Traducción: Miguel F. Lanero, o.s.a y Enrique Aguiarte Bendímez, o.a.r.
1. [v.25] La última parte de este salmo había quedado sin examinar y tratar con vosotros. Y el Señor me obligó, según parece, a pagar la deuda, no ciertamente según mi propósito, pero tampoco fuera del suyo. Prestad, pues, atención, hermanos, para que, si es posible, con la ayuda de Dios, al menos ahora os pague la deuda que reconozco tengo con vosotros. ¿Quién es el que dice lo que acabamos de cantar? Fui joven, y ya soy viejo, y no he visto al justo abandonado, ni a su descendencia buscando el pan. Si es un solo hombre el que habla, bien larga parece la vida de un solo hombre. ¿Y qué tiene de extraño que un hombre, puesto en alguna parte de la tierra, durante toda su vida, tan breve como lo es la vida humana, aunque llegue de la juventud a la vejez, no haya visto a un justo abandonado, ni a su linaje buscando el pan? No, no hay que extrañarse de ello. Bien pudo darse que antes de su vida hubiera algún justo buscando el pan; o también en algún otro lugar del mundo, donde él no haya vivido. Pero escuchad ahora algo que nos hace reflexionar: Puede ser que cada uno de vosotros, que tal vez ya ha llegado a la vejez, echando una mirada a los días de su vida pasada, y reflexionando sobre la gente conocida, no se os presente ningún justo o hijo suyo buscando el pan. Pero se pone a mirar las Escrituras divinas y se encuentra al justo Abrahán en estrecheces, pasando hambre en su tierra, y emigrando a otra región1; y se encuentra también con su hijo Isaac, trasladándose a otras regiones en busca del pan2, por la misma causa del hambre. ¿Cómo, entonces, ha de ser verdadero lo de Nunca he visto al justo abandonado, ni a su descendencia buscando el pan? Si en el espacio de su vida ha visto que esto es verdad, sin embargo se encuentra otra cosa distinta en la lectura divina, que merece más crédito que la vida humana.
2. ¿Qué hacer, entonces? Ayúdennos vuestros piadosos deseos, para que podamos descubrir en estos versículos del salmo qué nos quiere dar a entender la voluntad de Dios. Porque es de temer que algún hombre poco capacitado, que no capta el sentido espiritual de las Escrituras, se atenga a las realidades humanas, y vea que a veces algunos siervos de Dios se hallan en una cierta indigencia y necesiten buscar el pan; y si piensa sobre todo en el apóstol Pablo, que dice: En hambre y sed, en frío y desnudez3, llegue a escandalizarse en su interior diciendo: ¿Será verdad lo que he cantado? ¿Será verdad lo que, de pie y con toda devoción, he salmodiado mi voz en la iglesia: Nunca he visto al justo abandonado, ni a su linaje buscando el pan? Las Escrituras nos engañan, puede decir para sus adentros; y se aparten todos sus miembros de obrar el bien; incluso relajados los miembros del hombre interior, lo que es más grave, y, apartándose del bien obrar, se diga a sí mismo: ¿Para qué voy a obrar el bien? ¿Para qué estar partiendo mi pan con el hambriento, vistiendo al desnudo y dando hospedaje en mi casa a los sin techo, fiándome de lo que está escrito: Nunca he visto al justo abandonado, ni a su linaje buscando el pan, cuando veo a tantos hombres de bien, muchas veces pasando hambre? Pero puede ser que yo me equivoco, y que piense que es bueno tanto el que vive bien como el que vive mal, y Dios lo ve de otra forma, es decir, que ve como malvado al que tengo por justo. ¿Qué haré con el caso de Abrahán, alabado por la Escritura como justo? ¿Y qué voy a hacer con el caso del mismo apóstol Pablo, que dice: Sed imitadores míos, como yo lo soy de Cristo?4 ¿Me está sugiriendo, tal vez, que yo deberé soportar los males que soportó él: en hambre y en sed, en frío y desnudez?
3. A uno que piensa así, y que, como he dicho, tiene inválidos todos los miembros interiores para el bien obrar, ¿podríamos, hermanos, tomarlo como al paralítico, abrir el techo de esta Escritura, y presentarlo desde allí al Señor? Bien veis la oscuridad del texto. Si está oscuro, es que está cubierto; y yo vislumbro a un cierto paralítico de alma. Veo este techo, y debajo me doy cuenta que se esconde Cristo. Voy a hacer, en lo posible, lo que fue elogiado en aquellos que, abriendo el techo, descolgaron al paralítico delante de Cristo, el cual le dijo: Ánimo, hijo, tus pecados están perdonados. Así puso a salvo al hombre interior de la parálisis, perdonando los pecados y afianzando su fe. Pero había allí hombres que no tenían ojos para ver que el paralítico del alma había sido curado, y tuvieron por blasfemo al médico sanador. ¿Quién es este, decían, que perdona los pecados? Blasfema. ¿Quién puede perdonar pecados, sino sólo Dios? Pero como era Dios, se daba cuenta de lo que pensaban5. Pensaban así rectamente de Dios, pero a Dios no lo veían presente. Por eso aquel médico realizó algo también en el cuerpo del paralítico, para sanar igualmente la parálisis interior de los que tales cosas habían dicho. Realizó algo visible, dándoles la ocasión para que creyesen. Ánimo, pues, tú quienquiera que estés tan enfermo y débil de corazón, que mirando los ejemplos humanos, te entren ganas de abandonar las buenas obras, contrayendo una cierta parálisis interior: ánimo, a ver si rompiendo este techo te podemos descolgar y ponerte ante el Señor.
