EXPOSICIÓN DEL SALMO 37

Traducción: Miguel F. Lanero, o.s.a y Enrique Aguiarte Bendímez, o.a.r.

1. A las palabras que hemos cantado: Yo reconozco mi iniquidad y me preocupo de mi pecado, parece responder esta mujer del evangelio que hemos leído. El Señor, al ver sus iniquidades, la llamó perro, cuando dice: No está bien echar a los perros el pan de los hijos1. Mas ella, que sabía reconocer su maldad y preocuparse de sus pecados, no negó lo que dijo la Verdad; al contrario, confesando su miseria, alcanzó misericordia, preocupándose de su pecado. Ella había pedido la sanación de su hija, quizá significando en ella su propia vida. Así pues, atención a todo el salmo, mientras lo iremos meditando y comentado según nuestras posibilidades. El Señor nos asista interiormente, para que encontremos aquí con fruto nuestras voces, y según las vayamos encontrando, las iremos exponiendo. Que no haya dificultad en encontrarlas ni impericia en exponerlas.

2. [v.1] El salmo tiene por título: salmo de David, como recuerdo del sábado. Buscamos lo que se nos ha escrito del santo profeta David, de cuya estirpe nació nuestro Señor Jesucristo según la carne2; y de las cosas que de él sabemos por las Escrituras, no encontramos que haya recordado alguna vez el sábado. ¿Qué razón podría haber para recordarlo, según aquella observancia de los judíos respecto del sábado; cuál era la razón para recordar lo que necesariamente llegaba con los siete días? Había que observarlo, pero no recordarlo de este modo. Todo el mundo recuerda sólo aquello que no está presente. Por ejemplo, en esta ciudad te acuerdas de Cartago, donde alguna vez estuviste; y hoy te acuerdas de ayer, del año pasado, o de alguno de los años anteriores, o de algún hecho realizado en tiempos pasados, o de algún lugar donde estuviste, o al acontecimiento a que asististe. ¿Qué quiere significar esta memoria del sábado, hermanos? ¿Qué alma se acuerda así del sábado? ¿De qué sábado se trata? Porque se lo recuerda con gemidos. Al leer el salmo habéis oído —y al volver ahora sobre él lo volveréis a oír— cuán grande es la tristeza, el gemido, el llanto, cuánta la miseria. Pero es feliz el que así es mísero. Por eso en el Evangelio el Señor llama dichosos a los que lloran3. ¿Cómo puede ser feliz el que llora? ¿Cómo feliz el mísero? Es más, sería mísero si no llorase. Uno así podría ser el que aquí recuerda el sábado, no sé quién será este que llora; ¡y ojalá nosotros seamos este no sé quién! Porque aquí hay uno que se queja, se lamenta, llora, al recordar el sábado. El sábado es el descanso. Sin duda que este se hallaba en una cierta pesadumbre, que le hacía acordarse con gemidos del descanso.

3. [v.2] Así pues, el autor del salmo describe y encomienda a Dios el desasosiego que padecía, temiendo no sé qué mal peor que el que ya había donde estaba. Dice, en efecto, que lo está pasando mal, lo dice claramente, y no hay necesidad de intérprete, ni de sospechas ni conjeturas; en qué mal se encuentra, no hay duda por sus palabras, ni necesitamos andar buscando; basta que comprendamos lo que dice. Y si no temiera algo peor de lo que estaba sufriendo, no comenzaría así: Señor, no me reprendas con tu indignación, ni me corrijas con tu ira. Porque sucederá que algunos serán corregidos por la ira de Dios, y reprendidos con su indignación. Y quizá no todos los que han de ser reprendidos se corregirán; no obstante, algunos habrá que se salvarán gracias a la corrección. Y ciertamente esto sucederá porque se menciona la corrección; pero será como por el fuego. Y también habrá algunos que serán reprendidos y no se enmendarán. Sí, serán reprendidos aquellos a quienes dirá: Tuve hambre y no me disteis de comer; tuve sed y no me disteis de beber, y lo que allí sigue diciendo, increpándoles una cierta inhumanidad y esterilidad a los malos colocados a la izquierda. Les dice: Id al fuego eterno, preparado para el diablo y sus ángeles4. He aquí los males más graves que el autor del salmo teme, aparte de los de la presente vida, en medio de los cuales llora y gime, ruega y dice: Señor, no me reprendas con tu indignación. Que no me halle entre aquellos a los que dirás: Id al fuego eterno, preparado para el diablo y sus ángeles. Ni me corrijas con tu ira, sino purifícame en esta vida y transfórmame de modo tal, que no necesite ya el fuego corrector, como los que se han de salvar, aunque como pasados por el fuego. ¿Y esto por qué, sino porque edifican sobre el fundamento de leña, heno, paja? Que edifiquen sobre oro, plata, piedras preciosas, y estarán a salvo de uno y otro fuego; no sólo del eterno, que sin fin atormentará a los malvados, sino del que corregirá a los que se salvarán como pasando por fuego. Así es como se dice: Él sí se salvará, pero como quien pasa por fuego5. Y al decir: se salvará, se le quita importancia a ese fuego. Pero también, aunque se salvaron por el fuego, será más doloroso que lo que el hombre pueda padecer en esta vida. Ya sabéis cuánto han padecido y pueden padecer aquí los malos; sin embargo, sus sufrimientos son como los que han podido padecer también los buenos. ¿Qué ha padecido por la ley un malhechor, un ladrón, un adúltero, un criminal, un sacrílego, que no haya sufrido el mártir por la confesión de Cristo? Las cosas malas de esta vida son mucho más llevaderas; y sin embargo fijaos cómo los hombres, para no soportarlas, hacen lo que les mandes. ¿Cuánto mejor sería cumplir lo que Dios manda, para evitar las otras más graves?

4. [v.3] ¿Por qué pide entonces el autor no ser reprendido con indignación, ni corregido con ira? Como si dijera a Dios: Porque lo que ya estoy padeciendo es grave, te ruego que lo tengas por suficiente. Comienza a enumerarlas para dar satisfacción a Dios, ofreciendo las que ya padece, para que no padezca otras peores: Porque tus flechas se me han clavado, y tu mano pesa sobre mí.

