EXPOSICIÓN DEL SALMO 34

Sermón primero

Traducción: Miguel F. Lanero, o.s.a y Enrique Aguiarte Bendímez, o.a.r.

1. [v.1] Como sabrá vuestra caridad, 4la exposición de este salmo me ha sido impuesta por un mandato de mis hermanos los obispos. 5Han querido que todos oigamos algo acerca de él. Oigámoslo, pues, todos de aquel de quien juntos aprendemos, y en cuya escuela somos condiscípulos.6El título del salmo no nos demorará, pues es breve y sin dificultad para entender, máxime entre los que se nutren en la Iglesia de Dios. Dice así: Para David. Un salmo, pues, para David. David significa «el de mano fuerte» o también «el deseable». Un salmo, pues, para el de mano fuerte y el deseable, que venció nuestra muerte, que nos prometió la vida; aquí reside la fortaleza de su mano, en que venció nuestra muerte; y aquí el ser deseable, en que nos prometió la vida eterna. ¿Qué hay más fuerte que esta mano, que tocó el ataúd, y resucitó el muerto?1 ¿Qué hay más fuerte que esta mano, que venció al mundo, no con arma de hierro, sino clavada en el leño? ¿Y qué habrá más deseable que, sin verlo, los mártires prefirieron morir, para merecer encontrarse con él? Así que el salmo es para él; a él nuestro corazón, y nuestra lengua le canten dignamente, si es que él mismo se digna concedernos que canten. Nadie le canta dignamente, sino el que de él ha recibido la posibilidad de cantar. De todos modos, lo que ahora le cantamos ha sido dicho por el Espíritu Santo a través de su profeta, y con tales palabras, que en ellas nos reconocemos a nosotros y a él. Y no le ofendemos por decir a nosotros y a él; de hecho, cuando estaba en el cielo exclamó así: ¿Por qué me persigues?2, siendo así que nadie le tocaba, y nosotros estábamos sufriendo en la tierra1. Por eso escuchemos su voz, ya venga del cuerpo, ya de la cabeza. Este salmo es una invocación a Dios contra los enemigos en las tribulaciones de este mundo; y ciertamente se trata del mismo Cristo, atribulado entonces en la Cabeza, atribulado ahora en su Cuerpo; pero por esas tribulaciones da la vida eterna a todos sus miembros, y que, al prometerla, se ha hecho por ello deseable.

2. [v.1—2] Juzga, Señor —dice el salmo—, a los que me dañan combate a los que me combaten. Si Dios está con nosotros, ¿quién estará contra nosotros?3 ¿Pero cómo nos presta Dios esta ayuda? Continúa el salmo: Empuña el escudo y las armas, levántate y ven en mi auxilio. ¡Qué impresionante espectáculo, ver a Dios armado para defenderte! ¿Cuál es su escudo? ¿Cuáles sus armas? Señor —dice el mismo que habla aquí en otro pasaje—, como un escudo nos ha protegido tu favor4. Pero sus armas, con las que no sólo nos defiende, sino también ataca a los enemigos, seremos nosotros mismos, si caminamos con rectitud. Porque así como él nos provee las armas, así él se arma de nosotros. No obstante él se provee de las armas de quienes ha creado, y nosotros de las que hemos recibido de él, que nos creó a nosotros. Habla el Apóstol en cierto lugar de estas nuestras armas: el escudo de la fe, el yelmo de la salvación y la espada del espíritu, que es la palabra de Dios5. Él nos ha armado con las armas que habéis oído, dignas de elogio e invictas, insuperables y espléndidas; son, sí, armas espirituales e invisibles, ya que los enemigos contra quienes combatimos son también espirituales. Si ves a tu enemigo, preséntale tus armas. Nos armamos con la fe en aquellas cosas que no vemos, y derribamos a los enemigos que no vemos. Pero estas armas, queridísimos, no penséis que son de tal naturaleza, que lo que hace de escudo, sea siempre escudo; y lo que es el yelmo, sea siempre yelmo; y la coraza sea siempre coraza. Sucede esto con las armas materiales, aunque, por ser de hierro, puedan transformarse, por ejemplo un estoque se puede convertir en un hacha; con todo, vemos cómo el mismo Apóstol habló en cierto lugar de la armadura de la fe6, y en otro del escudo de la fe. Luego la misma fe puede ser armadura y escudo: escudo porque recibe y rechaza los dardos enemigos; armadura porque no les permite penetrar en tu interior. Estas son nuestras armas; ¿cuáles son las de Dios? Leemos en un salmo: Libra mi alma de los impíos, a tu espada de los enemigos de tu mano7. La primera expresión de los impíos, después es de los enemigos de tu mano; y la expresión mi alma, a continuación se cambia por tu espada, o sea, tu estoque.2Llama, pues, a su alma la espada de Dios: Libra mi alma, dice, de los impíos, es decir: a tu espada líbrala de los enemigos de tu mano. En efecto, tomas mi alma en tus manos, y desbaratas a tus enemigos. ¿Y qué es nuestra alma, por más que sea brillante, alargada, aguda, ungida, por más que sea centelleante por la luz y el brillo de la sabiduría? ¿Qué es esa nuestra alma, o qué puede ella, si Dios no la toma en su mano y lucha con ella? Porque una espada, por muy bien que la hayan hecho, si le falta el guerrero, yace por tierra. Ya hemos dicho que en lo referente a nuestras armas no se trata necesariamente de algo fijo, o sea, que una misma cosa no pueda ser otra; y es así como ocurre con las armas de Dios. Por ejemplo al alma del justo la llama espada de Dios; como también la llama morada de Dios y sede de la sabiduría8. Así es: él hace de nuestra alma lo que bien le parece. Mientras está en su mano, úsela como sea de su agrado.