4. El Señor mismo, en los primeros tiempos fue joven en su cuerpo, que es la Iglesia, pero ahora ya envejeció. Sabéis, lo reconocéis y lo entendéis, que vosotros formáis parte de este cuerpo, y esa es vuestra fe: que Cristo es nuestra cabeza, y su cuerpo somos nosotros6. ¿Seremos sólo nosotros, o también aquellos que nos precedieron? Todos los que desde el principio del mundo fueron justos, tienen a Cristo por cabeza. Creyeron que tenía que venir el mismo que nosotros creemos haber venido ya. También ellos fueron salvados por la misma fe en él que nosotros; de esta forma él mismo sería la cabeza de la entera ciudad de Jerusalén, de todos los fieles que han existido desde el principio hasta el fin, añadiéndoles además las legiones y ejércitos de los ángeles, y así haya una sola ciudad bajo un solo rey, una sola nación bajo el mismo emperador, gozando de una salud y paz perpetua, alabando a Dios sin fin, con una felicidad sin fin. Pero el cuerpo de Cristo, que es la Iglesia7, como el de cualquier hombre, primero fue joven, y ahora, al fin del mundo, se halla en una fecunda vejez. Así es como se ha dicho de él: Todavía se multiplicará en la fecunda vejez8. De hecho se ha extendido por todas las naciones, y su voz es como la del hombre que reflexiona sobre su primera edad, y examina esta última a través de todas ellas, ya que todas las conoce por las Escrituras; y exclama gozoso y advirtiendo: Fui joven —en las primeras épocas del mundo— y ahora ya soy viejo —me encuentro también en las épocas finales del mundo— y nunca he visto al justo abandonado ni a su descendencia buscando el pan.
5. Hemos reconocido al hombre joven y viejo, y como si hubiéramos abierto el techo, hemos llegado a Cristo. Pero ¿quién es el justo, a quien nunca se le ha visto abandonado, ni a su linaje buscando el pan? Si entiendes cuál es el pan, entenderás quien es el justo. El pan es la Palabra de Dios, que jamás se aparta de la boca del justo. Pues este justo, al ser tentado en su cabeza, con la Palabra respondió. Así es, cuando al Señor mismo, necesitado y hambriento, le dijo el diablo: Di a estas piedras que se conviertan en pan, respondió: No sólo de pan vive el hombre, sino de toda palabra de Dios9. Y ahora, hermanos míos, fijaos a ver cuándo el justo no cumple la voluntad de Dios. Siempre la está cumpliendo, vive de acuerdo a su voluntad. De su corazón no se aparta la voluntad de Dios, porque la voluntad de Dios es la misma ley de Dios. ¿Y qué se ha dicho de este justo? Y en su ley meditará día y noche10. El pan este de la tierra lo comes un momento y luego lo dejas; pero el pan aquel de la palabra, día y noche lo estás comiendo. Cuando la oyes, cuando la lees, la comes; luego, cuando la piensas, la rumias, para que seas un animal puro, no impuro11. Es lo que significa la sabiduría, que por boca de Salomón, nos dice: Un precioso tesoro anida en la boca del sabio; el necio, en cambio, lo engulle12. El que se lo traga, de manera que no se vea en él lo que ha devorado, se olvidó de lo que ha oído. Pero el que no lo ha olvidado, lo piensa, y pensando lo va rumiando, y al rumiarlo se deleita. De ahí que se diga: El pensamiento santo te protegerá13. Y claro, si te protege la santa meditación y el rumiar este pan, nunca viste al justo abandonado, ni a su linaje buscando el pan.
