EXPOSICIÓN SEGUNDA DEL SALMO 32

Sermón segundo

Traducción: Miguel Fuertes Lanero, OSA

Revisión: Pío de Luis Vizcaíno, OSA

1. No sólo anunciar, sino también escuchar la palabra de Dios es laborioso. Pero este trabajo, hermanos, lo soportamos de buena gana, si recordamos las palabras del Señor y somos conscientes de nuestra condición. En efecto, desde el origen mismo de nuestro género humano, y no de boca de algún hombre mentiroso, ni siquiera del diablo seductor, sino de la Verdad misma, salida de la boca de Dios, ha oído el hombre: Comerás tu pan con el sudor de tu cara1. Por tanto, si nuestro pan es la palabra de Dios, sudemos escuchando para no morir de hambre. Unos pocos versos de la primera parte de este salmo fueron comentados en la solemnidad de la pasada vigilia. Escuchemos lo que queda.

2. A partir de aquí comienza la parte que aún queda, y que acabamos de cantar: De la misericordia del Señor está llena la tierra. Por la palabra del Señor han sido hechos firmes los cielos2. Es lo mismo que decir: Los cielos han sido consolidados por la palabra del Señor. Había dicho más arriba: Cantadle bien con júbilo. Es decir, cantadle de un modo inefable: Porque la palabra del Señor es recta, y todas sus obras están en la fe. Nada prometió que no haya cumplido. Él se ha hecho un fiel deudor; sé tú un avaro recaudador. Y después de decir que todas sus obras están en la fe, ha añadido por qué: Él ama la misericordia y el juicio3. Quien, pues, ama la misericordia se compadece. El que se compadece ¿podrá prometer y no dar, cuando podría dar incluso sin prometer? Es evidente, pues, que el amar la misericordia lleva consigo que se vea cumplido lo prometido; y el amar el juicio lleva consigo el tomar cuenta de lo dado. Dijo, por eso, el mismo Señor a cierto siervo suyo: Deberías haber dado mi dinero en préstamo, y al llegar yo lo habría recuperado con los intereses4. Por eso recordamos esto, para que caigamos en la cuenta de lo que ahora hemos oído. Él mismo dice en otro pasaje del Evangelio: Yo no juzgo a nadie; la palabra que les he hablado, esa los juzgará el último día5. Que no se excuse el que no quiera oír, como si no hubiera nada que el Señor le vaya a exigir. Se le exigirá también lo mismo por haberse negado a aceptar cuando se le daba. Porque una cosa es no poder recibir, y otra no querer recibir. El primero tiene una excusa necesaria; el segundo una culpa voluntaria. Por eso todas sus obras están en la fe; él ama la misericordia y el juicio. Aceptad la misericordia, pero temed el juicio, no sea que cuando venga y nos exija cuentas, nos encuentre en tal estado, que nos deje con las manos vacías. Porque él nos exige el fruto de lo que nos ha entregado; después de dárselo, él nos otorga la vida eterna. Recibid, pues, la misericordia, recibámosla todos. Que nadie de nosotros se duerma a la hora de recibirla, no sea que nos despertemos sobresaltados a la hora de rendir cuentas. Recibid lo que se os da misericordiosamente: esto es lo que Dios nos grita, como si se nos dijera en tiempo de hambre: «Id a recibir el trigo». Si en tiempo de hambre oyeras algo así, echarías a correr impulsado por la necesidad, moviéndote de aquí para allá, y buscarías dónde encontrar lo que se te dijo: Recibid. Y una vez encontrado, ¿te ibas a quedar parado? ¿Cuánto tiempo ibas a dejar pasar antes de recibirlo? De la misma manera se nos dice ahora: Recibid la misericordia. Porque él ama la misericordia y el juicio. Y cuando lo hayas recibido úsalos bien; así podrás rendir cuentas como es debido, cuando llegue el juicio de ese que ahora, en este tiempo de hambre, te ha otorgado su misericordia.

3. [v.5] Y no me vayas a decir: ¿Dónde la recibiré? ¿Adónde acudir? Recuerda lo que acabas de cantar: De la misericordia del Señor está llena la tierra. ¿Dónde no se predica ya el Evangelio? ¿Dónde no resuena la palabra del Señor? ¿Dónde la salvación ha dejado de operar? Es necesario que lo quieras recibir: los hórreos están repletos. Toda esta abundancia, toda esta plenitud, no se han quedado esperando a que tú vinieras: al contrario, ellas mismas vinieron a despertarte. No se dijo: Levántense las naciones y vayan a tal lugar; no, todo esto se anunció a los gentiles allí donde estaban, para que se cumpliera la profecía que dice: Le adorará cada uno desde su lugar6.

4. [v.6] De la misericordia del Señor está llena la tierra. Y los cielos ¿qué? Escucha lo que pasa con los cielos. No necesitan la misericordia, porque allí no hay miseria alguna. En la tierra abunda la miseria del hombre, y la misericordia del Señor sobreabunda; la tierra está llena de la miseria del hombre, pero también está llena de la misericordia del Señor. Los cielos, entonces, al carecer de toda miseria, y no tener necesidad de misericordia, ¿no tendrán necesidad del Señor? Necesidad del Señor la tienen todos: los miserables y los felices. Sin él, el desgraciado no se levantará; sin él, el feliz no sabe gobernarse. Por lo tanto, para que no te andes preguntando sobre los cielos, cuando oyes decir: De la misericordia del Señor está llena la tierra, mira cómo también los cielos tienen necesidad del Señor: Los cielos han sido consolidados por la palabra del Señor. No, los cielos no se consolidaron a sí mismos, no se dieron ellos mismos su propia estabilidad. Por la palabra del Señor han sido hechos firmes los cielos, y por el espíritu de su boca toda la fuerza de ellos. No tienen algo por sí mismos, y luego como si el resto les hubiera venido como un suplemento del Señor. Por el espíritu de su boca existe no una parte, sino, toda la fuerza de ellos.