3. Que se alce, pues, (es así como ha sido invocado) que tome las armas y acuda en nuestro auxilio. La misma voz le dice en otro salmo de dónde debe levantarse: Despierta, Señor, ¿por qué duermes?9 Cuando se dice que él duerme, somos nosotros los que estamos dormidos; y cuando se habla de que se levanta, nosotros nos despertamos. De hecho el Señor dormía en la barca; y esta fluctuaba porque dormía Jesús. Si Jesús estuviera despierto, la barca no fluctuaría. Tu barca es tu corazón; Jesús en la barca, la fe en el corazón. Si tienes presente tu fe, el corazón no te fluctúa; si a tu fe la dejas en el olvido, duerme Cristo; atención al naufragio. Pero no dejes de hacer lo que todavía queda: si él duerme, despiértalo; dile: Levántate, Señor, que perecemos; y él increpará a los vientos y vendrá la tranquilidad a tu corazón10. Se alejarán todas las tentaciones, o, sin duda, dejarán de tener fuerza, cuando Cristo, es decir, tu fe esté vigilante en tu corazón. ¿Qué significa, pues, despierta? Date a conocer, hazte presente, fíjate. Levántate, pues, y ven en mi auxilio.

4. [v.3] Desenvaina la espada y enfrenta a los que me persiguen. ¿Quiénes te persiguen? Tal vez tu vecino, o aquel a quien heriste, o le injuriaste, o el que te quiere robar algo, o aquel contra quien predicas la verdad, o a quien reprendes su pecado, o el de mala vida, que se siente herido porque tú vives bien. También estos son nuestros enemigos y nos persiguen. Pero se nos enseña para que conozcamos otra clase de enemigos invisibles, contra los cuales estamos luchando. De ellos nos avisa el Apóstol diciendo: Nuestra lucha no es contra la carne y la sangre, o sea contra los hombres; no, no es contra enemigos que veis, sino contra los que no veis, contra los principados, los poderes y los gobernadores de este mundo tenebroso11. Cuando dice los gobernadores del mundo (y se refería al diablo y sus ángeles) hay que poner cuidado para no equivocarnos y creer que el mundo está gobernado por el diablo y sus demonios. Pero como mundo se le llama esta construcción que vemos, y a los pecadores y a los que aman el mundo, de quienes se dijo: Y el mundo no le conoció12, y también: Todo el mundo está en poder del maligno13, por eso el Apóstol quiso explicar de qué mundo son ellos gobernantes: de este mundo tenebroso. Los gobernadores del mundo, repito, son los gobernadores de estas tinieblas. De nuevo nos obliga a entender qué significa este mundo tenebroso. ¿De qué tinieblas son gobernadores el diablo y sus ángeles? De todos los infieles, de todos los malvados, de los cuales está escrito: La luz brilla en las tinieblas, pero las tinieblas no la recibieron14. ¿Y qué dice el Apóstol del gran número de creyentes, que habían formado parte de ese mundo? En otro tiempo fuisteis tinieblas, mas ahora sois luz en el Señor15. ¿No quieres que te gobierne el diablo? emigra hacia la luz. ¿Y cómo vas a ir hacia la luz, si no desenvaina él la espada, y te libra de tus enemigos y de los que te persiguen? ¿Y la espada cómo la desenvaina? (Ya dijimos cuál es su espada: el alma del justo). Que se multipliquen los justos, así desenvainará la espada y se enfrentará a mis enemigos. Refiriéndose a este desenvainar la espada, el Apóstol nos amonesta a llevar una vida recta, y concluye: Para que el adversario se avergüence, no teniendo nada malo que decir de nosotros16. Es así como se le ha vencido, al no poder encontrar ninguna acusación contra los santos.