5. [v.4] No está sana mi carne, a causa de tu rostro airado. Ya le estaba describiendo lo que padecía en esta vida. Esto, en cambio, es lo que padece por la ira, por el castigo del Señor. ¿Qué castigo? El que recibió de Adán. Pues no quedó sin castigo en él; de otro modo Dios habría dicho en vano: De muerte morirás6; o también sucedería que padecemos en esta vida sin motivo, si no fuera por la muerte que hemos merecido en el primer pecado. Somos portadores de un cuerpo mortal (que de otro modo sin duda no sería mortal), lleno de tentaciones, de preocupaciones, sujeto a dolores corporales, sujeto a carencias, mudable y enfermo, aun cuando esté sano, porque sin duda todavía no le ha llegado la plena salud. ¿Por qué decía: No hay parte ilesa en mi carne, sino porque la que en esta vida llamamos salud, para los que entienden bien y recuerdan el sábado, no es la auténtica salud? Si no coméis, os atormenta el hambre. Y esto es una cierta enfermedad natural, porque la naturaleza se nos ha convertido en suplicio a causa del castigo. Lo que para el primer hombre fue castigo, para nosotros es propio de nuestra naturaleza. Por eso dice el Apóstol: Nosotros fuimos también por naturaleza hijos de la ira, como los demás7. Por naturaleza hijos de la ira, es decir, portadores del castigo. ¿Y por qué dice fuimos? Porque en esperanza ya no lo somos; aunque en la realidad todavía lo somos. Tenemos por mejor a lo que somos en esperanza, porque la esperanza nos da certeza. Nuestra esperanza no es insegura, no dudamos de ella. Escucha la gloria misma en esperanza: Gemimos en nuestro interior, dice, a la espera de nuestra adopción, de la redención de nuestro cuerpo. Entonces ¿qué? ¿Todavía no estás redimido, Pablo? ¿Todavía no se ha pagado el precio por ti? ¿No se ha derramado todavía aquella sangre? ¿El precio por todos nosotros no es el mismo? Claro que sí. Pero fíjate lo que dice: Porque hemos sido salvados en esperanza; y la esperanza de lo que ya se ve no es esperanza. ¿Cómo va uno a esperar lo que está viendo? Pero si esperamos lo que no vemos, lo aguardamos con paciencia8. ¿Qué aguarda con paciencia? La salvación. ¿La salvación de qué? De su cuerpo, puesto que dijo: la redención de nuestro cuerpo. Si la salvación que esperaba era la salud corporal, no sería la que ya disfrutaba. Tienes hambre, la sed mata si no la remedias. El remedio del hambre es el alimento, el remedio de la sed, la bebida, y el remedio del cansancio es el sueño. Suprímelos y verás si no perecen los seres vivos. Si faltando ellos no hay enfermedades, es que hay salud. Pero si hay algo en ti que pueda darte muerte si no comes, no te gloríes de tu salud, sino más bien aguarda la redención de tu cuerpo. Alégrate de estar redimido; pero todavía no realizado: la esperanza te da seguridad. En efecto, si no gimes en tu esperanza, no llegarás a la realización. Esto, por tanto, no es la salud. Así dice: No hay salud en mi carne, a causa de tu rostro airado. ¿Por qué, pues, lo de las flechas clavadas? Llama flechas a la misma pena, al castigo, y también, quizá, a los dolores que hay que pasar en esta vida, tanto del alma como del cuerpo. También el santo Job hace mención de estas flechas: cuando estaba en sus dolores, dijo que se le habían clavado las flechas del Señor9. Solemos también tomar como flechas las palabras del Señor; pero ¿podrá, acaso, dolerse el autor de haber sido herido por ellas de esta forma? Las palabras de Dios, que son como saetas, excitan el amor, no el dolor. ¿O será porque el mismo amor no puede existir sin dolor? Porque cuando no poseemos lo que amamos, inevitablemente nos duele. El que ama y no sufre, es que posee el objeto de su amor; en cambio —como ya he dicho— el que ama sin poseer lo que ama, necesariamente gime con dolor. De ahí lo que el Cantar de los Cantares dice en la persona de la Iglesia, esposa de Cristo: Porque estoy herida de amor10. Dice estar herida de amor: se ve que amaba algo que aún no tenía; se dolía porque aún no lo poseía. Si se dolía, es que estaba herida; pero esta herida la conducía a la verdadera salud. Quien no haya estado herido con esta herida, no puede llegar a la verdadera salud. Y el que está herido ¿permanecerá siempre con la herida? Podemos también entender las flechas clavadas de esta manera: tus palabras se han clavado en mi corazón, y esas tus palabras han hecho que me acuerde del sábado; y este recuerdo del sábado, aunque todavía no es su posesión, hace que yo aún no me alegre, reconociendo que ni hay salud en mi carne, ni debo afirmarlo, cuando comparo esta salud a la que tendré en el descanso eterno, donde esto corruptible se vestirá de incorrupción, y esto mortal de inmortalidad11. Veo, entonces, que, comparada con aquella salud, la presente salud es enfermedad.

6. No hay paz en mis huesos, frente a mis pecados. Suele preguntarse de quién es esta voz. Algunos la toman como la de Cristo, por ciertas alusiones a la pasión de Cristo, como veremos más adelante, y reconoceremos que se dicen de la pasión de Cristo. Pero esta frase: No hay paz en mis huesos frente a mis pecados, ¿cómo la va a decir quien no tenía pecado alguno?12 La necesidad nos obliga a reconocer al Cristo pleno y total, es decir, la Cabeza y el cuerpo. Cuando habla Cristo, a veces habla únicamente en la persona de Cristo Cabeza, el Salvador, nacido de María Virgen; otras veces habla en la persona de su cuerpo, que es la Iglesia santa, extendida por toda la tierra. Y nosotros formamos parte de su cuerpo, si es que nuestra fe en él es sincera, y firme nuestra esperanza, y encendida nuestra caridad; estamos en su cuerpo, somos miembros suyos, y nos encontramos con que somos nosotros quienes aquí hablamos, según lo que dice el Apóstol: Porque somos miembros de su cuerpo13. En muchos pasajes dice esto el Apóstol. Y si dijéramos que no son de Cristo estas palabras, tampoco serían de Cristo aquellas otras: Dios mío, Dios mío, ¿por qué me has abandonado? Porque también allí tienes: Dios mío, Dios mío, ¿por qué me has abandonado? Lejos de mi salvación están las palabras de mis delitos14. Y aquí tienes: frente a mis pecados, lo mismo que tienes allí: las palabras de mis delitos. Y si Cristo, como es cierto, está sin pecado y sin delito, empezamos a pensar que esas palabras del salmo no sean suyas. Y nos resultaría muy duro y violento que aquel salmo no se refiriera a Cristo, donde encontramos tan abiertamente su pasión, como si se leyera el Evangelio. En efecto, leemos en el salmo: Se dividieron mi ropa, y sobre mi túnica echaron suertes15. ¿Qué nos indica que el mismo Señor, pendiente de la cruz, pronunció con su boca el primer versículo de este salmo: Dios mío, Dios mío, por qué me has abandonado?16 ¿Qué quiso dar a entender, sino todo ese salmo se refiere a él, al recitar su comienzo? Cuando continúa diciendo: las palabras de mis delitos, no hay duda de que está aquí la voz de Cristo. Y los pecados ¿dónde están, sino en su cuerpo, que es la Iglesia? Quien habla es el cuerpo de Cristo y la Cabeza. ¿Y por qué habla como una sola persona? Porque serán los dos una sola carne. Dice el Apóstol: Este es un gran misterio, y yo lo refiero a Cristo y a la Iglesia17. Por eso también, cuando Cristo habla en el Evangelio, respondiendo a quienes le preguntaron sobre el repudio de la esposa, dice: ¿No habéis leído lo que está escrito: que Dios desde el principio los creó hombre y mujer, y el hombre abandonará a su padre y a su madre, y se unirá a su esposa, y serán dos en una sola carne? Así que ya no son dos, sino una sola carne18. Si, pues, fue él quien dijo: Ya no son dos, sino una sola carne, ¿qué tiene de extraño, si son una misma carne, una misma lengua, que tengan las mismas palabras la cabeza y el cuerpo, como una misma carne que son? Oigámosle, pues, como a uno solo, pero a la cabeza como cabeza, y al cuerpo como cuerpo. No es que se separen las personas, sino que se distingue la dignidad; porque la cabeza es la que salva, y el cuerpo es salvado. La cabeza que ofrezca misericordia, y el cuerpo lamente su miseria. La cabeza está para purificar, y el cuerpo para confesar sus pecados; se trata de una misma voz, aunque no esté escrito cuándo habla la cabeza y cuándo el cuerpo; pero nosotros al oírlo lo distinguimos, no obstante que él habla como un ser único. ¿Por qué no va a decir: de mis pecados, él, que dijo: Tuve hambre y no me disteis de comer; tuve sed y no me disteis de beber; fui peregrino y no me recibisteis; estuve enfermo y en la cárcel, y no fuisteis a visitarme? Con toda certeza el Señor no estuvo en la cárcel. ¿Por qué no lo va a poder decir? Cuando le preguntaron: ¿Cuándo te vimos hambriento, sediento o en la cárcel, y no te socorrimos? respondió en la persona de su cuerpo, diciendo: cuando no lo hicisteis con uno de los míos más humildes, tampoco lo hicisteis conmigo19. Por qué no va a decir: frente a mis pecados, quien dijo: Saulo, Saulo, ¿por qué me persigues?20 Ciertamente en el cielo ya no sufría la persecución de nadie. Pero, así como antes la cabeza hablaba por el cuerpo, así ahora la cabeza expresa los gritos del cuerpo, cuando oís las voces de la cabeza. Pero aunque oigáis la voz de la cabeza, no separéis el cuerpo, puesto que ya no son dos, sino una sola carne.

