Traducción: Miguel F. Lanero, o.s.a y Enrique Aguiarte Bendímez, o.a.r.
1. Sobre este salmo se me mandó hablar a vuestra caridad, y debo obedecer. Quiso el Señor, por las copiosas lluvias, retrasar mi partida, y se me impuso que mi lengua no estuviera ociosa para vosotros, estando, como está mi corazón ocupado con vosotros, como el vuestro conmigo. Habíamos ya hecho notar la voluntad de Dios en este salmo: qué nos quiere enseñar, qué amonestar, contra qué estar alerta, qué debemos tolerar y qué esperar. Porque en esta tierra y en esta vida hay dos clases de hombres, los buenos y los inicuos, y todos están mezclados. Cada uno de estos dos géneros tiene sus propias intenciones en el corazón. La clase de los buenos intenta conseguir las cosas sublimes por la humildad; la clase de los inicuos tienden hacia lo bajo por el orgullo. Unos se abajan y suben, los otros se elevan y caen. Resulta de ello que una clase tolera, mientras la otra es tolerada; y el deseo de los buenos es ganar incluso a los inicuos para la vida eterna, mientras que la intención de los inicuos es devolver mal por bien, y a los que buscan para sí la vida eterna, privarlos, si fuera posible, incluso de la vida temporal. Con dolor soporta el malo al bueno, y el bueno al malo. Son un peso los unos para los otros. Nadie duda que son un peso los unos para los otros, pero con diversas intenciones. El bueno es un peso para el malo, porque desea que deje de ser malo, y se convierta en bueno: lo desea con sus oraciones, y lo intenta con obras; el malo, en cambio, de tal manera odia al bueno, que prefiere que desaparezca, que no exista el bueno. Ya el hecho de ser bueno es un gran peso para su iniquidad. Y además se esfuerza para hacerlo malo, si fuera posible, y si no, quitarle de en medio, y librarse así de esa carga y esa molestia. Pero aunque lograra hacerlo malo, no por eso la carga se le quitaría de encima. Porque el bueno no sólo es una carga para el malo, sino que también dos malos apenas se soportan; y cuando parecen amarse, ello se debe a la mutua complicidad, no a la amistad. Están de acuerdo entre sí únicamente cuando conspiran para la ruina del bueno, no porque se aman, sino porque ambos odian al que deberían amar. Contra esta clase de hombres el Señor nuestro Dios nos ordena la tolerancia y aquel afecto de caridad que conocemos por el Evangelio, cuando nos ordena el Señor con estas palabras: amad a vuestros enemigos y haced el bien a los que os odian1. Lo mismo que el Apóstol: No te dejes vencer por el mal, sino vence al mal con el bien2. Combate el mal, pero con la bondad. Ese es el verdadero combate, o más bien la lucha saludable, cuando el bueno está en contra del malo, en lugar de que haya dos malos.
2. [v.12—13] Volved, pues, la atención al salmo. Los primeros versos ya están explicados. Sigamos con estos otros. El pecador espiará al justo, y rechina sus dientes contra él; pero el Señor se reirá de él. ¿De quién? Sin duda que del pecador que rechina sus dientes contra el bueno. ¿Y cómo el Señor se reirá de él? Porque ve que le llega su día. Parece cruel, al amenazar al bueno cuando él ignora si llegará a la hora siguiente; pero el Señor sí la ve y conoce bien su día. ¿Qué día? Aquel en el que retribuirá a cada uno según sus obras3. Está atesorando para sí mismo ira para el día de la ira y de la manifestación del justo juicio de Dios4. Pero el Señor lo conoce, y tú no lo conoces; te lo ha manifestado el que lo conoce. Tú desconocías el día del malo, en el que pagará sus penas; pero el que lo conoce no te lo ocultó. No es despreciable el conocimiento de quien está unido al que sabe. Él tiene ojos de conocimiento, tenlos tú de credulidad. Lo que Dios está viendo, tú créelo. Al malo, pues, le llegará el día, conocido por Dios. ¿Qué día? El de la retribución de cada uno. Es necesario que se retribuya al impío, que se retribuya al malo, sea que se convierta o que no se convierta. Porque si se hubiera convertido, es esto lo que se le retribuye: el que ha desaparecido su iniquidad. ¿No se rió el Señor conociendo los días de dos inicuos, Judas el traidor, y Saulo el perseguidor?5 Conoció el día de uno para su castigo, y el del otro para su justificación. En ambos hubo retribución; el primero fue destinado al infierno; el segundo fue derribado por una voz del cielo. Por tanto, también tú que soportas al malo, por los ojos de la fe conoce, junto a Dios, su día; y cuando adviertas que se ensaña contra ti, di para tus adentros: este, o se corrige, y estará conmigo, o, si persevera así, conmigo no estará.
3. [v.14—16] Entonces ¿qué? ¿Te perjudica a ti la maldad del malo, y no a él? ¿Cómo puede ser que su iniquidad, que se dirige, por su indignación y odio, a herirte a ti, no le devaste primero a él en su interior, antes de afectarte a ti externamente? La adversidad es la que daña tu cuerpo, y la iniquidad hace que se pudra su alma. Porque todo lo que él exterioriza contra ti, se vuelve contra él. Su persecución a ti te purifica, y a él lo hace culpable. ¿A quién daña más? Supongamos que con crueldad él te despoja de tus bienes; ¿quién queda más perjudicado: el que pierde su dinero, o el que pierde la fe? Saben lamentar estos daños quienes poseen el ojo interior. Porque para muchos tiene brillo el oro, pero no la fe. Algunos, es así, tienen ojos para ver el oro, pero no los tienen para ver la fe. Porque si los tuvieran, y lograran verla, sin duda la amarían más; y sin embargo, cuando la fe se les viene abajo, vocean, envidian, y dicen: ¡Oh, La fe! ¿Dónde está la fe? Tú la amas para reclamarla; ámala para mostrarla. Y como todos los que persiguen a los buenos se causan un daño más grave a sí mismos, y se hieren con un sufrimiento más doloroso, al devastar sus almas, el salmo prosigue y lo dice: Los pecadores desenvainaron la espada y tensaron su arco para abatir al desvalido y al pobre, para asesinar a los rectos de corazón. Su espada entrará en su corazón. Es fácil que su espada, es decir, su estoque llegue a clavarse en tu cuerpo, como la espada de los perseguidores llegó a clavarse en el cuerpo de los mártires; pero, herido el cuerpo, su corazón quedó ileso; en cambio el corazón del que desenvainó la espada contra el cuerpo del bueno, no quedó en absoluto ileso. Lo atestigua este salmo. No afirma que la espada no se les clave en el cuerpo, sino: Su espada entrará en su corazón. Quisieron matar el cuerpo, pero morirán en el alma. Y a aquellos, cuyos cuerpos querían destruir, el Señor les dio seguridad, diciéndoles: No temáis a los que matan el cuerpo, pero no pueden matar el alma6. ¿De qué les sirve ensañarse con la espada, y no poder matar sino el solo cuerpo del enemigo, con el riesgo de matar la propia alma? Han perdido el juicio, se ensañan contra sí mismos, están locos al no tenerse en cuenta a sí mismos. Es como si uno quisiera desgarrar la túnica de alguien, atravesando su propio cuerpo con la espada. Te fijas adónde llegaste, pero no miras por dónde pasaste. Destrozaste la túnica del otro a costa de tu propia carne. Es evidente, pues, que es mayor el daño que los inicuos se hacen a sí mismos, y que se perjudican más de lo que creen ellos perjudicar a quienes odian. Así es: Su espada entrará en su corazón. Sentencia es del Señor, no puede suceder de otra manera. Y sus arcos se romperán. ¿Qué quiere decir que sus arcos se romperán? Que sus intrigas caerán en el fracaso. Más arriba había dicho: Los pecadores desenvainaron la espada y tensaron el arco. Al decir desenvainaron la espada quiso dar a entender la lucha declarada; con el arco quiso dar a entender las ocultas asechanzas. Mirad cómo su propia espada lo destruye a él, y la trama de sus asechanzas es un fracaso. ¿Qué quiere decir que fracasa? Que al justo no le hace ningún daño. ¿Cómo puede ser que no le haga daño, cuando, por ejemplo, al que ha le ha despojado, quitándole sus pertenencias lo redujo a la penuria? Porque tiene algo que puede cantar: Es mejor el poco del justo, que las muchas riquezas de los pecadores.
