Revisión: Pío de Luis Vizcaíno, OSA
1. Un cántico a la gracia de Dios y a nuestra justificación, sin que hubiera precedido mérito alguno de nuestra parte, sino más bien porque se adelantó la misericordia del Señor nuestro Dios; salmo encomiado por el Apóstol, como nos lo ha demostrado la lectura precedente, y que me he propuesto exponer, dentro de mi limitación, en compañía de vuestra caridad. Y lo primero que hago es encomendar a vuestras oraciones mi debilidad, como dice el Apóstol: Para que al abrir mis labios se me conceda la palabra1, de manera que pueda hablaros sin peligro para mí, y para vosotros sea saludable escucharlo. Porque el ánimo humano es ambiguo y fluctúa entre el reconocimiento de su debilidad y la audacia de la presunción, y con frecuencia es zarandeado de un lado para el otro, y empujado de tal forma que el inclinarse a una u otra parte le resulta un verdadero precipicio. Si se entrega por completo a su propia flaqueza, y da rienda suelta a este pensamiento, llegará a afirmar que la misericordia de Dios perdona a todos los pecadores, sean cuales fueren los pecados en que están viviendo, con sólo creer que Dios los libera, que Dios olvida, y que al fin está ordenada de tal modo, que no perezca ni un solo creyente que esté en pecado. Es decir, que no perecerá nadie de los que se digan a sí mismos: cualquier cosa que yo haga, cualesquiera crímenes y delitos en los que yo esté enfangado, peque lo que peque, Dios me absuelve de todo por el hecho de haber creído en él. Así que quien afirme que ninguno de estos pecadores se condenarán, se deja desviar por una falsa opinión hacia la impunidad de los pecados. Y aquel Dios justo, de quien se ensalza la misericordia y el juicio2 —no sólo la misericordia, sino también el juicio—, si encuentra a un hombre que presume indebidamente de sí mismo, y que abusa para su propia muerte de la misericordia de Dios, es inevitable que lo condene. Una opinión de este tipo lleva al hombre al precipicio. Y si uno, cegado por este pensamiento, levantara su orgullo hacia la atrevida presunción de que su bondad proviene de sus propias fuerzas, y en su ánimo se propusiera cumplir toda justicia, y realizase todo lo que manda la ley hasta el punto de no faltar en nada, y que en su poder está el controlar su vida, de forma que en nada tropiece, no falte jamás, nunca titubee, en ninguna ocasión se ensombrezca, y esto se lo atribuya a sí mismo y al poder de su voluntad; e incluso si llegara a cumplir todo lo que parece justo a los ojos de los hombres, hasta el punto de que no se le encuentra nada en su vida reprensible a los humanos, en este caso lo que Dios condena es la misma presunción y la jactanciosa soberbia. ¿Qué sucede, pues, si el hombre quedase justificado, y luego presumiera de su justicia? Que cae. Y si, consciente y convencido de su debilidad, pero abusando de la misericordia de Dios, descuidase purificar su vida de sus propios pecados, sumergiéndose hasta el abismo de cualesquiera delitos, también éste cae. Presumir de justicia es como la mano derecha; creer en la impunidad de los pecados, es como la izquierda. Escuchemos qué nos dice la voz de Dios: No te desvíes ni a la derecha ni a la izquierda3. No te asegures de que vas a llegar al reino por tu propia justicia, ni te asegures la misericordia de Dios para cometer pecados. De una y otra te disuade el precepto divino: tanto de aquellas alturas, como de este abismo. Si te encaramas en aquéllas, caerás al precipicio; si caes en ésta, te hundirás. No te desvíes, dice, ni a la derecha ni a la izquierda. Lo repetiré brevemente para que todos lo retengáis en la memoria: No confíes en que vas a entrar en el reino por tu propia justicia, no confíes en la misericordia de Dios para cometer pecados. Responderás: ¿Qué debo hacer, entonces? Este salmo nos lo enseña. Leyéndolo entero y explicándolo, creo que con la ayuda de la misericordia divina veremos cuál es el camino por el cual tal vez ya caminamos, o bien el que debemos tomar. Cada cual ponga atención según su capacidad. Y según vaya cayendo en la cuenta, se dolerá para corregirse, o se alegrará de que puede dar su aprobación. El que vea que se ha desviado, que recupere el camino y vaya por él; y si se encuentra ya en el camino, que siga avanzando hasta llegar a la meta. Que nadie, fuera del camino, sea pretencioso; que nadie, ya en el camino, sea perezoso.
2. Este salmo, según el testimonio del apóstol Pablo, se refiere a la gracia por la que somos cristianos; por eso he querido leeros ese mismo pasaje. Cuando el Apóstol habla de la justicia que procede de la fe, en contra de aquéllos que se glorían de una justicia que les viene de sus obras, dice: ¿Qué diremos, pues, que consiguió Abrahán, nuestro padre según la carne? Porque si Abrahán obtuvo la justificación por sus obras, tiene de qué gloriarse, pero no en Dios4. Que aparte Dios de nosotros una tal gloria; pongamos atención más bien a aquello: El que se gloría, que se gloríe en el Señor5. Muchos son los que glorían de las obras, y te encontrarás con muchos paganos que precisamente se niegan a hacerse cristianos porque están satisfechos de la buena vida que llevan. Lo que hace falta, dicen, es vivir bien; ¿Qué me va a mandar Cristo? ¿Que lleve una vida buena? Ya la llevo. ¿Para qué necesito yo a Cristo? No mato a nadie, no robo, no sustraigo nada, no deseo los bienes ajenos, no me contamino con adulterio alguno. Y si alguien encuentra algo reprensible en mi vida, el que me reprenda habrá hecho de mí un cristiano. Tiene de qué gloriarse, pero no lo refiere a Dios. No ocurrió así con nuestro padre Abrahán. La citada sentencia de la Escritura quiere fijar nuestra atención en este punto. Y puesto que reconocemos, y esta es nuestra creencia sobre el santo Patriarca, que agradó a Dios, para que lo confesemos de palabra y estemos convencidos de que alcanzó gloria delante de Dios, dice el Apóstol: Sí, sabemos y es conocido que Abrahán tiene gloria ante Dios; pero si la justificación de Abrahán le viene de las obras, tiene de qué gloriarse, mas no ante Dios; pero su gloria está referida a Dios; su justicia no le ha venido de las obras. Y si Abrahán no fue justificado por sus obras, ¿de dónde le viene su justificación? Él dice a continuación de dónde: ¿Qué dice la Escritura? O sea, ¿de dónde dice la Escritura que fue justificado Abrahán? Abrahán creyó a Dios y eso se le computó como justicia6. Luego Abrahán fue justificado por la fe.
3. El que ya sabe que no es por las obras, sino por la fe, fíjese en aquel torbellino de que he hablado: Como ves que no es por las obras, sino por la fe como fue justificado Abrahán, te dices: Bien, yo haré lo que se me antoje, porque aunque no tenga obras buenas, me basta con creer en Dios y ya se me cuenta como justicia. El que así hable y lo decida, cayó, se ha hundido. Si sólo lo piensa y está en dudas, corre peligro. Pero la Escritura de Dios y su verdadero conocimiento, no sólo libera del peligro al que vacila, sino que levanta de su abismo al que está hundido. Y ahora voy a responder, como rebatiendo al Apóstol, y hablando del mismo Abrahán, lo que encontramos en la carta de otro apóstol, que pretendía corregir a los que habían entendido mal al apóstol Pablo. Santiago en su carta habla en contra de los que descuidaban las buenas obras, fiados únicamente en su fe. Y hace resaltar las obras de Abrahán, como Pablo resalta su fe. Pero no se contradicen estos dos apóstoles. Dice allí la obra de todos conocida: cómo Abrahán ofreció a Dios su hijo, dispuesto a inmolarlo7. Sí, es una gran obra, pero le viene de la fe. Alabo el edificio de la obra, pero veo que su cimiento es la fe; alabo el fruto de la buena obra, pero reconozco en la fe su raíz. Porque si esto lo realizara Abrahán fuera de la recta fe, de nada le serviría cualquiera fuera la obra. Es más, si Abrahán se mantuviera en su fe, y cuando Dios le ordenó ofrecerle la inmolación de su hijo, él hubiera dicho en su interior: No lo voy a hacer, y sin embargo creo que también a mí me va a salvar Dios aun cuando desprecie sus mandatos, su fe, sin las obras, sería muerta, se quedaría estéril y seca, como raíz sin fruto.