5. ¿Y los justos de dónde vendrán? O ¿qué dicen los enemigos que nos persiguen? Y los enemigos aquellos invisibles ¿qué dicen? ¿Nada? Lo que más sugieren al corazón humano los enemigos que atacan invisiblemente, es que Dios no nos ayuda; y así vayamos en busca de otros auxilios, y encontrándonos sin fuerzas, seamos presa de esos mismos enemigos. Es esto lo que se nos sugiere. Debemos estar muy alerta contra estas voces, como se nos indica en otro salmo: Son muchos los que se levantan contra mí, muchos le dicen a mi alma: su Dios ya no la salva17. ¿Y qué se dice aquí contra estas voces? Di a mi alma: Yo soy tu salvación. Al decir a mi alma: Yo soy tu salvación, vivirá en la justicia, y yo no buscaré la ayuda de nadie fuera de ti.

6. [v.4] ¿Y cómo sigue? Queden confundidos y avergonzados los que buscan mi alma. La buscan para perderla. ¡Ojalá la buscasen para el bien! En otro salmo reprocha a los hombres precisamente esto: que no haya nadie que busque su alma: No tengo adónde huir, nadie se preocupa de mi alma. ¿Quién es el que dice: Nadie se preocupa de mi alma?18 ¿No es el mismo de quien mucho antes se había predicho: Han taladrado mis manos y mis pies, han contado todos mis huesos; me han mirado, me han observado; se repartieron mi ropa y echaron a suerte mi túnica?19 Todo esto sucedía ante sus ojos, y no había nadie que buscase su alma. Invoquémoslo, hermanos, para que diga a nuestra alma: Yo soy tu salvación; que ella abra sus oídos y escuche al que le dice: Yo soy tu salvación. Porque lo dice, sí, pero algunos se hacen los sordos; de ahí que al padecer persecución, prestan oídos mejor a los enemigos que los persiguen. Si algo le falta, si su alma pasa por alguna angustia, o sufre escasez de bienes temporales, le pide muchas veces auxilio a los demonios, va a consultar a los poseídos del demonio, recurre a los sortilegios: así es como sus enemigos y perseguidores invisibles se han acercado a su alma, han entrado, la han asaltado y hecho prisionera, la han vencido, diciendo: No hay salvación en su Dios. Se hizo sordo a la voz que le decía: Yo soy tu salvación. Di a mi alma: Yo soy tu salvación, para que queden confundidos y avergonzados los que buscan mi alma, a la que tú le dices: Yo soy tu salvación. Voy a escuchar al que me dice: Yo soy tu salvación. No buscaré ninguna otra salvación, más que a mi Señor y mi Dios. Se me susurra una salvación que viene de la criatura: no, es del Señor de quien procede; y si levanto mis ojos a los montes, de donde me vendrá el auxilio, el auxilio no me viene de los montes, sino del Señor que hizo el cielo y la tierra (Sal 120,1.2). En los apuros temporales Dios nos socorre por medio del hombre; pero tu salvación es él mismo. Por un ángel Dios nos socorre; pero tu salvación es siempre él. Todo le está sometido, y nos ayuda en esta vida, a unos de una manera, a otros de otra; la vida eterna, sin embargo, sólo la da de sí mismo. Puede ser que estés sufriendo y no llega lo que buscas, pero sí está presente el que tú buscas. Busca al que jamás puede faltar. Te podrán faltar las cosas que él ha dado. ¿Pero te faltará el que las dio? Vuelva de nuevo todo lo que él había dado; ¿acaso estas cosas devueltas son las riquezas, y no más bien el que primero las quitó, para probar, y luego las devolvió para consolar? Es un consuelo, sí, cuando tenemos estas cosas. Nos consuelan como a caminantes, pero si entendemos bien lo que es el camino; porque esta vida entera, y todo lo que en ella utilizas, deben ser para ti como la posada del peregrino, no como la casa del residente. No olvides que algo sí has recorrido, pero que te resta algo más todavía; que si saliste del camino es para descansar, no para abandonar.

