EXPOSICIÓN DEL SALMO 34

Sermón segundo

Traducción: Miguel F. Lanero, o.s.a y Enrique Aguiarte Bendímez, o.a.r.

1. Centremos nuestra atención en lo que queda de este salmo, y roguemos al Señor y Dios nuestro nos conceda entenderlo rectamente y el fruto del obrar bien. Creo que vuestra caridad recuerda hasta dónde llegamos ayer en nuestra exposición; desde ahí mismo vamos a comenzar hoy. Aquí descubrimos la voz de Cristo; sí, la voz de la Cabeza y del Cuerpo de Cristo; y cuando oyes a Cristo, no separes al Esposo de la Esposa. Trata de comprender aquel gran misterio: Serán dos en una sola carne1. Si son dos en una sola carne, ¿por qué no lo son en una sola voz? La Cabeza no ha sufrido tentaciones que no haya sufrido el Cuerpo; y la causa de padecer la Cabeza no fue otra que dar ejemplo al cuerpo. Porque el Señor padeció por su propia voluntad, nosotros por necesidad; él por misericordia, nosotros por nuestra humana condición. De ahí que su voluntaria pasión resulta ser nuestra necesaria consolación; de manera que cuando nos toca sufrir algo, pongamos la mirada en nuestra Cabeza, para que aleccionados con su ejemplo, nos podamos decir: Si lo padeció él, ¿por qué nosotros no? Sufrámoslo nosotros como lo sufrió él. El enemigo pudo ensañarse con él hasta la muerte del cuerpo. Pero no pudo llegar a aniquilarlo, puesto que resucitó al tercer día. Y lo que en él sucedió al día tercero, también sucederá en nuestro cuerpo al final de los tiempos. La esperanza de nuestra resurrección queda aplazada, pero ¿queda acaso eliminada? Conozcamos aquí, carísimos, las voces de Cristo, y distingámoslas de las voces de los impíos. Son las voces del Cuerpo que sufre en este mundo persecución, angustias y tentaciones. Pero dado que son muchos los que esto padecen, sea por sus propios pecados, sea por sus crímenes, hay que andar muy atentos para distinguir la causa, no tanto la pena. Un criminal puede tener un castigo semejante a un mártir, pero la causa es distinta. Tres eran los crucificados2: uno era el Salvador, otro el que se iba a salvar, y el otro el que se iba a condenar; la misma pena para todos, pero bien distinta la causa.