5. Bien, hermanos, mirad cómo las obras del Hijo son las mismas que las del Espíritu Santo. No debemos pasar esto por alto con negligencia, a causa de algunos que las pretenden separar y otros que las confunden de una manera turbia. Ambas cosas son erróneas. Unos, distinguiendo equivocadamente, confunden la criatura con el Creador; y siendo creador, como es, el Espíritu de Dios, lo ponen entre las criaturas. Y los otros distinguen, pero confunden; que sean ellos confundidos, para que se conviertan. Y ahora escucha cómo uno mismo es el obrar del Hijo y del Espíritu Santo. La palabra es ciertamente el Hijo de Dios, y el espíritu de su boca es el Espíritu Santo. Por la palabra del Señor han sido consolidados los cielos. ¿Qué es estar consolidados, sino tener una fortaleza firme y estable? Y por el espíritu de su boca toda la fuerza de ellos. Podría haberlo dicho así: Por el espíritu de su boca han sido consolidados, y por la palabra del Señor existe toda la fuerza de ellos. Toda la fuerza de ellos es lo mismo que han sido consolidados. Es esto, pues, lo que hacen el Hijo y el Espíritu Santo. ¿Lo harán sin el Padre? ¿Y quién obra por medio de su palabra y de su espíritu, sino aquél de quien es la Palabra y el Espíritu? Esta Trinidad es un solo Dios. A este Dios es al que adora quien sabe adorar, a este Dios posee por doquier el que se ha convertido. No lo buscan los alejados: es él quien llama a los alejados, para colmarlos, una vez convertidos.

6. Ea, hermanos, dejemos a un lado los cielos sublimes, desconocidos para nosotros, trabajadores de esta tierra, y que intentamos imaginarlos de alguna manera con humanas conjeturas; dejemos, pues, a un lado esos cielos, de los que tanto nos queda por descubrir, y que, no obstante, hacemos esfuerzos por tratar de saber cómo es que están uno sobre el otro, cuántos son, cuál es la distinción entre ellos, qué clase de habitantes los llenan, por qué leyes se rigen, cómo es que allí todos cantan a Dios un mismo himno permanentemente. Allí está nuestra patria, que quizá hemos olvidado en nuestra larga peregrinación. Nuestra voz, en efecto, está reflejada en las palabra de aquel salmo: ¡Ay de mí, porque mi peregrinación se ha hecho lejana!7 A mí también se me hace difícil, si no imposible, hablar sobre esos cielos, y a vosotros entenderlo. Si alguien me aventaja en el conocimiento de estas realidades, alégrese de esta ventaja, y ore por mí para que yo lo siga. Mientras tanto, dejando a un lado esos cielos, tengo otros cielos cercanos a nosotros, como ya de alguna manera os he hablado; se trata de los santos Apóstoles de Dios, predicadores de la palabra de la verdad. De esos cielos nos ha llegado el rocío que hace germinar la mies de la Iglesia por todo el mundo, y, aun cuando de momento la misma lluvia fecunde cizaña con el trigo, sin embargo no han de estar definitivamente los dos en el mismo granero.

7. Porque, pues, se había dicho: De la misericordia del Señor está llena la tierra, podrías preguntar: ¿Cómo la tierra está repleta de la misericordia del Señor? Primero fueron mandados unos cielos que derramaron la misericordia del Señor sobre la tierra, sobre toda la tierra. Fíjate lo que se dice en otro lugar de estos cielos: Los cielos narran la gloria de Dios, y el firmamento anuncia las obras de sus manos. Cielos y firmamento son lo mismo. El día al día le pasa el mensaje, y la noche a la noche le anuncia su sabiduría. Incesantemente, sin callarse. Pero ¿dónde fue su predicación; hasta dónde llegaron? No hay palabras, no hay discursos que no puedan ser oídos. Pero esto se refiere a aquel episodio en que las lenguas de todos se hablaron en un mismo lugar8. Al hablar los idiomas universales, cumplieron lo que está escrito: No hay palabras, no hay discursos que no puedan ser oídos. Pero yo pregunto hasta dónde llegó esa voz en todas las lenguas, qué fue lo que llenó. Escucha lo que sigue: A toda la tierra llegó su sonido, y hasta los confines del orbe sus palabras9. ¿Qué palabras, sino las de los cielos que proclaman la gloria de Dios? Luego si su sonido alcanzó a toda la tierra, y hasta los límites del orbe su lenguaje, que nos diga el que los envió qué fue lo que nos predicaron. Sí, nos lo dice con toda claridad, nos lo indica con toda fidelidad. Porque incluso antes de que sucediera, predijo lo que había de suceder; y lo hizo el que todas sus obras las hizo con fidelidad. Resucitó de entre los muertos, y después que sus discípulos lo reconocieron, porque le habían palpado sus miembros, les dice: Era necesario que Cristo padeciera, que resucitara de entre los muertos al tercer día, y que en su nombre se predicase la conversión y el perdón de los pecados. ¿Desde dónde y hasta dónde? Por todos los pueblos, dice, comenzando por Jerusalén10. ¿Y cuál es, hermanos, la misericordia más generosa que todos esperamos del Señor, sino el que nuestros pecados sean perdonados? Por eso, al ser la gran misericordia del Señor el perdón de los pecados, fue este perdón lo que el Señor predijo que se predicaría por todas las naciones: De la misericordia del Señor está llena la tierra. ¿De qué está llena la tierra? De la misericordia del Señor. ¿Por qué? Porque Dios por doquier perdona los pecados, al enviar los cielos para que rociasen la tierra con su lluvia.

8. ¿Y cómo tuvieron estos cielos la audacia de recorrer el mundo llenos de confianza, y de poder llegar a ser cielos ellos, hombres débiles como eran, sino porque los cielos están consolidados por la palabra del Señor? ¿De dónde iban a tener tanta valentía unas ovejas en medio de lobos, sino porque toda su fuerza está consolidada por el espíritu de su boca? Mirad, les dijo, que os envío como ovejas en medio de lobos11. ¡Oh Señor misericordiosísimo! Sin duda que haces esto para que tu misericordia llene toda la tierra. Porque si de tal manera eres misericordioso, que llenas la tierra de misericordia, mira a ver a quiénes envías y adónde los envías. ¿Adónde, sí, adónde y a quiénes envías? A ovejas en medio de lobos. Si se enviase a un solo lobo en medio de un gran rebaño de ovejas, ¿quién le haría frente? ¿Qué quedaría en pie, a no ser porque se saciase en seguida? Lo devoraría todo. ¿Envías acaso personas tímidas a gente cruel? Los envío, sí, porque son cielos, para que fecunden la tierra con su lluvia. ¿Y cómo son cielos unos hombres débiles? Pero toda su fuerza está consolidada por el espíritu de su boca. Sí, los lobos harán presa de vosotros, y os traicionarán y os entregarán a las autoridades por mi nombre. Así que armaos bien. ¿Con vuestra fuerza? De ningún modo: No preparéis lo que les vais a hablar. No sois vosotros quienes habláis, sino el Espíritu de vuestro Padre quien habla en vosotros12, porque por el espíritu de su boca está consolidada toda la fuerza de ellos.