7. No hay salud en mi carne, a causa de tu rostro airado. ¡Pero tal vez Dios está injustamente airado contigo, oh Adán, oh humanidad entera, su enojo contigo sea injusto! Porque reconociendo tu propia pena, y establecido ya como hombre en el cuerpo de Cristo, dijiste: No hay salud en mi carne, a causa de tu rostro airado. Muestra la justicia de la ira de Dios, no vayas a excusarte y parezca que le acusas a él. Sigue adelante y di de dónde viene la ira de Dios. No hay salud en mi carne, a causa de tu rostro airado; no hay paz mis huesos. Repite lo mismo que dijo: No hay salud en mi carne; es lo mismo que: No hay paz mis huesos. Pero no repite: a causa de tu rostro airado, sino que dice la causa de la ira de Dios: No hay paz mis huesos, dice, frente a mis pecados.

8. [v.5] Porque mis iniquidades sobrepasan mi cabeza, como un fardo pesado cargaron sobre mí. Y aquí explica primero la causa, y luego dice el efecto; expresa de dónde le viene su situación: Mis iniquidades sobrepasan mi cabeza. Nadie es soberbio sin ser inicuo, y a este se le yergue la cabeza. Se eleva a lo alto quien yergue su cabeza contra Dios. Habéis oído, cuando se os leyó el libro del Eclesiástico: El comienzo de la soberbia humana es apostatar de Dios21. El que primero se negó a escuchar el precepto, en su iniquidad levantó la cabeza contra Dios. Y como sus maldades le hicieron levantar la cabeza, ¿qué hizo Dios con él? Como un fardo pesado cargaron sobre mí. Es propio de la liviandad levantar la cabeza, como si no llevara peso alguno. Y como es ligero lo que puede levantarse, recibe un peso para que la comprima. Su fatiga, pues, se concentra sobre su cabeza, y su maldad recae sobre su cabeza22. Como un fardo pesado cargaron sobre mí.

9. [v.6] Mis llagas están podridas y apestan. El que tiene llagas no está sano. Añade a esto que esas llagas se han podrido y apestan. ¿Por qué apestan? Porque están podridas. ¿Quién no conoce cómo sucede esto en la vida humana? Si alguno tiene sano el olfato del alma, percibirá cómo apestan los pecados. A este hedor de los pecados se oponía aquel olor de que habla el Apóstol: Somos el buen olor de Cristo en todo lugar, para los que se salvan23. ¿Y cómo se logra esto, sino con la esperanza? ¿Cómo, sino con el recuerdo del sábado? Hay cosas que lloramos en esta vida, y otras que las esperamos de la otra. Lo que se llora, hiede; lo que se espera perfuma. Luego si no hubiese aquel olor que nos estuviera invitando, nunca nos acordaríamos del sábado. Pero, dado que tenemos ese olor gracias al Espíritu, y por ello le decimos a nuestro Esposo: Correremos tras el olor de tus perfumes24, apartamos el olfato de nuestros hedores, y volviéndonos hacia él, respiramos un poco. Pero si nuestros males no nos causasen a nosotros mal olor, nunca nos expresaríamos con estos gemidos: Mis llagas están podridas y apestan. ¿Por qué? A causa de mi insensatez. Dijo más arriba: En presencia de mis pecados; y ahora dice: A causa de mi insensatez.

10. [v.7] Las miserias me tienen afligido y encorvado hasta el extremo. ¿Por qué encorvado? Porque antes se había erguido. Cuando seas humilde, serás enderezado; cuando te ensalces, serás encorvado; no le ha de faltar peso a Dios para encorvarte. Este será el peso: el fardo de tus pecados; recaerá sobre tu cabeza y te encorvarás. ¿Qué significa estar encorvado? No poder enderezarse. Así encontró el Señor a una mujer, que llevaba dieciocho años encorvada; no se podía enderezar25. Como ella están los que tienen su corazón en la tierra. Pero, puesto que aquella mujer encontró al Señor, que la curó, ponga el corazón arriba. Mientras esté encorvado, todavía está gimiendo. Encorvado está el que dice: El cuerpo corruptible es lastre del alma, y la morada terrenal deprime la mente que piensa muchas cosas26. Que lance gemidos por todo esto, para conseguir las otras realidades; que tenga añoranzas del sábado, para que consiga llegar al sábado. Lo que los judíos celebraban era un signo. ¿De qué era signo? De lo que nos recuerda el que dice: Las miserias me tienen afligido y encorvado hasta el extremo. ¿Qué es hasta el extremo? Hasta la muerte. Todo el día caminaba entristecido. Todo el día es sin descanso. Dice todo el día, queriendo decir toda la vida. Pero ¿cómo cayó en la cuenta? Por haber comenzado a recordar el sábado. Mientras se recuerda lo que todavía no se tiene, ¿cómo quieres que no ande entristecido? Todo el día caminaba entristecido.