4. ¿Y entonces? ¿Deberemos no realizar ninguna obra antes de creer, y así nadie podrá decir que alguien se ha adelantado en las obras a la fe? Porque esas obras que decimos existir antes de la fe, aunque parezcan laudables a los hombres, son vacías. A mí me parecen como un esfuerzo gigante y una carrera velocísima, pero fuera del camino. Que nadie considere como buenas las obras antes de la fe: donde no había fe, tampoco había buenas obras. Una obra la hace buena la intención, y es la fe la que encauza la intención. No prestes mucha atención a lo que hace el hombre, sino a lo que pretende con sus obras, hacia dónde se dirigen esos esfuerzos al parecer bien encaminados. Imagínate a un experto timonel que gobierna perfectamente la nave, pero que ha perdido la orientación adónde debe ir. ¿De qué le sirve dominar perfectamente la vela, mover con maestría la nave, dar proa a las olas, evitar ser azotada de costado por ellas, tener tanto vigor que puede llevar la nave adonde quiere y desde donde quiere; y si uno le preguntase adónde va, él respondiese: No sé? ¿Y aunque no dijera: No lo sé, sino: Voy a tal puerto, pero no va a él, sino que se está precipitando en un escollo? ¿No es verdad que este timonel cuanto más a él le parece ser experto en gobernar la nave con agilidad y eficacia, tanto más peligrosamente la gobierna, puesto que la va llevando al naufragio toda vela? Así le sucede al que corre muy bien, pero fuera del camino. ¿No sería preferible y menos arriesgado que el tal timonel de vez en cuando fuera menos experto, y con trabajo y alguna dificultad manejara el gobernalle, pero que mantuviera, a pesar de todo, la orientación y la ruta correcta? ¿Y no sería preferible que el susodicho atleta corriera más lentamente y con menos destreza, pero por el camino, que no con velocidad fuera de camino? El mejor, sin duda es el que mantiene el camino y avanza bien por él. Y le sigue en expectativa aquél que, aunque vacilando a veces, no se equivoca del todo ni se detiene, sino que sigue avanzando, aunque sea lentamente. Se puede esperar, no obstante, que éste, aunque más tarde, ha de llegar a su destino.
5. Así, pues, hermanos, Abrahán fue justificado por la fe. Y si las obras no precedieron a la fe, sí que le siguieron. ¿Acaso tu fe va a ser estéril? Si tú no eres estéril, ella tampoco lo es. Has creído en algo malo, y con el fuego de tu maldad has quemado la raíz de tu fe. Tú que te dispones a obrar, mantén tu fe. Pero me dirás: No es esto lo que dice el apóstol Pablo. ¿Que no? Así habla Pablo apóstol: La fe que obra por la caridad8; y en otro lugar: La plenitud de la ley es la caridad9, y todavía: Toda la ley está contenida en una palabra, en aquello que está escrito: Amarás al prójimo como a ti mismo10. Mira si no va a querer las obras el que dice: No cometerás adulterio, no matarás, no ambicionarás, y cualquier otro mandamiento que haya, se resumen en esta frase: Amarás a tu prójimo como a ti mismo; el amor al prójimo no obra el mal: la plenitud de la ley es el amor11. ¿Acaso el amor te permitirá hacer el mal a quien amas? Pero tal vez te limitas a no hacer el mal, sin hacer ningún bien. ¿Es que el amor te permite que no ayudes en lo que puedas a quien amas? ¿No es ése el amor que ora incluso por los enemigos? ¿Y va a abandonar al amigo el que desea el bien a su enemigo? Por tanto, si la fe está sin amor, estará sin obras. No discurras mucho sobre las obras de la fe: añádele la esperanza y el amor, y no andes pensando qué vas a hacer. El amor no puede estar ocioso. ¿Qué es lo que le impulsa a cualquiera a obrar incluso el mal, sino el amor? Muéstrame un amor ocioso e inoperante. Los crímenes, los adulterios, los delitos, los homicidios, todas las deshonestidades ¿no son obra del amor? Purifica, pues, tu amor; el agua que fluye hacia la cloaca, condúcela al jardín; el mismo impulso que se tenía hacia el mundo, que vaya orientado al artífice del mundo. ¿Acaso se os dice que no améis nada? De ninguna manera. Seréis perezosos, estaréis muertos, seréis detestables, desgraciados, si no amáis nada. Amad, sí, pero mirad bien lo que amáis. El amor a Dios, el amor al prójimo, se llama caridad; el amor al mundo, el amor a este siglo, se llama codicia. Frénese la codicia, excítese la caridad. Porque la caridad del que obra bien le da la esperanza de una buena conciencia, ya que la esperanza lleva consigo una buena conciencia. Y lo mismo que la mala conciencia cae en una total desesperación, así la buena conciencia está colmada de esperanza. Y así tendremos las tres virtudes de que habla el Apóstol: La fe, la esperanza y la caridad12. En otro lugar nombra estas tres virtudes, poniendo la buena conciencia en lugar de la esperanza, y dice que esto es el fin del precepto. ¿Qué es el fin del precepto? Aquello por lo que los preceptos llegan a la perfección, no por lo que desaparecen. De una forma decimos que el alimento se finalizó, y con otro sentido distinto decimos que se finalizó la túnica que estaban tejiendo. El final del alimento es que ya no hay más, y el final de la túnica es que ya está hecha del todo. Tanto en una como en la otra frase, usamos «el fin». No se dice aquí «el fin del precepto» en el sentido de que desaparecen los preceptos, sino de que llegan a su perfección, a su consumación, no a su desaparición. El fin, pues, reside en aquellas tres virtudes: El fin del precepto, dice, está en la caridad de un corazón puro, de una buena conciencia y de una fe sincera13. En lugar de la esperanza puso la buena conciencia. Espera el que tiene buena conciencia. El que está remordido por una mala conciencia se aparta de la esperanza, y no tiene para sí otra espera que la condenación. Para poder esperar el reino, debe tener buena conciencia; y para tener buena conciencia, deberá creer y obrar. El creer es propio de la fe, y el obrar de la caridad. El Apóstol comenzó por la fe en aquel pasaje: La fe, la esperanza, la caridad; en la otra cita comenzó por la caridad: La caridad de un corazón puro, de una buena conciencia y de una fe sincera. Nosotros ahora hemos comenzado por la del medio: por la conciencia y la esperanza. El que quiera tener, insisto, una firme esperanza, debe tener una buena conciencia; y para tener una buena conciencia, que crea y lo ponga en práctica. Desde el medio nos vamos al principio y al final: que crea y lo ponga en práctica. El creer es propio de la fe; el obrar lo es de la caridad.