9. Todo esto se realizó; fueron enviados los Apóstoles, sufrieron persecuciones. ¿Acaso nosotros, al oír estas cosas, tenemos que sufrir tanto como ellos cuando hacían la siembra? No. ¿Y entonces, hermanos, será infructuoso nuestro trabajo? Tampoco. Veo cómo estáis apiñados, y también vosotros veis nuestro sudor. Si lo soportamos, también juntos reinaremos13. Ciertamente se cumplieron esas cosas. De entre aquellas ovejas enviadas en medio de lobos, celebramos ahora la fiesta de los mártires. Este lugar, cuando fue herido el cuerpo del bienaventurado mártir, estaba lleno de lobos. A todos ellos los venció una sola oveja cuando fue apresada, y esa oveja sacrificada llenó de ovejas la misma región. Se ensañaba entonces el mar de los perseguidores con furioso oleaje: el cielo de Dios se dirigía a la tierra sedienta. Pero ahora, gracias a los padecimientos de aquellos que desbarataron las filas enemigas, ha sido glorificado el nombre de Cristo, y además llegó a apoderarse de sus mismas autoridades, caminando sobre la cima de los encrespados torbellinos. Y una vez que todo esto ha sucedido, los que todavía no creen, y ven ahora nuestras reuniones, celebraciones, solemnidades, las alabanzas ya públicas y manifiestas a nuestro Dios, ¿creéis que no les duele, creéis que no se llenan de rabia? Es ahora cuando se cumple lo que de ellos se dijo: Lo verá el pecador y se irritará. ¿Y qué pasa si se irrita? Tú, oveja, no temas al lobo. No tengáis miedo ahora de sus amenazas y bramidos. Se irritará, sí; pero ¿qué sigue? Rechinará los dientes y se consumirá14.

10. [v.7—9] Pues bien, como ahora el agua salada del mar que todavía queda, no se atreve a ensañarse contra los cristianos, y con un bramido oculto y para sus adentros, calumnia a escondidas, y dentro de su mortal piel gruñe la salmuera encerrada, mirad lo que sigue: Reúne como en un odre las aguas del mar. Antes el mar se ensañaba con tormentas a sus anchas; pero ahora su amargura está encerrada en su pecho mortal, y esto lo realizó el que en ellos venció, el que puso límites entonces al mar, para que replegándose sobre sí mismos, fueran quebrantados sus oleajes15. Él reunió como en un odre las aguas marinas, es decir, metió dentro de la humana y mortal piel esos amargos pensamientos. Temiendo por su propia piel, guardan en su interior lo que no se atreven a exteriorizar. Porque la amargura es la misma, sigue el mismo odio, el mismo rechazo. Sólo que cuando antes se ensañaban a las claras, ahora lo hacen en secreto. ¿Qué otra cosa estoy diciendo, sino lo que ya está dicho: Rechinará y se consumirá? Que continúe caminando, pues, la Iglesia, que siga adelante; el camino ya está, nuestra calzada ha sido empedrada y fortificada por el Emperador. Marchemos con fervor por los caminos de las buenas obras: este es nuestro caminar. Y si alguna vez se presentan las tentaciones con sus sufrimientos donde no lo esperábamos, sepamos que las aguas marinas están ya encerradas en un odre, y sepamos que el Señor obra estas cosas para nuestra formación, para arrancar de nosotros ese mal prejuicio de la seguridad en las cosas temporales, y educando nuestros deseos, nos encauce hacia su reino. Estos deseos son consecuencia del golpear aquí y allá los sufrimientos, para que lleguemos a ser cantores a los oídos del Señor, como dúctiles trompetas. Porque en los salmos está expresado que debemos alabar a Dios con trompetas dúctiles16. La trompeta se hace dúctil a golpe de martillo, y así también el cristiano corazón se va dilatando hacia Dios con los golpes de los sufrimientos.

11. Debemos recordar, hermanos, que en estos tiempos, cuando ya las aguas marinas han sido como encerradas en un odre, no le faltan a Dios motivos para corregirnos, puesto que la corrección la necesitamos. Por eso continúa el salmo: Pone en almacenes los abismos. Llama almacenes de Dios al arcano de Dios. Conoce los corazones de todos, qué debe decir en el momento oportuno, cómo hacerlo, cuánto poder ha de otorgar a los malos contra los buenos, juzgando así a los malos e instruyendo a los buenos. Sabe cómo hacer todo esto, él, que pone en almacenes los abismos. Que se cumpla, pues, lo que sigue: Tema al Señor toda la tierra. Que el gozo enorgullecido no se gloríe con temerario regocijo, diciendo: ya el agua del mar está como reunida en un odre; ¿quién va a hacerme nada? ¿Quién se va a atrever a hacerme daño? ¿Desconoces que él que puso en almacenes los abismos; ignoras de dónde va a sacar tu padre lo que necesitas para tu corrección? Él para tu educación tiene los almacenes del abismo, con los que te enseñe a suspirar por los tesoros del cielo. Por tanto, vuelve al temor, tú que ya caminabas en la seguridad. Regocíjese la tierra, pero tema también. ¡Regocíjese! ¿Por qué? Porque de la misericordia del Señor está llena la tierra. ¡Tema! ¿Por qué? Porque ha reunido en un odre las aguas del mar, de modo que puso en almacenes los abismos. Se realizan así las dos cosas que dice en otra parte brevemente: Servid al Señor con temor y regocijaos ante él con temblor17.

