EXPOSICIÓN DEL SALMO 35

Traducción: Miguel F. Lanero, o.s.a y Enrique Aguiarte Bendímez, o.a.r.

1. [v.2] Ponga vuestra caridad un poco de atención al texto y a los misterios de este salmo, y recorrámoslo sin detenernos, ya que es claro en muchos de sus pasajes; y allí donde la oscuridad nos obligue a demorarnos, lo soportaréis, pues merece la pena entenderlo. Dijo el malvado en sus adentros para delinquir; no tiene temor de Dios ni ante sus ojos. No se refiere a un solo hombre, sino a toda clase de hombres inicuos que son adversarios de sí mismos, no llegando a entender cómo vivir rectamente, no porque no puedan, sino porque no quieren. Una cosa es cuando alguien se esfuerza por entender algo, pero no es capaz por la debilidad de la carne, como dice la Escritura en cierto lugar: Pues el cuerpo corruptible oprime al alma, y la morada terrenal abruma la mente que piensa en muchas cosas1; y otra distinta es cuando un perverso mueve el corazón humano contra sí mismo, y lo que era comprensible si hubiera buena voluntad, se torna incomprensible; pero no porque sea difícil, sino porque su voluntad es adversa. Y esto sucede cuando se aman los propios pecados, y se odian los mandamientos de Dios. La palabra de Dios es tu adversario, si tú eres amigo de tu maldad; pero si eres adversario de tu propia maldad, te adhieres a la palabra de Dios; y en ese caso seréis dos para destruirla: tú y la palabra de Dios. Porque nada puedes con tus propias fuerzas; pero te ayuda el que te envió su palabra, y así queda vencida la maldad. Si tú la odias, Dios te perdona, y tú quedas libre; pero si la amas, será para ti una contrariedad cualquier cosa que se diga contra ella. Por ejemplo, un hombre trata de investigar cómo es que el Hijo es igual al Padre; lo cree, trata de comprenderlo, todavía no puede. Es una cosa grande, y anhela una mayor capacidad para poderlo entender: es el inicio de la fe que protege al alma hasta que sea fortalecida. Se alimenta de leche hasta que llegue a la condición y firmeza, capaz de un alimento más sólido, para poder entender: Al principio existía la Palabra, y la Palabra estaba con Dios, y la Palabra era Dios2. Antes de que llegue a captar esto, se nutre con la fe, y hace esfuerzos para entender, y con ello entenderá lo que Dios le conceda. ¿Necesitará algún esfuerzo para entender esto: Lo que no quieres que te hagan a ti, no lo hagas a otro3: tú no quieres sufrir la iniquidad, no seas inicuo; tú no quieres sufrir engaño ni asechanzas, no se las pongas tú a otro? Cuando esto no lo quieres entender, es por tu voluntad. Por eso: Dijo el malvado en sus adentros para delinquir, significa que se propuso delinquir.

2. Pero el que se propone cometer un delito ¿lo dice públicamente, o más bien en su interior? ¿Por qué en su interior? Porque está oculto a los hombres. ¿Y qué más da que el hombre no vea su mismo corazón, donde se anima a pecar? ¿Es que ahí Dios no lo ve? Sí, Dios ahí lo ve. Pero ¿cómo sigue el salmo? No tiene temor de Dios ni ante sus ojos. Teme ante los ojos de los hombres. No se atreve a manifestar públicamente su maldad, para no ser reprendido o castigado por los hombres. Se aparta pues de la vista de los hombres. ¿Adónde? A sí mismo. Entra en su interior, donde nadie lo ve; allí maquina engaños, insidias y delitos: nadie ve nada. Pero ni siquiera allí, consigo mismo, podría tramar nada, si pensara que Dios lo está viendo; pero como no tiene temor de Dios ante su presencia, cuando sale de la presencia de los hombres y entra en su corazón, ¿a quién va a temer? ¿Acaso ahí Dios no está presente? Pero no tiene temor de Dios ni en su presencia.

3. [v.3] Está, pues, tramando engaños. Y continúa (¿quizá lo oculta, porque Dios ve ahí? Así también queda claro lo que había comenzado a decir; lo oculta, pero voluntariamente, porque ha obrado contra sí mismo, al no querer entender: Porque ha obrado engañosamente en su presencia. ¿En presencia de quién? De aquel a quien no tiene temor en su presencia el que ha obrado engañosamente. Para descubrir su iniquidad y que la odie. Este obra de forma que no la descubra. Hay algunos que parecen esforzarse en descubrir su iniquidad, y temen encontrarla; porque si la encuentran, se les dice: apártate de ella; esto lo hiciste antes de darte cuenta, cometiste la iniquidad estando en la ignorancia; pero Dios concede el perdón; ahora la conoces; recházala para que venga el perdón a tu ignorancia más fácilmente, y con actitud limpia puedas decir a Dios: No te acuerdes de los delitos de mi juventud ni de mi ignorancia4. Por una parte la busca (su iniquidad), y por otra teme encontrarla, puesto que la busca engañosamente. ¿Cuándo dice el hombre: No sabía que era pecado? Cuando ve que sí lo es, y deja de cometerlo, porque lo hacía por ignorancia. Este sí deseaba conocer y encontrarse con su iniquidad para odiarla. Ahora son muchos los que obran con engaño buscando su iniquidad, es decir, no desean sinceramente encontrarla y odiarla. Pero si en la búsqueda hay engaño, habrá defensa de la iniquidad al encontrarla. Porque al encontrarla, queda en evidencia. ?No la cometas?, le dirás. Y el que obraba con engaño al buscarla y ya la descubrió, no la odia. ¿Qué es lo que dice? ¡Cuántos hacen lo mismo! ¿Quién deja de hacerlo? ¿Es que Dios los va a condenar a todos? O seguro que dice esto otro: Si Dios no quisiera esto, ¿estarían vivos los que lo cometen? ¿Te das cuenta cómo obrabas con engaño al buscar tu pecado? Porque si no fuera así, y hubieras tenido sinceridad, ya lo habrías encontrado y odiado; en cambio ahora que lo encontraste, lo defiendes. Actuabas, pues, con engaño en tu búsqueda.