6. [v.26] Todo el día se compadece y da prestado (feneratur). Feneratur en latín se dice cuando uno da o recibe un préstamo con interés. Más sencillamente podemos decir fenerat (presta). ¿Qué nos interesa a nosotros lo que digan los gramáticos? Mejor lo entenderéis con nuestro barbarismo, que si por mi disertación elocuente os quedáis desiertos. Por tanto, el justo este todo el día se compadece y presta. Pero no se alegren los prestamistas. Hemos encontrado, efectivamente, a un prestamista, como hemos encontrado un pan, de manera que podamos en cualquier lugar abrir el techo y lleguemos hasta Cristo. No quiero que vosotros seáis prestamistas interesados, y no lo quiero porque Dios no lo quiere. Aunque yo no lo quiera, si Dios lo quiere, sedlo; pero si Dios no lo quiere, aunque yo lo quisiera, para su mal obraría quien así obrase. ¿Y dónde aparece que Dios no lo quiere? Se dice en otro lugar: El que no presta su dinero a usura14. Y cuán detestable es, cuán odioso, cuán abominable, creo que lo saben los mismos prestamistas. Por el contrario, yo mismo, es más, nuestro Dios, que te prohíbe ser prestamista, te manda que lo seas, y te dice: Préstale a Dios. Si le prestas al hombre tienes esperanza de cobrar el interés; y si le prestas a Dios, ¿no vas a tener esta esperanza? Si le prestas al hombre, es decir, si depositas tu dinero con interés, en quien esperas recibir de él un tanto más de lo que le diste, se trate de trigo, de vino, de aceite o de cualquier otro producto; si esperas recibir más de lo que diste, eres un usurero, y esto no hay que alabarlo, sino reprobarlo. ¿Y cómo hago yo, me dices, para ser un usurero de provecho? Fíjate en lo que hace el usurero. No hay duda de que quiere entregar menos y recibir más. Haz tú lo mismo; da lo pequeño y recibe lo grande. Observa cómo tu préstamo va creciendo más y más. Da lo temporal y recibe lo eterno; da la tierra y recibe el cielo. ¿Y a quién se lo doy?, me preguntarás. El mismo Señor, que te prohibía la usura, se te adelanta y te dice a quién has de prestar. Escucha la Escritura sobre cómo prestar al Señor: Quien se apiada del pobre —dice— presta al Señor15. Nada de ti necesita el Señor, pero tienes a otro que sí necesita de ti; se lo ofreces, él lo toma. El pobre no tiene con qué retribuirte; intenta pagarte y no encuentra con qué; lo único que le queda es la buena voluntad de orar por ti. Cuando el pobre ora por ti, es como si le dijera a Dios: Señor, he recibido un préstamo, sé tú mi garante. Y así, aunque no encuentres al pobre que te es deudor, sí tendrás un buen fiador. Mira lo que te dice Dios en su Escritura: Da tranquilo, que yo te devolveré. ¿Qué suelen decir los garantes? ¿Qué dicen? Yo devuelvo, yo recibo, a mí me lo das. ¿Pensamos que Dios dice también lo mismo: Yo recibo, tú me das? Evidentemente, si Cristo es Dios, lo cual no se pone en duda, es él quien dijo: Tuve hambre y me disteis de comer. Y al replicarle ellos: ¿Cuándo te vimos hambriento? para mostrarse él garante de los pobres, fiador de todos sus miembros, puesto que él es la cabeza y ellos los miembros, es la cabeza la que recibe: Lo que hicisteis, dice, con uno de mis más humildes, a mí me lo hicisteis. ¡Vamos, avaro prestamista, mira lo que diste y fíjate en lo que vas a recibir! Si hubieras dado un poco de dinero, y el que lo recibió te diera a cambio una gran quinta, con un valor incomparablemente mayor que el dinero que tú le habías dado, ¡Cuántas gracias le darías, cómo te alborozarías! Pues mira qué grande propiedad te da aquel a quien tú prestaste con interés: Venid, benditos de mi Padre, recibid... ¿Qué? ¿Lo que le habéis dado? En absoluto. Le disteis algo terreno que, si no se lo hubierais dado, en la tierra se pudriría. ¿Qué habrías hecho con ello, si no lo hubieras dado? Lo que iba a perecer en la tierra, se conservó en el cielo. Luego lo que ha sido conservado, eso vamos a recibir. Está conservado el mérito; tu mérito se ha convertido en tu tesoro. Mira lo que vas a recibir: Recibid el reino, que os está preparado desde el principio del mundo. En cambio, los que se negaron a prestar ¿qué oirán? Id al fuego eterno, preparado para el diablo y sus ángeles. ¿Y cómo se llama el reino que recibimos? Poned atención a lo que sigue: Estos irán al fuego eterno; los justos sin embargo a la vida eterna16. Anhelad esto, compradlo, enviad a ello vuestros préstamos. Tenéis a Cristo sentado en el cielo, y pidiendo en la tierra. Ya hemos encontrado cómo hace sus préstamos el justo. Todo el día se compadece y da prestado.
7. Su descendencia será bendita. Pero no se interprete esto en sentido carnal. Vemos a muchos hijos de justos morir de hambre; ¿cómo, pues, su descendencia será bendita? Su simiente es lo que de él queda, y por eso aquí siembra, y después recogerá. Dice, en efecto, el Apóstol: No nos cansemos de hacer el bien, que si no desmayamos, a su tiempo cosecharemos. Por lo tanto, sigue diciendo, mientras tenemos tiempo, hagamos el bien a todos17. Esta es tu descendencia, que será bendita. Se la confías a la tierra, y recoges mucho más; si se la confías a Cristo, ¿vas a perder? Mira la misma simiente citada expresamente por el Apóstol, cuando habla de la limosna. Dice así: El que poco siembra, poco recoge; y el que siembra con bendiciones, tendrá una cosecha de bendiciones18. Pero quizá te cansas cuando siembras, y sufres con los pobres, porque ves pobres. Sería mejor si no tuviéramos a nadie a quien dar esas limosnas. Cuando todos se transformen en incorruptibles, nadie tendrá hambre, para darle pan; no habrá ningún sediento a quien darle agua; ningún desnudo a quien vestir; ningún peregrino a quien hospedar. Pero nuestra siembra aquí es en medio de calamidades, tentaciones, lamentos. Pero mira lo que dice otro salmo: Al ir iban llorando, arrojando sus semillas. Y fíjate cómo su descendencia será bendita: Pero al volver, vendrán cantando, trayendo sus gavillas19.
