobrepasaba, alégrese de ser lo que ha cantado; pero si alguien cantó estando todavía aferrado a la tierra, que desee ser lo que ha cantado. Porque a algunos que, apegados a este suelo, encorvados sobre la tierra, cuyo pensamiento está atado a las cosas inferiores, y cuya esperanza estriba en lo pasajero, a todos estos los ha pasado ese que se llama El que los sobrepasa. ¿A quiénes sobrepasó, sino a los que aquí abajo se quedan?
2. Sabéis que ciertos salmos reciben el nombre de «cánticos graduales»; y en la lengua griega se ve claramente por qué se llaman ?????????. Anabathmi significa peldaños, pero ascendentes, no descendentes 2. El latín, al no poder expresarlo con propiedad, lo dice genéricamente; y al llamarlo «gradual» o de escala, queda ambiguo el término, sin indicar si se trata de escala ascendente o descendente. Pero como no hay palabras ni discursos, cuyas voces no se oigan1, la locución anterior explica la siguiente; así se aclara en una lo que en la otra quedaba ambiguo. Y lo mismo que en el otro salmo uno cantaba subiendo, así en este lo hace pasando. Pero esta ascensión, y este tránsito no se realizan con los pies, ni en peldaños, ni con alas; y sin embargo, si te fijas en el hombre interior, se hace con pies, en peldaños y con alas. Pues si no es con los pies, ¿cómo dice el hombre interior: Que no se me acerque el pie de la soberbia?2 Y si no hay escaleras, ¿qué eran las que vio Jacob, en las que ángeles subían y bajaban?3 Y si no es con alas, ¿quién es el que dice: Quién me diera alas como de paloma, para volar y descansar?4 Pero en la vida corporal, los pies, las escalas y las alas son cosas diferentes. En el hombre interior, en cambio, tanto los pies, como la escala o las alas, son los afectos de la buena voluntad. Caminemos con ellos, subamos con ellos, volemos con ellos. Si alguno oye a este que pasa, y decide imitarlo, no intente sobrepasar fosos con la agilidad de su cuerpo, o sobrevolar saltando montículos; me refiero a lo corporal, porque también sobrepasa fosos. Le han prendido fuego y la han socavado, perecerán por el furor de tu rostro5. Y ¿qué es a lo que han prendido fuego y han socavado, que perecerá por el furor del Señor, sino los pecados? Es abrasado por el fuego lo que con maldad obra la ardiente codicia; y es socavado lo que obra con maldad la abatida timidez. De aquí provienen todos los pecados: o por la codicia, o por el temor. Que sobrepase, pues, el cantor todo lo pueda atar a la tierra; levante sus escalas, extienda sus alas, mire cada uno a ver si se encuentra así atado; es más, muchos reconocen en sí mismos la gracia de Dios, aquellos que quizá ya tienen por vil este mundo con todos sus deleites, y eligen vivir con rectitud, al tiempo que viven aquí en medio de gozos espirituales. ¿Y de dónde les viene tal gozo a los peregrinos de esta tierra, sino de los dichos divinos, de la palabra de Dios, de alguna parábola de las Escrituras, investigada y profundizada, de la dulzura del hallazgo, precedido del trabajo de la búsqueda? 3. Hay en los libros algunos deleites santos y buenos. Pero no en el oro, ni en la plata; no en los banquetes ni en el desenfreno, no en la caza ni en la pesca, no en las fiestas ni en las diversiones, ni en el teatro frívolo, ni en la búsqueda y logro de los honores ruinosos; en todas estas cosas no se encuentra la verdadera alegría, y en los citados libros nada hay de esto; al contrario, el alma, al pasar más allá de todas estas cosas bajas, que afirme haber encontrado deleite en ellas, porque dice la verdad y lo dice con seguridad: Me han hablado de placeres los malvados, pero no según tu ley, Señor6. Que venga todavía el tal Ídito, y que sobrepase a los que ponen su deleite en las cosas bajas; que se deleite en estas otras: que su gozo sea en la palabra de Dios, y su deleite en la ley del Altísimo. ¿Pero qué estamos diciendo? ¿Debemos sobrepasar de aquí a otras realidades, o quizá el que desea sobrepasar tiene por dónde pasar hasta aquí? Escuchemos más bien su voz. Porque este que sobrepasa, me parece que habitaba en la palabra de Dios, y allí aprendió todo lo que vamos a oír.
3. [v.2] Yo dije: Guardaré mis caminos, para no pecar con la lengua. Piensa que el hombre que se mueve entre los hombres, leyendo, discutiendo, predicando, amonestando, al ejercitarse en el trabajo y experimentar algunas dificultades humanas, aunque sobrepase más allá de los que se complacen en estas cosas (ya que es difícil no deslizarse con la lengua y pecar, como está escrito: El que no peca con la lengua es un perfecto varón7 habló algo, quizá, de lo que se arrepiente, y se le escapó algo de la boca que luego quisiera desdecir y ya no puede. No en vano la lengua se mueve en la humedad, y por eso se desliza fácilmente. Vemos lo difícil que es a un hombre, con necesidad de hablar, que no diga en su discurso algo que no hubiera querido decir, y afectado por el desaliento de estos pecados, trate de evitarlos. Al sobrepasar sufre esta dificultad. Que no me juzgue el que todavía no se ha puesto a sobrepasar; que lo haga y experimentará lo que estoy diciendo; entonces será testigo e hijo de la verdad. Porque al sucederle estas cosas, su decisión fue no hablar, para no decir algo de lo que se tendría que arrepentir. Así lo dicen sus primeras palabras: Yo dije: Guardaré mis caminos, para no pecar con la lengua. Mantente, pues, en tus caminos, oh Ídito, y no peques con tu lengua; mide bien tus palabras, reflexiona, pide consejo a la verdad interior, y luego habla al oyente exterior. Buscarás todo esto entre el bullicio de las cosas, con preocupación del espíritu, mientras la debilidad misma del alma, oprimida por el cuerpo corruptible, quiere oír y quiere decir; oír interiormente y decirlo fuera; a veces, preocupada por el afán de hablar, queda en falta por no poner interés en conocer; y con todo esto llega a decir algo que quizá no debería haber dicho. El mejor remedio contra esto es el silencio. Tenemos delante, por ejemplo, a un pecador, un pecador cualificado, un soberbio y envidioso; oye a alguien que habla y que está sobrepasando, comprende sus palabras, y le empieza a poner dificultades; es difícil no encontrar algo que no fue dicho como debería; oyéndolo no lo perdona, sino que por envidia lo critica duramente. Contra estos el tal Ídito resolvió callarse sobrepasándolos. Por eso cantó así: Yo dije: Guardaré mis caminos para no pecar con la lengua. Mientras soy sorprendido por mis calumniadores, o, si no sorprendido, mientras lo intentan, Yo guardaré mis caminos para no pecar con la lengua. Aunque hubiera dejado de lado los placeres terrenos, aunque no me atrapen los frívolos afectos de las cosas temporales, aunque hubiera conseguido despreciar ya estas cosas bajas, y me eleve hacia algo mejor, dado que en estas cosas mejores me basta con el disfrute intelectual en presencia de Dios, ¿qué necesidad tengo de hablar cosas arriesgadas, ni de dar oído a los detractores? Porque Yo dije: Guardaré mis caminos, para no pecar con mi lengua. He puesto una custodia a mi boca. ¿Por qué? ¿Por los piadosos, por los entusiastas, por los fieles y los santos? En absoluto. Estos oyen de manera que alaban lo que aprueban, y lo que reprueban entre lo mucho que quizá alaban, lo perdonan más bien que se disponen a criticar. Entonces, ¿por quiénes estás resuelto a guardar tus caminos, para que no se te vaya la lengua, y pones una guarda en tu boca? Escucha: Mientras el pecador se pone contra mí. No se pone a mi lado, se pone contra mí. En fin, ¿qué decirle, cómo satisfacerle? Hablo a un carnal de cosas espirituales, que ve y oye por fuera, pero por dentro es sordo y ciego. En efecto, el hombre animal no alcanza a percibir las cosas propias del Espíritu de Dios8. Y si no fuera animal, ¿cómo iba a denigrar? Dichoso el que explica su palabra al oído del oyente9, no al oído del pecador que se pone contra él. Muchos como estos asediaban y bramaban a su alrededor cuando aquel que, como una oveja, era llevado al matadero, y como un cordero ante el esquilador, mudo, no abrió su boca10. ¿Qué decir, entonces, a los altaneros, a los revoltosos, a los difamadores, a los litigantes, a los charlatanes? ¿Y qué decir de santo y piadoso, y sobrepasándolos en el tema de la religión, cuando a los que escuchan con gusto, desean instruirse, están hambrientos de la verdad, lo reciben con avidez, y hasta el mismo Señor les dice: Tengo todavía muchas cosas que deciros, pero ahora no sois capaces de entenderlas?11. Y también el Apóstol: No pude hablaros como a personas espirituales, sino como a carnales, pero no como a quien se le quita la esperanza, sino como a quien se prepara el alimento. Y por eso continúa: Como a infantes en Cristo os alimenté con leche, no con comida sólida, porque entonces no erais capaces. Por eso di también ahora: Pero es que ni siquiera ahora sois capaces12. No tengas prisa en escuchar lo que no comprendes: crece y lo entenderás. Es así como hablamos al niño en el seno de la madre Iglesia, alimentándolo con piadosa leche, y haciéndolo apto para acercarse a la mesa del Señor. ¿Y qué le diré sobre esta materia al pecador que se me enfrenta, creyéndose o fingiéndose apto para lo que no entiende; o si cuando yo me ponga a hablar, y él no entienda, no piense que es él quien no captó, sino que el incapaz he sido yo? De ahí que a causa de este pecador que se ha puesto contra mí, he puesto una custodia a mi boca.