4. [v.4] Las palabras de su boca son iniquidad y engaño; no quiso entender para no obrar el bien. Ya veis cómo se lo atribuye a su voluntad, porque hay quienes quieren entender y no pueden; y los hay que rehúsan entender y no entienden. No quiso entender para no obrar el bien.

5. [v.5] En su aposento medita iniquidad. ¿Por qué dijo en su aposento? Dijo el malvado en sus adentros para delinquir. Lo que dijo antes: en sus adentros, lo dice ahora: en su aposento. Nuestro aposento es nuestro corazón; allí padecemos el alboroto de la mala conciencia, y allí descansamos cuando nuestra conciencia es buena. El que ama el aposento de su corazón, que realice allí algo bueno. Nuestro aposento está donde el Señor Jesucristo nos manda orar: Entra en tu aposento y cierra tu puerta5. ¿Qué significa cierra tu puerta? Que no esperes de Dios las cosas de fuera, sino las que están dentro, y tu Padre que ve en lo escondido, te lo retribuirá6. ¿Quién es el que no cierra la puerta? El que pide a Dios, como si valieran mucho, los bienes de este mundo, y a eso se reducen todas sus peticiones. Está abierta tu puerta, la gente te ve cuando estás orando. ¿Qué es cerrar tu puerta? Que le pidas a Dios lo que sólo Dios sabe cómo concedértelo. ¿Y qué es aquello que pides, para lo cual cierras la puerta? Lo que el ojo no vio, ni el oído oyó, ni llegó a vislumbrar el corazón del hombre7. Quizá nunca entró en tu aposento, es decir en tu corazón. Pero Dios sí sabe lo que va a darte. ¿Y cuándo será esto? Cuando se manifieste el Señor, cuando aparezca como juez. Pero nada más conocido que la sentencia del juez a los de su derecha: Venid, benditos de mi Padre, recibid el reino preparado para vosotros desde el comienzo del mundo8. Estas palabras las oirán los que estén a su izquierda, y gemirán con un estéril arrepentimiento9, porque cuando estuvieron en vida no lo quisieron practicar fructuosamente. ¿Por qué gemirán? Porque ya no hay lugar a la corrección. Ellos, a su vez, oirán: Id al fuego eterno, preparado para el diablo y sus ángeles10. Este es la mala noticia. Los justos se alegrarán con la buena noticia; porque así está escrito: El justo tendrá un recuerdo eterno, y no temerá la mala noticia11. ¿Qué mala noticia? La que tendrán que escuchar los otros: Id al fuego eterno. Dios, que puede hacer mucho más de lo que pedimos o entendemos12, busca nuestro secreto gemido, a fin de que le seamos gratos a sus ojos, y no nos jactemos ante los hombres de nuestra justicia como si se debiera a nosotros. Porque el que quiere con su justicia agradar a los hombres, no lo hace para que alaben a Dios quienes lo ven, sino con la intención de ser él alabado: este no cierra la puerta al bullicio, y entonces, con la puerta abierta a este bullicio, Dios no oye su gemido como lo quiere oír. Esforcémonos por purificar el recinto de nuestro corazón, para que ahí se pueda estar con comodidad. Vuestra caridad conoce bien cuánto tienen muchos que sufrir en la vida pública: en tribunales, en los altercados, en las rivalidades, en los negocios con sus problemas; cómo todos, cansados de los afanes de afuera, corren a su casa para descansar, y procuran terminar lo antes posible con los problemas de fuera de casa, y gozar del descanso del hogar. Cada cual tiene su propia casa para descansar. Pero si también en casa se siente molesto, ¿dónde podrá descansar? ¿Qué hacer entonces? Necesario es que al menos en casa tenga reposo. Pero si fuera tiene que sufrir a sus enemigos, y dentro a una mala esposa, se va a la calle; cuando quiere descansar de las amarguras de fuera, entra en su casa; pero cuando ni siquiera en casa descansa, y fuera tampoco, ¿dónde habrá descanso para él? Al menos en el aposento de tu corazón, y así te puedas recoger en el interior de tu conciencia. Y si allí por fin encontraste una esposa que no te dará amarguras, la Sabiduría de Dios, únete a ella, descansa en el interior de tu aposento, que no te eche de allí el humo de una mala conciencia. Pero el otro se retiraba allí para tramar engaños, donde no era visto por los hombres, como dice este pasaje de la Escritura; y sus cavilaciones allí eran tales, que no hallaba reposo ni en su corazón. En su aposento medita la iniquidad.