8. [v.27] Mira lo que sigue y no seas perezoso: Apártate del mal y haz el bien. No pienses que te es suficiente con no despojar al que se halla vestido. No despojando al que está vestido te apartaste del mal; pero no te seques, no seas estéril. No despojes al vestido, y viste al desnudo; esto es el apartarse del mal y obrar el bien. Y me dirás: ¿qué recompensa tendré por ello? Ya te señaló aquel a quien prestas, qué es lo que te va a dar: te va a dar la vida eterna; así que dáselo sin vacilar. Escucha lo que sigue a continuación: Apártate del mal y haz el bien, y habita por los siglos de los siglos. Y no pienses, cuando das, que nadie te ve; o que Dios te ha abandonado, cuando después, quizá, de dar a un pobre, te ha sobrevenido algún perjuicio, o alguna añoranza de la cosa perdida, y digas para tus adentros: ¿De qué me ha servido hacer obras buenas? Me da la impresión de que Dios no ama a los que hacen el bien. ¿De dónde proviene esta murmuración entre dientes, de dónde este alboroto, sino de que son frecuentes estas exclamaciones? Ahora cada uno las conoce, sea en boca propia, sea en la del vecino, o en la de algún amigo. Que Dios las extermine, que arranque las espinas de su campo; que siembre buena cosecha y el árbol de buenos frutos. ¿Por qué, hombre, andas triste, por haber dado a un pobre, y luego perdiste otras cosas? ¿No ves que perdiste lo que no diste? ¿Por qué no miras a tu Dios? ¿Dónde está tu fe? ¿Por qué está tan dormida? Despiértala en tu corazón. Fíjate en lo que dijo el mismo Señor, cuando te exhortaba a estas buenas obras: Haceos bolsas que no se envejecen, y un tesoro inagotable en los cielos, al que el ladrón no se acerca20. Acuérdate de esto cuando te lamentas por algún revés. ¿Por qué lloras, necio, de corazón apocado, o de enfermizo corazón? ¿Por qué lo perdiste, sino porque no me lo diste a mí en préstamo? ¿Por qué lo perdiste? ¿Quién te lo robó? Un ladrón, responderás. ¿Y no te había yo advertido que no lo pusieras donde tuviera acceso el ladrón? Si se lamenta el que lo perdió, laméntese de no haberlo colocado donde no hubiera podido perecer.
9. [v.28] Porque el Señor ama la justicia y no abandona a sus santos. Cuando los santos soportan fatigas, no penséis que Dios no hace justicia, o que juzga perversamente. El que exhorta a juzgar con justicia, ¿va él a juzgar perversamente? Él ama la justicia, y no abandona a sus santos. Pero, así como en él está escondida la vida de los santos, que ahora sufren en la tierra, como si fueran árboles en invierno, sin hojas ni fruto, así también cuando aparezca él, como un nuevo sol nacido, la vida que había en las raíces aparecerá en frutos. Sí, él ama la justicia y no abandona a sus santos. Pero ¿es verdad que el santo pasa hambre? No lo abandona Dios: castiga a todo el que recibe como hijo21. Lo desprecias cuando es castigado, y te impresionas cuando se enriquece. ¿Cómo es castigado? Por las tribulaciones temporales. ¿Y cuándo se enriquece? Cuando oiga: Venid, benditos de mi Padre, recibir el reino que os está preparado desde el principio del mundo22. No seas, pues, perezoso en dejarte castigar, para que estés entre los que merezcan ser recibidos en el reino. Hasta tal punto él ama la justicia, que no abandona a los santos, a quienes castiga por algún tiempo. Y puesto que castiga a todo hijo que recibe, ni siquiera perdonó a su Unigénito, en quien no encontró ningún delito. Porque el Señor ama la justicia, y no abandona a sus santos. Y porque no los abandona, ¿les concederá quizá lo que tú amas en este mundo: vivir muchos años, llegar a viejo? No caes en la cuenta de que si optas por llegar a la vejez, eliges algo que cuando llegue te quejarás. Que no te diga tu alma malvada, o débil, o todavía ignorante: ¿Cómo puede ser verdad que El Señor ama la justicia, y no abandona a sus santos? Es cierto que no abandonó a los tres jóvenes que en el horno encendido lo alababan; el fuego ni les tocó23. ¿Pero acaso los Macabeos no eran santos suyos, porque perecieron en el fuego en su carne, no en su fe?24 Pero esto, replicas, encierra una cuestión más profunda, dado que ellos no desfallecieron en su fe, y no obstante Dios los abandonó. Escucha lo que sigue: Serán eternamente conservados. Tú les concedías pocos años, y si el Señor se los hubiese aumentado, te parecería que no habría abandonado a sus santos. De una forma evidente no abandonó a los tres jóvenes, y a los Macabeos de forma oculta; a aquellos les concedió la vida para confundir a los infieles; a estos, en cambio, los coronó ocultamente, para hacer justicia de la impiedad del perseguidor; pero ni a unos ni a otros abandonó, él, que no abandona a sus santos. Porque nada grande recibieron los tres jóvenes, si no hubieran sido conservados eternamente. Serán eternamente conservados.