6. ¿Cómo, pues, el Apóstol afirma que el hombre se justifica sólo por la fe, sin la obras14, cuando en otro lugar se refiere a la fe que obra por la caridad?15 No opongamos a Santiago contra el apóstol Pablo, sino a Pablo contra sí mismo, y digámosle: En esta cita nos permites en cierto modo pecar impunemente, cuando afirmas: Creemos que el hombre se justifica por la fe sin las obras, y en esta otra dices: La fe que obra por la caridad. ¿Cómo allí puedo yo estar tranquilo, aun sin tener obras, y aquí, en cambio, me parece que carezco de la esperanza e incluso de la misma fe auténtica, si no llego a las obras por el amor? Te estoy escuchando, Apóstol. Sin duda que me quieres aquí subrayar la fe sin las obras; pero la obra de la fe es el amor; y este amor no puede estar ocioso, no puede sólo abstenerse de hacer el mal, sino que ha de obrar todo el bien que puede. ¿Y qué hace el amor? Apártate del mal y haz el bien16. Así que acentúas esta fe sin obras, y afirmas en otro lugar: Aunque tuviera una fe como para trasladar montañas, si no tengo caridad, de nada me aprovecha17. Luego si de nada sirve la fe sin caridad, y la caridad allí donde esté necesariamente obra, es esta fe la que obra por la caridad. Entonces ¿cómo es que el hombre se justifica por la fe sin las obras? Es el mismo Apóstol quien nos da la respuesta: Te he dicho esto a ti, hombre, para que no tengas la impresión de que puedes presumir de tus obras, y de que has recibido la gracia de la fe por el mérito de tu conducta. Así que no presumas de obras ningunas anteriores a la fe. Reconoce que la fe te ha encontrado pecador, aunque la fe te haya transformado en justo: encontró a un pecador para convertirlo en justo. Al que cree, dice Pablo, al que justifica al pecador, se le cuenta su fe como justificación18. Si queda justificado el impío, es que de impío se ha hecho justo. Y si de impío se hace justo, ¿dónde están las obras de los impíos? Que el pecador se jacte de sus obras y diga: Yo doy a los pobres, no robo a nadie, no deseo la mujer ajena, a nadie mato, a nadie defraudo, pago al contado los préstamos que me han hecho sin necesidad de testigos...puede decir todo esto; yo pregunto si es un justo o un impío. ¿Y cómo voy yo a ser impío —dirá—, cuando pongo en práctica todo esto? Sí, lo es como aquéllos de quienes se dijo: Y sirvieron a las criaturas antes que al Creador, que es bendito por los siglos19. ¿Que por qué eres impío? ¿Qué sucede si de todas estas buenas obras esperas lo que de ellas se debe esperar, pero no de quien hay que esperarlo; o bien lo que esperas no es lo que se debe esperar, incluso de aquél de quien lo que hay que esperar es la vida eterna? Por tus buenas obras esperaste una cierta felicidad terrena, luego eres impío. No es esta la recompensa de la fe. Cosa preciosa es la fe, y tú le has adjudicado algo vil. Eres, por tanto, un impío, y estas tus obras nada valen. Aunque muevas tus músculos con las buenas obras, y te parezca que gobiernas la nave inmejorablemente, corres hacia el escollo. ¿Y qué te diré si tu esperanza se orienta a lo que debe orientarse, es decir, a la vida eterna, pero no la esperas del Señor Dios por Jesucristo —único de quien se recibe la vida eterna—, sino que piensas poder conseguir la vida eterna del ejército celestial, del sol y la luna, de las potestades aéreas, así como del mar, de la tierra y de los astros? Eres impío. Cree en aquél que justifica al impío, para que tus buenas obras puedan ser obras buenas. Porque yo ni siquiera me atrevería a llamarlas buenas, al no proceder de una raíz buena. ¿Qué quiere esto decir? Que si esperas del Dios eterno la vida temporal, o de los demonios la vida eterna, en ambos casos eres impío. Corrige tu fe, encáuzala, endereza tu camino. Y si tienes buen pie, camina ya seguro, corre, estás en camino; cuanto mejor corras, tanto más fácilmente llegarás a la meta. Pero tal vez renqueas un poco. Que al menos no te salgas del camino, y aunque tardes algo más, has de llegar; no te detengas, no retrocedas, no te desvíes.
7. Y entonces, ¿quiénes son dichosos? No aquéllos en quienes Dios no encontró pecado, porque pecado lo encontró en todos: Pues todos pecaron y están privados de la gloria de Dios20. Luego si en todos hay pecado, sólo nos queda que bienaventurados no son sino únicamente aquéllos a quienes se les han perdonado sus pecados. Es esto lo que el Apóstol quiso subrayar: Abrahán creyó a Dios, y se le contó para su justificación. Y a aquél que tiene obras (quiere decir aquél que presume de sus obras, y por el mérito de ellas dice que se le ha concedido la gracia de la fe) la recompensa no se le cuenta como gracia, sino como pago de una deuda21. ¿Qué significa, pues, el que nuestra recompensa se llama gracia? Si es gracia es que se da gratis. ¿Qué quiere esto decir? Que es totalmente gratuita: nada bueno hiciste, y se te concede el perdón de los pecados. Si miramos tus obras, resulta que todas son malas. Si Dios te pagase lo que merecen esas obras, sin duda te condenaría. Porque el salario del pecado es la muerte22. ¿Qué se le debe a las malas obras, sino la condenación? a las buenas ¿qué se les debe? El reino de los cielos. Tú fuiste sorprendido en las malas obras; si se te da lo que mereces, debes ser castigado. ¿Qué sucede, entonces? Que Dios no te castiga con la pena merecida, sino que te concede la gracia inmerecida. Donde se merecía el castigo, él te da el perdón. Comienzas, pues, tu vida de fe por el perdón; y esa fe, a la que se le incorpora la esperanza y el amor comienza a obrar bien. Pero ni siquiera entonces puedes gloriarte ni engreírte. Recuerda quién te colocó en el camino; recuerda que aun con tus pies sanos y ligeros, ibas fuera de camino; recuerda que cuando estuviste herido y medio muerto en el camino, fuiste cargado en la cabalgadura y llevado a la hospedería23. Al trabajador, nos dice el Apóstol, la paga no se le cuenta como algo gratuito, sino como el salario debido. Si quieres verte excluido de la gracia, jáctate de tus méritos. Dios ve lo que hay en ti, y conoce bien lo que se le debe a cada uno. Pero al que no tiene obras, sigue diciendo. Suponte a uno que es impío y pecador: no tiene obras. ¿Qué sucede? Que, no obstante, cree en el que justifica al impío. Por el hecho de no obrar rectamente es impío; aunque aparentemente obra bien, sin embargo, dado que no tiene fe, no se le pueden llamar buenas a sus obras. Al que cree en aquél que justifica al impío, su fe le sirve para su justificación; como también David llama dichoso a quien Dios acepta y le otorga la justicia sin las obras24. ¿Qué justicia es ésta? La de la fe, no precedida por buenas obras, sino que las buenas obras vienen después.
8. A ver si entendéis bien; porque si lo entendéis mal, os arrojáis a ese torbellino de pecar impunemente. Y yo quedo libre de responsabilidad, como libre quedó el Apóstol con relación a todos los que le entendieron mal. Y lo entendieron mal interesadamente, para no tener que realizar buenas obras. No seáis, hermanos, de este mismo grupo. En un salmo se dice de un individuo de esta clase, bueno, de esta gente como si fuera una sola persona: Renunció a entender y a obrar bien25. No se dice que no fue capaz de entender. Así que es preciso que vosotros queráis entender para hacer el bien. No os va a faltar la posibilidad de entender con claridad. ¿Qué es entender con claridad? Que nadie se jacte de sus buenas obras anteriores a haber creído; que nadie sea perezoso para el bien obrar una vez que ha creído. Dios concede el perdón a todos los culpables, y los justifica por la fe.