12. Tema al Señor toda la tierra; por otra parte, sean conmovidos por él todos los que habitan el orbe de la tierra. No teman a otro en lugar de él: Por él sean conmovidos todos los que habitan el orbe de la tierra. ¿La fiera se enfurece? Tú teme a Dios. ¿Viene la serpiente con sus insidias? Teme a Dios. ¿Te odia el hombre? Teme a Dios. ¿Te ataca el diablo? Teme a Dios. Se te manda temer a quien tiene bajo sí a todas las criaturas. Porque él lo dijo y fueron hechas las cosas; lo mandó y fueron creadas. Así sigue el salmo. Después de haber dicho: Sean conmovidos por él todos los que habitan el orbe de la tierra, para evitar que el hombre tema cualquier otra cosa y, lejos de temer a Dios, tema en su lugar a cualquier criatura, y llegue adorar lo creado, dejando a un lado al Creador, nos reafirmó en el temor de Dios, como diciéndonos y exhortándonos: ¿Por qué has de temer cosa alguna del cielo, ni de la tierra, ni del mar? Él lo dijo y fueron hechas; lo mandó y fueron creadas. El que habló y todo comenzó a existir; el que dio la orden y todo fue creado, cuando él lo manda se mueven, y cuando él lo manda se aquietan. También la maldad de los hombres puede tener una intención propia de dañar; pero el poder de hacerlo, si Dios no se lo concede, no lo tiene. No existe ningún poder si no viene de Dios18, es la sentencia definitiva del Apóstol. No dijo que no existe ningún deseo si no viene de Dios. Hay deseos malvados, que no proceden de Dios; pero el mismo deseo malo a nadie perjudica si él no lo permite. No existe, dice, poder alguno si no viene de Dios. De ahí que el Hombre—Dios, encontrándose ante un hombre, dijo: No tendrías autoridad alguna sobre mí, si no te hubiera sido dada de lo alto19. Uno juzgaba y el otro enseñaba; mientras era juzgado, enseñaba, para después juzgar a quienes había enseñado. No tendrías autoridad alguna sobre mí, dice, si no te hubiera sido dada de lo alto. ¿Cómo es esto? ¿Sólo tiene poder el hombre cuando se le concede de arriba? ¿Y cómo es que el mismo diablo no se ha atrevido a quitarle una sola ovejilla al santo Job, sin que antes se le dijese: Alarga tu mano, es decir, dame permiso? Él quería, pero Dios no le dejaba; cuando se lo permitió, el diablo pudo; en realidad quien pudo no fue él, sino el que se lo permitió. De ahí que Job, bien formado como estaba, no dijo —como os lo solemos recordar— «El Señor me lo dio y el diablo me lo quitó», sino: El Señor me lo dio, el Señor me lo quitó; como le ha parecido al Señor, así ha sucedido20 y no: «como le ha parecido al diablo». Cuidado, pues, hermanos, vosotros que con tanto trabajo os estáis alimentando con el saludable y provechoso pan, cuidado no vayáis a temer a alguien, si no es al Señor. La Escritura te dice que no temas a nadie más que a él. Por tanto tema toda la tierra al Señor, que puso en sus almacenes los abismos. Por otra parte, sean conmovidos por él todos los que habitan el orbe de la tierra. Porque él lo dijo y fueron hechas, él lo mandó y fueron creadas.

13. [v.10] Pero ya los reyes malvados desaparecieron, se han vuelto buenos; ellos también han creído, y llevan en su frente la señal de la cruz de Cristo, más preciosa que cualquier otra joya de su corona; han quedado destruidos los que se ensañaban. ¿Y quién hizo esto? ¿Quizá fuiste tú, para que te llenes de orgullo? El Señor deshace los proyectos de las naciones; por otra parte, reprueba los planes de los pueblos y reprueba los proyectos de los príncipes. Cuando ellos dijeron: Eliminémoslos de la tierra, desaparecerá el nombre de Cristo si lo hacemos; sean así y así asesinados, torturados; aplíquenseles tales y tales penas. Todas estas cosas se dijeron, y en medio de ellas fue como creció la Iglesia. Reprueba los planes de los pueblos y reprueba los proyectos de los príncipes.

14. [v.11] Pero el proyecto del Señor permanece para la eternidad, los planes de su corazón por los siglos de los siglos. Repite la misma afirmación. Lo que al principio llama proyecto, después lo llama planes del corazón; y lo que dice primero, que permanece para la eternidad, luego lo expresa diciendo por los siglos de los siglos. La repetición es una confirmación. Pero no vayáis a pensar, hermanos, que al decir los planes de su corazón, es como si Dios se sentara y empezara a pensar qué debía hacer, y a sopesar la decisión de hacer algo o no hacerlo. Estas lentitudes son tuyas, ¡oh hombre! Su palabra corre veloz. ¿Qué demoras en el discurrir podrá haber en esa palabra, que es única y lo abarca todo? Se habla de planes de Dios para que tú puedas entender, para que a tu modo puedas elevar el corazón al menos hacia las palabras que son adaptadas a tu debilidad, puesto que esta realidad tiene mucha similitud contigo. Los planes de su corazón por los siglos de los siglos. ¿Cuáles son esos planes de su corazón, y ese proyecto del Señor, que dura eternamente? ¿Por qué bramaron las naciones y los pueblos hicieron proyectos vanos contra ese plan?21 Porque el Señor reprueba los planes de los pueblos, y reprueba los proyectos de los príncipes. ¿Por qué el proyecto del Señor permanece para la eternidad, sino porque de antemano nos conocía a nosotros y nos ha predestinado?22 ¿Quién podrá abolir la predestinación de Dios? Antes de la creación del mundo ya nos vio, nos creó, nos reformó, nos envió a su Hijo y nos redimió; esto es lo que significa que su proyecto permanece para la eternidad, que su plan permanece por los siglos de los siglos. Bramaron las naciones abiertamente en aquel entonces, entre fluctuaciones y crueldades; que se consuman ahora encerrados y reunidos en un odre. Se atrevieron entonces con la mayor libertad; tengan ahora amargos y furiosos planes. ¿Cuándo van a poder destruir lo que él proyectó, y que permanece para la eternidad?