10. Pero los malvados serán castigados, y la descendencia de los impíos perecerá. Así como la descendencia del bueno será bendecida, así también la descendencia de los impíos perecerá. Porque la descendencia de los impíos, son las obras de los impíos. Vemos también al hijo de un impío que prospera en el siglo, y a veces se hace justo y prospera en Cristo. Mira cómo lo entiendes, para que puedas abrir el techo y presentarte ante Cristo; No lo hagas en sentido carnal, pues te engañarías. Pero la descendencia de los impíos, es decir, todas las obras de los impíos, perecerán, no conseguirán fruto. Algo valen durante algún tiempo; luego buscarán, y no encontrarán lo que ejecutaron. Y esta será la voz de los perdedores de sus obras: ¿De qué nos valió la soberbia, o qué provecho sacamos de la jactancia de las riquezas? Todo aquello pasó como una sombra25. Por tanto la descendencia de los impíos perecerá.
11. [v.29] Los justos poseerán la tierra en herencia. Que de nuevo no te domine secretamente la avaricia, prometiéndote una hermosa quinta, no sea que lo que aquí se te pide que lo desprecies, lo vayas a esperar en la otra vida. La tierra se refiere a la de los vivientes, al reino de los santos. A ella se alude cuando se dice: Tú eres mi esperanza y mi porción en la tierra de los vivientes26. Así que si tu vida es esa, deduce qué clase de tierra vas a recibir. Aquella es la tierra de los que viven, esta es la tierra de los que mueren, y que recibirá muertos a los que alimentó en vida. Aquella tierra será como lo es la misma vida: si la vida es eterna, eterna será la tierra. ¿Cómo va a ser una tierra eterna? Y habitarán en ella por los siglos de los siglos. Por tanto será una tierra distinta donde habitaremos por los siglos de los siglos. Pues de esta se dijo: El cielo y la tierra pasarán27.
12. [v.30—32] La boca del justo medita la sabiduría. Ese es su pan; mirad con qué agrado come este justo, y cómo paladea en su boca la sabiduría. Y su lengua habla justicia. La ley de su Dios está en su corazón. No vayas a pensar que tiene en su boca lo que falta en su corazón; ni lo cuentes entre aquellos de los que se dijo: Este pueblo me honra con los labios, pero su corazón está lejos de mí28. Y su lengua habla justicia. La ley de su Dios está en su corazón. ¿Y qué beneficios le reporta? Y no tropezarán sus pasos. La palabra de Dios en el corazón libra de todo lazo, la palabra de Dios en el corazón, libra del mal camino, la palabra de Dios en el corazón, libra de la ruina. Contigo está aquel cuya palabra de ti no se aparta. ¿Qué mal va a sufrir aquel a quien Dios custodia? Pones un guarda en la viña y estás seguro contra los ladrones; no obstante el tal guarda puede dormirse, o traicionarte y dar paso al ladrón. Pero no duerme ni dormita el guardián de Israel29. La ley de su Dios está en su corazón, y sus pasos no tropezarán. Puede ya vivir seguro, también en medio de los malos, también en medio de los impíos vivirá seguro. ¿Qué daño le podrá causar el impío o el malvado al justo? Mira cómo sigue: El pecador espía al justo, y busca cómo darle muerte. Dice lo que en el libro de la Sabiduría se había profetizado: Nos desagrada hasta el verlo, porque su vida es diferente de la de los demás30. Busca matarlo. ¿Y qué? El Señor que lo guarda, que vive con él, que no se aparta de sus labios, ni de su corazón, ¿lo va a abandonar? Dónde queda entonces lo dicho más arriba: ¿Y no abandona a sus santos?
13. [v.33] El pecador, pues, espía al justo, y busca cómo darle muerte; pero el Señor no lo abandonará en sus manos. Entonces, ¿por qué abandonó a los mártires en manos de los impíos? ¿Por qué obraron con ellos a su antojo? A algunos los mataron a espada, a otros los crucificaron, a otros los arrojaron a las fieras, a otros los quemaron, y, cargados de cadenas, a otros los hicieron expirar tras una prolongada tortura. Sin duda que el Señor no abandona a sus santos: Pero el Señor no lo abandonará en sus manos. Todavía más, ¿cómo es que dejó a su Hijo en manos de los judíos? También ahora debes abrir el techo31, si quieres que sean sanados todos tus miembros interiores; acércate al Señor; mira lo que otro pasaje de la Escritura dice, previendo que el Señor iba a sufrir a manos de los impíos: La tierra fue entregada en manos de los impíos32. ¿Qué quiere decir La tierra fue entregada en manos de los impíos? Que la carne fue entregada en manos de los perseguidores. No abandonó Dios al justo en esa ocasión; de la carne apresada libra al alma invicta. Habría entregado Dios a su justo en manos del impío, si le hubiera hecho consentir con el impío; contra ese mal ruega en otro salmo, diciendo: No me entregues, Señor, al malvado, según mi deseo33. Es necesario que por tu deseo no seas