4. [v.17] Pero los malvados son poderosos, y logran muchas cosas, y tienen éxito en sus empresas; todo lo logran con rapidez, sus órdenes son obedecidas inmediatamente. Pero ¿será siempre así? Porque a los pecadores se le romperán los brazos. Sus brazos son su fuerza. ¿Y qué hará el malvado en el infierno? ¿No será como aquel rico, que banqueteaba en la tierra, y era atormentado en los infiernos?7 Porque sus brazos se les romperán. Pero a los justos los sostiene el Señor. ¿Cómo los sostiene? ¿Qué les dice? Lo que se expresa en otro salmo: Espera en el Señor, actúa varonilmente y tu corazón será confortado, espera en el Señor8. ¿Qué significa: Espera en el Señor? Tus fatigas son temporales, en la eternidad ya no las tendrás; tus tribulaciones son momentáneas, tu alegría será eterna. Pero ¿comienzas a caer en medio de las tribulaciones? Se brinda el ejemplo de los sufrimientos que también Cristo pasó. Mira lo que por ti sufrió el que no tenía ninguna causa por la que sufrir. Por mucho que sufras, nunca llegarás a sus insultos, a sus azotes, a su vestidura de burla, a su corona de espinas; no llegarás, en fin, a su cruz, puesto que ya fue abolida del castigo de la humanidad. En la antigüedad los criminales eran crucificados, ahora ya no lo es nadie. La cruz ha sido honrada y ya concluyó. Terminó como pena y permanece como gloria. Pasó de ser un lugar de tortura, a estar en las frentes de los emperadores. El que tanto honor otorgó a sus suplicios, ¿qué reserva para sus fieles? Así pues, con todo esto, con estas palabras, con estos discursos, con un ejemplo tal, el Señor sostiene a los justos. Ensáñense los pecadores cuanto quieran, cuanto se les permita: El Señor sostiene a los justos. Lo que le suceda al justo, atribúyalo a la divina voluntad, no al poder del enemigo. Podrá este encarnizarse: herir al justo, si el Señor no quiere, no lo podrá. Y si quiere que sea herido, sabe cómo acoger al que le pertenece: Porque Dios al que ama lo corrige; castiga a todo el que recibe por hijo9. Entonces ¿por qué se va a congratular el impío de que mi Padre haya hecho de él mi castigo? A él lo tomó como servidor, a mí me educa para su herencia. No debemos considerar lo que permite a los malvados, sino cuánto reserva a los buenos.
5. Sin embargo debemos desear que se conviertan incluso aquellos que nos castigan, y que a su vez ellos sean también castigados. Así era como educaba a sus fieles, quien de Saulo se había hecho un flagelo, pero luego también Saulo se convirtió. Y luego, al decirle al santo que lo bautizó, Ananías, que era un vaso de elección, respondió Ananías, lleno de temor y horrorizado por la fama que le había llegado de Saulo como perseguidor: He oído, Señor, cuántas persecuciones ha tramado este individuo en Jerusalén contra tus santos, y ahora, con permiso escrito, anda buscando a todos los que invocan tu nombre, para apresarlos y llevarlos a los sumos sacerdotes. Y sin embargo, el Señor le dijo: Quédate tranquilo; yo le voy a mostrar cuánto tiene que sufrir por mi nombre10. Yo le daré su merecido, dijo; me vengaré de él, y padecerá por mi nombre quien contra mi nombre se había encarnizado. Por él educo y he educado a otros: ahora lo voy a educar por medio de otros. Esto se realizó, y sabemos cuánto tuvo que padecer Saulo, mucho más de lo que él había hecho; como avaro recaudador recibió con intereses lo que había entregado.
6. Pero fíjate a ver si se cumplió en él lo que decía el salmo hace un momento: Pero el Señor sostiene a los justos. No sólo esto, dice el mismo Pablo refiriéndose a los muchos males que padecía, sino que nos gloriamos de las tribulaciones, sabiendo que la tribulación produce paciencia; la paciencia, la probación; la probación, esperanza, y la esperanza no defrauda, porque el amor de Dios ha sido derramado en nuestros corazones por el Espíritu Santo que se nos ha dado11. Está bien; ya ha pasado a ser del todo un hombre justo, ya está sostenido por el Señor. Por eso, lo mismo que quienes le perseguían, estando ya sostenido por el Señor, no le causaban ningún daño, así tampoco él dañaba a los que antes perseguía. El Señor —dice— sostiene a los justos. Escucha otras palabras del justo apoyado por Dios: ¿Quién nos separará del amor de Cristo? ¿La tribulación, la angustia, el hambre, la desnudez, la persecución?12 ¿Cómo estaba tan unido a él, que tales sufrimientos no le separaban? Porque el Señor sostiene a los justos. Habían bajado de Jerusalén unos profetas, y llenos del Espíritu Santo, le profetizaron al mismo Pablo que iba a padecer mucho en Jerusalén; hasta el punto de que uno de ellos, llamado Ágabo, soltándole el cinturón, comenzó a atarse a sí mismo, como suele hacerse, de manera que con estos signos el profeta revelaba el futuro, y decía: Tal como me veis atado, así han de atar a este hombre en Jerusalén13). Y los hermanos, ante este oráculo, comenzaron a disuadir a Saulo, ya Pablo, así advertido, para que no se expusiese a tamaños peligros, aconsejándole y rogándole que retirase su intención de ir a Jerusalén. Pero él, que ya pertenecía al número de quienes se dijo: Pero el Señor sostiene a los justos, respondió: ¿Por qué me quebrantáis el corazón? No considero mi vida como algo precioso para mí. Ya antes a los que había dado a luz en el Evangelio, les había dicho: Yo mismo me gastaré por vuestras almas14. Estoy dispuesto, dice él, no sólo a ser atado, sino también a morir por el nombre del Señor Jesucristo15.
7. [v.18] Así pues, El Señor sostiene a los justos. ¿Cómo los sostiene? Conoce el Señor los caminos de los que no tienen mancha. Cuando les toca sufrir, los ignorantes, los que no saben distinguir las sendas de los que no tienen mancha, creen que van por malos caminos. Pero Dios, que sí las conoce, sabe por qué recto sendero va conduciendo a sus mansos. De ahí que diga en otro salmo: Dirigirá a los humildes en el juicio, enseña a los mansos sus caminos16. ¿Por qué pensáis que los transeúntes despreciaban al pobre ulceroso que yacía a la puerta del rico?17 ¿Por qué creéis que a este, tal vez le escupían tapándose la nariz? El Señor sabía que a él le reservaba el paraíso. ¡Y cómo deseaban ellos para sí la vida del que vestía púrpura y lino, y banqueteaba espléndidamente a diario! Pero el Señor veía cuándo le iba a llegar su día, y conocía cómo iba a ser atormentado, y con tormentos sin fin. Por eso: El Señor conoce los caminos de los que no tienen mancha.