4. [v.3] ¿Y cómo continúa? Ensordecí y fui humillado, y guardé silencio sobre las cosas buenas. Este que sobrepasa tiene dificultad en alguna etapa, a la que ya llegó; y busca cómo sobrepasarla para evitar esta dificultad. Tenía miedo de pecar, por lo cual no hablé y me impuse silencio; me había propuesto: Guardaré mis caminos para no pecar con la lengua; y con el temor de hablar para no pecar, ensordecí y fui humillado y guardé silencio sobre las cosas buenas. Mientras tengo miedo de decir algún mal, me he callado todo lo bueno. Ensordecí y fui humillado, y guardé silencio sobre las cosas buenas. ¿Cómo podía yo decir algo bueno, sino porque lo oía? Darás a mi oído el gozo y la alegría13. El amigo del esposo está ahí y lo oye, y se alegra intensamente por oír la voz no suya, sino del esposo14. Para decir la verdad, pone atención a lo que él diga. Los mentirosos hablan por sí mismos15. Este ha pasado algo triste y desagradable, y en esta su confesión nos advierte que debemos evitarlo, no imitarlo. Porque temiendo demasiado, como ya he dicho, hablar algo que no está bien, se propuso no decir nada, ni siquiera lo bueno. Y al proponerse callar, comenzó a no escuchar. Estás en pie si vas sobrepasando, y esperas oír de Dios lo que has de decir a los hombres; entre Dios, que es rico, y el pobre que busca lo que debe oír, sobrepasas corriendo, para oír de este 4 y poder decirle al otro 5; si te decides por no decirle a este 6, no merecerás oírlo a él 7: desprecias al pobre, serás despreciado por el Rico. ¿Te has olvidado de que eres el siervo a quien el Señor puso al frente de su servidumbre, para repartir el alimento a sus consiervos?16 ¿Cómo pretendes recibir, siendo perezoso en el dar? Ya que te negaste a dar lo que habías recibido, con razón se te impide recibir lo que deseabas. Deseabas algo, tenías algo; da lo que tienes, y merecerás recibir lo que no tienes. Y así, al poner como una mordaza en mi boca, y proponerme el silencio, al ver que por doquier mi discurso corría peligro, me sucedió, dice, lo que no quería: Ensordecí y fui humillado; no me humillé yo, sino que fui humillado. Ensordecí y fui humillado, y guardé silencio sobre las cosas buenas. Comencé a no decir las cosas buenas, por temor de que se me escape alguna mala, pero no estoy de acuerdo con mi decisión. En efecto, guardé silencio sobre las cosas buenas. Y se recrudeció mi dolor. Parece que con el silencio se me había calmado ese dolor que me habían causado las detracciones y las censuras, y que había cesado aquel dolor originado por los detractores; pero al guardar silencio sobre el bien, se recrudeció mi dolor. Comencé a dolerme más por haber callado lo que debí hablar, que por decir lo que no debía haber dicho. Se recrudeció mi dolor.
5. [v.4—5] Y en mi reflexión, el fuego se me inflamó. Mi corazón empezó a inquietarse. Veía a los insensatos y me consumía17, aunque no los reprendía; y al callarme así, me devoraba el celo de tu casa18. Volví mi atención a mi Señor que decía: Siervo malo y perezoso, deberías haber puesto mi dinero en el banco, y al llegar yo, lo habría recuperado con los intereses19. Y que Dios aleje de sus administradores lo que sigue: Sea arrojado a las tinieblas exteriores, atado de pies y manos, el siervo, no disipador al perder, sino perezoso en el distribuir. ¿Qué deberán esperar los que gastaron con derroche, si son condenados los que por pereza lo guardaron todo? Y en mi reflexión, el fuego se me inflamó. Puesto en esta indecisión entre hablar y callar, entre los que están dispuestos a vituperar y los que desean vivamente instruirse, entre los ricos y los pobres, hecho el oprobio de los que viven en la abundancia, y desprecio de los soberbios20, mirando a los bienaventurados que tienen hambre y sed de justicia21, fatigado de un lado y de otro, afligido por unos y por otros; con temor de arrojar las perlas a los cerdos, y de no repartir el sustento a los consiervos, buscó, en medio de esta confusión, un lugar mejor que este de la administración, en la que el hombre se afana de este modo y se pone en peligro; y suspiró por un final en el que ya no habría que sufrir todo esto, en ese final, digo, en el que se dirá al buen administrador: Entra en el gozo de tu Señor22. He hablado, dice, con mi lengua. En medio de tales confusiones y peligros, en medio de dificultades, porque tanto le agrada la ley del Señor, que, no obstante el enfriamiento de la caridad por la abundancia de los escándalos23, en medio de esta indecisión, he hablado, dice, con mi lengua. ¿A quién? No al oyente que yo deseo instruir, sino al que me escucha, y por el cual deseo ser yo instruido. He hablado con mi lengua, a quien oigo en mi interior, cuando oigo algo bueno, algo verdadero. ¿Y qué le dijiste? Señor, responde, dame a conocer mi fin. He sobrepasado ya algunas cosas, y he venido a otras; y estas son mejores que las que he sobrepasado; pero quedan todavía otras que hay que sobrepasar. Porque aquí no vamos a permanecer, sufriendo tentaciones, malos ejemplos, oyentes y recriminadores. Dame a conocer mi fin: el fin que no he alcanzado, no el camino que estoy recorriendo.