2. [v.11—12] Diga, pues, nuestra Cabeza: Se levantaban testigos inicuos, y me preguntaban cosas que yo ignoraba. Pero digámosle nosotros a nuestra Cabeza: Señor, ¿qué es lo que ignorabas? ¿Es que hay algo que tú ignores? ¿No conocías hasta el mismo corazón de los que te preguntaban? ¿No tenías ante tus ojos sus perfidias? ¿No te entregaste a sabiendas en sus manos? ¿No habías venido a padecer a causa de ellos? ¿Qué es, pues, lo que ignorabas? Era el pecado lo que ignoraba. Y lo ignoraba no porque no lo juzgase, sino porque no lo cometía. Son muchas las expresiones cotidianas parecidas, como cuando dices de alguno: No sabe estar, es decir, no está; o también: No sabe hacer el bien, porque no lo hace; no sabe hacer mal, porque no lo hace. Lo que está ausente del obrar, lo está de la conciencia; y lo ausente de la conciencia, parece ausente de la ciencia. Es esto lo que decimos que Dios no sabe, igual que las disciplinas desconocen la deformidad; y no obstante es por las disciplinas como emitimos juicios sobre lo que conocemos. De ahí que nuestra Cabeza, cuando le preguntamos y le decimos: Señor, ¿qué es lo que ignorabas? ¿Qué te podían preguntar que no supieras?, él nos contesta por la verdad de su mismo Evangelio: Ignoraba las maldades, y sobre ellas me preguntaban. Y si no crees que yo las ignorase, tienes en el Evangelio cómo yo desconozco a los malos, a quienes diré al final de los tiempos: No os conozco; apartaos de mí, los que obráis la iniquidad3. ¿Acaso desconocía a los que condenaba? ¿O puede uno condenar justamente a alguien sin conocerlo bien? Y sin embargo ese buen conocedor no mintió cuando dijo: No os conozco; es decir, no os adaptáis a mi cuerpo, no os apegáis a mis reglas; sois el defecto, mientras que yo soy la disciplina, que no admite defecto, y por la cual todos aprenden a evitar cualquier defecto. Se levantaban testigos inicuos, y me preguntaban cosas que yo ignoraba. ¿Qué ignoraba más Cristo que blasfemar? Y por haber dicho la verdad, cuando fue interrogado por sus enemigos, le acusaron de haber blasfemado4. Pero ¿quiénes? Los que dice a continuación: Me devolvían males por bienes, y esterilidad a mi alma. Yo les traje la fecundidad, y ellos me devolvieron la esterilidad; yo la vida, ellos la muerte; yo el honor, ellos los ultrajes; yo la medicina, ellos las heridas; y en todas estas cosas que me devolvían, ciertamente estaba la esterilidad. Fue la esterilidad lo que maldijo en aquel árbol, cuando buscó su fruto y no lo encontró5. Había hojas, pero no fruto; había palabras, pero faltaban las obras. Fíjate cómo hay abundancia en las palabras, pero esterilidad en los hechos: Tú, que predicas que no hay que robar, robas; hablas contra el adulterio, y adulteras6. Tales eran los que le preguntaban a Cristo lo que ignoraba.

3. [v.13] Yo, en cambio, cuando ellos me molestaban, me vestía de cilicio, y humillaba mi alma con ayuno, y mi oración regresaba en mi seno. Bien sabemos, hermanos, que pertenecemos al cuerpo de Cristo, que somos sus miembros7; y en cualesquiera de nuestras tribulaciones se nos amonesta a no pensar en lo que debemos responder a nuestros enemigos, sino en cómo tener a Dios propicio por la oración, y sobre todo a no dejarnos vencer por la tentación; luego, a ver cómo podemos lograr que se conviertan a la salvación de la justicia incluso aquellos que nos persiguen. Nada más importante, nada mejor hay en la tribulación, que apartarse del bullicio que hay por fuera e ir al lugar interior secreto de la mente8; y allí invocar a Dios, donde nadie ve al que gime ni al que viene a socorrer; cerrar la puerta de aquel recinto a toda molestia que pueda venir de fuera, humillarse a sí mismo con la confesión de su pecado, engrandecer y alabar a Dios que corrige y consuela; es esto lo que hay que mantener sea como sea. Sin embargo nos hemos referido aquí al cuerpo, es decir, a nosotros; ¿y qué es lo que de ello reconocemos en Jesucristo nuestro Señor? Por más que miremos el evangelio y lo investiguemos atentamente, no hallamos que el Señor se haya vestido de cilicio en ninguna de sus tribulaciones o sufrimientos. Sí leemos que ayunó tras haber sido bautizado; cilicio ninguno hemos leído ni oído que usase en tales circunstancias; no ayunó cuando le perseguían los judíos, sino cuando lo tentó el diablo9. Y no afirmo que ayunó el Señor cuando le preguntaban esas cosas que ignoraba, ni cuando le devolvían males por bienes, acosándolo, persiguiéndolo, arrestándolo, flagelándolo, hiriéndolo, matándolo. Y sin embargo, hermanos, si en todas estas circunstancias descorremos un poco el velo con piadosa curiosidad, y escudriñamos atentamente con el ojo del corazón los secretos de estos pasajes de la Escritura, encontraremos que sí realizó esto el Señor. Llama cilicio quizá a la mortalidad de su carne. ¿Y por qué cilicio? Por la semejanza con la carne de pecado. Dice, en efecto, el Apóstol: Dios envió a su Hijo en una carne semejante a la de pecado, para así, desde el pecado, condenar el pecado en la carne10, es decir: revistió de cilicio a su Hijo, para condenar en el cilicio a los cabritos. No porque existiese pecado, no digo en el Verbo de Dios, pero ni siquiera en el alma santa y en la mente del hombre al que el Verbo y la Sabiduría de Dios se había adaptado en una única persona; ni tampoco en su cuerpo había pecado alguno; lo único que había en el Señor era la semejanza de carne de pecado; y como la muerte proviene del pecado11, ciertamente aquel cuerpo era mortal. Porque sólo siendo mortal podía morir; y si no hubiera muerto, no hubiera resucitado; y sin resurrección no nos podría haber dado la certeza de la vida eterna. Así que a la muerte se la llama pecado por ser consecuencia del pecado, lo mismo que se llama lengua, griega o latina, no a ese miembro de nuestra carne, sino a lo que se hace con ese miembro del cuerpo. Nuestra lengua es un miembro más de nuestro cuerpo, como los ojos, la nariz, los oídos, etc. La lengua griega la forman las palabras griegas. No es que nuestra lengua venga de las palabras, sino que las palabras existen gracias a la lengua. Dices de alguien: He conocido su rostro, refiriéndote a un miembro de su cuerpo; y dices también: He reconocido la mano de un ausente, no su mano corporal, sino la escritura de su mano corporal. Es así como hay que entender lo del pecado del Señor, puesto que él fue hecho del pecado, por haber asumido la carne de pecado, la misma materia, que por el pecado había merecido la muerte. En una palabra: María, descendiente de Adán, murió por el pecado; Adán murió por causa del pecado, y la carne del Señor, venida de María, murió para destruir el pecado. Con este cilicio se vistió el Señor; por eso no fue reconocido, porque estaba escondido bajo ese cilicio. Yo —dice— cuando me molestaban, me vestía de cilicio, o sea: ellos se ensañaban, yo estaba escondido. Porque si no hubiera resuelto quedar oculto, ni siquiera hubiera podido morir. Recordemos aquel instante puntual, aquel poco de su poder, si es que poco se le puede llamar, que se mostró cuando lo quisieron arrestar: a una sola pregunta: ¿a quién buscáis?, retrocedieron todos y cayeron por tierra12. Nunca hubieran podido humillar tan grande poder durante su pasión, sino ocultado bajo el cilicio.