9. [v.1—2] Dichosos esos cuyas iniquidades han sido perdonadas, y cuyos pecados han sido cubiertos. Dichoso el hombre a quien el Señor no ha imputado pecado, ni hay engaño en su boca. Así comienza el salmo y ya comenzamos a entender. Entendimiento o inteligencia es caer en la cuenta de que no debes alardear de tus propios méritos, ni asegurarte que puedes pecar impunemente. El título de este salmo es: Para David mismo, de inteligencia. De inteligencia se llama este salmo. Y lo primero que entender es que te reconozcas pecador. Y la consecuencia de esta inteligencia es que cuando empieces a obrar bien por la fe mediante el amor, no lo atribuyas a tus fuerzas, sino a la gracia de Dios. Y así no anidará el engaño en tu corazón, es decir, en tu boca interior; no hablarán una cosa tus labios y otra habrá en tu pensamiento. No pertenecerás a los fariseos aquellos, de quienes se dijo: Os parecéis a sepulcros blanqueados: por fuera ante los hombres parecéis justos, pero por dentro estáis repletos de engaño y maldad26. ¿No es un mentiroso el que siendo pecador, se las da de justo? ¿No fue Natanael de quien el Señor dijo: He ahí un israelita auténtico, en quien no hay engaño? ¿Y cómo es que en Natanael no había engaño? Cuando estabas, le dice, bajo la higuera, te vi27. Estaba bajo la higuera, estaba sometido a su condición carnal. Si estaba bajo la condición de la carne, por estar engendrado por la impía generación carnal, estaba bajo la higuera, de la que se dice gimiendo en otro salmo: Mira que yo he sido concebido en pecado28. Pero lo vio el que venía a traer la gracia. ¿Qué quiere decir: «lo vio»? Que se compadeció de él. Resalta lo de este hombre sin engaño para resaltar su gracia en él. Cuando estabas bajo la higuera, te vi. ¿Qué tiene de particular este te vi, sino el que lo entiendas dicho con otro sentido? ¿Qué tiene de extraordinario ver a un hombre debajo de una higuera? ¿Dónde está la grandeza de ver al hombre bajo la higuera? Si Cristo no hubiese visto al género humano bajo esta higuera, o quedaríamos secos del todo, o sólo se encontrarían en nosotros hojas, sin fruto, como ocurría con los fariseos, en los cuales había engaño, porque se justificaban de palabra, pero en sus obras eran malos. De hecho, cuando Cristo vio una higuera así, la maldijo y se secó. ¿Estoy viendo —se dijo— sólo hojarasca, o sea, sólo palabras, sin fruto alguno? Que se seque29, dijo, y que no tenga ni hojas. ¿Por qué elimina hasta las palabras? Porque un árbol seco ni hojas puede tener. Así eran los judíos, los fariseos eran el árbol aquel: tenían palabras, no tenían obras. Se hicieron reos de la aridez por sentencia del Señor. Que nos vea, pues, Cristo bajo la higuera. Que vea también el fruto carnal de nuestro buen obrar, para no quedarnos secos por su maldición. Y puesto que todo hemos de atribuirlo a su gracia, no a nuestros méritos, Dichosos esos cuyas iniquidades han sido perdonadas, y cuyos pecados han sido cubiertos; no aquéllos en quienes no se han encontrado pecados, sino a quienes se les han sepultado los pecados. Se les han tapado, se les han sepultado, se les han abolido. Si Dios tapó los pecados, es que no quiso advertirlos; si no quiso advertirlos, tampoco prestarles atención; si no les prestó atención, no quiso castigarlos; y si no quiso castigarlos, no quiso reconocerlos, prefirió ignorarlos. Dichosos esos cuyas iniquidades han sido perdonadas, y cuyos pecados han sido cubiertos. Y no vayáis a entender que habló de tapar los pecados, como si siguieran existiendo y continuasen vivos. ¿Por qué dijo que habían sido enterrados los pecados? Para que no se vieran. ¿Y qué significa el ver Dios los pecados, sino castigarlos? Y para que sepas que ver Dios los pecados equivale a castigarlos, ¿qué se le dice? Aparta de mis pecados tu vista30. Que no vea yo tus pecados para que te vea a ti. ¿Y cómo ha de verte? ¿Cómo a Natanael, que le dice: Cuando estabas bajo la higuera, te vi? La sombra de la higuera no fue impedimento para los ojos de la misericordia divina.
10. Y no hay engaño en su boca. Pero los que se niegan a confesar sus pecados, se cansan en vano para defenderlos. Y cuanto más se fatigan en defender sus pecados, jactándose de sus méritos, sin ver sus maldades, tanto más se debilita su vigor y su fortaleza. Porque fuerte es aquél que no lo es en sí, sino en Dios. Según aquello: Tres veces he rogado al Señor que apartara de mí aquella espina de mi carne, y me contestó: Te basta con mi gracia. Mi gracia, dijo, no tu esfuerzo. Te basta mi gracia, sigue diciendo, pues la fuerza se perfecciona en la debilidad. Sobre esto mismo dice él en otro lugar: cuando me siento débil, entonces soy fuerte31. Luego el que pretende ser fuerte, presumiendo de sí mismo, y jactándose de sus propios méritos, se parece al fariseo aquel, que en lo que decía haber recibido de Dios, de eso se jactaba con soberbia: Te doy gracias, decía. Fijaos, hermanos, sobre qué clase de soberbia quiere el Señor llamar la atención: la que, sin duda, puede infiltrarse en el hombre justo, la que puede introducirse en una persona que inspira confianza. Te doy gracias, decía. Luego al decir: Te doy gracias, confesaba haber recibido de él lo que tenía. ¿Qué tienes, que no hayas recibido?32 Sí, te doy gracias. Te doy gracias porque no soy como los demás hombres, ladrones, injustos, adúlteros, ni como este publicano33. ¿Por qué es soberbio? No por darle gracias a Dios de sus obras buenas, sino porque, fundado en esas buenas obras, se sobreponía al otro.
11. Atended, hermanos, porque el evangelista se adelanta a decirnos dónde comenzó el Señor a proponernos la parábola misma. En efecto, después de decir: ¿Te parece que cuando vuelva el Hijo del hombre encontrará fe en la tierra?, y con el fin de que no surgieran ciertos herejes que, al ver el mundo, lo creyeran todo él un desastre, y en cambio ellos por disentir en pocas cosas, y sólo ser unos pocos, se ensoberbecieran, porque conservaban ellos lo que se había perdido en todo el mundo, nada más decir el Señor: ¿Te parece que cuando vuelva el Hijo del hombre, encontrará fe en la tierra? añadió a continuación: Les dijo también esta parábola a algunos que se tenían por justos y despreciaban a los demás: Había un fariseo y un publicano que fueron al templo a orar, y lo demás que conocéis. Y el fariseo decía: Te doy gracias. Entonces, ¿por qué era soberbio? Porque despreciaba a los demás. ¿Cómo lo pruebas? Por sus mismas palabras. ¿A ver? El fariseo, dice, despreció al que estaba de pie a lo lejos, mientras Dios se le iba acercando por la confesión de sus pecados. El publicano, dice el evangelista, estaba lejos de pie. Pero Dios no estaba lejos de él. ¿Por qué Dios no estaba lejos de él? Por lo que se dice en otro pasaje: Cerca está Dios de los que tienen despedazado el corazón34. Mirad a ver si este publicano tenía el corazón contrito, y veréis por ello que Dios está cerca de los que han despedazado su corazón. El publicano estaba de pie a lo lejos, y ni se atrevía a levantar al cielo sus ojos, sino que se golpeaba el pecho. Golpes de pecho, contrición del corazón. ¿Qué es lo que decía al golpearse el pecho? Oh Dios, ten piedad de mí, que soy un pecador. ¿Y cómo reaccionó el Señor a esta súplica? Os aseguro que el publicano bajó del templo justificado, y no así el fariseo. ¿Por qué? Esta es la sentencia de Dios. Yo no soy como este publicano, no soy como los demás hombres: injustos, ladrones, adúlteros; ayuno dos veces por semana, pago el diezmo de todo lo que poseo. El publicano no se atreve a levantar sus ojos, está viendo su conciencia, se sitúa a distancia y queda justificado por encima del fariseo. ¿Por qué? Señor, te lo suplico, acláranos esta tu justicia, acláranos la equidad de tu juicio. Dios nos explica la norma de su ley. ¿Queréis oír por qué? Porque todo el que se ensalza, será humillado, y el que se humilla, será ensalzado35.