15. [v.12] ¿Y qué significa esto? Dichosa la nación. ¿Quién, al oír esto no levanta su ánimo? Todo el mundo ama la felicidad; y por eso son perversos los hombres que quieren ser malos, pero no desgraciados; pero siendo la malicia compañera inseparable de la desgracia, estos perversos no sólo quieren ser malos sin ser desgraciados, cosa que es imposible, sino que llegan a querer ser malos para no ser desgraciados. ¿Qué quise decir con que llegan a querer ser malos para no ser desgraciados? Considerad esto un momento en todos los hombres que obran mal: siempre quieren ser felices. Uno ha cometido un robo. ¿Preguntas por qué? Porque tiene hambre, por alguna necesidad. Así que para no padecer esa desgracia, es malo; pero resulta que es más desgraciado, puesto que es malo. Para quitarse de encima la desgracia, y conseguir la felicidad, es por lo que todos los hombres hacen lo que hacen, sea bueno o malo; en efecto, siempre está presente el deseo de ser felices. Tanto los que viven mal, como los que viven bien, desean ser felices, mas no a todos les llega eso que todos anhelan. Sí, todos desean ser felices, pero no lo conseguirán más que aquellos que deseen ser justos. Y mira por dónde, no sé quién desea ser feliz obrando el mal. ¿Cómo? Por el dinero, por la plata y el oro, por una hacienda, por fincas, por casas, por siervos, por la pompa mundana, por los honores volátiles y perecederos. Teniendo algo, quieren ser felices; pero tú busca aquello que debes tener para ser feliz. Cuando llegues a ser feliz, no hay duda de que serás mejor que cuando eres desgraciado. Porque es imposible que una cosa peor te haga mejor. Eres hombre, y todo aquello que deseas, con lo que anhelas ser feliz, es inferior a ti. El oro, la plata, cualesquiera de las cosas corporales, que estás ardientemente suspirando por adquirir, poseer, disfrutar, son inferiores a ti. Tú eres mejor, eres más excelente; pero al querer ser feliz quieres ser mejor de lo que ya eres, pues eres desgraciado. Es mejor, sin duda, ser feliz que infeliz. Quieres ser mejor de lo que eres: y buscas, y rebuscas para lograrlo entre las cosas que son inferiores a ti. Todo lo que busques en la tierra, es peor que tú. Todo hombre le desea y le jura a su amigo: Te deseo lo mejor, que podamos alegrarnos de verte mejor, que gocemos de tu mejoría. Lo que uno desea a su amigo, lo desea también para sí. Acepta, pues, un consejo dado con lealtad. Sé que quieres ser mejor, lo sé, lo sabemos todos, lo queremos todos: busca lo que es mejor que tú, y así podrás mejorarte a ti mismo.

16. Contempla ahora el cielo y la tierra; que no te deleiten sus hermosos cuerpos de tal manera que pretendas llegar a ser feliz con ellos. En tu alma está lo que buscas. Sí, quieres ser feliz: mira a ver qué hay mejor que tu propia alma. Dado que hay dos realidades en ti, a saber, el alma y el cuerpo, y que de estas dos la mejor es la que llamamos alma, tu cuerpo puede mejorarse a través de la que es mejor, ya que el cuerpo está sometido al alma. Pues bien, tu cuerpo puede hacerse mejor por medio del alma, y siendo tu alma buena, llegar él también a ser inmortal. Por la iluminación del alma, el cuerpo merece la incorrupción, lográndose la reparación de la parte inferior por la que es mejor. Si, pues, lo bueno de tu cuerpo está en tu alma, puesto que es mejor que tu cuerpo, cuando busques tu propio bien, busca lo que es todavía mejor que tu alma. ¿Qué es tu alma? Pon atención, no sea que desprecies tu alma, creyéndola cualquier cosa vil y despreciable, te pongas a buscar la felicidad de tu alma en algo todavía más despreciable. En tu alma está la imagen de Dios, la mente humana llega a percibirla. El hombre la recibió, pero se inclinó hacia el pecado y la desfiguró. El mismo Dios, que antes había sido su creador, vino en persona como restaurador, ya que por su Palabra se habían creado todas las cosas y por esa misma Palabra había sido impresa dicha imagen. Vino la Palabra misma, para que oyéramos de boca del Apóstol: Renovaos mediante la renovación de vuestra mente23. Está de más que preguntes qué es mejor que tu alma. ¿Qué va a ser, por favor, sino tu Dios? No vas a encontrar ninguna otra cosa superior a tu alma; cuando tu naturaleza quede perfecta, será igual a los ángeles. Así que no queda nada superior más que el Creador. Elévate hacia él, ten confianza, no digas: Es demasiado para mí. Mucho más difícil es conseguir el oro que quizá estás buscando. El oro, aunque lo desees, probablemente no lo tendrás; a Dios, si lo quieres, lo tienes, porque ya antes de que lo quieras, él ha venido a ti, y aun cuando estabas de espaldas, él te llamó, y cuando te convertiste te atemorizó, y cuando, así atemorizado, lo has confesado, él te consoló. El que ha regalado todas las cosas, el que hizo que existieras; el que te ofrece, junto con los malos que viven contigo, el sol, la lluvia, los frutos, las fuentes, la vida, la salud, tantos consuelos, te reserva para ti algo que sólo te da a ti. ¿Qué es lo que te reserva sólo para ti? Se reserva él mismo. Pide algo mejor si lo encuentras; Dios se te reserva para ti. Tú, avaro, ¿por qué suspiras tan ardientemente por el cielo y la tierra? Es mejor el que hizo el cielo y la tierra; lo verás a él y a él lo poseerás. ¿Por qué tratas de poseer aquella quinta, y al pasar junto a ella, dices: «Dichoso el propietario de esta finca»? Así dicen muchísimos de los que pasan por ella; y a pesar de que lo dicen, al atravesarla, podrán mover la cabeza y suspirar por ella, pero ¿acaso podrán poseerla? Ruge la codicia, refunfuña la maldad; bien, pero tú no desees nada de tu prójimo24. Dichoso el dueño de esta quinta, el dueño de esta casa, el dueño de este campo. Reprime la maldad, escucha la verdad: Dichosa la nación que tiene. ¿Que tiene qué? Sí, ya sabéis lo que voy a decir. Por lo tanto deseadlo para tenerlo. Entonces, por fin, seréis felices. Sólo seréis felices con esto: llegaréis a ser mejores sólo con algo mejor de lo que sois vosotros. Y te lo vuelvo a decir: mejor que tú es Dios, el que te hizo a ti. Dichosa la nación cuyo Dios es el Señor. Ama esto, poséelo; y esto lo tendrás cuando quieras, esto lo tendrás gratis.