7. Hay quienes dicen: Dios es bueno, grande, supremo, invisible, eterno, incorruptible, y nos dará la vida eterna y la participación en aquella incorrupción prometida en su resurrección; pero todas estas cosas mundanas y temporales pertenecen al demonio y a las fuerzas de las tinieblas de aquí abajo. Al decir esto, y dejándose envolver por el amor de estas cosas, abandonan a Dios, como si nada tuviese que ver con todo esto; se van en busca de sacrificios nefastos, y de no sé qué clase de remedios; o movidos por no sé qué persuasión humana prohibida, tratan de conseguir algo que es temporal, como el dinero, esposa, hijos, y todo aquello que en la vida humana sirve ya sea como consuelo al peregrino, o también de obstáculo al caminante. La divina providencia está vigilante para salir al paso de esta opinión, y muestra cómo a Dios pertenecen todas estas cosas y están bajo su autoridad, no sólo las eternas prometidas para el futuro, sino también las temporales, que él distribuye a quien le parece y cuando le parece oportuno, sabiendo bien a quién da y a quién no, como hace el médico con los medicamentos, puesto que conoce la enfermedad mejor que el enfermo. Dios, para manifestar esto mismo distribuyó los tiempos del Antiguo y del Nuevo Testamento. En el Antiguo las promesas son de realidades temporales. En cambio la promesa del Nuevo Testamento es el reino de los cielos. La mayor parte de los preceptos acerca del culto a Dios y de la rectitud de vida, son los mismos, tanto en uno como en el otro Testamento; pero dado que la promesa parece distinta en el uno que en el otro, sin embargo la autoridad del que manda y la obediencia del que sirve sí es la misma, aunque el premio no parezca el mismo. En efecto, a los antiguos se les dijo: Para que poseáis la tierra prometida, para que podáis reinar en ella, para que podáis vencer a vuestros enemigos y no ser sometidos por ellos, y vuestros hijos se multipliquen20. Estas promesas son terrenas, sí, pero llenas de significado. Haz que algunos las reciban tal cual fueron prometidas; y de hecho muchos así las recibieron. Porque a los hijos de Israel les fue entregada la tierra, se les otorgaron riquezas, hijos, incluso a las estériles y entradas en años que rogaron a Dios, y sólo confiaban en él, y tampoco tenían otro recurso ni siquiera para buscar estas cosas. Escucharon en su corazón la voz del Señor: Yo soy tu salvación. Si lo es en las realidades eternas, ¿por qué no en las temporales? Esto demostró Dios en el caso de aquel santo varón Job: el mismo diablo no tiene el poder de arrebatar las cosas de este mundo, sino cuando lo reciba del poder supremo. Pudo, sí, envidiarlo, pero ¿pudo acaso hacerle daño? Pudo acusarlo, pero ¿pudo condenarlo? ¿Por ventura fue capaz de quitarle algo, de lastimarle una uña o un cabello, si Dios no hubiera dicho: Extiende tu mano?21 ¿Qué significa: Extiende tu mano? Dame permiso. Y lo recibió. Uno lo puso a prueba y el otro fue puesto a prueba. Sin embargo quien venció fue el tentado, y el tentador fue vencido. Pero Dios, que le había permitido al diablo arrebatarle todo aquello, no dejó interiormente abandonado a su siervo, haciéndose una espada del alma de su siervo para dejar vencido al mismo diablo. ¿Qué alcance tiene esto? Yo me refiero al hombre. Vencido en el paraíso22, salió vencedor en el estiércol. Vencido por el diablo, que se valió allí de la mujer, aquí venció al diablo y a la mujer. Has hablado —le dice—, como una mujer necia. Si de la mano del Señor hemos recibido los bienes, ¿por qué no vamos a soportar los males?23 ¡Qué bien había entendido lo de tú eres mi salvación!