12. Preste, pues, atención Vuestra Caridad. Hemos dicho que el publicano ni se atrevió a levantar sus ojos al cielo. ¿Por qué no miraba al cielo? Porque se miraba a sí mismo. Se miraba a sí mismo, para desagradarse a sí mismo y así agradar a Dios. Cuando tú te jactas de ti mismo, tienes la cabeza erguida. Dios le dice al soberbio: ¿No quieres mirarte a ti mismo? Yo te estoy mirando. ¿Quieres que no te mire? Mírate tú. Por eso el publicano no se atrevía a levantar sus ojos al cielo, porque se veía a sí mismo y castigaba su propia conciencia; era juez de sí mismo, para que el Señor intercediese; se castigaba, para que Dios lo liberase; se acusaba, para que él lo defendiera. Y de tal modo lo defendió, que dictó sentencia a su favor: Descendió justificado el publicano, y no así el fariseo; porque todo el que se ensalza será humillado, y el que se humilla será ensalzado. Él se observó a sí mismo y yo no quise observarlo; le oí que decía: Aparta de mis pecados tu vista. ¿Quién es el que esto dijo, sino el que dijo también: Porque yo reconozco mi maldad?36 Por eso, hermanos, aquel fariseo era un pecador. Y no lo fue por decir: No soy como los demás, injustos, ladrones, adúlteros, ni por ayunar dos veces a la semana, ni por dar los diezmos; no, no lo era por eso. Y aunque no tuviera otros pecados, esta soberbia ya era una gran falta. Y sin embargo, ya veis cómo él decía todas estas cosas. Entonces ¿quién es el que está sin pecado? ¿Quién se podrá gloriar de tener un corazón puro; quién de estar limpio de todo pecado?37 Por eso estaba él en pecado; se había trastornado, no se daba cuenta adónde había venido; era como si estuviese en la consulta del médico para que lo curase, y lo que mostraba eran sus miembros sanos, ocultando las heridas. Que sea Dios el que cubra tus heridas, no tú. Si tú, por vergüenza, las tapas, el médico no te las curará. Que las oculte y las cure el médico; porque las tapa con el emplasto. Bajo la venda del médico la herida sanará, bajo el vendaje del enfermo se oculta la herida. ¿A quién se la ocultas? A quien todo lo sabe.
13. [v.3] Y ahora, hermanos, mirad lo que dice aquí el salmo: Porque he callado, se envejecieron mis huesos, mientras yo gritaba todo el día. ¿Cómo es esto? Parece que se contradice: Por haber callado se consumieron mis huesos, gritando. Si grita ¿cómo es que calló? Calló unas cosas y no calló otras; calló la causa de su progreso, y no calló el origen de sus caídas; calló la confesión de sus faltas, y gritó su presunción. Me he callado, dice, no hice mi confesión. Es ahí donde tenía que haber hablado: callar sus méritos y proclamar sus pecados. En cambio calló culpablemente sus pecados, y proclamó sus méritos. ¿Y qué le pasó? Que envejecieron sus huesos. Comprended que si hubiera manifestado sus pecados, y callado sus méritos, habrían rejuvenecido sus huesos, es decir, sus fuerzas; el Señor lo habría robustecido, por haber reconocido él mismo su debilidad. Sin embargo, por haberse pretendido fuerte, se hizo débil, se envejecieron sus huesos. Permaneció en lo viejo el que no quiso amar el rejuvenecimiento confesando sus pecados. Ya sabéis, hermanos, quiénes se rejuvenecen: Dichosos esos cuyas iniquidades han sido perdonadas, y cuyos pecados han sido cubiertos. Pero éste no quiso que se le perdonasen sus pecados: los amontonó y los defendió, poniendo en alto sus méritos. Y así fue como envejecieron sus huesos, al callar la confesión de sus culpas. Mientras yo gritaba todo el día. ¿Qué quiere decir: Mientras yo gritaba todo el día? Mientras perseveraba en la defensa de sus pecados. Y sin embargo mirad cómo es, puesto que se reconoce a sí mismo. Es ahora cuando vendrá la inteligencia; que no contemple nada más que a sí mismo y sentirá desagrado de sí mismo, porque llegará a conocerse. Ahora lo vais a oír, para ser curados.
14. [v.4] Dichoso el hombre a quien el Señor no ha imputado pecado, ni hay engaño en su boca. Porque he callado, se envejecieron mis huesos, mientras yo gritaba todo el día. Porque día y noche ha pesado sobre mí tu mano. ¿Qué significa que ha pesado sobre mí tu mano? Gran cosa esta, hermanos. Fijaos en aquella sentencia justa entre el fariseo y el publicano. ¿Qué se dice del fariseo? Que fue humillado. ¿Y qué se dice del publicano? Que fue ensalzado. ¿Por qué aquél fue humillado? Por haberse ensalzado a sí mismo. ¿Y por qué fue ensalzado éste? Por haberse humillado. Luego para que Dios humille al que se ensalza, hace pesar su mano sobre él. No se quiso humillar por la confesión de su maldad, y fue humillado por el peso de la mano de Dios. ¡Cuánto no habrá tenido que soportar el fariseo la mano pesada del que humillaba! ¡Y cuán ligera fue la mano que ensalzaba! Tanto en uno como en otro, su mano fue fuerte: fuerte con el primero para oprimirlo, fuerte con el segundo para levantarlo.
15. [v.4—5] Luego porque día y noche ha pesado sobre mí tu mano, he vuelto a mi desgracia, mientras la espina se me clavaba. Por la misma pesadez de tu mano, por la misma humillación, caí en la desgracia, se me clavó una espina, sentí punzada mi conciencia. ¿Y qué sucede cuando se clavó la espina? Que es cuando ha tenido el sentido del dolor, ha tropezado con su propia debilidad. Y el que había callado la confesión de su pecado, y en su empeño por clamar para defenderlo, su fortaleza se vino abajo, es decir, que sus huesos se hicieron viejos, ¿qué hace ahora, cuando se le clava la espina? He reconocido mi pecado. Por tanto, ya lo reconoce. Y si él lo reconoce, el Señor lo perdona. Fijaos en lo que sigue, mirad a ver si no es él quien dice: He reconocido mi pecado y no he encubierto mi injusticia. Es lo que yo decía hace un momento: No lo cubras tú, y Dios lo cubrirá. Dichosos esos cuyas iniquidades han sido perdonadas, y cuyos pecados han sido cubiertos. Los que tapan sus pecados, son desnudados; éste, sin embargo, se desnudó para ser cubierto. No he encubierto mi maldad. ¿Qué significa: no he encubierto? No hace mucho que la había callado; ¿y ahora? Dije. Algo contrario al silencio. Dije. ¿Qué dijiste? Confesaré ante el Señor contra mí mi injusticia; y tú perdonaste la impiedad de mi corazón. Dije. ¿Qué dijiste? No lo expresa ya, promete que lo va a expresar, y el Señor ya le perdona. Fijaos, hermanos. ¡Qué gran cosa! Dice: Confesaré; no dijo: Confesé y tú me perdonaste; dijo: Confesaré y tú perdonaste. Por el hecho de decir: Confesaré, manifiesta que aún no lo había expresado oralmente, lo había dicho sólo con el corazón. El mismo hecho de decir: Confesaré, ya es confesarlo. De ahí lo que sigue: y tú perdonaste la impiedad de mi corazón. Mi confesión no había llegado todavía a mis labios. De hecho sólo dije: Confesaré contra mí, y Dios escuchó la voz de mi corazón. Mi voz no había llegado a mi boca, pero el oído de Dios ya estaba en mi corazón. Tú perdonaste la impiedad de mi corazón, porque dije: Confesaré.