6. Habla de aquel fin que veía el Apóstol en su carrera, confesando su imperfección, cuando, al mirarse a sí mismo, veía algo distinto de lo que buscaba más allá. Por eso dice: No es que ya lo haya conseguido, o que sea ya perfecto, hermanos, yo no me considero haberlo todavía alcanzado. Y para que no dijeses: Si el Apóstol no lo ha conseguido, ¿lo habré conseguido yo? Si el Apóstol no es perfecto, ¿lo seré yo? Mira lo que hace, pon atención a lo que dice. ¿Qué es lo que haces, Apóstol? ¿Todavía no lo has conseguido, todavía no eres perfecto? ¿Qué haces? ¿Qué obras me exhortas? ¿Qué me propones para que te imite y te siga? Responde: Sólo una cosa: olvidando lo que queda atrás, me lanzo hacia lo que tengo delante, y sigo, puesta la intención en la palma de la suprema vocación de Dios en Cristo Jesús24. Según la intención, no según la consecución, no según el premio recibido. No retrocedamos a donde ya hemos sobrepasado, ni nos quedemos en lo que ya hemos conseguido. Sigamos corriendo, miremos hacia adelante, estamos en camino; no estés tan seguro por lo que ya has superado, como solícito por lo que aún no has alcanzado. Olvidando, dice, lo que queda atrás, me lanzo hacia lo que tengo delante, y sigo, puesta la intención en la palma de la suprema vocación de Dios en Cristo Jesús. Él mismo es el fin. Es lo único, y esto único es: Señor, muéstranos al Padre y ya nos basta25. Es eso lo único, que se expresa así en otro salmo: Una sola cosa he pedido al Señor, y eso buscaré. Olvidándome de lo que queda atrás, me lanzo hacia lo tengo delante. Una sola cosa he pedido al Señor, y eso buscaré: habitar en la casa del Señor por todos los días de mi vida. ¿Para qué? Para contemplar la belleza del Señor26. Allí me alegré de mi compañero, no temeré al adversario; allí el que contempla conmigo será amigo mío, no enemigo detractor. Esto es lo que anheló el tal Ídito: conocerse a sí mismo cuando estaba aquí, para saber lo que le faltaba; y no alegrarse tanto de lo que ya había conseguido, como de saber lo que aún no había conseguido; si algunas cosas ya las había sobrepasado, no quedarse en el camino, sino ser arrebatado a las alturas con el deseo; y así, el que ya había sobrepasado algunas etapas, llegase a sobrepasarlas todas, y como rociado de algunas divinas gotas, venidas de la nube de las Escrituras, llegase como ciervo a la fuente de la vida27, y viera la luz en aquella luz28, y se escondiese en el rostro de Dios de la turbulencia de los hombres29, llegando a decir: ¡Qué bien se está aquí!, no quiero nada más, a todos los amo, y no temo aquí a nadie. ¡Qué buen deseo, qué santo deseo! Los que ya lo tenéis, alegraos conmigo, y orad para que yo también lo tenga siempre, y no desfallezca ante las dificultades. Yo también pido esto mismo por vosotros. Porque no es que yo sea digno de rogar por vosotros, y vosotros indignos de rogar por mí. El Apóstol se encomendaba a sus oyentes, a quienes predicaba la palabra de Dios30. Orad, pues, por mí, hermanos, para que vea bien lo que debo ver, y diga bien lo que debo decir. Sé por otra parte que este deseo lo tienen pocos; y no me entienden perfectamente sino aquellos que saben por qué hablo. Porque yo hablo a todos, tanto a los que tienen tal deseo, como a los que no lo tienen; a los que lo tienen, para que suspiren junto conmigo por aquellas realidades sublimes de que venimos hablando; y a los que no lo tienen, para que se desperecen, sobrepasen las cosas de aquí abajo, lleguen a la dulzura de la ley del Señor, y no se queden en los deleites de los malvados. Son muchos los que ponderan muchas cosas, muchos los que las alaban, y las cosas malas las alaban los malvados. Sin duda que esas cosas malas tienen su deleite, pero no según tu ley, Señor31. Díganlo conmigo los que creen que también yo lo digo. Esto es una cuestión íntima, y no se puede expresar con palabras. Pero quien se comporta de este modo, crea que esto mismo sucede en la intimidad de otros; no vaya a creer que sólo él recibió esta realidad divina. Que sea Ídito quien diga en ellos: Señor, dame a conocer mi fin.
7. Y el número de mis días, el que es. Busco cuál es el número de mis días, los que son. Así podré decir, así podré entender el número sin número, como se puede hablar de años sin años. Donde hay años, allí en cierto modo hay un número; sin embargo: Tú eres siempre el mismo, y tus años no se acaban32. Dame a conocer el número de mis días, pero el que es. ¿Pues qué, este número en el que tú estás, no existe? Exacto, si bien lo pienso, no existe. Si me detengo, parece que sí; pero si paso, no existe. Si me desprendo de estas cosas y me pongo a contemplar las de arriba; si comparo lo pasajero con lo que permanece, veo lo que verdaderamente es: ¿qué es lo que más parece existir, que lo que es? ¿Y podré decir que existen estos mis días? Sí, voy a decir que estos días existen; ¿tendré miedo de aplicar esta solemne palabra a las cosas efímeras que se van deslizando? Y por eso yo, que me voy consumiendo, casi no soy, quedando muy lejos de mí el que dijo: Yo soy el que soy33. ¿Hay, pues, un número de días? Claro que sí, y no tiene fin. Pero en estos días he de decir que algo existe, si estoy en posesión de ese día sobre el que me preguntas si existe; para que me puedas preguntar, tienes que poseer aquello que me preguntas. ¿Estás en posesión de ese día? Si has poseído el ayer, tendrás también el hoy. Pero el ayer, dices, ya no lo tengo, porque ya no existe; sólo tengo aquel en el que estoy, y que me acompaña. ¿Pero de este día no se te fue de las manos todo cuanto ha pasado desde el amanecer? ¿El día de hoy no comenzó con la primera hora? Dame su primera hora; bueno, dame la segunda, porque quizá la otra voló. Te daré la tercera, me dices, porque es quizá en la que estamos. También, sin duda, están estos días, y está el tercer día. Si me dices que me das la tercera, se trata de la hora, no del día. Pero ni siquiera te voy a conceder esto, si de alguna forma has dejado atrás todas las cosas. Bueno, dame la hora tercera, dámela, porque estás en ella. Pero si de ella ya ha pasado una parte, y la otra todavía no ha llegado, ni podrás darme lo que ya pasó, porque ya no existe, ni lo que aún resta, porque todavía no existe. ¿Qué me darás de esta hora que está transcurriendo? ¿Qué me vas a dar de ella, para que yo le pueda aplicar esta palabra, y decir que es? Cuando pronuncias el «es» hay una sola sílaba y también un instante, con las tres letras de la sílaba (est). Y al pronunciarla, no llegas a la segunda letra sino después que haya terminado la primera, la tercera tampoco sonará más que cuando la segunda haya pasado. ¿Qué me podrás dar de una sola sílaba? ¿Y serás capaz de poseer un día, cuando ni siquiera lo eres de una sílaba? Todas las cosas nos son arrebatadas en los instantes que vuelan; las cosas son como un torrente que pasa; de este torrente bebió Él por nosotros en su camino, y ya ha levantado la cabeza34. Estos días no existen; huyen casi antes de llegar; y cuando llegan no se pueden detener; se unen, se siguen, pero no se detienen. Nada del pasado retorna; lo que es del futuro se espera que pase; no se puede retener cuando ya ha llegado. El número, pues, de mis días, el que es: no este que no es, y que me turba con dificultades y peligros, y que es y no es; no podemos decir que existe lo que no permanece, ni que no es lo que llega y pasa. Busco aquel Es simplicísimo, busco el Es verdadero, busco el Es auténtico, el Es que está en la Jerusalén, la esposa de mi Señor, donde no habrá muerte, no habrá deterioro, no existirá el día que pasa, sino el que permanece, que no es precedido por el ayer ni empujado por el mañana. Insisto, este número de mis días que es, dámelo a conocer.