6. Se detuvo en todo camino no bueno. ¿Cuál es el sentido de se detuvo? Que se ha pecado con perseverancia. De ahí que se diga de cierto (hombre) bueno y piadoso: No se paró en el camino de los pecadores13. Así como este no se paró, el otro se detuvo. No tuvo odio a la maldad. Ahí tenemos el fin, ahí tenemos el fruto, si es que no puede estar sin maldad ni odiarla. Cuando la odias, apenas se te puede insinuar para cometer algún mal. El pecado existe, efectivamente, en el cuerpo mortal; pero ¿qué dice el Apóstol? Que el pecado no reine en vuestro cuerpo mortal, para obedecer sus apetencias14. ¿Y cuándo comienza a desaparecer? Cuando se lleve a cabo en nosotros lo que dice: Cuando esto corruptible se revista de incorrupción, y esto mortal se revista de inmortalidad15. Antes de que esto suceda, en nuestro cuerpo estará presente el deleite hacia las cosas inicuas; pero es mayor el deleite del placer derivado de la palabra de la Sabiduría, del mandamiento de Dios. Vence, pues, el pecado y la inclinación a él. Odia el pecado y la iniquidad, para unirte a Dios, que contigo lo odia. Si con la mente estás unido a la ley de Dios, con la mente sirves a la ley de Dios. Y si en tu carne sirves a la ley del pecado16, porque hay en ti ciertos deleites carnales, entones no los habrá cuando ya no luches. Una cosa es no luchar y permanecer en una paz auténtica y perpetua; otra es luchar y vencer; otra luchar y ser vencido, y otra ni siquiera luchar, sino ser arrastrado. Hay algunos hombres que no luchan en absoluto, como es este del que habla al decir: No tuvo odio a la maldad, ¿cómo va a luchar contra ella, si no la odia? Ese es arrastrado por la maldad, ni siquiera lucha contra ella. Los hay también que comienzan la lucha; pero como confían en sus fuerzas, para mostrarle Dios que la victoria es suya, si el hombre se somete a Dios, sucede que los que luchan por su cuenta son vencidos, y cuando parece que empiezan a adquirir la justicia, se vuelven soberbios y se destruyen. Estos luchan, pero son derrotados. ¿Quién es, entonces, el que lucha y no es vencido? El que dice: Advierto en mis miembros otra ley que lucha contra la ley de mi mente. Aquí tienes al que lucha; pero este no presume de sus fuerzas, y por tanto saldrá vencedor. ¿Y cómo continúa el texto? ¡Infeliz de mí, hombre! ¿Quién me librará de este cuerpo de muerte? La gracia de Dios por medio de Jesucristo nuestro Señor17. De quien presume es de aquel que le ha mandado luchar, y vence al enemigo con la ayuda de quien se lo ha mandado. En cambio, este otro no tuvo odio a la maldad.

7. [v.6] Señor, tu misericordia en el cielo, y tu verdad hasta las nubes. No sé a qué misericordia puede referirse, que está en el cielo. Porque la misericordia del Señor también está en la tierra. Leemos en la Escritura: La tierra está llena de la misericordia del Señor18. ¿A qué misericordia se refiere, cuando dice: Señor, tu misericordia en el cielo? Los dones de Dios unos son temporales y terrenos, y otros son eternos y celestiales; el que da culto a Dios para recibir estos bienes terrenos y temporales, que están a disposición de todos, es todavía como un animal; se acoge a la misericordia de Dios, pero no la que está reservada y que no se le dará más que a los justos, a los buenos, a los santos. ¿Cuáles son los bienes que todos tienen en abundancia? Los de aquel que hace salir el sol sobre buenos y malos, y derrama la lluvia sobre justos e injustos19. ¿Quién está excluido de esta misericordia de Dios: primeramente la existencia, el ser diferente de las bestias, ser un animal racional, capaz de conocer a Dios, y además disfrutar de esta luz, de este aire, de la lluvia, los frutos, de la diversidad de los tiempos, de las satisfacciones terrenas, la salud del cuerpo, el afecto de los amigos, el bienestar del hogar? Todo esto son bienes, son dones de Dios. No penséis, hermanos, que alguien podrá conceder estas cosas: sólo y únicamente Dios. Todos aquellos, pues, que esperan estos dones de sólo Dios, se diferencian mucho de quienes buscan todo eso bien sea de los demonios, de los adivinos o de los astrólogos. Son miserables de dos modos, por anhelar únicamente los bienes terrenos, y por no pedirlos a quien es el dador de todo bien. Y los que buscan estos bienes, deseando ser felices con ellos, y es esto sólo lo que le piden a Dios, son ciertamente mejores, por el hecho de pedírselos a Dios; pero todavía corren peligro. Y dirá alguien: ¿Por qué corren peligro? Porque a veces, al considerar las cosas humanas, se dan cuenta de que todos estos bienes terrenos, que ellos desean, los tienen también, y en abundancia, los impíos e inicuos, y piensan que han perdido la recompensa de adorar a Dios, puesto que los malos, que no adoran a Dios, tienen lo mismo que ellos, que sí le rinden culto; es más, a veces los que le dan culto carecen de lo que tienen los que blasfeman contra Dios. Sí, todavía se encuentran en peligro.