16. Pero no era suficiente haber dicho: Confesaré ante el Señor mi injusticia; con razón dijo: confesaré contra mí. Y esto tiene su importancia. Porque hay muchos que manifiestan su maldad, pero en contra del Señor Dios; pues cuando son sorprendidos en algún pecado, dicen: Dios lo ha querido. Si alguien dice: Esto yo no lo he hecho; o bien: Esto de que me acusas no es pecado, nada dice ni contra sí ni contra Dios. Y si dice: Claro que sí, yo lo hice y es pecado, pero lo ha querido Dios, ¿qué tengo yo que ver? Esto es confesar contra Dios. Tal vez digáis: Nadie dice esto; ¿quién va a decir: Dios lo ha querido? Pero sí, lo dicen muchos, porque los que no lo dicen explícitamente, ¿qué otra cosa dicen, cuando afirman: El des tino me lo hizo, esto es obra de mi estrella? De esta forma, con un rodeo, pretenden atribuir a Dios todo esto. Con un rodeo pretenden llegar a Dios y acusarlo; no quieren llegar a Dios sin rodeos para aplacarle, y dicen: Es el destino quien me ha hecho esto. ¿Y qué es el destino? Mis estrellas lo han hecho. ¿Qué son las estrellas? Sin duda las que contemplamos en el cielo. ¿Y quién las hizo? Dios. ¿Quién las organizó? Dios. Ya estás viendo, pues, lo que has querido decir: Dios hizo que yo pecara. Y así el injusto es él, y tú el justo; porque si él no las hubiera creado, tú no habrías pecado. Fuera todas estas excusas de tus pecados; recuerda aquel salmo: No apartes mi corazón hacia palabras malvadas, para buscar excusas a mis pecados, junto con los malhechores. Pero también hay varones de altura que salen en defensa de sus pecados; sí, hay gente importante que se pone a numerar los astros, y que hacen cálculos con las estrellas y los tiempos, y predicen cuándo uno va a pecar, o a portarse bien; cuándo Marte le convierte a uno en homicida y Venus a una mujer en adúltera. Parecen, sí, hombres importantes, cultos y selectos en este mundo. Pero ¿qué dice el salmo? No apartes mi corazón hacia palabras malvadas, junto con los malhechores; y tampoco quiero tomar parte con sus elegidos38. Llamen elegidos y doctos a los contadores de estrellas, llamen sabios a aquéllos que casi ordenan con sus dedos los destinos humanos, y pueden describir la conducta de los hombres consultado las estrellas. A mí Dios me ha creado con libre albedrío; y si pequé, soy yo quien ha pecado, de manera que no sólo le confesaré al Señor mi maldad, sino también lo haré en mi contra, no en contra suya. Yo dije: «Señor, ten misericordia de mí», le grita el enfermo al médico. Yo dije. ¿Por qué: Yo dije? Bastaría con decir: dije; pero este Yo está dicho enfáticamente: Yo, he sido yo, no la fatalidad, ni la fortuna, ni el diablo; porque tampoco él me ha obligado; he sido yo quien me he dejado persuadir por él. Yo dije: «Señor, ten misericordia de mí, sana mi alma, porque he pecado contra ti»39. También aquí ha decidido confesarlo del mismo modo: Dije: «Confesaré ante el Señor contra mí mi injusticia», y tú perdonaste la impiedad de mi corazón.
17. [v.6] Por ella orará a ti todo santo en el tiempo oportuno. ¿En qué tiempo? Por ella. ¿Por cuál? Por la impiedad. ¿Por cuál? Por la remisión de los pecados. Por ella orará a ti todo santo en el tiempo oportuno. Por eso se elevarán a ti oraciones de todos los santos, porque les perdonaste los pecados. Porque si no les hubieras perdonado sus pecados, no habría santo alguno que te orase. Por ella orará a ti todo santo en el tiempo oportuno, cuando se manifieste el Nuevo Testamento, cuando se manifieste la gracia de Cristo: he ahí el tiempo oportuno. Cuando el tiempo llegó a su plenitud, Dios envió a su Hijo, nacido de una esposa (es decir, de una mujer: los antiguos usaban la misma palabra indistintamente), sometido a la Ley, para rescatar a los que estaban bajo la Ley40. ¿Rescatarlos de qué? Del diablo, de la condenación, de sus pecados, de aquél a quien se habían vendido. Para rescatar a los que estaban bajo la Ley. Estaban bajo la Ley porque estaban bajo su opresión. Estaban en una condición de opresión, ya que la Ley los hacía convictos de culpa, no los salvaba. Y como prohibía el mal, pero ellos se encontraban sin recursos para justificarse a sí mismos, se hacía necesario clamar a Dios, como clamaba el que era llevado cautivo bajo la ley del pecado: ¡Miserable de mí! ¿Quién me librará de este cuerpo que lleva a la muerte?41 Todos los hombres estaban bajo la Ley, pero no en la Ley; una ley que los oprimía, una ley que los hacía reos de culpa. La Ley puso de manifiesto el pecado, clavó la espina, hirió el corazón; advirtió a cada uno que se reconociera reo, y así clamase a Dios buscando el perdón. Por ella orará a ti todo santo en el tiempo oportuno. A propósito del tiempo oportuno, decía yo: Cuando el tiempo llegó a su plenitud, Dios envió a su Hijo. Y dice además el Apóstol: En el tiempo favorable y propicio te escuché, y en el día de salvación te presté ayuda. Y dado que esto lo predijo el profeta refiriéndose a todos los cristianos, añadió el Apóstol: Ahora es el tiempo propicio, ahora es el día de la salvación42. Por ella orará a ti todo santo en el tiempo oportuno.
18. Sin embargo, en el diluvio de las aguas caudalosas no se acercarán a él. A él; ¿a quién? A Dios. El salmista cambia a veces de persona, como cuando dice: Del Señor es la salvación, y sobre tu pueblo tu bendición43. No ha dicho: Del Señor es la salvación, y sobre su pueblo su bendición; o también: Señor, tuya es la salvación, y sobre tu pueblo tu bendición. Más bien, después de haber comenzado: Del Señor es la salvación, no le habla a él, sino que habla de él, y a él se dirige, diciendo: Y sobre tu pueblo tu bendición. Así sucede en este pasaje: cuando primero oyes a ti, y luego a él, no pienses que se trata de otro distinto. Por ella orará a ti todo santo en el tiempo oportuno. Sin embargo, en el diluvio de las aguas caudalosas no se acercarán a él. ¿Qué significa: en el diluvio de las aguas caudalosas? Que quienes andan flotando en muchas aguas, no se acercarán a Dios. ¿Y qué es el diluvio de las aguas caudalosas? La abundancia de doctrinas diversas. Fijaos bien, hermanos. Las muchas aguas son la variedad de doctrinas. La doctrina sobre Dios es una sola, no son muchas aguas, sino una sola agua, sea la del sacramento del bautismo, sea la de la doctrina de la salvación. Sobre esa doctrina con la que somos regados por el Espíritu Santo, se dice: Bebe agua de tus vasijas, y de las fuentes de tus pozos44. A estas fuentes no tienen acceso los impíos, sino más bien los que creen en aquél que justifica al impío45, y una vez justificados, se acercan a ellas. Hay otras aguas torrenciales: la multitud de doctrinas que contaminan el alma de los hombres, a las que poco ha me refería. Por ejemplo: Esto me lo hizo la fatalidad. Otro ejemplo: El azar me lo hizo, la suerte lo hizo. Si los hombres se rigen por el azar, nada gobierna la providencia: y existe una doctrina así. Otro dijo: Hay una raza de tinieblas que es adversa, que se rebeló contra Dios: ella es la que hace pecar a los hombres. En este diluvio de aguas tan diversas, no se acercarán a Dios. ¿Cuál es el agua, la verdadera agua que brota de la escondida fuente del venero puro de la verdad? ¿Cuál es esa agua, hermanos, sino la que nos enseña a alabar al Señor? ¿Cuál es esa agua, sino la que nos enseña a decir: Es bueno alabar al Señor?46 ¿Cuál es esa agua, sino la que nos enseñan estas palabras: Dije: «Confesaré ante el Señor contra mí mi injusticia», y Yo dije: «Señor, ten misericordia de mí, sana mi alma, porque he pecado contra ti»?47 Esta agua de la confesión de los pecados, esta agua de la humillación del corazón, esta agua que da vida de salvación, que hace despreciarse a sí mismo, que nada presume de sí, ni se atribuye con soberbia ningún poder; esta agua no se encuentra en ningún libro de los extraños: ni de los epicúreos, ni de los estoicos, ni de los maniqueos, ni de los platónicos. Por todas partes se encuentran magníficos preceptos sobre la conducta y la disciplina; mas no encontramos esta humildad. El arroyo de esta humildad mana de otra fuente: viene de Cristo. Este camino parte de aquél que, siendo excelso, vino a nosotros en humildad. ¿Qué otra cosa quiso enseñar humillándose y haciéndose obediente hasta la muerte y una muerte de cruz?48 ¿Qué otra cosa quiso enseñar pagando lo que no debía, para librarnos de nuestra deuda? ¿Qué otra enseñanza nos dio al bautizarse el que no tenía pecado, al ser crucificado el que no tenía delito alguno? ¿Qué otra enseñanza nos dio, sino esta humildad? Con razón afirma: Yo soy el camino y la verdad y la vida49. Es con esta humildad como uno se acerca a Dios, porque cerca está el Señor de los que tienen un corazón contrito50. Pero en el diluvio de las aguas caudalosas de quienes se levantan contra Dios, y que enseñan impiedades llenas de soberbia, no podrán acercarse al Señor.