4. Me vestía de cilicio, y humillaba mi alma con ayuno. Ya hemos entendido el significado del cilicio. ¿Cómo entender el ayuno? ¿Quería Cristo comer del fruto que buscaba en aquel árbol, y si lo hubiera encontrado, lo habría comido?13 ¿Quería Cristo beber cuando le suplicó a la samaritana: Dame de beber14, y cuando exclamó en la cruz: Tengo sed15? ¿De qué tenía hambre, de qué tenía sed Cristo, sino de nuestras buenas obras? Su ayuno lo practicaba en aquellos que lo estaban crucificando y persiguiendo, ya que ni una sola obra buena encontró en ellos; le devolvían la esterilidad a su alma. ¡Cuál no fue su ayuno, que en la cruz apenas encontró un ladrón para poder calmar su hambre! Los apóstoles habían huido y se habían escondido entre la turba. Y aquel Pedro, que había prometido acompañarlo hasta la muerte, ya le había negado tres veces, ya había llorado, y todavía estaba mezclado con la gente, tenía miedo de ser reconocido. Al final, cuando ya lo vieron muerto, todos perdieron la esperanza de su salvación; y así, desesperanzados, los encontró después de la resurrección, habló con ellos y los encontró dolidos y lacrimosos, sin esperanza alguna. Así fue lo que le contestaron algunos de ellos, cuando les preguntó: ¿Qué es lo que estáis hablando entre vosotros? Estaban hablando de él: ¿Eres tú —decían— el único forastero en Jerusalén, que no te has enterado de lo que nuestros sacerdotes y magistrados hicieron con Jesús de Nazaret, que fue poderoso en obras y palabras: cómo lo crucificaron y lo mataron? Nosotros esperábamos que él iba a redimir a Israel16. Habría permanecido el Señor en un gran ayuno, si no hubiera nutrido a los que habían de alimentarle. Porque los reanimó, los consoló, les dio fortaleza y los restituyó a su cuerpo. Así fue el ayuno de nuestro Señor.