8. Pero este sí que ha entendido qué misericordia debe implorar de Dios: Señor, tu misericordia en el cielo, y tu verdad hasta las nubes; es decir, la misericordia que otorgas a tus santos es celestial, no terrena; es eterna, no temporal. ¿Y cómo la has podido anunciar a los hombres? Porque tu verdad hasta las nubes. ¿Quién podría conocer la misericordia celestial de Dios, si Dios no la anunciase a los hombres? ¿Y cómo la anunció? Enviando su verdad hasta las nubes. ¿Qué nubes son estas? Los predicadores de la Palabra de Dios. De aquí que en cierto lugar, Dios se enfada con una viña. Creo que vuestra caridad lo conoce; habéis oído al profeta Isaías, donde habla de una cierta viña: Esperé que diera uvas, pero lo que dio fueron espinas. Y para que nadie creyera que se refería a una de estas viñas visibles, termina así: La viña del Señor Sabaoth es la casa de Israel; y el hombre Judá es viña amada acabada de plantar. Reprendía, sí, a la viña, de la cual esperó uvas, y le produjo espinas. ¿Y qué dice? Daré orden a mis nubes de que no lluevan sobre ella. Airado dijo Dios esto: Mandaré a mis nubes que no lluevan sobre ella20. Y realmente así aconteció. Fueron enviados los Apóstoles como predicadores. Está escrito en los Hechos de los Apóstoles que el apóstol Pablo intentaba predicar a los judíos, pero lo que allí encontró no fueron uvas, sino espinas. Empezaron a devolverle males por bienes y a perseguirlo. Y como cumpliendo lo que se dijo: Mandaré a mis nubes que no lluevan sobre ella, dijo: a vosotros hemos sido enviados; pero como habéis rechazado la Palabra de Dios, nos dirigimos a los gentiles21. Quedó, pues cumplida la palabra: Mandaré a mis nubes que no lluevan sobre ella. Hasta las nubes llegó su verdad; por eso fue posible anunciarnos la misericordia de Dios que está en el cielo y no en la tierra. Y realmente, hermanos, son nubes los predicadores de la palabra de la verdad. Cuando Dios amenaza por medio de los predicadores, truena por las nubes. Cuando Dios hace milagros por medio de los predicadores, lanza sus relámpagos desde las nubes, aterroriza desde las nubes, y riega por la lluvia. En efecto, los predicadores por cuyo medio se predica el Evangelio de Dios, son las nubes de Dios. Esperemos, pues, la misericordia, pero aquella que está en el cielo.

9. [v.7] Tu justicia es como los montes de Dios; tus juicios, como un abismo profundo. ¿Quiénes son los montes de Dios? Lo que antes llamó nubes, esos son los montes de Dios: los grandes predicadores son los montes de Dios. Y como el sol, al nacer, lo primero que reviste de luz es a los montes, y desde allí la luz va bajando hasta las partes más humildes de la tierra, así fue cuando vino Jesucristo nuestro Señor: lo primero que irradió fue las cumbres apostólicas, iluminó los montes, y desde allí fue descendiendo su luz hasta los desfiladeros de la tierra. De ahí que en salmo se diga: Levanté mis ojos a los montes, de donde me viene el auxilio. Pero no vayas a pensar que el auxilio te lo van a dar los mismos montes; ellos reciben lo que dan, no lo dan de lo suyo. Y si en los montes te quedaras, no sería firme tu esperanza; No, tu esperanza y tu seguridad deben basarse en aquel que ilumina los montes. El auxilio te llegará de los montes, puesto que las Escrituras se te han servido por medio de los montes, los grandes predicadores de la verdad; pero no pongas en ellos tu esperanza. Escucha lo que se dice a continuación: Levanto mis ojos a los montes, de donde me vendrá el auxilio. ¿Son, entonces, los montes quienes te auxilian? No; escucha lo que sigue: El auxilio me viene del Señor, que hizo el cielo y la tierra22. El auxilio viene de los montes, pero no dimana de los montes. ¿De quién, pues? Del Señor que hizo el cielo y la tierra. Ha habido otros montes, y cuando alguien conducía la nave por en medio de ellos, naufragaba. Porque surgieron algunos promotores de herejías, que también eran montes. Monte era Arrio, y también Donato; Maximiano recientemente se ha convertido como en un monte. Muchos, al ver estos montes, anhelando la tierra firme, y queriendo librarse del oleaje, fueron arrojados contra las rocas, y naufragaron en tierra. Por tales montes no era seducido aquel que dice: En el Señor confío, ¿Por qué decís a mi alma: escapa como un pájaro a los montes?23 No quiero que mi esperanza descanse en Arrio, ni en Donato: El auxilio me viene del Señor, que hizo el cielo y la tierra. Aprended cuánto os fiais de Dios, y cuánto atribuís a los hombres; porque maldito todo el que pone su esperanza en el hombre24. Con suma modestia y humildad el santo apóstol Pablo, con verdadero celo de la Iglesia, pero por el Esposo, no por sí mismo, y espantado de aquellos que llegaron a decir: Yo soy de Pablo, yo de Apolo25, tomando más bien su persona, la cual pisó y despreció para glorificar a Cristo: ¿Es que acaso Pablo fue crucificado por vosotros, o fuisteis bautizados en el nombre de Pablo?26 Los aleja de sí mismo, pero para enviarlos a Cristo. No quiere ser amado por la Esposa en lugar del Esposo, ni siquiera como amigo del Esposo, puesto que los amigos del Esposo son los Apóstoles. De este Esposo tenía celos también aquel humilde Juan que era tenido por Cristo. Por eso dice: Yo no soy Cristo, pero el que viene después de mí es mayor que yo, y no soy digno de desatar las correas de su calzado27. Al humillarse con tanta sinceridad, mostraba no ser el Esposo, sino amigo del Esposo. Y por eso dice: El que tiene esposa es el esposo; y el amigo del esposo, que está a su lado y lo escucha, con gozo se goza de la voz del esposo28. Y aunque el amigo del Esposo sea un monte, no tiene el monte la luz por sí mismo, sino que escucha y con gozo se goza por la voz del Esposo. Nosotros —dice— hemos recibido de su plenitud. ¿De quién? De aquel que era la luz verdadera que ilumina a todo hombre que viene a este mundo29. Por él estaba celoso de la Iglesia el Apóstol cuando decía: Que el hombre nos considere como servidores de Cristo y dispensadores de los misterios de Dios; es decir: Levanté mis ojos a los montes, de donde me vendrá el auxilio. Que el hombre nos considere como servidores de Cristo y dispensadores de los misterios de Dios30. Pero para que nuevamente tu confianza no se base en los montes, en lugar de residir en Dios, escucha: Yo planté, Apolo regó, pero el crecimiento lo ha dado Dios; y también: Ni el que planta es algo, ni el que riega; es Dios quien da el crecimiento31. Por eso dijiste antes: Levanté mis ojos a los montes, de donde me vendrá el auxilio; pero como ni el que planta es algo, ni el que riega, di: El auxilio me viene del Señor, que hizo el cielo y la tierra; y también: Tu justicia es como los montes de Dios, es decir, los montes están llenos de tu justicia.