17. Dichosa la nación cuyo Dios es el Señor. ¡El Dios nuestro! Porque ¿de quién no es Dios? Aunque no de todos lo es de la misma manera. De nosotros lo es más, de nosotros, que vivimos de él como de nuestro pan. Que sea él nuestra herencia, nuestra posesión. ¿Nos pasaremos temerariamente diciendo que Dios es nuestra posesión, cuando es él el dueño, cuando él es el Creador? No, esta no es una temeridad; es el impulso del deseo, es la dulzura de la esperanza. Diga el alma, dígalo, sí, con toda seguridad: Tú eres mi Dios, el que dice a nuestra alma: Yo soy tu salvación25. Dígalo, dígalo sin dudar; no cometerá injusticia alguna al decir esto; es más, la cometería si no lo dijese. ¿Querías tener un bosque para ser feliz? Mira lo que de la sabiduría dice la Escritura: Es árbol de vida para todos los que la poseen. Resulta que dice que la sabiduría es posesión nuestra. Pero no vayas a pensar que por decir la Escritura que la sabiduría es posesión tuya, se trata de algo inferior a ti; por eso dice a continuación: Y da seguridad a los que se apoyan en ella como en el Señor26. Mira cómo el Señor se ha convertido para ti como en un bordón; el hombre se apoya seguro, porque él permanece firme. Di, pues, con seguridad que Dios es tu posesión. Al decir la Escritura a los que la poseen, colmó de confianza tus dudas; dilo seguro, ama seguro, espera seguro. Sean tuyas también las palabras del salmo: El Señor es el lote de mi herencia27.

18. Seremos, por tanto, felices poseyendo a Dios. ¿Y cómo es esto? ¿Seremos nosotros quienes lo poseeremos a él, y no él a nosotros? ¿Cómo es que dice Isaías: Señor, toma posesión de nosotros?28 Sí, él nos posee, y también es poseído; y todo esto es por nosotros. Pero no sucede que así como nosotros somos felices poseyéndolo a él, así también él nos posea para ser feliz. Posee y es poseído por el único motivo de hacernos felices a nosotros. Lo poseemos a él y él nos posee a nosotros; porque nosotros le tributamos culto, y él a su vez nos cultiva a nosotros. Le tributamos el culto debido al Señor Dios, y él nos cultiva como a una tierra suya. Que le damos culto nadie lo duda; y que él nos cultiva a nosotros ¿de dónde lo sabemos? Por aquél que dice: Yo soy la vid, vosotros los sarmientos; mi Padre es el labrador29. Ambas cosas se nos dice en este salmo, ambas se nos mencionan. Ya había dicho que lo poseemos a él: Dichosa la nación cuyo Dios es el Señor de ellos. ¿De quién es esta finca? De él. ¿De quién aquella otra? De él. ¿Y de quién es ésta? Digámoslo desde Dios, digamos de quién es. Y lo mismo que cuando preguntamos sobre el dueño de algunas fincas o haciendas grandes y hermosas, se nos suele responder: El dueño de esta hacienda es un tal senador, que se llama así o así; y nosotros decimos: ¡Qué dichoso ese hombre! Pues bien, sucede lo mismo si preguntamos: ¿De quién es este Dios? Hay un pueblo, dichoso pueblo, que es el dueño, pues Dios es su Señor. En cambio con el Dios de esta nación no sucede lo mismo que con el senador aquel, que posee la finca, pero no es poseído por ella. Nosotros para ser su propiedad, debemos trabajar; pero la posesión es mutua. Habéis oído que una nación lo posee: Dichosa la nación cuyo Dios es el Señor de ellos. Ahora escuchad cómo él también la posee: El pueblo que el Señor se escogió como heredad. Dichosa la nación por tener tal posesión; dichosa la posesión por tener tal dueño, el pueblo que el Señor se escogió como heredad.

19. [v.13] Desde el cielo, el Señor se ha vuelto a mirar, ha visto a todos los hijos de los hombres. Debes entender aquí el «todos» como los miembros de aquella nación poseedora de aquella heredad, o que forman parte de ella. Todos estos son la heredad de Dios. Es a todos ellos a quienes miró el Señor desde el cielo, y los vio el que dijo: Cuando estabas bajo la higuera, te vi30. Lo vio porque tuvo misericordia de él. Cuántas veces nosotros, al implorar misericordia, decimos al interesado: Mírame. ¿Y qué dices del que te desprecia? Ése ni me mira. Porque hay una cierta mirada compasiva, distinta de la mirada castigadora. Aquélla es un rechazo del pecado; quiere que su pecado no se vea; es el que dice: Aparta de mis pecados tu vista31. Quiere que pase desapercibido lo que quiere que se le perdone. Aparta, dice, de mis pecados tu vista. Y cuando haya apartado su vista de tus pecados, ¿a ti ya no te ve? ¿Cómo es que dice en otro lugar: No apartes de mí tu rostro?32 Luego que lo aparte de tus pecados, y que no lo aparte de ti; que te mire, que se compadezca de ti, que venga en tu ayuda. Desde el cielo, el Señor se ha vuelto a mirar, ha visto a todos los hijos de los hombres, a los que pertenecen al Hijo del hombre.

20. [v.14] Desde su morada preparada, la que preparó para sí. Nos ha visto desde los Apóstoles, nos ha visto desde los predicadores de la verdad, nos ha visto desde los ángeles, que ha enviado a nosotros. Todo esto es su casa, todo esto es su morada; porque todo esto son los cielos que proclaman la gloria de Dios. Ha visto a todos los hijos de los hombres; desde su morada preparada se ha vuelto a mirar a todos los que habitan la tierra. Son ellos, son los suyos, es aquella nación dichosa, cuyo Dios es el Señor; es el pueblo aquel que el Señor escogió como su heredad; porque está por toda la tierra, no sólo en una parte. Se ha vuelto a mirar a todos los que habitan la tierra.

21. [v.15] El cual ha modelado uno por uno sus corazones. Con la mano de su gracia, con la mano de su misericordia fue modelando los corazones, dio forma a nuestros corazones, los fue formando uno por uno, dándonos a cada uno un corazón particular, sin que por ello rompieran la unidad. Lo mismo que los miembros corporales fueron creados uno a uno, y cada uno tiene su propia función, y no obstante viven en la unidad del cuerpo: la mano hace lo que no hace el ojo, el oído puede lo que ni el ojo ni la mano pueden; y sin embargo todos obran en unidad, tanto la mano, como el ojo, como el oído realizando diversas funciones sin oponerse entre sí; así también en el cuerpo de Cristo cada uno de los hombres, como miembros distintos, gozan cada uno de un don particular, porque el mismo que eligió el pueblo como su heredad, modeló el corazón de cada uno. ¿Acaso son todos apóstoles? ¿O son todos profetas? ¿O todos son doctores? ¿Tienen todos, acaso, el don de sanar? ¿Hablan todos en lenguas? ¿Pueden todos interpretarlas? A unos, según el Espíritu, se les da palabras de sabiduría, a otros de ciencia, a otros fe, según el mismo Espíritu, a otros los dones de curar33. ¿Por qué? Porque ha modelado uno por uno sus corazones. Lo mismo que en nuestros miembros son diversas las actividades, pero hay una misma salud corporal, así también en todos los miembros de Cristo hay diversas funciones, pero la caridad es única. El cual ha modelado uno por uno sus corazones.