entregado al pecador, no sea que al desear la vida presente, caigas en sus manos, y pierdas la vida eterna. ¿Por qué deseo no ha de ser entregado al malvado? Por aquel del que nuevamente se dice: Y no he deseado el día del hombre, tú lo sabes34. Quien desea, quien anhela el día del hombre, cuando le amenazó el enemigo con quitarle el día humano, porque lo va a matar, y va a perder esta vida; el que no espera otra vida, se acobarda y consiente con el enemigo. Pero el que escucha al Señor, que dice: No temáis a los que matan el cuerpo y no pueden matar el alma, aunque la tierra sea entregada en manos del malvado, una vez capturada la tierra, el espíritu queda libre; y una vez liberado el espíritu, la tierra resurgirá. El espíritu se vuelve hacia el Señor, y la tierra hacia el cielo. Nada se pierde de aquella tierra que fue entregada temporalmente en manos del impío. Los cabellos de vuestra cabeza están contados35. Luego hay seguridad, pero si Dios está en el interior. Porque si al diablo se le expulsa, Dios está dentro. Pero el Señor no lo abandonará en sus manos. Ni lo condenará, cuando sea juzgado. Algunos códices dicen así: Y cuando lo juzgue, él será juzgado. Este él significa cuando se le hace juicio a él. Es como si conversando le decimos a uno: —Júzgame a mí, o sea, oye mi causa. Pues cuando haya comenzado Dios a oír la causa de su justo, puesto que todos tenemos que comparecer ante el tribunal de Cristo, allí presentes, para que cada uno reciba el bien o el mal, según su comportamiento mientras vivía en este cuerpo36; cuando, pues, se haya llegado a ese juicio, a él no lo condenará, aunque haya dado la impresión de ser condenado durante algún tiempo por el hombre. Aunque el procónsul haya sentenciado contra Cipriano, una cosa es la cátedra terrena, y otra el tribunal de los cielos; del inferior recibió la condena, del superior la corona. Y no lo condenará cuando sea juzgado.
14. [v.34—36] ¿Y cuánto sucederá esto? No pienses que va a ser ahora: ahora es tiempo de bregar, es tiempo de sembrar, es el tiempo del frío; aunque andes entre vientos, aunque estés en medio de la lluvia, siembra; no seas perezoso; vendrá el verano que te traerá alegría, y te alegrarás de haber sembrado. Y ahora ¿qué he de hacer? Espera en el Señor. Y al esperar, ¿qué debo hacer? Sigue sus caminos. Y si los sigo ¿qué recibiré? Y te exaltará para que poseas como herencia la tierra. ¿Qué tierra? De nuevo te diré que no se te ocurra pensar en alguna finca. Se trata de aquella de la que se ha dicho: Venid, benditos de mi Padre, tomad posesión del reino que os está preparado desde el comienzo del mundo37. Y de todos aquellos que nos oprimieron, entre los cuales nos habíamos lamentado, cuyos escándalos toleramos, por quienes mientras se ensañaban contra nosotros, hemos orado en vano, ¿qué será de ellos? Sigue diciendo el texto: Verás cómo perecen los pecadores. ¡Y qué cerca lo has de ver!: tú estarás a la derecha, ellos a la izquierda. Esto es cosa de los ojos de la fe. Los que carecen de estos ojos de fe, les duele la felicidad de los malvados, y piensan que ellos han sido buenos en balde, ya que ven prosperar aquí a los impíos. En cambio, el que tiene esa mirada de fe, ¿qué dice? Vi a un impío encumbrarse y se elevaba por encima de los cedros del Líbano. Piensa que se encumbró, que se elevó; ¿y qué sigue? Pasé, y ya no estaba; lo busqué y no se encontró su lugar. ¿Por qué no estaba, por qué no se encontró su lugar? Porque pasaste. Si continúas pensando materialmente, si esta felicidad te parece que es la verdadera, todavía no has pasado, o bien eres igual que él o inferior. Avanza y pasa; y cuando hayas avanzado y pases, lo miras con fe, y dirás para tus adentros: Realmente este ya no es el que tanto se hinchaba; algo así como si pasases junto al humo. Así es; y esto ya se dijo en este mismo salmo más arriba: Se disiparán como se disipa el humo38. El humo se alza a las alturas, y llega a ser un globo hinchado; cuanto más sube, tanto más se hincha. Pero cuando hayas pasado, mira detrás de ti: el humo estará detrás de ti, si tienes a Dios delante. No mires atrás movido por el deseo, como miró la mujer de Lot, y se quedó en el camino39; tú mira con desprecio, y verás cómo el impío no está en parte alguna, y andarás buscando su lugar. ¿Su lugar cuál es? Aquel en el que ahora tiene poder, tiene riquezas, tiene un cierto prestigio en los asuntos humanos, de manera que muchos le reverencian, y cuando manda le obedecen. Este puesto no permanece, sino que pasa, y así tú podrás decir: Pasé y ya no estaba. ¿Qué significa pasé? Avancé, llegué a las cosas del espíritu, entré en el santuario de Dios, hasta comprender las realidades finales40: Y ya no estaba, lo busqué y no se encontró su lugar.