10. Tus juicios son como un profundo abismo. Llama abismo a la profundidad de los pecados; en él se precipitan los que desprecian a Dios; como se dice en otro pasaje: Dios los entregó a los deseos de su corazón, a hacer lo que no les conviene. Ponga atención vuestra caridad. Estamos ante algo importante, se trata de un asunto grave. ¿Cómo es esto? Dios los entregó a los deseos de su corazón, a hacer lo que no les conviene. Luego si Dios los entregó a los deseos de su corazón, para hacer lo que no les conviene, ¿es esa la razón por la que cometen tan grandes males? Como si alguien hiciese esta pregunta: Si Dios hace esto para que ellos hagan lo que no les conviene, ¿qué hicieron ellos? Es oscuro lo que acabas de oír: Dios los entregó a los deseos de su corazón. Luego fueron sus deseos, que no quisieron dominar, y por las que serán entregados al juicio de Dios. Pero para que se vea que fueron dignos de ser entregados, mira lo que de ellos había dicho antes: Porque habiendo conocido a Dios, no lo glorificaron como a Dios, ni le dieron gracias, sino que se ofuscaron en sus pensamientos, y su insensato corazón se entenebreció. ¿Por qué? Por la soberbia. Llamándose a sí mismos sabios, se volvieron necios. Y de ahí la consecuencia: Los entregó Dios a los deseos de su corazón32. Por haber sido soberbios e ingratos, merecieron ser entregados a los deseos de su corazón, y se hicieron como un abismo profundo, de manera que no sólo cometieron pecado, sino que obraron con dolo, para no caer en la cuenta de su iniquidad y odiarla. Esta es la profundidad de su malicia: el negarse a descubrirla y rechazarla. Pero fíjate cómo se llega a una tal profundidad: Los juicios de Dios son un abismo profundo. Como los montes de Dios, así es su justicia: los que por su gracia se hacen grandes, así también por sus juicios, van a lo profundo los que se sumergen en lo peor. Sea esta la razón por la que te deleiten los montes, y también por ella te apartes del abismo y te dirijas a lo que se dice: Mi auxilio me viene del Señor. ¿Pero de dónde? Porque levanté mis ojos a los montes. ¿Qué quiere esto decir? Lo diré en latín: En la Iglesia de Cristo te encuentras el abismo, y te encuentras los montes; y ves que allí hay menos gente buena, porque los montes son pocos, y el abismo es amplio, es decir, son muchos los que viven mal por la ira de Dios, ya que se portaron de manera que fueran entregados a los deseos de su corazón, y que defienden sus pecados, y en lugar de confesarlos, dicen: ¿Por qué? ¿Qué hice yo? También aquel hizo esto y el otro aquello. Se ponen a defender lo que condena la palabra divina: es el abismo. Por eso en cierto lugar dice la Escritura, y aquí estate atento al abismo: El pecador, una vez que ha llegado a lo profundo de sus males, desprecia33. He aquí lo de: Tus juicios son como el abismo profundo. Pero tú todavía no eres monte, todavía no eres abismo; huye del abismo y fíjate en los montes, pero no te quedes en los montes. Porque tu auxilio viene del Señor, que hizo el cielo y la tierra.

11. [v.7—8] Tú salvas a hombres y animales, Señor; conforme se multiplicó tu misericordia, ¡oh Dios! Había dicho: Tu misericordia en el cielo, y para que se sepa que también está en la tierra, dice: Tú salvas a hombres y animales, Señor; conforme se multiplicó tu misericordia, ¡oh Dios! Grande es tu misericordia, y se manifiesta de muchas maneras tu misericordia, oh Dios; y la otorgas a hombres y animales. Porque la salvación del hombre ¿de quién procede? De Dios. ¿Y la salvación de los animales no procede también de Dios? Porque quien hizo al hombre, también hizo a los animales; el que creó a ambos, a ambos salva; sólo que la salvación de los animales es temporal. Pero hay quienes piden a Dios lo que les ha dado a los animales, como si fuera de mucha importancia. ¡Cómo se ha multiplicado tu misericordia, oh Dios! de manera que esta salvación corporal y temporal que se da a los hombres, no se dé sólo a ellos, sino también a los animales.