8. Y su herencia será eterna. Esto nosotros lo tenemos por la fe. Pero ¿acaso el Señor también lo conoce por la fe? El Señor conoce todas esas cosas con tanta claridad, que nosotros no podemos explicarlo ni siquiera cuando seamos como los ángeles. Porque no nos será tan claro a nosotros lo que se nos ha de manifestar, como a aquel que es inmutable. Y de nosotros ¿qué se ha dicho? Queridos, ahora somos hijos de Dios, y todavía no se ha mostrado lo que seremos; sabemos que cuando se muestre, seremos semejantes a él, porque le veremos tal cual es18. Se nos reserva, pues, no sé qué espectáculo absolutamente dulce; y si lo podemos imaginar de algún modo enigmáticamente y como reflejado en un espejo, no es posible expresar la hermosura de aquella dulzura, reservada por Dios a los que le temen, y prepara a los que tienen en él puesta su esperanza19. Es esto lo que anhelan nuestros corazones en todas las tribulaciones y tentaciones de esta vida. No te extrañes que te estés preparando con sufrimientos. Te preparas para algo grande. Por eso he aquí las palabras de un justo sostenido por Dios: Los sufrimientos del tiempo presente no tienen comparación con la futura gloria que se revelará en nosotros20. ¿Cuál será nuestra futura gloria, sino el ser igualados a los ángeles, y ver a Dios? ¿Qué favor no le hace a un ciego el que le sana los ojos, para que pueda ver esta luz? Cuando llega a verse sano, no encuentra nada digno de retribución para el que lo ha sanado; por mucho que le dé, ¿qué se podrá comparar con lo que el otro le dio? Puede darle mucho, darle oro, mucho oro le puede dar; sin embargo de él recibió la luz. Para que pueda darse cuenta de que no es nada lo que le da, que mire en las tinieblas lo que le da. ¿Y qué le daríamos nosotros al médico que nos sana los ojos interiores, para que podamos ver esa luz eterna que es él mismo? ¿Qué le podremos dar? Busquemos, encontremos, si es posible; y en la angustia de nuestra búsqueda exclamemos: ¿Cómo le pagaré al Señor por todo lo que me otorgó? ¿Y qué encontró para pagarle? Tomaré el cáliz de la salvación, e invocaré el nombre del Señor21. ¿Podéis beber —dice— el cáliz que yo he de beber?22 De aquí que diga a Pedro: ¿Me amas? Apacienta mis ovejas23, por las cuales habría de beber el cáliz del Señor. El Señor sostiene a los justos. El Señor conoce los caminos de los que no tienen mancha, y su herencia será eterna.
9. [v.19] No será defraudado en el tiempo malo. ¿Qué quiere decir No será defraudado en el tiempo malo? En el día de la tribulación, en el día de la angustia no serán defraudados; como se queda defraudado aquel a quien le falla su esperanza. ¿Qué significa turbarse? Es como decir: No conseguí lo que esperaba. Y con razón, puesto que esperabas algo de ti, o lo esperabas de un amigo; y «maldito el que pone su esperanza en el hombre»24. Estarás defraudado, porque te falló la esperanza, te falló la esperanza puesta en la mentira: porque «todo hombre es mentiroso»25. Si pones la esperanza en tu Dios, no serás defraudado; porque has puesto tu esperanza en quien no puede fallar. Entonces, aquel de quien poco antes hablé, el justo sostenido por el Señor, cuando vive tiempos de adversidad, en el día de la tribulación, dado que no quedará defraudado, ¿qué dice? Nos gloriamos en las tribulaciones, sabiendo que las tribulaciones producen paciencia, la paciencia la probación, la probación esperanza, y la esperanza no defrauda. ¿Por qué no defrauda? Porque está puesta en Dios. Por eso continúa: Porque el amor de Dios ha sido derramado en nuestros corazones por el Espíritu Santo que se nos ha dado26. El Espíritu Santo ya se nos dio, ¿cómo nos va a fallar aquel por quien tenemos una prenda tal? No serán defraudados en tiempos de adversidad; en los días de hambre se saciarán. Tienen ellos ya aquí una cierta saciedad, puesto que los días de hambre pertenecen a esta vida. Los demás pasarán hambre, pero ellos estarán saciados. ¿Cómo iba a gloriarse, diciendo: Nos gloriamos en las tribulaciones, si padeciese privaciones en su interior? Exteriormente parecían angustias, pero dentro reinaba la holgura.
10. [v.20] ¿Qué hace el hombre malo cuando empieza a sufrir? Fuera no tiene nada, se lo han arrebatado todo, y en su conciencia no hay tranquilidad alguna; no tiene adónde ir fuera, porque todo le es adverso; ni tiene adónde entrar, porque dentro lo que hay es maldad. Con razón a él le sucede lo que sigue: Porque los pecadores perecerán. Si su lugar no está en ninguna parte, ¿cómo no van a perecer? No encuentran consuelo en las realidades externas, ni lo encuentran en las internas. Están lejos de nosotros, y no les podemos dar consuelo alguno. Todos los que están sin Dios se hacen esclavos del dinero, de las amistades, de la gloria, de los valores de este mundo; y todos los bienes que son corporales no pueden dar consuelo interior; como el consuelo que tenía aquel que estaba satisfecho del alimento interior, y, como exhalando esta abundancia, decía: El Señor me lo dio, el Señor me lo quitó; todo ha sucedido según le agradó al Señor; bendito sea el nombre del Señor27. Luego esos pecadores no encuentran lugar en las cosas exteriores, porque en ellas hay sufrimientos; y la conciencia no los consuela; no se encuentran bien consigo mismos, porque no se puede uno sentir bien cuando el mal está presente. El que es malo, lo es consigo mismo; es inevitable que se torture a sí mismo siendo él mismo su tormento. Él es su propio castigo, su conciencia lo tortura. Podrá huir del enemigo adonde pueda, mas de sí mismo ¿adónde huirá?
11. Así es como vino a mí un individuo de la secta de Donato, acusado y excomulgado por los suyos, buscando aquí lo que allí había perdido. Pero como no podía ser recibido, sino en el lugar que le correspondía, porque no había abandonado la secta, como permaneciendo del todo con los suyos, y para que pareciera que lo había hecho no por necesidad, sino por libre elección —como allí—, digo, no pudo encontrar lo que buscaba, que era la vana grandeza y el falso honor, y aquí no conseguía lo que allí perdió, se perdió también a sí mismo. Gemía herido y no hallaba consolación; tenía en su conciencia horribles y secretos remordimientos. Traté de consolarlo con la palabra de Dios; pero no era de esas hormigas sabias, que en el verano se proveen para alimentarse en invierno. Cuando reina la tranquilidad, es entonces cuando el hombre debe proveerse de la palabra de Dios y guardarla en la intimidad de su corazón. Como hace la hormiga, que esconde en sus ocultas guaridas los frutos del trabajo veraniego28. Durante el verano tiene tiempo de realizar esto; llega luego el invierno, es decir, sobreviene el sufrimiento, y si dentro no tiene alimento, necesariamente perecerá de hambre. Esta persona citada, no se había aprovisionado de la palabra de Dios: llegó el invierno, que fue cuando aquí no encontró lo que buscaba, y no pudo encontrar consuelo donde únicamente lo buscaba, nunca en la palabra de Dios. En su interior ningún apoyo tenía, y fuera no encontraba lo que buscaba; se abrasaba en el ardor de la indignación y los dolores, su mente estaba violentamente agitada. Por algún tiempo lo mantuvo oculto, hasta que explotó gimiendo, de forma que lo oyeron los hermanos, aunque él lo ignoraba. Lo veíamos y nos dolía, bien lo sabe Dios, aquel gran dolor de su alma, por tamañas cruces, por aquel suplicio, por aquellos tormentos. ¿Para qué referir más? Lleno de impaciencia por su humilde puesto, podría haber allí encontrado su paz, de haberlo sabido, pero se comportó de tal modo, que incluso de allí fue arrojado. Pero no por esto debemos, hermanos, desesperar de que otros tal vez hayan elegido libremente la verdad, no obligados por la necesidad. Hasta tal punto no debemos desesperar de los demás, que yo ni de este desconfío mientras viva. No hay que desesperar de nadie mientras viva. Por este caso, hermanos, debe estar atenta vuestra caridad, no sea que alguien os diga lo contrario. De hecho un subdiácono de dicha secta eligió la paz y la unidad católica, sin que haya precedido ningún problema con él; los abandonó a ellos y se vino; y vino realmente como quien elige el bien, no como repudiado por los malos. Ha sido aceptado de tal manera que nos alegremos de su conversión y lo encomendamos a vuestras oraciones. Poderoso es el Señor para mejorarlo más y más. Por lo demás, sobre nadie debemos pronunciarnos hacia parte alguna, sea buena o sea mala. Porque mientras vivamos aquí abajo, siempre ignoramos el mañana. No serán defraudados en tiempos de adversidad, y en los días de hambre se saciarán; porque los pecadores perecerán.