8. Para que venga yo a saber lo que me falta. Esto es lo que me falta a mí, que me afano aquí abajo; y mientras me falta, no puedo llamarme perfecto; y mientras no lo reciba, digo: No es que ya lo haya conseguido, o que sea perfecto; pero sigo hacia la palma de la suprema vocación de Dios35; es esta la que he de recibir como paga de mi carrera. El fin de mi carrera será una morada, morada que es patria, donde ya no hay exilios, ni divisiones, ni tentaciones. Luego: Dame a conocer este número de mis días, que es, para que venga yo a saber lo que me falta; y como todavía no estoy allá, no me vaya a enorgullecer por lo que ya he conseguido, y allí me encuentren sin la justicia que debo tener. Pues en comparación con lo que es, mirando estas cosas que no tienen esa existencia, y viendo que es más lo que me falta que lo que tengo, tendré más humildad por lo que me falta, que orgullo por lo que tengo. Los que piensan que tienen algo mientras viven en este mundo, por su soberbia se quedan sin recibir lo que les falta, puesto que creen ser grande lo que tienen; el que se tiene por algo, siendo como es nada, se engaña a sí mismo36. Por tal motivo estos no son grandes. La altanería y la hinchazón imitan la grandeza, pero les falta la consistencia.
9. [v.6] Ahora bien, este que sobrepasa obra algún secreto en su corazón, conocido sólo por quien experimenta algo semejante. Y como logrando lo que había pedido, el conocimiento de su fin, se le comunicó el número de sus días, no el que pasa, sino el que es; dirigió una mirada a lo que ya ha pasado, y lo comparó con sus conocimientos más elevados; y como si le fueras a preguntar: ¿Por qué has deseado el número de tus días, el que es? ¿Qué tienes que decir de estos días?, mirando estas realidades desde el otro día, responde: Has envejecido mis días. Como estos envejecen, yo los prefiero nuevos, nuevos que nunca envejezcan. Así diré: Lo viejo ha pasado; mirad que hay algo nuevo37; ahora en esperanza, entonces realmente. Renovados, como estamos, por la fe y la esperanza, ¿no hacemos todavía muchas cosas viejas? No estamos revestidos de Cristo de tal forma, que no llevemos nada de Adán. Fijaos cómo Adán envejece, y Cristo en nosotros se renueva. Y aunque nuestro hombre exterior, dice Pablo, se va deteriorando, nuestro hombre interior se va renovando día a día38. Mirando, pues, el pecado, nuestra mortalidad, los tiempos que se van volando, los gemidos, la fatiga y el sudor, las edades que se van sucediendo y no se detienen desde la infancia hasta la senectud que pasan sin sentirlas, mirando todo esto, veamos aquí al hombre viejo, el viejo día, el viejo cántico, el Viejo Testamento; y volviéndonos al hombre interior, a lo que ha de ser renovado, poniendo en su lugar las realidades inmutables, encontremos al hombre nuevo, el día nuevo, el cántico nuevo, el Testamento Nuevo. Amemos de tal manera esta novedad, que ya no tengamos que temer allá lo viejo. Ahora en nuestra carrera pasamos de lo viejo a lo nuevo; y este tránsito se realiza cuando lo exterior se va corrompiendo y lo interior renovando. Y mientras esto mismo que es exterior se va corrompiendo, pague su deuda a la naturaleza, lléguese a la muerte, y todo esto renuévese en la resurrección. Entonces es cuando todo será nuevo, nuevas las demás cosas que ahora lo son en esperanza. Algo progresas cuando ahora te despojas de lo viejo y vas corriendo hacia lo nuevo. Hacia lo nuevo va corriendo este, y se dirige hacia lo que está delante, cuando dice: Dame, Señor, a conocer mi fin, y el número de mis días, el que es, para que venga yo a saber lo que me falta. Mirad cómo todavía atrae Adán, y así se apresura hacia Cristo. Has envejecido, dice, mis días. Los antiguos días de Adán los has envejecido; cada día envejecen; y lo hacen de tal manera, que algún día llegan a extinguirse. Y mi ser es como nada en tu presencia. En tu presencia, Señor, mi persona es como nada, ante ti que ves todo esto; y yo, cuando lo veo, lo veo en tu presencia, pero ante los hombres no lo veo. ¿Qué diré, pues? ¿Con qué palabras voy a expresar que lo que yo soy no es nada en comparación con el que es? Pero esto se dice en el interior, y en el interior se siente de algún modo. En tu presencia, Señor, allí donde están tus ojos, no donde están los ojos humanos; ¿Qué se siente donde están tus ojos? Mi ser es como nada.
10. En realidad todo hombre es vanidad total. En realidad, ¿qué es lo que venía diciendo? Que ya he sobrepasado todas las realidades caducas, he despreciado las inferiores, he pisado las terrenas, y ya he subido hasta el deleite de la ley del Señor, he fluctuado en la administración de los días del Señor, he deseado incluso ese fin que no tiene fin; he deseado el número de mis días que es 8, porque el número de estos días no es; ya he conseguido ser todo esto, he sobrepasado muchas cosas, y me quedo admirado de las que tienen consistencia: pero en realidad, tal como aquí soy, mientras estoy aquí, mientras esté en este mundo, mientras esté cargado con la carne mortal, mientras la vida humana sobre la tierra sea una tentación39, mientras voy suspirando entre los escándalos, mientras tenga miedo de caer cuando estoy en pie, mientras viva la incertidumbre sobre mis males y mis bienes, todo hombre es vanidad total. Lo repito, todo hombre, tanto el que las sobrepasa como el que se aferra a ellas; hasta el mismo Ídito pertenece a esta general vanidad; porque todo es vanidad, vanidad de vanidades. ¿Qué provecho saca el hombre de las fatigas con que se fatiga bajo el sol?40 ¿Acaso también Ídito está aún bajo el sol? Algo tiene, sí, bajo el sol, y algo tiene más allá del sol. Bajo el sol está cuando vigila, duerme, come, bebe, tiene hambre, tiene sed, se siente fuerte, se fatiga; pasa la infancia, se hace joven, envejece, siente incertidumbre ante las cosas que desea y las que teme. Todo esto lo pasa el mismo Ídito bajo el sol, aun cuando él mismo los sobrepase. ¿Qué le lleva a sobrepasarlos? Aquel deseo: Dame, Señor, a conocer mi fin. Este deseo ya está más allá del sol, no está bajo el sol. Todo lo visible está bajo el sol; lo que no se ve, no está bajo el sol. No es visible la fe, no es visible la esperanza, no es visible la caridad, no es visible la benignidad, no es visible, en fin, aquel temor casto que perdura por los siglos de los siglos41. En todas estas cosas es donde Ídito encuentra su gozo9 y su consuelo; su morada está más allá del sol, porque su morada está en el cielo42, pero se queja de lo que todavía tiene que vivir bajo el sol; a esto lo desprecia lo soporta, en cambio arde en deseos de las otras realidades. Habló de aquellas, hable también de estas. Oísteis las que se deben codiciar, oíd también las que se deben despreciar. En realidad, todo hombre es vanidad total.