22. El cual entiende todas las obras de ellos. ¿Qué significa «entiende»? Que ve lo más íntimo y secreto. Tienes escrito en el salmo: Entiende mi grito34. No se necesitan voces para que llegue algo a los oídos de Dios. A la visión oculta la llamamos entendimiento. Se expresó así más claramente que si hubiera dicho: «Ve todas sus obras». Así no se te ocurrirá pensar que él ve estas obras, lo mismo que tú llegas a ver alguna obra humana. El hombre ve una acción del hombre por el movimiento de su cuerpo; en cambio, Dios ve en el corazón. Y porque ve lo íntimo, está dicho: Entiende todas las obras de ellos. Supongamos que dos hombres dan algo a los pobres. Uno busca para sí la recompensa celestial; el otro, la alabanza humana. Tú ves en los dos una sola cosa; Dios entiende dos, pues entiende el interior y conoce lo interior, ve los fines de ellos y ve las intenciones mismas. El cual entiende todas las obras de ellos.

23. [v.16] El rey no será hecho salvo mediante la cantidad de su fuerza. Acudamos todos al Señor, permanezcamos todos en Dios. Sea Dios tu esperanza, sea Dios tu fortaleza, sea Dios tu seguridad. Sea él tu súplica, sea él tu alabanza, sea él la meta en que descansas, sea él la ayuda para tu trabajo. Escucha la verdad: El rey no será hecho salvo mediante la cantidad de su fuerza, ni el gigante será salvo mediante la cantidad de su fortaleza. Gigante es el soberbio que se alza contra Dios, como si fuera algo en sí y por sí. Este no es hecho salvo mediante la cantidad de su fuerza.

24. [v.17—18] Pero tiene un caballo corpulento, fuerte, vigoroso, veloz; si sobreviene algún ataque, ¿podrá con rapidez librarlo del peligro? Que no se equivoque, escuche lo que sigue: Engañoso es para la salvación el caballo. ¿Habéis entendido lo que se acaba de decir? Engañoso es para la salvación el caballo. Que tu caballo no te prometa la victoria; si te la prometiera, mentiría. Si Dios lo quiere, te verás libre; si Dios no quiere, al caer el caballo, caerás tú más abajo. No penséis que la frase «engañoso es para la salvación el caballo» significa que el justo es engañoso para la salvación, como si los justos engañasen en lo referente a la salvación. Porque no está escrito aequus (equitativo), que se relaciona con «equidad», sino equus (caballo), animal cuadrúpedo. Lo atestigua el códice griego. Los malos jumentos, los hombres que se buscan ocasiones para la mentira, los rebate la Escritura cuando dice: La boca que miente, mata al alma35, y también: Destruirás a todos los que dicen mentira36. ¿Qué significa, pues: Engañoso es para la salvación el caballo? Que el caballo miente cuando te promete la victoria. ¿Acaso le habla el caballo a alguien, prometiéndole la victoria? Sin embargo, cuando tú ves un caballo de buena apariencia, dotado de fuerza, veloz en su carrera, todo esto te están como prometiéndote la victoria de su parte. Pero esto es mentira si Dios no te protege, puesto que engañoso es para la salvación el caballo. Puedes tomar por caballo de una manera figurada cualquier grandeza de este mundo, cualquier honor en el que te encumbras con soberbia; cuanto más alto te yergues, te estás creyendo falsamente no sólo más encumbrado, sino también más seguro. No sabes de qué modo te arrojará, y serás aplastado con mayor vehemencia, cuanto más en la picota eras llevado. Engañoso es para la salvación el caballo; pues bien, con la abundancia de su fuerza no será salvo. Entonces ¿cómo será salvo? No debido al vigor, no debido a las fuerzas, no debido al honor, no debido a la gloria, no debido al caballo. ¿Cómo? ¿Adónde iré? ¿Dónde encontraré mi salvación? No busques mucho ni largo tiempo. He ahí que los ojos del Señor están sobre los que le temen. Veis que estos son los que él ha divisado desde su morada. He ahí que los ojos del Señor están sobre los que le temen, sobre los que esperan en su misericordia: no debido a sus méritos, no debido a su vigor, no debido su fuerza, no debido a su caballo, sino debido a su misericordia.

25. [v.19] Para arrancar de la muerte sus almas. Promete la vida eterna. ¿Y en la presente peregrinación? ¿Los abandonará? Mira cómo sigue el salmo: Y alimentarlos en tiempo de hambre. El tiempo del hambre es ahora, el de la hartura será después. El que no nos abandona durante el hambre que reina en esta corrupción, cuando nos transforme en inmortales, ¿de qué manera nos saciará? Ahora bien, mientras dura el tiempo del hambre, hay que tolerar, hay que resistir, hay que perseverar hasta el fin. Debemos ahora recorrer todos los caminos, porque la senda es llana, y hay que pensar en la carga que llevamos. Se encuentran todavía en el anfiteatro algunos espectadores que quizá están enloquecidos, y sentados al sol; y nosotros aunque estamos de pie, sin embargo estamos a la sombra, y lo que contemplamos es algo mucho más provechoso y bello. Contemplemos, sí, las cosas bellas, y seamos contemplados por la Belleza misma. Contemplemos mentalmente el significado de las expresiones de las Divinas Escrituras, y disfrutemos de tal espectáculo. ¿Y nuestro espectador quién es? He ahí que los ojos del Señor están sobre los que le temen, sobre los que esperan en su misericordia, para arrancar de la muerte sus almas y alimentarlos en tiempo de hambre.