12. Pero los enemigos del Señor, al momento de gloriarse y exaltarse, se desvanecerán como el humo se desvanece. Por la semejanza misma, reconoced la realidad en ella insinuada. El humo, que surge del fuego, se eleva a lo alto, y en esa misma elevación, se va hinchando más y más en forma de globo; pero cuando el globo va siendo mayor, tanto más se desvanece; de aquella magnitud, sin fundamento ni solidez, sino flotante e hinchada, se diluye en el aire y se desvanece. De aquí verás cómo su misma magnitud le trajo la ruina. Cuanto más se alza, cuanto más se extiende, cuanto más se difunde por todas partes, en un espacio mayor, tanto más se vuelve tenue, invisible y se desvanece. Pero los enemigos del Señor, al momento de gloriarse y exaltarse, se desvanecerán como el humo se desvanece. De esta clase de individuos se dijo: Lo mismo que Janés y Mambrés se enfrentaron a Moisés, así también estos se oponen a la verdad: son hombres de mente corrompida, réprobos en relación a la fe. ¿Cómo se oponen estos a la verdad, sino con la hinchazón de su soberbia, echándose al viento, ensalzándose como si fueran justos y grandes? ¿Qué dice de ellos? Lo mismo que del humo: No avanzarán nada más, pues su demencia se hará manifiesta a todos, como sucedió con la de los otros29. Pero los enemigos del Señor, al momento de gloriarse y exaltarse, se desvanecerán como el humo se desvanece.
13. [v.21] El pecador recibe prestado y no devuelve. Recibe y no restituye. ¿Qué es lo que no restituye? La acción de gracias. ¿Qué es lo que Dios quiere de ti, qué es lo que te exige, sino lo que te hace bien? ¿Y cuántas cosas recibe el pecador, por las cuales nada devuelve? Recibió la existencia, recibió el ser hombre, hay mucha distancia entre él y una bestia; recibió la contextura corporal, los distintos sentidos corporales: los ojos para ver, los oídos para oír, el olfato para oler, el paladar para gustar, las manos para tocar, los pies para andar, en fin, la salud misma del cuerpo. Pero todo esto todavía lo tenemos en común con los animales. Él ha recibido mucho más: la mente para pueda entender, captar la verdad, discernir lo que es bueno de lo malo, para que pueda indagar, desear al Creador, alabarlo y adherirse a él. Todo esto ha recibido también el pecador, pero con su mala vida no devuelve lo que debe. Luego el pecador recibe prestado y no devuelve, no devuelve a quien se lo dio, no le da gracias; peor aún, devuelve males por bienes: blasfemias, protestas contra Dios, indignación. Sí, recibe prestado y no devuelve; el justo, en cambio, se compadece y da. El otro nada tiene, este sí. Ya veis la pobreza, y veis la riqueza. Aquel recibe y no devuelve; este se compadece y da; tiene en abundancia. ¿Y si es pobre? Aun así, es rico. Fíjate únicamente en las riquezas con ojos de piedad. Te fijas en sus arcas vacías, pero no miras a su conciencia llena de Dios. Por fuera no tiene riquezas, pero su interior está lleno de amor. ¡Cuánto da por amor, y nunca se le agota! Si tiene abundancia externa, lo da su caridad, pero de lo que tiene. Si no tiene bienes materiales, reparte amabilidad, ofrece, si puede, su consejo; y si le es posible ofrece su ayuda; y si, en último término, ni ayuda ni consejo puede ofrecer, ayuda con buenos deseos, o bien ora por el que sufre. Así, tal vez es escuchado mejor él, que el otro que le ofrece un pedazo de pan. Tiene siempre de dónde dar quien tiene el pecho lleno de amor. Esta es la caridad, que se llama también buena voluntad. Dios no te exige más de lo que te dio en tu interior. La buena voluntad no puede nunca estar ociosa. Si no tienes buena voluntad, aunque te sobre el dinero, no se lo das al pobre; los mismos pobres se ayudan con buena voluntad entre sí mismos, no son infructuosos. Ves, por ejemplo, cómo un vidente guía a un ciego. No tenía dinero para dar a un pobre: prestó sus ojos al que no los tenía. ¿De dónde le vino el prestar sus miembros a quien no los tenía, sino de que interiormente tenía buena voluntad, que es el tesoro de los pobres? En ese tesoro se encuentra el descanso dulcísimo y la seguridad verdadera. No hay miedo de que un ladrón se lo robe, ni desaparezca por un naufragio. Consigo guarda lo que tiene dentro, y aunque tenga que escapar desnudo, está colmado. Así pues: El justo se compadece y da.
14. [v.22] Porque los que le bendicen poseerán la tierra en herencia. Se trata de aquel justo, el auténtico y único justo que justifica, que fue pobre en este mundo, y que trajo inmensas riquezas, con las que enriqueció a los que encontró pobres. Es el mismo que enriqueció el corazón de los pobres con el Espíritu Santo, y a las almas vacías por la confesión de sus pecados, las llenó con la abundancia de la justificación. Es el que fue capaz de hacer rico a un pescador, por abandonar las redes, despreciando lo que tenía y anhelando lo que le faltaba30. Porque Dios ha elegido a los débiles del mundo para confundir a los fuertes31. Y no obtuvo un pescador de un orador, sino un orador de un pescador, un senador de un pescador, un emperador de un pescador. Porque los que le bendicen heredarán la tierra; serán sus coherederos en aquella tierra de los vivientes, de la que se dice en otro salmo: Tú eres mi esperanza y mi lote en el país de los vivientes32. Tú eres mi lote, le dice a Dios: no ha dudado en hacer de Dios la porción de su herencia. Poseerán la tierra en herencia. Pero los que le maldicen desaparecerán. A los que lo bendicen se les presta ayuda, para que lo sigan bendiciendo. Porque ha venido a los que lo maldecían, y se han puesto a bendecirlo; es así como han desaparecido los que lo maldecían, convirtiéndose por medio de su don en quienes ya bendicen; le maldecían por su propia maldad, y ahora lo bendicen por la bondad de él.
15. [v.23] Mirad cómo continúa: El Señor dirige los pasos del hombre y quiere su camino. Para que el hombre quiera los caminos del Señor, es el mismo Señor el que dirige sus pasos. Pues si el Señor no dirigiera los pasos del hombre, serían tan depravados, que caminarían siempre por senderos malignos, y siguiendo veredas tortuosas, no tendrían posibilidad de volver. Pero vino Aquel, y los llamó, y los redimió, y derramó su sangre; pagó este precio, hizo estos bienes y padeció males. Fíjate en lo que hizo: es Dios; fíjate en lo que padeció: es hombre. ¿Quién es este Dios—hombre? Si tú, hombre, no hubieras abandonado a Dios, no se habría hecho Dios hombre por ti. ¿Sería para ti poca recompensa o regalo de su parte, el haberte hecho hombre, aunque él no se hubiese hecho hombre por ti? Es él, él mismo, quien ha enderezado nuestros pasos para que queramos su camino. El Señor dirige los pasos del hombre y quiere su camino.