11. [v.7] Ciertamente el hombre camina en imagen. ¿En qué imagen, sino en aquella de la que se dijo: Hagamos el hombre a nuestra imagen y semejanza?43 Ciertamente el hombre camina en imagen. Este «ciertamente» es porque algo grande es esta imagen. Este «ciertamente», está seguido por un sin embargo, significando que la primera expresión indica lo que está mas allá del sol, y lo que sigue al sin embargo, alude a lo que está bajo el sol, y que aquello pertenece a la verdad, y esto a la vanidad. Así pues, Ciertamente el hombre camina en imagen, y sin embargo vanamente se turba. Mira cuál es su turbación, a ver si no es vana; para que la pises, la sobrepases y habites en las alturas, donde no existe esta vanidad. ¿A qué vanidad se refiere? Atesora sin saber para quién lo ha reunido. ¡Oh loca vanidad! Dichoso el que puso en Dios su esperanza, y no hace caso de las vanidades y locuras engañosas44. Te parecerá a ti, avaro, que estoy delirando, cuando hablo así; anticuadas te parecerán estas palabras. Tú, sin duda, como hombre de sabias decisiones y gran prudencia, discurres cada día el modo de adquirir dinero de los negocios, de la agricultura, quizá también de la elocuencia, de la abogacía, del servicio militar, y a esto le añades el dinero ganado por los intereses de préstamos. Como hombre juicioso, ninguna ocasión se te escapa en absoluto para acumular moneda sobre moneda y con sumo cuidado las pones a buen recaudo. Expolias al hombre, y te previenes del expoliador; tienes miedo de que te hagan lo que tú haces, y no te corriges cuando te toca sufrirlo. Pero no, tú no quedas perjudicado; eres un hombre prudente, sabes bien conservar tu capital, no sólo acumularlo; sabes muy bien dónde debes colocarlo, a quién encomendárselo, y la forma de que nada perezca de lo que has acumulado. Y ahora yo le pregunto a tu corazón, examino tu prudencia: Sí, has hecho acopio, y lo has puesto a salvo de tal manera que nada puedas perder de todo lo que guardaste. Pero dime, ¿para quién lo guardas? No discuto contigo, no quiero traer recuerdos, ni exagerar los demás males que trae consigo la avaricia de tu vanidad; sólo quiero proponer una cosa, aclararla, y es lo que me da la ocasión de la lectura de este salmo. ¡Cuánto acumulas, cuánto atesoras! No voy a decir: Atención, no sea que mientras tú recoges, alguien te sustraiga a ti; ni diré tampoco: Atención, no sea que al robar tú, seas tú robado. Te lo voy a decir más claramente —quizá cegado por la avaricia, no lo has oído ni te has percatado de ello—: insisto, no digo que tengas cuidado de que al defraudar al de menos importancia, seas tú presa del más importante. No tienes la sensación de estar en el mar, ni caes en la cuenta de que los peces pequeños son devorados por los grandes. No quiero decir esto, no me refiero a las dificultades y los peligros que lleva consigo el conseguir dinero, cuánto tienen que sufrir los que lo acaparan, cómo corren peligro en toda circunstancia, hasta casi tener presente la muerte constantemente; todo esto lo dejo a un lado. Tú vas ganando sin dificultad alguna, lo guardas sin que nadie te sustraiga: espabila tu corazón y la gran prudencia con que te mofas de mí, y por la que me tienes por ignorante cuando te digo esto. Dime: tú atesoras; ¿Y para quién será todo eso? Veo lo que me quieres decir, como si lo que intentas decirme no se le ocurriera al interlocutor; me vas a decir: lo guardo para mis hijos. He aquí una expresión de piedad y una excusa de injusticia: lo reservo, dices, para mis hijos. Bien, lo guardas para tus hijos. ¿Y esto no lo conocía Ídito? Claro que lo conocía, pero lo ponía entre los días viejos, y por eso lo despreciaba, puesto que caminaba presuroso hacia los días nuevos.
12. Y Ahora aclaremos las cosas con los hijos que ahora tienes; tú, que pasarás, guardas para los que también pasarán, más aún, el que va pasando para los que están pasando. Yo te he dicho que eres transeúnte como si ahora permanecieras. Fijémonos en el día de hoy: desde que comenzamos a hablar, hasta este momento, te das cuenta de que algo hemos envejecido. No te das cuenta del crecimiento de tus cabellos; ahora mismo, mientras estás de pie, mientras estás aquí, o cuando haces algo, cuando hablas, están creciendo tus cabellos; no crecieron de repente para que vayas al peluquero. La edad se va volando, tanto para el que reflexiona, como para el que le pasa desapercibido, incluso para el que está obrando mal. Tú vas pasando, y reservas para tu hijo que también está pasando. Primero te pregunto: ¿Estás seguro de que lo que guardas llegará a las manos del destinatario? Y suponiendo que aún no ha nacido, ¿estás seguro de que va a nacer? Reservas para tus hijos, y no hay certeza de si vendrán ni de si lo recibirán. No pones tu tesoro donde debes. No le daría tu Señor a su siervo un consejo tal que le hiciera perder su riqueza. Eres un rico siervo de un importante paterfamilias 10. Él mismo es quien te ha dado lo que amas y lo que tienes, y no quiere que pierdas lo que te dio, quien se te dará a sí mismo. Y te digo también que lo que te dio temporalmente tampoco quiere que lo pierdas. Es mucho, sobreabunda, desborda las exigencias de tus necesidades, hasta el punto de juzgarlo como superfluo; tampoco esto quiero que lo pierdas, dice tu Señor. ¿Y qué debo hacer? Cambia, el lugar donde lo has colocado, no es seguro. No hay duda de que te quieres hacer siervo de la avaricia: mira bien, que tal vez mi consejo te sea provechoso para tu avaricia. Deseas tener lo que tienes, y no perderlo; te muestro un lugar donde lo puedas poner. No atesores en la tierra, sin saber para quién será, ni cómo lo va a emplear el que lo tenga. Tal vez será él poseído por lo que posea, y lo que recibió de ti no lo tendrá. Tal vez antes de que él llegue, tú lo hayas perdido. Te voy a dar un consejo para tus afanes: Acumulaos un tesoro en el cielo45. Si intentas guardar riquezas aquí en la tierra, buscas un depósito; posiblemente no tengas confianza si las dejas en tu casa, debido a tus empleados domésticos; entonces las llevas a un banco 11, pues difícilmente allí se pierden; el ladrón no se acerca fácilmente a donde todo está bien guardado. ¿Por qué te decides por esto, sino porque no tienes un lugar más seguro para guardar tus riquezas? ¿Y qué me dirías si te ofrezco uno aún mejor? Te voy a decir que no se lo encomiendes a uno poco experto; hay uno que es experto, encomiéndaselo a ese: tiene grandes depósitos, donde es imposible que perezcan las riquezas; es, con mucho, más rico que todos los ricos. Quizá ya me quieras decir: ¿Y cómo me atrevo yo a encomendárselo a él? ¿Qué me dirías si fuera él mismo quien te invitara? Descúbrelo, no es sólo un paterfamilias, es también tu Señor. No quiero, siervo mío, dice, que pierdas tu caudal, fíjate dónde lo vas a poner; ¿por qué lo pones donde lo puedas perder; donde, aunque no lo pierdas, no lo podrás dejar allí para siempre? Hay otro lugar al que te voy a cambiar. Que vaya por delante de ti lo que tienes; no tengas miedo de perderlo; soy yo el que te lo di, y yo seré el que te lo va a guardar. Esto te lo dice tu Señor; pregunta a tu fe a ver si está dispuesta a creerle. Vas a decir: Tengo por perdido lo que no veo, quiero verlo aquí. Pero al querer verlo aquí, ni aquí lo vas a ver, ni allí vas a poseer nada. Ignoro cuántos tesoros tienes escondidos en la tierra; cuando viajas, no los llevas contigo. Has venido a escuchar el sermón, a acumular riquezas interiores, y estás pensando en las exteriores; ¿acaso las has traído aquí contigo? Mira, tampoco ahora las ves. Confías tenerlas en casa, porque sabes que allí las pusiste; ¿estás seguro de que no las has perdido? ¡Cuántos al llegar a casa no encontraron lo que en ella habían dejado! Quizá estas mis palabras han estremecido el corazón de los codiciosos; y como he dicho que es frecuente que muchos al volver a su casa no encontraron lo que habían dejado, alguno haya exclamado para sus adentros: Jamás suceda esto, Obispo; desea el bien, ruega por nosotros; que nunca esto suceda, que jamás ocurra algo así; yo creo en Dios, y por tanto lo que dejé lo encontraré a salvo. Sí, crees en Dios, ¿pero no crees al mismo Dios? Confío en que Cristo me mantendrá íntegro lo que dejé en casa, nadie se acercará, nadie lo robará. Pretendes estar seguro creyendo en Cristo, de que no vas a perder nada de tu casa; más seguro estarás creyendo a Cristo, que te ha aconsejado dónde lo debes poner. ¿Vas a estar seguro de tu siervo, y dudoso de tu Señor? ¿Estás seguro de tu casa, y desconfías del cielo? Pero yo, dirás, ¿cómo lo voy a poner en el cielo? Ya te di el consejo, ponlo donde te digo; no quiero que sepas cómo llegará hasta el cielo. Ponlo en las manos de los pobres, da a los necesitados; ¿qué te importa cómo llegará? ¿No he de llevar conmigo lo que recibo? ¿Acaso te has olvidado de que: Lo que habéis hecho a uno de estos mis hermanos más pequeños, a mí me lo hicisteis?46 Supongamos que un amigo tuyo tiene unos aljibes o cisternas, o unos depósitos hechos para conservar licor, vino o aceite, y tú le preguntas dónde esconder o conservar tus frutos, y él te dice: Yo te los guardo; pero tiene conectados a estos depósitos unos secretos canales, y ciertos conductos por los que cuales ocultamente fluye lo que abiertamente será vertido. Y él te dice: Derrama aquí lo que tienes; pero tú ves que ese no es el lugar donde pensabas depositar el producto, y tienes miedo de echarlo. Aquel que conoce el entramado oculto de su bodega ¿no te diría: Viértelo aquí sin preocupaciones, que desde aquí llega hasta allá?; tú no ves por dónde, pero créeme, que yo lo he fabricado. Sí, aquel por quien todo fue hecho, ha fabricado mansiones para cada uno de nosotros; quiere que lo que tengamos llegue allá antes que todos nosotros, y que no lo vayamos a perder en la tierra. Porque cuando lo guardes en la tierra, dime, ¿para quién lo guardas? Tienes hijos; bien, añade uno más, y dale algo también a Cristo. Atesora sin saber para quién. En vano se turba.