26. [v.20] Pero para resistir durante la peregrinación, mientras dura el hambre, y mantenemos la esperanza de ser aliviados en el camino, para no desfallecer, ¿qué se nos impone, o qué es lo que debemos manifestar? Nuestra alma esperará pacientemente al Señor. Nuestra esperanza ha de ser segura en el que promete con misericordia, y con misericordia lo cumplirá realmente. ¿Y qué haremos hasta que lo cumpla? Nuestra alma esperará pacientemente al Señor. ¿Y qué sucederá si no permanecemos en esa esperanza? Sí, claro que permaneceremos: Porque él es nuestro ayudador y protector. Ayuda en la lucha, protege del bochorno, no te abandona: tú aguanta, persevera. El que persevere hasta el fin, ése se salvará37.

27. [v.21] Y cuando hayas perseverado y hayas sido paciente y hayas llegado hasta el final, ¿qué tendrás? ¿Por qué premio estás aguantando? ¿Qué motivo hay para sufrir trabajos tan duros durante tanto tiempo? Porque en él se alegrará nuestro corazón, y en su santo nombre hemos esperado. Espera aquí para gozarte allí; pasa hambre y sed aquí, para disfrutar allí del banquete.

28. [v.22] Nos ha exhortado a todo, nos ha llenado del gozo de la esperanza, nos ha indicado lo que debemos amar, y cuál es aquello en lo que solamente debemos poner nuestra confianza. Después de todo esto, se hace una breve y saludable oración: Tu misericordia, Señor, venga sobre nosotros. ¿Por qué mérito? Como hemos esperado en ti. He sido pesado para algunos, lo reconozco; para otros he terminado mi sermón demasiado pronto; también lo reconozco. Perdonen los débiles a los más fuertes, y oren los fuertes por débiles. Seamos como los miembros de un mismo cuerpo, vivificados por nuestra cabeza. En ella reside nuestra esperanza, en ella reside nuestra fortaleza. No dudemos en exigir al Señor Dios nuestro su misericordia; así lo quiere él, sin lugar a dudas, que se la exijamos. No se va a molestar porque se lo exigimos, ni se va en absoluto a angustiar, como aquél a quien le pides lo que no tiene, o tiene poco, y le da miedo el darlo, no se vaya quedar sin ello. ¿Quieres saber cómo te dispensará Dios su misericordia? Sé tú generoso en la caridad; veremos si se te termina al repartirla. Pues bien, ¿cuánta no será la sobreabundancia en el que es supremo, si tanta puede ser en su imagen?

29. Os exhortamos, pues, hermanos, a practicar lo más posible esta caridad, no sólo entre vosotros mismos, sino también con los de fuera, sea los que todavía son paganos, que aún no creen en Cristo, sea con los que se han separado de nosotros, que reconocen la misma cabeza con nosotros, pero que están separados del cuerpo. Tengámosles compasión como a hermanos nuestros que son. Quiéranlo o no, son hermanos nuestros. Dejarían de serlo si dejaran de decir: Padre nuestro38. De algunos de ellos dijo un profeta: A los que os dicen que no son hermanos vuestros, decidles: «Sí, sois nuestros hermanos»39. Mirad en vuestro entorno, a ver de quién ha podido decir esto. ¿Tal vez de los paganos? No, porque a ellos no les llamamos hermanos según las Escrituras y la costumbre eclesiástica de hablar. ¿Lo dirá tal vez de los judíos, que no creyeron en Cristo? Leed al Apóstol, y veréis cómo cuando dice simplemente hermanos, sin añadir nada, se refiere únicamente a los cristianos, por ejemplo: En una situación así, dice, no queda sujeto el hermano o la hermana40; habla del matrimonio, y al decir hermano o hermana, se refiere al cristiano o cristiana. Dice además: Pero tú ¿por qué juzgas a tu hermano, o tú por qué desprecias a tu hermano?41 Y en otro lugar: Vosotros, dice, hacéis el mal y defraudáis, y esto a hermanos42. Por tanto, los que dicen que no somos sus hermanos, nos están llamando paganos. Por eso hasta nos quieren rebautizar, diciéndonos que carecemos del bautismo que ellos nos ofrecen. Es una consecuencia de su error el negar que nosotros somos sus hermanos. Pero ¿por qué nos dijo el profeta: Decidles: Vosotros sois hermanos nuestros, sino porque reconocemos válido en ellos lo que nosotros no repetimos? Ellos, al no reconocer nuestro bautismo, niegan que seamos sus hermanos; nosotros, sin embargo, no repitiendo el suyo y reconociendo válido el nuestro, les estamos diciendo: Vosotros sois hermanos nuestros. Que digan ellos: ¿Por qué nos buscáis, para qué nos queréis? Respondámosles: Sois hermanos nuestros. Nos podrán decir: Alejaos de nosotros, no tenemos nada que ver con vosotros. Claro que sí tenemos que ver con vosotros: confesamos al único Cristo, debemos integrarnos en el mismo cuerpo y bajo la misma cabeza. ¿Y por qué me buscas —puede decir alguien— si ya estoy perdido? ¡Qué disparate, qué locura! ¿Por qué me buscas, si estoy perdido? ¿Y por qué te iba a buscar, sino precisamente porque estás perdido? Si ya perecí, dice, ¿cómo voy a ser tu hermano? Para que se me pueda decir de ti: Tu hermano estaba muerto y ha revivido; estaba perdido y ha sido encontrado43. Os suplico, pues, hermanos, por las entrañas de la caridad, de cuya leche nos alimentamos, con cuyo pan nos vigorizamos, por Cristo nuestro Señor, por su mansedumbre, os suplico (porque es el momento de que derrochemos con ellos un gran amor, una abundante misericordia orando a Dios por ellos, para que algún día les conceda la sensatez de recapacitar y mirarse a sí mismos, ya que ningún argumento en absoluto tienen que decir contra la verdad; nada les queda, si no es la enfermiza animosidad, tanto más débil, cuanto más fuerzas se creen tener) por los enfermos, por los que piensan carnalmente, por los que son como animales y carnales, y sin embargo son hermanos nuestros, que celebran los mismos sacramentos, aunque no con nosotros, pero son los mismos; responden el mismo Amén, aunque no unidos a nosotros, pero es el mismo; os suplico, insisto, que derraméis por ellos lo más enjundioso de vuestra caridad. Algo hemos hecho ya por su salvación en el concilio, que hoy ya no hay tiempo de explicaros. Os ruego, por tanto, (se enterarán por vosotros nuestros hermanos que ahora faltan) que mañana os reunáis más animados y numerosos en la basílica de Triclia.