11. [v.8] Mi alma está colmada de ilusiones, y no hay salud en mi carne. Donde está el hombre entero, está el alma y el cuerpo. El alma está repleta de ilusiones, y el cuerpo está sin salud. ¿Qué le queda para tener alegría? ¿No será inevitable la tristeza? Todo el día andaba entristecido. Que haya tristeza en nosotros, mientras nuestra alma no sea liberada de las ilusiones, y nuestro cuerpo se vista de salud. Y la auténtica salud es la inmortalidad. Y en cuanto a las ilusiones del alma, ¿cuánto tiempo no emplearía, si las quisiera describir? ¿Cuál de ellas no padece esta nuestra alma? Voy a decir brevemente cómo nuestra alma está colmada de ilusiones. A causa de ellas a veces apenas nos es posible orar. De los cuerpos sólo podemos pensar con imágenes; y muchas veces nos invaden las que no buscamos, y queremos pasar de esta a aquella, y de una a la otra. A veces quieres volver a lo que estabas pensando, y desechar lo que piensas, pero se te cruza otra cosa. Quieres recordar algo que habías olvidado, pero no te viene a la mente, y en cambio sí te viene algo que no querías. ¿Dónde estaba lo que olvidaste? ¿Y por qué viene a la mente, cuando ya no lo buscas? En cambio, cuando uno lo buscaba, se presentaron en su lugar otros recuerdos innumerables que no se buscaban. Lo he descrito brevemente, hermanos; os he lanzado algo, que, si vosotros lo tomáis y lo seguís pensando, encontraréis lo que significa llorar las ilusiones de nuestra alma. Recibió, pues, el castigo de la ilusión, perdió la verdad. Porque, así como para el alma es un castigo la ilusión, así es para ella un premio la verdad. Pero cuando estábamos inmersos en estas ilusiones, vino a nosotros la Verdad, nos encontró repletos de ilusiones, tomó nuestra carne, o mejor, la tomó de nosotros, del género humano. Se manifestó a los ojos de la carne, para sanar por la fe a quienes debía mostrar la verdad, y así la verdad quedara patente al ojo ya sano. Porque él es la Verdad que nos prometió, dejándose ver corporalmente, para que la fe tuviese su comienzo, cuyo premio sería la verdad. Porque Cristo, como tal, no se dejó ver en la tierra, sino que nos mostró su carne. Si se hubiese mostrado, los judíos lo habrían visto y reconocido; pero si lo hubiesen reconocido, no habrían nunca crucificado al Señor de la gloria27. Pero tal vez los discípulos lo pudieron ver, cuando le pedían: Muéstranos al Padre, y ya nos basta. No obstante él, para indicar que no había sido reconocido por ellos, replicó: ¿tanto tiempo llevo con vosotros, y no me habéis conocido? Felipe, quien me ve a mí, ve también al Padre. Si era a Cristo a quien veían, ¿cómo es que todavía buscaban al Padre? Si hubieran visto a Cristo, habrían visto también al Padre. Está claro que todavía no veían a Cristo los que deseaban que se les mostrase el Padre. Escucha cómo aún no lo veían: les prometió como premio en otro pasaje, cuando dijo: El que me ama, guarda mis mandamientos; y el que me ama, será amado por mi Padre, y yo lo amaré. Y como si se le preguntase: Y en tu amor, ¿qué le darás como premio? Y yo —prosigue— me mostraré a él28. Luego si a los que le aman les prometió que se manifestaría a sí mismo, está claro que una tal visión de la verdad se nos promete a nosotros; y después de haberla visto, ya no tendremos que decir: Mi alma está colmada de ilusiones.

12. [v.9] Estoy debilitado y humillado hasta el extremo. El que recuerda la sublimidad del sábado, se da cuenta de cuánto ha sido humillado. El que no puede pensar cuánta sea la sublimidad de aquel descanso, no percibe su situación actual. En otro salmo se dice: Yo dije en mi arrobamiento: He sido arrojado de la presencia de tu vista29. En su mente arrebatada vio no sé qué de sublime, aunque no estaba allí por completo en lo que vio; y tuvo lugar —si así se puede decir— como un cierto fulgor de luz eterna, por el que se dio cuenta de que no estaba él allí, y pudiendo de algún modo entenderlo, vio dónde se encontraba, y hasta qué punto se hallaba debilitado y oprimido por los males humanos. Por eso dice: Yo dije en mi arrobamiento: He sido arrojado de tu presencia. Tal es lo que he visto en mi arrobamiento, que por ello percibo lo lejos que estoy, pues aún no estoy allí. Allí sí estaba el que dijo que fue arrebatado hasta el tercer cielo, y oía palabras inefables, que al hombre no le es dado expresar. Pero se volvió a nosotros, para gemir primero y perfeccionarse en su debilidad, y así poder ser revestido luego de fortaleza. Sin embargo, alentado por haber visto algo de aquellas cosas, para el desempeño de su ministerio, añadió: Oí palabras inefables, que al hombre no le es posible expresar30. Ya no tenéis, por tanto, que preguntarme a mí o a cualquier otro lo que al hombre no le es posible decir, ya que a él no le fue posible decirlo, aunque sí el oírlo. Lloremos, no obstante, y gimamos en la confesión; reconozcamos dónde estamos, recordemos el sábado, y esperemos pacientemente lo que nos prometió él, que en sí mismo nos demostró un ejemplo de paciencia: Estoy debilitado y humillado hasta el extremo.

13. Rugía con el gemido de mi corazón. Observáis muchas veces cómo prorrumpen en gemidos los siervos de Dios; se busca la causa, y no aparece sino el gemido de algún siervo de Dios; y eso si llega a los oídos de alguien que está cerca. Porque hay un gemido oculto que no es oído por el hombre; no obstante, si algún deseo muy fuerte ocupara el corazón de alguien, hasta expresar con voz más perceptible la herida del hombre interior, se busca la causa; y este dice para sus adentros: Quizá gime por esto, o tal vez le ha sucedido algo. ¿Quién podrá percibirlo, sino aquel ante cuyos ojos y oídos gime? Por eso dice el salmo: Rugía con el gemido de mi corazón, pues los hombres, aunque oigan el gemido de un hombre, con frecuencia lo que oyen es el gemido de la carne, pero no oyen al que gime en su corazón. Alguien le robó a uno unas cosas: rugía, pero no con gemido del corazón; otro porque dio sepultura a su hijo; el otro a su mujer; el otro porque su viña sufrió una granizada, o porque se le avinagró la cuba, porque no sé quién le robó el burro, o porque ha sufrido algún revés; otro porque teme al enemigo. Todos estos rugen con el gemido de la carne. En cambio, el siervo de Dios, como su rugido es por la nostalgia del sábado, donde está el reino de Dios, el cual no poseerán ni la carne ni la sangre31, dice: Rugía con el gemido de mi corazón.