15. [v.37] Conserva la inocencia. Mantenla como mantenías la bolsa cuando eras avaro; como sujetabas la bolsa para que no te la arrebatase el ladrón, así conserva la inocencia, para que no te la arrebate el diablo. Que ella sea un patrimonio seguro tuyo; ella hace ricos incluso a los pobres. Conserva la inocencia. ¿De qué te sirve ganar oro, si pierdes la inocencia? Conserva la inocencia y ve la rectitud. Ten ojos rectos para ver la rectitud; no depravados, con los que verás a los malos y torcidos, y Dios te llegará a parecer torcido y depravado, porque favorece a los impíos y persigue a los fieles. ¿No te das cuenta de lo torcido que estás viendo? Endereza tus ojos y ve la rectitud. ¿Qué rectitud? No vuelvas tu atención a lo presente. ¿Y entonces qué verás? Porque para el hombre pacífico se ha dejado algo. ¿Qué quiere decir que se ha dejado algo? Cuando mueras, no estarás muerto: esto es lo que significa que se ha dejado algo. Algo habrá para él aun después de esta vida; es lo mismo que aquella descendencia que será bendita. Por eso dice el Señor: El que cree en mí, aunque haya muerto vivirá41. Porque se ha dejado algo para el hombre pacífico.
16. [v.38] Los malvados perecerán todos juntos. ¿Qué significa todos juntos? que perecerán para siempre; o también que perecerán todos a la vez. Lo que se ha dejado para los impíos será aniquilado. Sin embargo sí se ha dejado algo para el hombre pacífico; luego los que no son pacíficos, son impíos. Dichosos los pacíficos, porque serán llamados hijos de Dios42.
17. [v.39.40] La salvación de los justos viene del Señor; él es su protector en el tiempo de la tribulación; y el Señor los ayudará, y los salvará, y los libra de los pecadores. Toleren ahora los justos a los pecadores, tolere el trigo a la cizaña, tolere al grano a la paja; vendrá el tiempo de la separación, y la buena semilla será apartada de lo que ha de ser consumido por el fuego; una será llevada al granero, y la otra a la eterna hoguera; porque así vivieron juntos en un principio el justo y el injusto, de manera que uno pusiera asechanzas, y el otro fuera probado, y después, el uno será condenado y el otro será coronado.
18. Gracias a Dios, hermanos, que ya hemos saldado la deuda en nombre de Cristo, aunque la caridad nos mantiene siempre deudores. Porque sólo ella es de tal condición, que aunque estemos pagando a diario, siempre estamos en deuda. Muchas cosas hemos dicho contra los donatistas, muchas os he leído, muchos documentos, muchos al margen del canon de las Escrituras, ellos nos obligaron. Y si nos echan en cara que os haya leído tales cosas, que me lo echen a mí; lo importante es que vosotros os instruyáis. A ellos en este punto les podemos contestar: He sido un insensato, vosotros me obligasteis43. Pero ante todo, hermanos, conservad nuestra herencia, con la seguridad de que estamos en el testamento de nuestro Padre, no en cualquier documento frívolo de un hombre cualquiera, sino en el testamento de nuestro Padre. Sí, estamos seguros porque el que hizo el testamento, está vivo; el que hizo testamento a favor de su heredero, él será el juez de su propio testamento. Entre los humanos, uno es el testador y otro el juez; y, sin embargo, el que posee el testamento, gana el juicio ante otro juez, pero no ante el que está muerto. ¡Qué segura es nuestra victoria, cuando el juez será el mismo testador! Porque Cristo, aunque estuvo muerto por un tiempo, ahora vive por toda la eternidad.
19. Que hablen contra nosotros lo que quieran; nosotros amémoslos aunque ellos no lo quieran. Ya conocemos sus lenguas, hermanos, sí, ya las conocemos; no nos enojemos por ello, soportadlo juntamente conmigo. Al ver que su causa no tiene ningún fundamento, dirigen sus lenguas contra mí y comienzan a acusarme de muchas cosas malas, unas que las saben y otras que no las saben. Las que saben son cosas mías pasadas: porque yo, hace tiempo, fui, como dice el Apóstol, un insensato y un incrédulo, alejado de toda obra buena44. No lo niego, yo estuve metido en un perverso error, con insensatez y locura; y así como no niego mi pasado, tanto más alabo a Dios, que ya me ha perdonado. Entonces, ¿por qué tú, hereje, abandonas la causa y te enfrentas al hombre? ¿Qué soy yo, a ver, qué soy? ¿Acaso soy yo la Iglesia Católica? ¿Soy yo, quizás, yo la heredad de Cristo, extendida por las naciones? Me basta con estar en ella. Tú censuras mis males pasados, ¿y qué haces de extraordinario? Yo soy más severo con mis propios males que tú; lo que tú censuras, yo ya lo he condenado. ¡Ojalá quisieras imitarme, para que tu error por fin sea del pasado! Estos son mis males pasados, conocidos por ellos, sobre todo en esta ciudad. Aquí fue donde viví mal, lo confieso; y así como me gozo en la gracia de Dios, ¿qué voy a decir de mis pecados pasados? ¿Me duelo de ellos? Lo haría si todavía estuviese en ellos. ¿Qué diré entonces?, ¿que me alegro? Tampoco