19. [v.7] ¿Y tú, que ya estás justificado, y te encuentras en medio de esas aguas, qué vas a hacer? Por todas partes, hermanos míos, aun cuando confesemos nuestros pecados, resuenan junto a nosotros esas aguas del diluvio. No estamos inmensos en el torrente mismo, pero nos rodea ese diluvio. Nos oprimen, pero no nos ahogan; nos empujan, pero no nos sumergen. ¿Qué vas a hacer tú, que estás en medio de ese torrente, peregrinando por este mundo? ¿Será que no oye a tales maestros, que no presta oídos a ésos que están llenos de soberbia, y no tiene que sufrir diarias persecuciones en su corazón, por causa de sus palabras? ¿Qué dirá, pues, el que ya está justificado, y pone su esperanza en Dios, rodeado de este torbellino? Tú eres mi refugio en la angustia que me rodea. Que ellos busquen refugio en sus dioses, en sus demonios, en sus energías, o en la defensa de sus pecados; yo, en medio de este diluvio, no tengo otro refugio que tú en la angustia que me rodea.
20. Regocijo mío, rescátame. Si ya te alegras ¿cómo es que deseas ser rescatado? Regocijo mío, rescátame. Oigo un grito gozoso: Regocijo mío; y oigo un gemido: Rescátame. Te alegras y gimes. Sí, nos dice, me alegro y gimo de este modo: mi alegría es mi esperanza, y mi gemido es mi realidad de hoy. Regocijo mío, rescátame. Alegres en esperanza, dice el Apóstol. Es correcto, pues, decir: Regocijo mío, rescátame. ¿Y por qué rescátame? Prosigue él: Pacientes en la tribulación51. Regocijo mío, rescátame. El Apóstol estaba ya también justificado. ¿Y qué dice? No sólo gime ella (la creación), sino también nosotros, que tenemos las primicias del Espíritu, gemimos en nuestro interior. ¿Por qué rescátame? Porque nosotros, en nuestro interior gemimos, esperando la adopción, el rescate de nuestro cuerpo. He ahí el porqué del rescátame: porque todavía estamos esperando en nosotros con gemidos la redención de nuestro cuerpo. ¿Y por qué regocijo mío? Continúa diciendo el mismo Apóstol: Porque estamos salvados en esperanza; y una esperanza que ya se ve no es esperanza. Porque lo que uno ve, ¿cómo lo va a esperar? Pero si esperamos lo que no vemos, esperamos con paciencia52. Cuando esperas estás alegre; pero si esperas con paciencia, todavía estás gimiendo. La paciencia no hace falta donde no se padece ningún mal. La llamada tolerancia, la llamada paciencia, la llamada resistencia, la llamada entereza de ánimo, no se dan más que en los males. Cuando sufres opresión, ahí se da la angustia. Por lo tanto, si esperamos con paciencia, todavía decimos: Rescátame de la opresión que me rodea. Pero al estar salvados en esperanza, decimos ambas cosas a la vez: Regocijo mío, rescátame.
21. [v.8] Esta es la respuesta: Te daré inteligencia. Este es un salmo de inteligencia. Te daré inteligencia y te colocaré en este camino que emprenderás. ¿Qué significa: Te colocaré en este camino que emprenderás? No para que te pares en él, sino para que no te desvíes de él. Te daré entendimiento para que siempre te conozcas a ti, y tengas cada día la alegría de la esperanza en Dios, hasta que llegues a la patria donde ya no hay que esperar, porque llegó la realidad. Fijaré en ti mis ojos. No apartaré de ti mis ojos, porque tú tampoco los apartarás de mí. Una vez justificado, y perdonados tus pecados, eleva tus ojos a Dios. Tu corazón se había corrompido estando en la tierra. No en vano se te dice: «Levanta el corazón», para que no se corrompa. Por tanto tú ten levantados siempre tus ojos hacia Dios, para que él fije sus ojos en ti. ¿Por qué tienes miedo de que, mientras tienes tus ojos levantados hacia Dios, tropieces, y al no mirar hacia adelante, tal vez caigas en la trampa? No temas, porque allí están puestos sus ojos sobre ti. No estéis preocupados53, nos dice, y el apóstol Pedro: Arrojad en Dios todas vuestras preocupaciones, porque él cuida de vosotros54. Por tanto, fijaré en ti mis ojos. Así que eleva tus ojos hacia él y, como ya he dicho, no tendrás miedo de caer en la trampa. Escucha otro salmo: Mis ojos están siempre hacia el Señor. Y como si se le dijera: ¿Y cómo vas a mover tus pies, si no miras por delante de ti? Se le contesta: Porque él saca mis pies de la trampa55. Fijaré en ti mis ojos.
22. [v.9] L e ha prometido inteligencia y su protección. Se vuelve hacia los soberbios, que defienden sus pecados, y nos muestra lo que es la inteligencia: No seáis como el caballo y el mulo, que no tienen inteligencia. El caballo y el mulo tienen erguida la cabeza. El caballo y el mulo no son como el buey aquel, que reconoció a su dueño, y el asno el pesebre de su señor56. No seáis como el caballo y el mulo, que no tienen inteligencia. ¿Y qué les pasa a éstos? Con freno y brida sujeta las mandíbulas de los que no se acercan a ti. ¿Quieres ser caballo y mulo? ¿Te niegas a llevar un jinete? Tu boca y tus mandíbulas serán sujetadas con el freno y la brida; tu misma boca, con la que te jactas de tus méritos y callas tus pecados, quedará sujeta. Sujeta las mandíbulas de los que no se acercan a ti humillándose.
23. [v.10] Muchos son los azotes del pecador. Nada tiene de extraño que después del freno siga la fusta. Él deseaba ser un animal indómito, pero es domado con freno y látigo; ¡y ojalá sea domado del todo! Sería lamentable que resistiéndose demasiado, merezca ser abandonado como indómito, y que se vaya tras su vagabundo libertinaje, hasta que se diga de él: La maldad parece rezumarle de sus carnes57, como de aquéllos que en el presente quedan impunes de sus pecados. Por lo tanto, cuando recibe azotes, corríjase, dómese; porque también éste dice haber sido domado de esta manera. Primero se llamó caballo y mulo, por haber callado; ¿Pero cómo fue domado? Con el látigo. He vuelto a mi desgracia, dice, mientras la espina se me clavaba58. Llámale látigo o llámale espuela; Dios doma al jumento en el que se sienta, porque le conviene al jumento ser cabalgado. Dios no se sienta en el asno por sentirse fatigado de caminar a pie. ¿No está lleno de misterio el haberle presentado un borrico al Señor?59 El pueblo sencillo y manso que conduce bien al Señor, es un jumento, y se dirige a Jerusalén. Encamina a los sencillos por la bondad, como dice otro salmo, y a los mansos les muestra sus caminos60. ¿A qué mansos? A los que no yerguen sus cerviz contra quien los doma, aguantando la fusta y el freno. Después, una vez domados, podrán andar sin el látigo, y mantenerse en el camino sin la brida y el bocado. Si te falta el cabalgador, quien caes serás tú, no él. Muchos son los azotes del pecador; pero al que confía el Señor lo rodeará la misericordia. ¿Cómo es refugio en la tribulación? A quien primero lo rodea la tribulación, después lo rodea la misericordia, porque otorgará misericordia el mismo que impuso la ley61; la ley en el castigo, la misericordia en los consuelos. Al que espera en el Señor lo rodeará la misericordia.