14. [v.10] ¿Y quién conocía la causa de su rugido? Por eso añadió: En tu presencia está todo mi deseo. No en presencia de los hombres, que no pueden ver el corazón, sino en tu presencia está todo mi deseo. Pon tu deseo en su presencia, y el Padre, que ve en lo oculto, te recompensará32. Tu deseo es tu oración, y si continuo es tu deseo, continua es tu oración. No en vano dijo el Apóstol: Orad sin interrupción33. Pero ¿acaso nos estamos arrodillando, o postrando o levantando las manos sin interrupción, para cumplir su mandato: Orad sin interrupción? Porque si decimos que nuestra oración es así, creo que no lo podemos hacer sin interrupción. Hay otra oración interior no interrumpida, que es el deseo. Hagas lo que hagas, si estás deseando aquel sábado, no interrumpes tu oración. Si no quieres interrumpir la oración, no interrumpas tu deseo. Tu deseo continuado es tu voz continuada. Callas si dejas de amar. ¿Quiénes son los que callaron? Aquellos de quienes se dijo: Porque abundó la iniquidad, se enfrió la caridad de muchos34. El frío de la caridad es el silencio del corazón; el ardor de la caridad es el clamor del corazón. Si la caridad permanece siempre, estás clamando siempre; y si clamas siempre, estás deseando siempre; y si está vivo tu deseo, te acuerdas del descaso. Pero conviene que sepas delante de quién debe estar el rugido de tu corazón. Por eso reflexiona qué deseo debes presentar a los ojos de Dios. ¿Acaso la muerte de nuestro enemigo, cosa que los hombres desean como algo justo? Porque sucede que a veces pedimos lo que no debemos. Veamos lo que lo hombres piden como justo. Piden que se muera alguien y les toque a ellos la herencia. Pero los que oran por la muerte de sus enemigos, escuchen lo que dice el Señor: Rogad por vuestros enemigos35. No pidan, pues, la muerte de sus enemigos, sino que se corrijan; y así también habrán muerto los enemigos; porque si se corrigen, dejan de ser enemigos. Y en tu presencia está todo mi deseo. ¿Y qué pasaría si el deseo está en su presencia, pero no el gemido? ¿Y cómo podrá suceder esto, cuando la voz del deseo es el gemido? Por eso continúa: Y no se te oculta mi gemido. A ti no, pero sí está oculto a muchos hombres. A veces advertimos que un humilde siervo de Dios dice: Y no se te oculta mi gemido. También observamos que se está riendo el siervo de Dios. ¿Acaso el deseo aquel murió en su corazón? No; si permanece el deseo, permanece el gemido; no siempre llega a los oídos humanos, pero nunca se aparta de los oídos de Dios.

15. [v.11] Mi corazón está turbado. ¿Por qué? Y me han abandonado las fuerzas. Con frecuencia irrumpe algo inesperado y la turbación se apodera del corazón, tiembla la tierra, rugen truenos en el cielo, se produce una fuerza o un estruendo espantoso, y a veces aparece un león en el camino. Viene la turbación: los ladrones están al acecho; el corazón se turba, hay pánico, y por doquier nos asalta la preocupación. ¿Cuál es la causa? Porque me han abandonado las fuerzas. Si mi fortaleza siguiera asistiéndome ¿qué iba a temer? Cualquier acontecimiento, cualquier furia, cualquier estruendo, cualquier cosa que se viniese abajo, cualquier horror, nada de esto me atemorizaría. ¿Entonces, de donde viene esa turbación? Me han abandonado las fuerzas. ¿Y por qué? Y me falta la luz de los ojos. A Adán le faltó la luz de sus ojos. Dios mismo era la luz de sus ojos; pero al ofenderle, huyó a la sombra y se escondió entre los árboles del paraíso36. Tenía pánico a la presencia de Dios, por eso buscó la sombra de los árboles. Y entre los árboles le faltaba la luz de los ojos, con la cual se solía alegrar. Por tanto, si él la perdió en el origen, nosotros también por ser su descendencia. Y al segundo, mejor, al nuevo Adán se vuelven estos miembros, ya que este nuevo Adán fue hecho en espíritu vivificante37, y gritan desde su cuerpo con esta confesión: Y me falta la luz de los ojos. Y después de confesarlo, estando redimido e incorporado a Cristo, ¿seguirá sin la luz de sus ojos? Está claro que sigue sin ella; se trata, sin duda, de alguien que está como los que recuerdan el sábado, como los que están viendo en la esperanza; su luz todavía no es como aquella, de la que se dice: Me manifestaré a él38. Hay en nosotros algo de luz por ser hijos de Dios, y esta la conservamos por la fe; pero todavía no es aquella luz que veremos. Todavía no se ha manifestado lo que seremos; sabemos que cuando aparezca, seremos semejantes a él, porque le veremos tal cual es39. Ahora es luz de fe y luz de esperanza. Porque mientras estamos en el cuerpo, estamos desterrados del Señor; caminamos guiados por la fe, no por la visión40. Y mientras esperamos lo que no vemos, nuestra espera es con paciencia41. Sí, voces son estas de peregrinos, no de los que viven ya en la patria. Y dice bien, y con razón lo dice, y si no es mentiroso confiesa con verdad: Y me falta la luz de los ojos. Esto lo padece el hombre en su interior, consigo mismo, en sí mismo, él mismo; no pasa de nadie a nadie fuera de sí mismo. Él mismo ha merecido que su castigo fuese lo que más arriba he enumerado.