8. Queden confundidos y avergonzados los que buscan mi alma. Fíjate en los hombres. Orad —dice— por vuestros enemigos24. Pero aquí, en el salmo, se trata de una profecía. Y lo que se dice figuradamente como un deseo, se explica por tratarse de una profecía. Que suceda esto y aquello, no significa sino que esto y aquello sucederá. Prestad, pues, atención a la profecía: Queden confundidos y avergonzado los que buscan mi alma. ¿Qué significa: Queden confundidos y avergonzados? Que quedarán confundidos y se avergonzarán. Y de hecho ya ha sucedido; muchos, para su bien, han quedado confundidos, muchos se han avergonzado, y de la persecución de Cristo han pasado a formar parte del grupo de sus miembros con religiosa actitud; y esto no habría sucedido sin su confusión y vergüenza. Luego el salmista les ha deseado un bien. Pero como dos son las clases de vencidos, dos son también las maneras de vencer: o son vencidos por convertirse a Cristo, o quedan vencidos porque Cristo los condena. Quedan así explicados, aunque con cierta oscuridad, estas dos clases de vencidos, y por eso hace falta un buen entendedor. Referido al grupo de los que se convierten, es como debes entender lo que dice el salmo: Queden confundidos y avergonzados los que buscan mi alma. Que se vuelvan atrás. Que no me precedan, sino que vayan detrás de mí; que no se pongan a dar consejos, sino a recibirlos. Pedro, por ejemplo, quiso adelantarse al Señor, cuando hablaba de su futura pasión; hasta le quiso dar un consejo saludable: el enfermo le aconsejaba la salud al Salvador. ¿Y qué fue lo que le dijo al Señor para darle ánimos en su pasión, que se veía venir? Esto de ninguna manera, Señor, mira por tu propio bien, esto no sucederá. ¿Y qué dijo el Señor? ¡Vete detrás, Satanás!25 Si te adelantas, eres satanás, si me sigues, serás discípulo mío. Por eso les dice a estos: Vuelvan la espalda confundidos los que traman mi daño. Cuando comiencen seguirme detrás, ya no tramarán el mal, sino que desearán el bien.

9. [v.5—6] ¿Y qué decir de los demás? Porque no todos los vencidos se convierten y creen; muchos permanecen en su obstinación, muchos conservan en su corazón su actitud de adelantarse; y aunque no la muestren, lo tienen concebido interiormente, y cuando llega la ocasión, lo manifiestan. ¿Y qué se dice de estos a continuación? Sean como el polvo que se lleva el viento. No así los impíos, no así: serán como el polvo que arrebata el viento de la superficie de la tierra26. El viento es la tentación; el polvo, el malvado. Cuando llega la tentación, es arrastrado el polvo: no tiene estabilidad ni resistencia. Sean como el polvo que se lleva el viento; y el ángel del Señor les dé tormento.3Que su camino sea oscuro y resbaladizo. Un camino para echarse a temblar. ¿Quién no tiene horror simplemente a las tinieblas? ¿Quién no trata de evitar el camino resbaladizo? Y cuando el camino es tenebroso y resbaladizo, ¿por dónde ir? ¿Dónde apoyarás el pie? He aquí los dos males del gran castigo de los hombres: las tinieblas, la ignorancia; los resbaladizo, la lujuria. Que su camino sea oscuro y resbaladizo; y que el ángel del Señor les persiga, para que no puedan estar en pie. Porque todo el que se halla en tinieblas y en lugar resbaladizo, al ver que falta luz para sus pies, y que si mueve el pie se desliza, lo más probable es que espere hasta que haya luz; pero allí está el ángel del Señor persiguiéndolos. Esto lo dice prediciendo el futuro, no deseando que suceda. No obstante, el profeta dice estas cosas inspirado por Dios tal como Dios las cumple: con una sentencia segura, buena, justa, tranquila, sin alterarse por la ira, no con un celo amargo, ni ánimo de venganza, sino de justicia que pide el castigo de los vicios; sigue siendo, sin embargo, una profecía.

10 [v.7] ¿De dónde provienen todos estos males? ¿Cuál es la causa? Aquí la tienes: Porque sin motivo me escondieron sus trampas mortales. Daos cuenta de que esto lo perpetraron los judíos en nuestra Cabeza, le escondieron sus trampas mortales. ¿A quién le escondían trampas? Al que estaba viendo los corazones de quienes se las escondían. Y sin embargo él se portaba ante ellos como un ignorante, como quien era engañado, cuando en realidad eran ellos los que se equivocaban en aquel a quien creían engañar. Él vivía entre ellos como quien era engañado, porque nosotros tendríamos que vivir de tal modo entre esa gente, que habíamos de ser engañados indudablemente. Él conocía a su traidor, y lo eligió precisamente para cumplir una obra necesaria. Con su maldad se llevó a cabo un gran bien; y fue elegido entre los doce, de manera que ese número tan exiguo no careciese de un miembro malvado. Y esto para dejarnos a nosotros un ejemplo de paciencia, dado que necesariamente habíamos de vivir entre gente mala; y era necesario que soportásemos a los malos, sabiéndolo o sin saberlo. Te dio un ejemplo de paciencia para que no te desalientes cuando comiences a vivir entre gente malvada. Y si aquella escuela de Cristo, compuesta sólo por doce miembros, no desfalleció, ¿cuánto más nosotros debemos permanecer firmes, cuando vemos que en la gran Iglesia se cumplen las predicciones sobre la mezcla de buenos y malos? Y eso que todavía aquella escuela no veía cumplidas las promesas hechas a la descendencia de Abrahán, ni veía tampoco la era de donde saldría el trigo que había de llenar el granero. Y por eso ¿no es cierto que se tolera con dignidad la paja durante la trilla, hasta que se limpie en la última bielda?4Esto que habéis oído, le sucederá a los malvados.