5. Y mi oración —sigue diciendo— regresaba en mi seno. Gran profundidad tiene este versículo; que el Señor nos ayude a penetrarlo. Al decir seno se entiende algo secreto. Y por cierto, hermanos, también a nosotros se nos invita a orar en nuestro seno (interior), allí donde Dios ve, donde Dios oye, adonde no puede penetrar ningún ojo humano, adonde no llega a ver más que el presta ayuda; donde oró Susana, y aunque su voz no fue percibida por los hombres, sí fue oída por Dios17. A esto somos correctamente exhortados; pero cuando se trata de nuestro Señor, debemos entender algo más, porque también él oró. En el evangelio no encontramos lo del cilicio de una forma literal; ni tampoco lo del ayuno durante su pasión literalmente; por eso lo hemos explicado de una forma alegórica y con semejanzas, como hemos podido. En cambio la oración de Jesús sí la hemos oído desde la cruz: Dios mío, Dios mío, ¿por qué me has abandonado?18 Pero también nosotros estábamos allí. ¿Cuándo lo abandonó el Padre, que nunca se separó de él? Leemos así mismo que oró solo en la montaña, leemos que pasó la noche entera en oración; incluso también cuando ya se acercaba la pasión19. Y mi oración regresaba en mi seno. De momento no veo otra interpretación mejor referida al Señor; tal vez después se me ocurra a mí o a otro con más luces una mejor interpretación. Yo, la frase y mi oración regresaba en mi seno., la entiendo así porque en su interior tenía al Padre. En efecto, Dios estaba en Cristo reconciliando el mundo consigo20. Tenía dentro de sí a quién rogar; no estaba lejos de él, puesto que había dicho: Yo estoy en el Padre y el Padre está en mí21. Ahora bien, dado que la oración es más bien propia del hombre, Cristo, como Verbo que es, no ora, sino que escucha; y no busca ayuda para sí mismo, sino que junto con el Padre, lo que quiere es ayudar a todos. ¿Qué quiere decir que y mi oración regresaba en mi seno, sino que en mí mismo la humanidad intercede ante la divinidad?