16. Cuando ya sigas el camino de Cristo, no te prometas prosperidades de este mundo. Él anduvo por la aspereza, pero prometió cosas grandes. Tú síguelo. No te fijes tanto por dónde debes ir, sino adónde has de llegar. Soportarás asperezas temporales, pero alcanzarás gozos eternos. Si estás dispuesto a aguantar el esfuerzo, ten presente la recompensa. El obrero habría desfallecido en la viña, si no tuviera presente lo que iba a recibir. Pero si tienes en cuenta lo que has de recibir, te parecerá despreciable todo lo que padezcas, y te parecerá que no tiene comparación lo que por esos padecimientos has de recibir. Te admirarás de que por un trabajillo así, se te dé una recompensa tan grande. Así es, hermanos, por un descanso eterno habría que soportar un eterno trabajo; y si vas a recibir una felicidad eterna, deberías cargar con unos sufrimientos eternos. Pero si debieras padecer eternos trabajos, ¿cuándo llegarías a la felicidad eterna? Por eso es necesario que el sufrimiento sea temporal, y, terminado este, puedas conseguir una felicidad infinita. Sin embargo, hermanos, podría ser que el sufrimiento se prolongue, a cambio de una eterna felicidad. Por ejemplo, dado que nuestra felicidad no tendrá término, nuestras miserias, nuestras fatigas y nuestros sufrimientos pueden prolongarse mucho. Y aunque llegasen a durar mil años, compara mil años con la eternidad; ¿cómo vas a comparar todo lo que quieras, pero finito, con lo infinito? Ni aunque hablemos de diez mil años, ni de un millón, ni de millones y millones, que tienen fin, podrán compararse con la eternidad. A esto hay que agregar que Dios quiso que tus fatigas no sólo fueran temporales, sino breves. La vida entera del hombre se reduce a pocos días, aun cuando no se mezclasen las amarguras con las alegrías, que son sin duda más numerosas y prolongadas que aquellas; por eso las horas amargas son menos y más breves, para que podamos subsistir. Y aunque durante toda su vida el hombre tuviera que estar sometido a cansancio, a miserias, a dolores, a tormentos, en la cárcel, en calamidades, con hambre y sed todos sus días33, y a todas las horas, durante toda su vida hasta la vejez, pocos días son la vida entera del hombre. Y pasado ese apuro, llegará el reino eterno, la felicidad sin fin, vendrá el ser como los ángeles, llegará la herencia de Cristo, vendrá Cristo, nuestro coheredero. Por ese trabajo ¡cuán grande recompensa recibimos! Los veteranos que se ejercitan en el servicio militar, y transcurren tantos años entre riesgos para su vida, comienzan su servicio de jóvenes, y se licencian de mayores; y para tener unos cuantos días de descanso en su vejez —cuando ya la edad misma los comienza a molestar con unos achaques, que las batallas ya no les producen—, ¡cuántas durezas soportan, qué caminatas, qué fríos, que bochornos, cuántas necesidades, qué heridas, qué peligros! Y sin embargo, los que todo esto soportan, sólo esperan esos pocos días de quietud en su vejez, no sabiendo con seguridad si llegarán a disfrutarlos. Luego El Señor dirige los pasos del hombre y quiere su camino34. De estas palabras comencé a decir que si amas el camino de Cristo, y eres verdaderamente cristiano —el verdadero cristiano es, en efecto, el que no desprecia el camino de Cristo, sino que quiere seguir la senda de Cristo a través de sus padecimientos—, no quieras ir por otro camino que el recorrido por él. Áspero parece, pero es un camino seguro. Otros tal vez sean agradables, pero llenos de ladrones. Y quiere su camino.
17. [v.24] Aunque caiga, no se inquietará, porque el Señor lo sostiene con su mano. He aquí lo que significa complacerse en el camino de Cristo. Podrá sucederle que tenga que pasar alguna tribulación, alguna deshonra, algún ultraje, alguna aflicción, algunos daños y otras calamidades que son frecuentes en el caminar del hombre: tiene presente a su Señor, que padeció muchas clases de pruebas, y no se inquietará cuando caiga, porque el Señor lo sostiene con su mano, ya que primero lo padeció él. ¿Qué vas a temer, ¡oh hombre!, sabiendo que tus pasos están encauzados a desear el camino del Señor? ¿A qué tienes miedo? ¿A los dolores? Cristo fue flagelado35. ¿A los desprecios? Él tuvo que oír: Tú estás endemoniado, él que expulsaba los demonios36. ¿Temes, acaso, las bandas y conjuras de los malhechores? Él tuvo que padecer una conspiración contra su persona37. Quizá no puedes demostrar tu rectitud de conciencia en alguna acusación, y sufres la violencia, en contra tuya, del testimonio de falsos testigos. Pues bien, contra él primero se dieron falsos testimonios, no sólo antes de su muerte, sino después de su resurrección. Fueron presentados falsos testigos para ser condenado por los jueces38, y los guardianes del sepulcro se presentaron como falsos testigos. Resucitó él con tan notorio milagro: la tierra tembló mostrando así la resurrección del Señor. Estaba allí la tierra custodiando la tierra, pero la tierra más dura no pudo ser cambiada. Anunció la verdad, pero fue engañada por la mentira. Así fue: los guardias le dijeron a los judíos lo que habían visto, y lo que había sucedido; aceptaron el soborno y se les dijo: Decid que estando vosotros dormidos, vinieron sus discípulos y se lo llevaron39. Aquí están los testigos falsos, incluso contra su resurrección. ¡Pero qué ceguera tan enorme la de estos falsos testigos, qué gran ceguera, hermanos! A los falsos testigos les suele ocurrir que se ciegan, y hablan en contra suya, sin darse cuenta de dónde queda de manifiesto que son testigos falsos. Porque ¿qué fue lo que ellos dijeron contra sí mismos? Que cuando estábamos dormidos vinieron sus discípulos y se lo llevaron. ¿Cómo es esto? ¿Quién es el que da testimonio? El que estaba dormido. Nunca creería yo a quien me diga algo semejante, ni aunque me contara sus sueños ¡Qué necia locura! Si estabas despierto, ¿por qué lo permitiste? Y si estabas dormido, ¿cómo te enteraste?
18. Así son también sus hijos de ahora; lo recordáis, y no debemos en esta ocasión pasarlo por alto. Y tanto más debemos tener en cuenta su vanidad, cuanto más buscamos su salvación. He aquí que el cuerpo de Cristo es víctima de falsos testigos; el cuerpo soporta lo que le sucedió a la cabeza. No hay por qué admirarse de que tampoco ahora le falten al cuerpo de Cristo, extendido por todo el mundo, quienes le llamen raza de traidores. —Estás diciendo un falso testimonio. —Te voy a convencer enseguida, y con pocas palabras, de que eres un testigo falso. Tú [Primiano] me dices: Eres un traidor («entregador»). Y yo te digo: Eres un mentiroso. Tú jamás ni en ninguna parte pruebas mi entrega de las Escrituras; en cambio yo con estas tus mismas palabras pruebo tu mentira. Tú afirmaste ciertamente que nosotros hemos afilado nuestras espadas; me remito a las Actas de tus Circunceliones. Allí, por cierto, has dicho que omites las sustracciones; cito las Actas, donde hiciste gestiones para lograr dichas sustracciones. Ciertamente has dicho: Nosotros ofrecemos únicamente los evangelios; yo cito una gran cantidad de órdenes judiciales, con las cuales perseguiste a los que se separaban de ti; puedo recitar las súplicas al Emperador Apóstata, en las que le dijiste que sólo en su presencia tenía lugar la justicia. ¿Te parece que la apostasía de Juliano es parte del evangelio? Te he pillado en la mentira. ¿Qué has dicho de mí que deba creerse? Aunque no encontrase argumentos para probar que has hablado con falsedad, me basta demostrarte que eres un mentiroso. ¿Qué es lo que dices? Como tú, así son los demás. Con razón este mensaje se lo has hecho llegar a todos; quisiste rodearte de un gran número de mentirosos, para no tener que avergonzarte tú solo de la mentira.