11. [v.7—8] Con todo, ¿qué ha de hacerse? Sin motivo me escondieron sus trampas mortales. ¿Qué quiere decir: sin motivo? Que yo no les hice ningún mal, que no les he perjudicado en nada. Vanamente ultrajaron mi alma. ¿Qué significa vanamente? Con acusaciones falsas, sin probar nada. Que venga sobre ellos la trampa que ignoran. Magnífica retribución, nada más justo. Escondieron una trampa, para que yo no la advirtiera; que les sobrevenga la trampa que desconocen. En efecto, yo conozco la trampa que me han tendido. ¿En cambio, qué trampa se les tenderá? Una que ignoran. Miremos a ver si dice cuál es la trampa: Que venga sobre ellos la trampa que ignoran. ¿Acaso escondieron una trampa distinta de la que a ellos les atrapará? No. ¿Entonces qué? Cada uno queda atado con los lazos de sus propios pecados27. Se engañan con lo mismo que pretendían engañar. Su daño será el mismo daño que intentaban hacer. Así continúa el salmo: Que el lazo que ocultaron, los atrape a ellos. Algo así como si uno preparase un vaso envenenado contra alguien, y por un descuido se lo bebe él; o como si alguien cava una fosa para que caiga su enemigo de noche en ella, y luego el que la cavó, sin acordarse, pasa por el mismo camino y es el primero que cae en ella. Es esto, hermanos míos, lo que sucede, creedlo, estad seguros. Y si hay en vosotros una excelente capacidad de juicio, fijaos bien en esto: nadie es malo sin perjudicarse primero a sí mismo. Pensad que la malicia es como el fuego. Si quieres prender fuego, debes aplicarle algo encendido, si no, no arde. Supongamos que es una tea; se la acercas para que prenda. ¿Acaso la misma tea que le aplicas no arde ella primero, para que pueda incendiar otras cosas? La maldad, por tanto, procede de ti, ¿y a quién destruye primero, sino a ti mismo? Donde se expande perjudica a la rama; ¿no va a perjudicar a la raíz de donde procede? Insisto, tu maldad puede no perjudicar a otros; pero es imposible que a ti no te perjudique. En efecto, ¿cuál fue el daño causado al santo Job, del que hace poco hemos hablado? Es lo que se dice en otro salmo: Eres engañoso como navaja afilada28. ¿Qué se hace con una navaja afilada? Cortar los cabellos, lo que nos sobra. ¿Y qué le haces al que quieres causar daño? Si da su malvado consentimiento al mal que le quieres causar, no es tu malicia lo que le perjudica; es la suya. Si, en cambio, carece de maldad en su interior, y somete su corazón puro a aquella voz que le dice: Yo soy tu salvación, le estás atacando por fuera, pero no logras derrotar a su hombre interior; sin embargo tu maldad procede de tu interior, y el primer derrotado eres tú. Estás podrido por dentro, y ese gusano de ahí procede, sin dejar nada sano por dentro. Que el lazo que ocultaron, los atrape a ellos; y caigan en la misma trampa. No es tal vez lo que pensabas poco antes, cuando oías: Que venga sobre ellos la trampa que ignoran, como si se tratase de algo oculto e inevitable. ¿De qué se trata, entonces? De la misma maldad que a mí me tenían guardada. ¿No les ocurrió esto a los judíos? El Señor salió vencedor de su maldad, mientras ellos quedaron vencidos por su propia maldad. Él resucitó por nosotros, y ellos quedaron muertos en sí mismos.