24. [v.11] ¿Cuál es la conclusión? Alegraos en el Señor y regocijaos, justos, ¡Ay de quienes os alegráis en vosotros mismos! Impíos, soberbios, los que encontráis la alegría en vosotros mismos: creyendo ya en aquél que justifica al impío, sea tenida en cuenta vuestra fe para la justificación62. Alegraos en el Señor y regocijaos, justos. Y regocijaos: se sobreentiende con el Señor. ¿Por qué? Porque ya son justos ¿Cómo? No por vuestros méritos, sino por su gracia. ¿Cómo han llegados a ser justos? Porque fueron justificados.
25. Y gloriaos, todos los rectos de corazón. ¿Qué significa rectos de corazón? Que no ofrecen resistencia a Dios. Ponga atención vuestra caridad, y comprended lo que es recto de corazón. Brevemente lo diré, pero le quiero dar mucho énfasis. Gracias a Dios que está ya al final, y así se grabará en vuestros sentidos. Entre el corazón recto y el corazón depravado, hay esta diferencia: es recto de corazón todo aquél que al sufrir involuntariamente cualquier contrariedad: aflicciones, disgustos, fatigas, humillaciones, lo atribuye todo únicamente a la voluntad justa de Dios, no tachándole de insensato, como si nada supiese cuando a unos castiga y a otros perdona. Los perversos de corazón, o depravados, o torcidos, son aquéllos que dicen padecer injustamente cualquier mal que les toque padecer, acusando de injusticia a aquél por cuya voluntad están padeciendo; o también, no atreviéndose a achacarle injusticia, le niegan el gobierno del mundo. Porque —dicen— Dios no puede hacer nada injusto, y es injusto que yo esté sufriendo, mientras el otro no sufre; sí, admito que soy un pecador, pero son peores los que lo están pasando bien, y yo estoy sufriendo. Por tanto, como es injusto el que se gocen los que son peores que yo, y yo, sin embargo, esté sufriendo, que soy justo, o menos pecador que ellos, para mí ciertamente esto es una injusticia, y ciertamente para mí Dios no comete ninguna injusticia. Por tanto Dios no gobierna las realidades humanas, ni se preocupa de nosotros. Así, pues,los depravados de corazón, o sea, los de corazón torcido, mantienen tres afirmaciones: una, Dios no existe; dijo el necio en su corazón: «No hay Dios»63. Ya dijimos al hablar de aquel diluvio, que no faltaron doctrinas de filósofos que niegan la existencia de un Dios que ha creado y gobierna todas las cosas, sino más bien que hay muchos dioses, atentos sólo a sí mismos, despreocupados del mundo y de todas estas cosas. Por tanto: o Dios no existe, que es lo que dice el impío, el cual se siente enojado cuando le sucede algo contra su voluntad, mientras a otro, a quien juzga inferior a él, eso no le sucede; o bien: Dios es injusto, porque se complace en esto, y es el autor de estas cosas; o también: Dios no gobierna los asuntos humanos, ni se preocupa nada de todos ellos. En estas tres afirmaciones hay una gran impiedad, sea porque se niega a Dios, sea porque se le llama injusto, sea porque se le priva del gobierno del mundo. ¿Y por qué se llega a este error? Por ser de corazón torcido. Recto es Dios, y lógicamente el corazón torcido no está de acuerdo con él. Es lo que se dice en otro salmo: ¡Qué bueno es el Dios de Israel para los rectos de corazón! Y como el mismo salmista había expresado ese parecer: ¿Cómo lo ha sabido Dios? ¿Es que se entera el Altísimo?, añade en el mismo salmo: Pero casi tropezaron mis pies64. Es lo mismo que un tronco torcido: aunque lo pongas en un suelo llano, no coincide, no se adapta ni se une, se mueve continuamente y se tambalea; y esto no porque esté desnivelada la base donde lo pusiste, sino porque está torcido lo que en ella colocaste; así ocurre con tu corazón mientras sea malo y torcido: no puede adaptarse a la rectitud de Dios, y no puede adaptarse ni adherirse a él, y que se cumpla aquello de: Quien se adhiere al Señor es un solo espíritu con él65. Y por eso dice: Gloriaos, los rectos de corazón. ¿Cómo se glorían los rectos de corazón? Escuchad cómo se glorían: Más aún —dice el Apóstol—, nos gloriamos también de nuestros sufrimientos. Nada extraño hay en gloriarse de los momentos de gozo, de las alegrías; pero los rectos de corazón están orgullosos también de la tribulación. Y fíjate cómo se gloría en la tribulación, porque no lo hace en vano, inútilmente; mira al recto de corazón: Sabiendo —dice— que los sufrimientos producen paciencia, la paciencia virtud probada, la virtud probada esperanza, y la esperanza no defrauda, porque el amor de Dios ha sido derramado en nuestros corazones por el Espíritu Santo que se nos ha dado66.
26. Así es el corazón recto, hermanos. A quienquiera que le suceda algo, que diga: El Señor me lo dio, el Señor me lo quitó. Este es el corazón recto: Como le ha agrado al Señor, así ha sucedido; sea bendito el nombre del Señor67. ¿Quién lo quitó? ¿Qué fue lo que quitó? ¿A quién se lo quitó? ¿Cuándo lo quitó? Sea bendito el nombre del Señor. Pero no dijo: El Señor me lo dio, el diablo me lo quitó. Fíjese bien Vuestra Caridad, no sea que digáis: Esto me lo ha hecho el diablo. Atribuye sólo a Dios cualquier mal que te ocurra, porque el diablo no te puede hacer nada, si el de arriba, que tiene el poder, no se lo permite, sea como castigo, sea como enseñanza: como castigo del impío, como enseñanza del hijo. Porque el Señor corrige a todo el que acoge como hijo68. Y tú no pienses que vas a quedar sin castigo, a no ser que tal vez pienses en ser desheredado. Azota, sí, a todo el que recibe como hijo. ¿De verdad a todos? ¿Dónde te querías esconder? A todos, sin excepción alguna. Nadie quedará sin el azote. ¡Cómo! ¿A todos? ¿Quieres ver cómo es a todos? Pues mira, incluso a su Unigénito, el sin pecado, no le dejó sin flagelo. Sí, el Unigénito, cargando con tu debilidad, y prefigurando en sí mismo tu persona, y, como cabeza, llevando también la persona de su cuerpo, al acercarse su pasión, hombre como era, sintió la aflicción para alegrarte a ti; se entristeció para consolarte. Porque bien pudo el Señor ir sin tristeza a la pasión. Si lo pudo el soldado, ¿no lo va a poder el Emperador? ¿Cómo es que lo pudo el soldado? Fíjate cómo Pablo estaba alegre cuando se acercaba a su pasión: Yo voy ya a ser inmolado, dice, y el tiempo de mi partida es inminente. He combatido el buen combate, he llegado a la meta, he conservado la fe; por lo demás sólo me aguarda la merecida corona que en aquel día me dará el justo juez. Y no sólo a mí, sino a todos aquellos que aman su venida69. Mirad cómo se alegra cuando se acercaba a su pasión. Se alegra, pues, el que va a ser coronado, y se aflige el que lo va a coronar. ¿Qué era lo que llevaba? La flaqueza de algunos, que, al acercarse el sufrimiento o la muerte, se entristecen. Pero mira cómo los conduce a la rectitud de corazón. En realidad tú querías vivir, no querías que te sucediera nada; pero Dios quiso otra cosa; hay aquí dos voluntades: pero la tuya debe acomodarse a la de Dios, no la de Dios ha de ser forzada según la tuya. Porque la tuya está torcida, y la de Dios es la regla. Quede firme la regla y acomódese a ella lo que está torcido. Mirad cómo enseña esto mismo el Señor Jesucristo: Mi alma está triste hasta la muerte; y también: Padre, si es posible, pase de mí este cáliz. Es aquí donde nos manifiesta la humana voluntad. Pero fíjate en el corazón recto: Pero no se haga lo que yo quiero, sino lo que quieres tú, Padre70. Haz así tú también, alegrándote de las cosas que te sucedan; y cuando llegue ese día último, alégrate. Y si se te escapa alguna fragilidad de la voluntad humana, que sea enseguida enderezada hacia Dios, para que te encuentres entre aquéllos a quienes se dice: Gloriaos, todos los rectos de corazón.