19. Pero dice: que tenga valor el juicio de nuestros padres contra Ceciliano. ¿Por qué ha de valer? —Porque lo juzgaron los obispos. —Que valga, entonces, contra ti el juicio de los Maximianistas. Y en primer lugar porque creo que vosotros sabéis que los obispos partidarios de Maximiano, siendo él todavía diácono, vinieron a Cartago, como consta en la carta condenatoria, que adosaron a las actas, con ocasión del litigio acerca de una casa, con el administrador, el cual pasó por alto que había sido robada. Así que en primer lugar enviaron la carta condenatoria, quejándose de que él (Maximiano) no había querido venir a su encuentro. De esto es de lo que principalmente se lamentaron. Mira cómo Dios les devolvió a ellos lo mismo que dijeron de Ceciliano. Admirable semejanza: quiso Dios, después de tantos años, echarles en cara lo que había sucedido, para que no tengan cómo disimularlo, ni tengan escape alguno. Podrán decir que no se acuerdan de lo ocurrido anteriormente; Dios no les permite olvidarse; ¡y ojalá les sirva para su salvación! Pues todo esto es obra de la misericordia de Dios, si reflexionan sobre lo ocurrido. Poned ante vuestros ojos, hermanos, aquella unidad que había entonces en toda la tierra, de la que estos se apartaron oponiéndose a Ceciliano; poned también ahora la secta de Donato, de la que los maximianistas se separaron en contra de Primiano. Lo que entonces hicieron ellos a Ceciliano, estos ahora se lo han hecho a Primiano. Y por eso los maximianistas son tenidos como más veraces que los donatistas, porque en realidad han imitado la conducta de sus mayores. En efecto, erigieron a Maximiano en contra de Primiano, lo mismo que ellos hicieron con Mayorino contra Ceciliano; y estos se han quejado de Primiano lo mismo que los otros de Ceciliano. Si recordáis, aquellos dijeron que Ceciliano no quiso presentarse ante ellos, consciente como era del cisma que los separaba; así también estos se quejan de que Primiano no quiso encontrarse con ellos. ¿Por qué se admite que Primiano conocía la división de los maximianistas, y no se le concede a Ceciliano el conocimiento de la escisión donatista? No estaba todavía ordenado Maximiano, cuando ya le imputaban a Primiano sus crímenes; llegaron los obispos y decidieron que se presentase ante ellos; rehusó venir, como consta en la carta de condena, adjunta a las actas. No quiso venir, y no se lo recrimino, es más, lo alabo. Si te diste cuenta de que alguien era separatista, no debiste ir con él, sino reservar tu causa para un juicio más justo de tu partido. Porque quedaba el gran partido de Donato, donde Primiano podría justificarse. De ahí que no quiso encontrarse con los que ya habían tramado la conspiración en la secta. Ya ves cómo alabamos tu decisión en contra de los maximianistas; ahora pon atención a la causa de Cecilano. No lo quieres tratar como a un hermano; bueno, júzgalo como a un extraño. No quisiste presentarte. ¿Qué razones te dabas a ti mismo? —Ellos con su sedición conspiraban contra mi salvación, se ensañaron contra mí; si me compadezco de ellos, perjudico mi causa; no voy a su encuentro; quede mi causa reservada para mejores personas y autoridades de mayor seriedad. Buena decisión. ¿Y qué pasa si esto mismo lo dijo Ceciliano? Aunque te esforzaras para demostrar que hubo otra Lucila intentando sobornarlos en contra tuya, probablemente tampoco la encontrarías. Él lo sabía todo muy bien, hasta el punto de que luego iba a ser evidenciado en las actas. Pero conociste no sé qué secreto, se te reveló algo temible. Bien, admito esta tu cautela ante tu temor; hiciste bien en no reunirte con tales personas; había, en efecto, otros que podían emitir juicio sobre ti. Ahora vuelve tu atención a Ceciliano: tú, para ti te reservaste Numidia; él, en cambio, todo el orbe de la tierra. Pero si quieres que tengan valor contra él las sentencias de los entonces donatistas, que también tengan valor contra ti las condenas de los entonces maximianistas: los obispos lo condenaron a él; los obispos te condenaron a ti. ¿Por qué luego presentaste tu causa, prevaleciendo en ella sobre los maximianistas, como más tarde él presentó la suya y venció a los donatistas? Lo que sucedió entonces, da la impresión de haberse repetido ahora como un admirable y clarísimo ejemplo: las quejas de los maximianistas contra Primiano, son las mismas que formularon todos estos contra Ceciliano. Me siento admirado, hermanos, de cuánto me llama la atención, y cómo le doy gracias a Dios, de que realmente su misericordia les haya ofrecido un ejemplo para iluminarlos, si saben entenderlo. Por ello mismo, hermanos, con un poco de amabilidad de vuestra parte, puesto que también el Señor nos lo ha puesto en nuestras manos, escuchad el contenido del concilio maximianista. (Y a continuación les leyó las actas del concilio de los maximianistas):
20. A los santos hermanos y compañeros distribuidos por toda el África. (Y después de leérselo, comentó): Toda su Iglesia unida en el África. Sin embargo aquí con los otros está la Iglesia Católica; mientras que en otras partes del mundo, ellos no están con la Iglesia Católica. (Y una vez comentado esto, continuó leyendo:) A los santos hermanos y compañeros distribuidos por toda el África, es decir, por la Provincia Proconsular, por Numidia, Mauritania, Biazacena y Trípoli; y también a los presbíteros y diáconos, y a todo el pueblo que milita con nosotros en la verdad del Evangelio: Victorino, Fortunato, Victoriano, Migino, Saturnino, Constancio, Candorio, Inocencio, Cresconio, Florencio, Salvio, el otro Salvio, Donato, Geminio, Pretextato. (Leído esto, dijo:) Este es el Asuritano que recibieron después; al mismo que había sentenciado, lo recibió después. (Y dicho esto, continuó:) Maximiano, Teodoro, Anastasio, Donaciano, Donato, el otro Donato, Pomponio, Pancracio, Jenaro, Secundino, Pascasio, Cresconio, Rogaciano, el otro Maximiano, Benenato, Gayano, Victorino, Guntasio, Quintasio, Feliciano. (Luego interrumpió la lectura y comentó:) Este es Mustitano, que vive todavía; aunque quizá haya otro de distinto lugar. A continuación los firmantes dicen de dónde eran cada uno. (Y prosiguió leyendo:) Salvio, Migino, Próculo, Latino y los demás que nos hemos reunido en concilio en Cabarsuso, os deseamos salud eterna en el Señor. Nadie ignore, amados hermanos, a propósito de los sacerdotes de Dios, que no por propia voluntad, sino por la fuerza de la ley divina, dictan sentencia tanto contra los culpables, como anulando la que se había dado contra los inocentes. No se expone a un leve peligro tanto el que perdona a un culpable, como el que intentase eliminar a un inocente; máxime cuando está escrito: «No matarás al inocente ni al justo, y no darás absolución al malvado»40. Por eso, impulsados por este mandamiento de la ley, y a petición de las cartas de los ancianos de su iglesia, nos vimos en la necesidad de escuchar y examinar la causa de Primiano, a quien el pueblo santo de la Iglesia de Cartago le había encomendado el cuidado de la grey de Dios, para que, esclarecido todo, lo absolviéramos como inocente, lo cual era de desear, o demostrásemos claramente que es culpable por sus delitos. Hemos deseado vivamente que el pueblo santo de la Iglesia de Cartago se alegrase de que su obispo fuera felicitado por ser santo en todo, y por no ser hallado en nada reprehensible. Porque sin duda conviene que el sacerdote del Señor sea tal, que lo que el pueblo por sí mismo no sea capaz de obtener ante Dios, él merezca alcanzar lo que pida por su pueblo, como está escrito: «Si el pueblo peca, el sacerdote rogará por él; pero si el sacerdote peca, ¿quién rogará por él?»41. (Y después de leer esto, dijo:) Hasta los Apóstoles en sus escritos pidieron al pueblo que orara por ellos; incluso los mismos Apóstoles oraban así: Perdónanos nuestras deudas42; y el apóstol Juan dijo: Tenemos un abogado ante al Padre, Jesucristo, el justo, y él es la propiciación por nuestros pecados43. Pero aquello quedó escrito del citado sacerdote, a quien estos no comprenden, para que el pueblo fuese advertido proféticamente que el sacerdote debe ser reconocido de tal manera, que por él nadie necesitara rogar. ¿Y quién es aquel por el que nadie ruega, sino el que intercede por todos?44 Pero como en tiempos antiguos el sacerdocio era levítico, y el sacerdote entraba en el Santuario, y ofrecía sacrificios