12. [v.9] Esto es lo que les sucede a los que me quieren dañar. ¿Y a mí? Pero mi alma se alegra con el Señor, en el mismo Señor del que poco antes oyó: Yo soy tu salvación, como rehusando otras riquezas externas, como quien no busca rodearse de placeres y bienes terrenos, sino que ama gratuitamente al auténtico Esposo, sin pretender recibir de él placer alguno, sino teniendo presente únicamente al que es la causa de su deleite. ¿Qué cosa mejor que el mismo Dios se me podrá dar a mí? Dios me ama; Dios te ama. Mira lo que te propone: Pide lo que quieras. Si el mismo Emperador te dijera: —Pídeme lo que quieras, ¡cómo te saldría de dentro el proclamarte tribuno y conde! ¡Cuántas cosas planearías para ti y para repartir con los demás! Pues bien, Dios te dice: Pide lo que quieras29. ¿Qué es lo que vas a pedir? Agudiza tu mente, da rienda suelta a tu avaricia, alarga y ensancha cuanto puedas tu codicia, porque no ha sido cualquiera, sino el Dios omnipotente quien dice: Pídeme lo que quieras. Si eres aficionado a tener posesiones, vas a desear la tierra entera, de manera que todos los nacidos fueran tus colonos o tus siervos. Y cuando seas dueño de toda la tierra, ¿qué harás? Pedirás el mar, aunque en él no vas a poder vivir. En tal avaricia te vas a sentir superado por los peces. Aunque sí podrás quizá ser dueño de las islas. Pero vete más allá todavía, pide también el aire, aunque no puedas volar; agranda tu deseo hasta el cielo, llama tuyo al sol, a la luna y a las estrellas, puesto que el que lo hizo todo te dijo: Pídeme lo que quieras. Con todo, nada encontrarás de más valía, nada encontrarás más excelente que el mismo que ha creado todo esto. Pide al que lo hizo, y en él y de él recibirás todo lo que él hizo. Todas las cosas son valiosas, porque todas son bellas; pero ¿quién más bello que él? Todas son fuertes, pero ¿qué hay más fuerte que él? Y lo que él más quiere dar es a sí mismo. Si encuentras algo mejor, pídelo. Y si pides algo distinto de él, le harás a él una injuria, y te perjudicarás a ti, porque has antepuesto la obra al que la hizo, siendo así que él, que es el autor, se te quiere dar a ti. Movida por este amor, le dijo cierta alma: ¿No eres tú Señor, mi herencia?30 Es decir: Mi herencia eres tú. Elija cada uno lo que quiera poseer, distribúyanse entre ellos las cosas en lotes: mi porción eres tú, yo te he elegido a ti. Y dice también: El Señor es la porción de mi herencia31. Que él te posea a ti, para que tú lo poseas a él. Serás su propiedad, serás su casa. Posee para nuestro provecho, es poseído para nuestro provecho. ¿O será, tal vez, para que tú le sirvas de algún provecho? Yo digo al Señor: Tú eres mi Dios, porque no necesitas de mis bienes. Pero mi alma se alegra con el Señor. Goza de su salvación. La salvación de Dios es Cristo: Porque mis ojos han visto tu salvación32.

13. [v.10] Todos mis huesos dicen: Señor, ¿quién es semejante a ti? ¿Quién podrá dignamente comentar algo sobre estas palabras? Yo creo que son sólo para proclamarlas, no para explicarlas. ¿Por qué andas buscando esto o aquello? ¿Qué hay que se parezca a tu Señor? Ahí lo tienes ante ti. Todos mis huesos dicen: Señor, ¿quién es semejante a ti? Los malvados me han contado sus placeres, pero no según tu ley, Señor33. Hubo perseguidores que decían: Adora a Saturno, adora a Mercurio. Yo no doy culto a los ídolos, le responde. Señor, ¿quién es semejante a ti? Los ídolos tienen ojos y no ven; tienen oídos y no oyen34. Señor, ¿quién es semejante a ti, que hiciste el ojo para ver, y el oído para oír? Yo no adoro los ídolos, dice, porque algún artífice los ha hecho. Adora el árbol, adora el monte; ¿también a estos los ha hecho algún artífice? También aquí hemos de decir: Señor, ¿quién es semejante a ti? Me muestran cosas terrenas, y eres tú el creador de la tierra. Quizá de aquí suban a criaturas superiores, diciéndome: Adora a luna, adora a este sol que, como una enorme lámpara, da origen al día desde el cielo. Pero yo sigo diciendo claramente: Señor, ¿quién es semejante a ti? La luna y las estrellas las has hecho tú, el sol de cada día tú lo has encendido, el cosmos tú lo has ordenado. Hay otros muchos seres, invisibles, todavía mejores. Y aquí tal vez se me dice: Da culto a los ángeles, adora a los ángeles. Pero yo sigo diciendo: Señor, ¿quién es semejante a ti? También a los ángeles los has creado. Nada son los ángeles si no te ven a ti. Es mejor poseerte a ti junto con ellos, que apartarse de ti por adorarlos a ellos.