12. Entonces, ¿no han recibido los hombres algo especial de Dios, que no merecen los animales, a lo que los animales no tienen acceso? Lo tienen sin duda. ¿Y dónde está lo que tienen? Pero los hijos de los hombres esperan bajo la sombra de tus alas. Fíjese vuestra caridad en esta frase llena de dulzura: Salvarás a hombres y animales. Dijo primero: a hombres y animales; y luego dice: a los hijos de los hombres, como si fueran distintos los hombres y los hijos de los hombres. A veces en la Escritura «hijos de los hombres» significa los hombres en general, y otras tiene un significado propio, queriendo indicar no todos en general, máxime si hay alguna distinción que hacer. En efecto, no sin razón está escrito: Salvarás a hombres y animales, Señor; pero a los hijos de los hombres, como si una vez apartados los primeros, guarda a los hijos de los hombres que ha separado. ¿Separado de quiénes? No sólo de las bestias, sino también de los otros hombres que buscan de Dios la salvación propia de los animales, teniéndola como cosa excelente. ¿Quiénes son, pues, los hijos de los hombres? Quienes esperan bajo la sombra de sus alas. Aquellos hombres junto con los animales se gozan en las cosas; pero los hijos de los hombres se gozan en la esperanza; Aquellos, van en pos de bienes presentes, junto con las bestias; estos esperan los bienes futuros junto con los ángeles. ¿Por qué, pues, esta distinción entre hombres e hijos de los hombres? Porque en algún pasaje dice la Escritura: ¿Qué es el hombre para que te acuerdes de él, o el hijo del hombre ya que lo visitas?34 ¿Qué es el hombre, para que te acuerdes de él? Te acuerdas como si estuviera ausente, pero al hijo del hombre lo visitas estando presente. ¿Qué significa: Te acuerdas del hombre? Tú salvas a hombres y animales, Señor, porque incluso a los malos brindas la salvación, y a los que no anhelan el reino de los cielos. Los protege y no los abandona, según es su estilo, como a sus animales, que tampoco los abandona; pero se acuerda de ellos, como ausentes que son. Mas a quien visita, ese es hijo del hombre, y se le dice: Los hijos de los hombres esperan a la sombra de tus alas. Y si queréis distinguir entre estas dos clases de hombres, fijaos, primero, en estos dos hombres, Adán y Cristo. Escucha al apóstol: Así como en Adán todos mueren, así también en Cristo todos serán vivificados35. Nacemos en Adán para morir; resucitamos en Cristo para vivir siempre. Cuando somos portadores de la imagen del hombre terreno, somos hombres; cuando llevamos la imagen del hombre celestial, somos hijos de los hombres, ya que Cristo fue llamado el Hijo del hombre36. Adán era hombre, pero no hijo del hombre; de ahí que pertenezcan a Adán los que desean los bienes carnales y esta salvación temporal. Les exhortamos a que sean hijos de los hombres, que esperan bajo la sombra de sus alas, y desean aquella misericordia que está en el cielo, y que ha sido anunciada por medio de las nubes. Pero si no son capaces todavía, al menos, mientras tanto, que no deseen los bienes temporales más que del único Dios; que se sometan así al Antiguo Testamento, para que puedan llegar al Nuevo.

13. También aquel pueblo, deseó los bienes terrenos, el reinado de Jerusalén, el sometimiento de sus enemigos, la abundancia de los frutos, la propia salud y la de sus hijos. Deseaban esas cosas y las recibían, custodiados bajo la Ley. Deseaban de Dios los bienes que también da a los animales, porque todavía a ellos no había venido el Hijo del hombre, para que llegasen a ser hijos de los hombres; y sin embargo ya tenían nubes que les anunciasen el Hijo del hombre. A ellos vinieron los profetas, que les anunciaron a Cristo; y había algunos de entre ellos que entendían y llegaban a tener esperanza de recibir la misericordia que está en el cielo. Los había también que sólo aspiraban a realidades materiales y a una felicidad terrena y temporal. A estos se les deslizaban los pies hacia la construcción o adoración de ídolos. Y cuando Dios les amonestaba, les castigaba en todo aquello que era su deleite, arrebatándoselo, y cuando sufrían hambre, guerras, pestes, enfermedades, ellos se volvían a los ídolos. Todos esos bienes, tan importantes para ellos, y que debían implorar a Dios, lo esperaban de los ídolos, y abandonaban a Dios. Se fijaban en que los mismos bienes que ellos anhelaban, los tenían en abundancia los impíos y delincuentes, y creían que ellos daban culto a Dios inútilmente, ya que no les otorgaba la recompensa terrena. ¡Oh, hombre! eres un obrero de Dios; el tiempo de recibir el salario vendrá después; ¿Por qué exiges el salario antes del trabajo? Si llega un trabajador a tu casa, ¿le darás su salario antes de terminar su obra? Lo tendrías por un perverso si dijese: Primero quiero recibir el salario, y luego trabajaré. Te enfadarías. ¿Por qué te enfadarías? Porque no tuvo fe en el hombre, que es mentiroso. ¿Y Dios cómo es que no se enoja, cuando tú no das fe a la misma verdad? Te dará lo que te prometió; no te engañará, porque es la misma verdad quien lo prometió. ¿O acaso tienes miedo de que no tenga qué darte? Es omnipotente. No temas que falte quien te dé; es inmortal. No temas que alguien le suplante; es eterno, estate seguro. Si quieres que tu obrero crea en ti toda la jornada, cree también tú en Dios durante toda tu vida, puesto que tu vida es un instante de tiempo para Dios. ¿Y tú qué serás? Los hijos de los hombres esperarán bajo la sombra de tus alas.