6. [v.14] Como en un prójimo, como en un hermano nuestro, así me complacía; como quien llora y está triste, así me humillaba. Esto se refiere a su Cuerpo; veámonos aquí nosotros. Cuando disfrutamos en la oración, cuando nuestra mente se serena, no por una prosperidad mundana, sino por la luz de la verdad, el que ha sentido esta luz, sabe lo que estoy diciendo, y ve y reconoce aquí lo que significan estas palabras: Como en un prójimo, como en un hermano nuestro, así me complacía. Es lo que le sucede al alma cuando se complace en Dios, de quien no está lejos. En él —dice— nos movemos y estamos22, como pasa con un hermano, con un vecino, con un amigo. Pero si no puede alegrarse, resplandecer, acercarse, unirse de esta manera, y se ve lejos de esta actitud, entonces que ponga en práctica lo que sigue: Como quien llora y está triste, así me humillaba. Cuando se encontraba cercano, dijo: Me complacía como en un hermano nuestro; y cuando se encontraba distante y alejado: Como quien llora y está triste, así me humillaba. ¿Por qué llora uno, sino porque lo que desea no lo tiene? Y no es raro que sucedan en la misma persona ambas cosas: unas veces se encuentra cerca, y otras lejos. Se acerca por la luz de la verdad; se encuentra lejos cuando llega la oscuridad de la carne. Porque a Dios, hermanos, que está en todas partes, y ningún espacio lo contiene, no nos acercamos ni nos alejamos localmente. Acercarse es hacerse semejante a él; alejarse de él quiere decir volverse distinto de él. Cuando ves dos cosas muy parecidas, ¿no dices que se acerca la una a la otra? Y cuando te parecen muy distintas, aunque estén cercanas, incluso que las tengas en la misma mano, ¿no dices que se distancia la una de la otra? Las tienes ambas, las tienes juntas, y afirmas: Esta se aleja de esta otra; no localmente, sino por su desemejanza. Por tanto, si quieres acercarte, hazte semejante. Si rehúsas hacerte semejante, te irás distanciando. Si te ves semejante, alégrate; y si te encuentras distinto, gime: así tu gemido despertará el deseo, es más, que el deseo despierte tu gemido, y por el gemido, tú que habías comenzado a alejarte, te vayas acercando. ¿No se acercó Pedro al exclamar: Tú eres Cristo, el Hijo del Dios vivo? y nuevamente él mismo se alejó cuando dijo: De ningún modo, Señor, esto no ha de suceder. Y, como quien está ya próximo, ¿qué le dijo al que se aproximaba? Dichoso tú, Simón, hijo de Jonás. ¿Y qué le dijo cuando se iba alejando y diferenciándose? Vete atrás, Satanás. Cuando se acercaba, le dijo: Esto no te lo ha revelado la carne ni la sangre, sino mi Padre que está en el cielo, su luz te ha penetrado, brillas con su luz. En cambio, cuando se alejó por hablar contra la pasión del Señor, que iba a tener lugar para nuestra salvación: No entiendes las cosas de Dios, le dijo; sólo las de los hombres23. Con razón, juntando ambas cosas un salmista, dijo: Yo en mi éxtasis dije: He sido arrojado de tu presencia24. No diría que fue en su éxtasis, si no se encontrara cerca; porque el éxtasis es un arrobamiento de la mente. Echo a volar sobre sí su propia alma, y se acercó a Dios. Luego, como atravesando una nube, y arrastrado por el peso de la carne, cayó de nuevo en tierra, y recapacitando dónde había estado, y a la vista de su estado actual, exclamó: He sido arrojado de la vista de tus ojos. Concédanos, pues, el Señor que se realice en nosotros lo de: Como en un prójimo, como en un hermano nuestro, así me complacía. Y cuando esto no se llegue a realizar, que al menos se dé esto otro: como quien llora y está triste, así me humillaba.

7. [v.15] Se alegraron y se juntaron contra mí todos a una. Ellos alegres, yo triste. Pero hemos oído ahora en el evangelio: Dichosos los que lloran25. Si son dichosos los que lloran, son miserables los que ríen. Se alegraron y se juntaron contra mí; se amontonaron sufrimientos sobre mí, y ellos ni lo sabían. Puesto que me preguntaban lo que yo ignoraba, y ellos ignoraban a quién le preguntaban.

8. [v.16] Me pusieron a prueba y se burlaron de mí con burlas. Es decir, se han reído de mí, me han insultado: tanto de la Cabeza como del Cuerpo. Fijaos, hermanos, en la gloria de la Iglesia que tiene lugar ahora; mirad los oprobios que ha sufrido en el pasado, cómo en algún tiempo los cristianos eran expulsados de todas partes, y donde quiera se los encontraba, eran burlados, heridos, asesinados, arrojados a las fieras, quemados, siendo todo esto la diversión de los hombres. Lo que le sucedió a la Cabeza, esto mismo le sucedió al Cuerpo. Lo que le sucedió al Señor en la cruz, eso mismo lo sufrió su Cuerpo en toda aquella persecución que ya ha concluido; pero ni ahora han cesado tampoco las persecuciones de esa gente. Allí donde encuentran un cristiano, lo suelen insultar, atormentarlo, burlarse de él, llamarle estúpido, tonto, sin valor e incapaz. Que hagan lo que quieran: Cristo está en el cielo; que hagan lo que quieran: él ha honrado sus padecimientos, y tiene ya grabada su cruz en la frente de todos. Al impío se le permite insultar, aunque no atormentar; con lo que sale de su lengua, ya se entiende lo que hay en el corazón. Rechinaron sus dientes contra mí.