13. [v.8] Y ahora... Cuando lo dice el tal Ídito, mirando una cierta vanidad, y admirando una cierta verdad, puesto en medio y teniendo algo debajo de sí y algo sobre sí (por debajo tiene aquello desde donde sobrepasó, y sobre sí tiene a donde se extiende). Y ahora, dice, cuando ya algo ya lo he sobrepasado, cuando he pisoteado muchas cosas, cuando ya lo temporal no me retiene, aún no he conseguido la perfección, no la he alcanzado. Porque estamos salvados en esperanza; y una esperanza que se ve ya no es esperanza. ¿Cómo va a esperar alguien lo que está viendo? Pero si esperamos lo que no vemos, con paciencia esperamos47. Por lo tanto: Y ahora ¿cuál es mi esperanza? ¿No es el Señor? Él es lo que yo espero, el que me dio todo esto que debo despreciar; él se me dará a sí mismo, que está sobre todo y por quien fueron hechas todas las cosas; yo mismo he sido creado por él entre todas las cosas. Él es mi esperanza, el Señor. Veis a Ídito, hermanos, lo veis cómo espera. Que nadie se tenga por perfecto aquí; se engaña, se equivoca, se seduce a sí mismo, no puede aquí poseer la perfección. ¿Y de qué le aprovecha, si pierde la humildad? Y ahora ¿cuál es mi esperanza? ¿No es el Señor? Cuando llegue ya no hay que esperarlo; entonces tendrá lugar la perfección; porque ahora, por mucho que Ídito haya sobrepasado, todavía está en expectación. Y lo que yo tengo está siempre en tu presencia. Ya está avanzando, ya su tendencia es hacia el Señor, ya ha comenzado a ser algo: En tu presencia está siempre lo que yo tengo. Pero esto que soy está también ante los hombres. Tienes oro, plata, propiedades, fincas, bosques, animales, esclavos; todo esto lo pueden ver los hombres; te acompaña siempre una cierta abundancia. Y lo que yo tengo está siempre en tu presencia.
14. [v.9] Líbrame de todas mis iniquidades. He sobrepasado muchas cosas, sí, he sobrepasado muchas; pero si dijéramos que no tenemos pecado, nosotros mismos nos engañamos, y la verdad no está en nosotros48. He sobrepasado muchas cosas; pero todavía golpeo mi pecho y digo: Perdónanos nuestras deudas, como también nosotros perdonamos a nuestros deudores49. Tú eres mi esperanza, tú eres mi fin: El fin de la Ley es Cristo, para justificación de todo el que cree. De todas mis iniquidades50, no sólo de aquellas que ya sobrepasé, para no volver a recaer en ellas, sino de todas en absoluto, por las que ahora me golpeo el pecho diciendo: Perdónanos nuestras deudas. Líbrame de todas mis iniquidades. Así es como pienso y retengo lo que dice el Apóstol: Los que somos perfectos, tengamos estos sentimientos. A continuación de haber dicho que todavía no era perfecto, dice: Los que somos perfectos, tengamos estos sentimientos. ¿Qué significa, entonces, los que somos perfectos? Hace poco acabas de decir: No es que ya lo haya conseguido, o que ya sea perfecto. Sigue el orden de las palabras: Pero hago una cosa: olvidándome de lo que queda atrás, me lanzo a lo que está por delante y sigo con la intención de conseguir la palma de la suprema vocación de Dios en Cristo Jesús51. Por lo tanto, aún no es perfecto, ya que sigue en busca de la palma de la sublime vocación de Dios, que todavía no ha conseguido, a la cual aún no ha llegado. Y si él todavía no es perfecto porque no ha llegado a ella, ¿quién de nosotros es perfecto? Y sin embargo dice a continuación: Los que somos perfectos, tengamos estos sentimientos. Tú, Apóstol, no eres perfecto. ¿Y lo vamos a ser nosotros? ¿Pero se ha separado de vosotros, al llamarse ahora perfecto? Porque no dice: Los que sois perfectos debéis pensar así, sino: Los que somos perfectos, tengamos estos sentimientos, habiendo dicho antes: No es que yo ya lo haya conseguido, o que ya sea perfecto. Aquí no puedes ser perfecto más que estando convencido de que tú no puedes ser perfecto. En esto consistirá tu perfección, será así como sobrepasaras algunas etapas, lanzándote hacia otras. Has sobrepasado algunas, pero te queda algo que debes sobrepasar, después de haberlas sobrepasado todas. Esta es la fe segura. Y todo el que crea haber ya llegado, se coloca en lo alto y cae.
15. Así pues, porque tengo estos sentimientos; porque me tengo por imperfecto y perfecto a la vez: imperfecto, sin duda, porque todavía no he alcanzado lo que quiero, y perfecto porque conozco bien lo que me falta. Porque tengo estos sentimientos: que desprecio las cosas humanas; que rehúso alegrarme en lo perecedero; porque se burla de mí el avaro, que presume de prudente, y se ríe de mí, al no pensar yo como él; porque procedo así, porque elegí este camino, me hiciste, dice el salmo, la burla del necio. Has querido que yo viva entre ellos, que predique la verdad entre los que aman la vanidad; y no puedo menos de ser la burla de ellos, porque estamos puestos como espectáculo de este mundo, tanto de ángeles, como de hombres52; de los ángeles que alaban, y de los hombres que vituperan; más aún: de ángeles que alaban y vituperan, y de hombres que también alaban y vituperan. A diestra y siniestra tenemos armas, con las que luchamos, en gloria e ignominia, en infamia y en buena fama, como impostores, siendo veraces53. Todo esto ante los ángeles, todo esto ante los hombres. Porque entre los ángeles los hay santos, a quienes agradamos con nuestra buena conducta, y los hay prevaricadores, a quienes desagrada nuestra buena vida. Y entre los hombres los hay perversos, que se burlan de nuestra buena conducta. Unas y otras son nuestras armas, unas a la derecha y las otras a la izquierda; pero todas ellas armas son; uso tanto unas como las otras, a diestra y siniestra, tanto de las alabanzas como de los vituperios, de los que me rinden honor, y de los que me lanzan insultos; con estas dos clases de armas combato con el diablo, le hiero con ambas: con las prósperas si no me dejo corromper, y con las adversas si no me quebranto.