14. [v.9] Se embriagarán de la abundancia de tu casa. No sé qué cosa grande nos promete. Quiere decirlo, pero no lo dice; ¿es que no puede, o quizá no lo entendemos? Me atrevo a decir, hermanos, refiriéndome incluso a las santas lenguas y corazones, por medio de los cuales la verdad nos fue anunciada, que no se puede decir ni pensar lo que anunciaban. Se trata de algo grande e inefable, y ellos mismos lo vieron parcialmente y como un enigma, según dice el Apóstol: Ahora vemos parcialmente y como un enigma; entonces cara a cara37. Así es: lo que ellos vieron como un enigma, eso nos transmitieron. ¿Cómo seremos cuando veamos cara a cara lo que ellos concebían en su corazón, y no eran capaces de expresar con la lengua, de forma que los hombres lo entendieran? ¿Qué necesidad había de decir: Se embriagarán de la abundancia de tu casa? Buscó una palabra que lo expresase, hablando de cosas humanas; y como vio a los hombres sumergiéndose en la embriaguez por beber vino sin medida, perdiendo la mente, encontró la expresión adecuada, porque cuando se haya recibido aquella alegría inefable, de algún modo desaparece la mente humana, y se hace divina, embriagándose de la abundancia de la casa de Dios. Se dice, de hecho, en otro salmo: Tu cáliz embriagador ¡que excelente es!38 Los mártires estaban embriagados con este cáliz, cuando, al dirigirse a sus padecimientos, no reconocían a los suyos. ¿Quién tan ebrio como el que no reconoce a su esposa que llora, a sus hijos, a sus parientes? No los reconocían, parecía que no estuvieran ante sus ojos. No te extrañes, estaban ebrios. ¿Por qué lo estaban? Mirad: bebieron el cáliz con el cual se embriagaron. De ahí que él da gracias a Dios, diciendo: ¿Qué daré al Señor por todo lo que me ha dado? Tomaré el cáliz de la salvación e invocaré el nombre del Señor39. Así que, hermanos, seamos hijos de los hombres, esperemos bajo la sombra de sus alas, y embriaguémonos con la abundancia de su casa. Hablé como pude, y como puedo veo, pero no puedo expresarme conforme a lo que veo. Se embriagarán de la abundancia de tu casa; y les darás a beber del torrente de tus delicias. Se llama torrente al agua que viene impetuosa. Habrá ímpetu de misericordia divina, para regar e inundar a los que ahora ponen su esperanza bajo la sombra de sus alas. ¿Cuál es esa delicia? Es como un torrente que embriaga a los sedientos. Ahora, pues, el que tenga sed que ponga su esperanza; el sediento tenga esperanza: se embriagará con la realidad; antes de poseer la realidad, esté sediento en esperanza. Dichosos los que tienen hambre y sed de justicia, porque serán saciados40.

15. [v.10] ¿De qué fuente serás regado, y de dónde mana un tan abundante torrente de sus delicias? Porque en ti, dice, está la fuente de la vida. ¿Quién es la fuente de la vida, sino Cristo? Vino a ti en carne para rociar tu garganta sedienta; saciará al que tiene esperanza, él, que roció al que tenía sed. Porque en ti está la fuente de la vida, y en tu luz veremos la luz. Aquí una cosa es la fuente y otra la luz; allá no será así. Porque lo que es la fuente, eso mismo es la luz; llámalo como quieras, pero no es lo que tú lo llamas: no se puede encontrar un nombre apropiado, no se contiene en un solo término. Si dijeras que es sólo luz, se te respondería: No es razonable decir de mí que tengo hambre y sed; porque ¿quién puede comer la luz? Con toda verdad se me ha dicho: Dichosos los limpios de corazón porque ellos verán a Dios41; si es luz, prepararé mis ojos. Prepara también tu garganta, porque lo que es luz, también es fuente: fuente porque sacia a los sedientos; luz porque ilumina a los ciegos. En este mundo frecuentemente en un lugar es luz y en otro fuente. Hay veces que las fuentes fluyen en las tinieblas; y otras veces en pleno desierto sufrirás el sol, y no encontrarás la fuente; aquí ambas cosas pueden separarse; allá no te fatigarás porque es la fuente, y no estarás en tinieblas porque es la luz.

16. [v.11] Otorga tu misericordia a los que te conocen, y tu justicia a los rectos de corazón. Ya hemos dicho varias veces que rectos de corazón son los que en esta vida siguen la voluntad de Dios. A veces la voluntad de Dios es que estés sano y otras veces que estés enfermo; si cuando estás sano te es dulce la voluntad de Dios, y cuando enfermo te es amarga, no eres recto de corazón. ¿Por qué? Porque no quieres encauzar tu voluntad a la de Dios, sino que pretendes torcer la voluntad de Dios hacia la tuya. La de Dios es recta, y tú eres torcido; deberá ser corregida tu voluntad según la suya, y no torcida la suya hacia ti; entonces tendrás un corazón recto. Si a uno le va bien en este mundo, que bendiga al Dios que lo consuela; si tiene que sufrir, bendiga a Dios porque lo corrige y lo prueba; serás también recto de corazón diciendo: Bendeciré al Señor en todo tiempo, su alabanza está siempre en mi boca42.