9. [v.17] Señor, ¿cuándo vas a mirarlo? Libra mi alma de sus astucias, y a mi única de los leones. A nosotros nos parece que se retarda, y se refiere a nosotros lo que se dijo: ¿Cuándo vas a mirarlo? Es decir: ¿cuándo vamos a ver el castigo de los que nos insultan? ¿Cuándo el juez, cansado de aquella viuda, la va a escuchar?26 Y sin embargo nuestro juez, no por aburrimiento, sino por amor difiere nuestra salvación; lo hace intencionadamente, no por deficiencia alguna; no porque no pueda ahora mismo socorrernos, sino para que se pueda completar totalmente el número de todos nosotros. No obstante ¿qué es lo que nosotros decimos, impulsados por el deseo? Señor, ¿cuándo vas a mirarlo? Libra mi alma de sus astucias, y a mi única de los leones, o sea, a mi Iglesia de los poderes que se ensañan contra ella.

10. [v.18] ¿Quieres saber cuál es aquella «única»? Lee lo que sigue: Te confesaré, Señor, en la multitud de la Iglesia, en un pueblo de peso te alabaré. Está claro, en la multitud de la Iglesia te confesaré, en un pueblo de peso te alabaré. Porque la confesión se hace en cualquier multitud, pero no en todas Dios es alabado; la multitud entera oye nuestra proclamación, pero no en toda ella se da la alabanza a Dios. Porque en toda esta multitud, es decir, en la Iglesia, que está extendida por todo el orbe, hay paja y trigo: la paja vuela, el trigo queda; por eso en un pueblo de peso te alabaré. En un pueblo de peso, que no arrebata el viento de las tentaciones, es ahí donde Dios es alabado. Porque en la paja siempre se blasfemia. Cuando la gente se fija en nuestra paja, ¿qué dice? Mirad cómo viven los cristianos, mirad lo que hacen los cristianos; y sucede lo que está escrito: Porque mi nombre es blasfemado entre los gentiles por causa vuestra27. Malvado, envidioso, miras la era, tú que estás del todo entre la paja, no te vas a encontrar fácilmente con el grano; busca y encontrarás un pueblo de peso, en el que podrás alabar al Señor. ¿Deseas encontrarlo? Sé tú como ellos. Porque si no lo eres, será difícil que no te parezcan todos como eres tú. Como dice el Apóstol: Al compararse a sí mismos consigo mismos28, no llegan a entender lo de: En medio de un pueblo de peso te alabaré.

11. [v.19—21] Que no me insulten los que se oponen a mí inicuamente. Me insultan por mi paja. Los que me odian sin razón, es decir, aquellos a quienes no hice ningún mal. Y los que se hacen guiños, o sea, los simuladores hipócritas. Porque a mí me hablaban pacíficamente. ¿Qué quiere decir: se hacen guiños? Que con el rostro expresan lo que no tienen en el corazón. ¿Y quiénes son los que hacen guiños? Porque a mí me hablaban pacíficamente; y pensaban con ira simulando. Y abrieron contra mí su boca. Al principio haciéndose guiños, aquellos leones buscaban arrebatar y devorar, primero lisonjeando: hablaban palabras de paz, y pensaban con ira simulada. ¿Qué era lo que hablaban pacíficamente? Maestro, sabemos que no haces acepción de personas, y que enseñas con verdad el camino de Dios: ¿Es lícito pagar tributo al César o no? A mí me hablaban pacíficamente. ¿Y qué? ¿No te dabas cuenta de que te estaban engañando haciéndose guiños? Claro que sí, me daba cuenta. Por eso dice: ¿Por qué me tentáis, hipócritas?29 Luego abrieron contra mí sus bocas gritando: ¡Crucifícalo, crucifícalo! Dijeron: ¡Ah, ah!, lo han visto nuestros ojos. Y ya insultando dijeron: ¡ah, ah!, profetízanos, Cristo30. Lo mismo que había en ellos una paz simulada cuando le tentaban con lo de la moneda, así ahora su alabanza era un insulto. Dijeron: ¡Ah, ah!, lo vieron nuestros ojos, es decir, nuestros ojos han visto tus hechos, tus milagros. Este es Cristo. Si este es el Cristo, que baje de la cruz y creeremos en él. A otros ha salvado, y no se puede salvar él mismo31. Lo han visto nuestros ojos. Han visto todo lo que él presumía ser, que se decía ser Hijo de Dios32. Pero el Señor paciente permanecía clavado en la cruz; su poder no lo había perdido, sino que demostraba su sabiduría. ¿Qué le costaba bajar de la cruz a quien luego pudo resucitar del sepulcro? Pero habría dado la impresión de ceder ante los que le insultaban; y lo conveniente era que, resucitando, se manifestara a los suyos, y no a ellos, prefigurando un gran misterio, ya que su resurrección significaba una vida nueva, y la vida nueva se da a conocer a los amigos, no a los enemigos.