16. [v.12] Pero ¿es sólo esto lo que el hombre padece? Interiormente sufre por su causa, externamente por causa de aquellos entre quienes vive: Sufre sus propios males, y se ve obligado a padecer también los ajenos. He aquí por qué hay dos voces: Purifícame de los que se me ocultan, y de los ajenos perdona a tu siervo42. De los ocultos, de los que desea ser purificado, ya los ha confesado; que hable sobre los ajenos, de los que desea verse libre. Mis amigos. ¿Para qué voy a hablar de los enemigos? Mis amigos y compañeros se me acercaron y se pusieron contra mí. Comprende bien lo que dice: Se pusieron contra mí. Si contra mí se han puesto, contra ellos han caído. Mis amigos y compañeros se me acercaron y se pusieron contra mí. Entendamos ya aquí la voz de la cabeza, comience ya a salir a luz nuestra cabeza en la pasión. Pero cuando comience a hablar de la cabeza, insisto en que no la separes del cuerpo. Si la cabeza nunca se separó de la voz del cuerpo, ¿el cuerpo pretenderá separarse de los sufrimientos de la cabeza? Padece tú en Cristo, ya que Cristo, en su debilidad, apareció como pecador. En este punto él hablaba, como salidos de su boca, de tus pecados, y los llamaba suyos. Decía: Frente a mis pecados, y no eran suyos. Así que lo mismo que él quiso que nuestros pecados fueran suyos, por ser de su cuerpo, hagamos también nuestros sus padecimientos, por ser nuestra cabeza. No sea él sólo quien sufrió de los amigos por convertirse en enemigos, y no nosotros. Antes bien, aprestémonos a sentarnos con él en el mismo banquete; no rechacemos ese cáliz, para conseguir, a través de su humildad, el deseo de su sublimidad. De hecho, a los que pretendían establecerse al lado de su grandeza, sin pasárseles por la mente todavía su humildad, les dijo: ¿Podéis beber el cáliz que yo he de beber?43 Luego los sufrimientos del Señor son nuestros sufrimientos. Que cada uno, si quiere servir bien a Dios, conserve bien la fe, que manifieste lo que debe, y viva justamente en medio de los hombres. Quiero ver si no sufrirá incluso lo que aquí nos cuenta Cristo de su pasión.

17. Mis amigos y parientes se me acercaron y se pusieron contra mí; y mis parientes se mantuvieron a distancia. ¿Qué parientes se le acercaron, y qué parientes se le quedaron a distancia? Sus parientes eran los judíos, que eran sus consanguíneos; se le acercaron incluso cuando lo crucificaron. También lo eran los Apóstoles; pero ellos se quedaron a distancia, para no sufrir con él. También se puede entender así: Mis amigos, es decir, los que fingieron ser mis amigos. Se fingieron amigos cuando dijeron: Sabemos que enseñas el camino de Dios con verdad44, cuando lo pusieron a prueba a ver si había que pagar el tributo al César, cuando los convenció por sus propias palabras; querían aparentar que eran amigos. Pero no necesitaba que nadie le diera testimonio sobre el hombre, pues él sabía lo que hay en el interior del hombre45; hasta el punto de que cuando le hablaron con palabras amistosas, les respondió: ¿Por qué me tentáis, hipócritas?46 Luego Mis amigos y compañeros se me acercaron y se pusieron contra mí; y mis allegados se mantuvieron a distancia. Ya sabéis lo que he dicho: he llamado compañeros a los que se le acercaron, y no obstante se quedaron a distancia. Se le acercaron corporalmente, pero con el corazón se quedaron a distancia. ¿Quiénes tan cercanos en el cuerpo, como los que lo levantaron en la cruz, y quiénes tan distantes de corazón, como los que le insultaban? Escuchad esta lejanía del profeta Isaías, notad este acercamiento y esta distancia: Este pueblo me honra con los labios; mirad aquí la cercanía corporal; Pero su corazón está lejos de mí47. Son los mismos los que están cerca y lejos: cercanos con sus labios, alejados de corazón. Sin embargo, como los Apóstoles se quedaron a distancia por temor, más clara y llanamente aceptamos esto referido a ellos, comprendiendo que algunos estuvieron cerca, mientras otros se mantuvieron a distancia: por ejemplo, Pedro, que con mucha audacia le había seguido, todavía estaba distante, hasta el punto de que, interrogado y asustado, negó al Señor tres veces, y eso que había prometido morir con él48. Más tarde, para poder hacerse cercano desde su lejanía, oyó después de la resurrección: ¿Me amas? —Te amo, respondía él49. Y al decirlo se iba acercando, quien con las negaciones se había alejado. Y así, la triple confesión de amor anuló la triple negación. Y mis allegados se mantuvieron a distancia.

18. [v.13] Y hacían violencia los que buscaban mi vida. Es evidente que buscaban su vida los que no la tenían, porque no formaban parte de su cuerpo. Lejos estaban de ella los que buscaban su vida; la buscaban para quitársela. También su vida se la busca con buena intención. En otro lugar reprende a algunos diciendo: No hay quien busque mi vida50. Reprende a los que no buscaban su vida, y luego a los que la buscaban. ¿Quién es el que busca rectamente su vida? El que imita sus padecimientos. ¿Y quiénes eran los que la buscaban mal? Los que le hacían violencia y que lo crucificaban.

19. Continúa el salmo: Los que buscaban mis males, hablaron vanidades. ¿Qué significa: Los que buscaban mis males? Buscaban muchas cosas sin encontrarlas. Tal vez haya querido decir: Buscaban mis delitos. Buscaban cómo acusarlo, y no lo encontraban51. Buscaban maldades en un bueno, buscaban crímenes en el inocente; ¿cómo lo iban a encontrar en quien no tenía pecado alguno? Pero al buscar pecados en quien no tenía pecado alguno, sólo quedaba fingir lo que no encontraban. Por eso: Los que buscaban mis males hablaron vanidades, no la verdad. Y todo el día maquinaban engaños, es decir: estaban sin cesar tramando la mentira. Sabéis cuántos falsos testimonios se declararon contra el Señor, antes de padecer. Sabéis también cuántos falsos testimonios se dijeron incluso una vez resucitado. Los soldados guardianes del sepulcro, por ejemplo, de los que Isaías dijo: Pondré gente mala ante su sepulcro52 (porque sí, eran malvados, y se negaron a decir la verdad, y, sobornados, sembraron la mentira); fijaos qué vanidades dijeron. Fueron interrogados ellos también, y respondieron: Mientras dormíamos, vinieron sus discípulos y se lo llevaron53. Esto es hablar vanidades. Porque si estaban dormidos, ¿cómo sabían lo que ocurrió?

20. [v.14—15] Por eso dice: Pero yo, como un sordo, no oía. El que no contestaba a lo que oía, era como si no oía. Pero yo, como un sordo, no oía, y como un mudo que no abre la boca. Y de nuevo repite lo mismo: Soy como uno que no oye, que no tiene réplica en su boca. Como si no hubiese nada que decirles, como si no tuviese razones para replicarles. ¿No les había reprendido, no les había dicho antes muchas cosas, entre ellas: Ay de vosotros, escribas y fariseos, hipócritas54, y otras cosas por el estilo? Sin embargo, durante su pasión, nada de esto les dijo; y no porque no tuviera nada que decirles, sino que aguardaba a que se realizaran en él todas las cosas, y se cumplieran todas las profecías acerca de él, de quien se había dicho: Como la oveja, que ante el esquilador está muda, así él no abrió su boca55. Era conveniente que callara en su pasión, el que no había de callar en el juicio. Había venido a ser juzgado, el que después vendría a juzgar. Por eso con gran poder juzgará quien con gran humildad fue juzgado.