16. [v.10—11] Me entregaste a la burla del necio. Ensordecí y no abrí la boca. Pero ensordecí y no abrí la boca contra el necio. ¿A quién voy a decir lo que me pasa? Así pues, Voy a escuchar lo que me dice el Señor Dios, porque va a hablar de paz a su pueblo54); pero no hay paz para los impíos55, dice el Señor. Ensordecí y no abrí la boca. Porque eres tú quien me ha hecho. Entonces ¿no abriste la boca, porque es el Señor quien te ha hecho? Cosa extraña. ¿No te ha hecho Dios la boca para que hables? ¿El que plantó el oído no va a oír? ¿El que ha formado el ojo no va a ver?56 Dios te ha dado la boca para que hables; ¿y dices: Ensordecí y no abrí la boca; porque eres tú quien me ha hecho? ¿O es que esta frase Porque eres tú quien me ha hecho pertenece al verso siguiente? Porque eres tú quien me ha hecho, aparta de mí tus golpes. Puesto que me creaste tú, no me aniquiles; castígame solamente para mi provecho, no para mi desfallecimiento; golpéame para mi crecimiento, no para mi destrucción. Porque eres tú quien me ha hecho, aparta de mí tus golpes.
17. [v.12] Por la fuerza de tu mano desfallecí a causa de tus reprensiones, es decir, cuando me reprendías, desfallecí. ¿Y tu reprensión qué es, sino: Por su iniquidad corregiste al hombre, y como a una araña consumiste mi alma? Mucho es lo que llega a entender este Ídito, si es que con él se entiende, si es que con él se va sobrepasando. Dice que desfalleció por las reprensiones de Dios, y quiere que Dios le aparte los golpes, ya que ha sido él quien lo ha hecho. El que lo hizo que lo reconstruya; el que lo creó que lo restaure. Pero el haber desfallecido de modo que quiera ser restaurado y reformado, ¿creemos, hermanos, que ha sido sin motivo? Por su iniquidad, dice, corregiste al hombre. Todo mi desfallecimiento, mi debilidad, mi clamor desde aquí abajo, todo es por mi maldad; y en esto has corregido, no condenado: Por su iniquidad has corregido al hombre. Escucha esto más claramente en otro salmo: Me estuvo bien el haberme humillado, así aprenderé tus justificaciones57. He sido humillado, y me va bien; es un castigo y es una gracia. ¿Qué se guarda después del castigo, el que castigó por gracia? Se trata del mismo de quien se dice: fui humillado y me salvó58, y también: Me estuvo bien el haberme humillado, así aprenderé tus justificaciones. Por su iniquidad has corregido al hombre. Y también esto que está escrito: Tú pones dolor en el mandato59; esto no lo pudo decir a Dios sino el que está sobrepasando, ya que no lo puede ver sino el que sobrepasa. Tú pones, dice, dolor en el mandato, haces del dolor un mandamiento para mí. Le das forma a mi mismo dolor; no lo dejas informe, sino que le das forma; y ese mi dolor así formado e infligido por ti, será para mí un mandato, para ser por ti liberado. Pones, se dice, el dolor, das forma al dolor, no simulas el dolor; tal como modela un artífice, que por eso se le llama modelador. Así pues: Por su iniquidad has corregido al hombre. Me veo entre los malos, me veo en el castigo, pero en ti no veo iniquidad. Y si soy castigado, y en ti no hay iniquidad, ¿no resta únicamente el que tú hayas corregido al hombre por su iniquidad?
18. ¿Y cómo lo has corregido? Dinos, Ídito, cómo ha sido esta corrección, ¿cómo fuiste tú corregido? Y como a una araña consumiste mi alma. He ahí la corrección. ¿Qué hay más inconsistente que una araña? Me refiero al animal en sí mismo. Aunque también ¿qué hay más inconsistente que las telas de araña? Fíjate qué inconsistente es el mismo animal. Pon suavemente sobre ella un dedo y la destruiste. Nada hay más inconsistente. Así has hecho con mi alma, dice, corrigiéndome de mi maldad. Cuando la corrección me ha hecho débil, es que alguna fortaleza era viciosa. Veo que algunos han volado y ya han entendido, pero por los adelantados no hay que dejar a un lado a los retrasados, de forma que todos puedan seguir la marcha del sermón. He dicho esto, y quiero que lo entendáis: Si la corrección del justo ha causado esta debilidad, había una cierta fortaleza que era viciosa. Por causa de una cierta fortaleza el hombre causó desagrado, y así fue corregido en la debilidad; como ha desagradado por una cierta soberbia, fue corregido por la humildad. Todos los soberbios dicen que son fuertes. De ahí que han vencido muchos, venidos de Oriente y Occidente, para sentarse con Abrahán, Isaac y Jacob en el reino de los cielos; ¿por qué salieron vencedores? Porque no quisieron ser fuertes. ¿Qué quiere esto decir? Tenían miedo de ser presuntuosos; no quisieron establecer su propia justicia, para someterse a la justicia de Dios60. En fin, cuando el Señor dijo esto: Muchos vendrán de Oriente y Occidente, y se sentarán con Abrahán, Isaac y Jacob en el reino de los cielos, y en cambio los hijos del reino, es decir, los judíos que, ignoraron la justicia de Dios, y quisieron establecer la suya propia, irán a las tinieblas exteriores. Recordad la fe de aquel centurión, uno del pueblo gentil, que se creía tan débil, tan falto de fuerzas, que dijo: No soy digno de que entres bajo mi techo. No era digno de recibir a Cristo en su casa, y ya lo había recibido en su corazón. El maestro de humildad, el Hijo del hombre, había ya encontrado en su pecho dónde reclinar la cabeza. El Señor, teniendo en cuenta las palabras del centurión, dijo a los que le seguían: En verdad os digo que no he encontrado tanta fe en nadie de Israel61. A este lo encontró débil, a los israelitas fuertes, y por eso dijo en medio de unos y otros: No necesitan médico lo sanos, sino los enfermos62. Por esta razón, es decir, por esta humildad, muchos vendrán de Oriente y Occidente, y se sentarán con Abrahán, Isaac y Jacob en el reino de los cielos; y en cambio los hijos del reino irán a las tinieblas exteriores. Mirad que sois mortales, mirad que sois portadores de una carne que se va corrompiendo, y caeréis igual que cualquier príncipe; como hombres moriréis63, y caeréis como el diablo. ¿De qué os aprovecha la medicina de la mortalidad? El diablo, como ángel que es, no tiene carne mortal; y tú, que recibiste carne mortal, ni siquiera esto te sirve para humillarte al ver tanta debilidad: caerás como cualquiera de los príncipes. Así que esta es la primera gracia del favor de Dios: reconducirnos a la confesión de nuestra debilidad, de manera que todo el bien que podamos hacer, todo el poder que nosotros tenemos, lo tenemos en él; para que el que se gloríe, se gloríe en el Señor64. Cuando me siento débil, dice Pablo, entonces soy fuerte65. Por su iniquidad has corregido al hombre; y como a una araña consumiste mi alma.
19. En realidad todo hombre viviente se turba vanamente. Vuelve a lo que poco ha mencionó; aunque aquí progrese, todo hombre viviente se turba vanamente, pues vive en la incertidumbre. ¿Quién está seguro de su propio bien? Se turba vanamente. Que arroje en Dios sus preocupaciones66, que arroje en él todo lo que le inquieta, él nos alimentará, él nos guardará. ¿Qué hay de cierto en la tierra, sino la muerte? Fijaos en todo absolutamente lo de esta vida, bueno y malo, tanto en la bondad como en la maldad; ¿qué hay de cierto aquí, sino la muerte? Has progresado: lo que hoy eres, eso sabes; lo que serás mañana no lo sabes. Eres pecador: qué eres hoy lo sabes; qué serás mañana lo ignoras. Esperas dinero: no es seguro que llegue. Esperas una esposa: es incierto si la conseguirás, y cómo será la que aceptes. Esperas hijos: no sabemos si nacerán; ya han nacido: no sabes si vivirán; ya están viviendo: no sabes si crecerán para el bien o para el mal. Adondequiera que te vuelvas, todo es incierto: sólo la muerte es cierta. Eres pobre: no sabes si llegarás a ser rico; eres ignorante: no es seguro que puedas instruirte; estás enfermo: no hay seguridad de que recuperes la salud. Has nacido: con toda seguridad que morirás; pero en esta misma seguridad de la muerte, lo que no es seguro es el día de la muerte. En medio de todas estas incertidumbres, donde sólo es cierta la muerte, aunque sí es incierta su hora, y por la que uno se preocupa tanto, y que de ningún modo se puede evitar, todo hombre viviente se turba vanamente.