12. [v.22] Señor, tú lo has visto, no te calles. ¿Qué significa no te calles? Juzga. Del juicio, efectivamente, se dice en cierto lugar: He callado, ¿pero voy a callar siempre?33 Y sobre la dilación del juicio, se dice al pecador: Has hecho esto y me he callado; sospechas por tu iniquidad que soy como tú34. ¿Cómo va a callar el que habla por los profetas, el que con su propia boca habla en el Evangelio, el que habla por los evangelistas, el que habla por nosotros cuando decimos la verdad? ¿Entonces? Se calla, en lo relativo al juicio, no sobre los preceptos ni de la doctrina. Es a este juicio al que apela en cierto modo el profeta, con su predicción: Lo has visto, Señor, no te calles, es decir, no te vas a callar, necesariamente vas a juzgar. Señor, no te apartes de mí. Hasta que llegue el juicio, no te apartes de mí, como has prometido: He aquí que yo estoy con vosotros hasta la consumación de los siglos35.

13. [v.23] Levántate, Señor, y atiende a mi juicio. ¿Qué juicio? ¿Porque estás atribulado, estás atormentado con pesares y dolores? ¿No sufren todo esto también los malos? ¿Qué juicio? ¿Eres justo porque padeces todo esto? ¡No! ¿Entonces qué? Mi juicio. ¿Cómo sigue? Atiende a mi juicio, Dios mío y Señor mío, según mi causa. No mirando a mi pena, sino a mi causa; no fijándote en lo que el ladrón tiene de común conmigo, sino en aquello de: Dichosos los que padecen persecución por la justicia36. Porque esta causa es distinta. La pena es la misma para buenos y malos. Por eso a los mártires los hace no la pena, sino la causa. Si fuera la pena lo que hace mártires, todas las minas estarían llenas de mártires, todas las cadenas arrastrarían mártires, todos los heridos a golpe de espada serían coronados. Por tanto distingamos la causa. Que nadie diga: Soy justo porque sufro. De hecho el que primero padeció, padeció por la justicia, y por eso le añadió una precisión muy importante: Dichosos los que padecen persecución por la justicia. Muchos, con una buena causa, llevan a cabo una persecución; y otros, bajo una causa mala, sufren persecución. Si no fuera posible hacer una persecución rectamente, no se diría en el salmo: Al que ocultamente difama a su prójimo, a este lo perseguiré37. En fin, hermanos, ¿no persigue el padre bueno y justo al hijo disoluto? Persigue a sus vicios, no a él; no a lo que engendró, sino a lo que el hijo añadió. Y lo mismo el médico, llamado para cuidar la salud, ¿no viene casi siempre armado con hierros? Pero es contra la herida, no contra el hombre. Corta para sanar; y cuando corta en el enfermo, este sufre, grita, se resiste, y si tal vez perdiera la mente por efecto de la fiebre, llega a herir al médico; y sin embargo este no desiste de cuidar la salud del enfermo, hace lo que sabe, sin preocuparse de sus maldiciones e insultos. ¿No son violentamente despertados los que están en estado letárgico, para evitar que ese sueño profundo los sumerja en la muerte? Y esto se tolera en los propios hijos, engendrados con todo cariño; y el hijo: no sería querido si no hubiera molestado al padre en ese estado de sopor. Son despertados los aletargados, y los frenéticos son atados; pero a unos y a otros es por amor. Que nadie diga: Estoy padeciendo persecución; que no haga alarde de la pena, sino demuestre la causa, no sea que si no la prueba, sea contado con los inicuos. Por eso con cuánta atención y sabiduría aquí se nos recomienda: Señor, atiende a mi juicio, no de mis penas, Dios mío y Señor mío, según mi causa.