21. [v.16] Porque en ti, Señor, he esperado; tú me escucharás, Señor, Dios mío. Es como si se le dijese: ¿Por qué no has abierto la boca? ¿Por qué no dijiste: Perdonad? ¿Por qué no increpaste a los malvados, cuando pendías de la cruz? Continúa y dice: Porque en ti, Señor, he esperado; tú me escucharás, Señor, Dios mío. Ya te he dicho lo que debes hacer, en caso de que te tropieces con el sufrimiento. Buscas defenderte, y tal vez nadie acepta tu defensa. Y te desazonas, como si tu causa estuviera perdida, porque no cuentas con la defensa ni el testimonio de nadie. Guarda interiormente tu inocencia, donde nadie puede violentar tu causa. El falso testimonio te ha vencido, pero ante los hombres. ¿Acaso tendrá fuerza ante Dios, ante quien tu causa ha de ser expuesta? Cuando Dios sea el juez, no habrá ningún otro testigo que tu conciencia. Entre el juez justo y tu conciencia, no debes temer más que a tu causa; si ella no es culpable, no habrá temor a ningún acusador, no tendrás que desmentir a ningún falso testigo, ni andarás buscando a ninguno verdadero. Tú muestra tan sólo la buena conciencia, de manera que puedas decir: Porque en ti, Señor, he esperado; tú me escucharás, Señor, Dios mío.

22. [v.17] Porque dije: No sea que mis enemigos se burlen de mí, y cuando vacilen mis pies me insulten. Vuelve de nuevo a la debilidad de su cuerpo, y una vez más la cabeza está atenta a sus pies; no está en cielo despreocupado de lo que tiene en la tierra; está atento, claro que sí, y nos mira. Porque a veces —así es nuestra vida— vacilan nuestros pies, tropiezan en algún pecado; es entonces cuando se levantan las lenguas perversas de los enemigos. De aquí deducimos lo que buscaban, incluso cuando callaban. Y ahora es cuando se ponen a hablar con aspereza y crueldad, gozándose de haber encontrado algo por lo que deberían dolerse. Y dije: No sea que mis enemigos se burlen de mí. Esto dije, y sin embargo quizá dispusiste que ellos me insultasen para mi corrección cuando vacilen mis pies, es decir: se han engreído, me han dicho muchas cosas malas, cuando vacilaba. Debían haberse compadecido de los débiles, en lugar de gozarse, como dice el Apóstol: Hermanos, si uno fuera sorprendido en algún delito, vosotros, los espirituales, corregidlo con espíritu de mansedumbre. Y añade por qué: cuidándote a ti mismo, no sea que tú también seas tentado56. No eran así los aludidos por el salmo: Y cuando vacilen mis pies, me llenen de insultos, sino que eran como aquellos que cita en otro lugar: Los que me oprimen se alegrarán si yo vacilo57.

23. [v.18] Porque yo estoy preparado para el castigo. ¡Qué magnífico! Es como si dijese: Para esto he nacido, para soportar el castigo. Sólo los nacidos de Adán serían merecedores de castigo. Pero a veces los pecadores en esta vida o no sufren, o sufren poco, porque su disposición carece de esperanza. En cambio, aquellos a quienes les espera una vida eterna, es preciso que sean castigados aquí abajo; en efecto, es cierta aquella sentencia: Hijo, no desfallezcas en la enseñanza del Señor, ni te canses de su reprensión; el Señor corrige a los que ama, y castiga a todo el que recibe como hijo58. Por lo tanto, que no se burlen de mí mis enemigos, que no me insulten; y si mi Padre me castiga, estoy preparado para el castigo, ya que se me está preparando una herencia. ¿No quieres el castigo? No tendrás la herencia. Todo hijo debe ser castigado. Hasta tal punto es así, que no perdonó59 ni siquiera al que no tuvo pecado60. Porque yo estoy preparado para el castigo.

24. [v.18—19] Y tengo siempre presente mi dolor. ¿Qué dolor? Quizá el del castigo. Y os digo de verdad, hermanos, que los hombres se duelen de sus castigos, no así de la causa de ellos. Con este no sucedía así. Escuchad, hermanos míos: cuando alguien sufre, está más inclinado a decir que ha padecido sin causa, que a reflexionar por qué ha padecido; se duele de la mengua de su dinero, no de la falta de justicia. Si pecaste, duélete por tu tesoro interior; nada tienes en tu casa, pero quizá eres más pobre en tu corazón; por el contrario, si tu corazón es rico de sus bienes, que son su Dios, ¿por qué no dices: El Señor me lo dio, el Señor me lo quitó; como a él quiso, así sucedió; sea bendito el nombre del Señor?61 ¿De qué se dolía, pues, este? ¿Del castigo que sufría? No. Dice: Y tengo siempre presente mi dolor. Y como si dijéramos ¿qué dolor? ¿Por qué ese dolor? Porque yo confieso mi iniquidad, y me preocupa mi pecado. He aquí la causa del dolor. No del castigo; de la herida, no de la medicina. El castigo es la medicina contra el pecado. Atención, hermanos: somos cristianos; y sin embargo, muchas veces si a uno se le muere el hijo, lo llora; y si peca, no lo llora. Lo tendría que llorar, tendría que dolerse cuando lo ve pecar; es entonces cuando le debería poner límites, enseñarle las normas de vida, ponerle un castigo. Si lo hizo, pero él no le hizo caso, entonces es cuando había que llorarlo; es peor esta muerte viviendo lujuriosamente, que morir dando fin a la lujuria. Y si a veces en tu casa se portaba así, no solamente estaba muerto, sino que apestaba. Es esto lo que hay que lamentar, y lo otro soportarlo; esto tolerarlo, aquello llorarlo. Llorarlo como habéis oído que lo llora el del salmo: Porque yo confieso mi maldad, y me preocupa mi pecado. No te sientas seguro, cuando hayas confesado tu pecado, como el que está siempre dispuesto a confesarlo y a seguir cometiéndolo. Confiesa tu maldad, de forma que te preocupe tu pecado. ¿Qué es preocuparte de tu pecado? Tener cuidado de tu herida. Y tener cuidado de mi herida, ¿qué es, sino: Voy a procurar que se sane? Preocuparse por el delito es esforzarse siempre, fijarse siempre, procurar siempre con empeño y constancia sanar el pecado. Puede ser que un día y otro día lloras tu pecado, y cesan las obras. Dense limosnas, redímanse los pecados, alégrese el indigente de tu dádiva, para que también tú te alegres del don de Dios. El pobre tiene necesidad, y tú también; él necesita de ti, y tú necesitas de Dios. Si desprecias tú al que te necesita, ¿Dios no te va a despreciar a ti que lo necesitas a él? Remedia, por tanto, tú la indigencia del pobre, y así Dios colmará tu interior. Esto es lo que significa me preocupa mi pecado, haré todo lo que haya que hacer, para anular y sanar mi pecado. Y me preocupa mi pecado.