esto lo puedo decir; ¡Ojalá no hubiera jamás estado en tal situación! Pero lo que fui, ya es algo pasado por el nombre de Cristo. Pero lo que ahora ellos censuran, no lo conocen. Hay todavía cosas que censurar en mí; pero estas están muy lejos de conocerlas. Tengo que esforzarme mucho para controlar mis pensamientos, luchando contra las malas inclinaciones que me vienen, con una pugna larga y casi sin tregua contra las tentaciones del enemigo, que quiere derribarme. Lanzo gemidos a Dios en mi flaqueza. Bien conoce lo que se origina en mi corazón, él, que conoce cómo yo he sido engendrado. A mí no me importa lo más mínimo ser juzgado por vosotros o por un juicio humano, dice el Apóstol; es más, ni yo mismo me juzgo45. Mejor que ellos me conozco yo a mí, pero Dios me conoce todavía mejor que yo. Que no os insulten, pues, a vosotros por causa mía, no lo permita Cristo. Dicen: ¿Quiénes son? ¿De dónde vienen? Nosotros aquí los hemos conocido como mala gente. ¿Dónde se han bautizado? Si me conocen bien, saben que me marché navegando hace tiempo; saben que me fui al extranjero; saben que cuando me marché, luego volví cambiado. No me bauticé aquí. La iglesia donde fui bautizado la conoce el mundo entero. Además, hay muchos hermanos míos que saben que me bauticé, y ellos se bautizaron conmigo. Con razón ignoran ellos que en ultramar he sido bautizado en Cristo, ya que más allá del mar no tienen a Cristo. A Cristo lo tiene en ultramar, el que en ultramar mantiene la comunión con la Iglesia universal. ¿Cómo puede uno conocer el lugar de mi bautismo, cuando su comunión apenas atraviesa el mar? No obstante, hermanos míos, ¿qué les voy a decir? —Sospechad lo que queráis de mí. Si soy bueno, en la Iglesia de Cristo soy trigo; si malo, soy paja en la Iglesia de Cristo, pero no me aparto de la era. Y tú, que por el viento de la tentación volaste fuera, ¿qué eres? El trigo no lo lleva el viento de la era. Deduce, pues, lo que eres, del lugar en que estás.
20. Pero tú, replicará, que tanto echas contra nosotros, ¿quién eres? —Sea yo quien sea, pon atención a lo que se dice, no a quién lo dice. Y él dirá: —Pero al pecador le dice Dios: ¿Por qué tomas en tu boca mi testamento?46 Bien, que diga esto Dios al pecador; tal vez hay una clase de pecadores a la que con razón le diga esto el Señor; pero a cualquiera que diga esto el Señor, lo dice porque al pecador nada le aprovecha hablar de la ley de Dios. Y a los que lo oyen ¿tampoco les aprovecha? A unos y a otros tenemos en la Iglesia, buenos y malos, lo dice el Señor. Cuando predican los buenos ¿qué dicen? Sed imitadores míos, como yo lo soy de Cristo47. ¿Y qué se dice de los buenos? Sé un modelo para los fieles48. En esto pongo yo mi empeño; ahora bien, sólo aquel a quien yo dirijo mis gemidos conoce lo que soy. De los malos, en cambio, se dice otra cosa: En la cátedra de Moisés se sentaron los escribas y los fariseos; haced lo que ellos dicen, pero no imitéis sus obras49. Ya ves cómo en la cátedra de Moisés, a la cual sucedió la de Cristo, se sientan también los malos; y no por decir cosas buenas perjudican a los oyentes. ¿Por qué tú, a causa de los malos, abandonaste esta cátedra? Vuelve a la paz, vuelve a la concordia, que a ti nada te molesta. Si yo hablo cosas buenas y hago el bien, imítame; pero si lo que digo no lo hago, tienes el consejo del Señor: haz lo que digo, no imites lo que hago; pero no te apartes de la cátedra católica. Mirad que yo procuro caminar en el nombre de Cristo, y han de decir muchas cosas. ¿Con qué objeto? De momento no tengáis en cuenta mi causa. A ellos no les respondáis más que esto: Hermanos, ateneos a los hechos. El obispo Agustín está en la Iglesia Católica, lleva su propia carga, y ha de dar cuenta a Dios: lo he conocido entre los buenos; si es malo, él lo sabe; y si es bueno, no por eso pongo en él mi esperanza. Esto es lo primero que he aprendido en la Católica: a no poner mi esperanza en el hombre. Con razón vosotros reprendéis a los hombres, porque habéis puesto vuestra esperanza en el hombre. Así que cuando me reprendan, no les hagáis caso. Bien sé qué lugar ocupo en vuestro corazón, porque también sé el lugar que vosotros ocupáis en el mío. No luchéis por mí contra ellos. Digan lo que digan de mí, olvidadlo al instante, no sea que preocupados por mi defensa, abandonéis la vuestra. Esto lo hacen con astucia: al no querer y temer que hablemos de la causa misma, nos ponen delante algo que nos aparte de ella; así, cuando intentamos justificarnos, callamos lo que los ha de convencer. Porque si tú me llamas malo, yo respondo con innumerables cosas; no, deja eso, vete a lo importante, pon atención en defender la Iglesia, fíjate dónde te encuentras. Recibe hambriento la verdad de cualquier parte que te venga, no sea que el pan no te llegue nunca, al estar siempre buscando en el plato, con altanería y calumnias, algo que reprender.