14. [v.24] Júzgame, Señor, según mi justicia. Es decir, según mi causa. No según mi pena, sino según mi justicia, Señor Dios mío, o sea, ten en cuenta esto al juzgarme.

15. [v.24—26] Que no se burlen de mí: mis enemigos. Que no digan en su interior: ¡Qué bien, (se cumplieron los deseos) de nuestra alma!, es decir, hicimos cuanto pudimos, lo hemos matado, lo hemos eliminado. La expresión que no digan expresa que no han hecho nada todavía. Que no digan: Lo hemos devorado. ¿Por qué, si no, dicen los mártires: Si el Señor no hubiera estado con nosotros, quizá nos habrían devorado vivos?38 ¿Qué significa: nos habrían devorado? Que nos habrían transformado en su propio cuerpo. Lo que tú devoras, lo transformas en tu cuerpo. A ti te quiere devorar el mundo; devora tú al mundo, transfórmalo en tu cuerpo, mata y come. Lo que se le dijo a Pedro: Mata y come39; mata en ellos lo que son, y hazlos ser lo que tú eres. Pero si ellos llegaran a inducirte a la impiedad, entonces quedarías devorado por ellos. No te devoran cuando te persiguen, sino cuando logran persuadirte a ser lo que ellos son. Que no digan: Lo hemos devorado. Tú devora el cuerpo de los paganos. ¿Por qué el cuerpo de los paganos? Es él, el que te quiere devorar; haz tú lo que él quiere hacer contigo. Quizá por esto aquel becerro pulverizado y mezclado con agua fue dado a beber a Israel, para que devorase el cuerpo de los impíos40. Que se sonrojen y avergüencen los que se alegran de mis males; que se vistan de confusión y vergüenza, para que nosotros los devoremos a ellos así, avergonzados y confusos. Los que hablan perversamente contra mí, esos que se sonrojen y se confundan.

16. [v.27—28] Y tú, Cabeza, ¿qué dices junto con los miembros? Que exulten y se alegren los que desean mi justicia, o sea, los que se han adherido a mi cuerpo. Y digan siempre: el Señor sea engrandecido, los que desean la paz de su siervo. Y mi lengua cantará tu justicia, tu alabanza todo el día. ¿Y qué lengua puede permanecer todo el día cantando la alabanza de Dios? Ahora, por ejemplo, el sermón se ha prolongado un poco más, y nos cansamos. ¿Quién podrá permanecer alabando al Dios todo el día? Te sugiero un remedio para estar, si quieres, alabando a Dios todo el día. Lo que hagas, hazlo bien, y ya alabaste a Dios. Cuando cantas un himno, alabas a Dios. ¿Y qué hace tu lengua, si tu interior no está también alabando? Cuando dejas de cantar algún himno, ¿te vas a reparar tus fuerzas? Sé moderado en la bebida, y ya has alabado a Dios. ¿Te retiraste a dormir? No te levantes para obrar el mal, y ya has alabado a Dios. ¿Tienes entre manos algún negocio? No cometas ningún fraude, y ya has alabado a Dios. ¿Cultivas el campo? No des origen a disputa alguna, y ya has alabado a Dios. Prepárate para alabar a Dios durante todo el día con la inocencia de tus obras.