17. [v.12] Que no se acerque a mí el pie de la soberbia. Antes había dicho: Bajo la sombra de tus alas esperarán los hijos de los hombres, y se embriagarán con la abundancia de tu casa. Cuando comiencen todos a regarse con la abundancia de esta fuente, tengan cuidado de no ensoberbecerse. No le faltó al primer hombre, Adán; pero se le acercó el pie de la soberbia, y lo apartó la mano del pecador, es decir, la mano soberbia del diablo. Y lo mismo que su seductor había dicho: Pondré mi trono hacia el Aquilón43, del mismo modo lo convenció a él: Probad y seréis como dioses44. Por la soberbia, sí, hemos caído, hasta llegar a esta mortalidad. Las heridas que nos causó la soberbia, nos las cura la humildad. Dios vino humilde, para curarle al hombre la profunda herida de la soberbia. Vino porque la Palabra se hizo carne y habitó entre nosotros45. Fue apresado por los judíos y ultrajado. Ya habéis oído, cuando se leyó el Evangelio, qué dijeron y a quién se lo dijeron: Tienes un demonio46; pero él no les contestó: El demonio lo tenéis vosotros, porque permanecéis en vuestros pecados, y el diablo es el dueño de vuestro corazón. No, esto no lo dijo, aunque si lo hubiera dicho diría la verdad; pero no era todavía el tiempo de decirlo, para no dar la impresión de que no predicaba la verdad, sino que les devolvía la maldición. Dejó pasar el insulto como si no lo hubiera oído. Era el médico, y había venido a sanar al que estaba loco. Así como el médico no se preocupa de lo que diga el loco, sino de cómo curar su locura; ni hace caso tampoco de algún puñetazo que pueda recibir de él; el uno le causa nuevas heridas, pero el otro le cura su vieja fiebre. Así es como el Señor vino al enfermo, vino al loco, no teniendo en cuenta todo lo que oyera o padeciera, enseñándoles de esta forma la humildad, para que los doctos, se curasen de su soberbia por la humildad; de la cual este pide ser liberado, diciendo: Que no se me acerque el pie de la soberbia, y que no me aparte la mano del pecador. Si se me acerca el pie de la soberbia, me aparta la mano del pecador. ¿Cuál es la mano del pecador? La maquinación del que persuade al mal. ¿Te has hecho un soberbio? Pronto te corromperá el que te persuade al mal. Afiánzate con humildad en Dios, y no te preocupes mucho de lo que se te diga. De aquí procede lo que se dice en otro lugar: Límpiame de mis pecados ocultos, y de los ajenos perdona a tu siervo47. ¿Cuáles son mis pecados ocultos? Que no se me acerque el pie de la soberbia. ¿Y qué es: Y de los ajenos perdona a tu siervo? Que no me aparte la mano del malvado. Conserva lo que está dentro, y no temerás a lo de fuera.

18. [v.13] ¿Por qué temes tanto esto? Es como si dijera: Aquí cayeron todos los que obran la iniquidad; vinieron a parar a aquel abismo, del que se dijo: Tus juicios son como un abismo profundo, y a ese pozo habían de llegar, adonde cayeron los pecadores que lo desprecian. Cayeron, dice; ¿dónde fue su primera caída? Por el pie de la soberbia. Mirad el pie de la soberbia: Ellos, habiendo conocido a Dios, no lo glorificaron como a Dios. Se les acercó el pie de la soberbia, y de allí fueron a parar al abismo: El Señor los entregó a los deseos de su corazón, para hacer lo que no les convenía48. Tuvo temor tanto de la raíz como de la cabeza del pecado, quien dijo: Que no me alcance el pie de la soberbia. ¿Por qué lo llamó pie? Porque al caer en la soberbia abandonó a Dios y se separó. Llamó pie a su deseo. Que no se me acerque el pie de la soberbia, y no me aparte la mano del pecador: es decir, que las obras del pecador no me separen de ti, queriéndolas imitar. ¿Por qué dice en contra de la soberbia lo siguiente: Aquí cayeron los que obran la iniquidad? Porque los que ahora son inicuos, han caído en la soberbia. Por eso el Señor, al querer prevenir a la Iglesia, dice: Ella estará al acecho de tu cabeza, y tú de su calcañar49. La serpiente observa cuando se te acerca el pie de la soberbia, cuando resbalas, para hacerte caer; tú estate atento a su cabeza: el principio de todo pecado es la soberbia50. Allí cayeron los que obran la iniquidad; fueron arrojados y no se pudieron mantener en pie. El primero aquel que no permaneció en la verdad, y luego, por su influjo, aquellos que Dios expulsó del paraíso. De ahí que aquel humilde que se declaró indigno de desatar la correa del calzado, no fue arrojado, al contrario, está en pie y escucha al Señor, gozándose profundamente en la voz del Esposo51, no de la suya, no sea que se le acerque el pie de la soberbia y sea arrojado, sin poder permanecer en pie.

19. Y si hemos sido tediosos y pesados para algunos de vosotros, ya hemos terminado el salmo, pasó el cansancio y nos alegramos porque hemos expuesto el salmo entero. Al llegar a la mitad, temiendo seros pesado, iba a dejarlo; pero pensé que nuestro plan iba a quedar truncado, y no iba a ser tan fácil reanudarlo desde la mitad, como completándolo todo hasta el final. Preferí cansaros, antes que dejar el resto, quedando la exposición incompleta. Además, os debo también para mañana un sermón; orad por mí para que lo pueda exponer, y vosotros traed la boca hambrienta y los corazones devotos.