por el pueblo. Pero aquello era una imagen, no la realidad de un futuro sacerdote concreto. En aquel entonces también los sacerdotes eran pecadores, como el resto de los hombres; y queriendo Dios enseñar al pueblo, de una forma profética, que anhelase un sacerdocio tal que intercediera por todos, mientras que por él nadie tuviese que orar. Y para identificarlo, lo señaló diciendo: cuando peque el pueblo, el sacerdote orará por él; pero si peca el sacerdote, ¿quién rogará por él? Por tanto, pueblo que escuchas, elige un sacerdote tal, que no te veas obligado orar por él, sino que tú puedas estar confiado en su oración por ti. Y este es el Señor nuestro Jesucristo, el único Sacerdote, el único mediador entre Dios y los hombres, el hombre Cristo Jesús45. (Terminadas estas palabras, continuó leyendo:) Por lo tanto, como los escándalos de Primiano y su personal maldad provocaron el juicio divino contra él, fue totalmente necesario eliminar al autor de estos crímenes; estaba recién ordenado, (aquí interrumpió la lectura y comentó:) Sí, ahora se comienzan a enumerar sus delitos (y continuó leyendo:) A los presbíteros de la grey anteriormente citada, los obligaba a una impía y conspiradora conjuración, y les pidió con un derecho, en cierto modo forzado, la condenación de cuatro diáconos, varones egregios, y aprobados por sus singulares méritos, a saber, Maximiano, Rogaciano, Donato y también Salgamio, (Y dejando la lectura, comentó:) Entre estos cuatro estaba el conocido autor del cisma, que separó una parte de la otra parte, y no se duele de haberse separado de la unidad. (Y continuó la lectura:) de manera que sin tregua le prestasen su consentimiento. (Y aquí volvió a comentar:) Esto fue lo que obró con ellos, pero ellos no quisieron prometérselo, y se callaron; pero él, por sí mismo, no dudó en llevar a cabo el delito premeditado. (Después de este comentario, prosiguió la lectura:) Como ellos, llenos de estupor por su malvada pretensión, la rechazaron con su silencio, él no dudó en llevar a cabo la maldad que había tramado, hasta el punto de estar convencido de que debía dictar sentencia contra el diácono Maximiano, un varón conocido de todos como inocente, y esto sin causa, sin un acusador, sin un testigo, estando él ausente y cuando descansaba en su lecho. (Y a continuación, comentó:) ¡Fijaos qué crimen! (Y después del comentario, prosiguió:) Ya había condenado hacía tiempo a los clérigos con no menor furia. Pues cuando admitió a la santa comunión a los adúlteros, en contra de la ley y los decretos de todos los sacerdotes, y oponiéndosele la mayor parte del pueblo y de los ancianos más nobles, se pusieron de acuerdo y le enviaron cartas para que corrigiese él mismo lo que ya había perpetrado. Rebosante de temeridad, rehusó corregirse. Conmovidos, pues, los ancianos de la citada iglesia por esta actitud, enviaron cartas y emisarios a todo el grupo de fieles, en las que, no sin lágrimas, nos rogaban que con fervor nos acercáramos a él, y tras un minucioso examen, examinadas las acusaciones, quedara desagraviada la dignidad de la iglesia. Y consiguientemente, cuando hemos llegado a dicha iglesia, según las cartas de los nombrados más arriba, él, por los motivos que le eran bien conocidos, rechazó por completo nuestra llegada. (Después, dejando la lectura, dijo:) Ya sabéis lo que se le imputaba: haber contaminado ya la secta de Donato. Esto tenían como norma: tal como fueran aquellos con quienes se comunicasen, así debían ser todos ellos y el grupo entero de fieles. Así que, si estos dicen la verdad, resulta que ya está contaminada toda la secta de Donato. Que salgan, pues, los númidas y digan: No nos importa a nosotros si tú has admitido a la comunión contigo a esos contaminados, que no sé quiénes serán. ¿Pudo perjudicarlos, estando tan lejanos? Si, pues, a los que estáis en Numidia, no queréis que os perjudique lo que ocurre en Cartago, ¿lo que sucede en África pudo perjudicar a toda la tierra? Siempre sucede que con lo mismo que se excusan, se están acusando a sí mismos, y nos están excusando a nosotros. (Después de este comentario, continuó la lectura:) Rechazó por completo nuestra llegada. (E interrumpiendo la lectura, dijo:) De esto se habían quejado contra Ceciliano. (Y siguió leyendo:) El cual, con ánimo recalcitrante y en toda ocasión permaneció en su maldad, hasta el punto de que al frente de una multitud de gente perdida, (Y cortando la lectura añadió:) Esto ya es demasiado. Esto no lo llegaron a decir de Ceciliano. Mirad lo que dijeron (Y volvió a retomar la lectura:) y solicitando la ayuda de oficiales, interceptaron la entrada en las basílicas (Interrumpió la lectura y añadió:) Para impedir la entrada a los obispos. (Y luego continuó leyendo:) para impedirnos la entrada y prohibirnos la posibilidad de celebrar allí los sagrados cultos. Si esto está de acuerdo con un obispo, si les está permitido a los cristianos consentirlo, si esto lo propone el Evangelio, que lo pruebe o lo juzgue quien sea amante o defensor de la verdad. Esto es lo que nos ha infligido un hermano, que fue nuestro un día, y que nunca lo habría hecho un extraño. (Aquí cesó en su lectura y comentó:) ¿Para qué leer más? Dicen muchas cosas y al hombre lo condenan; pero leamos ya la condena misma: (Y retomó la lectura:) Hemos decidido por decreto todos los sacerdotes de Dios, con la presencia del Espíritu Santo, que este mismo Primiano, por haber primero sustituido a algunos obispos, todavía vivos, por otros; por haber mezclado a los adúlteros en la comunión con los santos; por haber intentado obligar a los presbíteros a tramar una conspiración; por haber hecho arrojar al presbítero Fortunato en una cloaca, mientras socorría a los enfermos con el bautismo; por haber negado rotundamente la comunión al presbítero Demetrio, para obligar a su hijo a que renunciase; por haber sido reprendido el mismo presbítero de haber dado hospedaje a obispos; porque el ya citado Primiano envió una caterva de gente para derribar las casas de los cristianos; porque los obispos, junto con los presbíteros, fueron asediados y luego lapidados por sus secuaces; por ser ejecutados en la basílica los ancianos, al no soportar que fuesen admitidos a la comunión los claudianistas; por haber juzgado reos de condena a los clérigos inocentes; por no haber salido a nuestro encuentro a escucharnos, clausurando las puertas de las basílicas por medio del gentío y del poder oficial; por haber rechazado con injurias a los legados enviados a él por nosotros; por haber usurpado multitud de lugares, primero por la violencia, y después por la autoridad judicial. (Y suspendiendo la lectura, comentó:) Este es el que pasa por alto lo robado, siendo así que dice el apóstol Pablo: Alguno de vosotros, que tiene un pleito con otro, llega al atrevimiento de llevarlo a juicio ante los paganos, y no ante los santos46. Fijaos en el delito que le echan en cara: no querer aclarar ante los obispos, sino ante el juez el problema de los locales. (Y continuó la lectura:) Prescindiendo de otros delitos por él cometidos, que hemos omitido por la honradez de nuestra pluma, queda condenado a perpetuidad por la asamblea sacerdotal, no sea que por su contacto la Iglesia de Dios quede contagiada o mancillada por algún otro delito. Nos lo exhorta y avisa el apóstol Pablo: «Os ordenamos, hermanos, en nombre de nuestro Señor Jesucristo, que os apartéis de todo hermano cuya conducta sea desordenada»47. Y por tanto, no olvidándonos de la pureza de la Iglesia, estimamos recomendable, por esta Tractatoria, a todos nuestros santos hermanos en el sacerdocio, a todos los clérigos, a todos los pueblos que tengan conciencia de ser cristianos, que rechacen con todas sus fuerzas la comunión con este individuo, condenado como está. Quien, desoyendo este nuestro decreto, lo intentare violar, él dará cuenta de su propia perdición. Al Espíritu Santo y a nosotros nos ha parecido oportuno reservarle un largo período para su conversión; y si alguno de nuestros sacerdotes o clérigos, que olvidando su propia salvación, no se apartaren de la comunión del ya citado Primiano desde el día de su condena, es decir, desde el día octavo de las calendas de julio, hasta el octavo de las calendas de enero (del 24 de junio al 25 de diciembre), incurran en la misma sentencia. Y también los laicos, si no se separan de su trato con