20. [v.13] Así pues, sobrepasando todas estas cosas, encontrándose ya en algunas más elevadas, despreciando las inferiores; puesto entre todo esto, dice: Escucha, mi oración. ¿De cuáles debo alegrarme, y por cuáles suspirar? Me alegro por las que ya he pasado, y gimo por las que todavía me restan. Escucha, mi oración y mi súplica; presta oídos a mis lágrimas. ¿Acaso porque ya he sobrepasado tantas cosas, y las he dejado atrás, dejaré de lamentarme? ¿No he de lamentarme mucho más? Porque el que te da el conocimiento, te da también el dolor67. ¿No es cierto que cuanto más deseo lo que aún está lejos, tanto más abunda mi gemido, tanto más lloro hasta que lo consiga? ¿No me lamento tanto más, cuanto más frecuentes son los escándalos, cuanto más abunda la maldad, cuanto más se va enfriando la caridad de muchos?68 Yo digo: ¿Quién diera agua a mi cabeza, y una fuente de lágrimas a mis ojos?69 Escucha mi oración y mi súplica; presta oídos a mis lágrimas. No enmudezcas ante mí. Que no me quede sordo para siempre. No enmudezcas ante mí, que yo te oiga. Dios se comunica secretamente, a muchos les habla al corazón; y cuando hay un gran silencio en el corazón, se produce un gran sonido, cuando dice con fuerte voz: Yo soy tu salvación. Di a mi alma, le dice: Yo soy tu salvación70. A esta voz se refiere, por la que Dios dice al alma: Yo soy tu salvación, cuando no quiere que enmudezca ante él. No enmudezcas ante mí.
21. Porque yo soy un huésped tuyo. ¿Pero huésped de quién? Cuando estaba con el diablo era huésped, pero tenía un mal dueño de casa; ahora, en cambio, ya estoy contigo, mas todavía soy tu huésped. ¿Qué significa huésped? Que he de marcharme de ahí, que no he de permanecer para siempre. Donde me voy a quedar para siempre, llamémosle mi casa; de donde me he de marchar, de allí soy huésped; sin embargo soy huésped para mi Dios, y cuando haya recibido la casa junto a él, entonces permaneceré. Pero ¿cuál es la casa adonde hay que emigrar de esta hospedería? Reconoced aquella casa, de la que el Apóstol dice: Tenemos una mansión que Dios nos ha dado, una casa no hecha por mano de hombre, una casa eterna en los cielos71. Si existe esta casa eterna en el cielo, cuando lleguemos a ella no seremos ya huéspedes. ¿Cómo vas a ser huésped en una casa eterna? De aquí, pues, es de donde el Señor de mandará emigrar; no sabes cuándo te lo dirá, estate preparado. Y la forma de estar preparado es deseando la mansión eterna. No vayas a enojarte contra él, porque te dirá que emigres cuando él quiera. No te dio ninguna garantía, ni se comprometió en acuerdo alguno, ni has tomado posesión como arrendatario, con una pensión prefijada para un tiempo determinado; cuando el Dueño quiera, entonces emigrarás. Por eso tu estancia es gratuita. Soy un huésped tuyo y un peregrino. Luego allí está la patria, allí la casa. Soy un huésped tuyo y un peregrino; aquí hay que sobrentender también tuyo. Porque hay muchos peregrinos, pero en compañía del diablo; en cambio los que ya han creído y son fieles, cierto que son peregrinos, porque todavía no han llegado a aquella patria y a aquella casa, pero están junto a Dios. Porque mientras vivimos en este cuerpo, peregrinamos lejos del Señor; y nos empeñamos, sea permaneciendo aquí, sea como peregrinos, en agradarle72. Soy un peregrino y un huésped, como todos mis padres. Y si lo soy como todos mis padres, ¿diré que no voy a emigrar, cuando ellos sí emigraron? ¿O voy a permanecer en una condición distinta a la de ellos?
22. [v.14] ¿Qué me queda, pues, por pedir, dado que con toda certeza voy a emigrar de aquí? Perdóname y dame un alivio antes de que me vaya. Mira, Ídito, mira a ver qué nudos te deben ser desatados, para que sientas el alivio que quieres antes de irte. Sientes ardores, y deseas un refrigerio; por eso dices: Dame un alivio; y también: Perdóname. ¿Qué es lo que ha de perdonarte, sino aquel mínimo remordimiento, cuando dices, y por el que dices: Perdónanos nuestras deudas?73 Perdóname antes de que me vaya y ya no exista más. Límpiame de los pecados antes de que me vaya, no sea que me vaya con los pecados. Perdóname para tenga la conciencia tranquila, para que me vea libre del peso de la preocupación; esta preocupación es la que llevo encima por mi pecado. Perdóname y dame un alivio, lo primero de todo, antes de que me vaya, y ya no exista más. Si me perdonas y me alivias, me iré, pero no existiré. Antes de que me vaya, adonde si me fuere, ya no existiré. Perdóname y dame un alivio. Surge aquí la pregunta de cómo dejará de existir. ¿Es que ya no va al descanso? Que no lo permita Dios en Ídito. Irá Ídito, claro que sí, irá al descanso. Pero suponte un malvado, no Ídito, uno que no sobrepasa lo de aquí abajo, que atesora, un usurpador, injusto, soberbio, jactancioso, orgulloso, que desprecia al pobre tendido a su puerta; ¿no existirá también este? ¿Qué significa, pues: no existiré? Si el rico no existía, ¿quién es el que se abrasaba? ¿Quién es el que suspiraba porque Lázaro le dejase caer una gota de agua en su lengua? ¿Quién es el que decía: Padre Abrahán, manda a Lázaro?74 No hay duda de que existía para que pudiera hablar, y abrasarse, y resucitar al final y ser condenado eternamente con el diablo. ¿Qué significa entonces el no existiré, sino que el tal Ídito considera lo que es el ser y lo que es el no ser? Él veía su final como lo podía ver su corazón, como era capaz la agudeza de su mente, y que deseaba se le fuese mostrado, diciendo: Dame a conocer, Señor, mi fin. Veía el número de sus días, el que tenía consistencia; caía en la cuenta de que todo lo que está aquí abajo, comparado con aquel ser, no es; y por eso decía que no existía. Lo que existe permanece; lo otro es pasajero, mortal, frágil; el mismo dolor eterno, lleno de corrupción, no termina: al no tener fin alguno, no terminará. Miró aquella región bienaventurada, la patria feliz, la feliz morada, donde los santos son partícipes de la vida eterna y de la inmutable verdad; y tuvo temor de andar fuera, donde no existe el ser; por lo que deseó estar donde está el sumo ser. Y al verse entre ambas realidades, y comparar la una con la otra, teniendo todavía temor, dice así: Perdóname y dame un alivio, antes de que me vaya, y ya no exista más. Porque si no me perdonas los pecados, me iré eternamente lejos de ti. ¿Y de quién me separaré por toda la eternidad? De aquel que dijo: Yo soy el que soy; de aquel que dijo: Di a los hijos de Israel: el que es me ha enviado a vosotros75. Por lo tanto, el que camina en sentido opuesto al que verdaderamente es, camina al no ser.
23. Así pues, hermanos míos, si he cansado vuestro cuerpo, soportadlo; yo también me he cansado; y os aseguro que esta fatiga es para bien vuestro. Si me hubiera dado cuenta de que lo que he estado hablando os resultaba pesado, me habría callado al momento.