25. [v.20] Pero mis enemigos viven. Les va bien, gozan con la felicidad mundana, donde yo sufro y rujo con el gemido de mi corazón. ¿Cómo viven sus enemigos, ya que de ellos dijo que hablaban vanidades? Escucha lo que dice otro salmo: Sus hijos como retoños consistentes. Pero antes había dicho: Cuya boca dice vanidades, sus hijas arregladas, a semejanza de un templo; sus silos están repletos, rebosando por aquí y por allá; sus bueyes gordos, sus ovejas fecundas, multiplicándose en las praderas; no hay brecha en sus cercados, ni alarma en sus plazas. Llevan, sí, una buena vida mis enemigos; esta es su vida, la que alaban, la que aman, la que disfrutan para su ruina. ¿Qué es lo que sigue? Llamaron dichoso al pueblo que disfruta de esto. ¿Y qué es de ti, que te preocupas de tu pecado? ¿Qué es de ti, que confiesas tu iniquidad? Dichoso el pueblo, dice, cuyo Dios es Señor62. Pero mis enemigos viven; y se han hecho fuertes contra mí y se han multiplicado los que me odian inicuamente. ¿Qué quiere decir: los que me odian inicuamente? Me odian buscando su bien. Si devolviesen mal por mal, buenos no serían; y si no devolviesen bien por bien, serían ingratos; pero los que odian con maldad son los que devuelven mal por bien. Así fueron los judíos: vino a ellos Cristo trayendo el bien, y ellos le pagaron el mal por ese bien. Cuidado con esta maldad, hermanos, porque en seguida se nos filtra. Por haber dicho que los judíos fueron así, no vaya nadie a creerse que está lejos de caer en lo mismo. Que te corrija un hermano tuyo, deseando tu bien; si lo odias, eres uno de ellos. Mirad qué pronto ocurre esto y con qué facilidad. Evitad un mal tan grande, un pecado tan sutil.

26. [v.21] Me calumniaban los que pagan males por bienes, porque yo persigo la justicia. Así que males por bienes. ¿Qué significa que persigo la justicia? Que no la he abandonado; no sea que vayas a tomar la palabra perseguir en el mal sentido; dije persigo, es decir, la «sigo perfectamente»: Porque yo persigo la justicia. Oye cómo se lamenta nuestra cabeza en la pasión: Y me arrojaron a mí, el preferido, como a un muerto detestable. Era poco estar muerto, ¿por qué detestable? Porque estaba crucificado. En efecto, para ellos la muerte de cruz era algo detestable; no entendían lo expresado en la profecía: Maldito todo aquel que cuelga de un madero63. Porque no fue él quien introdujo la muerte, sino que la encontró ya aquí, propagada por la maldición del primer hombre64; y tomando nuestra misma muerte, proveniente del pecado, la colgó en el madero. Por tanto para que no se vayan a creer algunos, como piensan ciertos herejes, que nuestro Señor Jesucristo tenía una carne aparente, y que no padeció en la cruz una muerte auténtica, mira a esto el profeta al decir: Maldito todo aquel que cuelga de un madero. Demuestra, pues, que también el Hijo de Dios murió de muerte verdadera, propio de la carne mortal, y no pensaras que para no ser maldito, no murió realmente. Pero aquella muerte no era falsa, sino que venía heredada de la maldición pronunciada por Dios: cuando dijo: Moriréis de muerte65. Y si a él le alcanzó de lleno la muerte verdadera, también a nosotros nos llegó la verdadera vida; y si también a él le alcanzó la maldición de la muerte, fue para que a nosotros nos llegara la bendición de la vida. Y me arrojaron a mí, el preferido, como a un muerto detestable.

27. [v.22] No me abandones, Señor Dios mío, no te apartes de mí. Digámoslo en él, digámoslo por él, pues él intercede por nosotros66; digamos: No me abandones, Señor, Dios mío. Y sin embargo había dicho: Dios mío, Dios mío, ¿por qué me has abandonado?67, y ahora dice: Dios mío, no te apartes de mí. Si no se apartó del cuerpo, ¿se apartó de la cabeza? Pero esta voz no era más que del primer hombre. Y para demostrar que él llevaba la carne de aquel primer hombre, dice: Dios mío, Dios mío, ¿por qué me has abandonado? No, Dios no lo abandonó. Si Dios no te abandona a ti que crees en él, ¿cómo iba a abandonar a Cristo el Padre, el Hijo y el Espíritu Santo, que son un solo Dios? Pero estaba representando en sí mismo la persona del primer hombre. Sabemos por el testimonio del Apóstol que nuestro hombree viejo fue clavado en la cruz con él68. No nos habríamos librado del hombre viejo si no hubiera sido crucificada en su debilidad. Para esto vino, para ser nosotros renovados en él; de hecho nos renovamos deseándolo e imitando su pasión. Era, por tanto, la voz de la debilidad, era nuestra voz cuando se oyó: ¿Por qué me has abandonado? De ahí que se dijera también: Las palabras de mis delitos, como si dijera: Estas palabras han sido referidas a mí por representar la persona del pecador. No te apartes de mí.

28. [v.23] Ven en mi ayuda, Señor de mi salvación. Esta es la salvación, hermanos, que estuvieron indagando los profetas, como dice el apóstol Pedro, y los que la buscaron no la encontraron; pero indagando, la anunciaron; y llegamos nosotros y encontramos lo que ellos indagaron69. Y he aquí que nosotros todavía no la hemos recibido; y vendrán nuevas generaciones después de nosotros, y encontrarán lo que ni ellos mismos recibirán, y pasarán: y así, todos a un tiempo, al fin del día, junto con los patriarcas, los profetas y los apóstoles, recibamos el denario de la salvación. Conocéis cómo los trabajadores contratados en diferentes momentos y conducidos a la viña, recibieron, no obstante, la misma paga70. Y tanto los profetas, como los apóstoles y los mártires, incluso nosotros, y los que vengan detrás de nosotros hasta el fin del mundo, recibiremos en ese momento la salvación eterna; de esta forma contemplaremos la gloria de Dios, y veremos su rostro, alabándole por toda la eternidad, sin defecto, sin castigo alguno por nuestra maldad, sin perversidad alguna del pecado, alabando a Dios y no suspirando, sino uniéndonos a aquel por quien hemos suspirado hasta el final, y nos hemos alegrado en la esperanza. Moraremos en aquella ciudad, en la que nuestro bien es Dios, la luz es Dios, la vida es Dios; todo lo que es nuestro bien, lejos de lo cual nos esforzamos como desterrados, en él lo encontraremos. En él tendremos el descanso, que ahora, al recordarlo, es inevitable que nos aflijamos. Nos acordamos de aquel sábado, de cuyo recuerdo hemos dicho tantas cosas, y otras tantas que debemos decir, y no cesar nunca de decirlas, no con la boca, sino con el corazón, porque nuestro silencio debe ser con la boca, para que así podamos gritar con el corazón.