él a partir del día de su condena, arriba indicado, hasta la próxima Pascua, recuerden que nadie podrá ser readmitido a la Iglesia, más que por la penitencia. Firmado: Victorino de Munacia, obispo. Fortunato de Dionisiana, obispo. Victoriano de Carcabia, obispo. Florencio de Adrumeto, obispo. Migino de Elefantaria, obispo. Inocencio Tebaltense, obispo. Migino, por mi compañero, Salvio de Membrese, obispo. Salvio de Ausafe, obispo. Donato de Sábrata, obispo. Gemelio de Tanabea, obispo. (Y dejando la lectura, comentó:) Entre los que firmaron la condena, están también Pretextato Asuritano, y Feliciano Mustitano. (Luego siguió leyendo:) Firmado: Pretextato Asuritano, obispo. Maximiano de Stábate, obispo. Daciano de Camiceto, obispo. Donato de Fisciano, obispo. Teodoro de Úsula, obispo. Victoriano, por mandato de su compañero Agnosio, obispo. Donato de Cebresuta, obispo. Natálico de Telense, obispo. Pomponio de Macriana, obispo. Pancracio de Baliana, obispo. Jenaro de Aquinia. Segundo de Yacondia, obispo. Pascasio de Villa Augusta, obispo. Creso de Conyustia, obispo. Rogaciano, obispo. Maximiano de Erumnia, obispo. Benenato de Tugucia, obispo. Ritano, obispo. Gayano de Tiguala, obispo. Victorino de Leptis Magna, obispo. Guntasio de Benefe, obispo. Quintasio de Capsa, obispo. Feliciano Mustitano, obispo. Victoriano, de la delegación del obispo Migino. Migio, obispo. Latino de Mugia, obispo. Próculo de Gírbita, obispo. Donato de Sábrata, por mi hermano y compañero Marracio. Próculo de Gírbita, por mi compañero Galiono. Secundiano de Prisia, obispo. Helpidio de Tusdria, obispo. Donato de Samurda, obispo. Gentílico Victoriano, obispo. Anibonio de Robaute, obispo. De nuevo Anibonio, a pedido de mi compañero Augendo Arense, obispo. Tertulio de Ábite, obispo. Primuliano, obispo. Secundino de Arusia, obispo. Máximo de Pitta, obispo. Crescenciano de Murra, obispo. Perseverancio Tebertino, obispo. Faustino de Bina, obispo. Víctor Altiburitano, obispo. [Todos suman un número de cincuenta y tres.] (Y al terminar de leer, siguió diciendo:)
21. Dignaos prestar un poco de atención. He aquí tu condena. Digámosle: ¿Qué quieres: que tenga validez, o que no la tenga? Yo estoy a tu favor; y digo sin titubeos que todos estos te han acusado falsamente; y estas son mis razones: Que tú has presentado favorablemente tu causa a otros jueces, y estos han sido condenados. Si, pues, yo te creo inocente, por no haber salido al encuentro de los cismáticos, es que probaste tu inocencia en otro tribunal, de manera que los que te condenaron merecieran ellos condena; dígnate aceptar a Ceciliano como inocente, al no querer presentarse ante tus antepasados, reservando así su causa al mundo entero, como tú la reservaste al concilio de Numidia. Si te ha proclamado inocente la sede Bagaitana, ¿cuánto más a él la Sede Apostólica? ¿O prefieres que tengan validez los que condenaron primero? Si la tienen, la tienen contra ti. Porque su sentencia ni tiene ni tendrá valor contra Ceciliano. No obstante, mira lo que han dicho los jueces contra ti.
22. Ellos se atreven a decir sobre esto: Pero nosotros, que después hemos condenado a los maximianistas, éramos más. Que valga, pues, vuestra sentencia contra Feliciano, y valdrá también la de ellos contra Ceciliano. Cuando se tuvo el concilio de Bagái, también condenaron a Feliciano; ahora Feliciano está unido a vosotros: o fue recibido siendo culpable, o fue condenado siendo inocente. Si lo recibes siendo culpable, por la paz de la secta de Donato, ríndete a todos los pueblos por la paz de Cristo; Y si por error vuestro fue condenado un inocente, ¿pudieron equivocarse trescientos diez, condenando a Feliciano, y no pudieron equivocarse setenta condenando a Ceciliano? ¿Qué decís, entonces? Cuando oigáis que se os dice: Los maximianistas os condenaron primero a vosotros, replicáis: Pero nosotros, cuando condenamos a los maximianistas, éramos más numerosos. Tanto a unos como a otros se os responde inmediatamente que también vuestros antepasados condenaron a Ceciliano. Si la sentencia de los primeros tiene valor, que cedan los primianistas ante el concilio de los maximianistas; y si lo que da valor a la sentencia es la cantidad de firmantes, deben ceder los donatistas ante la Iglesia universal. No creo que haya nada más justo. Los maximianistas son pocos, pero fueron los primeros; un reo no puede a otro declararlo reo. Y si piensas así, ¿cómo has podido tú condenar, estando condenado? Puesto que entre los que firman la condena, está también su nombre, y no le han dejado espacio para explicar su causa. Otro es el caso de Ceciliano: se le reserva un espacio para explicar la causa, como consta en la sentencia; de hecho no fue admitido en la comunión, sino después de haberse justificado. En cambio este otro aparece aquí condenado por los jueces, y allí como uno de los jueces que condenan. Pero supongamos que reinó la equidad en el concilio bagaitano, lo admito sin atenuantes. Los maximianistas te condenaron mal, y mal condenaron a Ceciliano aquellos antepasados vuestros. Tú te justificaste en Bagái; él se justificó en el juicio de ultramar. Y en este juicio ha estado de acuerdo la Iglesia universal. ¿Qué dices ahora? —Somos más nosotros que los maximianistas. —¡Bien, que seáis más! Hablemos de números; mira a ver cuál es la diferencia. Los maximianistas te condenaron a ti [Primiano], estando ausente, ya que no quisiste encontrarte con ellos. Algo parecido pasó con Ceciliano, cuando lo condenaron también ausente, al no querer encontrarse con su cisma. Pero tú nuevamente hiciste que se dictasen sentencias condenatorias en el concilio bagaitano contra ellos, estando ausentes. Sin embargo Ceciliano, presente, fue absuelto por su adversario, también presente. De aquí que haya una gran diferencia: a los jueces de Numidia, ante los que debías justificarte, tú los señalaste, tú los constituiste, no fueron los maximianistas quienes los nombraron; y Donato fue vencido por Ceciliano, en presencia de los jueces que la facción de Donato había escogido. Ahora te responderán los maximianistas, y con razón: Nosotros, obispos, vinimos primero a ti, a tu provincia, a la diócesis que te pertenece, queriendo escuchar tu causa. Pero tú nos despreciaste, no quisiste venir a nuestro encuentro. Si temías nuestra sentencia, habríamos elegido jueces de común acuerdo, y no hubieras acudido tú a los que eran de tu agrado. Fijaos en la gran diferencia que hay. Los donatistas entonces pidieron por carta que señalara él a los jueces, y al ser vencidos en su sentencia, rechazaron a los mismos que antes de su derrota, había solicitado; se les dieron unos jueces distintos, a instancia de ellos, y en ese tribunal fueron vencidos; apelaron al emperador y fueron vencidos. El maximianista fue vencido una sola vez, estando ausente, y se calla; ¿y no se calla el donatista presente, después de tres condenas?
23. Y sigues disputando sobre el número con los maximianistas...Ya te lo he dicho: me pongo a tu favor. Trescientos diez son más que cien, o los que fueran partidarios de Maximiano, que condenaron a Primiano. Es que miles de obispos de todo el mundo, partidarios de Ceciliano, que condenaron a Donato, ¿te parece a ti que no tienen ningún peso? Pero me vas a decir: ¿Acaso condenaron a los donatistas miles de obispos de todo el mundo? De acuerdo, no lo condenaron. ¿Por qué no lo condenaron? Porque no asistieron al juicio. Como no estuvieron presentes en el juicio, por eso no los condenaron, porque desconocían totalmente su causa. ¿Y tú por qué te separaste de los inocentes? Se acerca a ti un bautizado de cualquier parte del mundo, a quien quieres rebautizar; y a ti, que ya ejerces el ministerio de forma mortífera, pretendiendo repetir algo que sólo se da una vez, que nunca se pierde, se acerca a gritos y con gemidos, y te dice: ¿Qué es lo que quieres hacer? ¿Rebautizarme? Así dice alguien de Mesopotamia, de Siria, del Ponto, o todavía de más lejos. Y tú le respondes: Porque no tienes el bautismo. —¿Cómo es eso? Lee las cartas que me ha escrito el Apóstol. Viene cualquiera de Galacia, del Ponto, de Filadelfia, a cuyas iglesias escribió Juan48; viene uno de Colosas, de Filipos, de Tesalónica, y le dice: ¿Y yo, a quien escribió el Apóstol, no tengo el bautismo, cuando tú lo tienes gracias a él? ¿Tienes la osadía de leer mi carta, tú que abominas la paz conmigo?