14. Todos mis huesos dicen: Señor, ¿quién es semejante a ti? Oh cuerpo de Cristo, Iglesia santa, que todos tus huesos digan: Señor, ¿quién es semejante a ti? Y si las carnes fueron víctimas de la persecución, que lo digan los huesos: Señor, ¿quién es semejante a ti? Porque de los justos se ha dicho: El Señor ama todos sus huesos, y ni uno solo se quebrará35. ¡Cuántos huesos de justos fueron quebrados en la persecución! En definitiva, el justo vive de la fe36, y también Cristo justifica al impío37. ¿Y cómo los justificará, sino por la fe y la confesión? Porque con el corazón se cree para la justificación, y por la palabra se hace la profesión de fe para la salvación38. De ahí que incluso el ladrón aquel, aunque había sido llevado al juez por sus latrocinios, y del juez a la cruz, con todo, estando en la cruz fue justificado; en su corazón creyó, y confesó con su boca. Pues no habría dicho el Señor de un injusto, aún no justificado: Hoy estarás conmigo en el paraíso39. Y sin embargo sus huesos fueron quebrados. Pues cuando vinieron a depositar los cuerpos, dado que el sábado ya estaba encima, encontraron al Señor ya sin vida y sus huesos no fueron quebrados40. A los que vivían, les rompieron las piernas para que, muertos a causa de tal dolor pudieran ser sepultados. ¿Acaso le rompieron los huesos únicamente al ladrón que en la cruz perseveró en su impiedad, y no también al que se justificó creyendo de corazón, y proclamando de palabra su fe para salvarse? ¿Dónde queda entonces aquello que se dijo: El Señor guarda todos sus huesos, y ni uno solo se quebrará41, sino porque en el cuerpo del Señor se le llama huesos a todos los justos, a los de corazón firme, a los fuertes, que no ceden, consintiendo en el mal, ante ninguna persecución ni tentación? Y será sólo así como podrán resistir a todas las tentaciones, cuando los perseguidores digan: Mira ese dios, fíjate cómo es; que venga y te haga de los suyos; mira, hay aquí en el monte no sé qué gran sacerdote; tal vez eres pobre porque no te presta ayuda ese dios; suplícale y verás cómo te ayuda; o estás enfermo porque no lo invocas; invócalo y verás cómo te sanas; a lo mejor no tienes hijos; invócalo y los tendrás. Pero el que en el cuerpo del Señor es uno de sus huesos, rechaza todas estas insinuaciones, y dice: Señor, ¿quién como tú? Dame en esta vida lo que busco, si es tu voluntad; pero si no lo es, sé tú mi vida, a quien siempre estoy buscando. ¿Podré salir de este mundo con la frente erguida, si hubiera adorado a otro dios, y te hubiera ofendido a ti? Puede ser que muera mañana; ¿con qué cara me presentaré ante ti? Grande es su misericordia, nos amonestó a vivir bien y nos ocultó nuestro último día, el de nuestra muerte, para que no nos hagamos promesas sobre nuestro futuro: Hoy hago esto y estoy vivo; mañana no lo haré. ¿Y si ya no hay un mañana para ti? Di, pues, entre los huesos de Cristo: Señor, ¿quién es semejante a ti? Todos mis huesos dicen: Señor, ¿quién es semejante a ti?

15. Que libras al pobre de la mano del que es más fuerte que él, y al indigente y al pobre del que lo despoja. Hasta aquí hemos llegado hoy en la lectura del salmo, y hasta aquí llega la exposición; no quiero que llegue al hastío lo que hemos hablado, por querer seguir exponiendo la otra parte. Basta por hoy hasta esta frase: Que libras al pobre de la mano del que es más fuerte que él. ¿Quién es el que libra, sino el que tiene una mano fuerte? Aquel David librará al pobre de la mano del que es más fuerte que él. Más fuerte había sido el diablo para tenerte preso, puesto que él te venció porque consentiste. ¿Pero qué fue lo que hizo la mano fuerte? Nadie entra en casa de uno que es fuerte para despojarle sus cosas, sin haber antes amarrado al fuerte42. Con su poder santísimo y grandioso logró apresar al diablo, desenvainando la espada para apresarlo, y así librar al pobre y al necesitado que no tenía protector43. ¿Quién será tu protector, sino el Señor a quien le dices: Señor, mi protector y mi redentor?44 Si quieres presumir de tus propias fuerzas, caerás en aquello exactamente de lo que presumías; si te amparas en las fuerzas de algún otro, entonces lo que este quiere es dominarte, no ayudarte. Uno solo, por tanto, debe ser buscado, aquel que redimió, que hizo libres, que dio su sangre para comprarlos, e hizo hermanos a sus siervos.